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21 febrero 2012 2 21 /02 /febrero /2012 03:40

 

 

 

Hace poco vi un programa de televisión, en el cual un científico le  preguntaba a otro si creía que el arte es patrimonio exclusivo del hombre, a partir del hecho de que unas aves neozelandesas, creaban unas figuras con pétalos de flores para atraer a sus parejas.

Quizás lo que para nosotros se consiguiese conformar en una obra de arte, para el pájaro no lo fuese del todo, y estuviese más relacionado con el apareamiento, o el simple gozo de la cópula. Lo cual no descarta otro aspecto, quizás más sorprendente, relacionado también o más aún con la superioridad animal.

La noción del Yo.

Tanto el pájaro austral que llena de pétalos el suelo para seducir a una pareja, como el pavo real cuando se pasea con su abanico de colores, recrean  y barnizan la realidad, pero con una finalidad de carácter útil,  lo cual los aleja del arte, el complejo hecho de la expresión de lo intangible, de lo posible pero irreal, de lo veraz improbable, no predomina frente a la utilidad, sin embargo la manifestación de la individualidad, de la distinción personal, sitúa el hecho en un escalón también generalmente reservado a los humanos.

 El conocimiento del Yo y el deseo de ser elegido gracias a elementos que modifican el parecer del otro, que transforman la percepción de su persona, nos pone en presencia de un fenómeno tanto o más sorprendente de inteligencia de esos pájaros que el conocimiento del arte.

El pájaro no solo es capaz de decirle a su pretendida: _ Mirame, yo soy distinto de este otro- sino que además le dice: Mirame, yo soy distinto de mi mismo, ya tendrás tiempo de constatar mis verdaderos bríos, de calibrar mi calado real, mientras , deja tu imaginación volar, cariño-

Los grupos de monos no se andan con las florituras de los pavos reales para aparearse, más bien tiran de la fuerza para demostrar con quien conviene tener la fiesta en paz.

¿Explica esto de por sí que es más evolucionado el uso de la fuerza que el arte de la seducción para el apareamiento?. Desde luego la naturaleza así parece sugerirlo.

El hombre no prescinde de ninguna de ambas, se viste, se pinta, se nutre de elementos atractivos alrededor, se pone casas que enamoren, perfumes que atraigan, pero llegado el caso se muestra un tanto hosco cuando la democrática actitud de los pájaros neozelandeses no surten el efecto perseguido, y se lanza con una propuesta menos sagaz  aunque  más atrevida:

-Se acabaron las tonterías, dame lo que quiero o te las verás conmigo.

¿Será que la calma necesaria para llevar hasta sus últimas consecuencias la actitud civilizada, democrática, pacifica, constructiva para alcanzar una sociedad mejor, un mundo que prescinda de prácticas violentas, de reacciones que a todos nos involucran perjudicándonos, en tanto destruyen la concordia y la armonía, debemos rescatarla de algún tramo perdido de la evolución, en que sucedió la transformación no ya del mono en hombre, sino del ave neozelandesa en mono?

O si la característica de suprimir al prójimo, ganarle en la contienda, comprarlo o atemorizarlo, que precede en el desarrollo de las especies y las relaciones, a la seducción, se impuso como prioritaria en las especies más desarrolladas en el uso cotidiano, para preferir sojuzgar a persuadir, gracias a su eficacia inmediata y porque en definitiva la violencia, la usurpación, la conquista sean acaso impulsos más inherentes a la especie humana que la respetuosa espera de la elección del otro.

Al humano, animal que debió abandonar el limbo para luchar contra los caprichos del medio ambiente, no será fácil convencerlo de que para obtener un mundo feliz, lo mejor será usar los medios cordiales, amables y gratos, aún a riesgo de quedarse con la boca aguada.

Pero una vez lo hayamos hecho, habremos logrado alcanzar en sabiduría a tan proverbiales aves incluso superarlas, siempre que no se consiga demostrar que además, disfrutan del arte como enanos.

 

 

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22 enero 2012 7 22 /01 /enero /2012 02:03

 

 

 

 

Una vez de las que andaba sin rumbo fijo y sin embargo tremendamente orientado sin saberlo, llegué a Cayena, Guyana francesa , atravesando el río que separaba Brasil de Guyana en un bote , habiendo pagado 20 dólares en moneda cruzados novos. Yo tenía el pelo largo sobre los hombros, pantalones rojos a cuadros y una camiseta roja, que tenía un logo en letras amarillas que decían Love, en cursivas, mi amigo y compañero d e viaje Joao, me decía que después de cinco meses de llamar la atención por todo Brasil, no era el momento de cortarse con los pajueranos de Cayena, ya que lo más probable era que la policía no me parara, al verme con esa pinta. Yo le decía  Joao, te crees que son tontos? yo llevo ya inscrita ya marca del camino, el sol de Brasil y el color de ojos que da comer feijoada todos los santos días, con pupilas de arroz.

