cuba flash.
Quince abortos
Hay un debate abierto sobre un libro de la escritora portorriqueña Irene Vilar, que relata como practicó quince abortos.
En una seguidilla de quince abortos en la misma persona se puede apreciar una propensión tan personal como intrasferible a un comportamiento patológico, pero en la mayoría de los abortos, sí que existen una multiplicidad de factores externos responsables compartidos con los de quien toma la decisión final.
Este tema me llevó a recordar la frecuencia y normalidad con que se realizaban abortos en Cuba, casi como una medida anticonceptiva.
En una reacción loable, la Involución cubana, al inicio combatió los prejuicios y atavismos católicos con prohibición y profilaxis. No más curas y monjas metiéndose en la vida, la cama y las alegrías de la gente. Plaga que dejó solo a los otrora bárbaros teutones, orientales, y americanos luteranos a cargo de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Las consecuencias se abren paso con asombrosa independencia, y una de ellas fue que apareció una generación que no tenía ningún contén coercitivo frente al disfrute del sexo a cualquier edad, raza y posición social, llegando hasta a "cualquier estado civil", y ahí en las montañas de cuernos imposibles de camuflar, comenzaron a vivirse algunos inconvenientes socioculturales, en contra de los cuales no existe ley ni disposición filosófica o ideológica que los prevea, contenga, ni apacigüe.
Puñaladas en la tierna mañana ronera, del piar de los pajarillos y el canto del gallo. Lo mismo en un barrio popular que en uno fino de la burguesía que debió marchar dejando a los integrantes menos afortunados y por ende más socialistas.
-Tú eres un singao- y tawuata (¿o en aras de no niponizar el castizo coloquial debería ser “taguata”?), una gilda willsmithiana, un estrallón alamareño y gaznata va y gaznata viene.
Esto ocurría cuando se descubría la firme osamenta asomando por las sienes, pero también las pecadoras cobraban sonados tranqueos que nadie en el barrio se atrevía a juzgar.
-Coño, asere, la jeva se lo buscó, el tipo reaccionó como un hombre, un poco tarrú pero hombre al fin.
Así como cristianizar una tierra conquistada llevaba décadas de sangre y esclavismo, descristianizarla, siempre que fuese en virtud de la gozadera más auténtica, llevó un santiamén. Pero así como el pan, la carne o el propio mango, los dispositivos intra uterinos DIU, también "se perdían" con frecuencia, y los preservativos chinos, aquellos que parecían un neumático camionero rodeando el rabo, solían salir a la venta en packs de la suerte, como en una sesión de ruleta rusa, uno de cada paquete iba agujereado.
Los preservativos de caucho reforzado se rompían con la misma frecuencia y facilidad que pincharía la rueda de un camión hecha de preservativos, no sé a cuantos chinos se llevaron al calabozo de los mil años o a la gota fría por estos descuidos, pero en Cuba, cada cuatro polvos uno preñaba, y como el preservativo era el profiláctico que menos rastros del delito tarrual dejaba en el ambiente, pues ahí aparecían las sorpresas y los diferendos en las parejas:
-Coño ¿y ese jabao de donde salió?
Al principio de la Involución sumado al obligado descrédito sobre angelitos y vírgenes, se sumó que Cuba se estaba vaciando, así que se indujo a una explosión demográfica que llevó la isla de seis millones de habitantes a ocho y después no había manera de pararla, así que se pusieron a disposición de todos los singantes, todo tipo de artimañas para detener la hemorragia de fecundaciones.
Así es que entre urgencias de stop, carencias de DIU, pastillas y globitos averiados, se puso de moda el aborto. Y a la conga del traguito, del palito y la gozadera siguió la abortadera, para que no se dieran cuenta los maridos, o los padres de la niña, ni los primos y los vecinos. Cabe recordar que en Cuba confluyeron españoles muy previos a Zapatero y africanos de la tierra Enfí, ni siquiera en laboratorio se podría gestar un especímen con mayor concentración genética de machismo.
Esa fue la Cuba que yo conocí, no había otra cosa que hacer que beber o templar. Aunque hay que admitir que la promoción era exclusiva para el sexo heterosexual, esto conviene aclararlo, porque aunque los homosexuales no se cortaban en practicarlo, más machos de los declarados salían de sus pequeños closets para dar caña a las ofrecidas nalgas de jabalí, en un sucio baño encharcado de meado, para no dejarlos desamparados en sus ensoñaciones ninfómanas, lo cierto es que la represión con ellos era tan dura como en los regímenes de la derecha, en esto como en tantas cosas dictadura de izquierda y derecha se daban la mano y la lengua.
Los abortos eran un método más de anticoncepción, en realidad el más efectivo y socorrido, los hombres asistían unos días antes a los hospitales donde se iría a realizar el legrado y donaban un cuarto de litro de sangre, con lo que eran a la vez recompensados con un bocadito que rara vez contenía jamonada, pero siempre su seguro queso y su juguito de mango o guayaba.
