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31 agosto 2018 5 31 /08 /agosto /2018 20:02

 

Habiendo terminado su trabajo temprano en la provincia de Valladolid, Combi decidió quedarse en un hotel en Tordesillas, ciudad del toro, de su iconografía, y de la resistencia tradicionalista de la inquisición española que rodea a lo más retrógrado del toreo, y que se representa en el espectáculo del sufrimiento, argumentando el valor plástico del arte de la tortura, las cualidades estéticas de las poses y el valor del hombre frente a la bestia, que curiosamente, no dejan de ser ciertas del todo.

También la ciudad del tratado que dividió el mundo en dos, una mitad para Portugal y la otra para España.

   Cerca de Tordesillas está el puticlub mayor de Castilla y decidió darse una vuelta por allí. Se dijo a si mismo que sólo para ver de que se trataba, ver las chicas, juntar un poco de calentura, relevar la testosterona ralentizada. Se le ocurrió el truco de entrar hasta la barra y una vez allí, cuando se acerca el barman preguntarle hasta que hora abre el lugar y luego marcharse, de ese modo poder pispear tetitas y piernas, sin usar la nariz. Actividad pajeropinta.

 Una vez dentro se percató de que el sitio era mayor de lo que imaginaba, dos gorilas flanqueaban la puerta, los saludó con una media sonrisa entre cómplice y tímida y solo recibió como respuesta un leve movimiento de cabeza y una mirada que lo auscultó de arriba a abajo.

"Puedo reconocer a un policía, a un soldado o a un chivato, allí donde se produzca la mirada sin importar si proviene de unos ojos endurecidos, del este de Europa, por ejemplo rumanos como apostaría que son en este caso", se dijo Combi.

  A los portones de entrada le seguía un hall, donde dos máquinas expendedoras de dinero, una de cigarros, y otra de condones esperan el sonido de las monedas, detrás había una recepción donde una mujer gruesa, que no aparentaba ser la estrella del lugar, miraba sin embargo con una sonrisa mucho más acogedora que la de los dos grandullones de la entrada. Se escuchaba la música proveniente del salón contiguo, apabullado de luces rosadas y violetas, que ahorraban todo empeño a la sugerencia, sin embargo pensó que daba gusto oler el aroma de esos sprays dulzones, "como perfumes búlgaros" pensó.

Entró.

 En cuanto abrió la puerta se amplificó en sus oídos la música. Y lo que más le sorprendió resultaron ser las chicas. Eran casi todas muy jóvenes, esbeltas, con cuerpos  fantásticos, caras atractivas, había algunas ya no tan jóvenes pero igualmente bellas. Estaban vestidas con paños reducidos que permitían apreciar las bondades de sus naturalezas.

Las chicas paseaban de un lado a otro mirándose entre sí, a él, o a los pocos pasmados que se detenían ante tanto estrógeno dormido, una de ellas se detuvo a preguntarle su nombre y si quería tomar algo, Combi siguió moviendose en varias direcciones antes de dirigirse a la barra a hacer su numerito para tener la excusa de salir.  El club era espacioso y contaba con varios salones. Experimentó súbitamente una tremenda erección cuando una joven se le aproximó tanto que aplastó las tetas en su pecho y cruzó su pierna por entre las de él preguntándole si deseaba subir a una habitación con ella.

El camarero lo miró fijamente.

Combi se sintió increpado y le dijo que estaba buscando a una chica especifica que no veía por allí, entonces  salió del recinto nuevamente al hall de entrada, estaba excitado y no sabía bien que hacer. Lo que menos tenía eran ganas de marcharse de allí sin echarse un revolcón con cualquiera de las que había visto, todas le gustaban, todas le parecían lindas, estaba asombrado de su escasísimo sentido de selección. Esperaba encontrarse con el tipo de mujer que imaginaba había esos lugares, pero aquello hacía tambalear su moralina de entrecasa y sus convicciones de pacotilla. " Soy un hombre de familia", solía decir cuando, de vez en vez a la salida de alguna reunión,  los compañeros de trabajo, algo más aligerados de prejuicios que él, se proponían a salir en busca de algun buen rato, previamente abonado.

Entonces se dirigió hacia la entrada y les preguntó a los muchachos hasta que hora estaba aquello abierto -hasta las cuatro de la mañana, le dijo uno de los dos.

Subió al coche y salió con la intención de regresar al hotel, pero a los dos kilómetros, en vista de que el empalme no solo no se le había atenuado, sino que se intensificaba a merced de los juegos de la imaginación, pegó la vuelta, volvió a saludar a los dos gorilas, aunque en esa ocasión con menor despliegue de simpatía, quizás con el fin de resultarles más familiar, como si a los tipos duros los pudiese engrupir otro tipo duro.

Subió a a una habitación con una doncella de pelo liso castaño, hasta la cintura, que hablaba español con una voz de acento eslavo. El pantalón le  crecía dos tallas más por el lado de la bragueta. Nunca se la había visto de ese tamaño, deseaba inmortalizar el momento, que algún acontecimiento mágico, le permitiese conservar ese perfil combado, en en esos poco llamativos bultos que formaban los pliegues habituales de sus blue jeans. Aunque en realidad estaba más entretenido mirando la belleza con que estaría trincando tan solo un ratito más tarde, unos metros más arriba y un abismo más abajo. Ya le había soltado la suma que costaba su servicio  y ella se los había entregado a la de la recepción.

Combi, que no veía unas piernas así ni en la playa, ya que veraneaba en la zona de las familias, no podía creer que por solo esa suma de dinero estuviese a punto de comerse aquel conejito.

La habitación estaba a tono con todo lo demás. Primero le preguntó a la chica por su nombre y luego por su procedencia, de repente se vió adquiriendo una molesta y no tan deseada familiaridad, preguntandole si extrañaba su tierra.

La chica tenía un tatuaje en la espalda, un tanto revelador de que por más modosa que se mostrase, era lo que se dice coloquialmente, un tirito al aire. Le apretó las nalgas y se dieron un beso de lengua. Eso le hizo derramar unas gotas de semen.

Se llamaba Soriana, como si fuese de la provincia donde el poeta Machado gastó gran parte de su genio. Pero no era de allí, había hecho un largo viaje hasta esa carretera infernal.

Cuando le dijo que era rusa, Combi le preguntó: ¿ cag tiviá sabú? Palabras que había aprendido en Cuba. Ella pareció soprendida y le preguntó por qué sabía ruso, él le dijo que sabía unas pocas palabras porque las había aprendido en la isla caribeña. Ella por primera vez, se quedó mirandolo en serio a Combi, no al cliente, estuvo así un rato en sillencio, con las piernas cruzadas.

-Viví allí cuando niña, le confesó, echando un brazo hacia atrás y apoyándose en la almohada, tomando posición para una conversación más larga de lo previsto. Se había criado en La Habana, en el edificio Sierra Maestra de Miramar donde vivían las personas de los países socialistas de Europa, destinados a Cuba para trabajar como técnicos extranjeros,  de aquella época conservaba ese castellano impecable. El caso fue que la conversación dejó el derrotero profesional y comenzó a centrarse en sus vidas. Le contó que provenía de un pequeño pueblo que estaba maldito.

Si bien Combi, en parte lamentaba haberse alejado del subidón inicial, y empezó a temer que toda evidencia de la lujuria que iría a experimentar esa tarde, se reduciría a una poco novedosa mancha fría en su ropa interior, es cierto que también entraba en un territorio en cual sentía mayor comodidad, además de que en cierta forma le autorizaba a estar allí.

Soriana se tomó el tiempo necesario para contarle su historia.

Había viajado a Cuba por el trabajo de los padres, la madre, Svetlana, era una mujer liberal que encontró eco entre los cortejadores cubanos de Miramar y alrededores. En aquella isla nadie pasaba demasiado tiempo en su departamento, ni siquiera en el hotel Sierra Maestra.

Cuando regresó a Rusia se acabó todo lo que se daba, la familia era comunista a la manera en que se solía aceptar pertenecer a esa logia, más bien un rasgo identitario, de sentido natural de preservación de la especie. Lo cierto es que no sabían hacer otra cosa que ser obsecuentes del régimen; cuando todo acabó, los conocimientos de sus padres como técnicos no sirvieron de mucho en la nueva sociedad del tira y encoge hasta reventar las costuras.

