Hay dos cosas con las que no conviene meterse en Estados Unidos, ni con la salud ni con las disposiciones legales por mínimas que puedan parecer; todo lo demás es una maravilla.
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El periodista, una persona templada, equilibrada, que no sólo posee sino que transmite sosiego, tranquilidad, un poco lo opuesto a mi escasa flema inglesa, me preguntó sin animadversión:
_Hay cubanos que critican al sistema y otros que no, no ha habido un intento de derrocar al gobierno en 55 años- seguido de una pregunta que aunque ahora la puedo encontrar clara e inofensiva en las redes sociales, entonces las percibí como: ¿No será un poco exagerado esto de la represión, de lo anacrónico de la Revolución cubana?
Y entonces respondí en consecuencia. Cuando sentí que debía ir a la defensiva hice el viejo truco de ir a la ofensiva, todo dentro del marco del decoro de la simpatía que me despierta y de las formas recomendadas fuera de la jungla, pero ciertamente al ataque.
Respondí echando mano del recurso socorrido y efectista aunque no poco cierto de que el hecho de que en Kampuchea, China, URSS, España de Franco, Polonia, o Rumania de Ceaucescu no haya habido casi nunca a una revuelta, y desde luego jamás el más mínimo disenso explícito dentro del poder, pasando como en la URSS , China, Mongolia, Cuba o Corea, décadas de votaciones con unanimidad total, con una prensa que jamás ha publicado una noticia critica al sistema, convendría pasarlo por el tamiz de la reflexión antes de traducirlo en la lectura de que estamos frente a una sociedad sin conflictividad, sin antagonismos, sin el más mínimo disenso, feliz, y unánime como podría llevar a pensar esa falta de diferencias manifiestas. Ya que apresurándonos podríamos llegar a concluir que por esa misma regla matemática, en Francia, Holanda o Inglaterra se vive una pesadilla de desacuerdos, disfonía y caos que se traduce en la peor calidad de vida al observar, que es en esos países donde con más frecuencia salen sus ciudadanos a protestar, se hacen huelgas masivas, los políticos piensan cada uno a su manera y los medios denuncian numerosas irregularidades de los Partidos en el poder y de los gobernantes, y nadie parece estar de acuerdo del todo con nadie!
Aún cuando no fue respondido en ese tono, sí que pido disculpas, desde el pudor que me da el haberme sentido cuestionado en los medios ambientes de mis perturbaciones, transportado a una escena de la eterna infancia, y haber atacado socarronamente en consecuencia; obviamente ni el periodista quería mi atesorada fruta conseguida a capa y espada, ni la respuesta más acertada, correcta, reflexionada, podría parecerse demasiado a la que di.
Antes de una entrevista nunca sé ni siquiera del tema que voy a hablar y prefiero que así sea siempre, si un día me llegan a dar un cuestionario lo más probable es que le agregase preguntas comprometidas, o sea que siempre me toman por sorpresa las interrogantes inteligentes, disparatadas o snobs, y en realidad por esto elegí expresarme escribiendo, porque nunca me paso ni me quedo corto, me hago responsable de todo lo que escribo desde todas las instancias que la conciencia me provee, pero en el habla verbal, ay amigo, como he metido la pata a lo largo de toda mi vida, porque presento esa característica que les achacan a los niños y a los borrachos, siempre digo la verdad. Aunque una verdad viciada del rencor eterno atesorado en elementos intangibles que se posaron en mi alma para hacer nido, tengo los mismos dedos que cuando era bebé, la misma boca, las mismas piernas, algunas cosas han cambiado de tamaño aunque no es para hacerse ilusión que tampoco ha sido para tanto, y del mismo modo tengo también las mismas viejas cicatrices.
Si pudiese rebobinar dejaría ese intento de repuesta empática tal y como la dije, aunque con con menor extensión ( otro de mis males en la comunicación verbal que en la escrita controlo más, aunque todo hay que decirlo, era más austero aún cuando debía consumir papel) y agregaría que sí, que quizás y no importa por cual razón, hay un gran número de cubanos que están de acuerdo con seguir con ese sistema, quizás incluso más que los quieren el cambio, es imposible desear aquello que no se conoce, pero en todo caso, es eso precisamente lo que le han usurpado al pueblo cubano, ya no sólo el poder manifestar las ideas que no coinciden con las del establishment, y no sólo formar partidos , asociaciones, prensa escrita TV y radio para quienes piensan de todas las diversas maneras que existen de canalizar las ansias o las frustraciones sociales, sino que han aleccionado al que genuinamente sería partidario de ese experimento y lo han embotellado dentro de un manojo de consignas huecas, impidiendole defender sus ideas con mucha mayor convicción cuando supiese que es una decisión propia en un mar de posibilidades de elegir, lo podría sostener dialécticamente si encontrase la oportunidad de debatir con las posiciones opuestas o distintas, y a cada uno que sintiese que la Revolución no es su modelo de sociedad le permitiese a su vez escoger uno definido, no simplemente aunarse, amucharse, reunirse con todos los demás que por disimiles razones reniegan del proceso, bajo el mismo paraguas de desafectos, de opositores o de disidentes, tal como ocurre en Miami, que personas de las extracciones sociales y de usos y costumbres diametralmente opuestos están de un bando, unidos precisamente por la intolerancia del castrismo oxidado.
