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8 febrero 2017 3 08 /02 /febrero /2017 03:03

Podría estar de pie moviéndome como un péndulo invertido y luego sentado en Astorga, en Comillas, en la calle Ancha de León o en el Passeig de Gracia en Barcelona quedándome pasmado con el bojeo a la locura con que Gaudí dibujaba contornos que establecían los límites de la razón. Lo había hecho muchas veces; podría estar enrollándome en mi caparazón, comiendo esas bolas fritas, o esos sándwiches con pan de pita.

Pero le pregunté a un tendero de un quiosco en las Ramblas si tenía una camiseta de Gaudí y una de Messi para mi hijo, me mostró una horrible y una carísima, le dije Meherbani y también Shukría, ese no sonrió como el del día anterior en la noche y al revés que el de la mañana en el supermercado y la tarde en el helado y la pizza del Gótico.

Para no decir meherbani cada tres palabras fui hasta el barrio del Borne y hasta Sant Antoni, no porque no quisiese poner en práctica las dos únicas palabras indias que hablan también los pakistaníes, es que quería comer pan tumaca o pizza pero hechos por catalán o italiano.

Una pierna entraba al agua, una chica que conversa con las olas catalanas en otoño invierno y primavera, en verano se va al mar Báltico, una cadera divina entraba a la sal mojada.

“Todo nos male sal”

Una muchacha con trenzas y poca higiene, descansaba eternamente sentada contra una pared, al lado de una colchoneta , una lata con monedas, un perro blanco, y un cartel que rezaba: “ No tengo trabajo, por favor ayúdenme” mientras leía a Hesse. El perro era para soltárselo a quien osase conseguirle trabajo.

Empezó a llover y entré a una tienda de música con el inquietante nombre de: “Beethoven”. Sin embargo la tienda era exquisita, deliciosa, vendían libros de música, pentagramas, discos, métodos para tocar diversos instrumentos, un hombre y una mujer ancianos estaba en el piano, él sentado tocando y ella de pie cantando. Compré un cuaderno de pentagramas y una cajita musical y cuando fui a pagar el dueño me dijo en tono catalán que el anciano era su padre y la señora una clienta, hablamos de los pequeños y medianos negocios y recién me di cuenta de que hasta ese llegar a garito coqueto, todo aquel a quien me había acercado para preguntar un precio, era paquistaní. Todos. Caso no hay tiendas en las Ramblas que no sean de camisetas de fútbol y de Gaudí de bajísima calidad, o de supermercados de toda la noche, con botellas de refresco a precios de botellas de vino bien envejecido. Antes de irme el dueño me dio la mano y le dije “merci” que es parecido al galo pero en tono catalán. Me sentí extraño no diciendo Meherbani ni Shukría ¿cómo osaba un catalán del barrio de san Antoni resistir con Beethoven a las camisetas onerosas de pésima calidad?

Un mango de dos semana y más adelante un grupo de jóvenes pescando a transeúntes distraídos. Los saltimbanquis, malabaristas, mimos dieron su espacio a vendedores de helicópteros luminosos, cervezas en pack, y pescadores de incautos.

 

La pujanza paquistaní echó del barrio a los comerciantes, primero a los de otras tierras y luego a barceloneses, más tarde limpiaron las calles de mis amigos Mobutu que en toda ciudad del mundo están con sus mantas y sus discos, o con las camisetas de Messi con mucho mejor precio que el pícaro de la tienda no oficial, y una sensible mayor disposición a sonreír y agradecer el dispendio de morlacos.

 

La chica pez metió ambos pies en el agua, prefiere lidiar con el frío de la sal mojada, “todo nos male sal” porque en la ciudad ya no hay gente. Hay plagas de Mac Kebab.

 

Las piernas salen del agua, el perro ladra “meherbani”, el de la tienda detiene un tiro libre a Messi bajo el arco del Liceu. Mobutu toca Heroica, la sinfonía número tres de Beethoven mientras los viejitos cantan:

 

Que Viva la Pepa.

 

 

 

 

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