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19 abril 2024 5 19 /04 /abril /2024 23:19

Cada era de la humanidad estuvo y está marcada por unas problemáticas que se repiten a lo largo de la Historia  y otras que son particularidades de la época. Desde las primeras migraciones desde África al resto del planeta hasta nuestra era del desarrollo científico técnico que trajo bienestar pero también armamento de destrucción masiva y contaminación del medio ambiente.

A las peores conflagraciones y catástrofes de orden bélico o incluso natural, suelen sucederles las generaciones más conscientes en la paz, en la solidaridad, con mayor convicción en la reconstrucción mediante una ética que acompaña al desarrollo material, valores cívicos, colectivos.

En las guerras, incluso el bando vencedor dado lo “pírrica” de cualquier victoria marcial, bañada en sangre y destrucción, llega a la conclusión de que un mundo de paz es la única vía de entender el futuro. Generalmente tras una segunda generación se mantiene sana la convicción en la paz, una tercera generación comienza a alejarse y a desconocer el valor de lo obtenido, a lo lejos se recuerda el horror que llevó al “Nunca Más” , a través de monumentos, libros, filmes, testimonios de las pocas personas mayores que van quedando, y en la generación siguiente surge el indomable rasgo característico de la especie humana,  la autofagia, el fagocitar la propia obra. En esta instancia se comienzan a hacer frecuentes frases como “con la paz no se come”, “ con la democracia no se vive” y otras por el estilo que si bien no vienen acompañadas de inmediato de una pulsión por el conflicto, sí fertilizan el terreno para que cualquier chispa, por mínima que sea, desencadene nuevamente el punto del círculo vicioso al que tantas personas, libros, llantos y dolor, juraron no regresar jamás.

Ya desde el siglo V a. c. Sun Tzu que fue estratega antes que táctico, decía: “La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo y, en cada caso, el enemigo es vencido por el empleo de la estrategia”.

Para Kant la Naturaleza se vale de la guerra para la evolución y el progreso de la humanidad, pero al mismo tiempo el imperativo de la razón rechaza semejante degradación del hombre: la guerra atenta contra la libertad y dignidad de los hombres.

Tolstoi en Guerra y Paz sobre la invasión francesa napoleónica a Rusia escribió: " La guerra es tan injusta y fea que todos los que la libran deben tratar de ahogar la voz de la conciencia en su interior ." "La guerra, por otra parte, es algo tan terrible que ningún hombre, especialmente un cristiano, tiene derecho a asumir la responsabilidad de iniciarla".

Carl Von Clausewitz define el objeto mismo de la guerra abordando tres partes: imponer la voluntad al enemigo, disponer como medio la máxima fuerza posible, privar al enemigo de su poder. Menciona que la guerra no es un acto aislado, responde a objetivos políticos o económicos, al carácter de las naciones intervinientes.

Ha sido más fácil teorizar o escribir tratados sobre la guerra que sobre la paz. Para la guerra se requiere dar rienda suelta al envión de un impulso convenientemente incentivado, en el terreno de la emoción. Para la construcción de la paz es necesario un arduo trabajo de reconstrucción, de tolerancia, de concordia, pertinente a la razón.

 Si bien es cierto que se puede observar a lo largo de la Historia la repetición de este ciclo de manera natural, también es cierto que marcados intereses económicos y de poder, participan de ello. Llama la atención que seamos capaces como especie de erradicar enfermedades y superar toda suerte de males mediante la experiencia, el escarmiento, el conocimiento empírico, la ciencia y el esfuerzo y sin embargo, la reaparición cíclica de la pulsión por el exterminio del oponente como medio de superar los diferendos, permanezca perpetua, incólume, indemne.

Por doquier hoy nos rodean los conflictos armados de la más diversa índole pero siempre con el mismo común denominador, dolor, sufrimiento extremo, muerte y destrucción para los más humildes.

