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20 Minutos por La Habana- Yusnaby Pérez
Mariela Castro arremete contra la oposición
La directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) e hija del gobernante cubano Raúl Castro define en una entrevista al diario como un " experimento de transformación social"todo lo que
-¡Caballero denle nariz a eso! -dijo mi amigo el Nene causando una mezcla de risa y asentimiento generalizado de los viajeros que se atiborraban al principio de la guagua, mientras el grupo de rusos recién ascendido en la anterior parada, continuaba conversando con el conductor del autobús preguntando algo referente a la dirección a donde se dirigían.
Yo no me había enterado de cual era la procedencia de aquel supuesto fuerte olor que llevó a mi amigo a “pitar” de ese modo, porque me encontraba un poco más adentro, hacia el centro, aprisionado por el resto de componentes de aquella morcilla ambulante encargada de trasladar al pueblo trabajador.
Pero sí que pude enterarme cuando a empellones, hubieron llegado a mi proximidad aquellos ciudadanos técnicos extranjeros provenientes de la “Gran madre patria roja” que desinteresadamente ofrecían sus servicios y auspicio solidarios al indisciplinado pueblo cubano.
¡Santo cielo! eso no era solamente olor a sobacos mezclado con ajo, cebollas, pies, calcetines y otras interioridades, aquello era un fenómeno superior, poseía volumen, aunque no se pudiese notar a simple vista se podía intuir que aquel aroma le daba cierta espesura y consistencia al aire, era el súmmum de lo vomitivo, de lo repugnante, era la verdadera bomba humana, la revelación del secreto de la victoria de los rusos sobre Napoleón y los soviéticos sobre los alemanes. ¡Santo cielo!-repetí.
En La Habana la gente era graciosa cuando estaban en masa, porque el cubano a nivel íntimo es en realidad mucho más melancólico de lo que se cree, pero la identidad colectiva más reconocible es su dicharachería, la risa, los ademanes exagerados al modo andaluz, canario, calabrés o napolitano, y casi siempre cuando alguien con características especiales, subía a una guagua algún gracioso tomaba la iniciativa y expresaba en voz alta un criterio que buscaba convertirse en una gracia, en un chiste.
Cuando algún pasajero reduce su volumen a causa de una accidental pérdida de gas intestinal, los comentarios son generalizados y casi siempre permiten pasar el fétido momento acompañados de carcajadas. Pero nada de eso fue ni siquiera posible con este notable grupo de rusos, que asaltaron a bombazos fétidos nuestro trayecto colectivo, ya suficientemente merecedor de un premio a la resistencia estoica frente al escarnio y el suplicio cotidiano, el comentario del Nene no daba demasiado sitio a la risa, a la gracia, acaso a duras penas conteniendo la respiración, se sostenía la esperanza de salir de allí liberado de una intoxicación letal.
Con todo y eso conseguir ascender, abordar, conquistar otra guagua era considerada una empresa tan arriesgada e improbable, que la gente no sin sopesar el dilema en su fuero interno, en su mayoría se decantaron por continuar en la guagua con un halo de esperanza de que el dios de los Urales, nos asistiese invitando a aquellas sus criaturas, a descender en cualquiera que fuese la próxima parada.
La vida entera estaremos en deuda con las deidades eslavas que atendieron nuestras súplicas haciendo que dos paradas más allá, el chofer les dijese a los aromatizados inocentes que habían llegado a su destino.
Cuando nos hubimos bajado en la parada de Alamar, mi amigo el Nene me espetó:
-Brother al lado de esos bolos tu eres un jabón, un champú, un perfume, un naranjo en flor.
Debo reconocer que casi me incomodó que alguien me hubiese arrebatado con tal nitidez y rotundidad la presea que me otorgaba mi desafección a la ducha y la consiguiente inclinación a las esencias enfrascadas.
Por entonces yo solía pensar, que quitando todo lo referente a la temeridad, a la propensión al trabajo, al afecto al sacrificio y a la espantosa repentina atracción por la estética comunista, una de las pocas cosas que sí me situaban en primera línea de parentesco con mi tío Ernesto, era precisamente esa desaprensión a las citas higiénico sanitarias con el agua y el jabón, además de compartir el disfrute de la poesía y de las cosas genuinas.
