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27 marzo 2012 2 27 /03 /marzo /2012 15:44

 

 

 

 

El Che no era español-

Existen múltiples razones por las cuales resulta curioso que este personaje no tenga mayor relevancia en la izquierda de este país.

El Che era de descendencia española entre otras y sin embargo no se reclama autoría por parte de los españoles, siendo que tienen una de las polarizaciones ideológicas más enconadas  en la vida política europea. La izquierda y la derecha tienen muy marcados rasgos identitarios en sus figuras fetiches, en sus pasiones e idolatrías.

Por ello resulta extraño que en España la figura del Che no revista mayor importancia, no esté rodeada de polémica, de partidarios y detractores. 

Durante los años en que se desarrollaron las diferentes guerrillas  guevaristas y crecía la fama del Che alrededor del mundo, así como cuando tuvo lugar su captura y muerte, y los años que le siguieron con el desarrollo de la mística revolucionaria unida a su imagen, España permanecía gobernada por una de las dictaduras más anticomunistas que ha habido en la Tierra, donde se liquidó todo lo que tuviese una extracción ideológica cercana al marxismo, a través de la privación de la vida, de la libertad o del destierro. 

No existió la posibilidad mediática de desarrollar una simpatía hacia la figura del Che una vez muerto, como en el resto de Europa occidental tanto por los comunistas clásicos como por los eurocomunistas críticos de la URSS, que encontraban en él un ejemplo de cómo se marginaba del poder a quien manifestase las diferencias con el imperio del Bien Proletario.  Ni la antipatía de los sectores de izquierda que rechazaban de plano la utilización de la violencia. No existía la libertad de prensa y de publicación para extenderse en la adoración pública o el rechazo de la encarnación del hombre nuevo.

Pero considero que aún concurría una razón de mayor peso para explicar el escaso entusiasmo en la adopción del Che como ídolo de la izquierda.

España, que desgraciadamente es un país que conoció varios momentos históricos en que se impuso la injusticia a través de la brutalidad, había entrado a su mayor período de oscurantismo en la Historia moderna,  a través de una guerra fratricida que la llevó a lamentar la friolera de más de medio millón de vidas perdidas, tras la suma de los muertos por combates y la represión posterior a los vencidos. Esta circunstancia sumada a que los vencedores gobernaron con mano recia los restantes casi cuarenta años de dictadura, dejó una resaca en el subconsciente colectivo por la cual toda manifestación de la violencia  fue y es  enérgicamente rechazada en los años posteriores a la muerte del dictador y en el retorno de la vida constitucional.

Ni siquiera el Partido Comunista suele llevar entre sus banderas la famosa cara sombreada del Che en las manifestaciones. Incluso son contados los más nostálgicos, que hoy realzan los bustos de Marx  Lenin o La pasionaria.

El retorno a la paz en España era mucho más importante que la instauración de cualquiera de los eufemismos para denominar a un  tipo de gobierno, y el arribo a la vida democrática era mucho más importante para el Partido Obrero Socialista Español, e incluso para ciertos sectores de la izquierda más radical, que una dictadura del proletariado, que una sociedad de fuertes antagonismos.

El mayo del ’68 francés se ajustaba más a los intereses de la izquierda española que el Patria o muerte venceremos de la guerrilla guevarista. 

El deseo de poder vivir como ciudadanos franceses o suecos ocupaba más espacio en el imaginario de los dirigentes progresistas españoles que retornar a discusiones ideológicas que habían ocasionado un poso amargo de separación, odio y dolor.

Los encargados de introducir al país en la modernidad europea no ondeaban efigies del Che Lenin ni Mao. Ni siquiera de Trotsky Gramsci o Bakunin, sino que pretendieron la conquista del poder a través del  simbolo de la rosa, de su persuasión y de las evocaciones hedonistas que su color y simbología sugieren.

De ese modo en el país más atrasado de Europa occidental se daba la izquierda más desarrollada, más avanzada, alejada de todo deseo de  derramamiento de sangre, quizás la más militante contra los extremismos, empezando por condenar los de la propias filas trasnochadas.

Se puede asegurar que la fuerza llamada socialista en España modernizó el país depositandolo en una economía pujante en Europa, de tipo capitalista con importantes contrapesos de beneficios sociales. En cuanto a lo económico la izquierda se situó en favorecer el desarrollo capitalista con intervención del Estado, pero en España la derecha no hacía lo contrario, la intervención estatal en la época del franquismo era casi hegemonica. Y en lo social, la izquierda socialista ha sido la fuerza que estableció un claro limite con las relaciones de producción de tipo feudales que persistían en el país impulsandolo no hacia una economía  planificada quinquenalmente donde los medios de producción perteneciesen al estado, sino intentando alcanzar el desarrollo capitalista que se disfrutaba en el área. 

Si despojamos la realidad de discursos y teorías, y analizamos únicamente los hechos ,  fue la izquierda paradójicamente quien más  hizo por situar a España en un lugar destacado de las economías de mercado, entre otras cosas, entrando  durante uno de sus gobiernos en la CEE.

En  todos sus actos reflejos, sus poses y actitudes, encuentro más emparentados entre sí a la izquierda española, con los sectores disidentes de los países del telón de acero, los que poco después de  España comenzaron a hacer su andadura hacia la democracia desde dictaduras del proletariado, los veo más emparentados con las victimas de la  represión en Cuba,  defensores de los derechos elementales de la minorías y el individuo, más del lado de todo elemento crítico, no bienvenido por los populismos, por los amantes de las socorridas consignas de trinchera.  Mientras que a la derecha hispana, en su mayoría muy enclavada en sus orígenes intolerantes, pre modernos,  absolutistas, se la nota muy emparentada con las actitudes autoritarias   que en la actualidad generalmente son propiedad del populismo y de los usurpadores de los verdaderos intereses de los pueblos.

Aún cuando son  irreconciliables en la vida política, izquierda y derecha en España se mezclan en la convivencia de la cotidianeidad, se funden en una realidad que los precisa más que nunca entrelazados, distantes de consignas extremas, de cantos de sirenas, y de himnos incendiarios.

Mientras la rosa del progresismo autóctono ve desde la distancia,  la cola en la que todavía aguarda la imagen del Che para entrar al fetichismo ibérico como elemento contestatario, detrás del Valle de los Caídos, que  aún  se resiste anacronicamente a su demolición.

 

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