El Che sabía que Camilo no era comunista, lo escribió incluso tras su muerte, pero era su mejor amigo, el único que podía jaranear con él con la típica jodedera cubana. Ernesto lo quería como un hermano, la critica de que a veces era indisciplinado tenía base en que no era marxista, pero el Che conocía y admirada su diligencia como guerrillero, y como leal comandante dirigente de la tropa y querido por el pueblo. En honor a esa amistad le puso Camilo a su primer hijo varón, mientras que esperó al segundo para ponerle su propio nombre. El respeto y el afecto del Che hacia Camilo fue de una gran profundidad.
Sin embargo, había otro comandante que lo odiaba íntimamente, porque la valentía y carisma del señor de La vanguardia lo ponía en evidencia: Raúl. Este tomó la excusa de la no adhesión al comunismo de Camilo para fomentar cizaña contra él entre la tropa, entre otros jefes y sobre todo en su hermano comandante en jefe.
Fidel lo evaluaba como un útil lugarteniente, un fiel servidor, pero un peligroso contrincante en afecto y respeto por parte del pueblo.
La desaparición misteriosa e increíble de Camilo fue el episodio más enigmático de la Revolución Cubana, y a mi entender, la más triste, amarga, criminal, y suicida del proyecto utópico revolucionario.
En lo personal nunca escondí mi convicción, no por el conocimiento de las pruebas sino por lo inexorable de la conveniencia, de que Fidel Guarapo Castro se deshizo de Camilo, como ya probablemente ya había ayudado a hacer con Frank País, acaso de algún dirigente del Partido Ortodoxo más, y luego haría con el Che, Ochoa, los hermanos de la Guardia, y un prolongado etcétera.
Una vez me castigaron desde el Consejo de Estado a ir a trabajar a Santiago de Cuba, en resumen, me hicieron buzo y trabajé en un yate precioso en las aguas más cristalinas que se pueda uno imaginar. El jefe de aquellos dos yates y de la rama de arqueología subacuática del Plan Baconao Turquino, era Lázaro Ponce, de Ciego de Ávila, quien fuera el personaje real, representado en la película cubana Patty Candela. Lázaro fue el encargado de buscar a Camilo durante muchos días en el mar. No encontró ni una sola mancha de aceite sobre la superficie del agua, y aún siendo muy leal a Guarapo, alguna vez con unos rones encima, en las noches de charla en la popa del yate “El ojo azul”, nos dijo a los buzos, marineros y a Sarita, la bióloga del barco y su amante, que allí, en todo aquello alrededor, no había caído ningún avión.Durante las décadas siguientes se hizo frecuente el rumor, convertido en chisme pero en voz baja, ora de que Camilo estaba en la Isla de Pinos, mendigando por Miami, incluso alguno aseguraba haberlo visto recogiendo cabos de cigarrillos por las calles de La Habana. Lo que venía a decir la elección de favorecer dichos infundios, es que el pueblo cubano no se creyó nunca lo de la desaparición mágica y trágica de la avioneta que lo transportaba.
De alguna manera, alguna vez habrá que saber que ocurrió con Camilo Cienfuegos. O acaso lo más perturbador, es que tras la muerte por ley de vida de todos los protagonistas, por falta de documentación, quede enterrado en el fondo del período más turbio del proceso, un hecho crucial en un hito del camino, desde el cual hay un antes, un durante, que eran todos los caminos posibles, y un después, que fue el rumbo de la degeneración de cada uno de los sueños loables. La maldición de una traición.