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14 mayo 2017 7 14 /05 /mayo /2017 15:27

Hace un año se fue mamá.

Cuando se fue viajé a Cuba a despedirla, a despedirme de mi mismo con mamá, a hacer uno de los homenajes más pertinente que existe. Una semana regada de actualidad mundial, hasta estando en Cuba me llamaron de las radios de otros países, cosa que en algunos casos decliné porque estaba en mi proceso de lo que había acontecido, en otras por el costo del roaming al recibir una llamada internacional en un celular en Cuba, que viene siendo. céntimos arriba o abajo, el mismo costo de la Guerra de Troya con caballo incluido, de la campaña de Hernán Cortés en México, o la ciudad olímpica en Pekin; pero a mis amigos queridos de los medios los atendí aclarando que estaba más atento a mis sentimientos que a la realidad circundante con la visita de Obama, a la cual sin embargo sí que le dediqué, como no podía ser de otra manera, parte de mi atención.

Ello, mezclado con que llevábamos una relación de mucho afecto, pero truncado en alguna parte de esos intrincados caminos que la vida nos hizo deambular, con la suma de una desagradable sorpresa protagonizada por un pariente en la semana referida, hizo que quizás la despedida no fuese todo lo sentida, lo profunda, lo completa que podría imaginarse.

Me fui de La Habana sin haber derramado una lágrima.

A lo largo el paso de este año, mamá ha ido apareciendo de diferentes formas, mayormente en los recuerdos lindos, siempre con risas, en mi primer hogar no hubo ni una gota de machismo entre mis padres, mi viejo y mi vieja trabajaban igual, llegaban a la misma hora, o salían juntos, cuando nos fuimos a Cuba cambió todo porque mi padre regresó a Argentina y quedó preso por años, entonces mi abuela materna viajó a La Habana y se quedó con nosotros, y las funciones típicas del ama de casa las realizaba ella, y todo el cariño que siempre nos dio. Mamá trabajaba fuera, militaba.

Hoy, sinceramente le aplaudo que haya tenido la decisión de romper con el rol de la mamá que limpia, plancha, lava cocina, teje, cose y calla. Sus padres provenían de las clases trabajadoras españolas y su mandato habría sido continuar la senda, pero mamá se rebeló a ello, primero se juntó con mi viejo, un hombre menor que ella, criado en la igualdad total, el feminismo de mi abuela Celia, jamás vi a mi padre hablando inapropiadamente a mi madre ni a ella realizando tareas que él no hiciese. Es un orgullo haberlos tenido desde la cuna.

Antes que todo en mi familia se rompiese dudo que alguien hubiese tenido una mamá un papá y una abuela como tuve yo.

Después todo fue artificial, las consecuencias de los exilios, de los abandonos, de las rupturas, de cuando la vida mete el palito en la llaga, así que de ahí en más ya trato de no juzgar, todo el amargo sentimiento que se me había juntado del des-cariño hoy me ha mitigado, acuden a mi el amor de mi vieja, lo simpática que era, su originalidad, el cariño a su manera, los modos en que ella podía expresarlo. El amor truncado en esta dimensión que llamamos vida, pero que a las claras, los que hemos experimentado la soledad podemos decir que no sólo no es la única, sino que tal vez ni sea la más relevante, y la sensación de continuidad en otra dimensión, ni evidente ni posible de interpretar si no es abriendo el alma.

La noche antes que mi viejo viniese de visita a casa, una visita que terminó siendo de los momentos más necesarios y lindos que he vivido en los últimos años, por no decir de la vida para no dar impresión de un páramo de felicidad, que no sería cierto, visita llena de significados y significantes; esa noche mamá apareció en mi sueño de una manera que aún con toda mi formación y convicciones materialistas intelectual y filosóficamente hablando, debo admitir dudo seriamente si se trataba de ella, era demasiado real, más que casi toda la realidad circundante, hablamos cosas y hubo un cariño, un amor, un perdón, un instante que fuimos ella y yo y a continuación me desperté, y lo puedo asegurar porque no llevaba el recuerdo de lo soñado, sino los pelos aún erizados, la presencia de mamá alrededor, todavía estaba ella con su risa melancólica, sus chistes ácidos, su olor.

El día antes de la visita del viejo en la que primero discutimos y nos dijimos las cosas que había que sacarse, y luego fueron unos instantes de los más lindos que he vivido viéndolo volviendo a ser el mismo viejo buenazo de cuando yo era chico, reunión en la que estaba también mi tía Celia no presente de cuerpo, pero sí de hecho, esa noche acudió mamá a mi sueño a darme su afecto, a unir, a querer, de la manera en que tanto la necesito, por eso sé que vino, y por eso hoy sí puedo decir que no la despedí en La Habana porque no se fue, aunque también digo que ya sí he podido soltar aquella pesada lágrima.

Espero yo también estar acompañándola en lo que precise allí donde esté, desde una compañía para reírnos a juntarnos en una partida de truco para ganarles a cualquier retador.

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5 mayo 2017 5 05 /05 /mayo /2017 20:51

Así como muchas ciudades en distintos momentos de mi vida fueron "la ciudad más lindas que ojos humanos hayan visto" ¡cuantos cuadros me hubiesen hecho jurar sin titubeo que me retiraba a una cueva si encontrase uno que lo superara!

Cualquiera de Caravaggio, los enormes de Rembrandt, los retratos Van Dyck o de van Eyck, los fumadores de pipa acodados a una mesa de Cezanne, las variaciones de catedrales o puentes en la noche de Pissarro, las bailarinas de Degas, todo Claudel, las mujeres los paisajes o tardes en el río de Seurat, las escenas de la vida de Monet, los espárragos de Manet, los borrachos de Velázquez, la pintura negra de Goya, el jardín de las delicias de El Bosco, cualquier Vermeer en Amsterdam, el último período azul o el Amarillo y naranja de Rothko. Así como existen períodos y ciudades en que a cada chasquido de dedos caduca el juramento de haber visto "la mujer más linda monumental sensual graciosa o requetebuena del mundo",

Pues no podía ocurrir menos con los escritores.