Nos bajamos de aquella chalupa , le di a duras penas el billete al flaco del machete y el revolver, y me bajé mojando las zapatillas le coq sportif, que ya estaban sino gastadas al menos rayadas, perdiendo la razón de tanto friccionarlas contra el suelo y los elementos. Dormimos en la casa que habíamos acordado, y al otro día el francés me dijo que no había problemas, que podíamos esperar dos días más en esa casa, con todos los gastos pagos, cervezas, música, carne de cerdo, pollo, verduras, y sorprendentemente, muchos libros. Joao leía en francés, yo no. pero hacía un esfuerzo con los libros de poesía de Guillaume apollinaire,

Ton frère

Allons vite nom de Dieu

Allons oplus vite.

   algo así recuerdo. cachaça , limón, camarones, patitas de chancho, música rock brasilera, a Legiao Urbana, no aguantaba ni a Sepultura con su heavy  metal pueblerino, ni a Os paralamas do sucesso, con su pop pretensioso.  También aprendía el pagode.

Pero con el mar de frente todo parecía bien.

Salimos a dar un paseo en un jeep hasta la ciudad, que era mucho más limpia y menos desagradable que lo que me habían jurado. Sería porque casi todos los lugares me gustan, o que habíamos ido muy bebidos y fumados. El hecho fue que en un bar descansamos cuando llevábamos unas cuadras caminadas, el calor y las gotas de sudor resbalando por el hombro de las botellas frías de cervezas, que se veían en las mesas de los comensales en la vereda, no dejaban opción. El francés pidió tres cervezas, y llegó un amigo suyo, al parecer nativo, se sentó en la silla vacía, y se pidió otra cerveza más.

_ Este país es una merde! me decía mezclando los idiomas, luego de haber terminado de charlar sus asuntos con el francés. Y me dijo que aún así era  la mejor de  las tres Guayanas.

_ Aquí llegan vietnamitas e indonesios, para sembrar la lechuga y el arroz, son maestros en ello, y los negros de Surinam y Georgetown.

Ya sabía que las otra Guayanas eran independientes y que toda la vida pasaron lamentando semejante osadía, ya que desde el día que se segregaron , solo les quedó un par de horas de dignidad. Al poco rato debieron bajarse todo tipo de amarraderas para conseguir lo que habían perdido siendo satélite de la Metrópoli. Mientras los independentistas de Cayena, estaban cerca del poder, los otros llegaron con sus expresiones cariacontecidas, para rogarles que no hiciesen los mismo, que luego deberían ir a vender la lechuga a lo que la lechuga vale en el mercado, en lugar de estar subvencionada por Francia. Y que se acabaría el franco francés, la telefónica de france, el hospital gratis, y si se terciara operación, un viaje a Martinique gratis, y si precisase de mayor alegría en el gasto, a París en un vuelo ambulancia a operarse con los mejores médicos. Los ex holandeses y ex ingleses les rogaban no lo hiciesen, ya que de ese modo ellos al menos tendrían un lugar cercano para ir a trabajar de vez en cuando, aunque solo fuese como trabajador golondrina.

_ Esto es una merde!- repetía el amigo del francés- Pero tenía pinta de  no irle demasiado mal las cosas-

Estábamos allí para seguir camino en un barco de buena pinta, dos motores, velas en tres palos, de varios pies de eslora y manga, con camarotes con aire acondicionado para los tres, y con varios equipos modernos de buceo. El trabajo no era sobre lo que más convenía preguntar si se quería hacer. Nadie tenía interés por saber que podían contener esas pacas, ni tampoco se iría a preguntar, era una especie de ley no escrita. Hay mucho dinero y diversión, tómalo o déjalo. Había conocido al francés en Macapá, y me había dado buena espina, pero ya esa espina se había esfumado. De todos modos por aquella época yo no estaba emparentado con el tipo de miedo que después conocí. O sea que simplemente desconfiaba de su lealtad al final del trabajo. Íbamos a ser marineros y buzos por un par de meses, y cobraríamos en Belice, desde donde nos podríamos largar por aire, barco o tierra a donde quisiésemos.  Yo pensaba ir a Dinamarca o a Canadá. Quería fumar tranquilo y lidiar con chicas fáciles.

Pero algo me olía mal, y no eran las cabezas de pescado que en Cayena tiran en unos latones , al lado de los bares y restaurantes populares.

_ ¿Sabe una cosa? , me dijo el amigo del francés. Usted ganaría mucho más si se queda entre nosotros trabajando, dese cuenta que aquí se gana en francos, y usted con su pinta conseguiría triunfar. Di un respingo , al viejo modo guevariano, esas proposiciones no se hacían por mi barrio de hombre a hombre. O sí. Y entonces me dijo:

_ Amigo, en los dos países de al lado , la gente después de la independencia se empezó a matar por nada, a robar , a crear cizaña entre la familia. No hay descanso para el mal en la libertad de nuestros vecinos. En cambio amigo nosotros seguimos con bandera francesa, con moneda francesa, y cantamos la Marsellesa, que además es un himno agradable, y  nuestros hijos se van a estudiar a la Sorbona, o se prueban en el Paris Saint Gemain. No amigo, me da igual lo que diga un papel que soy, ya que ningún papel dirá nunca lo que  yo soy, ni a nadie más que a mi , le importará donde va a parar este negro culo.

