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26 agosto 2018 7 26 /08 /agosto /2018 15:25

El lugar era sórdido, lúgubre, tenía aspecto de terminal, de última parada.

El chileno que se acercó con el plato coronado por una montaña de cocaína, tenía más anillas que un pino de los Apalaches, más arrugas que el mismísimo Barrabás, llevaba más tiempo haciendo el mal que la memoria de diez elefantes. había pagado con cárcel en Hamburgo y en su Chile natal, se enroló en un buque mercante y cuentan que tiró a uno por la borda, nunca pudieron acusarlo pero todos sabían que había sido él.

Ella era un encanto, frágil en apariencia, joven, de piel suave, recién llegada de un sol que no quema, de un agua que no resfría, de la gruta de los elegidos.

Con respecto a mi es mas difícil decir, yo no sé que era ni que parecía ser, no obstante ahí estaba, vivo, impertérrito ante la capacidad de resistencia, sin futuro ni pasado, sin bolso, sin párpados, sin tiempo que perder.

El ex marinero, ex presidiario y ex presunto homicida chileno, se nos acercó y me ofreció como era más o menos habitual unos tiritos de lo que su plato sostenía. Ella se nos quedó mirando a ambos, desapareció su virginidad y de muy adentro expelió la voz de una torre firme.

-No queremos , gracias- me miró y agregó- esta vez no.

De repente sentí intensas ganas de hacerle el amor, no de poseerla con recios embates garchariles, sino de desprender ese que se yo que llevaba atascado, adormecido, bloqueado en el resguardo de una pose de cierta fiereza más o menos poco creíble, me dieron ganas de acariciarla suspirando hasta llegar a una eyaculación más terrenal que cósmica. Pero me tomó por el brazo para bajar la escalera de aquel antro, y sumergirnos en la calle empedrada de San Telmo, hasta encontrar el primer café que invitaba a una pareja modélica a sentarse. Dejando atrás esos bares que eran la prolongación del plato del chileno o del toilette del tugurio, donde una vez, al cerrar la puerta, mecanismo con que se encendía la luz, una brillante, oscura, enorme rata aterrorizada empezó correr de un lado a otro de aquellos dos metros por dos sin encontrar salida, hasta que, aterrorizado yo también a mi vez, conseguí abrir la puerta antes que decidiese morder mis piernas flacas sostenidas por aquellas modestas raciones de mortadela, patys y alfajores baratos.

Me dijo- Eres un diamante en bruto, pero si no dejas eso no podemos seguir, ahora bien, si decides dejarlo siempre estaré a tu lado- esas palabras fueron mágicas, porque ni siquiera los mejores mentirosos pueden decirlas sin titubear, es imposible mentir con algo así, es casi imposible decir algo así.

Todavía me quedarían años de sostenerme a las baldosas henchido de espirituosos para asegurarme de que no caer más allá del suelo, pero tiré por la ventanilla de mi cuarto hsta la última mota de talco de luna que me quedaba en la mesita de luz y sentí una paz extraña en mi pecho: se acabó.

Me di cuenta por primera vez de que incluso yo, tenía limites y que en cualquier momento la pelada de la guadaña podría girarse de repente, clavar su mirada en mis ojos y señalar con su falange huesuda ese camino entre temido y enigmático que todo curioso poco amante del equilibrio ha tenido entre sus ensoñaciones.

La última vez que supe de aquel chileno, lo estaban esperando en un bar de música para debatir con énfasis acerca de algún serio malentendido, tras lo cual decidió abandonar la ciudad. Más o menos por esos días fue la última vez que vi aquella calle plagada de posibles papeles plateados entre los adoquines, de gatos portadores del alma de los viejos guapos que peleaban a cuchillo con un pie atado al de su contrincante, aquel templo de la pisada nocturna, y de ahí en más, viví mis mejores años simulando que protegía a aquella mujer para poder ser el protegido, y las mañanas, las caricias y la promesa cumplida me hicieron mejor persona.

Hoy miro sin rencor el pasado, hoy recuerdo otras promesas y otros esfuerzos y me siento afortunado, el torrente que me embargó desde aquella torre, regresa cuando es menester como un bumerán, como las buenas y las malas acciones. 

Sí, costó, pero valió la pena.

Adoquines de San Telmo
Adoquines de San Telmo

Adoquines de San Telmo

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