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13 diciembre 2014 6 13 /12 /diciembre /2014 02:11

Las paradojas son el jugo de la vida, son el semen del desarrollo del ser humano, nuestra capacidad de contradicción nos ha convertido en seres racionales, animales que tienen culpa, antes y después, más que aquí y ahora, unos bichos que al poseer la noción de su insignificante paso por la existencia, ya no pueden disfrutar panza arriba de la comida de la mesa, del polvo mañanero, de cada sorbo, de cada pestañeo, sin pensar en que vendrá luego, como podríamos hacer si fuésemos osos, orcas o lagartos.

La oposición para crecer, la negación para descubrirnos, nos han guiado, cierto es que con menos brillo del que cabría esperar, pero al fin y al cabo andamos por aquí con nuestras luces y cegueras.

Pero una cosa es una paradoja, una contradicción profunda, que puede señalar más el punto oculto, críptico, cifrado, donde se unen dos razones aparentemente irreconciliables, que su distanciamiento; y otra cosa bien distinta es la burla, la tomadura de pelo al sentido común, el desprecio a la inteligencia y la integridad de la gente.

El gobierno de Cuba con su sempiterno Castro a cuestas, se afana en estos días por conseguir a través de su cabalgata jinetera que dura más de cinco décadas ya, un nuevo mecenazgo, esta vez de manera decidida rogando a los mismísimos Estados Unidos de Norteamérica, aquél monstruo de oscuras entrañas y arañas, que desista de su cruel e ineficaz bloqueo económico, la ley Helms Burton, e incluso a Europa se le ruega que reblandezca su “Posición común”, y la manera más acertada que encontraron para dar una muestra de democratización, de tolerancia, fue darles una buena tunda, con humillaciones incluidas a ciudadanos pacíficos, y practicar más de 70 detenciones sólo en La Habana.

Cuando se esperaba tras esas aspiraciones alguna prueba de buena voluntad golpearon y detuvieron de un modo inexplicable para cualquier sociedad decente, a las Damas de Blanco y quienes acompañándolas se manifestaron conmemorando un día que hace referencia nada más ni nada menos que a los Derechos humanos.

A esta altura no me extraña gran cosa lo que hagan los dinosaurios en el ámbito de los rugidos y zarpazos, entiendo que mientras depositan los huevos de los futuros reptiles, maniobrarán ora endulcorando el panorama con una leve capa de barniz al aspartamo, y ora repartiendo palos para lijar posibles asperezas, por ello mi interrogante va dirigida en el sentido de la gente de bien:

¿Cómo no se alzan más voces contra esta atrocidad? ¿Damos por bueno el atropello, las golpizas, la represión, la cárcel, la intimidación contra un grupo de mujeres vestidas de blanco que reclaman lo que les da la gana de reclamar de manera pacífica?

¿Qué se diría en los diarios si esto ocurriese en otro país con un grupo de esposas o de madres de represaliados revolucionarios?

Encima estas mujeres y sus esposos,  son precisamente lo opuesto de la violencia por definición y convicción, todo lo contrario a sus acosadores, verdugos y carceleros. 


¿Qué tecla hay que tocar para que estos golpes, estos abusos azuzen a las voces firmes y sin titubeos en defensa de las personas atropelladas? ¿Qué hay que activar en el indignómetro de esos amantes, no de la Revolución por supuesto, ni de Fidel con cuyas reglas no soportarían vivir ni un sólo día con sus 24 horas, sino del ron, la música y el sexo del que se benefician en sus viajes a Cuba, para que acaben de manifestarse frente a este desmán?


Hace tres años, cuando Laura Pollán murió en circunstancias muy poco claras, escribí en un artículo que no era necesario compartir ideología para sentir solidaridad frente a los abusos sobre los seres humanos.

El propio Che en la carta de despedida a sus hijos legaba a sus acólitos una enseñanza, a la vez que una sentencia:


"Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario"

Pues eso, ¡¡¡sean capaces de sentirlo carajo!!!

 

Hace tres años me preguntaba:

¿Por qué me irrita la muerte de Laura Pollán, cofundadora y cabeza visible de las Damas de Blanco, en el hospital Calixto García de La Habana?

Me pregunto acerca de la razón que acalla a las gargantas más prestas a gritar en pos de cualquier víctima de un abuso, el más mínimo sonido a favor de quienes quieren vivir sus vidas de forma diferente que la marcada por el establishment en la isla de Cuba, donde aún hoy se considera asociación ilícita y traición, el hecho e juntarse a opinar en favor de otro gobierno, a favor de un cambio de rumbo en la dirigencia.

