" />
Fui al cuarto de baño, que se encontraba en la misma planta, estaba austero pero limpio, regresé a la habitación, le dije a Joao que bajaría y en dos horas estaría allí nuevamente y me fui a la calle a ver que tenía preparado la ciudad de Santos para seducir a un entumecido paladar citadino.
El pasillo del "Hotel" era luminoso, de suelos de mármol y marcos de caoba, revelaba un pasado de mayor resplandor. Había cierta decencia declarada, en el esfuerzo que parecía hacer , ese otrora conjunto de espacios ordenados armónicamente , para intentar dar fe de su rancia aunque muy avejentada prosapia.
Cuando bajé ya se había hecho de noche.
El Hotel estaba en una calle perpendicular a la avenida que pasaba frente a los muelles de carga.
Al lado del viejo portón de entrada del Hotel, de madera oscura y compacta, hacia la esquina del muelle, había un bar desde el cual procedía el sonido en alta voz, típico de las discusiones de gente bastante macerada ya por la ingesta de alcohol, sonando todas a la vez, formando un coro reconocible en cualquier ciudad del mundo, más allá de lo gregarias de sus idiosincrasias.
Me asomé a la puerta iluminada y de donde además del bullicio y del vahído de cachaza salía de una victrola una música alegre. Percibí el olor a algún tipo de fritura y me adentré en el local.
La música lejos de parecer atemperar los ánimos de las conversaciones las azuzaba, parecía exhortarlas a llegar a las más altas cotas de volumen.
Excepto por la variedad en los productos, me recordaba a los bares cubanos, por lo animado de la charla hasta por el fenotipo de los parroquianos y sus ademanes.
Una vez en la barra pedí dos muslos de pollo y una coxinha, que es una especie de croqueta que se hace también, a base de pollo, y que recién cocinada en un sitio menos grasiento que aquel, puede resultar incluso, más que aceptable a un buen paladar.
Los acompañé con una coca cola fría. Debía ser el único tipo en ese bar y a varios metros a la redonda, que no estaba bebiendo cerveza o cachaza. Una semana antes me había propuesto no ingerir alcohol, al menos hasta que tuviese un alojamiento en condiciones y un trabajo como la gente, debía andar fresco y en las mejores condiciones posibles, hasta que volviese a reunir las condiciones para vomitarme encima .
Había mujeres con medias negras y medio pecho al aire, arrimadas a los tipos de la barra que discutían entre sí, sin participar en las palabras de ellos pero sí en los sorbos a sus vasos.
El culo de la chica que acompañaba al morocho alto que estaba a mi lado, se pegó a mi cadera sin que yo lo procurase, aunque sin que me desviviese por evitarlo. La chica que contaba con una cantidad de años imposible de intuir detrás de todas aquellas manos de pintura facial, me miró de reojo y sonrió.
El moreno la apartó con la mano y me echó una mirada desafiante, yo lo observaba con el rabo del ojo mientras comencé a levantarme de la banqueta atornillada al suelo, con la coxinha en la mano y un muslo de pollo en la boca.
_ ¿Que es lo que es? Me preguntó en tono camorrero.
De inmediato y sin pensarlo, me levanté y salí de aquel antro, guardando la dignidad que fuese capaz de conservar en mi huida.
Llevaba el tiempo necesario en Brasil como para saber que en cualquier sitio que se podía armar una pelea, se armaría. Y podían intervenir puños, navajas, armas de fuego o todos los clientes del local.
Y aunque alguna vez habría podido fantasear con ser una especie de maestro de Shaolín y darle su merecido a todos los que se habían mofado de mi, lo cierto es que no pasaba de ser un deseo difuso, y no sentía el más mínimo apego por la temeridad o el heroísmo.
Antes de salir miré a los ojos de la chica y del borracho, sonreían, parecían estar festejando mi espantada con sus interlocutores. Los dejé con sus asuntos a tratar y me fui con mis dientes sanos y el estómago sensiblemente más aliviado a dar un paseo por esa parte de la ciudad.
