Lo que muchos pensaban que era una ensoñación libidinosa perversa de acaudalados ociosos fumados acomodados en sus sofás, o un deseo de escarmiento al poder político proveniente del enfado seudo popular con las instituciones, pero que en ningún caso llegaría siquiera a acercarse a la línea de salida, está hoy en condiciones de producirse de un modo más que objetivo, preocupante y a la vez adrenalinico, contagioso, goloso. Javier Milei es una opción real en la vida pública argentina.
Analicemos sus planteos una vez retirada la capa de barnices. Milei empezará cerrando el Banco Central, eliminará el peso o cualquier denominación de moneda autóctona e instaurará el dólar estadounidense como moneda nacional, aunque ya puestos ¿por qué no Libras esterlinas? y de paso nos ponemos de bandera la Unión Jack, somos Reino Unido y resolvemos todos los problemas de un golpe; incluso el de las Malvinas. Liberará las condiciones para el mercado de compra y venta de todo tipo de armas, en un país donde la violencia cotidiana latente, el prejuicio social y racial es una barrera tangible, palpable, sangrante. Colocará a Victoria Villarroel de vicepresidenta, una defensora sin remilgos ni pruritos de la represión del gobierno de facto de la Junta Militar a las organizaciones guerrilleras, a partidos de izquierda pacíficos, a estudiantes, sindicalistas, intelectuales, etc., defensora de la prohibición del aborto, contraria al estado laico, aunque con un reclamo justo de reconocimiento de todas las víctimas sin distinción ideológica.
Pero lo más curioso, lo más tremendo desde el punto de vista de la involución social reflejada en el retroceso de conciencia del votante argentino, es que Milei les propone regresar al primer capitalismo, el de Birmingham, Liverpool y Manchester del siglo XVIII, previo a la aparición del marxismo precisamente por la desprotección de los trabajadores. Sin estado, sin escuela ni salud pública, sin protección laboral, sin vacaciones ni jubilación, sin derechos para la clase productiva. Se podrá educar y curar quien tenga plata para pagar por ello. Tal es el ideario de los anarcocapitalistas.
Una barbaridad de tal calibre es impensable que haya progresado sin la incalculable ayuda de sus predecesores en la acción y la soflama.
El caldo de cultivo para el desarrollo de estos disparates es una saturación del mundo de la política tradicional, un discurso interesado proveniente de las fauces de un Steve Bannon que contaminó mucho más allá de los confines con que había soñado en un inicio. Esa hiperbólica protección de los más humildes con el dispendio de dos chirolas para perpetuar una clase subsidiaria, ociosa y súbdita de la dádiva, una saturación de los intrincados mecanismos de corrupción de la política tradicional, de su inoperancia y burocratización, que en vez de producir el deseo de asearlos es desviado, deliberadamente, hacia el de sustituirlos. Cabe recordar que en la historia, la única política sin políticos la han protagonizado los militares y los reyes, apropiándose de todo y de todos. El mecanismo que lleva al ser humano a la autofagia de su propia obra, al caos tras la perfección, es digno de estudio, pero de ningún modo conforma una ley natural.
La irrupción de un fenómeno como Milei debería hacernos reflexionar en que es necesario abordar un cúmulo de problemáticas sociales que no son estructurales, pero que se han enquistado en la columna vertebral de la sociedad. Quizás sea hora de promover menos restricciones para la creación de riqueza, para el emprendimiento, más incentivo y motivación para las inversiones, la creación de fuentes de trabajo para las personas paradas, de manera que el bien común obtenga diversos beneficios, económicos y de dignificación de las personas.
Otra cosa es que pague medicina, hospital y escuela privada quien cuente con recursos para ello y lo elija por comodidad, confort, motivos religiosos o de diversa índole personal, pero sin abandonar en un ápice lo público. Otra cosa es retomar una ética del trabajo, del esfuerzo, pero de todas las clases sociales, privilegiados y humildes facilitando más que una vía, un corredor para el ascenso o la estabilidad, a que todo ser humano aspira en la medida de las expectativas que satisfagan sus necesidades. Que la delincuencia no sea una opción tan viable que a veces parece ser la más conveniente, ni entre los ladrones de guante blanco, ni entre los ladrones a pie de calle, que la violencia antes de castigada, sea profundamente tratada en la profilaxis educativa, en la difusión de valores cívicos.
Otra cosa es luchar a brazo partido para que todos esos jóvenes capaces, sedientos de alcanzar diversos horizontes, culturales, empresariales, técnicos, científicos, no se vayan del país, sean considerados un bien y como tal se los trate, y que a aquellos que tuvieron que emigrar se les brinde todo lo posible para que resulte atractivo su retorno, si así lo deseasen. Para analizar a Milei o mejor dicho a los abducidos por su mensaje hay que tomar un cuarto de ácido y observar de frente y sin prejuicios la realidad.
Mi criterio sobre Javier Milei, aun cuando considero indecoroso emitir críticas sobre quienes no conozco, dado su carácter de personaje público me permito decir que es un showman atractivo, con gran desparpajo, insultante, peleador, que va de audaz a temerario, de atrevido a intrépido, esas virtudes no se las quita nadie, y eso atrae, subyuga, en medio de tanta cobardía, de tanta pusilanimidad, un disertante calificado para enseñar historia de la economía aunque un poco repetitivo con Hayek y sus compatriotas austríacos, más que nada para asuntos domésticos, a lo sumo para administrar una empresa modesta, y así mismo un teórico admirable en cuanto a los laberintos dialécticos en que se aventura. De carácter muy irascible, se irrita con demasiada facilidad y desprecia a cualquier disertante que no se somete a su criterio. ¿Elegirlo para dirigir un país, incluso infinitamente menos complejo que Argentina, aunque fuese el país más simple pequeño y predecible del mundo? Es un disparate solo a la altura de sus propuestas.
O quizás de la locura provenga la razón y a la Argentina le convenga refundarse como un territorio al este de la costa de California o la Texas del siglo XIX, plagado de buscadores de oro y de petróleo, de cowboys armados defendiendo sus feudos, con religiones de estricto cumplimiento de bases calvinistas, donde impere la la ley del Talión y del dólar.
Con suerte este Western Argentina, sentaría las bases luteranas para que dentro de dos siglos podamos vivir en enormes casas en barrios limpios de ateos y viciosos hedonistas, con un patio trasero presidido por una barbacoa a gas que chamusque bien las puntas de las salchichas, los bordes de los patys y las crestas de un manojo de coles hervidas.