Ayer escuché un ruido en la chimenea. Pensé que se trataría de un pájaro atrapado.
En invierno o en los días de lluvia, los pájaros buscan cobijo en el calor de las chimeneas, y alguno de tantos se queda dormido, abrigado por en el refugio hasta que caen por el agujero. Algunos consiguen salir pronto otros aletean y solo consiguen trabarse en la mitad del tubo y morir allí, pocos llegan al hogar y consiguen salir del tiro sanos y salvos sin encontrar brasas ardiendo o un propietario aprehensivo o asustadizo que les aseste un escobazo.
Desde el momento en que escuché el ruido del ave atrapada sentí que me iba mucho en liberarla, que además de la vida del animal en sí, estaban en juego otros factores. Abrí la tapa del tiro y desplacé la plancha de hierro que bloquea el techo, quité una plancha metálica del fondo, coloqué agua y un trozo de pan en el suelo del hogar y cerré la puerta de vidrio frontal. Regresé en varias ocasiones a vigilar lo que sucedía, pasé un cable hacia arriba para ayudar a destrabar al animal. Dejé todo listo y me fui a descansar. Durante toda la noche estuvo yendo y viniendo la imagen de Patty a mi cabeza, que me sugería: -no lo abandones, por favor.
Hace muchos años tenía una perrita a la que le puse el nombre de Patty.
Me la había dado Verónica, poco antes de abandonar la isla con su familia y exiliarse en los Estados Unidos. Cuando me la regaló me dijo que era de alguna buena raza aunque no sabía cuál: - fíjate en el cielo de la boca- dijo - lo tiene negro, es un puddle de pura raza.-
Poco después no la volví a ver. Me quedé con esa bolita de algodón que se arrimaba a mi cara, sin importarme en lo más mínimo que de raza pura, no tuviese ni los pelos del rabo.
Mi amigo “el Nene”, tenía una perrita de dos meses a la que había bautizado con el nombre de Cacha, así es que Patty contaba desde pequeña con una amiga de juegos. Quizás por esa razón o tal vez por la bondad de que era capaz mi amigo, la cuestión es que cada vez que el Nene tenía pensado hacerme una visita, Patty me lo anunciaba unos doscientos metros antes de que llegara a la escalera de mi apartamento, moviendo la cola y corriendo de un lado a otro del living como poseída por un espíritu.
Un par de años después, cuando tenía diecinueve años estaba confundido en cuanto al futuro, no tenía intenciones de estudiar, ni de aplicarme en otra cosa que no fuese el presente. De a poco fui abandonando las escasas costumbres higiénicas y sociales, que aún en contra de mis esfuerzos habían logrado establecerse en mi cotidianeidad, y en definitiva, aunque me quedaran muchos compinches llamados amigos, al cabo del día, en el silencio de la habitación en penumbra, al filo del sueño, estaba al borde de sentirme solo.
Las piruetas y los arrumacos de Patty era lo único que lo evitaba. Se había convertido en mi alter ego. No la tomaba en absoluto como a un animal muy distinto a mi si salvábamos el tema del lenguaje, la condición bípeda, y alguna que otra nimiedad.
Después de ocho años y medio preso, durante el último año de Gobierno Militar en Argentina soltaron a mi padre de la cárcel y no lo dejaban salir del país. Nos pidió en una carta que fuésemos pacientes, que nada nos obligaba a apresurarnos para vernos, que cuando eso se pudiese hacer se haría. Pero mi madre tenía otros planes. Llevaba viviendo diez años en Cuba y deseaba regresar a su país. Mis hermanos, menores que yo, no presentaban un entusiasmo evidente por volver a un país que en ese momento, resultaba sólo un poquito más familiar que Sri Lanka. Yo estaba entre una cosa y la otra, no me sentía especialmente motivado, por el escaso entusiasmo del viejo ante la posibilidad de un encuentro. Pero aún así, existían motivos de entidad para querer retornar al país que me vio nacer, y el cual permanecía en mis recuerdos, con los trazos que la no siempre objetiva selectividad de la memoria, dibujaba en los contornos, definiendo las fronteras entre lo que vale la pena añorar y lo que es un alivio haber extraviado.
Volvimos.
