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3 marzo 2023 5 03 /03 /marzo /2023 13:51

Isabel Díaz Ayuso, como recomienda su consejero de imagen, espoleó con fuerza a la pinza para que se le vaya al galope, pero muy, muy lejos.

Ya cuando subía al estrado antes de ser presidenta con su camisa verde olivo, decía un agravio detrás de un disparate sin inmutarse, olía a una política audaz con una temeridad limítrofe. Cuando consiguió su primer gobierno a través de lo que hoy ella misma denomina “conspiración para el poder” con Vox y ciudadanos, contra Gabilondo que había ganado claramente las elecciones, abría los ojos como el dos de oro cada vez que se le acercaba una cámara, su avidez de fama había puesto de relieve lo que le decían de pequeñita “ay que mona, que ojazos que tiene” y donó a la antología de “memes” un buen puñado de instantáneas con semblante de gemela de la muñeca Annabelle.

Tras la segunda legislatura en la que ganó con mayoría suficiente, fue aminorando el esfuerzo que requiere semejante apertura de los párpados, y comenzó a centrarse más en sonreír con ternura entre los suyos y los de Vox, pero con una actitud adusta en presencia de la oposición, no tanto la de Madrid, a al cual inteligentemente despreció desde el inicio, sino al gobierno Nacional, y casi con exclusividad obsesiva, a Pedro Sánchez. Si fuese una novela Venezolana escrita por Izaguirre, lo más probable es que adjudicasen esa fijación a un enamoramiento tan excesivo como poco correspondido, que sólo puede manifestarse a través de hostilidades y cualquier freudiano lacaniano advertiría sobre una pasión latente por las políticas revolucionarias expresadas en sus constantes manifestaciones iconoclastas y rebeldes casi adolescentes. Tan fue así que demostró su fuerza y su incorrección cargándose al presidente de su propio partido, y consiguió que todos olviden las razones más acuciantes de ese fratricidio, una seria acusación de Pablo Casado sobre la poco decorosa comisión del hermano de Ayuso por surtir de mascarillas la Comunidad de Madrid en un delicado momento de catástrofe sanitaria nacional.

Ayuso no mide el riesgo, o al menos eso intenta trasladar al votante conservador madrileño que en los últimos años se han convertido en mayoría, en esa identidad esquizofrénica de la capital de España, que fue la primera a nivel mundial en rechazar casi de manera unánime la invasión a Irak de Bush, Aznar y Blair, que a nivel de comicios nacionales suele manifestarse a favor del progresismo, peor que en la dimensión comunitaria elige lo más conservador, sea cual sea el nivel de infracciones o delictivo de sus dirigentes, así pasaron de un Gallardón tolerante y famoso por su concordia y buenos modales, a una Aguirre jefa absolutista y omnipresente en una cúpula famosa por un derroche de corrupción, seguida de Cifuentes, tan liviana en costumbres que robaba cremas en las grandes superficies y falsificaba títulos.

Ayuso supo leer una avidez colectiva por la frivolidad, en la voluntad de los madrileños de elegirla a ella con su escasísima cultura general, haciéndolo público con sonados dislates incluso en los temas más inherentes a la derecha conservadora española como el conocimiento de la dinastías regias asturianas y leonesas, o la génesis de lo que se denomina el mundo occidental, frente a un Gabilondo, leído, culto, cívico, enfundado en la concordia y los buenos modales.

Hoy vuelve a mostrar el más mínimo respeto por los protocolos, las jerarquías, los modales, la política acartonada española, pero también la cultura cívica, en su desplante a Bolaños, en la licencia para que su jefa de protocolo llegue al punto de tomar al ministro por la cintura haciéndole un tackle de rugby para que impedir que este no avanzase hacia la línea del try.

Ayuso hizo de esta virtud circunstancial del desparpajo y  la falta de respeto a la institución y  a la cultura, un arma, pero que puede terminar siendo de doble filo, porque si bien hoy es su sello identitario y su mayor reclamo publicitario, incluso mayor que su aspecto ciertamente atractivo con esa fabulosa "cara de cine mudo" como dice el gran Raúl del Pozo, que los Stones y los Sex Pistols no habrían dudado en usar en las portadas de sus vinilos, cualquier día, en esa Madrid esquizofrénica, de dos caras tan marcadamente diferenciadas que emergen en el menos pensado o más urgente de los casos, podría convertirse en el mayor de sus enemigos. Porque allí donde hoy importa más tomarse cañas  en cuarentena que siete mil ancianos muertos, mañana puede invertirse la ecuación y tal como hoy los barrios obreros la votan, pueden pasar a ser los barrios más refinados quienes la denosten. Todo puede cambiar en una tarde según el cariz del mentidero. Una moneda de dos caras, oro y lodo.

Oro y lodo
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