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1 marzo 2022 2 01 /03 /marzo /2022 16:01

Tenía dos casetes de música jazz, de noventa minutos cada uno. Uno era de Louis Armstrong y el otro de Glenn Miller, me encantaba el swing y el sonido New Orleans, así que cuando me metía unos buches de ron en mi casa de 1ª y 16 y me iba caminando al Sierra Maestra, a darme un baño, comer una hamburguesa, tomar un laguer y ver a amigos y materiales, muchas veces iba tarareando The bucket's got a hole in it o Chattanooga Choo Choo, sabroso por avenida primera, medio en pedo , el sol en la cara, la camisa abierta, el blue jean empercudido y las botas calientes, nada de short y chancletas como se usa hoy; a la playa había que ir como a la fiesta, después habría tiempo de cambiarse.

A veces paraba un ratito en 12 para mirar las jevitas ricas que se arriesgaban a alimentar las fantasías de los rescabucheadores que más de una vez cobraron gruesos tranqueos por pajuzos. Había una niña que me tenía loco, lo que se dice arrebatado, en aquel tiempo no se usaba tanga en Cuba, ella era la precursora, pero eso no sería nada sin su clase de culo y Papa John's, que aunque no tuve el gusto de conocerlo personalmente, se podía intuir sin mucha dificultad atendiendo al sitio donde se hendía la prenda premonitoria. Después pasaba el Karl Marx fijándome siempre de reojo, desde el inconsciente, si alguna vez se les volvía a ocurrir ocultar a toda la población un festival de rockeros y estrellas del pop internacional como aquel que me perdí a finales de los setenta. Pero nada, alguna vez los Son 14, o los Van Van, en tiempos en que los pepillos no escuchábamos música de guapos, un par de años más tarde todo se mezcló y hasta Manyenye comió ajonjolí.

Más adelante el Cristino, donde solo iban familiares de pinchos como podía ser yo pero sin ser mi caso, y chivatones de los de verdad. Donde años más tarde una prima no mía, sino de la planta de mi pie cuando lleva una semana sin agua y jabón, negó la entrada a mi hijo que vivía en 5ª y 10 porque no era hijo de revolucionarios, a un cumpleaños de su niña, que pobrecita no era culpable de las consecuencias de la deformación de una bola de cebo tan grande. Y unos pasos más allá, el drive way del Sierra Maestra, con su vigilante en la entrada, su tienda de productos especiales para técnicos extranjeros donde compraba mi madre, los cartones de cigarrillos Populares, la jamonada, el queso, el ron Legendario, el laguer cubano sin etiqueta, el Polar, el Hatuey y el Pilsen Urquell. también el vino búlgaro Cabernet. Y mucha más comida, tabaco y curda que la que había en la bodega.

Aquello era un abuso que a mi me avergonzaba, y por eso en vez de manifestarme mediante la abstención, llevaba amigos y novias a casa a comer todos los días, de esa forma pagaba la culpa de ser participe del engaño de la igualdad. Tenía un carnet de técnico extranjero, casi nunca me lo pedían a la entrada del Sierra, pero por si había un guardia nuevo, o un "imperfecto", lo llevaba encima.

A la entrada, iluminado con el sol que penetraba por los dos flancos, desde el mar y desde el cielo abierto de esa pequeña ensenada que hacía la costa de La Habana en ese punto, el mármol del suelo brillaba y el perfume del salitre empujaba a la cafetería de la entrada, para tomar una Pilsen fría. A esa altura generalmente ya me solía encontrar a un amigo, una muchacha, un primo, o cualquiera para meter una muela, la que se terciase, la que el estado de ánimo y el humor sugiriesen. Pero nada de política, en Cuba no se hablaba nada de eso, al revés de lo que la gente de afuera de la isla piensa, esa omni y multi presencia de la jerga política, ideológica, adoctrinada y alienante, causaba el efecto opuesto, en cuanto el cubano se despegaba de la muela oficial, del poema obligado, hablaba de todo menos de política.

A veces estaba Fernando, a veces el dominicano perverso, a veces Niurka, a veces Natalia, la bailarina de ballet acuático, a veces Renata, Suzanna, a veces el otro Fernando, el colombiano loco que sacó la cara por mi años atrás en la beca cuando me tenían loco a botazos voladores nocturnos llenos de meado, a veces a Robertón, que era un hacha para todos los deportes, apenas había empezado a jugar voleibol en la canchita de atrás de la piscina y ya era el mejor, igual que al wind surf, se subió a una tabla y navegó. No teníamos tablas como las que había en el capitalismo, pero teníamos alguna tabla y su botavara, lo cual era un lujo. Pero el que con más frecuencia encontraba antes de entrar, o íbamos desde mi casa porque era cubano y tenía que entrar con un extranjero, era mi amigo desde que llegué a Cuba diez atrás, Evelio, que era esponja igual que yo.

Esa vez lo encontré ya adentro, tomando una cerveza en el muro que daba al mar.

-Que volá yenika, me entró Fernan.

-Qué volaíta brother, hoy traje eso.

Yo también tenía la botella fría en la mano, le dije que fusemos atrás. Tras bañarnos en la piscina grande, en el mar nadando hasta los yakis que habían situado para que las marejadas no arruinasen las fachadas. Una vez me nadé con una titi amiga hasta los yakis, cubanismo que proviene del término “jaks”, y nos pusimos a singar con frenesí, con el sol lamiéndonos la espalda y la frente, de cara al cielo y a la orilla de enfrente a noventa millas, uno de los palos más ricos que se pueden echar en Miramar, porque la estructura del yaki permite acomodarse para mamar bollo, luego subir para ser succionado en el rabo, e invita a distintas posiciones para la singuetta. La singuetta es como la vendetta pero en plan bueno.