Hoy, a través de la bendición de las redes sociales, he tenido la oportunidad de contactar con amigos del pasado, y preguntar a mis amigas, algunas que hicieron un legrado tras actos sexuales conmigo para lo cual di sangre, estando o sin estar seguros de la paternidad y otras que me habían comentado que se lo hicieron. Esta práctica en mi generación es tan generalizada, que lo raro es encontrar quien no la experimentó, y me respondieron a la pregunta de si habían vuelto a pensar en ello.
En esos días tuve un profundo y acuciado cargo de conciencia por aquellos abortos, a los que hoy no les guardo simpatía alguna, se tiraban los fetos a un cubo metálico al lado de la cama donde estaba la potencial madre, de manera que las mujeres llegaban a ver sus engendros extraídos, me interpeló la culpa de aquel "menefreguismo" tan pronunciado, ni siquiera lo vivíamos como algo importante, y también me pesó el hecho de no haber reparado en ello durante tantos años. De repente me vi pensando que aquellos fetos habrían sido mujeres y hombres como yo era entonces, o quizás más hombres, y seguro mucho más en el sentido de la nueva masculinidad.
Una vieja amiga carnal y nueva virtual me dijo que no quería hablar del tema, otra que sí, lo había pensado y sentía algo extraño al ver a sus hijos cuando pensaba en ello, y las dos que no pudieron o no quisieron tener hijos, me confesaron que pensaban mucho más de lo que les gustaría admitir en aquellos abortos. Recordé una mujer cercana, que se había hecho un montón de legrados, no tantos como Vilar, la del libro, pero una cantidad igualmente temeraria, y casi se queda sin tener hijos, cuando una vez a los cuarenta años, quedó embarazada de un bribón sinvergüenza, pero se plantó y dijo “este no me lo quito” .
La decisión de abortar es un asunto muy personal si una mujer está sola, y muy a discutir si es de una pareja que tiene un proyecto, sé que no hay reglas que sirvan para todos, que cada sensibilidad y cada experiencia es única, y así debe ser cada decisión, pero como a millones de causas posibles solo existen dos soluciones, o nace o muere. Es un asunto lo suficientemente delicado como para que se busquen todas las opiniones, que no se tome "a la cubana", que aun cuando se trate de un asunto de fuerza mayor se piense con todos los sentidos, sobre todo el sentido que tenga presente que, en el peor y mejor de los casos, existe un mañana.
Hoy, ante la revocación de la protección del derecho de aborto en todo el territorio estadounidense, no podemos menos que entristecernos, preocuparnos, alertarnos ante la ola de conservadurismo de corte medieval que se acerca a pasos agigantados amenazando empaparlo todo, lo cual de ninguna manera nos impide reflexionar y meditar a nivel personal acerca del tema. Mujeres y hombres.
Urales en el Caribe
Tenía dos casetes de música jazz, de noventa minutos cada uno. Uno era de Louis Armstrong y el otro de Glenn Miller, me encantaba el swing y el sonido New Orleans, así que cuando me metía unos buches de ron en mi casa de 1ª y 16 y me iba caminando al Sierra Maestra, a darme un baño, comer una hamburguesa, tomar un laguer y ver a amigos y materiales, muchas veces iba tarareando The bucket's got a hole in it o Chattanooga Choo Choo, sabroso por avenida primera, medio en pedo , el sol en la cara, la camisa abierta, el blue jean empercudido y las botas calientes, nada de short y chancletas como se usa hoy; a la playa había que ir como a la fiesta, después habría tiempo de cambiarse.
A veces paraba un ratito en 12 para mirar las jevitas ricas que se arriesgaban a alimentar las fantasías de los rescabucheadores que más de una vez cobraron gruesos tranqueos por pajuzos. Había una niña que me tenía loco, lo que se dice arrebatado, en aquel tiempo no se usaba tanga en Cuba, ella era la precursora, pero eso no sería nada sin su clase de culo y Papa John's, que aunque no tuve el gusto de conocerlo personalmente, se podía intuir sin mucha dificultad atendiendo al sitio donde se hendía la prenda premonitoria. Después pasaba el Karl Marx fijándome siempre de reojo, desde el inconsciente, si alguna vez se les volvía a ocurrir ocultar a toda la población un festival de rockeros y estrellas del pop internacional como aquel que me perdí a finales de los setenta. Pero nada, alguna vez los Son 14, o los Van Van, en tiempos en que los pepillos no escuchábamos música de guapos, un par de años más tarde todo se mezcló y hasta Manyenye comió ajonjolí.
Más adelante el Cristino, donde solo iban familiares de pinchos como podía ser yo pero sin ser mi caso, y chivatones de los de verdad. Donde años más tarde una prima no mía, sino de la planta de mi pie cuando lleva una semana sin agua y jabón, negó la entrada a mi hijo que vivía en 5ª y 10 porque no era hijo de revolucionarios, a un cumpleaños de su niña, que pobrecita no era culpable de las consecuencias de la deformación de una bola de cebo tan grande. Y unos pasos más allá, el drive way del Sierra Maestra, con su vigilante en la entrada, su tienda de productos especiales para técnicos extranjeros donde compraba mi madre, los cartones de cigarrillos Populares, la jamonada, el queso, el ron Legendario, el laguer cubano sin etiqueta, el Polar, el Hatuey y el Pilsen Urquell. también el vino búlgaro Cabernet. Y mucha más comida, tabaco y curda que la que había en la bodega.