Junto a la guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, y la invasión rusa de Ucrania, en este momento se viven conflictos armados a gran escala en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria.

Las guerras tienen como origen múltiples causas, entre las que suelen estar el mantenimiento o el cambio de relaciones de poder, dirimir disputas económicas, ideológicas, territoriales (por cuestiones históricas y estratégicas), religiosas, etc. muchas veces una combinación de estas causas.

Aunque el resto de habitantes del planeta vivamos en paz, si somos contemporáneos a guerras que se estiran más allá de lo asumible, es una paz  condicionada, sujeta con alfileres, con fronteras duramente vigiladas, paranoicas, que se ven amenazadas en la figura fantasmagórica del círculo vicioso de la venganza.

Pero ¿podemos decir realmente que vivimos en paz mientras miles de seres humanos, idénticos en cromosomas a nosotros, mueren despedazados mientras tomamos nuestro desayuno? Doblemente no.

En primera porque la Tierra es nuestro hogar, no existen fronteras para el aire que respiramos, ni los tomates que nos alimentan tienen pasaporte, cualquier otro ser humano es nosotros mismos, cualquier cuidado que tomamos por el otro es un cuidado hacia nosotros mismos, el dolor de seres inocentes padeciendo y pereciendo es también nuestro dolor. Llegará a nosotros en una forma u otra, vendrá como gratitud o como reproche.

Y en segunda, porque es un engaño que no estemos participando de esos conflictos, todo el esfuerzo del trabajo aportado en impuestos, en plusvalías, se ve involucrado en las cantidades desmesuradas de armas para favorecer uno u otro interés de nuestros gobiernos, u organismos supra gubernamentales manejados por la inmensa industria armamentista, en esas determinadas guerras, con fines nunca del todo declarados ni aclarados.

De ahí nuestro deber de hacer carne la sentencia: “un día vinieron por los negros y como no soy negro no hice nada, otro día vinieron por los indios y como no soy indio no hice nada, otro día vinieron por los judíos y como no soy judío no hice nada, y cuando vinieron por mi, como los demás no son yo, nadie hizo nada” y comenzar precisamente, por mover hacer algo. Tras  el siglo XX con sus numerosas y mortíferas guerras que dejaron un inmenso cráter de desolación y una profunda reflexión sobre la construcción del mundo, creíamos imposible la reedición de los más bajos instintos humanos guidados por la avaricia, el poder, el odio y la manipulación de las creencias.

La palabra, el ejemplo, la denuncia, el humanismo, no hay mejor vida que la que depara el ejercicio del bien, ni mejor acción que la que ayuda al prójimo.

¿Hemos alcanzado a nivel mundial en el siglo XXI una calidad de vida universal que haga razonable abandonar los objetivos clásicos de las aspiraciones progresistas? No, en absoluto, aunque es evidente el avance en derechos y la obtención de niveles de vida en una parte de la población mundial, aun queda mucha miseria, hambre y dolor en el mundo como para considerarlo asunto concluido. Quizás lo que hayamos aprendido bien producto de la experiencia, es postergar la violencia como método, toda vez que aprendimos, que a no ser que sea absolutamente necesario en caso de defensa propia, la violencia solo genera violencia, en el corto, medio o largo plazo. Las únicas soluciones que permanecen, son aquellas conseguidas a través del convencimiento, de la ilustración.

El trabajo de concientización sobre la necesidad de la paz como un modo de vida debe darse en todos los terrenos de la educación, no solo en la docencia, sino en la familia, el trabajo, la comunidad. Debemos ser conscientes y hacer ver que cualquiera sea el problema que nos plantea la realidad, resolverlo erradicando al interlocutor, únicamente conseguirá acrecentarlo y dilatarlo en una magnitud mucho mayor.

Fagocitar al caníbal, además de poco decorosa, es la forma menos efectiva de acabar con el canibalismo.

 

Guerra y Paz. León Tolstói

Guerra y Paz. León Tolstói

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