El padre se dedicó a la bebida aún con mucho más ahínco que en Cuba con el ron y la vodka Limosnaya.  La madre lo dejó antes de constatar lo peor de la decrepitud, no aguantaba bien los puñetazos con las manos cerradas que le propinaba el marido en todo el cuerpo y se fue un día mientras el ruso vomitaba boca arriba en la cama. Su hermano fue preso a una cárcel soviética, por dedicarse a vender pantalones vaqueros comprados con dólares que adquiría a través de los turistas, con tal suerte que al poco de caer preso, se despenalizó esa actividad comercial, pero no con caracter retroactivo, y tanto él como otros presos debieron sentir el rigor de los jefes mafiosos con semejantes panolis lavando ropa interior y vistiendo tutú de bailarina cada vez que los capos lo pedían, mientras en la calle la gente ya podía comprar y vender.

Ella encontró ese panorama desolador y se fue a la casa de una amiga. De ahí se fue a vivir al interior de Rusia y conoció un hombre amable con el que se casó y tuvo una cría.

Le contó que regresó a Moscú pero no había espacio para una madre joven que venía de un fracaso matrimonial y laboral. Entonces partió a Alemania con lo puesto, trabajó duro y aprendió alemán. Se tatuó un guerrillero en el brazo y una mariposa en la espalda, y aunque no mucho después se arrepintió de aquella marca gráfica bajo su piel, decidió no quitarsela, como testimonio de una época. Una vez en Hamburgo, tuvo problemas serios a causa de los papeles, Europa  desmejoró mucho después del Euro -dijo.

Un conocido de su madre, le presentó a un amigo que estaba buscando gente para trabajar en España, en la costa del Sol, necesitaban personas que hablaran ruso, a propósito de la vasta clientela que había comenzado a fluir en los últimos años en la costa española de nuevos ricos del Cáucaso, algunos exageradamente ricos y otros en vías de desarrollo. Le habían prometido que trabajaría en relaciones públicas de una importante cadena hotelera, al principio en la recepción y luego si demostraba tener madera, se iría abriendo camino en un ambiente de mucha pasta. No le escondieron que quizás el camino se hacía más rápido si estaba dispuesta a algún que otro intercanbio de secreciones. Cosa que ella, como era natural, ya sabía bien.

El único inconveniente, le dijeron, era su niña, no podía llevarla consigo. Por lo que hizo un viaje a ver a su madre y le pidió encarecidamente que cuidara de la nena, que ella le iba a mandar el dinero necesario para toda su manutención, e incluso un plus. La madre aceptó recalcándole que ese dinero sería indispensable para que no tuviese que entregarla a los de asuntos sociales.

Natasha, que resultó ser su verdadero nombre, sonrió, y dijo:

-No hay problemas babushenka, tendrás tu dinero.

Llegó a Málaga para trabajar como prostituta en un barco, y desde que llegó recibió una paliza, tan inesperada como fuerte, para que le quedase meridianamente claro que aquello no iba en broma, el encargado le aseguró que ahora les debía mucho dinero a la organización y que ella era libre de pagarlo e irse, pero que si se le ocurría escapar sin pagar buscarían a su madre y a su nena y harían borshea ambas.

Se acostumbró a vivr como pudo, como se hace cuando acaece una desgracia, sumada a una y mil traiciones, a un pasado escaso en alicientes, se acostumbró del mejor modo que pudo a sobrevivir. Llevaba dos años ejerciendo la prostitución en diferentes lugares de España, había bajado su categoría de puta de semilujo a puta de burdel decente, por culpa de su carácter, su mal humor y el inexorable paso de papá tiempo.

Una vez intentó escapar y dieron con la madre diciéndole que si se ponía en contacto con ella le dijese que esperarían  dos semanas a que regresara , antes de mandarla al fondo del río Volga. Regresó.

Durante aquel tiempo Natacha no pudo enviar el dinero que había prometido, y la madre debió procurarle a la nena, otra vivienda y familia, pero pensó en algo mucho más humano y mejor para la criatura que los organismos estatales de acogida de niños pobres de la Rusia post socialista, la cedió a una familia que deseaba con toda el alma tener una nena, y agradeció que fuese una niña que hablaba el alemán como el ruso, que tocaba piano y sabía hacer las camas.

La enviaron a Valladolid para que escarmentase, aunque con la promesa de que si en un año lo hacía bien regresaría a los buenos destinos soleados del paraíso español.

-Esta es brevemente la historia de mi vida- le dijo Natasha a Combi, quien hasta ese momento había respirado casi sin molestar a sus propios labios, entonces se permitió un suspiro, que más parecía la exhalación de un alivio que la de una pena solidaria.

En ese instante llamaron a la puerta y ella regresó diciendole que el tiempo había expirado.

Combi no salía de su asombro, Svetlana Natasha o como se llamase, le pidió perdón por no haber podido hacer un servicio corractamente y le rogó que no se quejase por ello, Combi la miró como pudo, hasta que quedaron sus ojos frente a los de ella, la tomó por los hombros con firmeza,  en su pecho se apretaron dos tipos de congojas, uno por aquella criatura y otro por sí mismo.

Pagaré otra hora, no te preocupes.

Ambos bajaron al hall de entrada y volvieron a subir al cuarto. Dentro de cada habitación la gente bajaba y subía las caderas y sus respectivas miserias. Parecía no haber sitio más alejado del amor, de la caricia, que aquella colmena de abejas lastimadas.

Combi tomó los datos que ella le indicó, y no se atrevió a dejarle su número de telefono por elemental cuidado a su matrimonio, a su trabajo, y a aquella mafia. Natasha terminó de darle los datos y le dijo que se relajara que lo trataría bien, estaba todo pago. Combi, le hizo un gesto con la mano, ni una grúa hubiese conseguido levantarle el exiguo colgajo en esas circunstancias.

Bajó las escaleras con ella de la mano. Cuando llegaron al rellano la miró y vio a través de sus inmensos ojos, en la oquedad de una mirada que contenía todos los rincones malolientes de los peores puertos de Europa, la evanescencia de lo que alguna vez pudo ser una súplica de auxilio. Pero se dió cuenta, que la mirada de Natasha había cambiado diametralmente en pocos segundos, se había alejado hacia el infinito, le dijo adiós, con cierta prisa por ir a por otro cliente; estaba otra vez en su combate.

Combi salió de allí decidido a ir hasta el final de las cosas.

Entró a comer a un restaurante buffet vegetariano, se dió un atracón. Se metió al cine que había en el centro comercial, daban una de la mafia rusa con Viggo Mortensen, pero la evitó atracandose de palomitas de maíz y refresco de cola en una sala donde estrenaban una de risas. De a poco se fué diciendo que no había demasiado que pudiese hacer que no fuese encontrar la manera de denunciarlo.

Al cabo de un par de años, le avisaron que la publicación de su libro era inminente, que debía irse preparando para entrevistas y conferencias. Se tomó unas vacaciones con su familia en Amsterdam. Cada tarde después de pasar un rato en los cofee shops, paseaban un rato por el barrio rojo, y se divertían con la manera en que los japoneses observaban atentamente a las chicas a través de las vidrieras, agachándose sin ningún pudor para observarles la entrepierna.

Combi pensó que quizás Natasha ya podría estar bien, que hasta los peores momentos pasan, y que en todo caso ella era una mujer muy fuerte. Mucho más que él, que al fin y al cabo no era culpable de nada.

-¿Ni responsable? se preguntó.

Pero a Natasha le habían agujereado el alma con semen helado, le frieron el cerebro, comieron su corazón y arrojaron su cáscara a los pies de una tarde castellana. No le quedaba jugo, solo hiel, acaso le había dado una de sus últimas tardes de recuerdos familiares, cosa que lo había marcado tanto a Combi que de un tirón escribió un trabajo de ficción sobre la problemática de la trata de blancas. Se dijo a si mismo que cuando juró llegar hasta lo último de aquel asunto, no se refería a algo distinto de aquello, aunque naturalmente, aquella postrera interpretación no conseguía tranquilizarlo del todo.

Estaba a punto de publicar sus reflexiones sobre esta forma de esclavismo moderno en el corazón del Primer Mundo, con la aquiescencia de todos los géneros, estratos sociales e instancias legales, con toda la moral, las religiones, la ética, y la justicia en conocimeinto de ello, tolerándolo y hasta promoviéndolo.

En su trabajo explicaba los traumas de aquella vida y sus posibles desenlaces. Pequeños toques en la puerta de su cordura con los nudillos de la suerte. A través de su obra, Combi estaba a punto de presentarse como un hacedor de justicia, como un ser con sensibilidad social, estaba a punto de creérselo.

Y a punto de cobrar por ello.

Luminoso club de carretera
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26 agosto 2018 7 26 /08 /agosto /2018 15:25

El lugar era sórdido, lúgubre, tenía aspecto de terminal, de última parada.