Salgari me reveló el mundo, fue el primer “mejor escritor de la historia” que leí, pero en realidad mezclado con Edgar Rice Burroughs y con Sir Arthur Conan Doyle. El segundo fue Edgar Allan Poe con Los crímenes de la calle Morgue, y así empezaron a aparecer a cada tanto los mejores escritores de todos los tiempos, hasta que choqué con Autopista del Sur y la Casa tomada de Julio Cortázar, ahí me di cuenta que debía escribir no importaba si bien regular o mal, pero expresarme escribiendo, cartas, contratapas, cuadernos, un mini cuento o unos versos en una servilleta, la mirada el olfato el oído y las experiencias puestas al servicio del acervo para luego echarles mano y armar el relato, o desarmar la angustia.

Luego Alejo Carpentier me dejó encantado con la mezcla de la erudición y el genio de la pluma, gracias a mi madre leí a Borges temprano pero la verdad es que me enganchó mucho más tarde, y un día descubrí que William Shakespeare era algo más junto a Cervantes, que la caricatura de la quintaesencia del escritor, fue el escritor y artista en general que más me sorprendió, lo disfruté mucho en una época de soledad feliz, estaba descubriendo vivir solo alquilando un cuarto amplio con molduras y suelos de madera noble empapelado inglés en una casona burguesa de Flores, no podía entender como habiendo escrito tan lejos en tiempo y espacio hablase de cosas tan actuales en sus tragedias y tan graciosas en sus comedias, y luego fui descubriendo a franceses, alemanes, italianos, españoles, hasta que choqué con la literatura norteamericana, ya me había hecho fan de joven a Dashiell Hammet y Raymond Chandler, y si hubiese sido sincero conmigo también habría dicho que eran los mejores de la Historia el día que terminé de leer Cosecha Roja o El largo adiós, pero ya tenía inoculado ese bicho perverso y pretencioso que los temerosos mediocres fueron diseminando alrededor del mundo según el cual todo lo que fuese literatura policíaca era de entretenimiento y mala por definición, ello conducía a buscar misterio o suspenso en los consagrados, ya fuese Cortázar, Mujica Láinez, Poe, Arlt, cualquier escritor libre de la escarapela de policíaco que nos pudiese hacer pasar un par de noches fantásticas, devorando páginas como un descosido sobre todo aquellas dedicadas al crimen, en lugar de ir directamente a los originales, los que salieron del horno de leña. Pues cuando descubrí la literatura cercana a la de Pulp fiction me desquité de aquel temprano vasallaje a ordenanzas sin sentido, y me enamoré de esa capacidad de resumen y de representación casi pornográfica de la realidad cotidiana del héroe solitario repleto de defectos, del ganador dentro del perdedor, de la muerte digna, el whisky, el cigarrillo, las chicas de vida licenciosa y algún manojo o maletín de dólares.

Pero un día, cuando ya me había alejado de la Cuba de mis ojos, o mejor dicho me habían alejado, y cuando ya había retornado con dedicación y vehemencia el hábito de la bebida, y una intensa soledad pero en esa ocasión con pocas paredes pintadas, fui de repente invitado, aunque diría invadido por la llamada de los escritores rusos, de los cuales había renegado por la obligación de tragarse La Madre de Máximo Gorki, o a Maiakovsky en la escuela de la Dictadura del Proletariado, sólo había leído sin prejuicios a Pushkin por haberse tratado de literatura infantil (otra infamia como la de policial, es literatura y basta) y anterior a la inundación del Soviet Supremun.

Curiosamente fueron libros cubanos los que fueron de a poco apilándose sobre las mesitas de luz de los ambientes cambiantes que iba habitando o hinchando el viejo y gastado aunque precioso bolso Adidas azul que usaba para las mudanzas, ya habitado por un Elogio a la locura de Erasmus de Rotterdam en edición miniatura en papel arroz del siglo XIX, unas zapatillas Adidas (valga la redundancia, azules con rayas verdes) parches en los parches de los vaqueros y cuentos y poemas inacabados, sumaron a su peso habitual Guerra y paz, La Dama y el perrito, Crimen y Castigo y otros volúmenes cubanos procedentes de Franca import.

Entrar en el alma rusa tras haber crecido desde los diez a los veinte años disfrutando en silencio la tristeza de los dibujos animados y sobre todo las películas soviéticas, el frío, el semblante impertérrito, la nieve, la resistencia y la música era una experiencia extraña, hay canciones rusas que si te sorprenden mal parado emocionalmente pueden acercarte la navaja a la muñeca tan inquietantemente que luego sería muy difícil alejarla.

La belleza encontrada en la profundidad, no en la cima; en el fondo de una tristeza casi endémica.

La literatura rusa lleva partes de esas canciones en todos sus escritores y en todos sus libros, contiene la muerte en cada pincelada, la eternidad y el instante en el carácter ruso forman parte de una misma cosa. Lo más movido que tienen es una mirada, pero no hay mirada en el mundo más intensa y movida que la rusa. Así fui descubriendo detrás de ese temple en apariencia gélido un alma encendida con estímulos que en cualquier otra cultura serían imperceptibles, donde Pirandello , Böll, Joyce o Lezama Lima necesitaban arrojar troncos a arder para encender el alma del lector los rusos lo conseguían con una casi imperceptible chispa.

Pero hubo una sola vez en mi vida que sentí que estaba hablando con el escritor, que me sentí acurrucado a su lado y respiré el hielo de la Siberia, resistí el dolor del corazón mientras escuchaba sus aullidos, la única vez que fui entrando literalmente en la mano del escritor mientras componía las líneas, mientras luchaba contra la muerte con un solo pulmón, un escudo, una espada entre sus manos derramando tinta, creando vida a la vez que expeliendo la toxicidad, saliendo de los barrotes de su alma y de su celda.

Fue cuando leí Netochka Nezvanova.