No había muchos sitios más recomendables que ese, para ir a aquellas horas. El hotel se encontraba en una parte de la ciudad que no era la elegida por las familias de clase media para salir de paseo.
Comí alguna cosa más en un bar retirado de las inmediaciones del dock, donde pedir un refresco de guaraná o una coca cola, se pareciese más a un acto cotidiano que a una afrenta. Luego regresé al hotel, al fin y al cabo no había dormido más que un rato, y no tenía demasiado sentido quedarme haciendo turismo por aquella barriada de clasicismo portuario.
En la entrada había dos hombres discutiendo algo, estaban alterados, pero conservaban el tono de voz bajo, cuando pasé por su lado hicieron silencio y me observaron , les di las buenas noches y me dirigí al cuarto sin más escalas.
Joao estaba profundamente dormido, era demasiado temprano para un brasilero buscavidas, observé su corte de pelo, la higiene de su ropa y tenía aspecto de llevar una vida ordenada, tanto él como yo habíamos dejado el equipaje tras las rejas de la recepción, así que podíamos confiar en nuestras respectivas corazonadas.
_Hola- le dije al conserje en portugués- me dijeron que aquí se puede dormir por poco dinero.
_ Depende- me dijo el hombre- de lo que usted considere poco.
Me dijo que por medio dólar tendría una cama, que debía compartir con un compañero de cuarto. Acepté, y le dí dos dólares para cuatro días, los tomó sin salir de dentro del cubículo enrejado en que estaba, y me indicó las escaleras que me llevaban a mis nuevos aposentos.
Mi habitación era un trozo de un cuarto mayor que había sido dividido en tres o cuatro espacios con tablones de aglomerado, de una forma que dejaba ver el escaso amaneramiento del propietario.
Había dos literas con dos camas cada una, y un pasillo estrecho entre ambas, tuve suerte de que me tocara la parte de la habitación donde originalmente se encontraba la ventana. las camas contaban con una sábana gastada pero limpia, y una almohada sin funda que sólo de verla me despertaba los alérgenos del asma.
_Y ahí? – me dijo un hombre delgado de estatura baja, con pocos dientes y de mediana edad_ Joao, dijo cediéndome la mano.
_ Martín- le dije mientras presentí como escudriñaba mi humanidad con la mirada, tal como yo había hecho poco antes con él.
Un joven de otro país, delgado, de estatura media, pelo oscuro largo hasta los hombros y de vestimenta llamativa, y con un extraño abrigo polar en su mano, un pequeño bolso al hombro, que no debe esconder mucho de valor, y un reloj que sí debería estar escondido-Debió haber pensado a su vez, Joao.
Yo estaba cansado , había llegado a Santos a dedo, después de andar dando vueltas entre Sao Paulo y Río de Janeiro, viajes en los que gasté todo el dinero que llevé a Brasil.
Me desplomé sobre la catrera, que en ese momento me sabía a gloria, preguntándole antes al flamante compañero de habitación:
_ No irás a robarme mientras duermo no?. Joao sonrió y no entendí lo que me dijo a continuación, pero su semblante hablaba por él, era de fiar.
Me levanté unas horas más tarde con mucha hambre, solo había comido una coxinha y una esfinha en la rodoviaria al llegar a Santos. Me quedaban unos dólares que llevaba cuidadosamente enrollados en los calzoncillos. Esto solucionaba dos asuntos: dado el estado higiénico de mis pantalones , cabría suponerle demasiado valor a cualquier delincuente rastrero que decidiese probar suerte mientras dormía introduciendo sus dedos en semejante caja de sorpresas, y por otro lado, mientras estaba en vigilia , le daba ese toque de aumento , que no se puede decir de manera categórica, que mi bulto lo precisara, pero el cual no le venía mal en absoluto, para poder pavonearme entre las garotas. Estaba bien reguardado frente a posibles decepciones, ese blue jean no me iría a permitir demasiados acercamientos. Años más tarde, a mi analista le resultó poco sugerente, la imagen de un pene envuelto en dólares, para lo que sea que fuese.