Aquello era un abuso que a mi me avergonzaba, y por eso en vez de manifestarme mediante la abstención, llevaba amigos y novias a casa a comer todos los días, de esa forma pagaba la culpa de ser participe del engaño de la igualdad. Tenía un carnet de técnico extranjero, casi nunca me lo pedían a la entrada del Sierra, pero por si había un guardia nuevo, o un "imperfecto", lo llevaba encima.
A la entrada, iluminado con el sol que penetraba por los dos flancos, desde el mar y desde el cielo abierto de esa pequeña ensenada que hacía la costa de La Habana en ese punto, el mármol del suelo brillaba y el perfume del salitre empujaba a la cafetería de la entrada, para tomar una Pilsen fría. A esa altura generalmente ya me solía encontrar a un amigo, una muchacha, un primo, o cualquiera para meter una muela, la que se terciase, la que el estado de ánimo y el humor sugiriesen. Pero nada de política, en Cuba no se hablaba nada de eso, al revés de lo que la gente de afuera de la isla piensa, esa omni y multi presencia de la jerga política, ideológica, adoctrinada y alienante, causaba el efecto opuesto, en cuanto el cubano se despegaba de la muela oficial, del poema obligado, hablaba de todo menos de política.
A veces estaba Fernando, a veces el dominicano perverso, a veces Niurka, a veces Natalia, la bailarina de ballet acuático, a veces Renata, Suzanna, a veces el otro Fernando, el colombiano loco que sacó la cara por mi años atrás en la beca cuando me tenían loco a botazos voladores nocturnos llenos de meado, a veces a Robertón, que era un hacha para todos los deportes, apenas había empezado a jugar voleibol en la canchita de atrás de la piscina y ya era el mejor, igual que al wind surf, se subió a una tabla y navegó. No teníamos tablas como las que había en el capitalismo, pero teníamos alguna tabla y su botavara, lo cual era un lujo. Pero el que con más frecuencia encontraba antes de entrar, o íbamos desde mi casa porque era cubano y tenía que entrar con un extranjero, era mi amigo desde que llegué a Cuba diez atrás, Evelio, que era esponja igual que yo.
Esa vez lo encontré ya adentro, tomando una cerveza en el muro que daba al mar.
-Que volá yenika, me entró Fernan.
-Qué volaíta brother, hoy traje eso.
Yo también tenía la botella fría en la mano, le dije que fusemos atrás. Tras bañarnos en la piscina grande, en el mar nadando hasta los yakis que habían situado para que las marejadas no arruinasen las fachadas. Una vez me nadé con una titi amiga hasta los yakis, cubanismo que proviene del término “jaks”, y nos pusimos a singar con frenesí, con el sol lamiéndonos la espalda y la frente, de cara al cielo y a la orilla de enfrente a noventa millas, uno de los palos más ricos que se pueden echar en Miramar, porque la estructura del yaki permite acomodarse para mamar bollo, luego subir para ser succionado en el rabo, e invita a distintas posiciones para la singuetta. La singuetta es como la vendetta pero en plan bueno.
Y cuando cayó el sol le dije a Evelio- vamos a jamar algo- nos pusimos en la cola de la cafetería de la piscina, y de repente se me coló una rusa, el Sierra Maestra era más que nada hogar de rusos, que escudaban sus acciones en la isla bajo la denominación de técnicos extranjeros, pero eran militares, maestros de técnicas policiales, algún ingeniero, y mucho chivatón de su compañero que a su vez era vigilante de otro. Porque los que más hacían negocios en mercado negro entonces eran los rusos, compraban lo que no iban a consumir de la tienda de privilegios, y lo revendían en la poca población con que se dignaban a hablar. Había también polacos, húngaros, rumanos, búlgaros, ninguno de estos soportaba a los rusos, y eso que eran todos de partidos comunistas de sus países, si no salía nadie. Yo tuve amigos rusos, alguna noviecita también, aunque la rusa de esa época no se parecía en nada a la que anda ufana llena de rublos hoy por Marbella, esbeltas, producidísimas, lacadas, plastificadas, pero lindas. No, aquellas eran como salidas de una dacha, el traje de baño partía hacia abajo casi desde el sobaco, que dicho sea de paso, cada uno de aquellos sobacos sí que eran un arma letal mil veces más poderoso que todo el arsenal estadounidense, se bañaban en la piscina nadando en estilo pecho sin meter la cabeza en el agua, usaban gorros de pelo, y en la parte que hacían pie, siempre había algunas parejas de rusos jugando ajedrez con un tablero flotante, y miraban con ojos de oso con rabia a los niños que salpicaban o saltaban desde el borde en vez de hacerlo en la parte profunda y desde el trampolín. Los demás "técnicos" no se sentían cómodos con los rusos porque estos se creían superiores, bueno, no es que se creyesen, estaban situados en instancias superiores, y a los cubanos, que eran los encargados de construirles el edificio Mazinger, la embajada fortaleza más hostil con la estética de la Historia, ni siquiera les hablaban. De hecho los rusos no dejaron ni una costumbre en herencia tras su colonización del país, tras la caída de la URSS nadie extrañó los muñequitos, las películas, los sobacos ni a los propios rusos, exceotuando la "carne rusa" nadie se volvió a acordar de ellos. Salvedad hecha por las numerosas parejas ruso-cubanas que vivían de manera normal en la isla, generalmente compuestas durante el período de trabajo o estudio del cubano/a en tierras eslavas.
