En una reacción loable, la Involución cubana, al inicio combatió los prejuicios y atavismos católicos con prohibición y profilaxis. No más curas y monjas metiéndose en la vida, la cama y las alegrías de la gente. Plaga que dejó solo a los otrora bárbaros teutones, orientales, y americanos luteranos a cargo de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Las consecuencias se abren paso con asombrosa independencia, y una de ellas fue que apareció una generación que no tenía ningún contén coercitivo frente al disfrute del sexo a cualquier edad, raza y posición social, llegando hasta a "cualquier estado civil", y ahí en las montañas de cuernos imposibles de camuflar, comenzaron a vivirse algunos inconvenientes socioculturales, en contra de los cuales no existe ley ni disposición filosófica o ideológica que los prevea, contenga, ni apacigüe.
Puñaladas en la tierna mañana ronera, del piar de los pajarillos y el canto del gallo. Lo mismo en un barrio popular que en uno fino de la burguesía que debió marchar dejando a los integrantes menos afortunados y por ende más socialistas.
-Tú eres un singao- y tawuata (¿o en aras de no niponizar el castizo coloquial debería ser “taguata”?), una gilda willsmithiana, un estrallón alamareño y gaznata va y gaznata viene.
Esto ocurría cuando se descubría la firme osamenta asomando por las sienes, pero también las pecadoras cobraban sonados tranqueos que nadie en el barrio se atrevía a juzgar.
-Coño, asere, la jeva se lo buscó, el tipo reaccionó como un hombre, un poco tarrú pero hombre al fin.
Así como cristianizar una tierra conquistada llevaba décadas de sangre y esclavismo, descristianizarla, siempre que fuese en virtud de la gozadera más auténtica, llevó un santiamén. Pero así como el pan, la carne o el propio mango, los dispositivos intra uterinos DIU, también "se perdían" con frecuencia, y los preservativos chinos, aquellos que parecían un neumático camionero rodeando el rabo, solían salir a la venta en packs de la suerte, como en una sesión de ruleta rusa, uno de cada paquete iba agujereado.
Los preservativos de caucho reforzado se rompían con la misma frecuencia y facilidad que pincharía la rueda de un camión hecha de preservativos, no sé a cuantos chinos se llevaron al calabozo de los mil años o a la gota fría por estos descuidos, pero en Cuba, cada cuatro polvos uno preñaba, y como el preservativo era el profiláctico que menos rastros del delito tarrual dejaba en el ambiente, pues ahí aparecían las sorpresas y los diferendos en las parejas:
-Coño ¿y ese jabao de donde salió?
Al principio de la Involución sumado al obligado descrédito sobre angelitos y vírgenes, se sumó que Cuba se estaba vaciando, así que se indujo a una explosión demográfica que llevó la isla de seis millones de habitantes a ocho y después no había manera de pararla, así que se pusieron a disposición de todos los singantes, todo tipo de artimañas para detener la hemorragia de fecundaciones.
Así es que entre urgencias de stop, carencias de DIU, pastillas y globitos averiados, se puso de moda el aborto. Y a la conga del traguito, del palito y la gozadera siguió la abortadera, para que no se dieran cuenta los maridos, o los padres de la niña, ni los primos y los vecinos. Cabe recordar que en Cuba confluyeron españoles muy previos a Zapatero y africanos de la tierra Enfí, ni siquiera en laboratorio se podría gestar un especímen con mayor concentración genética de machismo.
Esa fue la Cuba que yo conocí, no había otra cosa que hacer que beber o templar. Aunque hay que admitir que la promoción era exclusiva para el sexo heterosexual, esto conviene aclararlo, porque aunque los homosexuales no se cortaban en practicarlo, más machos de los declarados salían de sus pequeños closets para dar caña a las ofrecidas nalgas de jabalí, en un sucio baño encharcado de meado, para no dejarlos desamparados en sus ensoñaciones ninfómanas, lo cierto es que la represión con ellos era tan dura como en los regímenes de la derecha, en esto como en tantas cosas dictadura de izquierda y derecha se daban la mano y la lengua.
Los abortos eran un método más de anticoncepción, en realidad el más efectivo y socorrido, los hombres asistían unos días antes a los hospitales donde se iría a realizar el legrado y donaban un cuarto de litro de sangre, con lo que eran a la vez recompensados con un bocadito que rara vez contenía jamonada, pero siempre su seguro queso y su juguito de mango o guayaba.
Hoy, a través de la bendición de las redes sociales, he tenido la oportunidad de contactar con amigos del pasado, y preguntar a mis amigas, algunas que hicieron un legrado tras actos sexuales conmigo para lo cual di sangre, estando o sin estar seguros de la paternidad y otras que me habían comentado que se lo hicieron. Esta práctica en mi generación es tan generalizada, que lo raro es encontrar quien no la experimentó, y me respondieron a la pregunta de si habían vuelto a pensar en ello.
En esos días tuve un profundo y acuciado cargo de conciencia por aquellos abortos, a los que hoy no les guardo simpatía alguna, se tiraban los fetos a un cubo metálico al lado de la cama donde estaba la potencial madre, de manera que las mujeres llegaban a ver sus engendros extraídos, me interpeló la culpa de aquel "menefreguismo" tan pronunciado, ni siquiera lo vivíamos como algo importante, y también me pesó el hecho de no haber reparado en ello durante tantos años. De repente me vi pensando que aquellos fetos habrían sido mujeres y hombres como yo era entonces, o quizás más hombres, y seguro mucho más en el sentido de la nueva masculinidad.
Una vieja amiga carnal y nueva virtual me dijo que no quería hablar del tema, otra que sí, lo había pensado y sentía algo extraño al ver a sus hijos cuando pensaba en ello, y las dos que no pudieron o no quisieron tener hijos, me confesaron que pensaban mucho más de lo que les gustaría admitir en aquellos abortos. Recordé una mujer cercana, que se había hecho un montón de legrados, no tantos como Vilar, la del libro, pero una cantidad igualmente temeraria, y casi se queda sin tener hijos, cuando una vez a los cuarenta años, quedó embarazada de un bribón sinvergüenza, pero se plantó y dijo “este no me lo quito” .
La decisión de abortar es un asunto muy personal si una mujer está sola, y muy a discutir si es de una pareja que tiene un proyecto, sé que no hay reglas que sirvan para todos, que cada sensibilidad y cada experiencia es única, y así debe ser cada decisión, pero como a millones de causas posibles solo existen dos soluciones, o nace o muere. Es un asunto lo suficientemente delicado como para que se busquen todas las opiniones, que no se tome "a la cubana", que aun cuando se trate de un asunto de fuerza mayor se piense con todos los sentidos, sobre todo el sentido que tenga presente que, en el peor y mejor de los casos, existe un mañana.
Hoy, ante la revocación de la protección del derecho de aborto en todo el territorio estadounidense, no podemos menos que entristecernos, preocuparnos, alertarnos ante la ola de conservadurismo de corte medieval que se acerca a pasos agigantados amenazando empaparlo todo, lo cual de ninguna manera nos impide reflexionar y meditar a nivel personal acerca del tema. Mujeres y hombres.