Muy diferente de hecho pero con rasgos familiares a lo que ocurre hoy en España, que el totalitarismo y las actitudes autoritarias tanto del gobierno como de la Banca que imparte las órdenes a sus subordinados de la Política, han llevado a una enorme parte de la población a sentirse unidos bajo un mismo lema a causa de la indignación, sensibilidades que jamás habrían convergido, convertidas de repente en una fuerza no invitada a la fiesta, a causa de la petulancia, la ambición de poder, y la sordera de los gobernantes.
Lo cierto es hablar no es lo mío, y lo de menos es esa eterna voz nasal que me obliga a escucharme antes que mis interlocutores, razón por la cual casi siempre me río antes que ellos. Un poco por eso y otro poco por el cariz escasamente universal de mis chistes.
Un acertijo.
El día del cumpleaños de mujer de alrededor de cuarenta años, su esposo de unos cincuenta, imaginó un regalo original, con el cual pensó que haría las delicias de su amada. En su memoria conservaba frescos aún los recuerdos de juventud, los días en que en compañía de sus colegas, sentenciaban sin la más mínima duda que las "veteranas" las "tembas" de cuarenta, son lo mejor que podía haber, lo que mejor que le puede pasar a un pipiolo que pasea la mayoría parte del día con la espada a punto de desenvainar, ya que, como aseguraban sin titubeos: "te dan tal revolcón que te dejan vacío", lo decían un poco por percepción extra sensorial “testosteronal” y otro poco por alguna que otra experiencia no del todo pasada por el tamiz de la ulterior reflexión, análisis y también como no, autocrítica.
Entonces el buen samaritano ideó el regalo perfecto. Quería darle a su esposa un presente hecho lapsus, hecho paréntesis de la armonía matrimonial que algunos llaman tedio, le quería obsequiar un intenso refriegue con un chaval de alrededor de veinte años, pero a tales efectos concurría un sólo inconveniente, el hombre era, igual de generoso que de celoso, así que no tuvo otro remedio que buscar una solución intermedia aunque compleja donde las hubiere.
Al cabo de unos pocos días y tras sopesar todas las posibilidades, tras certeros conjuros, novedosas fórmulas eficaces y mucha imaginación, consiguió confeccionar el regalo perfecto. Logró trasladarse en el tiempo dentro de su propio ser, y retornó a la edad de diecinueve años cuando tenía a bien disparar a toda voluptuosidad viviente, de esa manera mataba dos pájaros de un tiro, colmaba la generosidad de su alma sin incitar en lo más mínimo a sus acusados celos.
Así fue que llegado el día del cumpleaños, él, que había sido siempre unos diez años mayor que ella, pudo disfrutar de aquella misma mujer como un joven deseoso de experiencia, reviviendo los deseos confesados en aquellas charlas nocturnas con sus amigos de antaño, incluso poniendo en práctica varios detalles por primera vez, se homenajeó sí mismo con el disfrute de aquel cuerpo femenino que al no estar segura de si volvería a pescar en un río tan pródigo, retozó al máximo dando rienda suelta a una nutrida batería de ocurrencias y de placer, de paso cumplió regalándole a su mujer el gozo de poseer toda esa energía tersa y vigorosa de la inexperta juventud.
Negocio redondo, caso cerrado, pero entonces la pregunta del acertijo es:
¿Quién fue más beneficiado por el regalo, la cumpleañera agasajada o su gentil esposo?
Era ese mismo verano en que habíamos intentado pasar unas vacaciones fabulosas, pagadas y además cobrando un dinerito como Guía en el campamento de pioneros de Tarará, pretensión que a los tres días quedó fulminantemente cegada por una expulsión que caería en nuestros expedientes acumulativos, intentamos limpiarlo o continuar con la diversión buscándonos nustro primer trabajo en serio.
Entré en el destacado puesto de "chico para todo", con el Nene, gracias a la gestión de Orestes, que trabajaba en esa empresa, de producción de todo tipo de utensilios de aluminio para las FAR por segundo año consecutivo durante las vacaciones con un contrato temporal por quince días prorrogable a dos quincenas. Recibiríamos por el desempeño de la tarea 98 pesos cada uno. Aunque no precisaba en lo más mínimo el dinero de esa paga, sería un motivo para que los que habían empezado a recriminarme que había dejado los estudios, no pudiesen decir que tampoco trabajaba. La idea de conocer el terreno laboral me subyugó.
