" />
Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog
11 febrero 2023 6 11 /02 /febrero /2023 20:46

Cristian y Sari, padrastro-padre y madre de Milda y Toscar, ya no sentían la misma tensión pasional haciendo el amor que al inicio de su relación, cada vez era más frecuente que los besos cercanos a la eyaculación o los orgasmos fuesen con la cabeza al costado de la mejilla, cada uno con sus ojos cerrados o entornados forzando la aparición furtiva de imágenes de vecinos, compañeras de trabajo, amigos de la familia, cualquier auxilio era bienvenido en tales instantes, y también por supuesto, era de esperar. Llevaban un tiempo ya prolongado y habían sido muy lujuriosos en la cama aunque poco creativos, habían disfrutado como enanos cada centímetro de la carne del otro, los líquidos, las protuberancias y las voluptuosidades curvilíneas, los fetichismos que se les antojaban,  incluso hubo un tiempo de promiscuidad programada, se podría decir que habían disfrutado bien el uno del otro exprimiendo la naranja hasta la cáscara. Estas guardias desde la torre de control de su ventana a la apretadera de su hijastra, a la que Cristian nunca había mirado con picaresca lasciva, pero que resultaba imposible enfriar la temperatura ante aquella metedura de mano, en que ora el culo, oras las tetas, quedaban expuestas bajo prendas a la evidencia del esplendor de su suavidad, de su esponjosidad, de su maniobrabilidad, daban a Cristian un extra de energía y deseo que de repente sorprendía a Sari, que ante tanto ímpetu de vanguardia no encontraba mejor camino que aquella senda poblada de abetos, colibrís y arroyos de agua cristalina para dejar llevar su barca, aunque obviamente ella, en su fuero interno y no demasiado profundo, sabía que el cariz de aquel arrojo, era motivado por algún agente externo de los que ya era imposible prescindir. De algún modo la calentura de Milda y su novio en la apretadera de la esquina, dotaron de cierta alegría y distensión el tiempo compartido en salón, cenas, desayunos y juegos de cartas, que de manera sorpresiva también reencontraron su cauce sobre la mesa del comedor una vez expulsadas las miguitas de pan, las cucharitas y los vasos de la cena.

Pero Cristian tenía un gran amigo, Bent, compañero de trabajo en su juventud, al que no tenía reparo en confiarle los sucesos, sentimientos o emociones más intimas, botella de espirituoso mediante. Solían encontrarse en presencia de sus respectivas familias, hijos o esposas, y al cabo de un rato uno le decía a otro de manera espontánea –Oye, vamos a tomar un cafecito a la esquina- y ahí comenzaba la noche de curda. Era el único momento en que Sari creía perderlo como había perdido a cada hombre de su vida empezando por su propio padre, y solo por esta razón odiaba a Bent, ya que era imposible odiar Bent por otra cosa, era tan exquisito visitante como anfitrión, no olvidaba detalle alguno, se movía con una bien labrada educación, nunca daba un paso más allá del que le era concedido con un ademán o una invitación directa. Era sumamente cuidadoso de las relaciones interpersonales y un conversador exquisito, divertía a niños y adultos por igual. Excepto cuando se sumergían ambos amigos en esa catarata irrefrenable, que ambas esposas sabían que de un momento a otro llegaría, pero albergaban la vana esperanza de que un día sus respectivas  presencias fuesen mayor estímulo para sus esposos que el taburete de un bar y las charlas de borrachos en el billar. La esperanza presenta forma de paloma dócil mientras por dentro se pelea con sus compañeras por un trozo de pan y contaminan toda la ciudad, mientras que la dura realidad es un águila que, junto a su compañero o amiga vitalicia, vuela tan alto y tan lejos que es imposible que llegue a molestar a alguien. La esperanza es inofensiva y la realidad temeraria.

A veces en las visitas de dos o tres horas compartiendo una cena, una larga sobremesa, risas, reflexiones, parecía que esa sería la ocasión en que el amor podría más y llegaría a su fin el encuentro, cuando de repente, en voz alta uno de los dos le proponía al otro ir a por su cafecito de rigor. Unas veces para variar usaron, sin acuerdo previo, la excusa de ir a buscar un helado, e incluso llegaron a decir la verdad en cuanto al líquido que irían a homenajear - ¿qué te parece si nos tomamos una birra y volvemos?- Ambos lo hacían sin la mínima mala intención pero al cabo de un rato estaban enredados en ese triángulo en que la botella presidía la pirámide con mano de hierro. Más de una vez Sari estuvo apunto de explotar pero contenía ese impulso violento, no quería volver a trabajar como una burra, desde que estaba con Cristian más del setenta por ciento del sostén de la casa provenía del trabajo de él, por primera vez desde que era niña, había podido volver a tener tiempo para pintar, para leer y ver televisión, no quería arruinar eso solo por unos celos incontrolables, que incluso no alcanzaba a distinguir bien, si eran hacia ese nexo tan imposible de penetrar o romper de su esposo con su amigo o hacia el elixir de la botella, que en todo caso, y por suerte, solo bebía con Bent.

