Había pasado la mayor parte de su vida, desde la post adolescencia seduciendo mujeres de la más variada índole. Tenía, se puede decir, lo que se llama un tipo de mujer favorita, delgada aunque no tanto, con pechos que pudiesen bailar bajo un camisón sugiriendo su redondez y rebote anárquico entre pliegues y relieves, yendo desde manzanitas a pomelos generosos, caderas curvadas de andar sinuoso, piernas preferentemente largas aunque no que la hiciesen demasiado alta, culito respingón tallado para exhibir tanga, y eso sí, una marcada zanja mediando la zona inguinal que aun uniendo las rodillas permitiese ver luz entre muslos y que, presa del jean adecuado se marcase de tal manera el fin de la vulva y el nacimiento de las nalgas que consiguiese producir un chorro extra de la cuota habitual de saliva. La cara preferentemente huesuda, de mandíbula firme aunque no pronunciada, labios finos o gruesos, de boca ancha o angosta pero con olor a jazmín o naranjo en flor, dientes perfilados, ojos vivaces, soñadores más que pícaros, inteligentes más que ocurrentes, profundos más que sagaces. El pelo de cualquier forma, de cualquier color pero que naciese tras recorrer bastante cuello hacia la nuca, que tardase en volver a caer sobre los hombros una vez que el viento los revolviese. Nunca había pensado en como prefería que fuesen los pies, pero una vez que amaneció con una dama casi perfecta y recorrió su humanidad a besos para despertarla con un cunnilingus, dos cosas cortaron su inspiración, una fueron los nudillos de los dedos de sus pies y la forma de la planta, la otra fue un aire que liberó de sus henchidas interioridades. Así que concluyó que los pies, por favor, a poder ser normales, y si no, para algo estaban los calcetines.
Claro, no iba a ser todo de chocolate. La verdad es que muy poco sería de chocolate a lo largo de su vida, pero ese era de alguna manera el modelo del que partía para ir aceptando de mayor o menor grado de satisfacción la pesca que podría obtener su anzuelo. También hay que decir que no era en absoluto exigente, o mejor dicho padecía de una especie de desesperación, de impaciencia que lo llevaba a aceptar en todos los planos de la vida, lo primero que conseguía a modo de ganancia, por esa misma razón tampoco era muy bueno en los negocios, eso sí, siempre salía ganando, poco pero con mucha frecuencia. Se puede decir que apenas obtenía ventaja en lo que fuese, dejaba de apostar y arriesgar. Si la dama con que estaba a punto de empatarse, tras un vistazo sin demasiado escrutinio ostentaba dos o tres de sus condiciones sine qua non, sobre todo en materia de tetas, culo y bollo, feliz se la llevaba al jamo, porque tampoco todas las noches terminaban así. Los estereotipos son para cumplirse en un poster, pero en la praxis podían concurrir tantos factores disuasorios como persuasivos que llevasen a formalizar pareja circunstancial con una partenaire que fuese lo opuesto a lo deseado. A veces la hora, la escasez de opciones, podían conducir a una toma de decisión no demasiado festejada bajo el haz de luz del día siguiente, pero acorde a la filosofía de "todo es aquí y ahora", pocos ejemplares quedaban fuera del redil. También es cierto que no siempre es oro todo lo que brilla, como creía la chica de la canción “Escaleras al cielo”, y algunas súper adecuadas a los moldes después o bien tienen mil voltios de corriente eléctrica o carecen del más mínimo suspiro de energía. Además cabe tener en cuenta que él mismo no era precisamente un Adonis que cumpliese con los requerimientos de las damas al salir de casa, al menos mientras todavía les durase el perfume. Sus dotes conquistadoras no se basaban en su belleza sino en el arte del acercamiento. La aproximación es todo un reto, no se puede llegar como fórmula uno a los boxes, ni a velocidad de caracol, controlaba los olores, las señales de la propia endorfina que va guiando, hacia más conversación, hacia el cuello, hacia la mano, tenía una facilidad magistral para tomar las manos de las elegidas, en cualquier punto de la charla, ya fuese acabado de conocerse como ya franqueadas las barreras de nombres, dedicaciones y chiste rompehielo, era cuidadoso y dulce, picante si era necesario, pero todo ello a una distancia prudente, cuando conseguía atravesar la valla de seguridad se convertía en un predador descuidado, atropellado, incluso torpe, que podía despertar ya sea el temor ante tal precipitación o la desconexión con el ritmo y la armonía establecidas en la senda hacia la confianza y la laguna del deseo. En pocas palabras se le paraba el rabo muy rápido, cualquier proximidad ilusionante a una teta era interpretada por su humanidad como una señal de permiso para el ataque, a veces salía muy bien, a veces regular y a veces echaba todo a perder. Pero en honor a la verdad, en los casos de las chicas menos agraciadas, no veía gran diferencia entre los posibles desenlaces, si salía bien y si no también, además esas presas estaban mucho más dispuestas a pasar por alto esos abruptos cambios de ritmo, de miradas, de vibración en el tono de la voz, incluso en esos casos la mayoría no solo lo ignoraba sino que lo disfrutaba como una garantía de que esa noche sí, de aquella noche no pasaría, bailarían la danza de la bestia con frenesí desenfadado sobre lo que fuese que resultase de la promesa de aquel bulto.