Al Nene y a mí nos habían destinado a limpiar los latones de basura, donde descansaban los restos de un enorme banquete con que se habían auto homenajeado a base de pollo y puerco los directivos de la empresa y sus invitados, justo el fin de semana antes de que empezásemos el trabajo. Me sentí como si fuésemos soldados de avanzadilla inspeccionando el terreno enemigo antes de que la tropa decidiese atacar.
Acercarse a aquellos latones suponía una inmolación, pero se iba poniendo más interesante, en la medida que indolentemente, dejábamos el trabajo para el día siguiente a causa de insoportable peste que fluía de aquellos latones.
Al nene le habían dado la llave de un toro motor, de los que se utilizan para levantar palets, pero para el trabajo de volcar los ocho cubos de basura podrida e inflamada nos era de poca utilidad, ya que cuando intentamos levantar el primero, para trasladarlo al sitio indicado, se nos viró de costado, derramando los pollos que asomaban lomos y panzas hinchadas y hediondas, por encima del borde del latón. Después de ese accidente pasamos la semana entera haciendo trabajitos de poca monta, hasta que llegó el viernes y el jefe montó en cólera, y nos amenazó con echarnos el mismo lunes si no acabábamos la tarea.
Por fin logramos volcarlos en el patio donde nos indicaron, hicimos una montaña con todos los pollos podridos, retiramos los latones, les echamos gasolina, luego un fósforo, y vimos arder aquellas madejas de gusanos durante una tarde entera.
Nos llevó más tiempo del que pensábamos lograr quemar aquellos benditos pollos inflados que olían a mil demonios. Cuando los llevábamos al basurero nos entrevistó la televisión nacional, diciendo que a la siguiente semana saliríamos en el noticiero del cine, en todos los cines de La Habana, sobre un camión trabajando de basureros. Al regreso de ese viaje el jefe nos esperaba con la liquidación por quince días de trabajo. No nos soportaba más según sus palabras.
Dejamos de ser basureros temporales, pero mis pantalones vaqueros no por ello volvieron a oler bien. Entre el escaso apego a la ducha que había desarrollado y el hecho de que quien lavaba la ropa en casa era mi abuela, a la que debía llevarle una bolsa de ropa sucia si quería verla limpia, y que el único vaquero Levi’s que tenía prefería no gastarlo demasiado con el jabón y la tabla de lavar, ya que estaba a punto de romperse, y una cosa era pavonearse como empleado responsable de la basura, que daba cierto halo de experimentado y otra muy diferente enfundar por obligación aquellos espantosos pantalones chinos de la tienda para cubanos. Era sí era osadía.
Dos o tres semanas más tarde, salió en las salas del Cine el documental de los basureros, pusieron un trozo de nosotros con tomas de primera plana, algunos amigos reían con elepisodio, otros se burlaban, nos decían "leones" como s eles decía a lso basureros en Cuba. Tenía su gracia aunque presentó un inconveniente, durante un tiempo mi incipiente y saludable popularidad entre las chicas experimentó un repentino parón. El blue jean gastado y algo necesitado de jabón, me servía de contrapeso, aunque fuese únicamente con las pepillas de nariz muy aguerrida y livianísimo galope.
Había una canción de Javier Krahe que decía "No todo va a ser follar" y hacía alusión a que aparte de pasarla bien hay otras cositas.
"...Habrá también que apretar una tuerca floja
y habrá que ir a trabajar.... No todo va a ser follar!... "
Como yo soy de escasa formación religiosa ( léase escasísima, este mismo sábado me enteré de la diferencia de un cura y un fraile) ni tampoco tengo intención de renunciar a mis ínfimos espacios ya fertilizados para la improvisación, me he munido de un sistema muy doméstico, para atender a esos impulsos que inevitablemente acuden a la puerta de entrada a lo largo de una vida humana, a esos sucedáneos de llamados, de alaridos del más allá que el hombre común, como es mi caso, en nuestra inmensa ignorancia relacionamos con la superchería, la amenaza del látigo y el escarnio de un "puedelotodo" sodomita en la antesala de un horno eterno.
Pues por esas cosas de los engreídos zoquetes contestatarios, elegí a Babalú Ayé como una deidad para que cada vez que estuviese bien cocido, remachado y crocante en litros de alcohol, hacerlo sentir al vecindario o a sus tuétanos. Lo tomé con todo respeto pero sin demasiada conciencia delrecuerdo impreciso de un canto Yoruba, porque me subyugaban los cantos de guagancó carcelarios que los muchachos de mi barrio tocaban y cantaban durante buena parte de la tarde en vez de ir a estudiar o a trabajar.