Y cuando cayó el sol le dije a Evelio- vamos a jamar algo- nos pusimos en la cola de la cafetería de la piscina, y de repente se me coló una rusa, el Sierra Maestra era más que nada hogar de rusos, que escudaban sus acciones en la isla bajo la denominación de técnicos extranjeros, pero eran militares, maestros de técnicas policiales, algún ingeniero, y mucho chivatón de su compañero que a su vez era vigilante de otro. Porque los que más hacían negocios en mercado negro entonces eran los rusos, compraban lo que no iban a consumir de la tienda de privilegios, y lo revendían en la poca población con que se dignaban a hablar. Había también polacos, húngaros, rumanos, búlgaros, ninguno de estos soportaba a los rusos, y eso que eran todos de partidos comunistas de sus países, si no salía nadie. Yo tuve amigos rusos, alguna noviecita también, aunque la rusa de esa época no se parecía en nada a la que anda ufana llena de rublos hoy por Marbella, esbeltas, producidísimas, lacadas, plastificadas, pero lindas. No, aquellas eran como salidas de una dacha, el traje de baño partía hacia abajo casi desde el sobaco, que dicho sea de paso, cada uno de aquellos sobacos sí que eran un arma letal mil veces más poderoso que todo el arsenal estadounidense, se bañaban en la piscina nadando en estilo pecho sin meter la cabeza en el agua, usaban gorros de pelo, y en la parte que hacían pie, siempre había algunas parejas de rusos jugando ajedrez con un tablero flotante, y miraban con ojos de oso con rabia a los niños que salpicaban o saltaban desde el borde en vez de hacerlo en la parte profunda y desde el trampolín. Los demás "técnicos" no se sentían cómodos con los rusos porque estos se creían superiores, bueno, no es que se creyesen, estaban situados en instancias superiores, y a los cubanos, que eran los encargados de construirles el edificio Mazinger, la embajada fortaleza más hostil con la estética de la Historia, ni siquiera les hablaban. De hecho los rusos no dejaron ni una costumbre en herencia tras su colonización del país, tras la caída de la URSS nadie extrañó los muñequitos, las películas, los sobacos ni a los propios rusos, exceotuando la "carne rusa" nadie se volvió a acordar de ellos. Salvedad hecha por las numerosas parejas ruso-cubanas que vivían de manera normal en la isla, generalmente compuestas durante el período de trabajo o estudio del cubano/a en tierras eslavas.

Le toqué el hombro a la rusa, y le dije que se me había colado, yo también era "técnico" .

-Mucho poco tiempo Cuba, no habla española- me dijo la muy descará.

Cuando cogía aire para decirle no recuerdo que barbaridad, Evelio me hizo señas de que la dejase por imposible, ¡él! justo él que cada día si querías ver una bronca a la salida del colegio Orlando Pantoja, a las 4 y 20 en la sinagoga lo tenías en el ring. Pero tenía razón, la rusa se empacó, se cuadró como una gendarme y no estaba dispuesta a deponer su derecho a arrebatar a los cubanos, a los aplatanados, o al resto del mundo incluso, su puesto para el helado. Cuando le tocó, la rusa dijo en español acentuado con el tono especiado de la taiga:

-Compañera, bocadita di qiueso-

Y entonces le dije: Tú sí que sabes hablar español y colarte como un cubano- Lo sardónico del caso, es que entre todos esos que llamábamos rusos, una enorme cantidad eran ucranianos, como lo fue Nikita Jruschev.

Cogimos un bocadito cada uno, y ya cayendo el sol, le dije a mi amigo, hoy nada de materiales ni socios, que traigo el Jazz. Lo que él  ya sabía. Le llamaban ñaña, efori, veneno, eran unas hojitas de marihuana seca envueltas en papel de estraza, lo que en aquella Habana de inicio de los ochenta era un porro, al coste de una “monja”, cinco pesos, de los pesos que valían, que traían a Maceo altivo, orgulloso, casi como un ruso en en el Sierra Maestra, no como hoy que el pobre está en los billetes alicaído, tumbado, sin machete ni cohete. Fumamos el porro y Evelio me decía -brother no me hace ná- y cada vez que lo repetía demoraba más en terminar la frase, hasta que empezó a reírse, y yo me empecé a deshollejarme a carcajadas. La cantidad era escasa pero era del Esacambray, una calidad superior.

En esa época y aún hoy, fumar yerba era un delito muy penado por la ley, por eso me refería a quemar una ñaña, como : " tocar Jazz"; así que para honrar el mote apelativo nos pusimos a cantar los temas de jazz de Armstrong y Miller, a dos voces, dos trompetas, dos baterías, en el fondo de las piscinas del Sierra, frente a las cabañitas, a los yakis, al sol del mar naciente cayendo sobre nuestra nota de ron, laguer y jazz.

No dejamos de reírnos hasta que nos despedimos en la parada de la guagua recordando la recién aprendida frase que marca la superioridad racial de los Urales:

"Compañera, bocadita di quieso"

 

Piscina del Sierra Maestra
Piscina del Sierra Maestra

Piscina del Sierra Maestra

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22 febrero 2022 2 22 /02 /febrero /2022 21:53

 

Buenos Aires vida cotidiana y alienación, ¿te acordás que fue el primer libro que me recomendaste?

-No era alguno de Bukowski?

-No, cuando te conocí todavía no lo habías leído.