Pues un día Cristian le confesó a Bent la calentura que estaba experimentando observando la apretadera de su hijastra con el novio, no solo le reveló la consecuencia sino que fue a los detalles, a esos dedos de él arrastrando la braguita hacia la profundidad de la hendidura de las nalgas donde cualquier cosa podía ser imaginada, el contorneo de ambos provocado por el aguijoneo del gozo, le confesó como él, juraría que desde lejos podía oír los jadeos, los suspiros, los “ah” los “uf” y los “oh”,  y para ser más leal con su amigo le dijo como se le ponía el rabo y que rico era eso para después singarse a Sari con fiereza, tanta, que a veces debía contenerse y disimular la excitación distribuyéndola en dos polvos, cosa que sorprendía Sari, que no obstante conseguía asumir sin mayores derroches de voluntad.

“Por la cuenta que le trae”

Una tarde fría Bent fue a cuidar la casa de su amigo y su familia a petición de este, se había ido con Sari a pasar un día fuera y los muchachos se quedaban solos -“no hace falta que quedes todo el tiempo solo que veas que llegan a casa bien, por favor y un millón de gracias” – en esa ocasión la agradecida fue Sari. Por una vez toda la simpatía del amigo de su esposo no finalizaría con el broche de una buena curda “ustedes saben que es un placer para mi y un honor a la amistad”. 

Cuando regresaron Toscar y Milda, él les propuso una pizza, los muchachos aceptaron gustosos, pero Milda le dijo que tenía que salir un rato a ver a su novio. “si el maldito celoso de Cristian te lo permite ¿quién soy yo para frenarte?, ve peor no vuelvas muy tarde”

-Bent, cuando sea la hora basta que subas al cuarto de invitados y me pegues un grito como hace Cristian

-Hecho.

Terminaba de salir Milda por la puerta y Bent subió las escaleras estrechas y se metió en el cuarto de invitados con la luz apagada.  Tuvo que esperar un poco porque los novios fueron a tomar algo como de costumbre y Bent no los tenía tan cronometrados como Cristian, pero la espera había valido la pena, al cabo de no demasiado rato ahí estaban en el punto exacto en que le había descrito su amigo, besándose manoseándose, ella iba mucho más allá de lo que Cristian le había contado, tomaba iniciativas muy audaces sobre la bragueta del novio, sacó su glande a través de la cremallera del jean y comenzó a meneársela, hasta que bajo ese tenue pero perceptible haz de luz comenzó a hacer unos movimientos principiantes, inexpertos, hacia arriba y abajo volviendo a besar al novio en la boca. A esa altura con la suma de las fantasías que ya tenía estancadas pero al rojo vivo en su cerebro y lo que acababa de ver y suponer, estaba caliente como una cafetera. Abrió la ventana y gritó ¡Milda, sube! Comieron un par de porciones de pizza de barbacoa, una ignominia que causaría el infarto de cualquier italiano desde el Véneto hasta Trapani, pero por como la devoraron no cabía duda que estaba riquísima. Y entonces Bent le pidió que subiera con él al cuarto para enseñarle lo que se veía desde ahí, cuando llegaron le pidió que mirase por la ventana y se puso detrás de ella, empezó a describirle con voz aterciopelada lo que acababa de presenciar y como lo había puesto, que no era justo que él fuese a llamarla para comer y tuviese que vivir algo semejante, que le había descolocado todas las hormonas y se sacó el rabo para enseñarle que duro lo tenía, Milda comenzó a recular hacia donde podía en la penumbra y el pequeño espacio que le dejaba Bent, primero queriendo simular que nada de eso estaba pasando, después le pidió disculpas, le dijo que no sabía que se veía tanto, Bent le dijo que ella lo hacía para calentar al que mirase a la vez que se calentaba con el novio, y cuando Milda quiso le dio un manotazo para salir de sus brazos, él le dijo quédate quita porque si no le voy a contar a tu madre y tu padrastro que estuviste dando este espectáculo para ponerme así, Milda comenzó a llorar, un repentino terror invadió todo su cuerpo, vio claramente que no tenía otra salida que gritar fuertemente y luchar con uñas y dientes literalmente si quería zafar, pero temía más la amenaza de Bent que lo que quiera fuese lo que tendría que soportar apretando los ojos, apretando los oídos para cerrar la puerta a todo recuerdo, como cuando imaginaba que el padre la había dejado por mala. Los besos babosos en el cuello en las tetas, le dolieron de otro modo pero en su dimensión, casi tanto como la penetración, de hecho supo que sería ese aliento asqueroso y esos jadeos y babas los que nunca iba a poder borrar de su memoria. Bent había olvidado cerrar la puerta del todo, y Toscar al escuchar unos sonidos que si bien no eran en volumen alto conseguían ser suficientemente alarmantes, y aunque el chico no entendió bien lo poco que alcanzaba a ver, sí vio que la hermana no la estaba pasando bien dentro de aquel cuarto, entonces gritó desde afuera