El chileno que se acercó con el plato coronado por una montaña de cocaína, tenía más anillas que un pino de los Apalaches, más arrugas que el mismísimo Barrabás, llevaba más tiempo haciendo el mal que la memoria de diez elefantes. había pagado con cárcel en Hamburgo y en su Chile natal, se enroló en un buque mercante y cuentan que tiró a uno por la borda, nunca pudieron acusarlo pero todos sabían que había sido él.

Ella era un encanto, frágil en apariencia, joven, de piel suave, recién llegada de un sol que no quema, de un agua que no resfría, de la gruta de los elegidos.

Con respecto a mi es mas difícil decir, yo no sé que era ni que parecía ser, no obstante ahí estaba, vivo, impertérrito ante la capacidad de resistencia, sin futuro ni pasado, sin bolso, sin párpados, sin tiempo que perder.

El ex marinero, ex presidiario y ex presunto homicida chileno, se nos acercó y me ofreció como era más o menos habitual unos tiritos de lo que su plato sostenía. Ella se nos quedó mirando a ambos, desapareció su virginidad y de muy adentro expelió la voz de una torre firme.

-No queremos , gracias- me miró y agregó- esta vez no.

De repente sentí intensas ganas de hacerle el amor, no de poseerla con recios embates garchariles, sino de desprender ese que se yo que llevaba atascado, adormecido, bloqueado en el resguardo de una pose de cierta fiereza más o menos poco creíble, me dieron ganas de acariciarla suspirando hasta llegar a una eyaculación más terrenal que cósmica. Pero me tomó por el brazo para bajar la escalera de aquel antro, y sumergirnos en la calle empedrada de San Telmo, hasta encontrar el primer café que invitaba a una pareja modélica a sentarse. Dejando atrás esos bares que eran la prolongación del plato del chileno o del toilette del tugurio, donde una vez, al cerrar la puerta, mecanismo con que se encendía la luz, una brillante, oscura, enorme rata aterrorizada empezó correr de un lado a otro de aquellos dos metros por dos sin encontrar salida, hasta que, aterrorizado yo también a mi vez, conseguí abrir la puerta antes que decidiese morder mis piernas flacas sostenidas por aquellas modestas raciones de mortadela, patys y alfajores baratos.

Me dijo- Eres un diamante en bruto, pero si no dejas eso no podemos seguir, ahora bien, si decides dejarlo siempre estaré a tu lado- esas palabras fueron mágicas, porque ni siquiera los mejores mentirosos pueden decirlas sin titubear, es imposible mentir con algo así, es casi imposible decir algo así.

Todavía me quedarían años de sostenerme a las baldosas henchido de espirituosos para asegurarme de que no caer más allá del suelo, pero tiré por la ventanilla de mi cuarto hsta la última mota de talco de luna que me quedaba en la mesita de luz y sentí una paz extraña en mi pecho: se acabó.

Me di cuenta por primera vez de que incluso yo, tenía limites y que en cualquier momento la pelada de la guadaña podría girarse de repente, clavar su mirada en mis ojos y señalar con su falange huesuda ese camino entre temido y enigmático que todo curioso poco amante del equilibrio ha tenido entre sus ensoñaciones.

La última vez que supe de aquel chileno, lo estaban esperando en un bar de música para debatir con énfasis acerca de algún serio malentendido, tras lo cual decidió abandonar la ciudad. Más o menos por esos días fue la última vez que vi aquella calle plagada de posibles papeles plateados entre los adoquines, de gatos portadores del alma de los viejos guapos que peleaban a cuchillo con un pie atado al de su contrincante, aquel templo de la pisada nocturna, y de ahí en más, viví mis mejores años simulando que protegía a aquella mujer para poder ser el protegido, y las mañanas, las caricias y la promesa cumplida me hicieron mejor persona.

Hoy miro sin rencor el pasado, hoy recuerdo otras promesas y otros esfuerzos y me siento afortunado, el torrente que me embargó desde aquella torre, regresa cuando es menester como un bumerán, como las buenas y las malas acciones. 

Sí, costó, pero valió la pena.

Adoquines de San Telmo
Adoquines de San Telmo

Adoquines de San Telmo

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9 junio 2018 6 09 /06 /junio /2018 09:33

Lo recomendable para llegar sin rasguños es tomar precauciones y no acercarse a los riscos, mantenerse a distancia del fuego, dejar bien amarrado el barco, cerrar la puerta con llave, pestillo y si se tercia, conectar alarmas, nadar cerca de la orilla, evitar discutir, mantener las formas, ser educado, comedido, recatado, sometido, arrugado, perforado, sintetizado, camuflado e ignorado, llevarse bien con todo el mundo, ser cordial, amable, no quejarse, no reaccionar, no molestar, no incordiar, no desestabilizar, no dar la nota, no poner el acento, no sacarse la camisa, los calcetines, los zapatos, los pantalones, los calzoncillos, los ojos, ni los dientes en el parque, decir felicidades, decir buen día, decir que suerte, decir me alegra por ti, decir permiso, decir hasta luego, decir te amo, te necesito, tu luz me embarga, tu energía me envuelve, decir primavera, decir bendiciones, traiciones, mansiones, canciones, pendones, y no decir maldiciones, pezones, cagones, nubarrones, rayos, centellas, me aburres, me atormentas, me dañas, me vacías, me destrozas, me enloqueces, me desgarras, me importas un carajo, me das pena, lástima, asco, ira; lo más fácil es llevar bolsa al mercado, llevar silencio a la sala de espera, llevar paciencia a los comicios, llevar resignación al juzgado, llevar la cruz y el clavo, llevar la daga de la oscuridad, llevar el cadáver de la madrugada, lavar la ropa manchada, taparse con la sábana, mear dentro de la taza, no hacer ruido con la sopa, dejar tranquilos los mocos, las pajas, las ganas, las ansias, los sueños, la garra, la caza, el alma, y llenarse de suficientes pausas, de bastas, de equilibrios, de vueltas armónicas, acompasadas, ordenadas, salteadas, cerradas, burladas, orinadas, defecadas, dopadas, envenenadas, aterrorizadas y saneadas.

Y al cabo, llegar al cajón impolutos, vírgenes, y acaso un poco oxidados por tanto desuso.

 

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9 junio 2018 6 09 /06 /junio /2018 07:28

Al muy poco de estar en Buenos Aires ya había olvidado la cotidianeidad de la isla, entre cafés, comilonas, visitas a familiares que no veía hacía mucho tiempo y otros que nunca había visto, las nuevas amistades y las nuevas libertades. 
A la medianoche en la pizzería El Pillín, en Balcarce y Garay, bajaba una chica bien armada por delante y por detrás a buscar un par de pizzas gratuitas, o casi, solo le costaba hacerle una felación al gallego dueño del boliche y que la chica le hacía sin inconvenientes  Yo había tejido una amistad típica de beodos con el dueño y los personajes que allí se juntaban a jugar al truco y a cantar tango una vez que cerraba las puertas al público, una noche me invitaron a participar de la ronda de personas que pasaban al baño para ser atendidos con generosidad por los labios de la dama deglutidora de pizzas entre otros sólidos. Rechacé la oferta lo mejor que pude. Pero la chica esa noche se quedó a cantar tangos, entonces supe que su nombre era Laura, y tomamos vino hasta muy entrada la noche, cuando salimos del bar ella me dijo que vivía en el edificio de al lado al que yo estaba parando, subí a su casa a fumarnos unos porros y echarnos unas refriegas amistosas. Con la cantidad de vino que llevaba encima no me había fijado si se había lavado la boca después de efectuar en reiteradas ocasiones su forma de pago. En su habitación apareció otra muchacha, que resultó ser su pareja, e hicimos el amor los tres, con la torpeza y la desinhibición propias de la borrachera, la panza llena y el corazón contento.
Al día siguiente cuando nos despegamos del catre, dos muchachos salieron de una habitación pidiendo un pedazo de pizza, y armando un porro mañanero, entonces Laura me contó que uno de los chicos era su sobrino, y que chica que entonces era su pareja había ido a dormir la primera vez a aquella casa como amante de su sobrino, y que el actual amante de éste era el hermano de su novia. “Vaya familia,-pensé- habría jurado que los Guevara éramos singulares”.
Laura me dijo que si quería podíamos hacer una fiesta todos juntos en la cama, le respondí que no, le confesé que aún cuando yo sabía que estando dormido cualquier lengua que resulte ser la que lamiese mi glande ocasionaría una erección idéntica, prefería en vigilia la elección del retozo con mujeres por aquello de la costumbre y los prejuicios.
Muy atentos, lejos de incomodarse con mi declinación me invitaron a tomar un trocito de cartón que contenía ácido lisérgico, lo coloqué bajo la lengua como me explicaron, y al rato estaba viendo dobleces cubistas en cada objeto, riendo de una manera intensa, carcajadas de afuera hacia adentro, disfrutando como enano de la risa y los colores, de las azoteas de Buenos Aires, con los aires de novedosas pequeñas libertades reconfortantes.
Al cabo de un par de horas, colocado de ácido por primera vez, con resaca y fumado aún, bajé con el ascensor para cruzar la puerta y pensar si subir al departamento de mi padre, que tras una larga estancia entre rejas retomaba una relación de pareja tan difícil como aburrida. Era mediodía, no les había avisado que me quedaría fuera, así que preferí darme una vuelta por el barrio y sus parques para subir con cara de ciudadano.
Nunca más vi a Laura ni a los particulares exterminadores de pizzas, aunque la imagen de aquellos cuatro y yo desayunando porciones recalentadas, colando ácidos, fumando porros en cueros y haciendo el amor como conejos entre tías con sobrinos, sobrinas y cuñados, más de una vez me acorraló de súbito auxiliando a esas fantasías mustias, ya alejadas del salitre habanero, de mis aires buenos queridos y del avistamiento de aquellas libertades perturbadoras.