Chocamos las cervezas , habremos bebido unas cinco o seis más cada uno,  y nos fuimos de aquel lugar antes de que el moreno que acompañaba a una de las muchachas que flirteaban con la mirada a nuestra mesa, decidiese que debía abordarnos.

Una vez en la casa, le dije a Joao, mi amigo de Curitiba, que yo no iba a Belice, que me olía raro aquel trabajo de buzo tan bien pagado. Porque aunque se pagaban bien los trabajo puntuales de buzo, para sacar coral negro, para hundir un barco y hacer pecios, para limpiar un casco de barco o rescatar un cuerpo ahogado, inflado, apestoso incluso a cuarenta metros bajo el agua. Para sacar piezas antiguas de galeones españoles. Todo eso era pagado un poco mejor que cualquier profesión, incluso bastante mejor en algunos casos. Pero no con aquella diferencia.

Por la noche Joao y yo  salimos en silencio de la casa, con las mochilas y un pedazo de jamón en cada una, cigarrillos y cachaça. Atravesamos nuevamente el río , por veinte dólares. Y volvimos a Belén de Pará.

En un albergue que nos quedamos a dormir, yo recordaba al viejo Angelo, que nos decía en su hotel restaurante de Paratí,  en el estado de Río: _ No confíen en nadie que no les proponga trabajar fuerte.

El amigo del francés casi me convence. Ya que su trabajo no parecía ser  especialmente duro, aunque tampoco un chanchullo  tan evidente como el del francés.

Quizás debimos habernos quedado unos meses en Cayena probando suerte. Pero el francés, en su habitación tenía revólveres  y más balas que  sábanas.  En sus ojos había aún una brizna de bondad. Pero no podíamos apostar a ella, era muy poca.

Y para el sincero trabajo que nos ofrecía su amigo, no estaba hecha mi consistencia, mi persistencia, yo tenía sed de aventura, pero no de trabajo, yo no venía huyendo de la libertad hacia  la colonia.

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6 enero 2012 5 06 /01 /enero /2012 22:04

Días atrás un amigo del barrio de mi hijo menor, le obsequió, procedente de un huerto barrial, una lechuga a medio crecer. Se la dio con las raíces al aire, fláccida, condenada a perder todo su verdor en unas pocas horas más.

Él llegó a casa la puso en una maceta, le colocó buena tierra, la regó, lo felicité diciéndole que al menos le estaba dando una muerte digna. Al día siguiente la lechuga continuaba verde y al parecer, viva. A los tres días, la propia planta se había encargado de descartar las hojas que no podría volver a levantar, y en su lugar empinaba otros jóvenes brotes hacia el sol, dándonos una lección acerca del poder de la clorofila y la fotosíntesis, o sobre la confianza y la convicción en el cariño y el cuidado, que los adultos hemos ido dejando en el mismo baúl de recuerdos olvidados, en cuyo fondo quizás encontremos al osito Cocó, o al diente de leche por el que ya recibimos la correspondiente indemnización.

La lechuga fue creciendo de tal manera, que en un momento y como visible causa de su agradecimiento por la actitud de mi hijo, comenzó a cantar canciones que contenían la palabra amigo. de este modo hizo un recorrido por un catálogo de temas populares famosos y otros quizás no tanto para seres del mundo animal. Entre las conocidas cantó, Quiero tener un millón de amigos, de Roberto Carlos, With a Little help from my friends, de los Beatles, cosa que entusiasmó mucho a mi hijo que es un fan declarado del cuarteto de Liverpool.

También cantó : ."..barquito de papel mi amigo fiel/ llévame a navegar por el ancho mar/ quiero conocer a niños de aquí y de allá...", melodía que yo no escuchaba desde que había vivido en Cuba, y me dejó impresionado con sus conocimientos y cultura general.

Mi hijo me dijo, _ Papá tengo que hacer algo más por esta lechuga. Si dice que quiere ir al mar la llevaré al mar. Es encantadora.

Y así fue que lo llevé junto a su amigo del barrio a que le diesen un paseo en el yate del príncipe Guillermo antes de que se casase, por el mar Mediterráneo. El mayordomo del príncipe, tan inglés, respondió a mi pedido con un afirmativo: -Of course. Y con su gesto adusto y el torso firme se llevó a los chicos y su querida hortaliza a un paseo que duraría medio día.

