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24 diciembre 2022 6 24 /12 /diciembre /2022 11:32

La época de navidad era nociva, evidenciaba que por una razón u otra siempre estaba lejos de esos afectos que prefería tener próximos; pero también en aquellos años en familia en que iba a donde mis padres decidiesen, ya fuese casa de los tíos Roberto o Cipriana, entonces sentía que la única relación que tenía con esa fiesta era que ponía a prueba mi capacidad de resistencia frente al paso el tiempo, extraordinariamente lento cuando le prestas atención, y tremendamente efímero cuando quieres que se demore en una parada de asientos mullidos y senos retozones. 

Acaso la hora de despedida en lo de Cipriana para ir casa abriendo los regalos en el coche o el camión de papá fuese más pasable, o el despertar en lo de Roberto con aquella cocina de asientos en estilo vagón de tren que daban al verde de San Isidro, o la mesa del jardín donde estaba mi tía Celia casi siempre dirigiendo la batuta de las charlas, no por ascendiente jerárquico sino contaba con mayor despliegue de gracia, y mi madre haciendo chistes eficaces como corroboraban las risas. Ese día siguiente cuando podía observarlos fuera de los brindis y los cohetes permanecen confortables en mis recuerdos .

Después pasé unos cuantos años donde la navidad estaba prohibida entonces brindábamos por año nuevo, esta fiesta sólo tenía lugar en casa, con mi madre, mi abuela y mis dos hermanos, sin regalos ni arbolitos ni un montón de parientes que evidenciaban la ausencia absoluta de elogios motivacionales. Sólo los cinco y la mesa que la abuela se había ingeniado en adornar con platos exquisitos con la menor cantidad de ingredientes que alguien pueda imaginar. Esos días los recuerdo con cariño, estábamos juntos un rato, todos los que ya no nos hablamos, ni nos escuchamos más. Si nos queremos o no es algo misterioso que habita en la relevancia que cada uno le cede en su espacio interior; en mi caso sólo puedo reconocer latidos sonoros, sobre los cuales prefiero obviar la naturaleza o calidad que les precede. Mi abuela era el elixir de la comunión, la antorcha colectiva, entonces jugábamos cartas, Scrabble, dados, ella era española y sus juegos de cartas eran con naipes y eran españoles, tute, brisca, escoba, pero aunque fuese el juego mas infantil y simplón, desde chico me encantaba "el culo sucio". Como me reía cuando alguien se quedaba con el culo sucio. 

En año nuevo no tocan regalitos, de ahí no que hubiese que confrontar cuanto tiempo y recursos dedicaban los mayores en nuestro honor en la inevitable comparación con los demás. Y por otro lado, aunque alguien se encaprichase en hacer regalos en aquel páramos de tiendas, era una empresa tan improbable como respirar bajo el agua sin aqualungs ni branquias.

Curiosamente, volví a ver a mi padre tras diez años a una semana de una navidad, en que fuimos la misma noche a lo de tía Cipriana ya fallecida pero con todos los parientes de ese lado presentes y luego a lo de otra tía, Carmen Córdova que a la sazón, era como si fuésemos a lo de Roberto que seguía fuera del país y ya no viviría más en San Isidro, a las dos casas en la misma navidad. Aquella noche si fui feliz por volver a ver a mi viejo, a toda aquella gente, al país que me selló, y por volver a ver tanta carne y cosas ricas juntas en una única noche.

Después hubo unos años, dos décadas para ser exacto en que pasaba la navidad con la familia de Patricia. Aunque me sentía agasajado como nunca en afecto familiar, lo cierto es que nunca pude agradecerlo del todo porque mi sonrisa y mi indumentaria no se correspondían con el entusiasmo interior. Hoy les mandé un beso tierno por todo el cariño que me dieron. 

Sin embargo una vez más los Año Nuevo acudían en auxilio de la asfixia por tanto barniz. en casa de los eternos Marcos y Mirta y en nuestra mesa larga que daba hasta para catorce comensales. Pero un detalle, todavía bebía como un cosaco y fumaba como un escuerzo; todo bebedor y fumador compulsivo sabe que estar rodeado de comensales que ríen y hablan a los gritos es una bendición para descorchar botellas durante una eternidad sin intervenciones represoras de ninguna especie.

Pero hace años que no pruebo el elixir del canto y el zigzag.

Será esta una navidad en que no tendré sensación de exclusión por pasarlo solo con mis recuerdos y lecturas, ni tampoco agobiado por el intento de parecer que encajo entre servilletas rojas, alegría pautada y sobre todo, entre mucha gente, tantos testigos de esta sempiterna inutilidad, de esta verticalidad pretendida, que camufla el temblor, el frío, el miedo, la rabia.

Y el sombrero sobre la silla aplastado por un culo gordo, charlatán y ampuloso, empapado en colonia barata.

Más sucio que el as de oro.

El culo sucio

El culo sucio

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