Parque Lezama, San Telmo.

Parque Lezama, San Telmo.

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31 mayo 2018 4 31 /05 /mayo /2018 11:38

 

 

Ronnie vivía también en aquel edificio de veinticinco plantas, el Hotel Habana Libre, en el piso 19, yo vivía en el 21. Mi hermanos, mi madre y yo ocupábamos dos habitaciones desde las cuales se veía el Hotel Nacional, el edificio Foxa y el Someillán, daban al mar, en una tercera que daba a la otra cara de la ciudad, mostrando el barrio de El Vedado noqueado por la Revolución, dormía mi abuela. Ronnie era hijo de Huey Newton, quien fuera cofundador de los Panteras Negras norteamericanos, una agrupación del poder negro de moda por aquellos años convulsos, ellos estaban exiliados como nosotros. En el Hotel había varios cabecillas de organizaciones revolucionarias a nivel mundial cuyos hijos terminaban formando una pandilla, pero ninguno tan perfecto como Ronnie, a excepción de Fernando y por supuesto de mi.

Pasábamos el día incordiando a la mayor cantidad de personas posibles, ya tirándoles grampas con hondas desde el segundo piso a los que se sentaban a disfrutar de la lectura de un plomizo Granma aderezado con el aire acondicionado en el lobby, o lanzándoles limones desde la parte trasera de la piscina a la calle o huevos desde el piso 21 para que se llevasen un buen susto antes de regresar a sus casas a cambiarse la ropa salpicada de yema, también rompíamos la paciencia saltando de balcón en balcón y lanzando lo que fuese que encontrásemos secándose sobre los sillones de paja y cobre, pantalones, camisas, ropa interior o caracoles cobos y aguas vivas como los que atesoraba aquel ruso, que un día me descubrió tras haber lanzado sus preciados moluscos desde el piso 21 al tercero solo para verlos hacerse añicos, formando un lío que alcanzó al Administrador del hotel, a la milicia y a nuestros mayores.

Carlitos Cecilia vivía cerca del parque Aguirre, a más o menos un kilómetro del hotel y muy cerca de la Anexa a la Universidad, la escuela Felipe Poey donde ambos estudiábamos. Éramos compañeros inseparables en el aula y mientras duraban los paseos por la calle, una vez que entraba al Hotel la realidad cambiaba, mudaba hasta el tono de la voz, retornando hacia lo que quedaba ya de argentinidad en aquellas consonantes sostenidas y vocales abiertas. Eran otros los amigos, los juegos también, todo ello había nacido de la perversa orden dada por la administración de que al hotel no podía entrar ningún cubano, ningún niño amigo de la escuela podía subir a las habitaciones, a menos que fuese familiar de un alto dirigente, y aún así precisaban un pase. La administración tenía orden de que los de afuera no pasasen de solamente sospechar los privilegios que disfrutaban los de adentro. Esta ordenanza me ayudó a desarrollar una doble vida, como Mr. Hyde y el doctor Jekyll. Mientras afuera del hotel iba creciendo a pasos ligeros y convirtiéndome en el justiciero de mis amigos y un habanero más, dentro me transformaba en un malcriado muchacho privilegiado. Durante medio año que estuve faltando cada tarde a las clases de séptimo grado en la Felipe Poey, iba primero a casa de Carlitos y nos dedicábamos a cocinar tortillas con lo que hubiese en la alacena, el padre era militar y conseguía latas de alimentos que con la libreta no se conseguían así que contábamos con cierta variedad de ingredientes.

Por supuesto todo aquello era limitado y un día la madre pegó el grito en cielo, entonces Carlitos les tuvo que decir lo que hacíamos aunque se echó la culpa a sí mismo garantizándose un buen castigo, cuando en realidad el instigador de las faltas a clase y las prácticas culinarias era yo. Aquel desliz no trascendió al hotel y pude continuar faltando a clases, tenía pesadillas en que me descubrían, que me enviaban un miliciano de los que me solía detener por hacer gamberradas en el Hotel y averiguaba que no había ido a clases en los últimos meses, se lo contaban a mi padre que estaba preso en Argentina pensando que nos estábamos formando como buenos revolucionarios y le causaba un buen disgusto; me despertaba transpirando como casi día de mi vida después de aquellos años.

Entonces fue que Carlitos me invitó a la primera fiestecita con música lenta de noche y me presentó a Moraima, que me tenía fichado, a mi me venía bien cualquier cosa para dar mi primer beso, que solamente lo había podido casi saborear en la persona de alguna prima o la hermana de algún amigo del Hotel a hurtadillas, robado en un trance de algún juego. Fue la primera vez que toqué pechos y sus pezones, los sobé los apreté con fruición, difícil olvidar aquella emoción, me entusiasmé bailando con la entrepierna de Moraima, el vaquero fue áspero, por suerte ella tampoco sabía mucho de nada, ya que yo solo había besado mi antebrazo practicando con un morreo prolongado. Carlitos ya había “apretado” alguna vez y hablaba de ello como de algo muy especial, desde aquel día constaté que era mágico, incluso hoy pienso que el placer de ciertos besos en posición de pie, estando vestidos, pudiendo permitirse alguna licencia como acariciar los senos o tocar el sexo por encima de la ropa dejando a la mano explorar entre cinturones, botones, cremalleras y telas pueden ser momentos exquisitamente tensos, para aquellos y otros blue jeans menos acartonados. Después de esa ocasión estuve como dos años sin apretar, pero me servía de aquella experiencia que se enriquecía con el aporte de la imaginación cada vez que la sacaba a pasear en los relatos varoniles, para el simple recuerdo o para las mullidas memorias noctámbulas. Carlitos me había hecho un favor impagable, lo probó el tiempo que debió transcurrir hasta que pude acceder por propios medios al área íntima de otra chica. Los cuatro meses siguientes ya que no podía ir a su casa me iba al zoológico de el Nuevo Vedado y llegué a hacerme amigo de un chimpancé que tendría mi edad, era mi alter ego. Llegué a tener una gran amistad con ese animal, el cuidador me permitía acercarme hasta la jaula y pasábamos horas mirándonos e intercambiando las galletitas para monos que yo le daba y las media naranjas que él me convidaba, se podía hablar con él sin tapujos, desde la una hasta las cinco había muy poco público. Entonces, además de la realidad del hotel, la de la calle y la escuela incorporé una tercera, las rejas del mono estaban también en mi cara. Aquel preso no hacía reproches por conducta poco revolucionaria.

Ronnie tenía dos años menos que nosotros pero nos sacaba media cabeza. Una tarde que me había visitado Carlitos y que había conseguido en la administración que le diesen un pase que no permitía entrar a restaurantes pero sí estar por el Hotel, Ronnie quería jugar a los escondidos en el Salón de los Embajadores, que estaba restaurándose y era inmenso, repleto de recovecos. Yo estaba entre la costumbre de seguir a mis amigos del hotel en los juegos aún infantiles, y el pudor que me daba con Carlitos ya que dados sus hábitos suponía que consideraría aquello un poco ridículo. Pero él mismo se enchufó y se entusiasmó de tal manera que llamamos a otros muchachos.

