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10 marzo 2019 7 10 /03 /marzo /2019 16:20

Pectah daba vueltas en la cama hasta que la almohada lo despidió de un cachetazo. Sugerido.

Ni dormir ni lectura ni televisión. Sólo pensó en salir, salir a patear la calle, zarandear los bares de copas que hubiese aún abiertos, en ese instante no quería dar esos paseos solitarios en los cuales se miraba desde la distancia disfrutando de lo que presuponía, era un aspecto ermitaño y enigmático mas allá de lo imbécil que pudiese sentirse al doblar la esquina.

Nada de eso, quería entrar a los bares, que el volumen de la música no le permitiese escuchar la pugna en su pecho entre el aire lleno de historias por salir, los soldados obstructores en mitad del camino y el aire nuevo, pero no limpio, proveniente de la calle, de los deseos atascados y las traiciones.

Quería mirar chicas, mujeres adultas, mayores, veteranas, viejas, viejísimas, ancianas, huesos folladores, pellejos mojados.

En cada bar al que entró se sintió observado por pupilas táctiles de yemas cálidas como en los tiempos que iba a bares de música y chicas. Pero con alguna diferencia, primero, ya no bebía, no se emborrachaba toda la noche culminando en un rompecabezas encharcado con naves reflotadas de las fosas más profundas, manoseos, balbuceos, laberintos y onomatopeyas, la mujer no borracha es la que única que siempre le había gustado, aunque bailase y sostuviese la copa con esas pupilas cálidas de yemas lamedoras, conscientes de lo que rodea, de la excitación vecina, como faldas cálidas de huesos húmedos, y la otra diferencia era todo lo demás.

De entrada sintió ese tierno abrazo de las miradas, se vio rozado por tetas enfundadas en sostenes y blusas recién estrenadas. una cadera suave, de la cual casi podía alcanzar su olor se apretó mullida a su bragueta enviando un chorro de fuego de ida y vuelta desde el escroto al cerebro; fuego que a su regreso a la estación de la lealtad era de tenor porongón, morrongoso, morcillón, tan atrevido como rockero.

En un bar vio una mujer vieja de perfil perfecto, de ojos que salían de sus órbitas a pasear por la nuca, por encima de las luces y la pésima música de bim bam bum, una dama que brillaba, movía suave la cintura, sin llevar compás, a su ritmo, a su vena, Pectah deseó acercarse, sacarla de su grupo de amigas, quiso llegar a ella de las maneras en que nunca había sabido como manejarse en discotecas. "Que cara, que cuerpo recorrido tiene esta vieja, me la quiero coger, follar, singar, templar, montar, penetrar, taladrar, besar, mamar, lamer hasta que dure el brillo" pensó casi en voz alta Pectah, acaso con la ilusión de que un sexto sentido hiciese de Miguel Strogoff y le trasladase el mensaje de su intensidad a la señora del perfil impoluto.

Pero en cambio permaneció inmóvil, hierático, aunque nada molesto con su inacción, sino calmo, disfrutando de esa mirada fuera de los focos, alrededor de la nuca. Había perdido aquél touch y ganado ese nuevo stand by.

Al fin todo se descomprimió, la noche llegó a su fin, la almohada ronroneó, el ruido del motor, la tirantez de la cremallera, los huesos, el olor, los párpados se fundieron con la luna, el paso lento, el sonido de los tacones, su pose romántica observada desde una novela épica con un prisma demasiado generoso, en que el héroe se pierde en el fin del silencio y se desvanece tras la curva de la única esquina sin farol.

Perfil y ojos errantes (Pablo Picasso)

Perfil y ojos errantes (Pablo Picasso)

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