Gabor sentía un enorme placer en esas conversaciones que evocaban el transcurso de cualquier tiempo pasado sentados leyendo, discutiendo sobre películas, libros , fumando marihuana o contándole historias cómicas, sentía que no existía nada que lo pudiese afectar mientras estuviese hablando con Lesa o recordando esas charlas en una nueva conversación, hablabando de tiempos pasados sentados en los mismos sillones, cruzándose las mismas miradas y escuchando el mismo tono de voz. Aunque entre visita y visita su vida cotidiana fuese muy distinta, sin hombros relajados, sin el culo bien apoyado en un sillón y los pies cruzados sobre los tobillos en actitud de “nadie me espere porque de aquí no me pienso mover en mucho rato” .

Gabor tenía solo veinte años cuando conoció a Lena, el doble de su edad, ella le enseñó secretos de Buenos Aires y de su riqueza cultural que él no conocía, y que de no haberla conocido probablemente jamás habría pasado ni cerca. A cambio él le aportaba a ella la desfachatez y ausencia total de melancolía del joven que acababa de despedirse de la adolescencia, estrechaba la mano de la adultez y experimentaba la inmortalidad, el mundo se reducía a una bocanada de aire que podía deglutir y devolver hecho poesía en un suspiro.

Había atravesado cada uno de lo estadios del alcoholismo y más reciente de la adicción a la cocaína, pero ya no tenía otra cosa que contenes y límites, vivía entre consideraciones, balances, reflexiones, reparos y frenazos. Ya nada era como antes, largarse a correr y sentir que las zapatillas se gastaban a un ritmo desenfrenado, gastando la suela hasta casi dejar las plantas de los pies al aire, al asfalto y las piedritas que hacen que uno deje de correr, tan poco habituado a pisar elementos sólidos y puntiagudos, como los negritos cubanos que corrían por el diente de perro en el malecón hasta que llegaban al borde y saltaban al agua, lo que embargaba a Gabor de un barniz familiar de la envidia, peor no era exactamente envidia, era más admiración, quedaba seducido por algo que él jamás podría hacer, ya que las veces que intentó emularlos, apenas se quitó el calzado, que tampoco era cuestión de dejarlo con el pantalón sin vigilancia, ante un más que posible extravío, iba pisando con el costado del pie, dando pequeños respingos cuando el dolor de la piedra erosionada se hincaba en sus plantas delicadas, pero ¡ah! La venganza llegaría rápido, muy de prisa, en solo unos segundos y delante de los propios ofensores, ellos solo eran buenos hasta el borde del diente de perro, una vez que habían saltado al agua no valían mucho, en cambio Gabor nadaba como una tabla de surf, con estilo aprendido de niño en una piscina porteña con profesor de natación, y encima, le gustaba el mar, así que se alejaba de la orilla como solo hacían los pocos que se adentraban con patas de rana careta y escopetas de ligas para pescar algo mejor que un pez mojonero. Se alejaba tranquilo ya que siempre dejaba a un amigo al cuidado de la ropa. Ya nada era como tirarse al agua tras llegar al borde la cueva de los tiburones con una torpeza digna de las mayores burlas, y después llegar casi al primer veril con estilo de Weissmuller.

Dientes de perro
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3 enero 2022 1 03 /01 /enero /2022 23:32

En una época viví la noche y la vida hedonista en La Habana, cuando pude dejar de estudiar dejé, me metí en una trabajo en Centro Habana que se llamaba CEDISATEMA, de la incipiente computación. Computadoras de tarjetas, dentro de espacios acondicionados con operarios vestidos de blanco, como médicos. O enfermeros. Yo entré al departamento de Mantenimiento. Ahí conocí un flaco, de Centro Habana que me introdujo en el mundo del "bisne", en aquella época si un cubano sin "padrino" tocaba un dólar podía ir preso hasta cinco años, a lavar prendas interiores y lustrar protuberancias de asesinos y violadores. Era un delito riesgoso, pero aún así algunos se atrevían a caminar tras los turistas audaces que entraban a los barrios, o se arriesgaban a ir a las inmediaciones de los grandes hoteles, para cazar "yumas" y cambiarles pesos por dólares, tres a uno, y o bien pedirle a ese mismo Yuma, si hablaba español, que les comprase en las tiendas, o buscarse un extranjero residente en la isla que pudiese entrar a las tiendas de Intur, las Easy Shopping, el Seaman's Club, o la diplotienda de 5ª y 42 en Miramar, para comprar montones de chancletas, "pulovitos" "pitusas" baratos o alguna otra prenda que tuviese mucha salida en la cuadra.

Aquella circunstancia era todo un aliciente para ni estudiar ni trabajar, así que dejé de ir a CEDISATEMA, a los dos meses me encontraron en casa para que firmase la baja por la ley 32.

Con tanto tiempo libre y habiendo casi únicamente ron Legendario y Bocoy en los bares y pizzerías, me aficioné a este jugo añejo de la caña de azúcar. Y como una cosa lleva a la otra, empecé a entrar en esos piringundines a veces, otras en bares de reputación mejorable o en esos cabarets de bailarinas sudorosas, donde dada la cercanía no me quedaba más remedio que alternar con damas que los Stones llamarían de Honky Tonk. Algunas maravillosas, otras no tanto, pero la mayoría al final grandes compinches. Eso sí, dos cosas, templar y no confiar en el amor ni la amistad eterna, más allá del rato en que rabo permanecía enfundado, o mientras el billete del bisne alcanzaba para el jugo de caña y algún aperitivito.