Mi madre buscó con quien dejarla en La Habana, y se ofreció una persona que dijo le daría de comer y la tendría en una casa de dimensiones generosas en el barrio de Miramar, hasta que nos estableciéramos y pudiésemos llevarla con nosotros.
Yo comencé mi andadura en mi nuevo país, y Patty había comenzado la suya peregrinando de una casa a otra, aquella mujer no pudo tenerla el tiempo que hubiese deseado, ya que debió abandonar la isla a su vez, y le perdió la pista a la perra, de manera tal que se la perdimos nosotros también.
Cuando me fui de Cuba no le avisé al Nene, que estaba cumpliendo el servicio militar y salía de pase una vez al mes o cada dos meses. Existen escasísimas cosas en las que con un poco de esfuerzo puedo ser muy bueno, pero definitivamente las despedidas no están entre esas pocas cosas. En la primera carta que recibí de mi amigo me decía, que vaya sorpresa se llevó, cuando salió de permiso, y como de costumbre lo primero que hizo fue pasar por mi casa de Miramar, ya que le quedaba de paso a la suya, no escuchó ningún ladrido mientras se acercaba a primera avenida, _”estarán de paseo por la playita de 16”_ pensó- pero su sorpresa dio lugar a la decepción cuando tras tocar el timbre de casa y ver que no le atendía nadie, preguntó a Adela Legrá, una mítica actriz de cine, vecina de abajo y esta le dijo que nos habíamos marchado definitivamente a Argentina. El Nene sabía que mi madre tenía esos planes, pero no sabíamos cuando nos iríamos la última vez que lo había visto.
¿Cómo Martín se fue sin ir a casa y avisarle a mami y a Jesús, sin despedirse de Orestes , sin venir al cuartel a decírmelo?. Según sus propias palabras, hasta ahí solo era una decepción, cuando se enteró de que no nos habíamos llevado a Patty, pasó al terreno del enfado.
Ni bien tuve la oportunidad de hablar al respecto, le dije que no podía cargarlo con Patty, que yo sabía que en su casa habían necesidades no cubiertas, me dijo, “_Martín, esa perrita es como hermana de Cacha, y como familia mía, tú sabes que aquí en Cuba donde comen dos comen tres.
Por supuesto, nada de eso contribuyó a que me sintiese mejor conmigo mismo.
No puedo decir que no ha pasado día en que no haya recordado a mi mascota, a mi alter ego en animal y hembra, pero caló de manera tan profunda en mi la conciencia de que abandoné a un ser querido, pasó de tal manera a formar parte de mi, la conciencia de que puedo ser insensible y egoísta, que estoy en condiciones de asegurar que no ha pasado ni un día en que la culpa de haber perpetrado esa traición, se haya separado de mi.
Desde ese episodio hasta ahora, siempre que puedo acometo una acción de bien con cualquier animalito. He acogido perros hasta que los dueños los han encontrado, he salvado pajaritos de las garras de una pandillas, salvé a un gato de una muerte más que espantosa a manos de un “valiente” vecino torturador de animales, doy de comer a cuanto bicho se presente en mi jardín. He aprendido a domesticarme a mi mismo, que de todos los animales que conocía, era el más silvestre.
En la mañana de hoy mientras me disponía a leer en la cama, mi esposa me levantó de un grito,_ Martín, ahí está el pájaro!. Bajé las escaleras lo rápido que pude y miré a través del vidrio de la puerta de la chimenea.
Aleteaba asustado, pero con las energías intactas un hermoso pajarito color gris ceniza y negro hollín. Mi hijo, mi mujer y yo nos dispusimos a abrir las puertas y ventanas del living y finalmente destrabamos la compuerta de la chimenea, el pájaro se quedó inmóvil un instante, incrédulo, y súbitamente, emprendió vuelo por encima de nuestras cabezas saliendo por la ventana hacia el cielo lluvioso, sin la más mínima intención de detenerse hasta que no llegase al nido del demonio supremo de los pájaros, para ofrecer sus respetos y gratitud.
Entonces presentí que Patty me miraba, no con el semblante triste de estos años pasados, sino ladrando con un tono rebosante de alegría, y cuando pude verla la miré de frente, me lamió la punta de la nariz, y con el rabo del ojo atisbé como se alejó lentamente, por la misma ventana que había salido el pajarito, moviendo la cola una vez más.