Le toqué el hombro a la rusa, y le dije que se me había colado, yo también era "técnico" .
-Mucho poco tiempo Cuba, no habla española- me dijo la muy descará.
Cuando cogía aire para decirle no recuerdo que barbaridad, Evelio me hizo señas de que la dejase por imposible, ¡él! justo él que cada día si querías ver una bronca a la salida del colegio Orlando Pantoja, a las 4 y 20 en la sinagoga lo tenías en el ring. Pero tenía razón, la rusa se empacó, se cuadró como una gendarme y no estaba dispuesta a deponer su derecho a arrebatar a los cubanos, a los aplatanados, o al resto del mundo incluso, su puesto para el helado. Cuando le tocó, la rusa dijo en español acentuado con el tono especiado de la taiga:
-Compañera, bocadita di qiueso-
Y entonces le dije: Tú sí que sabes hablar español y colarte como un cubano- Lo sardónico del caso, es que entre todos esos que llamábamos rusos, una enorme cantidad eran ucranianos, como lo fue Nikita Jruschev.
Cogimos un bocadito cada uno, y ya cayendo el sol, le dije a mi amigo, hoy nada de materiales ni socios, que traigo el Jazz. Lo que él ya sabía. Le llamaban ñaña, efori, veneno, eran unas hojitas de marihuana seca envueltas en papel de estraza, lo que en aquella Habana de inicio de los ochenta era un porro, al coste de una “monja”, cinco pesos, de los pesos que valían, que traían a Maceo altivo, orgulloso, casi como un ruso en en el Sierra Maestra, no como hoy que el pobre está en los billetes alicaído, tumbado, sin machete ni cohete. Fumamos el porro y Evelio me decía -brother no me hace ná- y cada vez que lo repetía demoraba más en terminar la frase, hasta que empezó a reírse, y yo me empecé a deshollejarme a carcajadas. La cantidad era escasa pero era del Esacambray, una calidad superior.
En esa época y aún hoy, fumar yerba era un delito muy penado por la ley, por eso me refería a quemar una ñaña, como : " tocar Jazz"; así que para honrar el mote apelativo nos pusimos a cantar los temas de jazz de Armstrong y Miller, a dos voces, dos trompetas, dos baterías, en el fondo de las piscinas del Sierra, frente a las cabañitas, a los yakis, al sol del mar naciente cayendo sobre nuestra nota de ron, laguer y jazz.
No dejamos de reírnos hasta que nos despedimos en la parada de la guagua recordando la recién aprendida frase que marca la superioridad racial de los Urales:
"Compañera, bocadita di quieso"
Dientes de perro
Buenos Aires vida cotidiana y alienación, ¿te acordás que fue el primer libro que me recomendaste?
-No era alguno de Bukowski?
-No, cuando te conocí todavía no lo habías leído.
Gabor sentía un enorme placer en esas conversaciones que evocaban el transcurso de cualquier tiempo pasado sentados leyendo, discutiendo sobre películas, libros , fumando marihuana o contándole historias cómicas, sentía que no existía nada que lo pudiese afectar mientras estuviese hablando con Lesa o recordando esas charlas en una nueva conversación, hablabando de tiempos pasados sentados en los mismos sillones, cruzándose las mismas miradas y escuchando el mismo tono de voz. Aunque entre visita y visita su vida cotidiana fuese muy distinta, sin hombros relajados, sin el culo bien apoyado en un sillón y los pies cruzados sobre los tobillos en actitud de “nadie me espere porque de aquí no me pienso mover en mucho rato” .
Gabor tenía solo veinte años cuando conoció a Lena, el doble de su edad, ella le enseñó secretos de Buenos Aires y de su riqueza cultural que él no conocía, y que de no haberla conocido probablemente jamás habría pasado ni cerca. A cambio él le aportaba a ella la desfachatez y ausencia total de melancolía del joven que acababa de despedirse de la adolescencia, estrechaba la mano de la adultez y experimentaba la inmortalidad, el mundo se reducía a una bocanada de aire que podía deglutir y devolver hecho poesía en un suspiro.
