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15 enero 2018 1 15 /01 /enero /2018 16:43

A raíz de la pública diferencia mantenida entre las norteamericanas que denuncian lo que para ellas son abusos o acosos, y la posición de las más libertinas y trotadas francesas, que consideran tales denuncias una muestra más del puritanismo de origen cuáquero en EEUU, quería aportar algún apunte.

En esta contienda concurren dos realidades muy diferentes, famosas por opuestas precisamente en ese rubro. Dos grupos de expresión que llevan toda la razón en sus proclamas, y que no se anulan ni se superponen por la sencilla razón de que pertenecen a dos realidades tan diferentes que casi configuran dos dimensiones irreconciliables, intangibles. Refrendan posiciones  la cultura que cobijó el desborde de testosterona de Strauss-Kahn frente a la que condenó sus formas de expresión.

Es curioso, lo primero que pensé desde antes de este manifiesto de damas mucho más cercanas a mi ideario cultural, de reivindicaciones vanguardistas, del más amplio espectro de libertad individual, pero sobre todo del derecho a la exploración sin límites del erotismo personal, del interés por el hedonismo, de la incursión de la levedad del ser y de la catarsis lúdica en el peso de la vida cotidiana, fue ¿qué pensarán mis conocidas franchutes sobre esta exposición pública, ora en modo de denuncia ora de diatriba, de la vieja y paradigmática diferencia característica entre lo que son dos ejemplos de democracia y de progreso en el mundo, los franceses y los norteamericanos, centrados precisamente en el recato y la virtud forjada por los luteranos y calvinistas del tipo del Cuáquero Penn y su esposa Silvania versus la apología del retozo, del placer y la iconoclasia gala post Victor Hugo y descendiente de aquellos perversos católicos vencedores sobre los coherentes puritanos Cátaros?

Primero ausculté la temperatura preguntando a dos amigas francesas cuyo feminismo no sólo está fuera de duda sino que casi está fuera de sus agendas por el ambiente que a lo largo de los años han creado a su alrededor, gracias más a sus predecesoras que a ellas, y aunque ratificaron su rechazo a todo abuso de poder machista, también como esperaba, usaron un tono algo sobrado y ciertamente sarcástico con las norteamericanas.

Poco después salió el manifiesto de las cien.
Pero claro, las realidades de la sociedad francesa, parisina sobre todo, la crianza de los niños, de los derechos que les asisten desde la cuna a la más insignificante queja, reclamo, ora de espaldas al analista en el diván ora de cara al poder en la Bastilla, no son ni remotamente los resortes y mecanismos de respuesta con que fue dotada la muchacha de Wisconsin frente a la grosería limítrofe de los muchachos criados en Wichita, y sobre todo a la mirada culposa de toda esa sociedad rebosante de parafilias, a quien ejerce una queja por algo inferior a un balazo en la pelvis; aunque en los últimos años hayan proliferado como chinos en la era Ming, los “Suits” o querellas, frente al más mínimo desacuerdo y precisamente por ello, incluyen letrados porque carecen de rudimentos e instrucción de uso 
para resolver los entuertos de carácter doméstico y cotidiano.

A ambos grupos les asiste su porción de razón, y en ambos casos son voces autorizadas las que se expresan con mayor o menor decoro.

Acaso lo que le haya sobrado al manifiesto de “Belle de Jour” y compañía es la falta de empatía y la comprensión de que para que la sociedad norteamericana viva con misma naturalidad y sobre todo igualdad, el disfrute de su sexualidad y de los límites difuminados del derecho y la libertad individual  que la sociedad francesa, no desde la catarata de la líbido reprimida sino desde el conocimiento a merced de la exploración y construcción del deseo, habría que hacer un viaje a un pasado muy remoto para incluir varias modificaciones o bien a un futuro demasiado distante; o lo que es más posible, probable y solidario: que aquellos que pensemos que de alguna manera, la justicia, el bien, la equidad nos hará además de más libres, también más felices a todos, seamos solidarios con quienes aún están derribando muros que tal vez en nuestras vidas ya fueron derribados por los que nos precedieron. Y que con toda seguridad habrían brindado mayor apoyo moral a “Kill Bill” y sus hermanas.

Catherine Deneuve en Belle de Jour y Uma Thurman en Kill Bill
Catherine Deneuve en Belle de Jour y Uma Thurman en Kill Bill

Catherine Deneuve en Belle de Jour y Uma Thurman en Kill Bill

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