El nombre de Babalú me parecía perfecto para que a la vez que mostraba cierto respeto por la periódica sensación de cercanía del más allá, poder simular estarme burlando de la pacatería de los religiosos al uso.
"Soy mucho más inteligente si no soy religioso. también más valiente. Soy una especie de luz del Universo si sólo consigo no creer en nada de nada, ni saber nada de nada tampoco ser nada de nada" me repetía a mi mismo como doctrina infalible contra lacrecida de la mediocridad que todo lo amenazaba. ¡Cuidado con tanta sabiduría y ron baratos!-me diría la sabia abuela.-
Mis trances nunca fueron más allá de unas desentonaciones y una ristra de berridos en la madrugada en lugar de cantos, tras los cuales indefectiblemente veía llegar a mi puerta o bien los agentes del orden llamados por los "cornetas" o bien los propios "cornetas" de un metro noventa decididos a poner sordina a mi oración.
Pero una vez que hube dejado esos escarceos con la media luna en las madrugadas empapadas, no se fue del todo el animado canto que le cedía al San Lázaro afro cubano.
Hace poco incluí en el panteón de mis respetos a lo no constatado, a la reina de Castilla Juana la Loca, traicionada y encerrada por sus seres más cercanos, y este fin de semana asocié un nuevo inquilino a ese club del más allá.
En la ermita donde está la virgen de Covadonga, en Asturias, la que puso su parte desde la imaginería, para que desde los hechos el rey Don Pelayo consiguiese el cometido de la reconquista de España, estaba, además de la imagen en madera de la virgen, la verdadera tumba del verdadero Pelayo, metida en la roca con inscripciones antiguas.
Mientras la gente hacía cola para saludar a la atildada virgen, yo me senté al lado de la tumba del rey y le comuniqué que lo sumaba a la misma mesa, cama y vaso que a Babalú y Juana. Le ofrecí mis respetos puse mi mano en su tumba milenaria tomé tierra de su lado y la pasé por mi cara. Más tarde mi mujer me dijo: -Tienes tinta en el rostro-
Ecua Babalú Ayé, Ecua.
¿Por qué dos monarcas de distinto género y tan diferentes suertes? Habría jurado a juzgar por mi aparente desafección a la jerarquía, y mi apego a no abandonar el pijama durante todo el día, que jamás habría elegido otra cosa que a dos mendigos.
Hoy cuando terminé de hacerme una infusión y vi caer la tarde, tomé el vaso de café descafeinado soluble que le preparo a la suma de esos espíritus, lo vacié del contenido frío, le puse uno humeante, lo coloqué sobre el borde de la chimenea y cuando me dirigí verbalmente al conjunto de seres translúcidos que se supone no sólo me acompañen sino también escolten a mi gente, cuando les estaba agradeciendo por los caminos desbrozados y el aliento, mencioné para mi sorpresa a un intruso inesperado, llegó a mis oídos mi voz trémula llamando a una criatura que no llegó a nacer, que encontró cegado su camino en uno de esos abortos en que participé dando mi sangre, con la negligencia y la tranquilidad de quien lanza un misil a una aldea como si fuese al agua.
Cuando se abrió paso entre las cortinas esbocé un gesto para excusarme, explicarme u ofrecer mi sacrificio, pero luego decidí pedirle que se enganchase al café que le pertenece. Que se quedase con el humo, que se convirtiese en carne, madera o tierra, que respirase y blasfemase, que no llorase nunca más. Los demás también la dejaron pasar al moverse las cortinas.
Me senté en el sofá y la criatura entró en mi.
Cuando iba a pedir la fuerza de la tribu Lynch y las tres deidades para los próximos proyectos, entró la criatura que no llegó a portar nombre ni género conocido, amalgama de Juana y Pelayo llegó a mi de la mano de Babalú, y esta vez no la abandonaré, no por segunda vez, que libe de mi savia para lo que precise y se quede en mi café soluble desde donde quiera que esté.
Tenía razón Krahe, no todo va a ser follar.
Los que nos hemos sentido atraídos por la literatura que ejerce el escritor para sobrevivir no para pasar el rato, para revelar un universo oculto más que para construir mundos de ficción; a los que amamos los sonidos, los amaneceres, el ruido de las ciudades, los animales, las personas que habitan nuestro mundo y la almohada, no obstante nos sentimos atraídos por la boca de entrada a la cueva, por la profundidad y la perspectiva del abismo, muchas veces somos propensos a remarcar el lado espinoso de la vida, de recrearla, de trabajar en sus entrañas, de desenmascararla o de honrarla.
Pero de vez en cuando, ante ciertas bocanadas de ternura y puntuales caricias de felicidad se hace refrescante y necesario recordar que el mundo puede ser un lugar precioso, un oasis para vivir.