Primero le llegó la bola al responsable de Departamento de América mientras era solo "regado", a ICAP cuando pasé a ser vago y curda, a tropas especiales cuando ya me colgaban cartel de bisnero y marihuanero, y al secretario de Guarapo cuando ya el run run era de antisocial, lumpen, delincuente. Y entonces me la aplicaron.

Pero hasta entonces vacilé como una familia de moscas en un baño de Coopelia. También había momentos de salir disparado como alma que se la lelva el diablo, porque me engolosiné con los bisnes, y a veces me jamaba al moreno que me daba los "fulas" . Los vacilones salidos de las "líneas" acaso sean los más disfrutables, cada minuto no exprimido puede descoordinar mañana con un trancazo, una puñalada o un exilio forzoso del barrio, por eso se disfruta milimétricamente.

Las historias que conocí de las damas que me acompañaban en el discurrir de las horas, en el pulido del tiempo, ya fuese por sus confesiones o por las de terceros, dejaban a Amber Heard como una niña de parvulario. Limpiaban como si fuesen vasos, bolsillos de gavilanes desprevenidos o confiados, muy a menudo seres infinitamente más despreciables que ellas. Y si el tipo una vez liviano como pluma en turbina, se ponía pesado, le corrían bola de abusador para que los primos le diesen una buena medicina, o de ganso, para que él solito se enterrase vivo.

Ambers Heards de sandunga que con el Mitú habrían sacado mínimo, un imperio y dos colonias, sin moverse de La Rampa,

ámbar

ámbar

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17 diciembre 2021 5 17 /12 /diciembre /2021 00:00

Cuando en 1987 Fidel le dio tanta importancia y privilegios a Maradona, me sorprendió, porque en Cuba había enormes deportistas, algunos habían sido tres veces campeones olimpicos y tres veces mundiales, y sin embargo si se les descubría un sólo dólar, no los millones que cobraba Diego, les quitaban todas las medallas, todos los récords, los borraban de los libros de deportes y según el caso hasta podía ir preso. Ni que decir si se le encontraba un porro de marihuana, no quisiera pensar en la cantidad de efectivos en su paredón de fusilamiento si lo descubrían con un kilogramo de cocaína suministrado por la Camorra más ultraderechista, o por los narcos argentinos.

Nunca entendí esa seducción que ejercía sobre él todo lo que no fuese cubano, como con el periodismo, no dio ni una sola entrevista que valga la pena a un cronista nacional que no fuesen esos zurullos vergonzosos en que Randy con la sonrisa congelada, se quedaba de pie sempiternamente esperando a que Maraña dejase de balbucear y le concediese permiso para sentarse. Todos fueron a los Lisa Howard, Barbra Walters, Maria Shriver, Gianni Mina, Frei Beto, Tad Szulc, Oliver Stone. Sentía pasión porque los extranjeros lo admirasen, y el clímax lo embargaba si eran estadounidenses.

Pero lo de Maradona no lo entendí durante mucho tiempo, ese amor, esa pasión, esa sumisión; hasta que me di cuenta de que distaba mucho de ser por su admiración al fútbol, al que en Cuba se llamaba balompié y no lo había jugado nadie fuera del estadio de la cervecería Cristal, después llamado Pedro Marrero, donde quienes lo jugaron, cuando terminaban tenían que ir al cercano hospital ortopédico Fructuoso Rodríguez, para enyesarse los tobillos y curar las fracturas producidas por las patadas que se propinaban veintidós jugadores en molote.

Me di cuenta que como a Trudeau, a Errol Flynn, a cada revolucionario de América latina, a Perón, a Brezhnev, a Allende, a los afroamericanos de Harlem, a sus comandantes, sus amigos, hermanos, padres y santos, a todos, sin excepción los usaba y los tiraba cuando no les servían más. Como hizo con Camilo, con el Che, con De la Guardia, con Ochoa, con Haideé Santamaría, con el propio Teofilo Stevenson, con Savon o con Alberto Juantorena.

Pero aún así no entendía por qué Maradona. Hubiese sido más comprensible que le diese esa cancha a un beisbolero de las grandes Ligas norteamericanas que fuese progresista, un negro, un latino, un basquetbolista de la NBA ¡cuantos no habrían suspirado por el amor de Guarapo!

¿Por qué Maradona? Con el tiempo me di cuenta de que además de usarse mutuamente de cara al mundo para sus intereses, eran iguales, idénticos salvando el abismo cultural que los separaba, al futbolista solo una cosa le gustaba más que la atención de todo el auditórium, una montaña de billetes de moneda estadounidense, y a Guarapo el poder absoluto. Ningún dinero compra lo que Fidel poseía en Cuba bajo el ala de su poder.

Esa mezcla de amor y temor, uno necesitaba la cancha llena y el otro la plaza abarrotada, coreando sus nombres como un chute de alaridos en las arterias, y en las venas del rabo siempre temeroso de fallar un día en público, sin secretos, sin escondites.

En el valle de las simulaciones.

 

El valle de los simuladores
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26 octubre 2021 2 26 /10 /octubre /2021 15:36

Soy del criterio que la Revolución /Involución cubana no fracasó, sino de que "ha fracasado".

La primera afirmación se aplica a la cosa acabada, concluida y enterrada. Esa aseveración se podría aplicar a la URSS, por ejemplo. Pero no aún al experimento cubano, como no podrían  aplicarse al francés. En cambio, la segunda afirmación implica que lo hecho hasta ahora no ha funcionado, no al menos atendiendo a sus objetivos primigenios; pero no implica la imposibilidad de hacerse, de empezar a enmendar errores políticos, económicos e ideológicos, algunos de bulto otros de mayor delicadeza.

