Una vez de las que andaba sin rumbo fijo y sin embargo tremendamente orientado sin saberlo, llegué a Cayena, Guyana francesa , atravesando el río que separaba Brasil de Guyana en un bote , habiendo pagado 20 dólares en moneda cruzados novos. Yo tenía el pelo largo sobre los hombros, pantalones rojos a cuadros y una camiseta roja, que tenía un logo en letras amarillas que decían Love, en cursivas, mi amigo y compañero d e viaje Joao, me decía que después de cinco meses de llamar la atención por todo Brasil, no era el momento de cortarse con los pajueranos de Cayena, ya que lo más probable era que la policía no me parara, al verme con esa pinta. Yo le decía Joao, te crees que son tontos? yo llevo ya inscrita ya marca del camino, el sol de Brasil y el color de ojos que da comer feijoada todos los santos días, con pupilas de arroz.
Nos bajamos de aquella chalupa , le di a duras penas el billete al flaco del machete y el revolver, y me bajé mojando las zapatillas le coq sportif, que ya estaban sino gastadas al menos rayadas, perdiendo la razón de tanto friccionarlas contra el suelo y los elementos. Dormimos en la casa que habíamos acordado, y al otro día el francés me dijo que no había problemas, que podíamos esperar dos días más en esa casa, con todos los gastos pagos, cervezas, música, carne de cerdo, pollo, verduras, y sorprendentemente, muchos libros. Joao leía en francés, yo no. pero hacía un esfuerzo con los libros de poesía de Guillaume apollinaire,
Ton frère
Allons vite nom de Dieu
Allons oplus vite.
algo así recuerdo. cachaça , limón, camarones, patitas de chancho, música rock brasilera, a Legiao Urbana, no aguantaba ni a Sepultura con su heavy metal pueblerino, ni a Os paralamas do sucesso, con su pop pretensioso. También aprendía el pagode.
Pero con el mar de frente todo parecía bien.
Salimos a dar un paseo en un jeep hasta la ciudad, que era mucho más limpia y menos desagradable que lo que me habían jurado. Sería porque casi todos los lugares me gustan, o que habíamos ido muy bebidos y fumados. El hecho fue que en un bar descansamos cuando llevábamos unas cuadras caminadas, el calor y las gotas de sudor resbalando por el hombro de las botellas frías de cervezas, que se veían en las mesas de los comensales en la vereda, no dejaban opción. El francés pidió tres cervezas, y llegó un amigo suyo, al parecer nativo, se sentó en la silla vacía, y se pidió otra cerveza más.
_ Este país es una merde! me decía mezclando los idiomas, luego de haber terminado de charlar sus asuntos con el francés. Y me dijo que aún así era la mejor de las tres Guayanas.
_ Aquí llegan vietnamitas e indonesios, para sembrar la lechuga y el arroz, son maestros en ello, y los negros de Surinam y Georgetown.
Ya sabía que las otra Guayanas eran independientes y que toda la vida pasaron lamentando semejante osadía, ya que desde el día que se segregaron , solo les quedó un par de horas de dignidad. Al poco rato debieron bajarse todo tipo de amarraderas para conseguir lo que habían perdido siendo satélite de la Metrópoli. Mientras los independentistas de Cayena, estaban cerca del poder, los otros llegaron con sus expresiones cariacontecidas, para rogarles que no hiciesen los mismo, que luego deberían ir a vender la lechuga a lo que la lechuga vale en el mercado, en lugar de estar subvencionada por Francia. Y que se acabaría el franco francés, la telefónica de france, el hospital gratis, y si se terciara operación, un viaje a Martinique gratis, y si precisase de mayor alegría en el gasto, a París en un vuelo ambulancia a operarse con los mejores médicos. Los ex holandeses y ex ingleses les rogaban no lo hiciesen, ya que de ese modo ellos al menos tendrían un lugar cercano para ir a trabajar de vez en cuando, aunque solo fuese como trabajador golondrina.