La simpleza y lo terrible del dolor, la miseria y el amor. No puedo decir ni de lejos que haya sido la mejor la novela que he leído, como no puedo afirmar que yo soy la mejor persona de la que oído hablar o que he conocido, sin embargo ese libro, su escritor, sus personajes y yo en aquel momento salimos de donde estábamos encarcelados, de donde estábamos arrinconados y se produjo lo más parecido que yo he experimentado a un viaje en el tiempo y el espacio, un viaje en una dimensión diferente pero donde se conecta con los sentimientos más inherentes a nuestra vida, a esta dimensión. Yo lo leí en el mismo instante que Fiodor lo iba escribiendo, los iba destripando y los iba rearmando, en el mismo lapso conocía a los personajes que él me fue presentando, y cada uno en su silencio nos acompañamos en el diálogo entre artista y público amante del arte en el cual llegado un punto se mezclan de tal manera los roles, sobre todo cuando sale la palabra precisa, cuando el dardo da en el mismo centro, que pareciese un hecho nada fortuito que tiene lugar para enriquecer el relato intercambiando ideas más allá de la geografía y la cronología.

Dostoievsky
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5 mayo 2017 5 05 /05 /mayo /2017 00:30

Durante mucho tiempo fui reacio a festejar fechas sugeridas, recomendadas o directamente instaladas desde puntos cardinales casi siempre ubicados en la sabiduría de algún gran centro de Poder, para que la plebe continúe nadando sin procurar por si mismos los días en que celebren genuinos logros, tanto personales como colectivos

Todos esos cumpleaños, años nuevos, navidades, semanas santas, primeros de mayo, diecisietes de octubres, días del nabo, de la zanahoria y hasta del alcornoque.

Desde que empecé a usar mi propia cabeza en vez de aceptar prestada la de los que me precedieron en la mordaza al análisis, me di cuenta que esos días, más allá de si son genuinamente felices o impostados, en todo caso poco tenían que ver con el pretendido protagonista, sino más bien con las sempiternas cadenas de ventas de chucherías, pavadas, indulgencias, artilugios y cacharros de formas e inutilidades miles.

Y paulatinamente luego también me fui percatando de que estos días no pertenecían ni remotamente a la cuota más o menos amplia de felicidad, de orgullo, de amor propio, autorrealización o simplemente placer, que la vida tiene destinada a cada peregrino andante de sus sinuosas y misteriosas sendas.

Vueltas del cuerpo celeste alrededor del astro incandescente más cercano, nacimiento de un buen hombre mucho tiempo atrás y lejos de los seres queridos que uno podría agasajar con su felicidad, muerte de ese mismo hombre de Judea, episodios de lucha de otros hombres, en fin, acontecimientos históricos religiosos o astronómicos que bajo la lupa del más somero de los análisis arrojan como primer resultado la imposibilidad absoluta de que produzca el más mínimo estado de hilaridad o alegría en persona alguna del entorno doméstico.

Acto seguido me pregunté a quien le vendría bien que la humanidad entera desde el día de su nacimiento tuviese ya una serie de motivos para festejar pautados por fechas periódicas estratégicamente situadas para combatir el vacío de la falta de realización propia, de razones genuinas para enorgullecerse, de metas y objetivos inherentes a los intereses más íntimos.

Y claro, no tardé ni dos minutos en darme cuenta del maravilloso trabajo de ingeniería en el entramado de toda esa ficción, de esa secuencia de sucedáneos, de reemplazos, de impostura de nuestros auténticas celebraciones, las cuales sería difícil preconcebir por responder a los anhelos intransferibles de cada individuo.

Por otro lado, y por diversas razones, me ha tocado ser una persona con escasa recepción de afecto del núcleo familiar reflejado en relaciones manifiestamente mejorables con progenitores y hermanos en las cuales las responsabilidades con toda seguridad sean plenamente compartidas, pero altamente tóxicas en cualquier caso. Mientras que de la otra cara de la moneda me ha tocado contar con las mejores amistades a las que una persona puede aspirar en sus deseos y fantasías, en cada punto de los lamentos de mis pasos juveniles, en las paredes y bordes de los cráteres que tuve que escalar para poder llegar a conocer la paz a lo largo de mi vida, conté con lo mejor de las mejores personas que uno puede aspirar a encontrar, he sido beneficiado con el privilegio del amor más puro, ninguno de los que me ha brindado el corazón y su mano tuvo nada que ganar conmigo y sí mucho que padecer y soportar, sin embargo me dieron los mejor de sus humanidades, un amor del que no obstante saber que sólo llegaré a reponer una pizca, cada día intento homenajear y devolver con la actitud de ser un poquito mejor persona hoy que ayer y mañana que hoy.

Lo que por un lado me faltó por el otro me fue concedido con creces. Encontré un enorme tesoro en el sitio contiguo al habitáculo vacío inicial que me había sido destinado.

Ayer fue un día conmovedor, porque a pesar de todo ese bagaje de términos, ese brebaje de verborragia que casi parece más destinado a dar soporte teórico a una fuerte fobia a las celebraciones donde se pone de manifiesto el cariño, ficticio o genuino, de los demás, los que observan, los que juzgan, aún con ese espeso criterio asimilado sobre los días de dispendio abundante de miel merengue y azúcar, de festejos más o menos frívolos, recibí tanto afecto de tanta gente que me quiere y me quiere bien, recibí un cariño que necesito como agua de mayo (nunca mejor dicho) y como pañuelo en velorio, sin importar tres bledos si el motivo para el saludo gentil, para la palabra sanadora, para el guiño fraternal es una vuelta más de la Tierra al Sol, de Luna a la Tierra, de los marcianos a Plutón o de Andrómeda a la Vía Láctea, y dándome igual si en su concepción estuvo el Corte Inglés, los artesanos ruanos del Paris Medieval, el núcleo cósmico inter estelar del poder eterno, o las babas y las chispas de Barrabas y su séquito de serafines lisiados.

