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Puse el play, tiré de las esquinas de la bolsa e hizo "pop". Metí la primera papa a la boca, ese sabor ácido, ese gustito picante, lo bajé al gaznate y apenas tocó el glotis me percaté de que algo no andaría del todo bien. Comencé a carraspear para poder aspirar aire mientras la garganta se me cerraba cada vez más, en pocos segundos no podía respirar, me puse boca abajo, comencé a hacer ejercicios con la garganta, me llevé unos dedos a la campanilla y resultó peor, la pimienta sintetizada o lo que quiera que esa sustancia fuese comenzó a actuar de candado entre mi interior y el mundo de la fotosíntesis en una manera ya preocupante, fui a mi neceser de medicamentos, cogí un antihistaminico que todo asmático atesora en su morada y comencé a hacer ejercicios de calma mental, de control de la situación desde la cabeza, pero tomé conciencia de que o solucionaba el entuerto con premura o debía salir al palier a llamar el ascensor y tratar de llegar lo más lejos posible para pedir auxilio. Abrí ventanas y comencé a ejercer una ligera presión con el dedo a la parte posterior de la lengua hacia abajo, me tranquilicé y de a poco comenzaron a deslizarse hacia los bronquios briznas de aire, permanecí inmóvil y dejé que cada vez entrase un poco más de cantidad de oxígeno, sentía como me descongestionaba por dentro y por fuera, volví a sentir sangre en las manos, riego en toda la entendedora y una sensación entre gloriosa por no precisar salir a escandalizar a la gente con las sirenas de la cura, y aterrorizadora por la evidencia de levedad del bienestar. No soy nuevo en sustos pero este casi me puede.
Regresé a mi serie sabiamente recomendada por mi amiga pero lejos del paquete de sucedáneos papas fritas sabes a pimienta y limón y es que vivir sólo, puede conceder ciertas libertades y dotar de un halo misterioso; pero también supone aprietos que requieren de determinaciones y decisiones acertadas y flema inglesa, de esa que precisamente por ser un enjambre de nervios, atesoro en toneladas en el baúl de las emergencias.
Una querida amiga estaba de visita en casa y en un momento que intentábamos entrar en una determinada página web, el sistema me re direccionó a otra página en la que aparecían exuberancias y voluptuosidades poco destacables por su discreción, al instante apresuré el mouse buscando abandonar tal situación embarazosa que podía revelar alguno de mis suplementos en más de una medianoche impía, acompañando la prisa con excusas típicas de mal perdedor, ya que no hacia falta explicar nada, el pescado ya estaba vendido; pero aún así es comprensible que el chorro de sangre ascendente por las mejillas, exhorte aunque sea a un tímido intento de nobleza exculpatoria.
Luego ingresamos a la página que queríamos entrar en un inicio, mientras nos reímos de como a veces aquellos auxilios binarios al llamado del "mantecado celestial", cobran vida propia y deciden presentarse según sus propios criterios y decisiones.
Más tarde mientras íbamos a un pueblo típico del campo, mi querida amiga de muy buen ver, empezó a comentarme, advirtiéndome que lo hacía sin acritud, que un amigo gay le contó que cuando quería ver una película porno para encender su cacerola, no veía películas gays, sino heterosexuales, y concluía que todos los que ven películas porno, en lugar de calentarse con la cajita que guarda los fósforos se deleitan, consciente o inconscientemente, con la imagen de los fósforos; o sea que todo aquel que le concede unos minutos al séptimo arte del desenfado, alberga un gay agazapado, perdido en el subconsciente por el batallador embutido de tendones y venas, que todo aquél que se deja llevar por esas imágenes jadeantes, cadenciosas, lujuriosas de hembras insaciables que socorren las fantasías provenientes del nido del marote, en realidad no miran la cajita, sino que miran el fósforo.
