La semana pasada llegamos a casa después de un viaje en coche que casi me gasta la línea divisoria de las nalgas.
Fuimos a pasar unos días a Normandía, a la zona de los castillos del Loira , a Boulogne sur Mer y al sur de Inglaterra. En Normandía se recordaba el paso de los impresionistas dotando los museos de cada ciudad o pueblo de relevancia, que hubiesen sido retratados por los pintores, con sus obras. Pudimos apreciar, las distintas vistas de la catedral de Rouen, pintadas por Monet, las orillas de Pissarro, los campos de Gauguin y otros muchos cuadros.
Mi hijo que tiene siete años, al ver un lienzo espléndidamente pintado con puntillismo, se quedó mirándolo abstraído, entonces le pregunté
_ te gusta? y me respondió:_ no sé.
Nos echamos hacia atrás un poco y vi como descubría la magia de las formas, la aparición de los objetos reconocibles. Así se quedó un rato, echándose para adelante y hacia atrás, me percaté de que los impresionistas todavía tenían algo para decir a este chico, que está al día en películas de la última generación de efectos especiales.
Las casas en las que nos alojamos , algunas de vigas de madera a la vista, otras de paredes de piedra y chimenea a juego con el artesonado , eran preciosas, todas con unas amables y más que correctas anfitrionas que nos explicaban las bondades de la zona, las actividades que no podíamos dejar de hacer y los sitios que no se debían dejar de visitar.
Atravesamos Francia , el país de la libertad, y fuimos un par de días a Inglaterra el país de la excentricidad y la tolerancia
Esa es Europa. Una belleza por donde se la mire, con pueblitos encantadores cada diez kilómetros, con gente amable y tranquila, con una vegetación tierna, sin animales que causen heridas con sus mordiscos, zarpazos o picaduras mortales. Con su legado cultural, y estético de unas dimensiones incomparables.
Profundamente civilizada, hedonista y sofisticada, lúdica e intelectual, proletaria y burguesa, moderna y tradicionalista. No sólo no hay continente como Europa sino que a mi criterio, no hay sitio imaginable más confortable y tranquilo que Europa. Ni de semejante elegancia en las líneas y el relato, contenido y continente.
Ese encanto y mucho más, habitan en una cara de esa moneda. Pero las monedas tienen dos caras.
Desde el principio de los tiempos escritos e historiados, no mucho más que cada medio siglo, se suceden en Europa despiadadas contiendas bélicas, limpiezas étnicas o religiosas y devastadoras pestes y hambrunas.
En el siglo XX se vivieron varias de las mayores calamidades gestionadas por el hombre y su ambición, la primera y segunda guerra mundial. El estalinismo. El franquismo. El fascismo de Mussolini. La barbarie balcánica despedía el siglo.
Durante el año 1933 en Alemania, cuando subió al poder Adolf Hitler, las buenas maneras impedían tanto allí, como en alrededores, expresiones del leguaje, tan descaradas, como las que se utilizan hoy, para dirigirse a las razas que se consideraban inferiores. Pero escuchar dirigirse a los seres humanos como hoy lo hacen los más altos mandatarios de países tan importantes como Francia o Italia, dejando claro los planes que se tenía para ellos, era impensable. No encuadraba siquiera en lo que estaba aceptado culturalmente para el argot popular.
Las jerga usada hoy por primeros ministros, más bien se parece a la terminología utilizada por la aristocracia de siglos anteriores para dirigirse a los esclavos provenientes de África u Oceanía, a los cuales llamaban salvajes, con la misma carg despectiva que hoy conlleva el término inmigrante sub sahariano.
Incluso los dirigentes que se convertirían en los más conspicuos asesinos, unos pocos años antes de aquellas barbaries, utilizaban un leguaje sensiblemente más aséptico que Sarkozy o Berlusconi, al referirse estos últimos a los gitanos rumanos. Recién se empezó a hablar de expulsar de Alemania a los judíos abiertamente en el mismo 1939. Aunque la estrategia para La solución final ya estuviese marcada.
Resulta cuando menos, inquietante, que el jefe de estado de un país de la relevancia de Francia, se permita expulsar a seres humanos del territorio nacional, no por su delito, ni por su nacionalidad siquiera, sino por su condición étnica racial, y que se permita decirlo abiertamente, sin metáforas ni rodeos.
Resulta increíble, que se consideren exageradas las comparaciones con la segunda guerra mundial, cuando casualmente fueron los gitanos el grupo que primero recibió el rigor de la masacre segregacionista, al ser también el grupo étnico con menos bienes de que apoderarse.
Muchos piensan que no es posible, en la Europa del euro, de los veinte, en la Europa de las fronteras abiertas, de la prosperidad, que se repitan patrones semejantes.
Pero se están cerrando fronteras, los veinte empiezan a excluir a sus pueblos, el euro se percibe como una lápida y la prosperidad viaja al lejano Oriente.
Siempre que se desató una guerra devastadora en suelo europeo, o bien se exterminaran las razas allende los mares, contó, incluso más que hoy, con un desarrollo y bienestar muy superior a los demás continentes, con más refinamiento y buenas costumbres que el resto del mundo, con una tradición cultural y de pensamiento filosófico, que tornaba casi ridícula, la idea de que en el continente Europeo pudiese tener lugar mayor barbarie, que el linchamiento del obispo de Garaudy , o los asesinatos de Jack the ripper.
El lenguaje revela, explica y define la conducta. Debemos cuidar el lenguaje. Debemos cuidar nuestra condición humana. Ni Hitler, Mussolini, Franco, ni Stalin, fueron extraterrestres, estaban compuestos de la misma materia prima que Gandhi y Lennon mi vec ino y yo.
Cuidemos nuestras convicciones, nuestra confianza. Y no renunciemos a vigilar de vez en cuando las conductas, ni siquiera en Europa, mientras aún recibamos el cobijo de la más preciada cara de esta moneda en devaluación.