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23 septiembre 2012 7 23 /09 /septiembre /2012 01:40

 

 

Era una mujer feminista, no solo en las formas, aunque también. Usaba el pelo corto a lo garzón, vestía pantalones, montaba con las piernas a ambos lados del  caballo, fumaba, nadaba de manera brillante y mostraba una puntería  inusual con armas de fuego. Pero por encima de todo decidió el modo en como vivir, lo que deseaba hacer y lo que quería ser.

La manifestación de su feminismo era mucho más que una pose desde el mismo momento en que huyó de la casa familiar para casarse con Ernesto, un inquieto muchacho menos joven que ella y procedente de una nutrida y antigua familia argentina, de tradición  tan ligada al país como a los emprendimientos con dirección al abismo  

 

Se casaron tuvieron hijos y los crió a medias con su esposo , leyó lo que quiso, se cultivó primeramente del modo que su familia y su clase le tenía reservado y luego siguiendo la senda de los fuegos; su búsqueda y su extravío.  Murió en los años sesenta en mitad de su vida persiguiendo o apartándose de quién sabe qué.

Era mi abuela paterna.

El mundo ha cambiado desde entonces. Los países entraron en guerras, en cambios, en progresos y en involuciones. Hubo más beneficiarios de la emancipación que damnificados, algunos en modo de clases sociales, otros como razas  o  por sus predilecciones sexuales, la libertad en el arte, la expresión desenfadada y exitosa de la cultura popular, y finalmente un grupo que comprende a todos los demás y que asombra por su magnitud en comparación a su sometimiento, un grupo que había vivido de espaldas los diagramas sociales,  las mujeres.

 Evoluciones que tuvieron lugar un poco por la persistencia de quienes menos desistían y otro tanto por la saturación de un modelo que ya no proponía algo nuevo. Las mujeres comenzaron su camino de ascenso en todos los rubros de la sociedad.

Más hacia nuestros días,  un hombre que está a punto de entrar a una de las tantas tiendas del centro de la ciudad, empuja el portón de entrada y al percatarse que detrás de sí esperaba su turno para entrar una mujer,  instintivamente le hace una seña para que pase adelante, la mujer en un principio queda perpleja, luego sonríe y le dice:-No, no pase usted por favor- El hombre le repite que tome la delantera y entonces ella le da a entender con meridiana claridad que aunque agradece el detalle no tiene por costumbre aceptar ese tipo de caballerosidad que oculta una contracara discriminatoria.

A mi me tocaron unos padres que experimentaban en los tempranos sesentas con ser un matrimonio igualitario. Desde que yo nací se diferenciaban en sus atributos de género y algunos marcados rasgos personales y familiares, aparte de en otros cientos de cosas más. Pero no en el reparto de funciones y roles, las tareas eran compartidas por partes iguales. Claro que siempre hubo una tercera persona en la casa, casualmente una mujer, para poder soportar el peso de la inexperiencia típica de los tiempos de cambios, y hacerse cargo de cuanto pañal, biberón, almuerzo y cena se hubiesen olvidado por los quehaceres de la modernidad.

Mi abuela materna.

O sea que de una forma u otra siempre vi a una mujer  en  las cercanías del ruido a  cacerolas.

Una vez ya situado en mi propia experiencia, pasé años deshojando margaritas antes de tener una relación de pareja duradera, y desde que tengo recuerdos siempre busqué el remanso en unos brazos en los cuales pudiese  recostarme cuando lo precisase, aparte del gusto distintivo de ese tipo de proximidad y por supuesto el retozo de mi miembro; pero nunca se me pasó por el antojo transformar la pareja en una especie de contrato con una criada o con una abuela. Creo recordar que todas mis relaciones con las mujeres han sido de iguales, tanto que a veces me asombraba mi flexibilidad de género. o quizás a mi memoria le ocurre como a mi espejo, que tiene tanta miopía como yo.

Si no intentase forjar cierto tipo de amistad en la pareja, confiar el uno en el otro y reír de la misma tontería,¿ cómo compartir el sueño?.

La lucha por la igualdad en los derechos de las mujeres a todo nivel debe continuar, ya que en la mayoría de los sitios y situaciones la mujer sigue llevando la de perder, a partir de ese tramo de tránsito de finales del siglo XIX y el  XX hacia la emancipación en que se desmoronaron los equilibrios de la caballerosidad y el poder masculino, antes de que constituyese un hecho la obtención de algunos derechos homologados.

Habría constituído una entelequia transitar miles de años hasta nuestros días, sin dotar a lo que hoy entendemos como machismo,     de una contrapartida de obligaciones y de desventajas que supusiesen cuando no la conformidad , al menos la convivencia que evitó la rebelión de la mitad de la humanidad.