Sentí el agasajo de los amigos, el gozo de aquello que concluye en alegrías, ligeras o densas, identitarias o importadas, bienvenidas siempre que tengan a bien el dispendio de palabras amables, sonrisas, roces, miradas piadosas, amor y calor en cualquiera de sus formas.

Muchas gracias a todos los amigos , conocidos y almas colegas que habitan el aire y viajan con el presentimiento y la energía.

Me hechizó el encanto del cariño.

 

 

 

Cumpleaños
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13 abril 2017 4 13 /04 /abril /2017 14:36

Soy de chocolate y de miel, soy de salame y de aceituna rellena de anchoas, sólo un hombre más.

Soy un huracán mezclado con tsunami, soy vapor, hielo, noche cerrada, frío que hiere, gesto desolador, calor abrasante, sólo un hombre más.

Sé que mi paso es sinuoso, abarcador, estoy cuerdo de remate, soy calzón del infierno, camiseta del martirio eremita de los eternos gozadores, sé que mi trote es ora lento ora apurado.

Me creo un hombre justo, repleto de defectos, un saco de problemas, una bola de inconveniencias, un espejo reflejando el cráter del volcán, el salivazo del Santo, un calcetín de Lucifer, el ala herida del ángel, la sangre del labio alto de Barrabás, soy la guitarra del bardo beodo del cabaret en la bifurcación del camino, sal en el cañaveral, azúcar en el mar, soy una eyaculación en el paraíso de los justos, una siesta en el tugurio de las pasiones, soy el cacharro y el veneno, el Sol y el destierro soy.

Sólo soy un hombre más.

Pero también puedo ser la súplica en el altar, la caricia en la mañana, el horno de pan, la gota de sudor descansando en la ceja, soy el receso en el trabajo, la sonrisa del amigo, una sombra, una hamaca, soy el filo del espada envainada, la punta del amor, como el agua soy tierno a buena temperatura, duro a río bajo cero, y me evaporo si me dan calor.

Soy sol tenue, nieve de otoño, una idea virgen, un potro de galope, soy un animal salvaje sobre mis hombros cansados, y cabalgo feliz en el podenco de mi libertad.

Un hombre sólo, y sólo un hombre. Nada más

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18 marzo 2017 6 18 /03 /marzo /2017 13:55

Me llevó una harpía, me ubicó en una cueva, dijo que era un secuestro amable, gentil, que me colmaría de placeres y me dotaría de habilidad y fuerza, Así fue que viví con Shira, mi harpía amante, algunas partes de su cuerpo estaban compuestas de plumas y pezuñas, otras, las nobles, estaban cubiertas de piel tersa de mujer divina, en la penumbra de aquella cueva en lo alto de una colina desde donde se divisaba la miseria y grandeza del monte Olimpo, había noches en que mi alma se hundía en la zozobra, entonces ella colocaba mi cabeza entre sus piernas y me embargaba una sensación de paz infinita cuando los labios de su vulva lamían mis mejillas, mis párpados, los ojos, nos fundíamos en un beso que hacía desaparecer el tiempo y la nostalgia; la vida y la muerte correteaban entre las piernas.

Un día me sorprendí besando sus pezones rodeados de plumas, acariciando sus pezuñas, temí enamorarme sin remedio. Sabía que debía volver a vivir con los peligros del aire y el sol, de la gente, los manjares y la guerra; pero a la vez sabía como si se tratase de una premonición que nunca volvería a sentirme tan protegido, y en cada espasmo se me anunciaba que no volvería a experimentar el arrullo mullido de las circunstancias presentes en aquella cueva de los orgasmos.

Aún así un día aproveché el paso del grifo Afen, uno de los pocos amigos que Shira dejaba entrar a la cueva las noches de fiesta en que bebíamos Úk, para pedirle que me llevase al prado más allá de los montes. Fue a recogerme al día siguiente mientras Shira estaba fuera, nunca quise saber que hacía ella durante sus ausencias de la cueva.

Había intuido que Afen estaba enamorado de Shira y no lamentaría demasiado mi huida. Sentado en su lomo, mientras atravesábamos nubes entre la luz que volvía bañarme, sentí a mis ojos pugnar contra el viento por lograr que brotaran lágrimas. Aquello no era una huida, era una dolorosa partida, un adiós sin despedida.

Afen el grifo, mi amigo por siempre me dejó en un claro donde pastaban bebían y cazaban los Sátiros, así que debía apresurarme en encontrar una manera de continuar mi regreso.

Comencé a galopar convertido en un centauro invadido de bríos y seguridad que me daban el arco y las flechas que sostenían mis manos, hasta que se presentó delante mío el bosque de las Medusas con sus riesgos más que tangibles, entonces los cascos de mis patas se elevaron, mi torso velludo se convirtió en el orgulloso pecho de un caballo, se estiró mi cara y sentí un par de alas extensas moviéndose hacia arriba y hacia abajo mientras me elevaba por mi mismo.

Todavía muy lejos del sitio donde me raptó Shira, atravieso el aire invadido por una energía que doblega el cansancio, dejo de ser un Pegaso, todo mi cuerpo arde y sin embargo, con los restos de fuerzas que me quedan, las influencias del amor de Shira, la compasión de Afen y los restos del efecto del Úk, no paro de volar, me elevo hasta donde las tejas enseñan sus mejores vistas y las brújulas sus secretos más celosamente guardados.

Shira, Afen y yo
Shira, Afen y yo
Shira, Afen y yo

Shira, Afen y yo

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21 febrero 2017 2 21 /02 /febrero /2017 22:14

Cuando pienso en mi generalmente me represento con la imagen de un buen tipo. Sin embargo en el fondo no estoy tan seguro que esa sea la imagen que proyecto con la frecuencia que me gustaría admitir.

Acabo de bajar a comprar un refresco frío, algo de ensalada, pan y algún aperitivo, para ver un partido pertrechado de víveres, una vez en la cola para pagar se paró detrás de mi una cajera de ese supermercado, con la que una vez tuve un desencuentro mientras pagaba, por una actitud que consideré impertinente de su parte, después de aquello cada vez que nos cruzábamos por los pasillos ninguno hacía el mínimo gesto de saludarnos como era habitual con los demás dependientes.