Había atravesado cada uno de lo estadios del alcoholismo y más reciente de la adicción a la cocaína, pero ya no tenía otra cosa que contenes y límites, vivía entre consideraciones, balances, reflexiones, reparos y frenazos. Ya nada era como antes, largarse a correr y sentir que las zapatillas se gastaban a un ritmo desenfrenado, gastando la suela hasta casi dejar las plantas de los pies al aire, al asfalto y las piedritas que hacen que uno deje de correr, tan poco habituado a pisar elementos sólidos y puntiagudos, como los negritos cubanos que corrían por el diente de perro en el malecón hasta que llegaban al borde y saltaban al agua, lo que embargaba a Gabor de un barniz familiar de la envidia, peor no era exactamente envidia, era más admiración, quedaba seducido por algo que él jamás podría hacer, ya que las veces que intentó emularlos, apenas se quitó el calzado, que tampoco era cuestión de dejarlo con el pantalón sin vigilancia, ante un más que posible extravío, iba pisando con el costado del pie, dando pequeños respingos cuando el dolor de la piedra erosionada se hincaba en sus plantas delicadas, pero ¡ah! La venganza llegaría rápido, muy de prisa, en solo unos segundos y delante de los propios ofensores, ellos solo eran buenos hasta el borde del diente de perro, una vez que habían saltado al agua no valían mucho, en cambio Gabor nadaba como una tabla de surf, con estilo aprendido de niño en una piscina porteña con profesor de natación, y encima, le gustaba el mar, así que se alejaba de la orilla como solo hacían los pocos que se adentraban con patas de rana careta y escopetas de ligas para pescar algo mejor que un pez mojonero. Se alejaba tranquilo ya que siempre dejaba a un amigo al cuidado de la ropa. Ya nada era como tirarse al agua tras llegar al borde la cueva de los tiburones con una torpeza digna de las mayores burlas, y después llegar casi al primer veril con estilo de Weissmuller.
Bisne ámbar
En una época viví la noche y la vida hedonista en La Habana, cuando pude dejar de estudiar dejé, me metí en una trabajo en Centro Habana que se llamaba CEDISATEMA, de la incipiente computación. Computadoras de tarjetas, dentro de espacios acondicionados con operarios vestidos de blanco, como médicos. O enfermeros. Yo entré al departamento de Mantenimiento. Ahí conocí un flaco, de Centro Habana que me introdujo en el mundo del "bisne", en aquella época si un cubano sin "padrino" tocaba un dólar podía ir preso hasta cinco años, a lavar prendas interiores y lustrar protuberancias de asesinos y violadores. Era un delito riesgoso, pero aún así algunos se atrevían a caminar tras los turistas audaces que entraban a los barrios, o se arriesgaban a ir a las inmediaciones de los grandes hoteles, para cazar "yumas" y cambiarles pesos por dólares, tres a uno, y o bien pedirle a ese mismo Yuma, si hablaba español, que les comprase en las tiendas, o buscarse un extranjero residente en la isla que pudiese entrar a las tiendas de Intur, las Easy Shopping, el Seaman's Club, o la diplotienda de 5ª y 42 en Miramar, para comprar montones de chancletas, "pulovitos" "pitusas" baratos o alguna otra prenda que tuviese mucha salida en la cuadra.
Aquella circunstancia era todo un aliciente para ni estudiar ni trabajar, así que dejé de ir a CEDISATEMA, a los dos meses me encontraron en casa para que firmase la baja por la ley 32.
Con tanto tiempo libre y habiendo casi únicamente ron Legendario y Bocoy en los bares y pizzerías, me aficioné a este jugo añejo de la caña de azúcar. Y como una cosa lleva a la otra, empecé a entrar en esos piringundines a veces, otras en bares de reputación mejorable o en esos cabarets de bailarinas sudorosas, donde dada la cercanía no me quedaba más remedio que alternar con damas que los Stones llamarían de Honky Tonk. Algunas maravillosas, otras no tanto, pero la mayoría al final grandes compinches. Eso sí, dos cosas, templar y no confiar en el amor ni la amistad eterna, más allá del rato en que rabo permanecía enfundado, o mientras el billete del bisne alcanzaba para el jugo de caña y algún aperitivito.
Primero le llegó la bola al responsable de Departamento de América mientras era solo "regado", a ICAP cuando pasé a ser vago y curda, a tropas especiales cuando ya me colgaban cartel de bisnero y marihuanero, y al secretario de Guarapo cuando ya el run run era de antisocial, lumpen, delincuente. Y entonces me la aplicaron.
Pero hasta entonces vacilé como una familia de moscas en un baño de Coopelia. También había momentos de salir disparado como alma que se la lelva el diablo, porque me engolosiné con los bisnes, y a veces me jamaba al moreno que me daba los "fulas" . Los vacilones salidos de las "líneas" acaso sean los más disfrutables, cada minuto no exprimido puede descoordinar mañana con un trancazo, una puñalada o un exilio forzoso del barrio, por eso se disfruta milimétricamente.
Las historias que conocí de las damas que me acompañaban en el discurrir de las horas, en el pulido del tiempo, ya fuese por sus confesiones o por las de terceros, dejaban a Amber Heard como una niña de parvulario. Limpiaban como si fuesen vasos, bolsillos de gavilanes desprevenidos o confiados, muy a menudo seres infinitamente más despreciables que ellas. Y si el tipo una vez liviano como pluma en turbina, se ponía pesado, le corrían bola de abusador para que los primos le diesen una buena medicina, o de ganso, para que él solito se enterrase vivo.