El 15 de Noviembre está fijada una marcha pacífica por las calles cubanas organizada por el grupo opositor Archipiélago, quienes en un inicio la habrían solicitado para el 20 de Noviembre, fecha en que el gobierno cubano organizó una marcha miliar, y por ello la trasladaron al 15 para no dar siquiera el más mínimo motivo para una respuesta negativa. Cosa que sin titubear hizo el gobierno, no sólo prohibiendo la marcha, sino amenazando a sus organizadores con someterlos a un juicio en que enfrenten cargos de traición a la patria y colaboración con enemigos externos de la revolución. Casi nada.

Es curioso que en el plano internacional, quienes reclaman mayor democracia en sus países, sean quienes más silencio guarden ante esta violación básica a los más elementales derechos civiles.

Quizás la Revolución/Involución ya no tenga la posibilidad cronológica de revivir fusilados inocentes, de reclamar el regreso de exiliados que ya fallecieron, de devolver pequeños negocios, de apartar o castigar a dirigentes corruptos, de ponerle un contén legal a la impunidad, a los altos cargos ya desaparecidos o demasiado ancianos, para que no terminen disponiendo de tantos bienes como la burguesía a la que sustituyeron, ni abusen de infinitamente mayor poder que aquellos sobre la vida y destino de la población.

Tal vez no se pueda aprovechar ya las sinergias de otros países socialistas  en vías de desarrollo, para intentar un proceso de industrialización autóctono, para encontrar vías telúricas de desarrollo posible, sostenible y eficaz, a la escala a la que fuese posible, sin falsas promesas ni sueños imperiales en vigilia. Acaso sea tarde para buscar vías de solución en la esencia propia del ingenio cubano y la fuerza del empoderamiento como individuo en la sociedad. Sendas transitables, y no atajos improvisados, para fomentar y solidificar una economía perdurable e independiente de las sempiternas "ayudas solidarias" del exterior.

Quizás sea demasiado tarde para fomentar la creatividad artística hasta los confines de la imaginación, donde florezca la crítica, el sarcasmo, la parodia, la sátira, la diversión, la burla como arma social, como elemento de construcción permanente de nuevas metas de conciencia social. Tal vez ya no se puedan derogar las innumerables prohibiciones, censuras, que llevaron al ostracismo cuando no a peores destinos a tantos artistas cubanos.

Es posible que sea tarde para liberar los candados y cepos a tantas libertades de expresión, de lectura, de escritura y publicación, de participación en los proyectos de desarrollo, desde los de una fábrica o ingenio azucarero, a los de la dirección del país.

Puede que en todos esos errores cometidos a lo largo de tantos años intercalados también con aciertos, ya no sea posible una intervención reparadora; pero aún se está a tiempo de mejorar lo manifiestamente mejorable. Todavía se pueden rescatar aquellos aspectos que entran en el ideario realista de cualquier soñador con un mundo mejor, incluso se está a tiempo de intentar plasmar los anhelos más utópicos. Claro, es un arduo trabajo que empieza por entender que la casa está, incluso, bajo los cimientos.

Un primer paso ínfimo pero enorme a la vez, sería permitir la marcha del 15 de Noviembre, y además, escucharla, atenderla, observar cuales son sus reclamos, las reivindicaciones del mismo pueblo, que otrora apoyase a aquellos revolucionarios sesenta años atrás. Por supuesto que hay desaprensivos de ambos lados del abismo deseando que se produzca una catástrofe, pero la mayoría esperamos que un atisbo de sentido común asome por una vez en las decisiones de la nomenclatura. La esperanza, amén del upite, es lo último que se pierde.

Y después comenzar a reconstruir Cuba de a poco, con la ventaja de tener bien ubicados los caminos minados, incorporando a ese grupo descontento, desafecto, cansado, molesto o encolerizado, de mayor o menor importancia numérica, pero tan necesario para alcanzar la concordia social y el progreso, como cualquier otro grupo social. E incluso, por su valor y determinación, hasta diría que un pelín más.

15 de noviembre
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5 septiembre 2021 7 05 /09 /septiembre /2021 22:35

El 11-J en Cuba puede que haya sido promovido por agentes desde el exterior, que están muy resguardados, y son todo lo pencos que se precisa para enchuchar a la gente y ellos quedarse encuevados.

Eso es un hecho, pero también lo es que habría sido imposible provocar dichas protestas si no hubiese condiciones objetivas que lo propiciasen. En Noruega ni aunque se multiplicasen por cien los pinguitubers y bollifluencers que azuzaron a la gente, podrían provocar siquiera una mueca de disgusto en algún escandinavo.

Eso y la represión desatada contra los reclamos populares, son responsabilidad directa e intransferible del opaco gobernante de la "Involución" y su séquito de obsecuentes.

Es de esperar que tantos años de mentiras, engaños, el uso permanente de la doble moral, la hipocresía, hayan mellado incluso el carácter más férreo de aquellos que realmente creían de veddá en el proyecto revolucionario y entre cegueras, alcoholismo y ataques al corazón hayan ido desapareciendo. Pero acaso quede alguno que todavía conserve el fulgor del pasado, algunas brasas calientes bajo el carbón mojado por cascadas de traición, que se levante contra la indignidad y decida cerrar este incierto capítulo histórico con la entereza que lo comenzó.

Y que como último servicio a su patria, salve a Cuba de la humillación de padecer la mendacidad de los presentes y la cobardía de los oportunistas de enfrente, ya sea empleándose a fondo para limpiar lo podrido, o en su defecto liberando bajo el agua de un estanque el contenido de sus venas, como hacían los romanos descubiertos en algún renuncio poco decoroso, para proteger a sus familias y librarse del deshonor eterno.

