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14 mayo 2017 7 14 /05 /mayo /2017 15:27

Hace un año se fue mamá.

Cuando se fue viajé a Cuba a despedirla, a despedirme de mi mismo con mamá, a hacer uno de los homenajes más pertinente que existe. Una semana regada de actualidad mundial, hasta estando en Cuba me llamaron de las radios de otros países, cosa que en algunos casos decliné porque estaba en mi proceso de lo que había acontecido, en otras por el costo del roaming al recibir una llamada internacional en un celular en Cuba, que viene siendo. céntimos arriba o abajo, el mismo costo de la Guerra de Troya con caballo incluido, de la campaña de Hernán Cortés en México, o la ciudad olímpica en Pekin; pero a mis amigos queridos de los medios los atendí aclarando que estaba más atento a mis sentimientos que a la realidad circundante con la visita de Obama, a la cual sin embargo sí que le dediqué, como no podía ser de otra manera, parte de mi atención.

Ello, mezclado con que llevábamos una relación de mucho afecto, pero truncado en alguna parte de esos intrincados caminos que la vida nos hizo deambular, con la suma de una desagradable sorpresa protagonizada por un pariente en la semana referida, hizo que quizás la despedida no fuese todo lo sentida, lo profunda, lo completa que podría imaginarse.

Me fui de La Habana sin haber derramado una lágrima.

A lo largo el paso de este año, mamá ha ido apareciendo de diferentes formas, mayormente en los recuerdos lindos, siempre con risas, en mi primer hogar no hubo ni una gota de machismo entre mis padres, mi viejo y mi vieja trabajaban igual, llegaban a la misma hora, o salían juntos, cuando nos fuimos a Cuba cambió todo porque mi padre regresó a Argentina y quedó preso por años, entonces mi abuela materna viajó a La Habana y se quedó con nosotros, y las funciones típicas del ama de casa las realizaba ella, y todo el cariño que siempre nos dio. Mamá trabajaba fuera, militaba.

Hoy, sinceramente le aplaudo que haya tenido la decisión de romper con el rol de la mamá que limpia, plancha, lava cocina, teje, cose y calla. Sus padres provenían de las clases trabajadoras españolas y su mandato habría sido continuar la senda, pero mamá se rebeló a ello, primero se juntó con mi viejo, un hombre menor que ella, criado en la igualdad total, el feminismo de mi abuela Celia, jamás vi a mi padre hablando inapropiadamente a mi madre ni a ella realizando tareas que él no hiciese. Es un orgullo haberlos tenido desde la cuna.

Antes que todo en mi familia se rompiese dudo que alguien hubiese tenido una mamá un papá y una abuela como tuve yo.

Después todo fue artificial, las consecuencias de los exilios, de los abandonos, de las rupturas, de cuando la vida mete el palito en la llaga, así que de ahí en más ya trato de no juzgar, todo el amargo sentimiento que se me había juntado del des-cariño hoy me ha mitigado, acuden a mi el amor de mi vieja, lo simpática que era, su originalidad, el cariño a su manera, los modos en que ella podía expresarlo. El amor truncado en esta dimensión que llamamos vida, pero que a las claras, los que hemos experimentado la soledad podemos decir que no sólo no es la única, sino que tal vez ni sea la más relevante, y la sensación de continuidad en otra dimensión, ni evidente ni posible de interpretar si no es abriendo el alma.

La noche antes que mi viejo viniese de visita a casa, una visita que terminó siendo de los momentos más necesarios y lindos que he vivido en los últimos años, por no decir de la vida para no dar impresión de un páramo de felicidad, que no sería cierto, visita llena de significados y significantes; esa noche mamá apareció en mi sueño de una manera que aún con toda mi formación y convicciones materialistas intelectual y filosóficamente hablando, debo admitir dudo seriamente si se trataba de ella, era demasiado real, más que casi toda la realidad circundante, hablamos cosas y hubo un cariño, un amor, un perdón, un instante que fuimos ella y yo y a continuación me desperté, y lo puedo asegurar porque no llevaba el recuerdo de lo soñado, sino los pelos aún erizados, la presencia de mamá alrededor, todavía estaba ella con su risa melancólica, sus chistes ácidos, su olor.

El día antes de la visita del viejo en la que primero discutimos y nos dijimos las cosas que había que sacarse, y luego fueron unos instantes de los más lindos que he vivido viéndolo volviendo a ser el mismo viejo buenazo de cuando yo era chico, reunión en la que estaba también mi tía Celia no presente de cuerpo, pero sí de hecho, esa noche acudió mamá a mi sueño a darme su afecto, a unir, a querer, de la manera en que tanto la necesito, por eso sé que vino, y por eso hoy sí puedo decir que no la despedí en La Habana porque no se fue, aunque también digo que ya sí he podido soltar aquella pesada lágrima.

Espero yo también estar acompañándola en lo que precise allí donde esté, desde una compañía para reírnos a juntarnos en una partida de truco para ganarles a cualquier retador.

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