En un momento la sentí tan cerca detrás de mi, me sentí tan equivocado, de repente vinieron a mi todas las personas con que estoy distanciado, con las que me he peleado, con las que no nos hablamos más, por supuesto por algo de lo que "yo no tengo la culpa", las que no volví a ver y las que no conoceré por haberme vuelto un ser tan recluido, tan exigente, tan incluso cascarrabias, cosa que detesto; entonces, a un par de días de mudarme de barrio, decidí girarme y hacer un esfuerzo por ser amigable.

_ Hola- le dije- ¿ya vamos saliendo?

- Sí- me dijo sonriente. ya se acaba el día-

-Pase adelante- le dije, ella amablemente declinó el ofrecimiento, hasta que hice el gesto de quitarme de la cola y no regresar hasta que no pasase delante mío, detrás de ella había otra dependienta con una compra también que la invitó a aceptar mi ofrecimiento y la propia cajera la miró como diciendo, "no lo dejes así" . Entonces pasó adelante, pagó y me sentí en el aire.

Las "gracias" que me dio y el "de nada" que le devolví y el "hasta luego" al salir fueron como poner en marcha una alfombra mágica para atravesar aquella puerta automática enorme, hinchado, aireados los pulmones y el alma, con mis bolsas en la mano y la disolución de aquel percance que se había envenenado por un rencor absurdo, tan antiguo como la huella, tan pesado como los inicios, procedí como mi abuelo y mi abuela me habrían dicho que debe hacer un caballero antes de irse de su barrio.

Entonces camino al apartamento, por un instante, empezaron a venir a mi, tímidas, incipientes, las sonrisas de aquellas personas con las que estoy distanciado, de aquellos con los que me he peleado, y de alguna manera empezaron acercarse todos aquellos a los que jamás voy a conocer.

 

 

 

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8 febrero 2017 3 08 /02 /febrero /2017 03:03

Podría estar de pie moviéndome como un péndulo invertido y luego sentado en Astorga, en Comillas, en la calle Ancha de León o en el Passeig de Gracia en Barcelona quedándome pasmado con el bojeo a la locura con que Gaudí dibujaba contornos que establecían los límites de la razón. Lo había hecho muchas veces; podría estar enrollándome en mi caparazón, comiendo esas bolas fritas, o esos sándwiches con pan de pita.

Pero le pregunté a un tendero de un quiosco en las Ramblas si tenía una camiseta de Gaudí y una de Messi para mi hijo, me mostró una horrible y una carísima, le dije Meherbani y también Shukría, ese no sonrió como el del día anterior en la noche y al revés que el de la mañana en el supermercado y la tarde en el helado y la pizza del Gótico.

Para no decir meherbani cada tres palabras fui hasta el barrio del Borne y hasta Sant Antoni, no porque no quisiese poner en práctica las dos únicas palabras indias que hablan también los pakistaníes, es que quería comer pan tumaca o pizza pero hechos por catalán o italiano.

Una pierna entraba al agua, una chica que conversa con las olas catalanas en otoño invierno y primavera, en verano se va al mar Báltico, una cadera divina entraba a la sal mojada.

“Todo nos male sal”

Una muchacha con trenzas y poca higiene, descansaba eternamente sentada contra una pared, al lado de una colchoneta , una lata con monedas, un perro blanco, y un cartel que rezaba: “ No tengo trabajo, por favor ayúdenme” mientras leía a Hesse. El perro era para soltárselo a quien osase conseguirle trabajo.

Empezó a llover y entré a una tienda de música con el inquietante nombre de: “Beethoven”. Sin embargo la tienda era exquisita, deliciosa, vendían libros de música, pentagramas, discos, métodos para tocar diversos instrumentos, un hombre y una mujer ancianos estaba en el piano, él sentado tocando y ella de pie cantando. Compré un cuaderno de pentagramas y una cajita musical y cuando fui a pagar el dueño me dijo en tono catalán que el anciano era su padre y la señora una clienta, hablamos de los pequeños y medianos negocios y recién me di cuenta de que hasta ese llegar a garito coqueto, todo aquel a quien me había acercado para preguntar un precio, era paquistaní. Todos. Caso no hay tiendas en las Ramblas que no sean de camisetas de fútbol y de Gaudí de bajísima calidad, o de supermercados de toda la noche, con botellas de refresco a precios de botellas de vino bien envejecido. Antes de irme el dueño me dio la mano y le dije “merci” que es parecido al galo pero en tono catalán. Me sentí extraño no diciendo Meherbani ni Shukría ¿cómo osaba un catalán del barrio de san Antoni resistir con Beethoven a las camisetas onerosas de pésima calidad?

Un mango de dos semana y más adelante un grupo de jóvenes pescando a transeúntes distraídos. Los saltimbanquis, malabaristas, mimos dieron su espacio a vendedores de helicópteros luminosos, cervezas en pack, y pescadores de incautos.

 

La pujanza paquistaní echó del barrio a los comerciantes, primero a los de otras tierras y luego a barceloneses, más tarde limpiaron las calles de mis amigos Mobutu que en toda ciudad del mundo están con sus mantas y sus discos, o con las camisetas de Messi con mucho mejor precio que el pícaro de la tienda no oficial, y una sensible mayor disposición a sonreír y agradecer el dispendio de morlacos.

 

La chica pez metió ambos pies en el agua, prefiere lidiar con el frío de la sal mojada, “todo nos male sal” porque en la ciudad ya no hay gente. Hay plagas de Mac Kebab.

 

Las piernas salen del agua, el perro ladra “meherbani”, el de la tienda detiene un tiro libre a Messi bajo el arco del Liceu. Mobutu toca Heroica, la sinfonía número tres de Beethoven mientras los viejitos cantan:

 

Que Viva la Pepa.