-¿Está todo bien Milda, pasa algo hermana?

Y fue ahí que Bent sacó el miembro ya fláccido de dentro de Milda  y le dijo a modo de amenaza -dile que no pasa nada, y no se te ocurra contar esto nunca a nadie, mucho menos a tus padres-  y dejando a Milda sollozar acurrucada en la cama, salió del cuerto acariciando la cabeza de Toscar y diciéndole:

-No le ocurre nada chico, solo la regañé por la malcriadez de besarse con ese don nadie en medio de la calle, debes cuidar a tu hermana para evitarle una amargura a tus padres  ¡vamos, a dormir ya los dos que es tarde!

Toscar corrió adentro a abrazar a la hermana, así estuvieron un largo rato hasta quedar dormidos en el cuarto de invitados, alumbrados por la luz de la luna que penetraba por la maldita ventana.

Milda no le contó lo sucedido al hermano, era demasiado pequeño para introducir semejante perturbación en su cabeza, tampoco les dijo nada al padrastro ni a la madre. Hizo unos intentos de que Sari intuyese algo evidenciando largos silencios, ensayando miradas que si bien sabía que de por sí no podrían clarificar nada, estaba convencida de que eran suficientemente inhabituales como para provocar la curiosidad de la madre. Pero Sari, ya fuese por no escarbar hacia un compartimento demasiado turbio, o porque no lograba captar esos intentos de llamadas de socorro, nunca preguntó. Sin embargo sí se lo contó a su novio, apoyada en su hombro lloró mientras sin levantar la vista sintió como el magnetismo que compartían y que era creciente en la medida que pasaban los días, de repente se interrumpió, fue como un rayo pero al revés, un rayo marcha atrás, lo sintió a kilómetros de distancia y cuando levantó la vista vio que no estaba equivocada, en la mirada de él había más desprecio que sorpresa, y más miedo que desprecio. Si algo necesitaba Milda no era esto. O quizás sí.

Con el paso del tiempo Toscar fue interesándose por aquel episodio confuso, que sin embargo en la medida que iba creciendo y conociendo aspectos de la sexualidad y las perversiones de la vida, cada vez le quedaba menos duda de lo que había presenciado sin lograr entender.  Tanto insistió que Milda, también necesitada de correr el velo sobre aquel episodio y hablarlo con alguien y habida cuenta de ello quién mejor que el hermano, le confesó todo lo ocurrido, le dijo que lo peor es haber perdido la virginidad con aquel hijo de puta, necesitaba hablarlo tal y como lo recordaba, con cada detalle, hasta el punto que Toscar le pidió que parase porque sentía que iba a desmayarse del mareo que le ocasionaba la historia. ¿Bent? Aquel visitante conquistador de cada minuto, dueño de cada anécdota, con razón fue desapareciendo de a poco y nunca más supieron de él. “Por lo menos me quedé abrazado a ti esa noche, algo debí haber presentido”

-Te confieso que en buena medida desde ese día hasta hoy he podido metabolizar aquella pesadilla gracias a ese gesto tuyo, ni siquiera fui al baño a limpiarme, solo necesitaba tu abrazo.

-¿Por eso te hiciste novia de Albertico?

Milda le dijo que no sabía, que cualquier respuesta era posible, porque aunque ella había encontrado rudimentos para bloquear las imágenes y emociones de la violación que le  solían asaltar los pensamientos de manera repentina, en el momento menos pensado, sinceramente no podía precisar cuantas de las consecuencias de sus actos en realidad estuvieron ligadas, de una forma directa o colateral con aquellos minutos posteriores a la pizza de barbacoa, sabor que nunca más volvió a probar.

La pirámide
Compartir este post
Repost0

Comentarios

Presentación

  • : El blog de martinguevara
  • : Mi déjà vu. En este espacio comparto reflexiones, flashes sobre la actualidad y el sedimento de la memoria.
  • Contacto