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Mi viejo estaba preso en Argentina durante la última dictadura militar y nosotros vivíamos en Cuba, la manera de comunicarnos era a través de la epístola, pero no como hacía el resto de la gente, una carta, un pétalo, un sobre, un sello, un buzón y al mes o un poco más o menos la respuesta en la puerta. No por partida doble, una, porque el correo cubano era de tal calidad que para que una carta llegase a su destino había que enviarla por mano y, la segunda porque además debía ir sin alusiones políticas, ningún comentario que pudiese llevar a los censores de la prisión a impedir que la carta le llegase a mi viejo.
Hubo una época en que una petición recurrente de mi padre era que le que le mandase las letras de canciones de Silvio Rodríguez, me pidió la que estaba de moda en ese momento: “Sueño con serpientes”. Le respondí que yo escuchaba rock y Bee Gees, que no tenía ni idea de las letras de Pablo y Silvio, en realidad pensaba que si le mandaba las letras de sus canciones no iban a pasar la censura, yo tenía en mente la que más me gustaba “Fusil contra fusil” , de su más temprana producción, dedicada a mi tío.
Con el paso del tiempo mi viejo salió de la cárcel y cuando nos reencontramos en Argentina tuvo lugar un recital de Silvio y Pablo en Obras sanitarias, lo fuimos a ver juntos y cuando terminó el concierto, el personal de la embajada cubana en Buenos Aires nos llevó detrás de bambalinas para que mi viejo saludase a Silvio y viceversa. Estaba transpirado como un corredor de fondo, sentado, agotado y con cara de enrome satisfacción, no sé si alguna vez habría soñado semejante comunión con tanto público, fue un concierto mítico, tanto que se convirtió en un disco.
A los dos años de aquello yo había vuelto a vivir a Cuba, y una noche asistí con amigos a un recital de Silvio y Pablo en el Instituto Superior de Arte, otro hito de la Trova, eran miles de asistentes al aire libre que esperaron dos horas a que terminase un concierto de música clásica producto de la descoordinación. La Nueva Trova llevaba años tocando para un público que cabía en el patio de la casona de la cultura, pero tras aquel éxito de Buenos Aires se convirtieron en profetas en su tierra.
Por entonces tenía una novia que era amiga de varios de los componentes de la Novísima Trova, así que esperé el concierto tomando ron en la zona de los camerinos y los pasillos tras los telones, mientras amenizaban la espera Gerardo Alfonso y Santiago Feliú.
De todos modos, la más prometedora de las obras del más brillante de los genios, no tiene lugar hasta que no pase por su más exigente y sensible trámite, el tamiz del broche final, la balanza de la vida.