 

 

 

 

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25 diciembre 2016 7 25 /12 /diciembre /2016 22:46

Nunca pensé que iba a decir esto, pero de esta navidad mi ánimo sale ileso, incluso reforzado, no me ha asaltado ese rechazo ancestral que experimento frente a toda colectiva representación histriónica de la satisfacción y la felicidad absoluta, del amor y el cariño familiar empapados, sumergidos, ahogados en almíbar, azúcar y miel. He pasado dos días preciosos, las navidades más lindas que recuerdo, caminando por el campo, por el río por la ciudad con uno de mis hijos, conversando temas en los cuales cada vez sus acotaciones y aportes son más instructivos y frente a sus preguntas cada vez estoy más desnudo de respuestas, lo cual tiende la misma cuerda de siempre pero para anudar un tipo de lazo novedoso, de doble cierre y apertura. Cocinando comidas por primera vez, y sobre todo, no abriendo ningún condenado envoltorio de regalos, con los cuales desde siempre se ha comprado el amor que los críos manifiestan por estas fechas, ya que si se les dijese a los niños que Papa Noel viene a pedirles ayuda con sacrificios, a demandar juguetes o caramelos, no habría ni uno sólo que en su fuero interno se creyese que es un viejo que viene de Laponia con renos voladores y si algún mequetrefe despistado lo creyese, se lo reconocería huyendo despavorido de las cercanías de la chimenea. Dos días desempolvando recuerdos, encendiendo futuras anécdotas y compartiendo algunos silencios.

Estos dos días comprobamos que el ilusionismo de la magia de la Navidad, inexistente al margen de la intensidad de los nexos entre las personas, no tiene porque estar representada por la prestidigitación y los trucos de todos esos enormes almacenes.

Monos y Simios en Navidad
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26 octubre 2016 3 26 /10 /octubre /2016 02:03

Día del cine en España, entrada dos noventa ......pero amigos, sólo un asiento quedaba para una sola peli de las seis que ofrecía el cartel, heme ahí entre publicidades, comentarios de atrás, delante, babor,  estribor y cientos de dedos escarbando y miles de muelas mascando palomitas de maíz al compás de una orquesta de sorbos de súper vasos de Pepsis a siete euros el combo.

¿Dos noventa? - Con gusto lo habría abonado diez veces a Belcebú a cambio de un acto de prestidigitación que me dejase a solas en la sala, rodeado de penumbra y misterio, sin rastro siquiera de la más esmirriada de aquellas palomitas pip pop.

Nunca aprendo, eso de quejarme siempre recibe el escarmiento de una  posterior instancia sensiblemente peor.

Cuando amainó el ruido de dientes, muelas, labios, pajitas, burbujeante agua azucarada y comentarios mermados, disecados de cualquier brizna de ingenio, entonces la película estaba ya adentrada en su condición de "clavo" antológico y cabalgaba rauda a la grupa de un rayo en dirección al más gélido de los aburrimientos; justo cuando la jauría "mascatoria" y "chupatoria" refrenó sus ánimos depredadores, el navío puso decididamente proa al abismo del tedio más acuciante.

Aquella película parecía haber sido pergeñada en el averno de lo inerte, casi me despojo de un llanto interior por el sacrilegio de quejarme de la algarabía vecinal.

Al pálido desamparo del tedio de entonces, bendito se mostraba el recuerdo de aquellos ruidos que la insensata e irresponsable blasfemia de mi brío irreflexivo había bautizado de insoportables.

¡Oh blasfemo, pagarás cara tu ignominia y purgarás tu sucia traición!

La cinta se adentraba en el sólido y sin embargo espeso cuerpo del plomo narrativo dejando sentir en el descenso a la penumbra, la inmensa pesadez del vacío, la insoportable carga de la ingravidez, sentí el paso de cada instante en cada punto de mi cuerpo, un armisticio entre el fluído y la sed, ora una costilla presionaba mi carne arrinconada por una sobreinhalación que abarrotaba de aire el pulmón, ora escuchaba el transcurso sibilino de cada segundo y lo oía regocijarse contra las paredes de la eternidad simulando revolverse sobre sí mismo y regresando a un punto desconocido más allá y acá de cada inacabable minuto que se fusionaba con el esperpento proyectado sobre la pantalla mega dolby sistema, de cuarenta y dos mil canales de diáfana mediocridad.

 La conquista del hastío era absoluta, tamaña languidez daba una precisa noción de la desesperación que produciría la eternidad, el paso apático del tiempo me llevó a sentir la mezcla de fragancias de cada microbio ascender por las vías nasales reconociendo o esquivando cada milímetro de mi interior.

Las escenas de la película salpicadas de disparates descendientes de la primera célula humana que se aterrorizó por la aparición de la inteligencia en aquel pionero primate, carecían de sentido, de concatenación, de hilo, de sinopsis, de discurso, de conducto, de agilidad, de gancho, de gracia, hasta que en mi fuero interno, eternidades antes de que acabase mi film barato, imploré y lloré a los dioses de cada panteón, y en particular a Tutatis y a Babalú, por el retorno del recreo bullicioso, el estruendo liberador de las palomitas, los añorados comentarios aleatorios y aquellas amorosas burbujas azucaradas.

 

Filigrana low cost
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20 septiembre 2016 2 20 /09 /septiembre /2016 17:17

Dislexia vertical

Me quedé ciertamente impresionado con lo que le ocurrió al hermano de una amiga estando de visita en su casa, es un tanto hipocondríaco y toma unos cuantos medicamentos por prescripción médica permanente, y otros circunstanciales cada vez que se convence de que esa sorpresiva molestia repentina, es el presagio de un final inexorable.

Resulta que le recetaron unos supositorios para destrabar la retaguardia y los confundió con la cápsula matutina que toma para el asma, de modo que la cápsula la introdujo en el innombrable y el supositorio lo envió garganta abajo con un vaso de agua junto a las otras pastillas.