Ambers Heards de sandunga que con el Mitú habrían sacado mínimo, un imperio y dos colonias, sin moverse de La Rampa,
El valle de los simuladores
Cuando en 1987 Fidel le dio tanta importancia y privilegios a Maradona, me sorprendió, porque en Cuba había enormes deportistas, algunos habían sido tres veces campeones olimpicos y tres veces mundiales, y sin embargo si se les descubría un sólo dólar, no los millones que cobraba Diego, les quitaban todas las medallas, todos los récords, los borraban de los libros de deportes y según el caso hasta podía ir preso. Ni que decir si se le encontraba un porro de marihuana, no quisiera pensar en la cantidad de efectivos en su paredón de fusilamiento si lo descubrían con un kilogramo de cocaína suministrado por la Camorra más ultraderechista, o por los narcos argentinos.
Nunca entendí esa seducción que ejercía sobre él todo lo que no fuese cubano, como con el periodismo, no dio ni una sola entrevista que valga la pena a un cronista nacional que no fuesen esos zurullos vergonzosos en que Randy con la sonrisa congelada, se quedaba de pie sempiternamente esperando a que Maraña dejase de balbucear y le concediese permiso para sentarse. Todos fueron a los Lisa Howard, Barbra Walters, Maria Shriver, Gianni Mina, Frei Beto, Tad Szulc, Oliver Stone. Sentía pasión porque los extranjeros lo admirasen, y el clímax lo embargaba si eran estadounidenses.
Pero lo de Maradona no lo entendí durante mucho tiempo, ese amor, esa pasión, esa sumisión; hasta que me di cuenta de que distaba mucho de ser por su admiración al fútbol, al que en Cuba se llamaba balompié y no lo había jugado nadie fuera del estadio de la cervecería Cristal, después llamado Pedro Marrero, donde quienes lo jugaron, cuando terminaban tenían que ir al cercano hospital ortopédico Fructuoso Rodríguez, para enyesarse los tobillos y curar las fracturas producidas por las patadas que se propinaban veintidós jugadores en molote.
Me di cuenta que como a Trudeau, a Errol Flynn, a cada revolucionario de América latina, a Perón, a Brezhnev, a Allende, a los afroamericanos de Harlem, a sus comandantes, sus amigos, hermanos, padres y santos, a todos, sin excepción los usaba y los tiraba cuando no les servían más. Como hizo con Camilo, con el Che, con De la Guardia, con Ochoa, con Haideé Santamaría, con el propio Teofilo Stevenson, con Savon o con Alberto Juantorena.
Pero aún así no entendía por qué Maradona. Hubiese sido más comprensible que le diese esa cancha a un beisbolero de las grandes Ligas norteamericanas que fuese progresista, un negro, un latino, un basquetbolista de la NBA ¡cuantos no habrían suspirado por el amor de Guarapo!
¿Por qué Maradona? Con el tiempo me di cuenta de que además de usarse mutuamente de cara al mundo para sus intereses, eran iguales, idénticos salvando el abismo cultural que los separaba, al futbolista solo una cosa le gustaba más que la atención de todo el auditórium, una montaña de billetes de moneda estadounidense, y a Guarapo el poder absoluto. Ningún dinero compra lo que Fidel poseía en Cuba bajo el ala de su poder.
Esa mezcla de amor y temor, uno necesitaba la cancha llena y el otro la plaza abarrotada, coreando sus nombres como un chute de alaridos en las arterias, y en las venas del rabo siempre temeroso de fallar un día en público, sin secretos, sin escondites.
En el valle de las simulaciones.
15 de noviembre
Soy del criterio que la Revolución /Involución cubana no fracasó, sino de que "ha fracasado".
La primera afirmación se aplica a la cosa acabada, concluida y enterrada. Esa aseveración se podría aplicar a la URSS, por ejemplo. Pero no aún al experimento cubano, como no podrían aplicarse al francés. En cambio, la segunda afirmación implica que lo hecho hasta ahora no ha funcionado, no al menos atendiendo a sus objetivos primigenios; pero no implica la imposibilidad de hacerse, de empezar a enmendar errores políticos, económicos e ideológicos, algunos de bulto otros de mayor delicadeza.
El 15 de Noviembre está fijada una marcha pacífica por las calles cubanas organizada por el grupo opositor Archipiélago, quienes en un inicio la habrían solicitado para el 20 de Noviembre, fecha en que el gobierno cubano organizó una marcha miliar, y por ello la trasladaron al 15 para no dar siquiera el más mínimo motivo para una respuesta negativa. Cosa que sin titubear hizo el gobierno, no sólo prohibiendo la marcha, sino amenazando a sus organizadores con someterlos a un juicio en que enfrenten cargos de traición a la patria y colaboración con enemigos externos de la revolución. Casi nada.
Es curioso que en el plano internacional, quienes reclaman mayor democracia en sus países, sean quienes más silencio guarden ante esta violación básica a los más elementales derechos civiles.
Quizás la Revolución/Involución ya no tenga la posibilidad cronológica de revivir fusilados inocentes, de reclamar el regreso de exiliados que ya fallecieron, de devolver pequeños negocios, de apartar o castigar a dirigentes corruptos, de ponerle un contén legal a la impunidad, a los altos cargos ya desaparecidos o demasiado ancianos, para que no terminen disponiendo de tantos bienes como la burguesía a la que sustituyeron, ni abusen de infinitamente mayor poder que aquellos sobre la vida y destino de la población.
