Toscar no dejaba de pensar en alguna venganza contra los estamentos jerárquicos de la empresa, pero sabía que para eso tenía que trabajarlo mucho. Primero mejorar su posición económica, era fundamental, porque aunque empezó a sentir una especie de culto al justiciero de Olot, aquel que se llevó puestos con una escopeta a los hermanos explotadores y estafadores para quienes trabajaba y que le debían cinco meses de sueldo mientras se daban la gran vida, y al director de la oficina bancaria que estaba por quitarle todo, junto a la empleada que cada vez que lo veían entrar lo destrataba de una forma humillante. ¡Pum! y se acabó, no más tensión en cada músculo, ni toneladas en los hombros, ni dolor punzante bajo las cejas, ni cabeza baja, ni sensación de ahogo en la madrugada, se quitó todo en una tarde, y se entregó a las autoridades con una sonrisa en el semblante que revelaba un alivio tan profundo, que fácilmente podía confundirse con la felicidad.
Pero el justiciero de Olot estaba preso y eso era algo que no le permitía ensoñar el pensamiento en paz, terminarlo con una lazo perfumado. No era justo que cada vez que alguien harto de ser pisoteado decidiese romper el acostumbrado mecanismo de aplastamiento hasta la desintegración, por sí mismo y por el resto de los pisoteados que por las más diversas causas no pueden patear la mesa del pan duro, termine preso o muerto.
Una tarde hablando con Albertico Toscar le dijo que con el tiempo deseaba crear un pueblo donde consiguiese alojar a los personajes más pérfidos dentro de los que abusan del poder, No solo delincuentes sino aquellos cuyo delito consistiese en ejercer el poder que tienen sobre una o más personas. Albertico le dijo:
-Y al primero que metemos ahí es a tus viejos y a los míos.
-Albertico, imagínate a todos esos hijos de puta abusadores, trabajando con las manos, cargando cubos de cemento, echando mezcla con cuchara de albañil, subidos a andamios a más de treinta metros de altura, sin seguridad, con cascos sucios, con lluvia, nieve, sol que raja las piedras, o viento huracanado, llorando en la noche por las ampollas, preguntándose entre todos ellos en el único bar del pueblo roñoso, pestilente, tomando un café mezcla, al inicio, y con el tiempo bebiendo alcohol barato, vino de tretra brik por el tiempo que duraría tal suplicio, y que habrían hecho para merecerlo, mientras con el paso de las semanas los menos pervertidos por la crueldad que les atenazó el alma a todos en sus burbujas de poder, comenzasen a comprender lo que habían hecho, la asfixia que habían impreso a seres que entonces ni siquiera consideraban humanos, a los que tenían ubicados socialmente por debajo de sus mascotas, incluso de los animales del zoológico, de quienes entendían requerían mayores cuidados que sus propios empleados. Y los que no tuviesen aguante para el trabajo, a dormir en las esquinas apestadas de cáscaras de tubérculos baratos y salpicadas de botellas del primer aguardiente de la prensa, recogiendo cabos de cigarrillos, empujados por los buenos obreros cada vez más al margen del pueblo y más cerca del basurero. Les pondremos también como hicieron ellos, unos curas con grandes templos que a cambio de una entrega absoluta les arrojen unos rescoldos de banquetes pasados, aún así se salvarán de que esos prelados se beneficien las postrimerías sus hijitos, detrás en la sacristía. Imagínatelos discutiendo entre ellos cuando unos comenzasen a visibilizar el daño ocasionado, mientras los otros tozudos en su incapacidad para distinguir el bien del mal, no solo continuasen sorprendidos con el castigo reformatorio, sino que formasen cédulas con el fin de rebelarse al sistema impuesto, y los que se distanciasen de los “desafectos” fuesen a informar a la policía que habríamos organizado, con idénticos mecanismos de actuación que la que los protegía a ellos y sus intereses, y entonces entrase a sus apartamentos tirando la puerta abajo y tras un buen ramillete de porrazos, puñetazos y patadas, los subiesen a una patrulla camino a un calabozo donde esperarían unos pocos días en recibir la condena de jueces tan imparciales como los que ellos manejaban a su antojo, recibiendo penas de mínimo veinte años de reclusión en una prisión infecta sin derecho a revisión de pena, por pertenecer a una organización terrorista con fines de atentar contra la autoridad establecida. Sus esposas deberían salir a trabajar de lo que fuese si quisiesen comer. Algunas, las más “buenorras” desde los cánones patriarcales, que aun después de parir como lazo al patrimonio, y tras las toneladas de potingues de calidad, seguían estando de buen ver, acaso preferirían ir a alquilar servicios sexuales en la parte trasera de las chatarras de coches que pudiesen permitirse los puteros, sobre tenazas, llaves, cubos de albañil, cal y cemento, con mucho sigilo ya que la prostitución estaría prohibida en el pueblo para pobres y a la que atrapasen podría ir a pasar unas cuantas navidades en la prisión contigua a la de su esposo, dejando los niños en caso de que hubiese, al cargo del estado con los recursos de este destinado a ese tipo de criaturas. Hoy creo que sería magnánimo, pero llegado