Cuando estaban en una zona profunda mi hijo sacó la lechuga por la borda para enseñarle la transparencia del agua, y un súbito golpe de timón a causa de una ola de babor, hizo que perdiese el equilibrio y la lechuga se cayera por la borda, lanzando primero gritos de auxilio, y luego improperios, acusando a mi hijo y a su amigo de traidores, de haberla alimentado para luego permitir que se ahogase en aquella inmensidad, en aquel desierto de verduras. A mi hijo y a su amigo se les aguaron los ojos, pero intuían que arrojarse al agua habría sido una temeridad.

Una vez que la lechuga llegó al fondo del mar, pensó que no estaba todo acabado al ver las algas, se hizo a la idea de vivir como una de ellas, y hasta le causó emoción el hecho de pensar que sería mecida por las olas y acariciada por los pececillos de colores. Le entristeció el hecho de no poder cantar a viva voz bajo el agua - Pero no se puede tener todo- se dijo a si misma y de alguna manera se sintió reconfortada en su propio consuelo.

Después de andar por varias profundidades encontró el Octopus’s Garden, del que hablaba Ringo Starr en sus canciones, y que la lechuga, de amplísimas nociones musicales, conocía tan bien. Le pidió permiso al pulpo para establecerse, y después de enternecerlo con su historia, no solo logró que el pulpo la aceptase sino que le concediese un privilegiado lugar, cerca de Bob esponja y compañía.

Mi hijo y su amigo decidieron lanzarse al agua tras evaluar los riesgos y los esfuerzos que habían realizado para ser tenidos en cuenta como niños adorables. Al príncipe Guillermo de Inglaterra le faltaban aún unos días para casarse, pero el mayordomo Perkins debía estar listo antes de tiempo, y fue tan tajante como delicado en sus expresiones, les dijo:

_ Chicos, puntualidad británica, por favor, si no están aquí mañana en la mañana me veré obligado a zarpar sin vuestra presencia. Y se lanzaron al agua con aqualungs para tres días.

No hizo falta agotar la paciencia del buen sirviente real, ya que a la caída del sol los dos niños encontraron el Octopus’s Garden, y como ya indiqué, mi hijo es un fan irredento de los Beatles, le agarró la botella de aire comprimido a su amigo y le hizo señas para detenerse allí unos instantes. Una vez que entraron y hablaron con el pez administrador, un pez con una nariz puntiaguda como el baterista de la banda, y una vez que se sacaron unas fotos, los dos niños vieron al mismo tiempo, detrás de Bob el esponja, a una lechuga idéntica a la que andaban buscando, pero pensaron que no sería aquella, ya que en el jardín del pulpo solo debía haber algas.

Pidieron permiso para restaurar fuerzas comiendo un poco de la lechuga, y cada uno se zampó una mitad.

Mientras tanto, la lechuga gritaba e imploraba por su vida, por su integridad, cantaba con cierto desespero las mismas canciones que había entonado en mi pequeño jardín trasero, pero sin demasiadas esperanzas de ser escuchada ni oída.

Una vez en casa, el pichón aún seguía sintiendo cierta tristeza. Pero había algo que estos chicos y yo aún desconocíamos.

A los dos días de ser engullida la lechuga regresó al agua, aunque esta vez por medio del WC., se vio repentinamente liberada de un ámbito cerrado y oscuro que le estaba produciendo considerable claustrofobia. Una vez en las cloacas, tuvo oportunidad de echar de menos las claras aguas del mediterráneo, incluso ese sobrecargado sabor a sal.

- Oh que espanto- se dijo- he perdido todo mi verdor-

La lechuga como los demás alimentos que vagaban por aquellas cañerías había mutado y su estado era compacto pero no rígido. Pensó que la única manera de recobrar algo de su identidad era encontrando a un semejante que procediese también de la huerta, para continuar viaje a lo desconocido de su mano. De modo que comenzó a preguntar a todo transeúnte en la cloaca:

-Perdón, me puedes decir que eras tú antes?-

-Yo era dos perritos calientes con mucho chucrut- le dijo el primero.

Y así se fue encontrando con boñigos, conformados unos de masa triturada de pescados, otros de carnes variadas con sus guarniciones, otros por huevos fritos, hasta se encontró una ensalada , pero su decepción fue grande cuando supo que en ella había también zanahoria, todos aquellos carotenos juntos era algo que no podía soportar, todo por obsecuencia a aquella Orden de Orange holandesa.

Hasta que, no sin aliento, pero con mucho menos fuelle, le preguntó a otro sorete por su procedencia y este le dijo que había sido una lechuga, y se alegraron mucho de haberse conocido y partieron juntos en ese frenético viaje hacia la desembocadura en algún vertedero.

Por la noche en un merecido descanso, le contó nuestra desmejorada verdura a su nuevo compañero, que otrora fuera una recuperada lechuga, que había sido arrojada al mar, por dos niños de los cuales uno había sido su amigo antes de traicionarla y zampársela luego de darle caza vestido de buzo en el fondo del océano, el otro boñigo no pudo creer lo que oía, y exclamó:

-Mi media naranja, yo soy la otra mitad, que quedé atrapada en el estómago del amigo de nuestro salvador asesino!