Tal vez no se pueda aprovechar ya las sinergias de otros países socialistas en vías de desarrollo, para intentar un proceso de industrialización autóctono, para encontrar vías telúricas de desarrollo posible, sostenible y eficaz, a la escala a la que fuese posible, sin falsas promesas ni sueños imperiales en vigilia. Acaso sea tarde para buscar vías de solución en la esencia propia del ingenio cubano y la fuerza del empoderamiento como individuo en la sociedad. Sendas transitables, y no atajos improvisados, para fomentar y solidificar una economía perdurable e independiente de las sempiternas "ayudas solidarias" del exterior.
Quizás sea demasiado tarde para fomentar la creatividad artística hasta los confines de la imaginación, donde florezca la crítica, el sarcasmo, la parodia, la sátira, la diversión, la burla como arma social, como elemento de construcción permanente de nuevas metas de conciencia social. Tal vez ya no se puedan derogar las innumerables prohibiciones, censuras, que llevaron al ostracismo cuando no a peores destinos a tantos artistas cubanos.
Es posible que sea tarde para liberar los candados y cepos a tantas libertades de expresión, de lectura, de escritura y publicación, de participación en los proyectos de desarrollo, desde los de una fábrica o ingenio azucarero, a los de la dirección del país.
Puede que en todos esos errores cometidos a lo largo de tantos años intercalados también con aciertos, ya no sea posible una intervención reparadora; pero aún se está a tiempo de mejorar lo manifiestamente mejorable. Todavía se pueden rescatar aquellos aspectos que entran en el ideario realista de cualquier soñador con un mundo mejor, incluso se está a tiempo de intentar plasmar los anhelos más utópicos. Claro, es un arduo trabajo que empieza por entender que la casa está, incluso, bajo los cimientos.
Un primer paso ínfimo pero enorme a la vez, sería permitir la marcha del 15 de Noviembre, y además, escucharla, atenderla, observar cuales son sus reclamos, las reivindicaciones del mismo pueblo, que otrora apoyase a aquellos revolucionarios sesenta años atrás. Por supuesto que hay desaprensivos de ambos lados del abismo deseando que se produzca una catástrofe, pero la mayoría esperamos que un atisbo de sentido común asome por una vez en las decisiones de la nomenclatura. La esperanza, amén del upite, es lo último que se pierde.
Y después comenzar a reconstruir Cuba de a poco, con la ventaja de tener bien ubicados los caminos minados, incorporando a ese grupo descontento, desafecto, cansado, molesto o encolerizado, de mayor o menor importancia numérica, pero tan necesario para alcanzar la concordia social y el progreso, como cualquier otro grupo social. E incluso, por su valor y determinación, hasta diría que un pelín más.
El 11-J y la Antigua Roma
El 11-J en Cuba puede que haya sido promovido por agentes desde el exterior, que están muy resguardados, y son todo lo pencos que se precisa para enchuchar a la gente y ellos quedarse encuevados.
Eso es un hecho, pero también lo es que habría sido imposible provocar dichas protestas si no hubiese condiciones objetivas que lo propiciasen. En Noruega ni aunque se multiplicasen por cien los pinguitubers y bollifluencers que azuzaron a la gente, podrían provocar siquiera una mueca de disgusto en algún escandinavo.
Eso y la represión desatada contra los reclamos populares, son responsabilidad directa e intransferible del opaco gobernante de la "Involución" y su séquito de obsecuentes.
Es de esperar que tantos años de mentiras, engaños, el uso permanente de la doble moral, la hipocresía, hayan mellado incluso el carácter más férreo de aquellos que realmente creían de veddá en el proyecto revolucionario y entre cegueras, alcoholismo y ataques al corazón hayan ido desapareciendo. Pero acaso quede alguno que todavía conserve el fulgor del pasado, algunas brasas calientes bajo el carbón mojado por cascadas de traición, que se levante contra la indignidad y decida cerrar este incierto capítulo histórico con la entereza que lo comenzó.
Y que como último servicio a su patria, salve a Cuba de la humillación de padecer la mendacidad de los presentes y la cobardía de los oportunistas de enfrente, ya sea empleándose a fondo para limpiar lo podrido, o en su defecto liberando bajo el agua de un estanque el contenido de sus venas, como hacían los romanos descubiertos en algún renuncio poco decoroso, para proteger a sus familias y librarse del deshonor eterno.
Díaz Canel, heredero de lo peor
Como por casualidad o por azar, la explosión social sin precedentes desde el primero de Enero de 1959 en Cuba, me tomó de sorpresa como a todos, pero no desprevenido, es como si hubiese sentido el rumor de una ola desde una lejanía inusual antes de la llegada del tsunami. Pero esto no obedece a poderes mágicos adivinatorios o a un sexto sentido para el vaticinio, sino que cada día me llegaban noticias del empeoramiento del Covid 19 y con ello del suministro de los demás medicamentos, ya habitualmente escasos y “perdidos” en la isla, unido a la mayor escasez de alimentos, las batallas por el pollo, esto sumado a las cada vez mayores dificultades para hacerse con moneda divisa, que es con la única que pueden adquirirse alimentos, medicamentos y enseres de primera necesidad.
