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Así mataron los colectivos chavistas a Paola Ramírez, la segunda víctima del #19A en Venezuela
La joven de 23 años se encontraba en la Plaza Las Palomas de San Cristóbal, Táchira, cerca del paso de una marcha opositora, cuando fue abordada por un grupo de motociclistas que primero le quis...
No me gusta Trump pero tampoco me gustan nada esos repentinos amantes y defensores de la subcultura del atraso, de la excusa eterna, del victimismo estructural, del latinoamericanismo unido.
¿A que se refieren con «nuestra América»?
¿A que eran todos indios y por ende una misma cosa? Antes de la llegada de los españoles había infinidad de tribus de fenotipos de genotipos de alturas de tipos de cabello de tamaños de brazos de piernas de religiones de indumentaria de idiomas de costumbres gran variedad y diferencia de alimentación entre unas tribus y otras de modo de vida de sociedad de relaciones de producción de caza de pesca de agricultura.
Después de la colonización también. Al Caribe fueron canarios, catalanes y extremeños, a México andaluces y extremeños, a la parte norte de Sud América levantinos, extremeños, andaluces, castellanos. Al sur fueron vascos, cántabros, maragatos, catalanes, astures. Españoles todos, pero tremendamente distintos entre sí, y aún más en aquellos tiempos si cabe imaginarlo.
Existe más parecido entre un guaraní y un irlandés de Mayo que entre un guaraní y un yanomami o entre un tehuelche y un noruego que entre un misquito y un tehuelche. Llamarle a todo el continente «nuestra América» es prueba de un racismo congénito o de una ignorancia supina.
¿A cual peor?
No existe tal unidad excepto para la ex metrópoli y sus vástagos criollos cuándo las tribus del continente fueron colonizadas. Y ni siquiera para ellos era lo mismo Honduras que el Potosí.
Todo lo que sea salir de la General Paz en Buenos Aires o de la Vía Blanca en La Habana me es tan ajeno como el Cuzco o Maracaibo, a las cuales tampoco sabría diferenciar de Burundi ni de Djibouti.
Por ende, intentar dotar de una identidad ficticia a ese rejunte de procedencias, de fenotipos, de idiomas, costumbres, tan diferentes entre sí, no obedece en modo alguno a la solidaridad con el oprimido sino qué es parte del mismo mecanismo racista colonizador conquistador que se pretende rebatir al reivindicar esa Latinoamérica unida.
Por otra parte ¿qué utilidad podría tener amalgamar a un montón de fracasos, complejos y desastres?
No le echen la culpa al bueno de Amerigo Vespucci, él sólo pisó una ínfima parte de su Mundus Novus.
Otra cosa es que digamos que nos sentimos profundamente latinoamericanos toda vez que: salivamos por la ventanilla del automóvil, rara vez usamos el paso de cebra para cruzar la calle, y si el pagador se despista...nos quedamos con el vuelto.
En el siglo XX y parte del XXI de alguna manera todos quisimos ser norteamericanos, consciente o inconscientemente, tomamos coca cola, comimos hamburguesas, sandwiches, perritos calientes, popcorn, ketchup, jugábamos a cowboys e indios del norte teniendo nuestros propios aborígenes y nuestros europeos y criollos colonizadores, masticábamos chicles, leíamos Batman, Tarzán, Superman, veíamos a los Tres chiflados, al gordo y el flaco, al gato Félix, Betty Boop, Huckleberry Hound, Popeye, el Pato Donald o Mickey Mouse. Por eso escuchábamos rock, blues, jazz, nos vestimos con jeans, camisas sueltas, el pelo al aire, caminamos con desenfado, y escupimos , tomamos whisky y hemos fumado como Phillp Marlowe o cualquier otro detective de la novela negra norteamericana.
Todos los hombres que hoy son viejos quisieron tener el bar de Casablanca con un pianista como Sam.