Entonces se dieron un abrazo tal que quedaron nuevamente fusionadas, lograron recuperar por una vez más la ilusión de la vida, y en esta ocasión se convirtieron en un temible cilindro de dimensiones que infundían respeto a su alrededor.

Al poco tiempo de andar con su nuevo aspecto, se dio cuenta que si bien frente a un espejo sus opciones de sentir orgullo sufrirían cierta merma, también era cierto que nadie desearía comerla, tocarla, ni molestarla en lo más mínimo.

Según Platón, todas las partes del universo se mantienen unidas por amor compasivo, se dijeron uno a otra y viceversa.

Pero una semilla de aquél enérgico vegetal volvió a echar raíces en la misma maceta en que mi hijo la colocó en un inicio; durante el invierno y a la intemperie crecieron nuevas hojas rozagantes.

No cesa en brindarnos sorpresas nuestra adorable lechuga Be Bop.

Octopus's Garden

Octopus's Garden

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6 enero 2012 5 06 /01 /enero /2012 21:33

 

 

 

Llamé por teléfono para solucionar un problema de  mi seguro.

La chica que me atendió consideró que esa debería ser su hora del té, del pan con mantequilla o de la siesta, lo cierto es que trató la llamada más como si fuese su inconveniente de la jornada, que el problema de un cliente a resolver.

Cambié el tono de voz y la frecuencia nerviosa, eso me permitió ajustarle un poco las tuercas. Puso resistencia y se mostró tan molesta conmigo como si hubiese sido yo el que estipuló su salario y sus condiciones laborales. No me quedó más remedio que subir la parada un poco, hasta el punto en que consideré que podría ablandar incluso al director de su departamento.

Pero aquello solo pareció entusiasmar el alma de guerrera Amazona, que toda funcionaria pública esconde en su aparente desidia y docilidad, y entonces la sentí casi saltar de su asiento, como un basilisco, justo como si yo fuese el dueño de esa banana fláccida que encuentra a su lado,  cada vez que pretende un rato de sano retozo en las noches y las mañanas de mal café. "_ Yo sólo me hago responsable de lo que ocurre en mi hogar!” pensé iracundo.

Entonces me vi obligado a subir el tono de voz hasta el punto que a mi mismo me causó impresión, una sensación grata, de control, incluso me sentí un tipo duro y un ganador total. _ Te lo mereces pequeña, dije para mis adentros- y antes de terminar de lijar con los nudillos la solapa, la telefonista, de manera súbita cortó la comunicación.

Me tomó un rato desenroscarme de las arterias de mi cogote, que a esa altura alcanzaban diámetros similares al del mismo cuello.

Por la tarde, antes del partido, anocheciendo ya, fui a tirar la basura a la esquina, y al regreso me quedé hablando con la vecina del 4. La esposa del tipo del cuatro y mamá de los niños del cuatro, encantadora ella, que con bastante menos, seguiría estando muy bien.

Me preguntó por mi hijo,  le devolví la pregunta por los suyos, pasamos a hablar de trabajo, hay unos temas que entre vecinos son obligados y otros que son  prohibidos.

Me dijo ,- Hoy me encontré con un gilipollas, pero un gilipollaaaasss, vamos, de campeonato-  Mientras me hablaba yo estaba pensando en que en cinco minutos comenzaría el partido y que me daba tiempo a preguntar- Ah sí? que te pasó?.

_Es que trabajo atendiendo gente por teléfono para diferentes campañas que contrata mi empresa  y ahora mismo estamos con cerrajerías y seguros. Te juro que les he cogido un amor a las llaves y cerraduras que nunca antes sospeché siquiera tenerles. -

Empezó a picarme la curiosidad. _ dale, sigue y que pasó con el imbécil?

Nada un argentino como tú, que la verdad es que sois majos cuando lo sois, pero cuando te toca el gilipollas...., es que sois campeones!. Bueno la verdad es que me cogió recién llegada del almuerzo, pero habló con un tonito  que me sublevó.

_ Le dije, para, para. Fue a las cuatro y cuarto, más o menos?

- Sí- me dijo y cambió el semblante, pasando de la inicial indignación, al asombro y luego a la risa- ¡¿no me jodas que eras tú?!.

Sí, así que soy menudo gilipollas- y me uní a mi vecina en las carcajadas- Suerte que empezaste tú a contar la movida, porque si empiezo yo a lo mejor no me hablas más!

Pasamos un rato hablando de los lances del trabajo, yo también le comenté sobre los personajes que debo tratar en el mío. de repente miré el reloj y el partido ya había comenzado. Incluso ya se había convertido un gol.

Mientras creímos ser unos desconocidos, estábamos indignados a causa de las impertinencias, el uno con el otro. Cuando enfrentamos nuestras ya probadas simpatías mutuas con aquellos procederes, los encontramos tan insignificantes que hasta nos dio un poco de vergüenza.