El crecimiento del Covid 19 cuando más pecho sacaba el gobierno por la vacuna cubana, la carestía y la carencia de comida, medicinas, artículos de todo orden para la vida cotidiana, los interminables cortes de luz y agua en pleno verano caribeño, fueron ya demasiado para un pueblo que lleva generaciones de prohibiciones y de obligaciones a cambio de salud y educación gratuita, que incluso estos, en las últimas décadas, han ido mermando en calidad de manera vertiginosa.
La mecha se encendió en San Antonio de los Baños, población popular del sudoeste de La Habana, multitud de personas salieron a las calles al grito de ¡Libertad! y se extendió por toda la geografía nacional, replicándose en pueblos de trabajadores, exclusivamente de gente humilde. Ese es el rasgo más doloroso para lo que pudiese quedar del espíritu verdaderamente socialista de la Revolución, que la rabia está en los pechos y las gargantas de la población negra, mulata, de machete en la zafra, de bolígrafo en la universidad, de guardias eternas del CDR. Jóvenes que hasta antes de este grito de ¡basta! no veían otro futuro que irse afuera del país.
El alcance, la profundidad, el sustrato de ideas y de propuestas que guía la expresión de lucha, resumida en la consigna más difundida: “Díaz Canel singao”, da la pauta del resultado del nivel de educación, intelectual, de preparación actual, al que la Revolución sometió al pueblo, luego de, ciertamente, en los primeros años haberlos alfabetizado. Acaso no haya mejor consigna, para también describirse a sí mismos y decir: “miren lo que nos han hecho”. Una generación que usa el sexo como medio para escapar del país, que roba al estado, que no siente remordimientos de engañar, robar a todo aquel que puede proveer un “escape, un salve”, una generación que estaba comenzando a desandar el camino de la alfabetización, cada vez con peores maestros, con un desinterés casi absoluto por la cultura, por los aspectos de la vida que no estén anudados a las necesidades fisiológicas más inmediata. Esa generación ha dicho ¡ya no más! Y ha vuelto a sentir el placer inigualable de la rebeldía, de sentirse cubanos de honra, de elevar el gentilicio de “cubano” hasta equipararlo al de la lucha, al del valor, al de las esperanzas, al de la unión, por primera vez en mucho tiempo no debe emplear el valor en huir.
Ya lo han probado en este grito, en este atreverse a lanzar piedras contra tiendas de comida y entrar a consumirla, de dar vuelta patrullas de policía, cosa que pensamos que jamás llegaría a pasar por el nivel de inmovilismo a que someten las dictaduras del proletariado a sus pueblos, que como la Iglesia en el medievo hacía sentir culpable al justo, torturado por el precursor del bien, consigue raptar el lenguaje de la justicia social y hacer suponer que todo lo que sea ir contra su doctrina, forma parte del mal.
Y la diferencia con los hechos del maleconazo de 1994, además de la envergadura, el alcance y el calado, es que ya no está Fidel para dirigir la represión, al cual por una cuestión histórica se le temía en partes iguales a como se le respetaba. Ni siquiera está Raúl, a quien solo se toleró por ser hermano de Fidel. Está el “puesto a dedo” Díaz Canel, a quien con todo a favor para buscar nuevas herramientas para satisfacer las infinitas demandas ciudadanas, andando sendas de apertura y cambio con la ventaja de tener el control, solo se le ocurre la idea de dar la orden de reprimir, de condenar a quienes ya no soportan más, de acusar de obedecer al imperialismo a ese pueblo mestizo y trabajador alejado de los barrios pudientes de dirigentes y de empresarios afines, alentando a la enorme masa de cubanos que no querrían perder sus míseras prebendas en una sociedad que exigiese alguna aptitud, a salir con furia a golpear a sus hijos y hermanos.
Cuando Lech Walesa lideró las protestas que culminaron en la caída del régimen en Polonia, la agencia TASS soviética dio la orden a todos sus satélites de publicar, que eran escaramuzas alentadas por la CIA, y esa versión se dio en la prensa y la TV cubana. Agentes de la CIA camuflados en los espigones y las minas de Gdansk, como hoy lo están disfrazados de hijos de obreros y campesinos afrocubanos en los pueblos y ciudades del interior de la isla.
La esperanza que albergo, y la baso en el conocimiento de al virtud y la ética del cubano, es que en caso de continuar las manifestaciones, y las detenciones arbitrarias, y la situación adquiera matices de rebelión, el ejército no dispare contra su pueblo, aunque “Puesto a dedo” llegase a darles tal orden.
También debe abrirse el embargo/bloqueo, una medida más pertinenete a una dictadura que a la democracia por excelencia, y una vez entendido que es tiempo de cambios sin sangre, los caminos para una sociedad más abierta, participativa, desarrollada, plural, están todos virgenes para ser explorados. Con todas las sensibilidades ideológicas, filosóficas y culturales cubanas en la palestra.
Ese será otro reto, para los retrógrados de la otra cara de la moneda, y no será un reto menor.
Vídeo de hace 4 años. Más actual hoy si cabe.