Pero por primera vez en la vida, y probablemente en la historia, veo que hay gente que siente un genuino alivio de no ser norteamericano y de no vivir en EEUU y muchos estadounidenses conocidos, de los que han construido la democracia de ese país, desde las reivindicaciones de los hippies, los beatniks, los derechos civiles, por primera vez sienten que peligra la médula espinal del sistema compuesta de democracia, libertad e igualdad de oportunidades, y en lugar de mirar esperanzados a Washington DC, vuelven la cabeza hacia Melbourne, Australia, donde siete años después, como para reforzar la ilusión de la continuidad cuando más necesaria parece a nivel planetario, el domingo se disputará un nuevo, un otro, un eterno:
Roger Federer – Rafa Nadal.
Una y otra vez el ser humano tropieza con la misma piedra.
Guarapo ascendió en Cuba con la excusa de la lucha contra un Batista dictador y la resistencia la ejerció contando con el regalo del Bloqueo y de la amenaza de agresión exterior, alimentando el temor de la población; en Rusia Lenin y Stalin triunfaron contra un Zar totalmente sanguinario, así como en China gracias a un Imperio ajeno a las necesidades del pueblo, y luego sostenidos de manera férrea por el fantasma del imperialismo, de la lucha ideológica, de la crueldad del capitalismo liquidaron a millones de personas sin la ayuda de ninguna potencia extranjera; en Venezuela Chávez subió en medio del dominio de una clase política que respondía con demasiada exclusividad a las elites oligárquicas olvidando más de lo que el buen gusto e incluso el sentido común en en su propio favor, sugieren, y luego mantenido en torno a la unión frente a un hipotético enemigo Imperialista que jamás atacó, pero que en la figura de George Bush, aumentada con la lupa bolivariana, daba la impresión de que en cualquier momento podría agredir.
Con Obama se restó tensión a todo este panorama, Cuba empezó a dejar de tener excusas para abrirse al mundo, y su gobierno continuó reprimiendo pero con un gran desgaste de imagen, dada la cada vez mayor información puntual de cada detención arbitraria.
Antes de morir, Guarapo se opuso frontalmente a la simpatía contagiosa del presidente norteamericano en suelo cubano, aunque no obtuvo la respuesta esperada y acostumbrada, una agresión de la Administración norteamericana así tener suficientes motivos para regresar a la situación victimista que tantas ganancias le granjeó en más de medio siglo.
Otro tanto comenzó a ocurrir en Venezuela, el talante firme pero no agresivo de la administración Obama para dirigirse al gobierno de Maduro fue deteriorando gradualmente la unión de la masa en torno a consignas patrioteras y victimistas de trinchera frente a la amenaza del "diablo perfumado de azufre" que bautizase Chávez, y de a poco fueron viendo que la escasez absoluta quizás no fuese culpa de los EEUU, que la represión liderada por la policía y el ejército bolivariano tampoco, ni los asesinatos ni los encarcelamientos arbitrarios.
Gradualmente la sociedad civil empezó a ofrecer una oposición al totalitarismo de Maduro como nunca se había visto en Latinoamérica contra gobiernos populistas que esgrimen el anti imperialismo como distintivo para hacer exactamente lo mismo que las clases adineradas depuestas.
No estaría de más recordarles otra vez a aquellos que opinan conveniente que un presidente de EEUU ejerza presión extrema, agresividad manifiesta, hostilidad permanente contra los gobiernos populistas de América Latina y sobre el ya extenuado pueblo de Cuba, que precisamente de esas aguas vienen estos lodos.
Más veces de las que creemos estos sonados antagonismos no pasan de una histriónica mímica ya que a la par de las soflamas públicas, en la trastienda se suelen hacer pinches negocios entre los poderosos contrincantes, pero de este tipo de algarabía estadounidense, de puesta en escena de hostilidad destinada más al electorado propio, viven los sinvergüenzas carismáticos de nuestra América que llevan tras de sí a los pueblos abducidos hacia el borde del abismo, o hasta más allá de la orilla, como ahogó el flautista de Hammelin a sus ratones encantados.