Ayer fuimos a despedir a Diego Pérez, una persona divina que parecía sólo reunir cualidades, al cual no tuve la oportunidad de conocer a fondo pero sí lo suficiente como para saber que ahí había uno d leso seres humanos que aportan, que siembran. Para la familia, Alicia González Fernández y los padres fue un día triste obviamente y para todos en gran parte ya que falleció muy joven, pero el acto resultó tan original, tan sentido, que también ofició como un canto al optimismo, al alba, al saludo afectuoso.
Hoy fuimos a Madrid a festejar el cumpleaños del padre de Pat, Juan Vergara Martín, y almorzamos exquisiteces en un lindo restaurante, pero más allá de eso hubo un instante que me sentí libre de peso, de angustia, mullido como muy rara vez me dejo barnizar por las delicias de la tribu, como si permanecer en una actitud hosca de por sí propiciase el áurea de lobo estepario necesario para resistir a los demonios interiores. Estaba el nuevo bebé de Carolina Vergara con aspecto sabio y su padre Tanci, un tipo de mirada tranquila, los niños de los queridos Rocío y Juan, las dos nenas de Silvia Helena Vergara Barrionuevo y su padre Paulino de sonrisa franca, Juan el hermano de Pat dando dentelladas de irreverencia al aire para no ser devorado, sus hijos, estaba Claudia Vergara y todo el horizonte que su inmensa mirada abarca y guarda, y la madre de todos ellos Paquita, uno de los seres más deliciosos que siempre está ahí para dar y por supuesto Patricia y Martintxo, mi fuente de ilusión.
En Las Palmas de Gran Canaria mi hijo Alejandro de frente al mar patea latas hacia más allá de la orilla, con su hijo Daniel y sin muletas.
En Argentina Valeria Pavan presenta un documental sobre un trabajo tan llamativo como importante y ojalá trascendente, que ha realizado durante estos años, con música de mi hermano Marcelo Zanelli y su hijo Cristobal Zanelli , con un bagaje de conocimiento quemo conoció mecenas sino mucho trabajo y no poco combate.
En Oregon Adrianne Miller y Ken Miller reciben en su casa a su hijo Rick desde lejos y se unen sus otros hijos David y a Karen con sus dos niñas en la celebración del cariño.
En un crucero, Ana Ana Maria DeLeon una reciente amiga virtual, amiga de toda la vida de mi amiga Adrianne, nos muestra un dispendio de energía y de buen rollo, una generosidad ejemplar en lugar del resentimiento que dada su azarosa vida podría albergar.
Anna Assenza construye ladrillo a ladrillo sus ilusiones sin arrugar ni un milímetro fuera de las articulaciones, sopesando la dicha de la vida sin poner en la balanza ninguna de las numerosas cicatrices.
Por todos lados amigos heridos tirando para adelante, extendiendo lo que queda de su confianza en el otro de su lealtad sin importar si una y otra vez fueron seccionados por la traición. Tatiana Inguanzo, Evelio Cepero, Niurka Calero, Alex Ocampo, Caro Piran, Horacio Castro Videla, David Hornedo, Merchita Mulligan, Juan Martín Fenochietto, Claudio Caldini y muchos, muchos más, cientos, miles, millones, aunque me temo que todos forman parte de un sólo espíritu atomizado, capaz de soñar con la colonización del fondo del abismo, con una butaca y una historia que no tenga final.
Suelo no sentirme demasiado cómodo frente a los estereotipos, a los lugares comunes, a las sentencias inmediatas.
Es habitual que cuando los locutores de tenis narran un partido en el que juega el norteamericano John Isner, suelan hacer hincapié en que es un jugador "cañonero", "bombardero", que sólo sabe ganar por la vía rápida sin sudar la camiseta, dada su altura ( 2,06 mts) y su saque de una velocidad prodigiosa que le granjea no pocos "aces". Lo dicen y se quedan tan anchos tras el comentario.
Olvidan que la realidad es caprichosa.
En Roland Garrós en el año 2004 se jugó el partido más largo de la historia del tenis en cualquier competición, desde que este deporte se comenzó a jugar oficialmente hasta ese día, se lo ganó Santoro a Clement y duró seis horas y treinta y tres minutos. Cualquiera que lograse superar ese récord sería considerado un titán, un Atlas de la resistencia física y mental.
En el año 2010 se superó el récord y no por unos minutos más, sino por casi el doble de tiempo del histórico partido de 2004! El match tuvo lugar en Wimbledon y duró la friolera de once horas y cinco minutos de partido dividido en dos días en los que se disputaron cinco sets más un tie break que llego a un empate 68-68, con opciones para los ya dos tenistas más resistentes de todos los tiempos: John Isner y Nicolás Mahut. Cualquiera que hubiese ganado se lo habría merecido, pero encima lo ganó la torre norteamericana, el que no sabe ganar de otro modo que por la vía rápida.
El partido más largo de la Historia.