Acaso al principio de todo salieron el hombre y la mujer de la cueva a buscar leña y cazar algún refrigerio, y tal vez cuando por una ligera diferencia apreciaron que uno regresaba con más cantidad que el otro de ambas materias primas y que a la vez nadie había atendido a las criaturas que lloraban a su llegada, decidieron que por distribución eficaz y productiva del trabajo, era mejor que uno saliese a por los elementos del exterior y el otro se quedase en la cueva. Quizás el hecho de que el hombre en casi todas las culturas sin conexión alguna fuese el cazador y leñador y la mujer la cocinera y quien cuidase de los niños respondiese a un tipo de habilidad intuitiva más apropiadas para cada tarea, o a la adecuación de la realidad a las analogías de lo fálico y lo uterino, no a raíz de un mero reflejo nato condicionado por lo social, sino más de naturaleza innata, toda vez que aparte de nuestros tipos de curvas y las oquedades o protuberancias, nos socorren toda suerte de diferencias bienvenidas y complementarias; acerca las cuales solo el haber abierto juicio de valores por la preponderancia masculina más que machista, en el diagrama del mundo desde la concepción de las religiones hasta los sistemas gubernamentales pasando por el simple hecho de la construcción de las ciudades ha estigmatizado lo femenino como secundario, propiciando el más arraigado de los machismos, el alimentado de leche materna.

 

En mi ámbito familiar y social estuve justo en la línea que también empezó a permitir al hombre gozar de esta nueva manera de relacionamiento, aunque en mi adolescencia aún se suponía que debía acompañar a mi novia a su casa todos los días y no hacerlo día por medio cada uno, debía evitar a toda costa  presentar una erección  fallida en un momento dado,  o largarme a llorar como un crío, lo que entonces sería como una magdalena o aceptar que estaba calado de terror ante una posible pelea a puñetazos, cosas de las que mis amigas sin el más mínimo problema podían echar mano cuando lo deseasen. No pasó mucho tiempo hasta que yo mismo me encargué de hacer mío el ideario de la igualdad, ya que aparte del natural sentimiento de solidaridad hacia mis compañeras, en el ínterin de formación en que yo me encontraba no tenía ninguna ventaja y todo lo que podía esperar de dicha equidad eran ganancias.

En mi medio ambiente ya estaba mal visto que los hombres fuésemos demasiado machos con las mujeres, pero aún no contábamos con licencia para dejar de serlo entre nosotros.

Teníamos obligaciones de tipo machista que nos han llevado a perder la esencia y la verdadera riqueza de la masculinidad desprovista del estigma de lo viril, del arrojo y la potencia, es menester por ende  intercambiar roles y mezclarse en la medida en que esa sea la voluntad propia. La libertad en la elección dentro de la diversidad, es el mejor antídoto contra la desigualdad.

 

Aún falta terreno por recorrer en ambos sentidos, no tanto en los puestos directivos, a Europa hoy la maneja por un lado Merkel en la política y por el otro Lagarde en la finanza, pero sí en las clases medias y sobre todo bajas. Frenar el rezago, la reacción ante el cambio del machismo extremo expresado en el maltrato cotidiano que constituye una tortura más consentida de lo que se admite, aunque es cierto que va en aumento su rechazo, no es menos cierto que muchas son las que mueren en manos de sus captores tolerados.

Y así como hay que repartir los empleos clásicamente relegados a la mujer, por otro lado también falta recorrido para que dejen de ser tareas exclusivamente masculinas las de soldados, mineros, limpia cloacas, tractoristas, aradores, pastores de ganados, pica piedras en canteras, albañiles, marineros pescadores de alta mar, cazadores,  obreros de fundición, buscadores de oro en garimpos entre otros empleos nada reclamados por ola de igualdad alguna.

 

Recuerdo que cuando era un niño vi una pareja de hippies en un aeropuerto de espaldas, iban abrazados por la cintura y no era fácil por detrás distinguir los sexos de cada uno, tenían idéntica estatura, usaban el pelo largo, y ambos vestían pantalones acampanados y a la cintura. Por mi parte deseo un emparejamiento que no tienda a desdibujar los contornos que enmarcan la atracción. 

 Mi abuela materna vivió entre sartenes y aunque desde la más minima expresión de sus aspiraciones enturbió languideciendo supeditada a las atenciones a la familia, sobrevivó de largo y con enorme salud a su esposo. Mientras que mi otra abuela, no era sin embargo un calco de su marido en estatura ni en curvas, pero vaya si lo superó en valor y expresión auténtica de su personalidad, aunque ello le costase el precio de una muerte temprana.

 

 

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