Aunque sea evidente que los llamados gobiernos de izquierdas latinoamericanos actuales, a la luz de un somero y elemental estudio con instrumental marxista no pasarían de ser en el mejor de los casos simple y llanamente populismos clásicos en sociedades capitalistas de mercado, y aún admitiendo que albergan algo de cierto ideario desestructurado de izquierdas, si bien jamás revolucionario en el sentido marxista, leninista, trotskista, guevarista, anarquista ni nada que se hubiere destacado en la lucha por cambiar las relaciones de producción, el tremendo problema actual al que se enfrentan es lo que Lenin ya analizaba como el peligro del aburguesamiento y el deterioro producto del ejercicio del poder.
Si encima se parte de una base escasamente modélica en ética revolucionaria, en ejemplaridad que pueda ejercer de "tracción paralela" para reclamar a toda los sectores de la población con cierta esperanza de éxito una actitud austera y solidaria para con el proceso, que como por ejemplo practicaba con rigor un claro referente de la izquierda mundial del siglo XX como el Che, poniéndose al frente cada fin de semana en los trabajos voluntarios, en la lucha, en la sacrificio que requería, en el desdén de los bienes materiales, con la segura salvedad hecha del presidente de Uruguay, Mujica, entonces tendremos que la proximidad de ese peligro que anunciaba Lenin, no sólo es más que probable sino que desde el inicio resulta inminente.
Si a todo eso le sumamos el desgaste que conlleva gobernar cuando la suerte comienza a dejar de sonreír y muestra su mueca más antipática, y el consiguiente descontento popular, las manifestaciones, el deseo de cambio, confuso, turbio, nada claro en cuanto al destino de la transformación, pero firme en cuanto al hartazgo, entonces el problema requiere de grandes estadistas, de grandes hombres y mujeres de la política, de la progresía, que sepan ver siempre el mejor camino para el bien común, para toda la población, y nunca antepongan intereses personalistas de índole alguna.
No es fácil, no en vano ya se hacia la pregunta el pensador Vladimir Ulianov una vez que entró en calor con las delicias del poder y sus elixires, si de alguien no era de esperar la posibilidad de agrietamientos en la moral comunista era precisamente de él y aún así no se confiaba del todo.
Siempre es más fácil hablar desde un teclado, en un bar, en un encendido discurso de oposición, en una programa de T.V. que estar ahí y hacer lo correcto.
No hay garantías. Nada asegura que se dará en la tecla correcta, excepto acaso una poción preparada con una pizca de sentido común, altura de miras, buena dosis de coherencia, y la suma de instinto y convicción de comunidad, de progreso en común, de paz para todos.
Pero aún así las probabilidades de hacer lo correcto son las mismas que las de errar.
Si proyectos dotados de una base prodigiosa en cuanto sustento ideológico y coherencia entre el pensamiento, el discurso y los actos, fueron objeto de una perversión tal que en la mayoría de los casos los condujo a transformarse precisamente en lo opuesto lo que aspiraban, en el calco de aquello que combatieron, revoluciones que mataron millones de personas, otras a cientos de miles, otras a miles, otras a cientos. ¿Qué se puede esperar de procesos con una estructura teórica tan endeble, como los que de buena voluntad o no tanta, se están llevando a cabo hoy en América Latina?
Procesos que no tienen definido ningún modelo de sociedad, que van a tientas en la política del posibilismo con la intención de favorecer a los más carenciados, a los más necesitados, pero sin un plan definido, un plan inclusivo para la totalidad de la población, habida cuenta que ya contamos con la experiencia de que enterrar a la burguesía, a la pequeña burguesía, al sector intelectual constituye un craso error, ya que es parte de la sociedad, hueso del esqueleto social tan necesario como cualquier otro.