Siendo que no sólo la casi totalidad de los tenistas jamás en su vida han disputado un partido ni siquiera la mitad de extenso que aquél, sino que casi ningún deportista ha estado ese tiempo durante una única prueba en otros deportes, me asalta con meridiana claridad una recomendación:
Tomémonos un rato para pensar cada vez que vayamos a emitir un juicio de factura tan rápida y de aspecto tan redondeado, ya que las apariencias al igual que las monedas, cuentan con dos caras.
HONOR
Bajo el océano, con su cuchillo kriss y una cimitarra
junto al serpentín sudando ron de bucaneros,
va el esqueleto borracho, capitán del bergantín,
pirata de libertad cantando un romance del mar
de un preciado cofre, su calavera a la brisa y el fuego
en el mástil del último puerto, sueña blandir amarras
ASFIXIA
¿Quién controla el asma?
¿Será el zumbido que divide el aire
del mosquito, la llamada y la bala?
¿Será la pisada ancha, la mano pesada?
¿Será la boca que deja la almohada mojada?
Orilla de baba, lejana rodilla
¿Quién controla el asma?
ROCK CON TELECASTER
Si tuviese que dormir en las calles de Bombay, si tuviese que vivir en un albergue de Nueva York, si tuviese que atravesar el Sahara, si tuviese que buscarse la vida en Afganistán, si tuviese que atravesar el Ártico en un barco pesquero, si tuviese que cazar en Sudán para comer, si tuviese que atravesar el mundo para encontrar amor, sin dudas lo haría.
Aunque nunca sin sus zapatos italianos de cuero marrón.
Hace muchos años, cuando recién empezaba la secundaria en la Felipe Poey, también conocida como la “anexa” porque había sido anexa a la Universidad de La Habana, de hecho en la escuela se podía disfrutar de la biblioteca, de las áreas de estudio y de las instalaciones deportivas de la universidad que eran excepcionales, me dio por fugarme de manera compulsiva.Al principio me escapaba con mi eterno amigo Carlitos Cecilia, al que me veo honrado en llevar en el alma ya que nos dejó tras un cáncer devastador a la edad de veinte años, siempre nos íbamos primero a su casa.
A veces consumíamos toda la provisión de huevos y de salsa de tomate Vita Nuova experimentando en novísimas formas de tortillas vespertinas, y a veces salíamos a caminar por la calle Infanta, donde deambulaba a su aire el conocido como único mendigo de La Habana, el “Caballero de París” y donde también aún se podía oler ese aroma almizcle de los inmigrantes chinos que recalaron en 1950 huyendo de Mao en la calle Zanja, para que les cayese cual maldición la desgracia de Fidel.
Había uno que muy probablemente habría quedado tocado y hundido por semejante tribulación, al que siempre lo homenajeábamos con una frase que parecía molestarle hasta el paroxismo y que tras decírsela al pasar debíamos salir disparados a toda velocidad, y sobre la cual hasta hoy, ni siquiera tras un año de aprendizaje de idioma chino y las pesquisas de internet, tengo ni idea del críptico significado que contenía aquella voz unificada en varias gargantas de adolescentes típicamente idiotizados por la edad: ”Chinito, Tu lama Kalimbambó!”.
Y la otra mitad del tiempo me escapaba del colegio para ir al zoológico del Nuevo Vedado.
Hubo días que llegué a tener comunicación con animales verdaderamente singulares, como la pantera negra o el elefante, establecimos nexos esporádicos, abruptos, sin embargo tan o más profundos y reales que los que había tenido esa misma mañana con mi madre o con la camarera que me servía el desayuno.
Pero ninguno como mi amigo el chimpancé. Nunca supe si era amigo o amiga. Nunca supe la edad ni el nombre, pero pasamos tres meses comunicándonos cuando no había casi nadie en el Zoo y yo llegaba con mis galletas envueltas en servilleta del desayuno del Habana Libre y él raudo, me obsequiaba media naranja, al principio no entendía bien para que, hasta que me di cuenta de que quería hacer trueque. Pasé horas mirando los ojos y las muecas de mi amigo chimpancé, cuando el jefe de la manada Pancho, se enfadaba y comenzaba a dar golpes para que todos se fuesen a sus casetas, el último en irse era mi amigo. Recién entonces Pancho comenzaba a tirar heces a través de los barrotes, mierda a diestra y a siniestra, igual que estaba el país, el continente, y buena parte del mundo . Mierda por aquí, mierda por allá. Y cuando Pancho a quien no parecía provocarle mucho placer el verme llegar a media mañana, se calmaba, mi amigo retornaba a su lugar predilecto a compartir naranjas y miradas.