Al cabo de dos horas no podía parar de devolver el desayuno, las pastillas, la cena y lo que había comido durante la semana, y por los bajos, le sobrevino una secuencia de novedosos suspiros y soplidos harto refrescantes, no obstante la innegable naturaleza extravagante de tal hiperventilación.

Su hermana, solícita pero firme como pañuelo de estatua, lo invitó a pernoctar en el garaje por el espacio de tiempo que persistiesen los efectos de tal disléxico desliz.

Moscardó

Ayer introduje el dedo índice en la nariz y ya de entrada, el espacio que existe entre la uña y la piel, esa muesca, esa pequeña hendidura, albergó el contorno de una de esas pequeñas costras, que recién empezaba a formarse, a juzgar por su tacto entre calcáreo y esponjoso, entre rugoso y crocante. El dedo le transmitió al cerebro la sensación de la cercanía de uno de los placeres más plenos a la vez que más flagelados y ocultos: el trayecto de nuestra para-entraña viscosa hacia el exterior del naso, con el fin de atizarle una mordida suave, catapultarla una vez redondeada o bien adherirla en alguna umbría concavidad.

 La amenaza de la asfixia por aplastamiento lento, hasta que desprende el tacto y para algunos el sabor, que colma de gozo el acto, que revienta la base de todos los sentidos en la más auténtica soledad, que ya extasiados, rendidos, perdidos de gusto, se toman un receso de la vigilia; la razón se permite un lapsus en forma de siesta.

Y sí, llegué al borde de esa costra divina, estaba dentro del automóvil detenido en un semáforo en rojo, miré hacia un lado y hacia otro y al sentirme en intimidad, comencé a desprenderla de las paredes de la napia con la delectación de Camille Claudel sobre sus obras de mármol, y cuando esperaba poder llevarme el trofeo fuera de aquella oquedad, noté que no era posible, que la mucosidad en todo su volumen se resistía a abandonar la seguridad del hogar, su sitio de confort, y que sólo rompiendo el encanto y tirando con brusquedad, casi salvajemente de su humanidad apegada al interior de mi ser, conseguiría desprenderlo, desarraigarlo de su raíz, de su identidad y sus afectos, entonces acudieron a mi memoria las imágenes de las veces, muchas, decenas, cientos, miles de "moquicidios" perpetrados en parques, caminatas o pupitres, en la más absoluta impunidad y desprecio por la vida. Sentimientos tan cercanos como ajenos.

El semáforo cambió de luz, puse primera y me inundaron los recuerdos de los primeros años de exilio, el cambio de aires, de lenguaje, de escuela, de casa y hasta de familia, pensé en las veces que mandamos a un parque en vuelo elíptico a la gentil criatura nasal, tras haber sido amasada y redondeada, o a la base del pupitre a compartir suerte y desgracia con suelas y chicles escolares, e incluso cuando su destino es el esófago donde las humedades espesas son bienvenidas, reparé en la pena, el drama del desarraigo y la eterna búsqueda de un lugar en su nuevo mundo, hermanado con aquel niño desorientado.

Acaso por ello la crueldad parezca menos mezquina.

Ya no más dedos furtivos, ni siquiera aquellos pañuelos acartonados de cuando era chico, no más esos fuertes y secos soplidos liberadores henchidos de insensibilidad y egoísmo hedonista. Al fin, aunque llegado de otro modo al previsto, se hizo carne en mi el mensaje que mi abuela Elena repetía con insistencia: "Martín ¡la nariz!"

Prendase la luz que se encienda en el semáforo que sea y haya el resfrío que se tercie acumulado en mi naso, manifiesto que: la piedad también nos hará libres ¡Larga vida al Moscardó!

(Más perdió Joachim Löw)

Escatológica Lechuga Be bop

Días atrás un amigo del barrio de mi hijo menor, le obsequió, procedente de un huerto barrial,  una lechuga a medio crecer. Se la dio con las raíces al aire, fláccida, condenada a perder todo su verdor en unas pocas horas.

Él llegó a casa la puso en una maceta, le colocó buena tierra, la regó, lo felicité diciéndole que al menos le estaba dando una muerte digna. Al día siguiente la lechuga continuaba verde y al parecer , viva.  A los tres días, la propia planta se había encargado de descartar las hojas que no podría volver a  levantar, y en su lugar empinaba otros jóvenes brotes hacia el sol, dándonos una lección acerca del poder de la clorofila y la fotosíntesis, o sobre la confianza y la convicción en el cariño y el cuidado, que los adultos hemos ido dejando en el mismo baúl de recuerdos olvidados, en cuyo fondo quizás encontremos al osito Cocó, o al diente de leche por el que ya recibimos la correspondiente indemnización.

La lechuga fue creciendo de tal manera, que en un momento y como visible causa de su agradecimiento por la actitud de mi hijo, comenzó a cantar canciones que contenían la palabra "amigo". De este modo hizo un recorrido por un catálogo de temas populares famosos y otros quizás no tanto para seres del mundo animal. Entre las conocidas cantó: Quiero tener un millón de amigos, de Roberto Carlos; With a Little help from my friends, de los Beatles, cosa que entusiasmó mucho a mi hijo  que es un fan declarado del cuarteto de Liverpool.

También cantó : ."..barquito de papel mi amigo fiel/  llévame a navegar por el ancho mar/ quiero conocer a niños de aquí y de allá...",  melodía que yo no escuchaba desde que había vivido en Cuba, y me dejó impresionado con su cultura general.

Mi hijo me dijo: - Papá tengo que hacer algo más por esta lechuga. Si dice que quiere ir al mar la llevaré al mar. Es encantadora.

Y así fue que lo llevé junto a su amigo del barrio a que le diesen un paseo en el yate del príncipe Guillermo antes de que se casase, por el mar Mediterráneo. El mayordomo del príncipe, tan  inglés, respondió a mi pedido  con un afirmativo: Of course. Y con el torso firme, se llevó a los chicos y su querida hortaliza a un paseo que duraría medio día.