Quisiera tomarme las cosas de esta vida tan  fugaz, como el  espléndido gol que me perdí, por compartir unas risas en la vereda bajo los últimos rayos de sol, con mi vecina del cuatro, que había masticado durante toda la tarde su hiel, y el acento afectado de un vecino pedante. Casi un gilipollas.

 

 

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6 enero 2012 5 06 /01 /enero /2012 20:45

 

 

La caja registradora dio dos botes en el borde y cayó a lo que nos pareció el vacío,  justo antes de chocar contra el excremento y hundirse por completo, con lentitud.

Así con fuerza su mano, habíamos acudido allí para algo más que ver hundirse nuestros beneficios en la inmundicia. El borde de loza fría , me llamaba como la porosidad de las paredes a las uñas. Suspiré.

No podía mirar adelante, avanzar hubiese sido como negar todo por lo que había llegado hasta aquél punto, mi camisa desabotonada en la parte superior, el pelo despeinado, y los zapatos nuevos; volví a mirar a los ojos de mi mascota, tensé la correa de la horca, di media vuelta sobre mi eje y eché a correr sin reparar en que mi prisa estaba injustificada en parte.

Ciertamente debía abandonar aquel sitio a causa del riesgo que siempre entraña el vértigo,  pero también es verdad que no estaba siendo perseguido por la fantasmagórica figura, que solía tener encima, sobrevolando mis mejillas con su baba fría y riendo de las ángeles que huían en desbandada,  perseguidos por  dos  falos no demasiado tiesos, a través de territorios adustos.

Sed de hombre viejo.

Dos margarita y un cerdo.

Deja que corra la sangre en sus piernas!

No temas al aliciente, a la invitación,

 ni al dolor,

pero no dejes de pincharte los ojos,

ni dejes de creer por favor,

que pueden engañarte,

que te pueden amar.

 

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1 enero 2012 7 01 /01 /enero /2012 12:25

 

 

Imaginé a Marc Bolan, probandose prendas de Mary Quant en unos atrevidos puff rojos, en lugar de hacerlo en los elegantes salones de vestir de las galerías Lafayette o de Harrod’s, de los tiempos previos a la democratización del lujo. Pero no lo ví, no hacía falta.

Así me fué.

Hoy deambulan penando, los fantasmas de Gades,  Saura y Balenciaga, a través de inmensas extensiones castellanas, vacías de almas fértiles, de espíritus en cuales reencarnarse.

Los persigue mi acento de ingravidez acentuada, , acaso procurando que desde de la profundidad de las raíces que algún día corté, hasta la superficie del hastío. emane algún día la savia que prometió habitarme y me encuentre antes que me ocupe el fantasma del descanso eterno.

Antes del reencuentro con la banda de aves que alteraron mi brújula, que me llevaron donde el extremo de mi raíz se embebía en el fuego, y donde nada tiene acceso, más que el dolor purificado, en el tamiz de la soledad.

¿ El amor y el dolor? . Sé de que habla aquel poeta, y sonrío en su presencia.

Pero mis versos son otros. En la permanencia que me persigue, solo cabe la gratitud, el reposo de una sonrisa amable, y acaso el recuerdo, de la incomodidad de los sentimientos.

 

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19 diciembre 2011 1 19 /12 /diciembre /2011 01:07

 

 

 

Días atrás un desaprensivo hundió la parte trasera de mi "Buga" tras colisionar en la autopista de Barcelona a Madrid. Ese pequeño daño provocó que el maletero no pudiese cerrarse, y en consecuencia tampoco las cuatro puertas, a merced del sistema centralizado moderno que, o cierra todo o nada. 
Dejé el automóvil dos días en el garaje del hotel, y me moví en taxis y metros subterráneos, que en Madrid es un medio mucho más cómodo que el vehículo particular. Luego regresé a León, con el bólido dando bocados a lo loco en la carretera cada vez que se encontraba un bache.
Tuve una experiencia casi religiosa. La gente, en un número que no me atrevo a aventurar, ya que correría el riesgo de parecer exagerado, me fue escoltando por la ciudad, hasta que tomé la carretera, con bocinazos, señas de luces, aspavientos con los brazos para indicarme que llevaba la bragueta abierta, y tenía el blues de los dientes metálicos.
Pensé que al fin y al cabo la gente no es tan insolidaria como aparenta, no están tan ensimismados en sus asuntos como parece, algunos incluso disminuyeron la velocidad. 
¿O sería más bien debido a ese placer oculto que da ser el primero en dar una noticia?. 

Poco importa.
Pensé que si todos hiciésemos lo mismo con la enorme cantidad de almas de maleteros rotos, de corazones de cofres partidos, de suertes defectuosas y vidas sangrantes, y nos pudiésemos detener, aunque solo fuese a alertarlos de su situación, a lo mejor conseguiríamos darnos entre todos ese abrigo intimo, ese sentimiento mullido de creerse bien acompañado. De engañar a la soledad por unos instantes.