Eliminar físicamente a quienes piensan distinto ya se hizo durante todo el siglo XX con macabros resultados y además poco éxito para los ejecutores, desembocó en el desplome en bloque del Segundo mundo, en ocasiones acertando y en otras desembocando en la caída al vacío, a merced de la comprensible búsqueda desesperada de la libertad individual, garantizada por la libertad de movimiento, de pensamiento, de elección de opciones e incentivo para el progreso económico individual, así como la garantía de asistencia social a quienes no consiguiesen acceder a ello por diversas razones.
Pero más allá del procedimiento que sea el escogido para amalgamar a la población o para atenuar las quejas, la respuesta en ningún caso deberá pasar por la represión a sectores descontentos de la población, sean o no del agrado de quien quiera que ostente el poder.
Porque no hay forma de controlar el riesgo del derramamiento de sangre. Y de eso jamás se regresa ni hay posibilidad de recuperación.
Los últimos días al abrir los periódicos pareciera ser que están encabezados por las páginas de anuncios fúnebres, una escritora cubana comentaba hoy en las redes sociales: "Acaba de morir la gran autora catalana, mi primera editora y eterna amiga Ana María Moix".. refiriéndose a alguien de una profundidad y una implicación en la cultura europea de nuestra era como pocos. Así como su hermano Terenci Moix fueron rompedores, más aportadores por la importancia que por la belleza de su obra, ya que significaron en Cataluña y por ende en el resto de España luego, una ola de espuma fresca, la misma sempiterna voz de la poesía pero bañada con un perfume renovado, vestida para cruzar la línea y no regresar nunca más de la transgresión.
Respecto de la Gauche Divine hoy vivimos una regresión importante, aunque en líneas generales yo creo que ningún tiempo pasado fue mejor, hay particularidades en las cuales con respecto a la intelectualidad y al valor de la expresión, de la libertad con relación al mercado y a las convenciones, me atrevo a suponer que existe la involución social, que nos estamos quedando un poco huérfanos de algo más importante que simplemente creadores, artistas, talentos o genios, creo que también se están yendo las últimas trazas, las últimas briznas de esa hoy caduca cultura de la ética, del pudor, de la grandeza, de la épica.
Ruchi Feliú está que no puede levantarse del golpe de supuso lo de su hermano, como ella misma dice: " se me fue media vida"; su hermano Santiago pertenecía a una Pléyades de artistas de un momento cubano que ya está grabada en los fundamentos, en la esencia y en la cosmología de donde maman los cada vez más numerosos artistas libres de hoy, desatados de las patas de la cama, de los lineamientos oficiales y de los artificios comerciales, algo como una trasnochada versión de una generación rock pero con especiales características, ya que la referencia del sistema con respecto de la cual concibieron su actitud rebelde o contestataria no fue el consumo capitalista, sino la hipocresía, el tedio, la abulia, la doble moral, la obsecuencia, la mentira, la alienación y el alineamiento a las pautas estrictas y obligadas de los organismos culturales estatales, dentro de una sociedad pretendidamente comunitaria, que no proporcionaba un pistón salida para las conciencias por ningún lado. Un grupo más que una generación de artistas, que desistió del uso de las consignas revolucionarias aún cuando simpatizaran algunos de ellos más que otros con el grueso del proceso en la isla, críticos sin caer en el olvido de estética en el arte, la poesía, resaltando la libertad del "juglar" y el "bardo", en oposición al servilismo del "bufón de palacio" que es lo que henchía las salas de grabaciones rígidamente controladas por los gendarmes censores, muchos de los que hoy sin pudor alguno piden asilo en Miami.
Eran otros tiempos en que la cantidad de símiles, metáforas, analogías que había que utilizar para poder articular una idea tibiamente contestaría dentro de un sistema tan controlado, era tal que requería no poca dosis de valor y de una buena cuota de imaginación en el lenguaje general, el de las palabras, las ideas, los hechos y también la indumentaria y la actitud. No era fácil pero ellos lo hicieron, y Santi terminó siendo el Brian Jones, el Jimi Hendrix, la Janis Joplin, el Basquiat o el Pappo de muchos de nosotros aún enganchados eternamente a la juventud de aquellos días.