_ Esto es una merde!- repetía el amigo del francés- Pero tenía pinta de no irle demasiado mal las cosas-
Estábamos allí para seguir camino en un barco de buena pinta, dos motores, velas en tres palos, de varios pies de eslora y manga, con camarotes con aire acondicionado para los tres, y con varios equipos modernos de buceo. El trabajo no era sobre lo que más convenía preguntar si se quería hacer. Nadie tenía interés por saber que podían contener esas pacas, ni tampoco se iría a preguntar, era una especie de ley no escrita. Hay mucho dinero y diversión, tómalo o déjalo. Había conocido al francés en Macapá, y me había dado buena espina, pero ya esa espina se había esfumado. De todos modos por aquella época yo no estaba emparentado con el tipo de miedo que después conocí. O sea que simplemente desconfiaba de su lealtad al final del trabajo. Íbamos a ser marineros y buzos por un par de meses, y cobraríamos en Belice, desde donde nos podríamos largar por aire, barco o tierra a donde quisiésemos. Yo pensaba ir a Dinamarca o a Canadá. Quería fumar tranquilo y lidiar con chicas fáciles.
Pero algo me olía mal, y no eran las cabezas de pescado que en Cayena tiran en unos latones , al lado de los bares y restaurantes populares.
_ ¿Sabe una cosa? , me dijo el amigo del francés. Usted ganaría mucho más si se queda entre nosotros trabajando, dese cuenta que aquí se gana en francos, y usted con su pinta conseguiría triunfar. Di un respingo , al viejo modo guevariano, esas proposiciones no se hacían por mi barrio de hombre a hombre. O sí. Y entonces me dijo:
_ Amigo, en los dos países de al lado , la gente después de la independencia se empezó a matar por nada, a robar , a crear cizaña entre la familia. No hay descanso para el mal en la libertad de nuestros vecinos. En cambio amigo nosotros seguimos con bandera francesa, con moneda francesa, y cantamos la Marsellesa, que además es un himno agradable, y nuestros hijos se van a estudiar a la Sorbona, o se prueban en el Paris Saint Gemain. No amigo, me da igual lo que diga un papel que soy, ya que ningún papel dirá nunca lo que yo soy, ni a nadie más que a mi , le importará donde va a parar este negro culo.
Chocamos las cervezas , habremos bebido unas cinco o seis más cada uno, y nos fuimos de aquel lugar antes de que el moreno que acompañaba a una de las muchachas que flirteaban con la mirada a nuestra mesa, decidiese que debía abordarnos.
Una vez en la casa, le dije a Joao, mi amigo de Curitiba, que yo no iba a Belice, que me olía raro aquel trabajo de buzo tan bien pagado. Porque aunque se pagaban bien los trabajo puntuales de buzo, para sacar coral negro, para hundir un barco y hacer pecios, para limpiar un casco de barco o rescatar un cuerpo ahogado, inflado, apestoso incluso a cuarenta metros bajo el agua. Para sacar piezas antiguas de galeones españoles. Todo eso era pagado un poco mejor que cualquier profesión, incluso bastante mejor en algunos casos. Pero no con aquella diferencia.
Por la noche Joao y yo salimos en silencio de la casa, con las mochilas y un pedazo de jamón en cada una, cigarrillos y cachaça. Atravesamos nuevamente el río , por veinte dólares. Y volvimos a Belén de Pará.
En un albergue que nos quedamos a dormir, yo recordaba al viejo Angelo, que nos decía en su hotel restaurante de Paratí, en el estado de Río: _ No confíen en nadie que no les proponga trabajar fuerte.
El amigo del francés casi me convence. Ya que su trabajo no parecía ser especialmente duro, aunque tampoco un chanchullo tan evidente como el del francés.
Quizás debimos habernos quedado unos meses en Cayena probando suerte. Pero el francés, en su habitación tenía revólveres y más balas que sábanas. En sus ojos había aún una brizna de bondad. Pero no podíamos apostar a ella, era muy poca.
Y para el sincero trabajo que nos ofrecía su amigo, no estaba hecha mi consistencia, mi persistencia, yo tenía sed de aventura, pero no de trabajo, yo no venía huyendo de la libertad hacia la colonia.