¿Y por qué razón me siento tan presto a opinar sobre el asunto cuando en mi vida cotidiana me muestro muy desconfiado de todo lo que provenga de la política? Y es que es un asunto de la más elemental justicia, no de política. Entiendo que un intelectual preste su valioso apoyo al más que justo y feliz fenómeno de los indignados, cuando estos se pueden no solo manifestar, sino ocupar la plaza principal de su país durante meses sin incidentes, pero no comprendo que no sean capaces de condenar el encarcelamiento por años, de personas cuyo delito es pensar y opinar acerca de una alternativa al poder, por supuesto sin soñar jamás siquiera, tomar la Plaza de la Revolución por ejemplo, para acampar con sus reclamos durante meses, y gritarle a los dirigentes de la revolución sus quejas. Ni mucho menos.

Sé que quizás cuando las tornas cambien podremos ver pavonearse en el poder a los actuales oprimidos, si alguna vez acceden a hacer lo mismo que hacen aquellos de los que renegaron, seguro me encontraré entre quienes los consideraran renovables.

Pero mientras tanto y al resguardo de tales sospechas, luchadoras como la maestra Pollán, no me causaron sino una gran admiración, ya que conozco lo impenetrable del sistema al que osaron oponerse, y que de a poco va humillando su testa, como el toro embanderillado frente al torero, pero que dará muchas coces y cornadas antes de sucumbir.

Y si ordenas levantar el pie que pisa al último oprimido, debajo encontrarás a una mujer. No me sorprende que estas luchadoras sean mujeres.  

Algunos, incluso de entre las diferentes organizaciones de madres, abuelas, esposas de represaliados en el mundo, explican que una ventaja del machismo es que a la mujer la respetan más en el momento de decidir si ejercer la violencia sobre ellas, que a un hombre.

Tonterías, las mínimas.

Parece haber un modo de valor femenino, uterino, diferente al del hombre, la mujer es mucho más dura y en la templanza con que se involucran en los hechos, más valiente, porque es más optimista, casi por antonomasia, su realismo místico no tiene nada que ver, con el escapismo de que son acusadas en las conversaciones domésticas;  más bien parecen sintonizadas con una realidad imperceptible para la mayoría de los varones, para la masculinidad, que está en el más allá, en el futuro, gracias al mundo de sabiduría innata , que les dota el estar preparadas para la procreación.

La temeridad del hombre está siempre más relacionado con la perspectiva de la muerte, con el fracaso de la contienda, que con las verdaderas posibilidades de éxito. 

Pareciera ser que lanzarse emitiendo un alarido, a incrustarse contra la hoja de una bayoneta, conformase un acto de valor superior a detenerse y decir,  por aquí no señores, es mejor abandonar el plan, demos la vuelta.

La calma y el valor que se precisan, para ser arrojado sin llegar a ser temerario, es enorme.

Y si bien es cierto que  golpear una mujer públicamente resulta más difícil de explicar por los represores que atizar a un portador de testosterona, en cualquier plaza, también los es que la impertinencia, el ninguneo, y la falta de respeto a que se ven sometidas a diario las mujeres que demuestran mayor valor o inteligencia que el común de los hombres, es muy aguda.

Para los que saben lo que es haber vivido o vivir,  en una sociedad de las pésimamente mal llamadas socialistas, saben que el desgaste por calumnias y difamación es incomparable a cualquier otro sistema existente.

Cuentan con efectivos para estar constantemente encima de la víctima, con el vecindario abducido por la propaganda a su favor, profiriendo  gritos, improperios, insultos, y en ocasiones hasta propinando golpes, en las mismas puertas de sus propias casas.

Bajo sus faldas, implorando el amor de sus úteros, el calor de sus vulvas, y el perdón a la cobardía.

Una de las facetas más importantes, de las mayores pérdidas con la muerte de esta mujer luchadora, es su tesón frente a una sociedad conducida por los caprichos de los pelos en el pecho, desde hace siglos, con un histriónico desprecio misógino a cualquier cualidad femenina.

El machismo exacerbado es temor a la feminidad ajena, y el terror a la expresión de la propia.

 En el fondo aún temen a Pollán y sus compañeras, más que por sus proclamas, por ese valor femenino, meditado, ese arrojo que nunca es usado en vano, y que cuando se presenta, anuncia como las golondrinas, un cambio de estación.

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