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8 septiembre 2022 4 08 /09 /septiembre /2022 19:58

Aquí sí me encuentro en una contradicción que desde siempre tengo asumida.

Antes de esta obsecuencia y sometimiento voluntario de instituciones, ayuntamientos y media, a una Corona ajena, y en muchos casos como el español y el argentino, enemiga, no recuerdo haber sentido ni gota de antipatía por la reina de Inglaterra Isabel II.

Y eso que ya era la mujer más rica del mundo, riquezas que fueron extraídas a lo largo de los siglos que le precedieron, mediante la más cruel y genuina explotación, matando, devastando enormes cantidades de territorios, de culturas diversas, sometiéndolas, extrayendo cada gota de sudor que las glándulas podían expeler, como hicieron todos los imperios, los chinos, el egipcio, el romano, español, portugués, francés soviético y estadounidense, pero la corona inglesa lo hizo durante largos períodos de sufrimiento y en los cinco continentes. ¿Simpatizaba con Isabel I, Guillermo, Enrique o con Victoria? No, solo con Isabel II, y antes de su muerte me habría encantado conocerla, ser olisqueado por sus perritos y galopar en alguno de sus caballos.

Quizás desde chico fui ingiriendo literatura y cine inglés más que de ningún otro tipo, o quizás no fuesen mayoría pero las obras británicas, se quedaban más arraigadas en mi hipotálamo, con excepción de Salgari, Batman y los Tres Chiflados.

Holmes, Agatha Christie, Simon Tmplar, los Beatles, incluso a Edgar Allan Poe lo sentía como muy inglés siendo norteamericano. No era como Mark Twain y su slang, el realista Walt Whitman, o la síntesis del también estadounidense Jack London que escribía sobre cosas muy norteamericanas pero con un estilo totalmente inglés. Quizás habran obrado en mi zapallo esas charlas con mi tía Celia que había ido a Londres y había cenado con estrellas de cine, con directores, había ido a un concierto de Pink Floyd cuando todavía tocaba Sid Barret y rompían vidrios en unos barriles de latón, que me llevó a ver Yellow submarine. El dock porteño de construcción de ladrillo a la vista me gustaba como con nostalgia, cuando ni remotamente pensaban en empezar a construir lofts y terminar creando la zona espectacular que es hoy Puerto Madero, la torre de los ingleses de la Plaza san Martín, el rugby, andar a caballo, tirar con carabina, el fútbol, y aunque no entendiese el polo, me encantaba ser del único país no británico que lo jugaba y ganaba campeonatos intercontinentales.

Yo mismo me digo, bueno, pero todo eso te podía gustar sin necesidad de que te gustase la mayor acumulación de riquezas después de la que protagonizó el Vaticano. Sin que te deleitase la representante del clasismo más excluyente, en el país donde surgieron las luchas obreras, los primeros sindicatos, donde tuvo lugar el primero feminismo sufragista burgués y el obrero, donde se dieron las primeras matanzas de trabajadores por realizar las primeras huelgas en las primeras fábricas del mundo, donde se revolucionó la ciencia con Darwin y Newton, donde fue a morir Marx y Freud, donde se escribieron piezas de teatro inolvidables, donde se adora al caballo el verde, el cordero asado, el rock, el esnobismo y ese acento maravilloso de la clase media.

Lo siento, sobre mi imaginario ejercía cierta fascinación esa reina que supo comportarse en la II Guerra, que mantuvo una pose durante más de 70 años, que vivió entre la abundancia de lo material y la privación de los placeres hedonistas, con esa sonrisa comedida que denotaba un refinado sentido del humor y el total desconocimiento del gozo que atesoran las juergas, que con tanto billete podría correrse sin interrupción. Su predilección por esos períodos estivales en el palacio de Balmoral en Escocia, bajo la lluvia en vez de en alguno de sus lujosos yates dándose chapuzones en los mejores mares del mundo. Por la caricatura pop de su imagen, y porque más que ejercer de pirata succionando las riquezas, visitó de buena voluntad los países sometidos a la Commonwealth mostrando respeto.

Pero por favor lloren con llanto tenue, no anden por ahí sollozando con ese estrépito mocoso, que mañana habrá que seguir celebrando el 4 de julio en Estados Unidos, reclamando Gibraltar en España, reivindicar la devolución de las Malvinas en Argentina, exigiendo el retorno del frisio del Partenón a Atenas, además de criticando a nuestros, en comparación, extremadamente humildes políticos ladrones.

En fin es una de esas contradicciones que no generan fricción, asumida y metabolizada. Aunque en mi favor puedo añadir que  jamás me acerqué al palacio Buckingham, ni osaría comprar una taza con su cara, lo único que tuve con su rostro fue el disco de Sex Pistols, ni pagaría un céntimo para subir a un ex barco suyo o uno de los tantos palacios visitables. Aunque la primera vez que fui a Inglaterra con mi amiga Gladys, fuimos a un hotelito en Chelsea donde la ventana de mi cuarto daba a una cancha de cricket que se extendía detrás del hotel, y me pasé buena parte de esa tarde mirando el partido, embrujado más por el verde y el inmaculado blanco de los jugadores, las mesitas, las tazas y los asistentes, que por el, reconozco, no demasiado divertido deporte que no obstante generaba un entusiasmo plácido. Al pasar el tiempo, tras una visita a la ciudad de York, a punto de partir, la estación de tren se llenó de caballeros emperifollados y mujeres con vestidos y sombreros exéntricos en colores vivos, para ver uno de esos derbys de caballos a los que la aristocracia es tan aficionada. Imagino que esos gustos los podría compartir con la reina.

Dos caras tuvo este reinado, por más que exoista un interés tan marcado en relarcar solo la reina que cumplió su deber.

Apenas 6 meses después de la coronación de Isabel II, Kenia sufrió la mayor masacre del ejército británico en Africa. Contra los Mau Mau (KLFA) quienes se habían organizado tras décadas de humillaciones, torturas y muerte, Churchill aprobó y la reina no se opuso al bombardeo indiscriminado con seis millones de bombas por la RAF, de decena de miles de keniatas.

La historiadora inglesa Caroline Elkins estima que entre 130.000 y 300.000 fueron muertos. Sin embargo, sus datos son cuestionados por el demógrafo John Blacker, que afirma que murieron “solo” 50.000. Una cosa es cierta: según los documentos militares 1.090 personas recibieron pena capital. Y las torturas variaban del corte de orejas a la perforación de los tímpanos, el derrame de parafina caliente en los cuerpos, la castración y los golpes hasta la muerte, entre los torturados estuvo el abuelo de Barack Obama.

Murieron muchos niños y abuelas, alguna incluso tan adorable como la reina.

Se fue un icono con 96 años de una vida repleta de placeres, ajuares, híper riquezas y algunas puntuales aunque severas privaciones. La última gran reina.

Después de los millones de niños que mueren de hambre sin siquiera haber comido bien un solo día, muchos de ellos a causa precisamente de la avaricia de esta y otras coronas, le deseo que descanse en paz. La necesitará allí a donde arribe.

Cricket y caballos
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