En una ocasión le tocó a Carlitos buscar, Ronnie y yo habíamos subido por una escalera de cabillas de hierro incrustadas en la pared dentro de un agujero con paredes de cemento. Estaba oscuro en lo alto y al acercarse, Carlitos se persuadió de que arriba había gente y empezó a decir nombres al azar para ver si adivinaba, lo cierto es que si acertaba no había manera de ganarle corriendo hasta la base, así que había que intentar que subiese hasta arriba y saltar del agujero al mismo tiempo que él para tener una chance. Comenzó a subir y de repente dijo el nombre de Ronnie. Y cuando comenzó a bajar, yo vi como caía un líquido sobre él y al girar la cabeza buscando a Ronnie, vi que había pelado la habichuela y estaba orinando a mi amigo en la cabeza, mientras Carlitos decía- -Oye que mal perder tienes, no me eches agua que me estás empapando!. Entonces, agudizó el olfato y el tacto y se dio cuenta de que no era agua, yo reprendí a mi amigo del Hotel que reía a carcajadas y bajé inmediatamente a contener a Carlitos, eso para él era una asunto muy serio, en Cuba cualquier líquido en la cara que no fuese agua o ron podía saldarse con más que una buena pateadura, ¿pero una meada?, por una meada hasta yo habría sido capaz de soltar los puños.

A duras penas conseguí llevarme a Carlitos abajo, rogándole que no formase lío ya que encima llevaba las de perder. Lo acompañé hasta su casa y no dejé de escucharlo decir que lo buscaría por todos lados y le metería con un bate de beisbol, con una cabilla, con una chaveta, en fin estaba hecho un basilisco, y aunque Ronnie lo había hecho en broma yo había visto a Carlitos en la escuela fajarse con una pandilla y empatar la bronca.

Provenían de sitios irreconciliables como el Hotel y la Ciudad, pero eran mis amigos.

Cuando regresé al Hotel lo fui a buscar al piso 19 y me dijo que lo sentía mucho, que fue un impulso y que iría a pedirle perdón, le dije que encima si había bronca culparían al cubano, me dijo que no, que él diría lo que pasó, Ronnie era muy noble, puro corazón pero ese día había perdido un tornillo.

A los pocos días, llevé a Carlitos al Hotel nuevamente para que sellaran las paces, pasamos el día charlando y esa tarde hasta fuimos a comer los tres a la cafetería, nadie nos dijo nada, ni la camarera ni el capitán, nadie molestó aquella ocasión.

La semana pasada mi hijo pequeño me preguntó si yo tenía amigos que ya hubiesen muerto, íbamos caminando por la cima de un monte, un viento fresco me dio en la cara y recordé cuando regresé de Argentina a Cuba a los 22 años y fui a buscar a Carlitos a su casa, entonces la madre, el padre y el hermano me dijeron - Si quieres verlo ven con nosotros ya mismo , porque le quedan dos o tres días. Y en el camino al oncológico me contaron que había desarrollado un tumor bestial en los pulmones, y que le habían amputado un pulmón, un brazo, un omoplato, una clavícula y ya habían desistido.

Entré en la sala y lo vi en la cama, me recibió con una sonrisa, no recuerdo lo delgado que estaba ni su estado gravísimo, sino su ánimo, me abrazó al borde de la cama y me dijo: -Martín tú me ves así, pero cuando salga de aquí formamos una fiesta, yo voy a seguir tocando el piano con el brazo que me queda, incluso mejor y tú verás que las muchachitas se van a volver locas con nosotros- Pasé una hora con mi amigo que estaba lleno de vida, los ojos le brillaban y su voz era fuerte, a un paso de la muerte no estaba rendido. Salí de aquel cuarto vacío y en efecto cuando regresé a su casa al cabo de una semana ya había fallecido.

Hace dos años mientras recordaba algún pasaje del Hotel Habana Libre, me dio por buscar a mi amigo Ronnie por enésima vez con la ayuda de internet, cosa con que otrora no contaba. Le había perdido la pista hacia el año 1978 cuando él había regresado a los Estados Unidos, ya que el padre había preferido enfrentar la prisión y que la familia viviese en su tierra. Varias veces había intentado saber que habría sido de su vida, sin éxito una y otra vez.

Tiempo atrás habían matado al padre en extrañas circunstancias y hace muy poco supe que posiblemente Ronnie habría presenciado quien había sido. Y entonces me enteré de que un par de años más tarde, cuando estaba por celebrarse el juicio del presunto asesino de Huey, unas pocas horas antes de declarar su hijo, mi amigo Ronnie, quien desde los diez años hacía cuarenta largos en la piscina del Hotel Habana Libre para poder quedarse hasta más allá de las siete de la tarde jugando con los demás muchachos, como condición que le ponía su viejo, apareció ahogado en la orilla de un lago cercano al lugar del juicio.

Lo supe diecinueve años después de los hechos.

-Sí- le dije a mi pequeño vástago- se llamaban Carlitos Cecilia y Ronnie Newton.

Y entonces recordé el día del juego de los escondidos. Y el Habana Libre, y la fiestecita con Moraima, los chicles norteamericanos y las tortillas de carne rusa y me acordé de aquel chimpancé que cuando nos quedábamos mirándonos durante eternidades, no quedaba claro a cual de los dos aprisionaban más aquellas rejas.

Quien también fue un buen amigo y que ojalá continúe con vida.

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12 mayo 2018 6 12 /05 /mayo /2018 12:24

Una de las mejores y menos realistas pelis que he visto es la vida. 

Se me parece mucho al cine, aunque en lugar de ir pasando por delante de una butaca en la sala penumbrosa, me ha ido transcurriendo por todos lados, lo cual también incluye delante de los ojos y en torno al cuello. Por detrás, por dentro, lo que está por venir que nunca supe si llegará, a que distancia se encuentra y si terminará perteneciéndome.

Se parece a una película pero de mucho misterio y en cuatro dimensiones, aunque también se parece a tantas cosas que si nos ponemos a comparar no terminaríamos nunca. La vida es una película, un cuento, una novela, una ópera, una sinfonía, una obra de teatro, un sainete, una opereta , un cuadro, una canción, un deporte, una guerra, un desastre, una solución, un problema, un amor, mil amores, ningún amor.

Y es mucha soledad barnizada, bañada en chocolate, con trozos de nuez, pintura de acuarelas, y humo, sobre todo es mucho humo sin cenizas ni brasas.

Y así como no hay nada mejor que un día tras otro, a veces no hay nada más terrible que ello, saber que es imposible salir en un abrir y cerrar de ojos de esa pesadilla que empieza cuando nos levantamos. Pero sí, se puede, cuando se cuenta con fuerzas para asomarse al borde y con la suerte de divisar el oasis. También con algún lugar para entrar y con alguna mano enchufada a un corazón.

A cada una de las personas que esté pasando un momento duro me gustaría poder comunicarles como si fuese un noticiero de televisión o una publicidad repetida diez veces en un día, que es posible, que todo lo que se imagina se puede, que lo que se sueña está soñando también con nosotros, que el aliento va y viene y la soga tensa que aprieta en algún momento se remoja en el fondo del mar junto al ancla. Más tensa, pero empapada.

Varias veces temí estar en las proximidades de la demencia, de la pérdida de nexos con la realidad consensuada, no sé cuanto de cerca o lejos estuve en realidad porque del todo nunca enloquecí, pero sí que debí combatir depresiones intensas, impulsos autodestructivos, adicción a substancias que aunque las explicaba con una frase de Bukowski: "cuando las cosas están mal bebo para olvidar los problemas, cuando están bien bebo para celebrar, y cuando no pasa nada bebo para que algo pase", lo cierto es que me substraían de la agobiante amalgama de abulia, miedo, desprecio personal y sobre todo, ese lento, lentísimo tránsito de un día pésimo a otro igual, del inexorable paso de un grito ahogado a un alarido muerto, de lo poco a lo menos, hasta que la lucha, la ilusión, el amor ajeno al mismo tiempo que el propio, empezaron a cambiar los ladridos por lamidas, los sopapos por caricias, la toxicidad propia y ajena por anticuerpos, y llegó un momento que gracias al haber visto esa película en cámara lenta, ya ningún pasaje fue un infierno, los obstáculos comenzaron a parecer regalos, y empezaron a llegar días detrás de otros cada vez menos agobiantes, hasta que llegó el momento en que tiré de las riendas para frenar los instantes, para regresar a lo perdido, para aprovechar cada minuto de paz, empecé a redescubrir aromas agradables, a disfrutar la película despatarrado en la butaca envuelto en la penumbra cómplice, a verla pasar por delante, por detrás, tomado de su lengua, de su entrepierna, hasta la paz de una siesta sin corset.