Quizás fue por ello que me causó un instintivo rechazo más que por cualquier otra razón, la noticia de estos días de que en el marco del aluvión de actuales disparates y los coqueteos con la fruta prohibida por décadas de las diversas formas de mercadeo, que está atravesando, disfrutando o padeciendo Cuba y sus políticas, se incluía la aparición de dos originales fragancias enfrascadas por un ministerio del Estado, por supuesto para vender en moneda de valor en divisas, llamadas una de ellas "Ernesto" por el Che Guevara, y la otra "Hugo" por Chávez.
Perfume Ernesto.
¿Podría algo superar aquella estrambótica invitación en la escuela primaria cubana a ser como el Che, todas las mañanas, en cada matutino escolar luego de saludar la bandera?
Aquella frase de: Pioneros por el comunismo ¡Seremos como el Che! para mí, lejos de invitar a los niños a ser disciplinados, obedientes, rectos, delatores de sus compañeros, o amantes del jabón, precisamente incitaba a los pioneros a lo opuesto, ser como el Che era mostrarse rebelde, desobediente, critico ante el poder, original, libre pensador, autónomo, y en temas de aseo, por supuesto, muy, pero muy poco apegado al paso por la duchas.
Más que el hecho de que cada día sin pedir disculpas, sin abandonar el poder por el estrepitoso fracaso por las penurias infligidas, comandasen nuevas ocurrencias para llevar a una especie de menjunje, de cóctel terriblemente injusto mezclando lo peor del socialismo con lo peor del capitalismo al país caribeño, la misma dirigencia, las mismas personas, que habían reprimido durante años con mano intransigente, cualquier desviación ideológica de los cerrados principios dogmáticos importados de la fría y lejana Rusia de los sobacos prohibidos, más que el hecho irritante de que sean ellos quienes hoy mercadeen con las imágenes y los fetiches revolucionarios; más incluso que por el hecho del ultraje a la razón que significa comparar, ubicar en el mismo parangón, en la misma línea ideológica, de vida, de clase, de finalidades, de objetivos y de procedimientos, a dos seres tan disímiles como pueden haber sido Ernesto Guevara y Hugo Chávez, uno, la persona más ácida y menos populista y demagoga de sus tiempos, y la otra la persona más cubierta por barnices y vacía de contenidos, de sustrato y sustento filosófico, uno, un intelectual de la acción y el otro un prestidigitador de los tiempos que corren, en todo caso en ese terreno mucho más emparentado con Fidel, dicharachero, encantado de conocerse, de ejercer el culto a la personalidad hasta el paroxismo, un hombre procedente del ejército, que hizo carrera de la obediencia, de la obsecuencia, del no debate, de la no discusión, aunque luego paradójicamente y también a diferencia de Ernesto, fue un buen usuario de las urnas para sus finalidades de poder , y más que probablemente como corresponde a un natural de un país cálido, haya sido un hombre limpio, aseado, enjabonado, planchado, peinado, insípido, impersonal como toda piel recién liberada de su ph genuino con el restregar de la esponja, incluso mucho más que las abismales diferencias entre esos célebres latinoamericanos, y la descarada adaptación de la dirigencia cubana al nuevo estilo de sociedad dictatorial china, de concesiones mínimas en lo económico pero intransigencia total en el control político, aún más que todo eso me incordió el hecho, de que algún atrevido desalmado de algún departamento ministerial, me usurpase sin más uno de los escasos parecidos indiscutibles que me identifican con la figura de mi tío, me habría sentido menos agraviado si en su reclamo publicitario rezase: "Si eres del estilo del Che, neutraliza el tufillo de tu sudoración comunista con en esta colonia de gran raigambre revolucionaria", en lugar de bautizar a dicho extracto de esencias con el nombre de -Ernesto- en honor al "buen olor" que el conocido revolucionario solía pasear por pampas, selvas y ministerios.
Pero-me dije- no hay demasiado motivo para la preocupación, el paso de los años me ha acercado entre otras sorpresas, la de verme convertido en un hombre aficionado a esas excéntricas sesiones periódicas de agua enjabonada, aunque he de admitir que en cuestión de perfumes, como siempre, sigo prefiriendo lo francés.