Había ido a Brasil unos tres meses atrás, sin saber bien donde dirigirme, pero con la intención de encontrar un puerto importante donde parasen barcos de bandera noruega, panameña y de Liberia, que eran los que tomaban trabajadores para cubrir plazas sin requerir mucho más que un pasaporte en regla, y la promesa de que no se marearía en alta mar, requisitos hasta los que podía llegar.
Mi intención era pasar un par de años a bordo como marinero general o como ayudante de cocina y ganar un buen sueldo ahorrándomelo íntegro. Aunque la fantasía del escape, componía el mayor porcentaje en el entusiasmo con que iba en la búsqueda de mi barco.
Tenía metido en la cabeza a mi tío el héroe de las Américas, incluso hasta en este deseo, ya que él haía intentado viajar sin abonar el monto del pasaje en un barco, durante uno de sus viajes, hasta que el hambre lo obligó a presentarse en el puente de mando y admitir que iba de polizón.
Lo cierto era que embarcar no se estaba llevando a cabo lo rápido que había supuesto, en honor a la verdad, aunque seguía subiendo a la borda de los barcos mercantes para hablar con el capitán, lo cierto es que ya m e estaba divirtiendo más recorriendo Brasil, conociendo a su gente y quizás también un poco más a mí mismo, como es menester en un verdadero viaje.
Tenía el discurso fijo de bajarme en Rotterdam una vez que me cansara de alta mar, pero la idea era difusa. Se me había ocurrido Holanda a raíz de un par de amigas que me habían hablado muy bien de la vida allí. Por eso llevaba un abrigo de pluma de ganso que en el sur argentino lo había puesto a prueba de un invierno durísimo.
Santos era la ciudad portuaria más importante de Brasil, y en los muelles brasileros por entonces, con solo presentar el pasaporte la guardia permitía entrar hasta los embarcaderos, a los que pretendían enrolarse.
Era de esperar que allí tuviese más suerte que en Río grande do Sul donde llegué a bordo de un camión, que tomé en el mercado central de frutas, los camioneros argentinos entonces solían dar aventones para que les entretuviesen con historias y les cebaran el mate, siempre que uno se acreditara debidamente y presentara un aspecto, si bien no atildado, al menos poco temerario. Subí a tres barcos en los cuales me trataron con cordialidad, y escucharon mis plegarias de dos años de sueldo y al cabo de ello, Rotterdam, con cervezas holandesas y pasto de marineros.
Así que cuando desperté en mi cuarto de hotel con los jugos gástricos pidiendome combustible, aún estaba Joao en la habitación tumbado en su cama, y continuaba en mi pantalón el preciado bulto.
Aún cuando es bastante improbable que alguien sea inocente del todo habiendo sido confidente, corresponsable, subordinado y hermano de otro que se dedicó asegurar su fijación en la silla de mando, digo que sus características eran casi en todos los aspectos diferentes, aunque Raúl nunca osó siquiera insinuar una oposición a su hermano, construyó un modo de vida y una serie de códigos éticos, dentro de las Fuerzas Armadas, que demostraban su efectividad en la vida cotidiana. Esa personalidad no se reflejó jamás en valor suficiente para hacerle frente a los despropósitos de su hermano, ni aún en los puntos en que podría estar en mayor desacuerdo.
Raúl accedía a hablar públicamente del Che, tanto en su honor como en calidad de amigo personal, cosa que Fidel rehuyó durante años, hasta el veinte aniversario de su muerte, que apareció en un documental expresando su admiración por su antiguo amigo, y con la excepción hecha, de un discurso en Chile en 1971.