Es cierto que debajo del barniz de los mitos se puede encontrar cualquier tipo de material, pero también entre ellos siempre hay una arcilla única dentro de un molde irreproducible.
Hoy se despiden miles de personas en Algeciras, ayer en Madrid y antes de ayer en México de un hombre que al tañer la guitarra nos depositaba en el Nirvana, que derramaba el ángel del flamenco y la genialidad de los enormes tótems reflejado una simple frase imposible en semejante ejemplar: "Yo soy un hombre con dotes como instrumentista y grandes limitaciones como músico" así era Paco de Lucía.
Nadie en España es indiferente hoy a su muerte, es mucho más triste que la desaparición del guitarrista inigualable y del ser humano entrañable, es la percepción de que se nos va una época, que no hay reemplazo para el tipo de compromiso con el arte, con la sustancia, con la universalidad y el humanismo, con la que esos talentos se tomaban el deber de estar a la altura de sus dotes, de trabajar sin descanso en extraer de sus vidas lo mejor para lo que fueron habilitados. Se nos va como en la Moix, la sensación de algo más grande que el propio individuo ejecutando o escribiendo como alimento para su vanidad o para calma de su angustia, se va el tipo de capitán de barco que antes de saltar a una chalupa se aseguraba de que estuviese a salvo hasta el último grumete.
Y estos días fuera de su tierra también partió el comandante cubano Huber Matos, quien tras cumplir veinte años de presidio debió tomar el camino del destierro por no renegar de ser un eterno rebelde, primero contra la tiranía de Batista y luego contra lo que él consideraba que era una estafa en el cambio de rumbo de unos pocos comandantes de la Revolución cubana, excepto únicamente por parte del Che que siempre dejó claro dentro de la tropa, que él era el comunista marxista leninista convencido. Huber, maestro de vocación y profesión, no sucumbió nunca a tentación del odio, de la venganza, era un hombre que había sumado sabiduría a su calvario y a su orgullosa vida situado en un panteón más allá del alcance de las ideologías, de las procaces inmediateces.
Así como el honrado científico, valiente y enérgico luchador por los derechos humanos argentino, Federico "Pipo" Westerkamp, quien también en esta semana pasó al siguiente modo de existencia, el cual no por contar con 96 años, uno más que Huber Matos de 95, deja de constituir una sensible pérdida en el tímido intento de refaccionar y redecorar esta nuestra maltrecha casa. Con un hijo desaparecido él y su esposa manifestaron su indignación, su no descanso en la búsqueda de una respuesta en la misma cara de la dictadura militar, padeciendo persecuciones y detenciones que lejos de amellarlo lo hizo crecer en sus profundas convicciones progresistas y democráticas.
En cierto modo hilar una reflexión ante estos diferentes talentos que se están yendo me perturba, ya que en general albergan esa condición de obreros de sus capacidades, más que de hedonistas y gozadores de los beneficios que estas puedan otorgar, representa para mi una pugna toda vez que pertenezco a la corriente que reniega de todo lo mancomunado, de todo aquello que para ser considerado debe estar acuñado por el dolor, el sacrificio, la flagelación o la inmolación, pienso y difundo que el modelo a seguir para vivir en un mundo donde tenga lugar la posibilidad de la paz sostenida, es la vida placentera, hedonista, relajada, confortable, feliz, sin embargo se me hace difícil admirar más a alguien que ha pasado toda la vida disfrutando que a esos que nacieron para darlo todo de sí, más que por bondad o solidaridad, por la responsabilidad de saberse portadores de un don único que haría punible el hecho de llevárselo aún con pulpa a la tumba.
Contradicción, la característica humana que permitió el desarrollo del yo y el progreso de la sociedad, no confundir con la incoherencia, guardan tanto parentesco como el perro con la hiena; la incoherencia es la hipocresía, corrompe lo más genuino del individuo, impide el desarrollo de la humanidad, todo lo minimiza, lo enturbia, la contradicción es a la incoherencia lo que el miedo a la cobardía.