Sarita intentaba comer carne de vaca a todas horas, los muchachos de Ciego de Ávila decían que estaban tan acostumbrados a comer bistec todos los días en sus casas que no importaba si dejaban de comerlo algún día, lo decían delante de ella y del maquinista que era también de Santiago de Cuba y también le daba a la carne que era un espectáculo temiendo no volver a verla en el resto de la existencia.
Sarita se picaba con las puyas pero no dejaba de comer sus bistecs con cebolla, ajito y limón.
Un día fuimos a su casa a buscarla porque teníamos que zarpar antes de lo previsto, y la madre nos dejó en el salón de su casa, sentados en sillones balancines de preciosa madera y confección. Nos ofreció café, Sarita demoraba y nos ofreció otra tacita más, mientras yo me entretenía observando la casa, el techo azul, con artesonados, tenía vigas a la vista, las rejas de las ventanas habían sido hechas muy cuidadosamente por algún buen herrero de los ya muertos, y desde allí se veía el empedrado de la calle, esa casa tenía en sí más buen gusto que todas la conversaciones que manteníamos cada noche. Y entonces Sarita Salió por fin pero con la cabeza tapada por una especie de gorro de baño.
Cuando llegamos al barco en el coche Sarita se metió en el camarote y zarpamos, a las dos horas, Ponce la llamó y le dio la orden de entrar al agua y practicar un buceo mientras nosotros observábamos en la borda mirando. La chica no quería de ningún modo, hasta que no tuvo más remedio que tirarse con el equipo, salió con el pelo absolutamente enroscado, a merced de toda la grasa que se echaba, intentaba taparlo de cualquier manera, y corriendo al camarote para echar mano de su máquina de alisar y pasarse las próximas horas en esa ardua tarea, que cualquier improvisto como aquel podía derribar, me dio pena que pensase que hasta ese día no era evidente la escasa suavidad de su pelo. y me di cuenta hasta en que pequeñas cosas está presente la ignominia que debieron sufrir esos seres humanos completamente abusados y desprovistos de todo , hasta del simple orgullo de mostrar su belleza. Ella tenía el pelo largo por los hombros, cada noche le pasaba la plancha para que quedase liso, algo que hacían muchas mujeres mulatas, yo prefería la belleza de ese tipo de pelo enrulado, pero las que eran más claras de piel quizás pensarían que estirándoselo podrían pasar por blancas, y que gozarían de mejor status.
El resultado de aquel pelo duro caído sobre el hombre podía ser pasable solo si se tratase de una foto, pero que en la realidad cuando la mujer mueve la cabeza, va en todas direcciones como un casco, era para mí mucho más agraviante que cualquier sitio al que las pudiese condenar el prejuicio racial, ya que se sumaba el elemento de la anomalía. Pero aún así podía comprenderla.
Era algo más profundo que un simple patrón estético el que ella ocultaba. Sobre esta particularidad de los descendientes de africanos en América leí muchos trabajos, siempre escritos por blancos que estudiaban la negritud, pero nunca pude leer algo que sitúe la belleza o menoscabo de la raza afroamericana alejada de estridentes orgullos o complejos raciales, por eso considero que el crimen aquel aún continúa vivo, nadie que viva hoy es culpable, pero aún hay víctimas, tan brutal fue lo que se hizo. Entendía el principio de su complejo. Si bien yo siempre sentí aprecio por mi pelo oscuro, sabía que no era un patrón precisamente de representación del poder de tipo europeo, ya que indicaba que podía descender de africanos, de indígenas o de judíos, sin embargo hacer algo por disimularlo me habría parecido además de una tarea ardua que no merecía tal esfuerzo, un serio ataque a mi ya deficiente estructura de amor propio. Por otro lado quizás gracias a la libertad que me obsequió mi perenne actitud de concentración exclusiva en mis cavilaciones, siempre le brindé muy poco interés a las convenciones, y de alguna manera me quedó la convicción de que justamente, la raza de Sarita no solo no tenía nada de qué avergonzarse, sino que si afinamos la óptica de observación acaso cuenten con muchos más motivos para sentirse dichosos y agradecidos de la naturaleza que la gran mayoría. Pero el orgullo de una etnia que se le había dado históricamente un trato tan duro, y se le continuaba tratando despectivamente en la Revolución de todos, es algo que precisa de trabajo y de un definitivo destierro de prejuicios tan bochornosos.