Un día, al no recibir ninguna carta de mi padre, mi madre me confesó que no se sabía nada de él, que pensaban que estaba en una cárcel a la que se había sabido que iba a ser trasladado, pero que no había ninguna seguridad. Ya habíamos escuchado las historias de primera mano de un preso uruguayo que la Junta Militar argentina había soltado, y que terminó reuniéndose con su familia que se encontraba exiliada, en Cuba.
Este hombre, había pasado algunos períodos de su estadía en prisión en las mismas cárceles que mi padre, y aparte de hablarme de la integridad y el valor de mi viejo, de su carácter firme, y solidario con los compañeros, también me contó que los traslados, a veces resultaban viajes al otro mundo, ya fuere por los golpes recibidos durante el mismo y el poco interés de recuperar al preso en la enfermería o directamente a causa del asesinato del reo, en algún recodo del camino. Varios compañeros de ellos habían desaparecido en esas circunstancias.
Llevaba años escuchando y viendo una gran variedad de barbaridades, pero aquella narración de primera mano, me estremeció de manera especial.
Recuerdo que me temí lo peor, pero no estaba preparado en absoluto para interiorizar que al viejo lo hubiesen liquidado en alguna zanja, entonces decidí pensarlo solo durante las noches , cuando no podía evitarlo. Fueron pocos días pero muy intensos, en los que tomé determinaciones de las cuales no fui capaz de retornar, ni quise hacerlo.
Comencé a beber los días de semana. Dejé de estudiar repentinamente, y me busqué un trabajo de ayudante de mantenimiento, en la sección de limpieza de una empresa civil militar en Guanabacoa.
Entré en ese destacado puesto, junto a mi amigo el Nene, gracias a la gestión de Orestes, que trabajaba allí durante las vacaciones para ganarse unos pesos. Se producían todo tipo de utensilios de cocina de aluminio, para las FAR. Recibiríamos por el desempeño de la tarea 92 pesos cada uno. Aunque no precisaba el dinero de esa paga, constituía un motivo para que los que habían empezado a recriminarme que había dejado los estudios, lo hiciesen en voz baja.
El responsable nuestro del Departamento de América, pensaba que el motivo primordial de trabajar en lugar de estudiar, era una provocación, un rechazo a ese mandato entre los familiares de los altos cargos, de que había que formarse como un cuadro revolucionario, y también a la tradición burguesa occidental de ser un joven educado de provecho, un modo más de molestar; pero lo cierto es que yo no programaba ni lo que haría durante el día.
Nos destinaron limpiar los latones de basura, los restos de un enorme banquete con que se habían auto homenajeado a base de pollo y puerco, justo el fin de semana antes de nuestro comienzo. Parecíamos dos soldados de avanzadilla inspeccionando el terreno enemigo antes de que la tropa decidiese avanzar. Era un martirio, y empeoraba en la medida que lo íbamos dejando para el día siguiente a causa del insoportable efluvio pestilente que emanaban aquellos latones.
Al Nene le habían dado la llave de un toro motor, de los que se utilizan para levantar palets, para auxiliarnos en la tarea de volcar los ocho cubos de basura podrida e inflamada, resultó de poca utilidad, cuando intentamos levantar el primero , para trasladarlo al sitio indicado, se nos fue de costado, derramando los pollos que asomaban sus lomos y panzas verdes e hinchadas, por encima del borde del latón.
Después de ese accidente pasamos la semana entera haciendo trabajitos de poca monta, hasta que llegó el viernes y el jefe, un gordo panzón que vestía guayabera y rezumaba orgullo por su posición y orondez, montó en cólera, y nos amenazó con echarnos el mismo Lunes si no acabábamos la tarea.
Una semana más tarde percibí la paga de dos tercios de un mes, además de la hoja donde figuraban los motivos de la expulsión por si necesitaba mostrársela a alguien. ¿Estaba bromeando?
Esa página escrita a máquina y con un sello de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que atestiguaba mi escasa disposición para el trabajo y la disciplina, eran lo único que tendría en las semanas siguientes para enseñar, aparte de mi particular versión del pasito de baile de Travolta en Saturday Night Fever.