Cuando estaban en una zona profunda mi hijo sacó la lechuga por la borda para enseñarle la transparencia del agua, y un súbito golpe de timón a causa de una ola de babor, hizo que perdiese el equilibrio y la lechuga se cayera por la borda, lanzando primero gritos de auxilio, y luego improperios, acusando a mi hijo y a su amigo de traidores, de haberla alimentado para luego  permitir que se ahogase en aquella inmensidad, en aquel desierto de  verduras. A mi hijo y a su amigo se les aguaron los ojos, pero intuían que arrojarse al agua habría sido una temeridad.

Una vez que la lechuga llegó al fondo del mar, pensó que no estaba todo acabado al ver las algas, se hizo a la idea de vivir como una de ellas, y hasta le causó emoción el hecho de pensar que sería mecida por las olas y acariciada por los pececillos de colores. Le entristeció el hecho de no poder cantar bajo el agua - Pero no se puede tener todo- se dijo a si misma y de alguna manera se sintió reconfortada.

Después de andar por varias profundidades encontró el Octoposus garden, del que hablaba Ringo Starr en sus canciones, y que la lechuga, de amplísimas nociones musicales, conocía tan bien. Le pidió permiso al pulpo para establecerse, y después de enternecerlo con su historia, no solo logró que el pulpo la aceptase sino que le concediese un privilegiado lugar, cerca de Bob esponja y compañía.

Mi hijo y su amigo decidieron lanzarse al agua tras evaluar los riesgos y los esfuerzos que habían realizado para ser tenidos en cuenta como niños adorables. Al príncipe Guillermo de Inglaterra le faltaban aún unos días para casarse, pero el mayordomo Perkins debía estar listo, y fue tan tajante como delicado en sus expresiones, les dijo:    

 - Chicos, puntualidad británica, por favor, si no están aquí mañana en la mañana me veré obligado a zarpar sin vuestra presencia- Y se lanzaron al agua con aqualungs para tres días.

No hizo falta agotar la paciencia del buen sirviente real, ya que a la caída del sol  los dos niños encontraron el Octoposus garden, y como mi hijo es un fan irredento de los Beatles, le agarró la botella de aire comprimido a su amigo y le hizo señas para detenerse allí unos instantes. Una vez que entraron y hablaron con el pez administrador, un pez con una nariz puntiaguda como el baterista de la banda, y una vez que se sacaron unas fotos, los dos niños vieron al mismo tiempo, detrás de Bob el esponja, a una lechuga idéntica a la que andaban buscando, pero pensaron que no sería aquella, ya que en el jardín del pulpo solo debía haber algas.

Pidieron permiso para restaurar fuerzas comiendo un poco de la lechuga, y cada uno se zampó una mitad.

Mientras tanto, la lechuga gritaba e imploraba por su vida, por su integridad, cantaba con cierto desespero las mismas canciones que había entonado en mi pequeño jardín trasero, pero ya atravesando el esófago de esos dos malditos traidores, sin demasiadas esperanzas de ser escuchada ni oída.

 Una vez en casa, el pichón  aún seguía sintiendo cierta tristeza. Pero había algo que estos chicos y yo aún desconocíamos.

A los dos días de ser engullida la lechuga regresó al agua, aunque esta vez mediante el W,C., se vio repentinamente liberada de un ámbito cerrado y oscuro que le estaba produciendo una aungustiante claustrofobia. Una vez en las cloacas, tuvo oportunidad de echar de menos las claras aguas del mediterráneo, incluso ese sobrecargado sabor a sal.  -Oh que espanto- se dijo- he perdido todo mi verdor-

La lechuga como los demás alimentos que vagaban por aquellas cañerías había mutado y su estado era compacto pero no rígido. Pensó que la única manera de recobrar algo de su identidad era encontrando a un semejante que procediese también de la huerta, para continuar viaje a lo desconocido con él. De modo que comenzó a preguntar a todo transeúnte en la cloaca,

_ Perdón, me puedes decir que eras tú antes?-

_ Yo era dos perritos calientes con mucho chucrut- le dijo el primero.

Y así se fue encontrando con compactos boñigos, conformados unos de pescados, otros de carnes variadas con sus guarniciones, otros por huevos fritos, hasta se encontró una ensalada, pero su decepción fue grande cunado supo que en ella había también zanahoria, todos aquellos carotenos juntos era algo que no podía soportar.

Hasta que, no sin aliento, pero con mucho menos fuelle, le preguntó a otro sorete por su procedencia y este le dijo que había sido una lechuga. Se alegraron tanto de haberse conocido que partieron juntos en ese frenético viaje hacia la desembocadura en algún vertedero. 

Por la noche en un merecido descanso, le contó nuestra desmejorada verdura a su nuevo compañero, que otrora fuera una recuperada lechuga, que había sido arrojada al mar, por dos niños de los cuales uno había sido su amigo antes de traicionarla y zampársela luego de darle caza vestido de buzo en el fondo del océano, el otro boñigo no pudo creer lo que oía, y exclamó:

- ¡Mi media naranja!. Yo soy la otra mitad, que quedé atrapada en el estómago del amigo de nuestro salvador asesino.

Entonces se dieron un abrazo tal que quedaron nuevamente fusionadas, lograron recuperar por una vez más la ilusión de la vida, y en esta ocasión se convirtieron en un temible sorete de dimensiones que infundían respeto a su entorno.

Al poco tiempo de andar con su nuevo aspecto, se dio cuenta que si bien frente a un espejo sus opciones de sentir vanidad sufrirían cierta merma, también era cierto que nadie desearía comerla, tocarla, ni molestarla en lo más mínimo.

Según Platón, todas las partes del universo se mantienen unidas por amor compasivo, se dijeron uno a otra y viceversa.

Pero una semilla de aquél enérgico vegetal volvió a echar raíces en la misma maceta en que mi hijo la colocó en un inicio; durante el invierno y a la intemperie crecieron nuevas hojas rozagantes.

No cesa en brindarnos sorpresas nuestra adorable lechuga Be Bop.

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