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5 mayo 2017 5 05 /05 /mayo /2017 00:30

Durante mucho tiempo fui reacio a festejar fechas sugeridas, recomendadas o directamente instaladas desde puntos cardinales casi siempre ubicados en la sabiduría de algún gran centro de Poder, para que la plebe continúe nadando sin procurar por si mismos los días en que celebren genuinos logros, tanto personales como colectivos

Todos esos cumpleaños, años nuevos, navidades, semanas santas, primeros de mayo, diecisietes de octubres, días del nabo, de la zanahoria y hasta del alcornoque.

Desde que empecé a usar mi propia cabeza en vez de aceptar prestada la de los que me precedieron en la mordaza al análisis, me di cuenta que esos días, más allá de si son genuinamente felices o impostados, en todo caso poco tenían que ver con el pretendido protagonista, sino más bien con las sempiternas cadenas de ventas de chucherías, pavadas, indulgencias, artilugios y cacharros de formas e inutilidades miles.

Y paulatinamente luego también me fui percatando de que estos días no pertenecían ni remotamente a la cuota más o menos amplia de felicidad, de orgullo, de amor propio, autorrealización o simplemente placer, que la vida tiene destinada a cada peregrino andante de sus sinuosas y misteriosas sendas.

Vueltas del cuerpo celeste alrededor del astro incandescente más cercano, nacimiento de un buen hombre mucho tiempo atrás y lejos de los seres queridos que uno podría agasajar con su felicidad, muerte de ese mismo hombre de Judea, episodios de lucha de otros hombres, en fin, acontecimientos históricos religiosos o astronómicos que bajo la lupa del más somero de los análisis arrojan como primer resultado la imposibilidad absoluta de que produzca el más mínimo estado de hilaridad o alegría en persona alguna del entorno doméstico.

Acto seguido me pregunté a quien le vendría bien que la humanidad entera desde el día de su nacimiento tuviese ya una serie de motivos para festejar pautados por fechas periódicas estratégicamente situadas para combatir el vacío de la falta de realización propia, de razones genuinas para enorgullecerse, de metas y objetivos inherentes a los intereses más íntimos.

Y claro, no tardé ni dos minutos en darme cuenta del maravilloso trabajo de ingeniería en el entramado de toda esa ficción, de esa secuencia de sucedáneos, de reemplazos, de impostura de nuestros auténticas celebraciones, las cuales sería difícil preconcebir por responder a los anhelos intransferibles de cada individuo.

Por otro lado, y por diversas razones, me ha tocado ser una persona con escasa recepción de afecto del núcleo familiar reflejado en relaciones manifiestamente mejorables con progenitores y hermanos en las cuales las responsabilidades con toda seguridad sean plenamente compartidas, pero altamente tóxicas en cualquier caso. Mientras que de la otra cara de la moneda me ha tocado contar con las mejores amistades a las que una persona puede aspirar en sus deseos y fantasías, en cada punto de los lamentos de mis pasos juveniles, en las paredes y bordes de los cráteres que tuve que escalar para poder llegar a conocer la paz a lo largo de mi vida, conté con lo mejor de las mejores personas que uno puede aspirar a encontrar, he sido beneficiado con el privilegio del amor más puro, ninguno de los que me ha brindado el corazón y su mano tuvo nada que ganar conmigo y sí mucho que padecer y soportar, sin embargo me dieron los mejor de sus humanidades, un amor del que no obstante saber que sólo llegaré a reponer una pizca, cada día intento homenajear y devolver con la actitud de ser un poquito mejor persona hoy que ayer y mañana que hoy.

Lo que por un lado me faltó por el otro me fue concedido con creces. Encontré un enorme tesoro en el sitio contiguo al habitáculo vacío inicial que me había sido destinado.

Ayer fue un día conmovedor, porque a pesar de todo ese bagaje de términos, ese brebaje de verborragia que casi parece más destinado a dar soporte teórico a una fuerte fobia a las celebraciones donde se pone de manifiesto el cariño, ficticio o genuino, de los demás, los que observan, los que juzgan, aún con ese espeso criterio asimilado sobre los días de dispendio abundante de miel merengue y azúcar, de festejos más o menos frívolos, recibí tanto afecto de tanta gente que me quiere y me quiere bien, recibí un cariño que necesito como agua de mayo (nunca mejor dicho) y como pañuelo en velorio, sin importar tres bledos si el motivo para el saludo gentil, para la palabra sanadora, para el guiño fraternal es una vuelta más de la Tierra al Sol, de Luna a la Tierra, de los marcianos a Plutón o de Andrómeda a la Vía Láctea, y dándome igual si en su concepción estuvo el Corte Inglés, los artesanos ruanos del Paris Medieval, el núcleo cósmico inter estelar del poder eterno, o las babas y las chispas de Barrabas y su séquito de serafines lisiados.

Sentí el agasajo de los amigos, el gozo de aquello que concluye en alegrías, ligeras o densas, identitarias o importadas, bienvenidas siempre que tengan a bien el dispendio de palabras amables, sonrisas, roces, miradas piadosas, amor y calor en cualquiera de sus formas.

Muchas gracias a todos los amigos , conocidos y almas colegas que habitan el aire y viajan con el presentimiento y la energía.

Me hechizó el encanto del cariño.

 

 

 

Cumpleaños
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