El miedo puede contribuir a superarse, la cobardía siempre aplasta, anula.
En cualquier caso estas pérdidas me sugieren que conviene hacer algo con la vida antes que gastar el tiempo en lamentos, pero también me dice que puede que estemos quedando tan huérfanos de portadores de esos envejecidos e inútiles “valores”, que en cualquier momento se presentará sensiblemente más interesantes las fiestas en el cielo o en el infierno donde estos talentos continúen sus trazos y tallas, sus pasos y utopías, que en las cáscaras que nos van quedando por aquí.
Fue el rock, el pop y las hordas del beat quienes dieron el do de pecho sacando del anonimato o de la sospecha al activista anti Apartheid Nelson Mandela, suplantando a toda esa mezcla masiva de voluntades, inocentes las menos, pícaras, bribonas y mal intencionadas la mayor parte, que siempre van por ahí pregonando con cantos de promesas políticas lo que no pueden ni siquiera cumplir en el mullido, inofensivo y tibio ámbito del hogar.
El mundo del show pop abrió las puertas del lustroso mundo desarrollado a Mandela, como unos años antes había propiciado que la gente no fuese acorbatada a la oficina, ni apaleada por usar el pelo largo, ni por ir de la mano de otra persona del mismo sexo, ni por mezclarse entre las razas y intercambiarse el acervo cultural, del mismo modo que había dado pie a las libertades individuales, al derecho de acceso igualitario al arte, al ocio y a la diversión.
Sin embargo algunas personas nos preguntamos ¿Por qué todos esos periódicos que no contratarían a un Bereber, a un sub sahariano ni a un gitano ni siquiera para hacer de Baltazar el día de Reyes Magos, y todos esos que se tocan la cartera cada vez que pasa por su lado un negro, un marrón, un indio, y todos esos en cuyo lenguaje contienen y acunan el odio y la esclavitud propia a flor de piel hoy están tan afligidos por la muerte de Mandela?
¿Estarán enviando el mensaje de que si un día les tocase ser juzgados preferirían con creces la punitiva de reconocer todo en un santiamén y ser perdonados de inmediato para siempre?
Tal vez los mismos que nos preguntamos si tiene una pálida idea de la Historia, de cómo fueron tratadas las libertades individuales por todos los comunistas, aquél joven que se pone un pin de Lennon, y no digamos ya uno de una hoja de cannabis, al lado de uno con la cara de Trotsky o del Che Guevara
También me pregunto si el hecho de que tenga tan unánime acogida la pena por semejante pérdida se deberá a que el sistema consiguió fagocitar y metabolizar el mensaje de Mandela, consiguió sacar partido del la conmiseración por las personas portadoras de un tipo de piel, alejando el foco del verdadero peligro de que la gente interprete que la única liberación posible, pasa por fundir la cultura, a la verdad sin tabúes y a una imprescindible cuota de valor para poder acometer la experiencia del cambio, o si al ver que de ningún modo podía vencer a semejante monumento a la dignidad humana, semejante canto a lo mejor del espíritu, el sistema se dio a su adoración como si se diese sin comlejos a la bebida en horas ociosas.
Noventa y cinco años y la gran mayoría de ellos de compromiso político, es mucho tiempo, y no lo sé con exactitud pero creo estar interpretando bien a mis allegados cuando al escucharles decir que Mandela es el ejemplo de hombre, supongo que se refieren a los auspiciados eslóganes de la igualdad de oportunidades de las razas, a la reconciliación y la paz, y a los juicios de la verdad y el perdón, que sin dudas, luego de lo que pasó en manos de sus captores, son para mi lo más destacado de su ejemplo y lo que debe quedar como un legado a la humanidad. Haríamos un buen favor en incorporarlo como una práctica recomendada a nivel mundial tras cualquier sistema en los que hubiere habido excesos de represión o serias sospechas de cualquier deliro sobre sus dirigentes. De ese modo la transición española no adolecería de la falta de justica que ostenta hoy, ni se irían de rositas los secuaces de los dictadores de ningún barniz ideológico.