La Película
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7 mayo 2018 1 07 /05 /mayo /2018 11:11

Me refregaba las manos porque me quedaban un par de capítulos de la segunda temporada de Homeland, que había declinado ver siempre que me lo sugerían, porque cometí el error de hacerle caso a esas sinopsis ultra resumidas que aparecen en internet tras los créditos de las películas y series. Decía que se trataba de espías y de Medio Oriente y como detesto todas las historias de ficción e incluso de no ficción sobre el tema, me tiene refrito, ni siquiera me planteé husmear.

Pero una amiga cuyo criterio intelectual me obliga a tenerla en cuenta y con quien intercambio introducciones a ls series, me la recomendó encarecidamente diciéndome "al menos comiénzala, si no te gusta la dejas", en efecto me gustó tanto que vimos cuatro capítulos de un tirón en su casa. La segunda temporada es aún más trepidante. Y me refregaba las manos porque me quedaban unos capítulos para disfrutar y un paquete entero sin abrir de papas fritas con pimienta y limón, una exquisitez que no dura ni medio capítulo, pero que valía la pena abrir.

Puse el play, tiré de las esquinas de la bolsa e hizo "pop". Metí la primera papa a la boca, ese sabor ácido, ese gustito picante, lo bajé al gaznate y apenas tocó el glotis me percaté de que algo no andaría del todo bien. Comencé a carraspear para poder aspirar aire mientras la garganta se me cerraba cada vez más, en pocos segundos no podía respirar, me puse boca abajo, comencé a hacer ejercicios con la garganta, me llevé unos dedos a la campanilla y resultó peor, la pimienta sintetizada o lo que quiera que esa sustancia fuese comenzó a actuar de candado entre mi interior y el mundo de la fotosíntesis en una manera ya preocupante, fui a mi neceser de medicamentos, cogí un antihistaminico que todo asmático atesora en su morada y comencé a hacer ejercicios de calma mental, de control de la situación desde la cabeza, pero tomé conciencia de que o solucionaba el entuerto con premura o debía salir al palier a llamar el ascensor y tratar de llegar lo más lejos posible para pedir auxilio. Abrí ventanas y comencé a ejercer una ligera presión con el dedo a la parte posterior de la lengua hacia abajo, me tranquilicé y de a poco comenzaron a deslizarse hacia los bronquios briznas de aire, permanecí inmóvil y dejé que cada vez entrase un poco más de cantidad de oxígeno, sentía como me descongestionaba por dentro y por fuera, volví a sentir sangre en las manos, riego en toda la entendedora y una sensación entre gloriosa por no precisar salir a escandalizar a la gente con las sirenas de la cura, y aterrorizadora por la evidencia de levedad del bienestar. No soy nuevo en sustos pero este casi me puede.

Regresé a mi serie sabiamente recomendada por mi amiga pero lejos del paquete de sucedáneos papas fritas sabes a pimienta y limón y es que vivir sólo, puede conceder ciertas libertades y dotar de un halo misterioso; pero también supone aprietos que requieren de determinaciones y decisiones acertadas y flema inglesa, de esa que precisamente por ser un enjambre de nervios, atesoro en toneladas en el baúl de las emergencias

Chips, glotis y flema inglesa
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2 mayo 2018 3 02 /05 /mayo /2018 01:57

Antes de pagar tuve que llenar el espacio de la fecha de nacimiento y de repente me acordé: "En un par de días cumplo años" pero cuando me quedé hierático, congelado fue cuando recordé cuantos años tendré en dos días.

Cincuenta y cinco años, 55, LV, 五十五, cinco décadas y un lustro, un lustro menos que sesenta, un lustro menos que ser viejo de modo inapelable. Hace cinco años estaba casi en el mismo instante que ahora, no sé si ha pasado siquiera un día desde hace cinco años.

No-me dije- con la esperanza de despertarme de esas pesadillas que a menudo me sacudo de encima dando un respingo en la cama, aunque nunca me las quito del todo hasta pasadas unas horas en vigilia. 

Pero sí, son 55 pirulos. Y no es que en la costumbre de respirar no sienta su paso, su peso, su pisada, o que bajo el cúmulo de ocurrencias, aventuras, desventuras, situaciones, entornos, desengaños, amores, olvidos, tristezas y existencias no sienta justo el arribo de una edad que los pontifique, en ese sentido hasta encuentro muy escaso ese tiempo, no veo como pudo entrar todo en ese bolsillo.
No veo la relación que tengo con lo que incluso hoy entiendo que son cincuenta y cinco años, como pesan, como se reflejan, como se expresan, que aspecto sugieren, que requisitos exigen, a que seriedad comprometen, a que tenor obligan, que pose imponen, que seguridad otorgan, que logros, certezas, firmeza, otredad, charme, rotundidad, permiten alcanzar, y sobre todo a cuanta renuncia de sueños, a cuanta claudicación de carcajadas espontáneas, de utopía matutina, de angustia en la madrugada, de la inocencia y el rubor en las miradas, de la ternura en la caricia a la espera de la retribución, de la pasión por cada cosa, por cada tema, por cada rincón y esquina donde se escondan las ideas, las dudas, los deseos, en cada recóndito resquicio en que se atrinchere el abandono y en cada sonrisa franca que acerque al abismo de la locura mediante el fracaso y la desesperación. 

Hay una forma de ver cincuenta y cinco años, de la silueta hacia afuera, valijas de cuero marrón, bochas peladas, caras acontecidas, sensación de seguridad, todo doblado, todo resuelto, papá de pipa, semi abuelo reposado, pero si yo lo única certeza que tengo es que duermo mejor acostado que de pie

¿De qué aplomo me visto?

 Como cuando iba al colegio: "ese viejo", digo cuando hablo de alguien que tiene un rematado aspecto a mi edad próxima, zapatos de cuero inglés, bastón, miradas babosas de ojos saltones en párpados que inician su declive definitivo; ¡pero que 55 ni ocho cuartos si yo me sigo riendo como si me hiciesen muecas desde afuera del moisés! 

 Aunque existe también una forma de ese tiempo desde adentro, desde las mandíbulas, la lengua, la campanilla que regula cada grito, desde el pulmón espaciado de mucosidad rebosante de asma, que resiste al tedio, al cansancio, pulmón bregado, luchado, experimentado uno, y el otro taimado, pícaro, agazapado, oportuno; hay un modo del estómago y sus pasadizos secretos que conducen a una salida que también atesora su particular forma de entender los 55 pirulos. 

Como la ruta 66, también hay un estilo 55, se manifiesta en las rodillas, en los hombros, en cada vena del falo en cada arteria sensible del escroto, en el disfrute del camino hacia la llegada del semen, hacia el brote de nuevos estrenos frente a las redondeces femeninas, de la respiración en la oreja, de las palabras en el cerebro, de los dedos de los pies. Hay una forma de verlo desde el abdomen definitivamente cambiado, desde el interior de la mirada, donde se cuece la timidez, la osadía, el templo que resguarda la antesala desde la cual saldrá todo lo que jamás ha de regresar, desde donde cada cosa que viaja se disemina y multiplica y nos olvida para siempre jamás, como hijos que se enfrentan a su ola, como olas que nos revuelcan entre nuestras facultades aprendidas, moldeadas, revisitadas una y otra vez y el límite cada vez menos perturbador de aquella oscuridad.

Hay unos cincuenta y cinco que se deberían percibir en los huesos, en cierto modo de cansancio y de sabiduría, pero nunca imaginé llegar sin pasar primero por la abulia, el desdén, la contemplación de las cenizas. 

Soy responsable de ese cúmulo de días que la vida depositó en la bolsa que me fue confiada para limpiarla de cardos pero me identifico más con la caminata que me trajo, y en algún sitio albergo las pizcas, las migas, los destellos, las chispas de todo lo que pasó, y su olor, su dolor, su gozo y su respiración con sibilancias me observan como quien mira su coche viejo o su bólido, su desvencijado asiento de tren o su jet particular. No necesito examinarme, sé que no encuentro en ningún punto cardinal el transcurso del tiempo ordinario porque he atravesado mi pecho con el juego de las pistas, siguiendo huellas con el olfato, la intuición, el deseo, el desespero por la aprobación, buscando un elogio inmerecido, uno merecido y otro asesinado al costado del prepucio.

Sé que no me puedo encontrar de una pieza porque me perdí en algunos recodos mientras en otros me adelanté, pero mi baile con la ilusión y la sorna de la vida aún acaricia los primeros compases, abierto, torpe, entusiasmado, acaso algo taimado pero sin llegar a sabio. Disperso como ante aquella pizarra de la señorita Isabel, recorrida con trazos de tiza, llena de infancia ausencias y perpetuidad.

Transcurso

Transcurso

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19 abril 2018 4 19 /04 /abril /2018 22:49

El Nene, Orestes y Peter eran mis socios en el preuniversitario de Alamar.