No le veía demasiado sentido a tal sentencia aunque tampoco la encontré descabellada del todo, pero en lugar de oponer mi criterio me sentí invitado a contarle como desde hacía relativamente poco, en mi edad, había descubierto una forma de satisfacción gracias a las computadoras y la red que mezclaba la comunicación con partenaires de verdad con fantasías espontáneas guardadas en los tupperware de las babas contenidas, y me di cuenta que por primera vez hablaba de esta práctica, los "pali-pajas", o "paji-palos" como los bauticé al notar que la mitad de ellos aproximadamente, eran auténticos actos sexuales llevados a cabo por dos personas, toda vez que cuando llamamos acto sexual, incluyamos también ese altísimo porcentaje de ojos cerrados, imágenes complementarias recorriendo el iris resguardado por los párpados, ora de la vecina, la suegra o la compañera de trabajo, y la otra mitad compuesta de pura fantasía y autosatisfacción.
La primera vez, como casi todo, empezó por casualidad en uno de esos chats: "te mando un beso, pero mis besos son traviesos y por más que los mande a la mejilla a veces se escapan por el cuello, el escote, o las caderas, en fin, tú discúlpalo" y luego rematando el mensajito con un precavido: "jaja", para recibir a continuación la respuesta: "jajaja"- La cama lista y el champán servido. De ahí pasó a: "como me gustaría hacerte esto por aquí" o "lo otro por allá" y del trote al galope y de ahí al desboque, dando rienda suelta a los "que rico, que sabroso, mima, papi, toma, dame" y la mar en bote.
Sin reglas, solo una sugerencia planteada por el sentido común, es mejor que los jugadores no se conozcan para permitirse imaginar el olor perfecto, el aliento, la voz, la piel y poder siempre cuadrar los atributos en cuanto a forma, textura y volumen.
El ejercicio virtual no es supletorio ni excluyente, sino complementario.
Le conté que durante la época más álgida de las refriegas virtuales fue también cuando más empujado me sentí a vivir relaciones presenciales esporádicas. Ambas con gran respeto, pero sin inhibiciones ni tupperwares que retornen cerrados a la nevera, disfrutando de ese casi único capital que la edad nos declina: saber lo que nos interesa y lo que no.
Llegamos al pueblo con la boca seca y los patitos alborotados, lo atravesamos por la calle principal y salimos tan rápido como pudimos, busqué un camino de campo mientras sentía la mano de mi amiga acariciando la exigida cremallera del jean, cada vez que podía le tocaba las piernas y mi obsesión, mi deleite, mi perdición, los senos. Aparqué debajo de un árbol, ni bien tiré del freno de manos nos enredamos en un abrazo interminable, de besos, de lenguas desaforadas, enérgicas, exploradoras labios tersos y mullidos a la vez, los cuerpos cargados de sensibilidad desde la oreja hasta al pantorrilla, desabrochamos todo lo que tenía broches o botones, sus pezones erizados en mis manos primero y de ahí a la boca y otra vez en las manos, mi miembro ya encerado por una media eyaculación dentro del pantalón en sus manos y el interior de su braguita de seda manando jugos en mis manos, mis dedos subiendo y bajando mientras los besos y la tonelada de saliva producida anunciaba la gozosa explosión y la catarata de fluidos que no demasiado tiempo después tuvo lugar en el asiento trasero, de costado, precisamente cambiando de la posición de ella encima subiendo y bajando acariciando mis muslos y testículos, poniendo sus senos en mis labios, una nalga en mi mano y entregando la entrada de su oquedad posterior a las caricias de uno de mis dedos, el más sensible, como convenciéndose de la conveniencia de abrir todas sus puertas, semi vestidos ambos, sedientos de esa apresurada y retozona corrida con todos los patitos de la cabeza saliendo disparados campo afuera. Luego nos vestimos, visitamos el pueblo y terminamos la fiesta en casa pero nunca más hablamos sobre el tema.
¿A qué universo virtual debíamos agradecer aquel desenfadado escarceo liberador, a la aparición abrupta de la paginita picante, a la interpretación transgresora de la afición por disfrutarlas o a mi revelación del lascivo jueguito binario? Fuese cual fuese su génesis virtual, terminó tan concreta, tangible y directa, como la mejor de las refriegas soñadas.
De modo que si las preferencias de repente se ven invadidas en las fantasías por sujetos y objetos extraños, bienvenidos sean, lo que no mata ni engorda, alimenta al cuchi cuchi mandarina.