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8 abril 2016 5 08 /04 /abril /2016 12:24

Hacía años que no iba al ballet.

Me invitó una amiga de mi amigo Slava, al teatro que está al lado del Bolshoi, uno de menor entidad pero igualmente bello. Me tocó primera fila centrado.

Con ir al ballet me pasa como con las películas intimistas de largas conversaciones, que en un principio nada me llama a entrar a una sala y pagar para "tragarme" semejante bodoque en vez de entrar al contiguo a ver una de Scorsese o de Michael Mann o distraerme unos metros más allá, hasta la entrada de la hamburguesería; pero una vez comenzada la película o la función me traslado a un estado de placer sublime.

La compañía era de prestigio, la obra era Cinderella, la ejecución inmejorable.

Pasado un buen rato, generalmente en el segundo acto, en la ópera, en el ballet o en el teatro, independientemente de la calidad de la obra, comienzo a mirar las expresiones de los que me rodean, o de algún actor, cantante o bailarina, a mirar el techo, a pensar en situaciones absurdas. De pequeño me atendieron porque me dispersaba en medio de cualquier tarea, y aunque la sicóloga logró importantes avances conductistas, nunca abandoné del todo aquella costumbre.

Mientras miraba como los bailarines levantaban a las bailarinas y como giraban y mientras les veía mover las piernas hacia un lado y hacia otros, haciendo girar los tutús, con esas figuras bellas, esas caderas sobre esas cinturas, no se me fue de la cabeza la interrogante de ¿que suele pasar cuando en medio del baile tienen ganas de dejar caer una airada ventosidad ( en las groserías no es el terreno donde mejor manejo las metáforas), pensé ¿y si lo deja caer y justo viene la parte en que el bailarín la toma para dar cuatro giros y le queda precisamente la nariz a media altura de la chica? ¿o si les toca un beso? ¿o si en el entusiasmo de la reconfortante liberación comete, por supuesto sin desearlo, un lamentable exceso aromático y sonoro?

En la ópera siempre cabe el recurso de alejarse un poco en medio del aria, de subir un semitono en el momento de la eclosión, en el teatro aunque más complejo por los continuados silencios, sin embargo las distancias trabajan en favor del osado hereje,

Pero señores, como en ningún otro arte, en el ballet se impone ese ajetreado trasiego detrás de bambalinas, del camerino al toilette, o del retrete al rincón, el terror a la segunda campanada.

Cindirella.

Cindirella.

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