 

Cielo de Cuba

Cielo de Cuba

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13 julio 2021 2 13 /07 /julio /2021 21:06

 

Como por casualidad o por azar, la explosión social sin precedentes desde el primero de Enero de 1959 en Cuba, me tomó de sorpresa como a todos, pero no desprevenido, es como si hubiese sentido el rumor de una ola desde una lejanía inusual antes de la llegada del tsunami. Pero esto no obedece a poderes mágicos adivinatorios o a un sexto sentido para el vaticinio, sino que cada día me llegaban noticias del empeoramiento del Covid 19 y con ello del suministro de los demás medicamentos, ya habitualmente escasos y “perdidos” en la isla, unido a la mayor escasez de alimentos, las batallas por el pollo, esto sumado a las cada vez mayores dificultades para hacerse con moneda divisa, que es con la única que pueden adquirirse alimentos, medicamentos y enseres de primera necesidad.

 

 El crecimiento del Covid 19 cuando más pecho sacaba el gobierno por la vacuna cubana, la carestía y la carencia de comida, medicinas, artículos de todo orden para la vida cotidiana, los interminables cortes de luz y agua en pleno verano caribeño, fueron ya demasiado para un pueblo que lleva generaciones de prohibiciones y de obligaciones a cambio de salud y educación gratuita, que incluso estos, en las últimas décadas, han ido mermando en calidad de manera vertiginosa.

 

La mecha se encendió en San Antonio de los Baños, población popular del sudoeste de La Habana, multitud de personas salieron a las calles al grito de ¡Libertad! y se extendió por toda la geografía nacional, replicándose en pueblos de trabajadores, exclusivamente de gente humilde. Ese es el rasgo más doloroso para lo que pudiese quedar del espíritu verdaderamente socialista de la Revolución, que la rabia está en los pechos y las gargantas de la población negra, mulata, de machete en la zafra, de bolígrafo en la universidad, de guardias eternas del CDR. Jóvenes que hasta antes de este grito de ¡basta! no veían otro futuro que irse afuera del país.

El alcance, la profundidad, el sustrato de ideas y de propuestas que guía la expresión de lucha, resumida en la consigna más difundida: “Díaz Canel singao”,   da la pauta del resultado del nivel de educación, intelectual, de preparación actual, al que la Revolución sometió al pueblo, luego de, ciertamente, en los primeros años haberlos alfabetizado. Acaso no haya mejor consigna, para también describirse a sí mismos y decir: “miren lo que nos han hecho”.  Una generación que usa el sexo como medio para escapar del país, que roba al estado, que no siente remordimientos de engañar, robar a todo aquel que puede proveer un “escape, un salve”,  una generación que estaba comenzando a desandar el camino de la alfabetización, cada vez con peores maestros, con un desinterés casi absoluto por la cultura, por los aspectos de la vida que no estén anudados a las necesidades fisiológicas más inmediata. Esa generación ha dicho ¡ya no más! Y ha vuelto a sentir el placer inigualable de la rebeldía, de sentirse cubanos de honra, de elevar el gentilicio de “cubano” hasta equipararlo al de la lucha, al del valor, al de las esperanzas, al de la unión, por primera vez en mucho tiempo no debe emplear el valor en huir.

Ya lo han probado en este grito, en este atreverse a lanzar piedras contra tiendas de comida y entrar a consumirla, de dar vuelta patrullas de policía, cosa que pensamos que jamás llegaría a pasar por el nivel de inmovilismo a que someten las dictaduras del proletariado  a sus pueblos, que como la Iglesia en el medievo hacía sentir culpable al justo, torturado por el precursor del bien, consigue raptar el lenguaje de la justicia social y hacer suponer que todo lo que sea ir contra su doctrina, forma parte del mal.

Y la diferencia con los hechos del maleconazo de 1994, además de la envergadura, el alcance y el calado, es que ya no está Fidel para dirigir la represión, al cual por una cuestión histórica se le temía en partes iguales a como se le respetaba. Ni siquiera está Raúl, a quien solo se toleró por ser hermano de Fidel. Está el “puesto a dedo” Díaz Canel, a quien con todo a favor para buscar nuevas herramientas para satisfacer las infinitas demandas ciudadanas, andando sendas de apertura y cambio con la ventaja de tener el control, solo se le ocurre la idea de dar la orden de reprimir, de condenar a quienes ya no soportan más, de acusar de obedecer al imperialismo a ese pueblo mestizo y trabajador alejado de los barrios pudientes de dirigentes y de empresarios afines, alentando a la enorme masa de cubanos que no querrían perder sus míseras prebendas en una sociedad que exigiese alguna aptitud, a salir con furia a golpear a sus hijos y hermanos.

Cuando Lech Walesa lideró las protestas que culminaron en la caída del régimen en Polonia, la agencia TASS soviética dio la orden a todos sus satélites de publicar, que eran escaramuzas alentadas por la CIA, y esa versión se dio en la prensa y la TV cubana. Agentes de la CIA camuflados en los espigones y las minas de Gdansk, como hoy lo están disfrazados de hijos de obreros y campesinos afrocubanos en los pueblos y ciudades del interior de la isla.

La esperanza que albergo, y la baso en el conocimiento de al virtud y la ética del cubano, es que en caso de continuar las manifestaciones, y las detenciones arbitrarias, y la situación adquiera matices de rebelión, el ejército no dispare contra su pueblo, aunque “Puesto a dedo” llegase a darles tal orden.

