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Dos generaciones de una familia que ha pasado por varias situaciones socioeconómicas y de indebida ideológica.
Unas generaciones atrás Guevara terratenientes, desde luego explotadores, dos generaciones antes que yo ya una burguesía iluminada y afrancesada, la que me precede caracterizada por comunistas de la A a la Z, mi tío, mi padre mi tía Celia, la mía donde destacamos dos integrantes disidentes con el proyecto revolucionario trasformado en "robolucionario" o "involucionarlo" y por último mi hijo de quince años y mi sobrino Javier, nuevamente marxistas, con nuevos bríos, mucha lectura, ilusión y por supuesto un alto grado de inocencia.
Nuevo canal de youtube para que el millennial de mi hijo canalice sus ya vastos conocimientos.
Así mataron los colectivos chavistas a Paola Ramírez, la segunda víctima del #19A en Venezuela
La joven de 23 años se encontraba en la Plaza Las Palomas de San Cristóbal, Táchira, cerca del paso de una marcha opositora, cuando fue abordada por un grupo de motociclistas que primero le quis...
No me gusta Trump pero tampoco me gustan nada esos repentinos amantes y defensores de la subcultura del atraso, de la excusa eterna, del victimismo estructural, del latinoamericanismo unido.
¿A que se refieren con «nuestra América»?
¿A que eran todos indios y por ende una misma cosa? Antes de la llegada de los españoles había infinidad de tribus de fenotipos de genotipos de alturas de tipos de cabello de tamaños de brazos de piernas de religiones de indumentaria de idiomas de costumbres gran variedad y diferencia de alimentación entre unas tribus y otras de modo de vida de sociedad de relaciones de producción de caza de pesca de agricultura.
Después de la colonización también. Al Caribe fueron canarios, catalanes y extremeños, a México andaluces y extremeños, a la parte norte de Sud América levantinos, extremeños, andaluces, castellanos. Al sur fueron vascos, cántabros, maragatos, catalanes, astures. Españoles todos, pero tremendamente distintos entre sí, y aún más en aquellos tiempos si cabe imaginarlo.
Existe más parecido entre un guaraní y un irlandés de Mayo que entre un guaraní y un yanomami o entre un tehuelche y un noruego que entre un misquito y un tehuelche. Llamarle a todo el continente «nuestra América» es prueba de un racismo congénito o de una ignorancia supina.
¿A cual peor?
No existe tal unidad excepto para la ex metrópoli y sus vástagos criollos cuándo las tribus del continente fueron colonizadas. Y ni siquiera para ellos era lo mismo Honduras que el Potosí.
Todo lo que sea salir de la General Paz en Buenos Aires o de la Vía Blanca en La Habana me es tan ajeno como el Cuzco o Maracaibo, a las cuales tampoco sabría diferenciar de Burundi ni de Djibouti.
Por ende, intentar dotar de una identidad ficticia a ese rejunte de procedencias, de fenotipos, de idiomas, costumbres, tan diferentes entre sí, no obedece en modo alguno a la solidaridad con el oprimido sino qué es parte del mismo mecanismo racista colonizador conquistador que se pretende rebatir al reivindicar esa Latinoamérica unida.
Por otra parte ¿qué utilidad podría tener amalgamar a un montón de fracasos, complejos y desastres?
No le echen la culpa al bueno de Amerigo Vespucci, él sólo pisó una ínfima parte de su Mundus Novus.
Otra cosa es que digamos que nos sentimos profundamente latinoamericanos toda vez que: salivamos por la ventanilla del automóvil, rara vez usamos el paso de cebra para cruzar la calle, y si nadie está atento...nos quedamos con el vuelto.
En el siglo XX y parte del XXI de alguna manera todos quisimos ser norteamericanos, consciente o inconscientemente, tomamos coca cola, comimos hamburguesas, sandwiches, perritos calientes, popcorn, ketchup, jugábamos a cowboys e indios del norte teniendo nuestros propios aborígenes y nuestros europeos y criollos colonizadores, masticábamos chicles, leíamos Batman, Tarzán, Superman, veíamos a los Tres chiflados, al gordo y el flaco, al gato Félix, Betty Boop, Huckleberry Hound, Popeye, el Pato Donald o Mickey Mouse. Por eso escuchábamos rock, blues, jazz, nos vestimos con jeans, camisas sueltas, el pelo al aire, caminamos con desenfado, y escupimos , tomamos whisky y hemos fumado como Phillp Marlowe o cualquier otro detective de la novela negra norteamericana.