El Nene era el amigo natural, ese que aún hoy cuando lo recuerdo lo hago con una sonrisa en el rostro, nos reíamos a pata suelta, Peter vivía en mi edificio, le gustaba escuchar rock como a mi y vestir imitando alguno de aquellos rockeros de "afuera". Ambos teníamos la misma mancha en el expediente escolar acumulativo: "diversionismo ideológico" por escuchar música en lengua enemiga y vestir pantalones de mezclilla azul, el estigma de los pioneros del imperialismo. La amistad con Orestes fue más extraña, pero igual de verdadera.

Era en la secundaria antes del pre, estábamos en la misma aula, un día que Orestes y su amigo de entonces, Amador, estaban sentados detrás de mi, recibí en reiteradas ocasiones impactos de pelotillas de papel en la oreja, reaccioné girándome cada vez con creciente enfado pidiéndoles que dejasen de joder, hasta que me levante y hablé en voz alta escupiendo no recuerdo que improperios. Tras sonar el timbre de cambio de turno, Orestes me dijo que el profesor los había regañado por mi culpa, le dije que ya estaba harto de los papelitos, y me dijo, junto a Amador, que él no tomaría represalias pero que lo haría su hermano esa tarde en la piscina, que era menor que él y de mi tamaño. 
Por la tarde fui a la piscina habiéndome desentendido del episodio y mientras estaba nadando sorteando cuerpos que se lanzaban o se cruzaban, vi que Orestes llegaba a la piscina junto a Amador sin aparente intención de nadar a juzgar por la indumentaria de pies a torso, Orestes habló con un muchacho que sí estaba bañándose y me señaló, entonces me di cuenta que era cierto lo del hermano, seguí nadando y sentí un bombazo justo a mi lado, tan cerca que parecía imposible que no me hubiese impactado. paré de nadar y era el hermano de Orestes que me decía que saliésemos del agua.
Empezaron a amontonarse los muchachos animando a que sonase un galletazo, exhortándonos a que nos diésemos un buen tranqueo para divertirse bajo el proletario, guaposo, “testosteronero” y cruel sol padrino de ese tipo de adolescencia.

El hermano de Orestes si bien era menor que nosotros en cuanto a edad, estaba muy trabado, hacía lucha libre, era puro músculo, yo me quedé de pie mirándolo y esperando a ver si empezaba una bronca sin las más mínimas ganas de seguirle el ritmo, pero entregado al destino, y entonces, Rubén, como se llamaba el gallo de pelea, empezó a decirme que por que le había guapeado al hermano, que si era guapo le guapease a él, y yo seguí impávido, no tanto por una suerte de gelidez samurái sino por un escasísimo deseo de empezar una bronca en esa piscina con aquel ovillo de músculos rodeado de amigos y hermanos. Orestes lo llamó, se fueron y seguí nadando completamente perturbado por la violencia de la situación. Había conseguido salvar los muebles de la dignidad pero por dentro estaba más apendejado que si hubiese salido corriendo con un tigre detrás.
Después de aquel día Orestes y su amigo Amador no me molestaron más, y de a poco se fue acercando a mi, hasta que en el preuniversitario comenzamos a trabar amistad, pero nunca se borró del todo el recelo que aquel episodio sembró. Igual le ocurrió con Jesusito, el hermano del Nene, con quien se había fajado en el baño en uno de los recesos de aquella secundaria, Jesús ganó, y después de aquello hicieron paces pero nunca se tragaron del todo.
Yo no le guardé rencor el absoluto, no así al hermano, con el tiempo comencé a ir a su casa y él a la mía, su familia me recibía como a un familiar, eran muchos en la casa, su hermana Pochi y Yamila eran como primas para mi, querían que yo fuese el padrino del primer sobrino de Orestes, Yidier, comenzaba entonces la generación Y. 
Cuando empecé a salir con mayor frecuencia con Hanoi y comenzamos a atravesar esos períodos en que no se sabe como definir la relación, justo antes de llamarnos novios y poco después de denominarnos materiales, amantes, amigos con derecho a roce, en ese ínterin ya Hanoi decidió que su amigo de mis amigos sería Orestes, no el Nene, a quien percibía demasiado amigo, demasiado cercano, demasiado competidor en el más que probable futuro camino de la intensificación del afecto, incipiente pero vigoroso.
Cuando ya había dejado el preuniversitario en el último año, Hanoi y yo nos aficionamos a hacer el amor a la mañana y la tarde para lo cual ella debía saltarse clases, fue in crescendo y un día que no olvido, por aquella imbecilidad de la vanidad masculina, ella llegó a casa en la mañana, echamos el primer amistoso, y cuando caía el sol que la acompañé a la guagua que la llevaría a Habana del Este, ya habíamos echado ocho palos.
¡Ocho palos! 
Los últimos eran tremendamente placenteros, me hacían temblar desde los pelos lacios de la cabeza a los enroscados de otras zonas, pero claro, lo que me salía entonces, era ya casi un holograma de semen. Tal vez si uno de aquellos últimos espermatozoides del octavo palo hubiese fecundado a un generosísimo óvulo ¿quién sabe si el crío resultante no habría sido un hacha de la sangre fría, el campeón de la probabilidad, un Atlante de la optimización?
El asunto con Hanoi terminó muy mal con su familia, su padre había sido embajador en Vietnam, por eso, en un rapto de genialidad impresionista se le ocurrió  el nombre de mi novia, aunque antes había sido embajador en Bolivia y había hecho ya uso de edu talento abstracto al ponerle a la primera hija, no La Paz, sino directamente Bolivia, y aunque su hermano del medio se llamaba Mauro, en absoluto había nacido en Mauritania.
Me culpaban a mi de que su hija hubiese dejado de estudiar y se hubiese aficionado al descanso prolongado y no merecido, a la bebida y al rabo.
¿Qué culpa tenía yo? ¿No era el simple vehículo liberador de la expresión que con el paso de los años y ya distante de mi, Hanoi llevó a niveles proverbiales? Bueno quizás un poquito de ánimo le daba, pero aquello era mutuo en todo sentido, hoy las feministas darían la vida por defender mi inocencia: la mujer no es un producto ni una costilla del hombre. 
La última vez que nos vimos como novios, yo la acompañé a los bajos de su edificio en la Habana del Este, ya había sido advertido por varios medios de que no me aproximase más a ella, y cuando nos vieron desde el balcón de su casa despidiéndonos, el padre y el hermano bajaron hechos unos basiliscos prometiendo que me dispararían, yo la despedí y puse pie en polvorosa, y aunque a los pocos días Hanoi pasó por casa a despedirse asegurándome que el padre andaba armado y decidido a agujerearme, como todos nos fuimos al mazo y la partida no se terminó de jugar, nunca llegué a saber si aquello era todo humo o había habido algo de incandescencia.
Caliente sí que estaba, así que por las dudas era mejor dejar enfriar las cosas.
Un año o dos más tarde, yo vivía en Miramar, en la misma playita de 16 y casualmente Hanoi, que hablaba bien alemán desde pequeña porque había crecido en la RDA donde su padre fue también embajador, se matriculó en la escuela de idiomas para los estudios superiores, eligió Inglés, estudiaba a una manzana de mi casa y de ese modo volvimos a vernos con frecuencia y volvimos a beber, a vaguear y a echar menos, pero más refinados palos. 
Una tarde de las que Oestes me visitó a Miramar, Hanoi se unió a nosotros, fuimos a comprar una botella de ron a la tienda de técnicos extranjeros del Sierra Maestra, y cuando la vaciamos subimos a mi departamento. Aquellas casas eran de tropas especiales y se repartían a familias o personas que se consideraban adecuadas para vivir en ellas. 
Antes que nosotros había vivido en aquel enorme departamento un militante de algún movimiento revolucionario de Latinoamérica, había dejado varias cosas, entre las que me interesaron había unos blue jeans Levi's, unas camisetas Adidas de los cuales le di un juego al Nene y me quedé con otro yo, y una pistola de aire comprimido que llamó mi atención, ya que la escopeta de perles que yo había tenido se la agitaron unos guapos en Guanabacoa a mi amigo Juan José, un día que me la había pedido prestada para ir con un amigo suyo a tirar cerca de la bahía. Me contó que los guapos sólo le dijeron "dame la escopeta o te despingamos todo" y se la dio en vez de tirarle aunque fuese un perle, pero aquello era Guanabacoa, la primera Villa, puedo figurarme la pinta de los personajes que le agitaron mi escopeta de balines, la sola mirada de los guapos de la Jata afloja el esfínter del más aguerrido.
La pistola semejaba una Luger alemán, las del cañón delgado. Me asomé al balcón y le disparé a un árbol, se la di a Orestes que le tiró a otro árbol y Hanoi hizo lo propio, hasta que a alguno de los tres se le ocurrió tirarle a un transeúnte que pasase a cierta distancia para que el balín sólo alcanzase a molestarlo.
Un hombre entraba a un pasillo de un edificio en la calle de enfrente con seis litros de leche en botellas de vidrio sostenidos por una cesta metálica para botellas, uno de nosotros le apuntó a la nalga, apretó el gatillo y ahí fue el perle. En el acto, el blanco improvisado soltó un alarido seco y también los litros seis de leche, que se hicieron añicos contra el suelo, el hombre se giró rápidamente hacia todos lados, los tres bajamos la cabeza, y al poco rato había dos coches de policía mirando en todas direcciones.
Les dije a Hanoi y a Orestes que los acompañaría abajo hasta la parada para que no tuviesen problemas, Orestes era negro y sabíamos que en esos casos, antes de cualquier investigación, tanto en Cuba como en el resto del mundo,  si había un negro cerca, cargaba con la culpa de manera ineludible.