También debe abrirse el embargo/bloqueo, una medida más pertinenete a una dictadura que a la democracia por excelencia, y una vez entendido que es tiempo de cambios sin sangre, los caminos para una sociedad más abierta, participativa, desarrollada, plural, están todos virgenes para ser explorados. Con todas las sensibilidades ideológicas, filosóficas y culturales cubanas en la palestra.

Ese será otro reto, para los retrógrados de la otra cara de la moneda, y no será un reto menor.

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21 abril 2021 3 21 /04 /abril /2021 13:09

Faltaba poco para fin de año y nos pasó a recoger un automóvil Volga para ir a conocer los dos nuevos departamentos que nos daría el ICAP. Atravesamos Centro Habana hacia La Habana Vieja, no era el lugar donde había que vivir, íbamos para el lado contrario al que sería considerado mejorar, todo lo que era del Habana Libre hacia la parte más destruida de la ciudad en busca del túnel, era claramente un castigo, todo lo que fuese internarse en ell Vedado en procura del otro túnel que llegaba a Miramar, era un premio. Pasamos a La Habana del este, los paisajes eran amplios, los conocía de cuando iba a la playa, circunstancia en la cual, cuando la vista se perdía de un lado hacia el mar y del otro hacia la frondosidad caribeña de la naturaleza salvaje apenas recortada por algún jardinero anual, solo cabía el disfrute de la contemplación, modificaba diametralmente la percepción cuando uno entendía que ese sería el camino a casa, o l,o que es peor, desde casa, enterrado en casa, ahogado en casa, conminado y enclaustrado en casa.

Por primera vez salí de la carretera antes de las playas del Este para entrar en una carretera más angosta que anunciaba que estábamos en los dominios del barrio obrero de hombre nuevo de Alamar, y aparecieron en el perfil que marcaba la horizontal de mi ventanilla bajada los primeros edificios de la barriada dispuestos de forma desordenada, con sus típicos tanques de agua arriba y sus cinco plantas por escalera, ubicados sobre jardines improvisados en la tierra roja. Estacionamos,, bajamos del Volga y tomamos un camino de concreto que nos llevaba a dos escaleras, donde estaban situadas las que serían nuestras viviendas. Del lado derecho había un Círculo Infantil,. Y del izquierdo se alzaba el espanto de bloque al que de ningún modo quería mirar.. subimos la escalera observados sin el más mínimo reparo por decenas de pares de ojos, y entramos a la vivienda, amoblada, dotada de refrigerador, televisor, radio, y utensilios de cocina y limpieza, de ahí fuimos a la otra que era exactamente igual pero estaba dos escaleras más allá. Llegado ese momento la nuez y los esfínteres se me aflojaron, fue el primer uso que le di al baño, cuando tiré de la cadena quería que agua me llevase consigo y no solo concluyese aquella pesadilla, sino que quedase muy atrás, lejos, tanto com estaba ese espanto del Hotel Habana Libre. Creo que a todos se les quitaron las ganas de comer los ravioles de la abuela, nos habríamos conformado con los cientos de platos humeantes que llegaban de manos de las camareras a nuestras mesas de refrigerio, y habríamos con gusto aplazado esa romántica idea de de tener vida de barrio como solía decir mi madre.

A la semana pasaron a recoger nuestros enseres en camionetas y nos volvió a llevar el Volga pero sin regreso al hotel. Los obreros subieron los libros y algunas cosas más que se habían juntado en tres años y medio, y el encargado del ICAP que nos llevó, esa vez sin subir al departamento, acaso también no demasiado emocionado con la estética que le brindaba el edificio de la zona 6 de Alamar, su vecindario tan popularmente revolucionario,  esas flores Mar pacífico que recubrían los muros del círculo infantil y la sombra del framboyán, nos brindó su última sonrisa servil, la de ¡buff, que bueno, terminó todo! Se subió al coche ruso, encendió y antes de que mi brazo extendido pudiese detenerlo, pudiese lograr devolverme a la habitación 21-31 de L y 23 3n 3el Vedado, para conservar las últimas gotas de argentinidad que amenazaban con diluirse en esa calle de cemento sin rejillas, sumideros ni historia. Volví a caminar con la cabeza baja.

Así fue que finales de 1976, tres años y medio después de haber llegado a La Habana, una vez cerrado el sarcófago a toda licencia estética, fue cuando realmente aterricé en proyecto revolucionario cubano.

Jamás nadie escuchó de mi boca ni de mi madre y abuela una queja al respecto, porque éramos agradecidos y educados, y porque me dolía ver exiliados que se quejaban amargamente, mientras los cubanos debían trabajar tres años para obtener una de esas casas sin muebles ni electrodomésticos; pero esta es la pura verdad.

Alamar, el coscorrón del pan
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20 abril 2021 2 20 /04 /abril /2021 15:40

Pasaron meses en que seguíamos con nuestras vidas ordinarias mientras los equipos de trabajo de refacción del hotel iban subiendo pro cada planta, ocupando cada piso con taladradoras, martillos, baldes con cemento, levantando alfombras, golpeando paredes, empezando por el lobby que ya parecía una superficie extraterrestre, en la que en cierta manera daba una sensación de riesgo caminar  ver convertido cada rincón conocido, cada esquina, cada tienda, baño, zona de sillones, alfombras, bares todos destartalados. Luego fueron subiendo del segundo piso al Mezzanini, aunque como era el comedor en que la mayoría de los huéspedes estables solíamos comer, no lo destriparon como el resto de plantas.

