23 junio 2015
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Hoy paseando por las calles del coqueto barrio de Kioto donde me estoy alojando, observando como aprovechan cada medio metro para colocar una planta y cuidarla con mimo, recordé casi letra por letra tres párrafos que le dediqué hace unos meses a un arbol que planté en el patio de mi casa:
"Cómo explicarle que lo quiero al árbol que planté, que cuidé, a ese que cada media mañana saludo con un café y una caricia, y por la noche tarde, cuando todos duermen y yo escribo desde esa no del todo resuelta angustia existencial, cuando en un alto en el camino, salgo a mirarlo, a saludarlo, a rondarlo con un par de vueltas y un abrazo como si quisiese que de él brotasen chichiricús mandingas por las ramas, güijes de las hojas y duendes de las raíces.
¿Cómo le explico que es parte de mi vida, que ya reside en mi universo, y que todo lo que le ocurra, también me estará sucediendo a mi vez?
Quizás ya lo sepa, tal vez todo haya sido idea suya, la posición, la mañana , el café y su compañía en la angustia de la noche, propiciarme el sanador privilegio de abonarlo, regarlo, mimarlo, a lo mejor es él quien me abraza con su aparente quietud, y me invita a compartir el silencio, la brisa y nuestras respectivas soledades"
Jardin de Templo sintoísta en Kioto
Published by martinguevara
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