El día que enviaron a un mensajero al Hotel para comunicarle a mis responsables que hacía cuatro meses que no iba a clases y que no sabían nada de mi, no fue tan duro como lo fue para Carlitos Cecilia cuando al cabo de un mes le avisaron a su padre que era coronel de las FAR que no iba al colegio y se escapaba conmigo y vivió aquello con una escenificación de constricción tal que tuve que dejar de ir a los Carlitos por unos meses, pero aún así, aunque no tuve un castigo especial , ni aquello logró que me diesen mucha más bola que la ordinaria, aquel día no pude ir al Zoológico a despedirme del singular amigo como habría sido justo y adecuado.
A lo largo de los años, más de una vez me he despertado sofocado, angustiado con la idea de que está por ser descubierto un terrible crimen que llevo toda la vida guardado en secreto o de que está por llegar una carta a mi casa y a la historia que tengo montada le queda un suspiro para desmoronarse, y que nunca más volveré a ver al chimpancé que entendía la mirada, el paso apresurado, la cabeza baja y el silencio que habitaba la otra cara del bullicio en el que quede atrapado una vez que mi padre se fue.
Ambos estaban tras las rejas.
Generalmente no sólo no me conmueve este tipo de altruismo sino que me da un poco de repeluz la extrema atención con los monos de muchos ecologistas en comparación a la escasa sensibilidad que muestran hacia sus sirvientes africanos; pero en este caso Jane Godall es extraordinaria con todos, con los chimpancés, los trabajadores, los ayudantes, los voluntarios, con los únicos que es ruda es con las autoridades y con los poderosos.
En honor a aquel increíble amigazo.
El otro día estando circunstancialmente entre unas personas con las cuales no existía otro nexo identitario que nuestro aspecto antropomorfo, la misma cantidad de dedos en pies y manos, la nariz, los ojos y no sé bien cuantas porciones cerebrales en cada uno, decidí hablar de música en lugar de hablar del clima, más que nada porque llevaba diez días lloviendo y no había habido en el firmamento el más mínimo cambio que permitiese un comentario, no digo sagaz, pero al menos aceptable cromosomáticamente hablando.
Era el tipo de gente con que te ves atrapado súbitamente en una cola que se estira más de lo esperado o en una reunión inevitable de padres de los niños de la misma aula.
Sólo el anuncio a meses vista de una de esas reuniones de padres puede ocasionarme urticarias y espasmos de cuerpo de guardia, al amasar la idea de que deberé intercambiar sonrisas, gestos, escudriñar en el baúl de las mayores gansadas para encontrar el tema adecuado, poner caras de asombro ante la más absoluta imbecilidad, como que el niño de la chillona la ha dejado alucinada con la voz que tiene:
- No sabéis como cantó en la fiesta de navidad!!!, espera, espera, que creo que lo tengo grabado en el móvil!
O que el salame repeinado marido de la flaca ojuda que se pasa diez pueblos con el teñido amarillo patito de ese pelo de textura parrillera, diga:
¡ Bueno! y el mío??, este año lo pruebo en el Real Club de las Pelotas de Oro Patito, es que me ha salido un campeón, anda cariño, mira a ver si tienes grabado en el móvil el golazo del otro día!
Pero no era una reunión de niños, ni tampoco se trataba de ese tedioso momento, o mejor dicho rejunte de momentos, instantes, minutos interminables u horas de espera mientras los chicos se divierten en un cumpleaños festejado en una de esas áreas para cumpleaños con juegos, colchonetas, sándwiches, refrescos, en que hay una salita o cafetería donde todos los padres se reúnen a esperar a sus críos mientras engullen sandwichitos como condenados, gentileza del mismo propietario del bolsillo que soporta que hablen, sonrían, gesticulen igual que en la pre y post reunión de padres, pero por espacio de tiempo infinitamente más prolongado.
Esta vez sólo estaba en un bar con los integrantes de una asociación de compatriotas en el exterior. Pocas cosas crean la ilusión de pertenecer a algo importante y concreto de manera tan realista como este tipo de agrupaciones. Mencionar cualquier plato típico logra un tipo de acuerdo casi imposible de encontrar en otro ámbito:
-Uy, una milanesa a la napolitana!- dice uno y todos más o menos a una vez ripostan- ¡ Fa, que hambre!-sumándose incluso una vegetariana que sonríe no queriendo perderse su inscripción a ese supra pertenencia a ese mundo de Liz bajo l misma bandera que parece estar más allá de la especie, de la raza, de la circunstancia y de la existencia misma.
Se encumbra una empanada de carne cortada a cuchillo con huevos, perejil y pasas a una categoría que está más allá incluso que la de una de joya prohibitiva, algo que todos solíamos alcanzar con estirar la mano y ahora es sólo posible en el recuerdo, algo que nos distingue, porque sólo "nosotros" lo conocemos, y los demás no.