En un cumpleaños de Ronnie, los padres lo habían llevado a cenar a un restaurante que pertenecía al hotel y nunca lo habíamos sabido, el “Polinesio”. Y la razón por la que ni siquiera lo habíamos sospechado, incluso llegamos a ir pagando, es porque para entrar había que salir del hotel y caminar por un pasillo lateral que daba a la Rampa, donde se formaban colas de cubanos esperando para ser atendidos, porque se habían ganado el derecho a cenar por sobre cumplir una norma de trabajo o por haber delatado a un contrarrevolucionario del barrio. Cuando Ronnie nos lo dijo empezamos a ir cada vez más, la comida era muy rica, de tipo oriental, arroz fritos, maripositas chinas y pescados en modo de chop suey. Y precisamente en esa época lo mejor del Polinesio es que no se hacía evidente mientras se masticaba la comida el desmantelado del hotel.  Incluso en la mesa sueca del piso 25, ya habían empezado las obras de levantar los suelos en el ala de enfrente que era el cabaret Pico Turquino.

En un momento llegó la refacción al piso 21 y ya salir de la habitación era triste. En el hotel no quedaba nadie que no fuésemos los pocos exiliados fijos, era como sacarse una curita muy de poco haciendo levantar cada pelo desde su poro lentamente hasta dejarlo afuera. Un día que me dirigía hacia los ascensores entre cables y hierros retorcidos, escuché unos gemidos que provenían de más allá de la puerta que llevaba a la parte de los utensilios de trabajo de los empleados, donde estaba también el cuarto de cambiarse de ellos y un baño con ducha. De adentro del baño procedían los suspiros y los –ahhh-, que rico- así que con cuidado me agaché para mirar por las hendijas de madera de la puerta amarillo apagado, y vi a Miranda y a  mi mucama preferida, Yolanda que en ese momento me di cuenta de lo buena que estaba ya que nunca la había mirado desde ese prisma, duchándose y clavando como desesperados, como si además de los cables por el suelo y los focos de luz colgando, un palo bien eléctrico fuese a dar más credibilidad al largo adiós que se aproximaba. Yolanda estaba de espaldas y se echaba hacia atrás con ganas recibiendo la tranca de Miranda, que era un mucamo calvo, canoso, bastante mayor que se dedicaba a limpiar los lugares comunes de pasillos y ascensores más que las habitaciones, pero que de viejito parecía no tener nada; cuando Yolanda echaba el culo hacia atrás para sentir la clavada Miranda al unísono la ensartaba con un seco y chapoteable “touché” de esgrima que hacía saltar los tapones del curioso. No sé si fue mi respiración o la mano, pero hice un ruido y de inmediato se giraron ambos hacia la puerta, así que salí raudo de allí. Aún hoy aquella imagen de la buena de Yolanda gozando de aquel modo de un palo con el suertudo de Miranda que no cesaba de dar morronga en medio de aquel desmoronamiento, de la caída de cada trozo de historia desde que Hilton concibió aquel mastodonte, excepto en el baño en que nadie nunca había reparado, levantando la espada victoriosa de los únicos que habían vivido aquella epopeya trabajando, cumpliendo y dejando los asuntos del palacio bien doblados y en perfecto orden.

Miranda y Yolanda
Miranda y Yolanda

Miranda y Yolanda

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10 abril 2021 6 10 /04 /abril /2021 14:57

Cuando era chiquito era muy tímido, enfermizo, aunque un poco cabroncete también.

Después me volví un poco loquito, no paraba de joder desde la mañana a la noche.

Y cuando adolescente se me destapó la olla, fuera estudios, rock'n'nroll, vagancia, cochinada, niñas si alguna quería y drogas.

Fue la etapa cuando más fuerte me drogué, pero con drogas de farmacia. En Cuba. Unas eran un blíster de pastillas para el Parkinson, que con una ya ibas puesto, pero si tomabas cinco era de verdad un suene que nunca volví a conocer. Hablaba con uno, me giraba, volvía a girarme y cuando lo veía, le decía ¡coñó, tú aquí! ¿qué bolá?

Todo era brillo en la piscina de los rusos.

Y otras píldoras eran de una enfermedad mental, también con tres te ponías a saco.

Las pastillas se conseguían sin buscarlas, si te ponías a buscarlas nadie te iba a suplir, en aquellos años era algo muy delicado. Un amigo de un amigo, siempre después que ya hubieses faltado suficiente a clases, fugado del campo, roto cristales o enseñoreado la distinción de "diversionismo ideológico" en el expediente escolar acumulativo.

Cuando probé el efori, por más que me gustó y pasé la tarde escuchando "Midnight Lightning" de Hendrix una y otra vez y partiéndome de risa con Jardines, el del espendrún del edificio que la conseguía suave y rica, no me pareció ni la milésima parte de despingante y descojonante que las pastillas.

De viejo mi toque sabroso fue con el alcohol, pero ojo, me hice adicto a otra droga que no mencionaré porque tampoco hay que contar todo; hace mucho la toqué por última vez, pero seguiré siendo su fiel escudero hasta el fin de los tiempos, en el confín del Averno.

Un cabrón al que los románticos llaman "bichito", que vuela de ala en ala pudriendo las plumas.

Es curioso porque hoy que no tomo ni fumo ni bebo nada que interceda en el sistema nervioso central, el bajón del corazón, actuó como un frenazo lisérgico. Camino como si nunca fuese a llegar y tampoco me importase más que el paisaje de los lados.

Es un largo camino para llegar a la cima si te gusta el rock'n'roll.

 

Tremenda agua

Tremenda agua

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