Pero Mandela fue mucho más. Fue por ejemplo un gran amigo de Fidel Castro, fue rechazado de plano por todo el sistema de democracias Occidentales cuando se pedía por su libertad desde las asociaciones del Tercer Mundo. Era considerado poco menos o más que un terrorista, ya que durante un largo período Mandela tuvo la convicción de que la única manera de erradicar el Apartheid era la lucha armada.
Pasó una cantidad de tiempo en prisión tan ingente, en condiciones tan duras y ajenas, que se me hace imposible concebir con cierta seriedad la cifra en años propios, en tiempo cronometrado, ante el riesgo latente de que esa condición sicológica o subjetiva según San Agustín, que convierte al tiempo en la categoría filosófica más abstracta frente a la concepción platónica que entendía el tiempo como la imagen móvil de la eternidad, termine por hacerme creer que de algún modo sus horas tenían algo que ver con los mías. Mi padre estuvo casi una década preso en condiciones difíciles también mientras yo crecía en el exilio y en parte estuve preso con él, una mitad de mi se planteaba todo desde la pusilanimidad de todos los que me rodeaban conmigo incluido al no hacer todo lo necesario para rescatarlo de su presidio, y esa mitad vivió a un ritmo muy diferente que la otra mitad social, no creció, no mudó, no cambió en otro sentido que en la profundización del morbo, la culpa y el temor. Quizás por eso me identifiqué tanto con la familia de Mandela como con él hasta que pasó al otro lado de los barrotes.
Entonces vi lo que creo que todos vimos, un hombre imposible de derrotar, un hombre imposible de matar, imposible de odiar, un hombre padre de todos los hombres.
El mundo del pop representado en sus máximas figuras popularizó de tal forma la imagen de Mandela mientras aún estaba en prisión pidiendo por su liberación, que nunca podían imaginar que al salir éste los eclipsaría de la manera que lo hizo.
Sacarse una foto con Mandela pasó a ser un objetivo no sólo para mandatarios del mundo entero, sino para estrellas del espectáculo, para multimillonarios preconizadores de lo opuesto al mensaje de Madiba, se había convertido en el osito de peluche de los derechos humanos, de la dignidad humana a la que nunca tendríamos acceso, era una mezcla de Jesús con Lao Tsé, tenía la sangre y la sabiduría. La gente, incluso la intrínsecamente malvada parecía reconciliarse con ciertos aspectos bondadosos de la especie humana a partir de la existencia de tamaño mito viviente.
Fue un baño de salud para toda la humanidad.
Se fue, pero yo no haré ninguna exhibición de tristeza por ello.
De la misma manera que le ocurre a un amigo el cual me comentó que su deseo para cuando parta es que no vayan a ponerle a su fiambre caras acontecidas y mucho menos semblantes tristes, ya que si les urgiese hacerlo podrían tomar cartas en el asunto mientras aún respira; -pero cuando ya no los pueda ver ni oír -me dijo- ¿para qué?. De igual manera creo que hoy es un buen día para honrar a Don Nelson estando contentos de que haya vivido en nuestro tiempo, agradeciéndole su vida, diciéndole a su halo ya en marcha, que deseo haber aprendido algo de los pasos que dio, recordándome que se puede ser mejor persona, entendiendo que la venganza es huésped y anfitriona del dolor, rehén y carcelera de un viciado ciclo de violencia ya perimido aunque persistente como pocas cosas. Las palabras que mejor expresan el sedimento que ese hombre leyenda nos dejó, no son mías, son de su amigo y compañero Desmont Tutu, el arzobispo galardonado con el Premio Nobel de la Paz, cuando dijo:
'Estoy orgulloso de ser humano porque en esta especie hay alguien como Nelson Mandela".