Aquella noche la muchacha entrada en generosas cantidades de carnes, había accedido a sentarse a su lado en la penumbra del bar, entornó los ojos cuando le pasó la mano por el rostro y acarició su mejilla, de huesos firmes bajo la redondeada capa dérmica, ella sintió sus dedos acariciando la parte interior del muslo, que no solo no permitía el paso de luz uniendo las rodillas, sino que aun mediando un espacioso tramo entre ellas, por ahí no pasaba ni el bosón de Higgs, sin embargo desprendían un calor que sumado a lo mullido de su tacto, le descubrían a él una virtud exclusiva de las piernas generosas en materia cárnica hasta entonces desconocida, la llegada con gran antelación de la exaltación hormonal al entrar en contacto con lo candente de la vulva, comparado con las mujeres flacas aquello era como un pre bollo, un pre nalgas, y casi sin darse cuenta, ambos entre suspiros, ya en medio del intercambio de labios en los cuellos, y de a poco el despertar de las lenguas recorriendo los caminos hasta el punto de encuentro, sintió que su dedo había penetrado en un orificio, ligeramente más cálido que la entre pierna, con vida propia, y al extender la palma de su mano y abarcar una porción de lo que eran las nalgas se percató de que la punta su dedo había entrado en la oquedad anal sin la más mínima resistencia. Ella deslizó su mano dentro del pantalón y comenzó a acariciar su glande con suavidad a la vez que se movía contorneándose, balanceando su cadera y haciendo que él llegase a sentir un placer similar al que ella estaba disfrutando perp en la mano, que a priori pensaba emplearla en recorrer otras zonas pero desistió cuando sintió lo que ambos expresaron en diferentes frases al unisono, ella "ay, papi sí que rico, parece una pinga" y él "coño, que culo tan caliente". El bar era oscuro, estaban aislados pero ya ella tenía su miembro en la mano, fuera del pantalón y él lamía uno de sus senos con fruición, ora lo chupaba, ora alejaba la cara y lo apretaba suavemente para llenarse de ese calenturón que le proporcionaba su esponjosidad, en torno a ellos había un cordón de saliva, jadeos, cambio de temperatura, suspiros, frases obsenas, un aura diabólica conformada con lo más efusivo de la vida que invitaba a los demás a mantener la distancia, pero aun así el camarero debió irrumpir en ese universo de goce y pedirles por favor que guardasen las formas o pagasen. Le hicieron caso y se fueron a la casa de él, ya en el ascensor introdujeron sus manos bajo las prendas interiores respectivas y una vez que atravesaron la puerta de entrada al apartamento, en el pequeño recibidor, dejaron que el cuerpo desatase los nudos que atenazaban la expresión natural de sus actos, ella sintió en su vulva un mar enfurecido de cálidas olas trópicales chocando contra labios, clítoris, incluso la vagina parecía estar desbordada, se inclinó para lamer el glande, que para él, presentaba un más que estimulante y enorgullecedor aspecto desconocido, había multiplicado su grosor y longitud, era duro y a la vez modeable a las manos, labios muslos de la bendita rellenita. Ella subía hasta la punta en la que se detenía dando cariñosos besitos a la boquita del pene, y de repente se la tragaba entera, y volvía a subir a la punta y luego bajar por una ladera hasta los testículos los cuales laía con fruición, en parte para otorgar placer y en parte para sentirlo ella, que sostenía y acariciaba el tronco del obelisco con la mano derecha, de vez en cuando miraba hacia arriba, a los ojos de él dando un latigazo de gusto y a la vez sintiendolo ella. Ya con media ropa fuera y la otra mitad rodeando cintura, cubriendo un hombro, atando tobillos, se dejaron caer en la cama donde en breve ambos tuvieron orgasmos que venían reteniendo desde el bar, sin detenerse en el intento de un descanso, solo tras una imperceptible y breve atenuación de la fuerza y energía en los movimientos continuaron como si no hubiese mañana, como si deseasen comerse el uno al otro, llenarse del otro y llenarlo, a la vez que atravesarlo y atravesarse, ella se montó sobre él, primero acariciando, luego refregando y al final restregando su clítoris con su ingle, sabiendo que en esa posición él gozaba un poco menos, a cada tanto elevaba su cuerpo permitiendo que él acometiese a penetrarla con embates, que le devolvían la solidez y tersura a su pene, a su disfrute, ambos entendían de manera espontánea que debían alternarse con generosidad en la procura sincronizada de clímax y mesetas de placer mutuo. Después él la montó por el ano ella estaba tan abierta que el pene entraba gentil hasta la base de los testículos. Soltaron la imaginación todo lo que pudieron con palabras y frases tan adecuadas en esas lides como en extremo procaces fuera.
Fue tanto más excitante aquel encuentro que con cualquiera de sus modelos soñados, que tras interminables mamadas, palos prolongados, miles de besos, los "dime gorda, puerca" y los "dime cochino, mamalón", todos los tipos de emanación de secreciones: espesas, líquidas, viscosas, transparentes, dulces, ácidas, ambos prefirieron despedirse y dejar esa excepción, como un suspiro perpetuado en una dimensión atemporal, para no profanar la maravilla que acababan de experimentar, tomando el riesgo de escudriñarse alumbrados por la luz natural y bajo el efecto de otro placer sublime, inalienable: el café matutino.
Nunca más se ciñó a ningún estereotipo instalado en el hipotálamo, ni de mujer, ni de absolutamente nada.