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14 octubre 2011 5 14 /10 /octubre /2011 23:35

 

 

El motivo que me llevó a opinar en voz alta,  acerca de mi experiencia en lo que convine llamar, bajo el peso de un mito o bajo la sombra del Che, es exactamente reflexionar sobre eso, sin más.

Dejando claro que creo, que una revolución social violenta, es un acto que aporta mayor destrucción que construcción, más involución que evolución, y que no concuerdo con casi ninguna arista de lo que terminó siendo la realidad socialista. No me refiero a concordar intelectualmente desde una situación de comodidad pequeño burguesa, lo cual es fácil y hasta coqueto, sino a vivir el incordio de toda esa cantidad de carencias, restricciones y premisas.

Pero fundamentalmente me interesaba hacer hincapié, en que precisamente lo que hizo grande a Ernesto, era su capacidad de discernir, de pensar por si mismo, de reconocer una injusticia donde sea que estuviere, de decidir que libros leer,  que ideología abrazar, que modo de vida llevar.

Y justamente elevando a categoría cada pasaje de su vida, canonizándolo, es la mejor manera de negar su mayor aporte, de matarlo después de fallecido. Hacer un altar a sus decisiones, que tomó  en medio del movimiento, en la probeta que es la vida, cargado  de dudas por un lado, y voluntad del otro, es vestirlo de su antítesis, el respeto reverencial al pasado, al inmovilismo.

Si algún ejemplo siento que nos legó a los inquietos, es que hiciésemos  lo que creyésemos correcto, por encima de los convencionalismos y las recomendaciones de los poderosos.

Hasta que apareció un nuevo elemento en escena.

De repente empecé a sentir que mi discurso y mis convicciones, tan celosamente guardadas y mimadas durante  tanto tiempo, y travesía, comenzaban a temblar, a tiritar de frío, a palidecer al atestiguar la paulatina desaparición de los fundamentos a que se sujetaban. El agotamiento de las reservas de su alpiste.

Esto fue a raíz de una serie de apariciones públicas de mi viejo, de manera súbita, hablando sobre la figura de su hermano  Ernesto, y para mi sorpresa en un tono muy conciliador con el resto de los guevaristas que no son necesariamente,  comunistas ni mucho menos fidelistas.

Un año después, de mi decisión de hacer una descarga de material inflamable de mis maltrechas espaldas, y aportar mis ideas y puntos de vista, más bien marginales y en ciertos casos enfrentados al decálogo guevarista de mi familia, del gobierno cubano, y de ciertas posiciones en apariencia, estrictas y anacrónicas de la izquierda latinoamericana.

 Declaro que:

Desde que tengo uso de razón rechazo la violencia como vehículo de expresión, ni siquiera como respuesta a la violencia institucional ni de ningún otro tipo. Encuentro de muy escaso vuelo tener que explicar, que matando a los que matan no se mejora en absoluto el panorama.

Que si se procede a la venganza, allí donde existía sólo un hecho lamentable, habrá que contar dos.

Siempre sobre la premisa de que combatir el canibalismo comiendo caníbales es un método infructuoso. Y difícilmente presentable.

O quizás mi hincapié en la solución pacifica de las cosas, sólo se deba a un miedo instintivo al dolor, los golpes, la sangre. Y todo lo demás constituya una conveniente verborragia en que apoyar mis escasos impulsos temerarios.

 

Con el paso del tiempo, mientras crecía y evitaba ahogarme en ron, empecé a ver muchas carencias, fallos y perversiones  en la sociedad cubana, que para nosotros debía constituir un ejemplo, el objetivo al que debía aspirar el mundo y en particular América Latina.

Nada, excepto la alfabetización de la totalidad de las personas, y la distribución equitativa de la pobreza, tenía el aspecto a simple vista de conducir a una sociedad donde el hombre se sintiese pleno, realizado.

La diferencia era condenatoria, el disenso se pagaba con tiempo, la deserción con sangre. El que deseara abandonar el país, era una basura, una escoria social, un elemento indeseado por contrarrevolucionario.

 Pero, Eureka!, vaya contradicción!, si quien pensase así , plantease que ya que él era inapropiado para la construcción del socialismo, lo mejor para todos, sería que se fuese de la isla, le decían que de ninguna manera se podría aceptar, que eso constituiría una traición, y si se tiraba al agua para alcanzar la orilla de la Florida a nado con un neumático de coche para no ocasionar gasto alguno al Estado, lo atrapaban y lo enviaban a cumplir años de prisión por deserción e intento de fuga, al lado de un buen ramillete de presos, guardados por leyes igualmente caprichosas.

A cada héroe de la revolución había que adorarlo como a Antonio Maceo. El Titán de Bronce.

Se exigía a todos los niveles, que los muertos por la revolución fuesen tratados acorde a ese rango metálico. Y  a los vivos había que tratarlos con más cariño aún, ya que cualquier critica hacia ellos podría progresar de manera inconveniente.

Pues estos tres hitos, uno por uno los derrumbó de su discurso mi padre en sus recientes  entrevistas, una escrita y una televisada que con motivo del 44 aniversario de la muerte del Che, concedió a los medios, siendo además de las primeras veces que se lanza a hablar públicamente sobre el tema, y sobre su propia vida, tanto o más rica en acontecimientos, de índole personal pero también pertinentes a la Historia reciente argentina.

Quiero decir que considero a mi viejo, no sólo una de las personas más autorizadas para hablar sobre lo que entiende, son los valores a rescatar de Ernesto, sino que pineso incluso, que era momento de que lo hiciese, y que aportaría mucho hablando de ello, también, auqnue entiendo que es un tema muy personal, aportaría escribiendo o hablando sobre su período en prisión, sus vivencias, con la compañía de más presos políticos, pero en absoluto por otro tipo de apoyo, que no fuese la fuerza y las agallas que su hermana Celia, le donaba, desde cualquier tribuna que le cediesen para ello, en cualquier parte del mundo Occidental, en cualquier sitio que no fuese un país de la órbita soviética. 

Siendo cierto, que me alegró más que nada el tono usado y el mismo hecho de que hablase, resultaba imposible pasar por alto los tres hitos anteriormente señalados,  a saber: 1) Que no es necesaria la violencia para hacer cambios positivos en la política, 2), Que el valor más preciado en su educación familiar y en la de Ernesto, es  que nada se daba por sentado en aquella casa, que no existía la imposición de una idea por parte de mis abuelos en el seno de la familia, que no se ganaba una discusión venciendo , sino convenciendo. Y 3) Que ni el Che ni nadie debía ser tratado como un mito, como un héroe intocable, una especie de titán de bronce o un de semidiós devorador del rock’n’roll.

¡Justamente todo lo contrario a lo que se había hecho y predicado durante cincuenta años por cubanos del poder y acólitos!. Me sentí muy bien al leer aquello, aunque ni mucho menos, ese sea el tema que me ocupa exclusivamente.  Incluso me permite disgregarme con mayor ligereza de la especialización en ese ítem.

 Lo que no puedo negar que lamenté un poco, fue  que no se hubiesen manifestado con anterioridad, ya que esto, unido a los reformismos extremistas de Raúl y Fidel, y el ulterior halo judeo cristiano de sus discursos actuales,  tan alejados de la retórica marxista leninista, dudo no solo ya , que semejante tolerancia me hubiese mantenido desafecto a esa Revolución, sino que comienzo a pensar, que lo más probable incluso, es que me habría terminado ubicando a su izquierda.

Que horror! Con lo que me gustan el jamón, los sofás mullidos y llegar hasta donde nace el arcoíris y se apaga el eco.

  

 

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