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5 octubre 2012 5 05 /10 /octubre /2012 22:39

 

 

 

Era sorprendente su escaso criterio para seleccionar las chicas, en general. En algunos momentos del día se podía decir que todas  le parecían atractivas, cuando menos para una refriega.

Pero tenía, en efecto, ciertas predilecciones, ciertas características a las que a priori se sentía más cercano.

Un buen par de senos, bien colocados y bastante grandes, le calentaban de manera inmediata, hacían que pusiese a altas temperaturas su caldera, y que la manija se le atascase de lo dura que se tornaba. Aunque por lo general los demás rasgos, de las mujeres que ostentaban grandes pechos, le resultaban ajenos. Casi se podía  decir que le intimidaban. Las mujeres de grandes tetas tenían el mismo tipo de arrogancia que los hombres de grandes falos.

Le gustaban delgadas, que los ojos de ellas no rebasasen la altura de su boca, con los pechos del tamaño de naranjas discretas o de dos limones generosos, las manos suaves, el pelo lacio, preferentemente las caderas prominentes, desde donde descolgasen unas piernas delgadas,  que al juntar las rodillas dejasen un espacio vacío entre los muslos, una ranura de luz. De trasero firme y con una marcada zanja, de buenas vistas  por delante como por detrás. 

Le parecía fundamental poder acurrucarla en su regazo, de ahí que las prefiriese menudas, y también porque no le molestaba echar de vez en cuando algún "amistoso" en la calle, ya fuese apoyado en un muro, en el capó de un coche, en una escalera,  de pie o acostados en un jardín. Y claro, para todas estas posiciones era condición sine qua non que ambos contasen con un peso y una figura maniobrables.  Pero más que para nada,  la volatilidad  la prefería para los besos.

No era de portar un gran calibre, así que no andaba a la caza de vaginas anchas,  le gustaban de aspecto virginal, inocente, vuvlvas apretadas para sentir su turgencia.

Le gustaban más que todas,  las muchachas que sentían una gran inclinación a hacer el sexo. Que estuviesen dispustas a practicarlo en cualquier sitio. Pero prefería que fuesen sofisticadas, chicas cultas, con un semblante atractivo, aunque no necesariamente en la manera convencional, para poder verlas más de un par de veces.

No le importaba demasiado el color del cabello, de la piel o de los ojos. Pero sí su vestimenta, el léxico y tono de voz, el brillo de la inteligencia en sus pupilas, que tuviese cierta expresión de rebeldía y aspiración feminista o igualitaria, y que en lo posible, no se maquillasen, que usasen la menor cantidad de esos infames potingues.

De vez en cuando se solía enamorar de ese tipo de chicas, y algunas veces hasta se hacían novios. Claro que en realidad, la mayoría de las ocasiones debía contentarse con híbridos más o menos lejanos a sus patrones.

Pero había otro perfil muy definido de mujer que le gustaba tanto o más:

La mujer madura.

 De labios rojos,  pelos negros o rubios, de piel blanca, tostada o tintada , le daba igual. El requisito en este caso era un cuerpo guerrero, que dejase ver el deseo desde la misma vestimenta. El maquillaje entonces, le resultaba excitante, y prefería el pelo rizado.

Le resultaba indiferente el grado de  cultura que tuviese, prefiriendo que no fuese de demasiado buena cuna ni excesivamente fina, para poder escuchar aquellas expresiones  soeces, que iban directo desde los oídos hasta la base de su manija. Le gustaba que estas mujeres fuesen muy desinhibidas, que se enrollasen en la lidia, como si temiesen que fuese a ser su última vez. Con ellas, parecía sentirse en el derecho de probar todo tipo de fantasías, como si se lo debiesen a cambio del obsequio de su juventud.

Aquello que con las chicas jóvenes eran deseos de caricias y gemidos , con las maduras eran apretones y gruñidos. Pequeñas descargas de amor eléctrico. Húmedas gatas ronroneantes, de lenguas ásperas y uñas afiladas.

En los actos sexuales, la imaginación echaba un empujón amigo a la carne cuando se precisaba, a la inversa que en la masturbación, donde era la mano quien se ofrecía solidaria a asistir, al efectista pero insuficiente aporte inicial de la fantasía.

Entre una cosa y la otra tenía su protuberancia de tal forma ocupada, que con el paso del tiempo,  llegó a preguntarse si aquella ausencia casi total de  histeria y  neurotismo, no serían lo más cercano al nirvana que conseguiría estar jamás.

Y no habría dudado nunca jurarlo, de no ser por aquella extraña e incontenible sensación que lo embargaba ni bien eyaculaba, aquella fuerza, esa voz interior que le daba de manera  seca y tajante, la orden exacta, el terrible mandato, que hasta ahora, por más que lo había intentado,  no había conseguido desobedecer jamás.

 

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Comentarios

M
ME HA GUSTADO MUCHO SU FORMA DE NARRAR: DIAFANA, BREVE, SIN DEJAR DE TENER LA PROFUNDIDAD NECESARIO. ADVIERTO CIERTO SUBTEXTO FILOSOFICO ACA EN EL PROPIO TEMA....EL FINAL, ME IMPACTO...ME AGRADA<br /> MUCHO SU NARRATIVA...LO FELICITO. CON TODO MI RESPETO,<br /> Ma. de los Angeles Miro
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M
<br /> <br /> Muchísimas gracias María , es un todo un honor.<br /> <br /> <br /> <br />

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