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28 noviembre 2011 1 28 /11 /noviembre /2011 09:05

 

 

 

 

"El feliz hallazgo de la estupidez en la vanidad".
  El susodicho se grabó para hacer una serie, divagando, sobre el buen rollo, lo puso en blanco y negro y luego le colocó música blues de fondo, fuie alzando el volumen de la música hasta que notó que la diferencia no radicaba en la calidad del mensaje, se dió cuenta que hablaba una cantidad de m..., que incluso resultaba mejor el blues. Comprendió que lo único que le interesaba era verse la cara, como los que añoran verse por televisión, o como aquellos que cuando asisten a torneos de tenis, y la cámara pasa por la grada y se recrea en ellos, cambian el rictus de sus caras, rien como lelos, y saludan mirando a la pantalla.

Gesticulación facial, ademanes corporales y los mismos viejos blues.

 


 

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9 octubre 2011 7 09 /10 /octubre /2011 02:11

 

Por esos meses había tomado posesión del cargo de presidente de la nación, Fernando Collor de Mello, y se respiraba un ambiente optimista. Representaba el éxito de las políticas liberales en alza, los yuppies, tenía cuarenta años, coqueteaba con la juventud admitiendo que había fumado maconha en el colegio, y se granjeaba la simpatía de la comunidad gay, transex, y también de la heterosexual muy interesada en las refriegas con sabor variado,  resaltando la figura de Roberta Clós, una transexual  tan famosa y ciertamente bella, que fue propuesta un ocho de marzo como representante de la mujer brasilera.

Desde las cadenas de televisión de mayor éxito se aclamaba a Collor como el transformador de Brasil, quien erradicaría la corrupción de cuajo, erael adalid de la derecha moderna, el Indiana Jones que necesitaba América Latina. Cambió la moneda de cruzados novos a cruzeiros, bajo el plan de renovar el país.

Comenzaba con esas premisas uno de los periodos de mayor corrupción en Brasil y alrededores, pero en ese momento el clima era optimista, transmitía la sensación de tener los bolsillos llenos, había una alegría generalizada en el gasto, tanto de los individuos como de las instituciones.

 Los municipios y Estados gobernados por el PT de Lula propiciaban a los viajeros que se quedaban sin dinero, una cama en uno de los albergues para pobres, que en algunos casos eran sensiblemente más cómodas e higiénicas que las colchonetas de aquel hotel. Claro que por cincuenta céntimos de dólar, era difícil concebir algo substancialmente mejor que aquella litera.

Los estados gobernados por el partido liberal en lugar de proporcionar albergue, utilizaban los medios económicos, para conceder un pasaje gratuito al Estado limítrofe más cercano, sin importar si este era del mismo partido o el opuesto, la consigna era no almacenar malucos foráneos, ya cada ciudad y Estado contaba con una bien nutrida cantidad de los propios. Semejante gentileza debía ser convenientemente aceptada, de buena gana o a regañadientes, pero nunca rechazada, ya que en caso de que los “malucos” y “doidones” poco perspicaces, insistiesen en la idea de pernoctar en las calles, plazas, o playas de aquellas ciudades,  había pensada otra solución, algo extrema quizás, casi póstuma, y con el mecanismo bien engrasado, que era darle trabajo a los escuadrones de la muerte, que gustosos, a cambio de cachaza y una exigua  paga, se encargaban de dejar bien limpio el patio.

Yo ya había utilizado el boleto gratuito de una población a otra, pero nunca la opción del albergue para indigentes.

El haber conseguido conciliar el sueño en semejante lecho, solo podía ser una premonición de lo que mi espalda se vería abocada a soportar, si no subía a ese bendito barco de bandera internacional de una vez y por todas.

Así que mejor sería que me dispusiese a descansar en condiciones y que aprovechase las horas del día en hacer amigos de alta mar.

Dormí a pierna suelta, permitiendo que cada chinche o pulga que lo desease, hiciese uso de toda la sangre que fuese capaz de obtener de mis venas, tras esas succiones ardorosas.

 

Cuando me desperté Joao estaba sentado al borde de su cama leyendo una de esas revistas de actualidad repletas de fotos y de titulares en colores, con un nada despreciable espacio, destinado a la presentación de una gama de especímenes. Muchachas, muchachos, travestis, chicos que eran chicas , chicas que eran chicos, sirenas, centauros, unicornios, tríos, cuartetos, grupos, exhibicionistas, voyeurs, en fin, la más variada fauna como objeto de compañía cronometrada.