Todos los hombres que hoy son viejos quisieron tener el bar de Casablanca con un pianista como Sam.
Pero por primera vez en la vida, y probablemente en la historia, veo que hay gente que siente un genuino alivio de no ser norteamericano y de no vivir en EEUU y muchos estadounidenses conocidos, de los que han construido la democracia de ese país, desde las reivindicaciones de los hippies, los beatniks, los derechos civiles, por primera vez sienten que peligra la médula espinal del sistema compuesta de democracia, libertad e igualdad de oportunidades, y en lugar de mirar esperanzados a Washington DC, vuelven la cabeza hacia Melbourne, Australia, donde siete años después, como para reforzar la ilusión de la continuidad cuando más necesaria parece a nivel planetario, el domingo se disputará un nuevo, un otro, un eterno:
Roger Federer – Rafa Nadal.
Una y otra vez el ser humano tropieza con la misma piedra.
Guarapo ascendió en Cuba con la excusa de la lucha contra un Batista dictador y la resistencia la ejerció contando con el regalo del Bloqueo y de la amenaza de agresión exterior, alimentando el temor de la población; en Rusia Lenin y Stalin triunfaron contra un Zar totalmente sanguinario, así como en China gracias a un Imperio ajeno a las necesidades del pueblo, y luego sostenidos de manera férrea por el fantasma del imperialismo, de la lucha ideológica, de la crueldad del capitalismo liquidaron a millones de personas sin la ayuda de ninguna potencia extranjera; en Venezuela Chávez subió en medio del dominio de una clase política que respondía con demasiada exclusividad a las elites oligárquicas olvidando más de lo que el buen gusto e incluso el sentido común en en su propio favor, sugieren, y luego mantenido en torno a la unión frente a un hipotético enemigo Imperialista que jamás atacó, pero que en la figura de George Bush, aumentada con la lupa bolivariana, daba la impresión de que en cualquier momento podría agredir.
Con Obama se restó tensión a todo este panorama, Cuba empezó a dejar de tener excusas para abrirse al mundo, y su gobierno continuó reprimiendo pero con un gran desgaste de imagen, dada la cada vez mayor información puntual de cada detención arbitraria.
Antes de morir, Guarapo se opuso frontalmente a la simpatía contagiosa del presidente norteamericano en suelo cubano, aunque no obtuvo la respuesta esperada y acostumbrada, una agresión de la Administración norteamericana así tener suficientes motivos para regresar a la situación victimista que tantas ganancias le granjeó en más de medio siglo.
Otro tanto comenzó a ocurrir en Venezuela, el talante firme pero no agresivo de la administración Obama para dirigirse al gobierno de Maduro fue deteriorando gradualmente la unión de la masa en torno a consignas patrioteras y victimistas de trinchera frente a la amenaza del "diablo perfumado de azufre" que bautizase Chávez, y de a poco fueron viendo que la escasez absoluta quizás no fuese culpa de los EEUU, que la represión liderada por la policía y el ejército bolivariano tampoco, ni los asesinatos ni los encarcelamientos arbitrarios.
Gradualmente la sociedad civil empezó a ofrecer una oposición al totalitarismo de Maduro como nunca se había visto en Latinoamérica contra gobiernos populistas que esgrimen el anti imperialismo como distintivo para hacer exactamente lo mismo que las clases adineradas depuestas.
No estaría de más recordarles otra vez a aquellos que opinan conveniente que un presidente de EEUU ejerza presión extrema, agresividad manifiesta, hostilidad permanente contra los gobiernos populistas de América Latina y sobre el ya extenuado pueblo de Cuba, que precisamente de esas aguas vienen estos lodos.
Más veces de las que creemos estos sonados antagonismos no pasan de una histriónica mímica ya que a la par de las soflamas públicas, en la trastienda se suelen hacer pinches negocios entre los poderosos contrincantes, pero de este tipo de algarabía estadounidense, de puesta en escena de hostilidad destinada más al electorado propio, viven los sinvergüenzas carismáticos de nuestra América que llevan tras de sí a los pueblos abducidos hacia el borde del abismo, o hasta más allá de la orilla, como ahogó el flautista de Hammelin a sus ratones encantados.