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26 octubre 2016 3 26 /10 /octubre /2016 02:03

Día del cine en España, entrada dos noventa ......pero amigos, sólo un asiento quedaba para una sola peli de las seis que ofrecía el cartel, heme ahí entre publicidades, comentarios de atrás, delante, babor,  estribor y cientos de dedos escarbando y miles de muelas mascando palomitas de maíz al compás de una orquesta de sorbos de súper vasos de Pepsis a siete euros el combo.

¿Dos noventa? - Con gusto lo habría abonado diez veces a Belcebú a cambio de un acto de prestidigitación que me dejase a solas en la sala, rodeado de penumbra y misterio, sin rastro siquiera de la más esmirriada de aquellas palomitas pip pop.

Nunca aprendo, eso de quejarme siempre recibe el escarmiento de una  posterior instancia sensiblemente peor.

Cuando amainó el ruido de dientes, muelas, labios, pajitas, burbujeante agua azucarada y comentarios mermados, disecados de cualquier brizna de ingenio, entonces la película estaba ya adentrada en su condición de "clavo" antológico y cabalgaba rauda a la grupa de un rayo en dirección al más gélido de los aburrimientos; justo cuando la jauría "mascatoria" y "chupatoria" refrenó sus ánimos depredadores, el navío puso decididamente proa al abismo del tedio más acuciante.

Aquella película parecía haber sido pergeñada en el averno de lo inerte, casi me despojo de un llanto interior por el sacrilegio de quejarme de la algarabía vecinal.

Al pálido desamparo del tedio de entonces, bendito se mostraba el recuerdo de aquellos ruidos que la insensata e irresponsable blasfemia de mi brío irreflexivo había bautizado de insoportables.

¡Oh blasfemo, pagarás cara tu ignominia y purgarás tu sucia traición!

La cinta se adentraba en el sólido y sin embargo espeso cuerpo del plomo narrativo dejando sentir en el descenso a la penumbra, la inmensa pesadez del vacío, la insoportable carga de la ingravidez, sentí el paso de cada instante en cada punto de mi cuerpo, un armisticio entre el fluído y la sed, ora una costilla presionaba mi carne arrinconada por una sobreinhalación que abarrotaba de aire el pulmón, ora escuchaba el transcurso sibilino de cada segundo y lo oía regocijarse contra las paredes de la eternidad simulando revolverse sobre sí mismo y regresando a un punto desconocido más allá y acá de cada inacabable minuto que se fusionaba con el esperpento proyectado sobre la pantalla mega dolby sistema, de cuarenta y dos mil canales de diáfana mediocridad.

 La conquista del hastío era absoluta, tamaña languidez daba una precisa noción de la desesperación que produciría la eternidad, el paso apático del tiempo me llevó a sentir la mezcla de fragancias de cada microbio ascender por las vías nasales reconociendo o esquivando cada milímetro de mi interior.

Las escenas de la película salpicadas de disparates descendientes de la primera célula humana que se aterrorizó por la aparición de la inteligencia en aquel pionero primate, carecían de sentido, de concatenación, de hilo, de sinopsis, de discurso, de conducto, de agilidad, de gancho, de gracia, hasta que en mi fuero interno, eternidades antes de que acabase mi film barato, imploré y lloré a los dioses de cada panteón, y en particular a Tutatis y a Babalú, por el retorno del recreo bullicioso, el estruendo liberador de las palomitas, los añorados comentarios aleatorios y aquellas amorosas burbujas azucaradas.

 

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