Abrí el pequeño sobre de polietileno que usaba a modo de neceser, donde guardaba mis efectos personales, una a cuchilla de Gillette tan usada, que resultaba más fácil que arrancase de cuajo los pelos, cuando se aferraba a ellos de manera persistente y tenaz,  a que lograse segarlos a ras de la piel. Un cepillo dental que una vez ya superada su vida útil, permitía a sus finas cedras, disponerse anárquicamente apuntando cada una hacia donde mejor les pareciese. Un frasco de agua de colonia de Yves Saint Laurent, al que aún le quedaba para tirar un tiempo utilizando unas recortadísimas dosis,  un cortaplumas suizo de seis elementos. Lo demás eran jaboncitos, algún frasquito de champú eventual,  o algún desodorante de roll on, siempre en las últimas.

Saqué el cepillo de dientes, la cuchilla de afeitar un pedacito de jabón y me fui al baño.

En el pasillo, sobre las baldosas vi unas gotas de sangre, como las que me solía sacar de mi pescuezo ancho como el ombú, poblado de un incomodo vello, que convenía rasurar cada día, en vistas de que no obtenía ese aspecto, desaliñado pero sexy que presentaba Mickey Rourke en nueve semanas y media.

Cuando llegué al baño debí esperar ya que había un hombre afeitándose. Me miró fijamente, amenazante, parecía no buscar bronca sino afeitarse en paz.

Decidí apartarme un poco de la puerta y regresar hacia el pasillo junto a las gotas  de sangre secas,  para esperar a que terminase sin riesgo alguno de que un repentino brío matutino lo animase a la pelea.

Desde el pasillo, se escuchaba un grupito de tres personas de la planta inferior, que  hablaban en portugués muy cerrado, intercalando lo que parecía ser el lunfardo brasilero, la Yiria, con algunos vocablos inteligibles, de lo que conseguí entender que había habido un problema durante el transcurso de la noche.

Cuando regresé a la habitación, Joao no estaba, me peiné, colgué la toalla, y aproveché para perfumarme y recontar la plata que me quedaba. Como si cupiese la posibilidad de que el dinero experimentase un repentino crecimiento, al cabo de alguno de aquellos  recuentos.

Me senté a armar un cigarrillo de tabaco Samson holandés, y apareció por la puerta Joao, con dos pastelitos de carne. Me ofreció uno, asegurando que ya había comido abajo ante mi negativa a tomarlo hasta que accedí, y en pago le convidé un cigarrillo armado. Entonces me contó que la noche anterior un hombre había muerto apuñalado en ese pasillo.

Dos hombres habían entrado al hotel durante la noche, con un solo bolso, según le explicó el muchacho de la entrada, a quien ni intentaron dejárselo en consigna. Al rato salieron a tomar algo y al regreso se detuvieron a discutir en el pasillo de entrada, primero en voz moderada que luego fue creciendo en volumen y gravedad de acusaciones y amenazas, dijo que no se ponían de acuerdo en cual de los dos había trabajado más en un robo que acababan de perpetuar. Al final se pusieron más o menos de acuerdo y se fueron a dormir.

Muy temprano en la mañana uno de los dos, salió del hotel con el bolso. Al poco rato el muchacho de la conserjería escuchó una voz en el pasillo de arriba quejándose de un dolor, y moviéndose por el suelo. Sabía que algo no andaba bien; pero tenía la orden de llamar a la policía y no salir del nicho por nada, menos aun en aquella situación, en la cual el ánimo solidario podría costarle caro.

Cuando la policía se presentó, el hombre agonizaba inmóvil sobre el suelo. Lo pasó a recoger una ambulancia, al parecer habían discutido por el botín y antes de terminar mal, uno le dio la razón al otro, de ese modo le permitió ir tranquilo a dormir la última mona de su vida. 

Antes de aligerarlo de equipaje le asestó unas cuantas puñaladas.

El sorprendido bribón, tuvo tiempo de arrastrarse fuera de la habitación y pedir auxilio. Pero ni los picotazos de los insectos, ni la incomodidad de la alcoba, ni la llegada de la policía, ni siquiera la ambulancia si alguna vez sonó a tal, hicieron mella en el profundo sueño, que suele apropiarse de las personas de sentido común y valor ordinario, en tales circunstancias.

Joao dijo que el muchacho había limpiado el suelo. todo mientras dormíamos, mientras una pulga se cebaba en la aorta de mi cuello, tratando de extraer algo de lo poco que había dejado otro tipo de chinche,

que hablaba mi lengua y la de mil demonios, que besaba y maldecía,

y que también succionaba aquello que había, dejando a su paso una sensible roncha perenne.

 

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2 octubre 2011 7 02 /10 /octubre /2011 22:48
Mi abuelo Ernesto. Aunque el titulo de la pelicula sugiere que el personaje principal es el Che, en realidad es el padre. Bien por su arte de conversador incansable o ya sea por el jugo de sus anécdotas. Y para mi es la voz tierna del padre de mi viejo, que me recordaba la suya, mientras se le enfriaban las cuerdas vocales en diferentes cárceles argentinas, y a mi se me iba agravando por el calor y el crecimiento en la isla aislada y asilada donde crecí.
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