Lo mismo les pasa a con los cubanos y el arroz congrí y las masas de puerco, incluso a los holandeses con sus infames papas fritas con mayonesa sus croquetas y sus oliebollen, los peruanos y su sancochado o el ceviche (aunque éste último sí que puede llegar a ser tan exclusivo como una buena trufa), y como cada pueblo con la excepción de los norteamericanos, porque ellos en todos lados encuentran sus ansiadas hamburguesas, el ketchup para sus pizzas de plástico y sus milk shakes. La sola mención en el exilio de uno de estos productos traslada al grupo a una ilusión de pertenencia comunal a la infancia de cada uno, a los gratos recuerdos de cada uno. Magia que se desvanece cada vez que uno tiene la oportunidad de visitar su país de origen y de sentarse a comer la recreada milanesa y el flan con dulce de leche, al mirar alrededor buscando la misma complicidad de allende los mares en el vecino de mesa, y constatar que cada comensal está sumergido en la pantalla de su móvil, en su periódico, en su servilleta, sin darle la más mínima importancia al regusto identitario de ese queso derretido sobre el pan rayado tostado que cubre el bife de nalga que conforma la añorada milanesa.
Una milanesa que a diez mil kilómetros de distancia adquiere dimensiones estratosféricas, connotaciones culturales, vuelos a una fantasía soñada jamás acaecida, íntimos e intransferibles cantos a la Pacha Mama y a Babalú Ayé convertidos en comunales, compartidos en el lodo de la vulgaridad, de la inmediatez, de la nada por la nada y para la nada.
No quise hablar del tiempo y hablé de música. Entonces el mismo boludo de siempre, el que siempre quiere decir algo ocurrente, original, notable, me preguntó:
¿Cómo te gusta tanto el blues, si no sos afroamericano? Bueno, el boludo dijo.." si no sos negro"
Cuando le iba responder me di cuenta que habría preferido hablar del tiempo. recordé a mi maestra Etelvina, quien al ver como disfrutaba de un toque de tumbadora me preguntó lo mismo en Cuba, yo ni siquiera sabía como llevar con los pies el ritmo de una conga sencilla tocada con clave, sin embargo me subyugaba el guaguancó y todos los ritmos afrocubanos que había escuchado hasta entonces, ella, la misma maestra de matemáticas que cada día buscaba una excusa para propinarle un cocotazo en el hueso parietal a Lázaro Piña, diciéndole:
- Bruto, eres muy bruto- hasta que Evelio y yo nos cansamos y saltamos para defender a Lázaro que ya estaba aterido de vergüenza cada vez que la flaca pelirroja lo agredía como si no hubiese mediado más de un siglo desde la abolición de la esclavitud y aunque debimos ir a la dirección castigados por la afrenta a la maestra, jamás volvió ella a tratarlo así, porque entre las divisas que vendía la Revolución como exclusivas estaba la de la erradicación del racismo, y aunque de cierto aquello no tenía nada, sí se debía observar el cumplimiennto de ciertas apariencias de cara a la galería.
También me recordó a un envidioso, que unos años más tarde cuando hube aprendido a duras penas a bailar un poco, y me solté con unos pasos de rock'n'roll, me preguntaba en la mesa después de que las chicas me dijesen lo bien que lo había hecho, qué por qué me gustaba esa música si yo no era de la época de Elvis o de Berry. Le dije que también escuchaba Bach, Mozart y Beethoven aunque como podía apreciar tampoco habíamos compartido época. Esa vez me cebé con ese boludo consiguiendo las carcajadas de los que nos acompañaban. Me excusé con él diciéndole que tal vez yo le parecería un snob excéntrico, pero que me creyese si le confesaba que yo solía leer a Shakespeare, a Balzac, a London, a Pirandello, a Lao Tsé y a Mujica Láinez, aún cuando, siendo sinceros, tampoco había tenido la oportunidad de coincidir con ellos en sus barrios ni en sus colegios.
Escucho música flamenca, del altiplano, de cada rincón de Europa, africana, y sí, en efecto, mucha música norteamericana.
Para mi la cultura del siglo XX fue el jazz, en toda su dimensión no sólo musical sino de fusión multicultural, de incursión en el ritmo, por la necesidad de la descripción de las ciudades modernas. Cosa que podría haber hecho el tango, o el son, pero aunque los gustos culturales suelen quedarnos legados e impresos por su calidad no hay que esconder que suelen desembarcar escoltados por catapultas, cañones, porta aviones y muchas transnacionales.
Entonces, cuando estaba más bien perdido, a punto de elaborar un razonamiento ante tal exabrupto que confieso me descolocó, aún titubeando, como cada vez que el susodicho boludo a tiempo completo sin aparente motivo suelta algún ponzoñoso dardo hacia mi capa epidérmica, vislumbré el camino más expeditivo y apropiado para explicarme ante él, ante Etelvina, ante mi, ante B. B. King, Elvis Presley y Chano Pozo.
-Es que soy negro.