El hombre se había rascado dos veces la nalga, imaginé que lo que más lo animó a llamar a la policía y no cesar de insistir en saber quien le había tirado una piedra, como se escuchaba desde lejos, no sería tanto aquel incómodo ardor postrero, como la atomización súbita de nada menos que ¡Seis litros de leche en la Cuba de la libreta! 
Y sinceramente era en lo único que yo pensaba "coño , le jodimos la leche de la semana".
Una vez que regresé a casa me estaba esperando el Nene, que no bebía ni le gustaba meterse en problemas. Le conté que Orestes y Hanoi acababan de irse y el resto de la historia pero tampoco a él le dije quien tiró y no hizo ningún esfuerzo en averiguarlo, o sí, pero recordar que no, tomamos café y le dije que si quería se podía quedar a dormir, porque yo no tenia más ganas de salir a la calle, ni de asomarme al balcón, ni de recordar que Hanoi estudiaba en la facultad de idiomas de la esquina, ni que años atrás Orestes me había enchuchado al hermano, sólo quería pedirle disculpas al vecino de la calle de enfrente por su picazón en la nalga, por la leche derramada y por toda aquella imbecilidad supina que me embargaba y de la que veces era rescatado por la alfombra planeadora de la amistad.

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2 abril 2018 1 02 /04 /abril /2018 20:09

Una querida amiga estaba de visita en casa y en un momento que intentábamos entrar en una determinada página web, el sistema me re direccionó a otra página en la que aparecían exuberancias y voluptuosidades poco destacables por su discreción, al instante apresuré el mouse buscando abandonar tal situación embarazosa que podía revelar alguno de mis suplementos en más de una medianoche impía, acompañando la prisa con excusas típicas de mal perdedor, ya que no hacia falta explicar nada, el pescado ya estaba vendido; pero aún así es comprensible que el chorro de sangre ascendente por las mejillas, exhorte aunque sea a un tímido intento de nobleza exculpatoria.

Luego ingresamos a la página que queríamos entrar en un inicio, mientras nos reímos de como a veces aquellos auxilios binarios al llamado del "mantecado celestial", cobran vida propia y deciden presentarse según sus propios criterios y decisiones.

Más tarde mientras íbamos a un pueblo típico del campo, mi querida amiga de muy buen ver, empezó a comentarme, advirtiéndome que lo hacía sin acritud, que un amigo gay le contó que cuando quería ver una película porno para encender su cacerola, no veía películas gays, sino heterosexuales, y concluía que todos los que ven películas porno, en lugar de calentarse con la cajita que guarda los fósforos se deleitan, consciente o inconscientemente, con la imagen de los fósforos; o sea que todo aquel que le concede unos minutos al séptimo arte del desenfado, alberga un gay agazapado, perdido en el subconsciente por el batallador embutido de tendones y venas, que todo aquél que se deja llevar por esas imágenes jadeantes, cadenciosas, lujuriosas de hembras insaciables que socorren las fantasías provenientes del nido del marote, en realidad no miran la cajita, sino que miran el fósforo.

No le veía demasiado sentido a tal sentencia aunque tampoco la encontré descabellada del todo, pero en lugar de oponer mi criterio me sentí invitado a contarle como desde hacía relativamente poco, en mi edad, había descubierto una forma de satisfacción gracias a las computadoras y la red que mezclaba la comunicación con partenaires de verdad con fantasías espontáneas guardadas en los tupperware de las babas contenidas, y me di cuenta que por primera vez hablaba de esta práctica, los "pali-pajas", o "paji-palos" como los bauticé al notar que la mitad de ellos aproximadamente, eran auténticos actos sexuales llevados a cabo por dos personas, toda vez que cuando llamamos acto sexual, incluyamos también ese altísimo porcentaje de ojos cerrados, imágenes complementarias recorriendo el iris resguardado por los párpados, ora de la vecina, la suegra o la compañera de trabajo, y la otra mitad compuesta de pura fantasía y autosatisfacción.

La primera vez, como casi todo, empezó por casualidad en uno de esos chats: "te mando un beso, pero mis besos son traviesos y por más que los mande a la mejilla a veces se escapan por el cuello, el escote, o las caderas, en fin, tú discúlpalo" y luego rematando el mensajito con un precavido: "jaja", para recibir a continuación la respuesta: "jajaja"- La cama lista y el champán servido. De ahí pasó a: "como me gustaría hacerte esto por aquí" o "lo otro por allá" y del trote al galope y de ahí al desboque, dando rienda suelta a los "que rico, que sabroso, mima, papi, toma, dame" y la mar en bote.

 

Sin reglas, solo una sugerencia planteada por el sentido común, es mejor que los jugadores no se conozcan para permitirse imaginar el olor perfecto, el aliento, la voz, la piel y poder siempre cuadrar los atributos en cuanto a forma, textura y volumen.

El ejercicio virtual no es supletorio ni excluyente, sino complementario.

Le conté que durante la época más álgida de las refriegas virtuales fue también cuando más empujado me sentí a vivir relaciones presenciales esporádicas. Ambas con gran respeto, pero sin inhibiciones ni tupperwares que retornen cerrados a la nevera, disfrutando de ese casi único capital que la edad nos declina: saber lo que nos interesa y lo que no.

Llegamos al pueblo con la boca seca y los patitos alborotados, lo atravesamos por la calle principal y salimos tan rápido como pudimos, busqué un camino de campo mientras sentía la mano de mi amiga acariciando la exigida cremallera del jean, cada vez que podía le tocaba las piernas y mi obsesión, mi deleite, mi perdición, los senos. Aparqué debajo de un árbol, ni bien tiré del freno de manos nos enredamos en un abrazo interminable, de besos, de lenguas desaforadas, enérgicas, exploradoras labios tersos y mullidos a la vez, los cuerpos cargados de sensibilidad desde la oreja hasta al pantorrilla, desabrochamos todo lo que tenía broches o botones, sus pezones erizados en mis manos primero y de ahí a la boca y otra vez en las manos, mi miembro ya encerado por una media eyaculación dentro del pantalón en sus manos y el interior de su braguita de seda manando jugos en mis manos, mis dedos subiendo y bajando mientras los besos y la tonelada de saliva producida anunciaba la gozosa explosión y la catarata de fluidos que no demasiado tiempo después tuvo lugar en el asiento trasero, de costado, precisamente cambiando de la posición de ella encima subiendo y bajando acariciando mis muslos y testículos, poniendo sus senos en mis labios, una nalga en mi mano y entregando la entrada de su oquedad posterior a las caricias de uno de mis dedos, el más sensible, como convenciéndose de la conveniencia de abrir todas sus puertas, semi vestidos ambos, sedientos de esa apresurada y retozona corrida con todos los patitos de la cabeza saliendo disparados campo afuera. Luego nos vestimos, visitamos el pueblo y terminamos la fiesta en casa pero nunca más hablamos sobre el tema.

 

¿A qué universo virtual debíamos agradecer aquel desenfadado escarceo liberador, a la aparición abrupta de la paginita picante, a la interpretación transgresora de la afición por disfrutarlas o a mi revelación del lascivo jueguito binario? Fuese cual fuese su génesis virtual, terminó tan concreta, tangible y directa, como la mejor de las refriegas soñadas.

 

De modo que si las preferencias de repente se ven invadidas en las fantasías por sujetos y objetos extraños, bienvenidos sean, lo que no mata ni engorda, alimenta al cuchi cuchi mandarina.

 

 

Cuchi cuchi mandarina

Cuchi cuchi mandarina

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