ese momento pondría a prueba mi compasión, de que madera estoy hecho, con la suerte de esos niños. Mientras las que ya de tanto tomar té con tarta por las tardes y de comer las exquisiteces que sus criadas sudamericanas o africanas les cocinaban al mediodía y por la noche hubiesen desarrollado prominentes abdómenes, caderas con más chicha que tendón y muslos fofos, tendrían la bendición de empoderarse, trabajando en el tajo, afianzarían la novísima vuelta de tuerca del feminismo dotando también de deberes la inacabada moneda que solo mostraba la cara de los derechos. O cualquier otro trabajo de provecho, sobre todo los que tendrían muy visto a lo largo de su vida privilegiada en las habilidades de su servidumbre, aunque probablemente no con ánimos de aprender. Podrían volcar todo lo aprendido, o más bien lo recordado de sus mucamas en las casas a las que fuesen a limpiar, lavar ropa, tender camas y asear inodoros empercudidos, de hogares súper humildes como el de ellas mismas, pero de albañiles y albañilas, mineros y mineras, deshollinadores y deshollinadoras, aplicadores y aplicadoras de alquitrán en la carretera, destapadores y destapadoras de cloacas, electricistas de postes de alta tensión, empleados y empleadas en mataderos, peones y peonas de campo, y un largo etcétera componente de los trabajos más duros en las clases bajas, que hayan asumido obedientemente el nuevo estado de las cosas y se hayan resignado a ser buenos ciudadanos y ciudadanas. Personas de bien y no terroristas o antisociales. Estas mujeres percibirían menos que las otras por media hora de fricción corporal, pero ni correrían riesgo de ir presas, de ser goleadas en la noche, abusadas en las furgonetas chatarra, ni de adquirir enfermedades venéreas, aunque no se salvarían de los cientos de enfermedades que esos trabajos, siempre, indefectiblemente, si no es una es otra, terminarán aportándoles a su salud: artrosis brutal prematura, neumonía, cúmulo de alergias, mordidas de perros, arañazos de gatos, contusiones por caídas, escoliosis, dolores de todo el cuerpo por el exceso de horas para cumplir la norma. Enfermedades degenerativas que más tarde o más temprano las retirarán del servicio doméstico con una ínfima pensión que les dará para descansar en paz esperando antes a la pelona en el lecho que al terrorista del marido, que en el mejor de los caso llegaría muy cambiado tras veinte años conviviendo con la peor calaña de la trena. En cambio imagínate a los que aceptasen el modo de vida mismo que ellos ofrecieron a sus subordinados. Al cabo de cuarenta años podríamos convocar una especie de congreso para compartir experiencias, aprendizajes, conminarlos mediante una suma paupérrima pero motivadora dados sus ínfimos emolumentos, a escribir, a dejar constancia de sus reflexiones, escarmientos, criticas, descargos en su favor, todo lo que se les ocurra, libertad expresiva por un mes para que, con arreglo a la ley y el orden por supuesto, manifestasen lo más granado que el acervo recogió de los cuarenta años de experiencia empática con sus ex antagónicos, la experiencia de la inversión de la tortilla. Imagínatelos con todos esos dedos enormes, como los de los albañiles que debieron comenzar a echar mezcla con el padre desde los doce años, con la carne de las yemas sin huellas dactilares engrosados bordeando la uña a tal punto que la hunden barnizada de mezcla endurecida por siempre, las palmas de la mano plagadas de relieves y rugosidades callosas que les convierte en un suplicio el simple hecho de poner en hora un reloj de pulsera, las caras deformadas por la ingesta de alcohol de altísima graduación y pésima elaboración, las orejas grandes, las calvas irregulares, el escaso pelo ralo, alambroso, la tez bruñida de mal sol, bronceado diferente al de cuarenta años atrás, tetas caídas de mala alimentación barrigas enormes de fritangas y caldos especiados con chorizo de lata, con los ojos rojos de resaca y el ceño vencido hacia las mejillas. Imagínate los resultados del simposium, dejaríamos participar también, por un fin de semana de manera oral, a los terroristas y a las putas desde las prisión, es casi más motivante conocer el crisol o acaso el carácter monolítico que arrojarían esas conclusiones, recogidas en una especie de “manual para la convivencia”, que el placer supremo de verlos trabajar y percibir el cheque de quinientos morlacos a final de mes que solo les alcanzase para arroz, papas, huevos algún pollo, unos tres bombillos encendidos a la vez en la casa, aguardiente feroz y jabón de lija. Que no te niego Albertico, lo placentero y reparador que sería verlos llorar como plañideras pero todavía más esperanzadora es la ilusión de poder leer sus observaciones al cabo.
-La verdad es que sí, deberíamos empezar a intentarlo. Pero después de la reunión ¿qué, los soltamos a todos, los invitamos a saltar del acantilado?
-No, ya tengo todo planeado. ¿Nunca viste esas películas en que un grupo de ricos buscan la forma de convencer a un mendigo para asistir a una caza, y cuando llega la hora le comunican que la presa será él? En algunas le ofrecen unos cuantos miles que podrá disfrutar si logra llegar a un punto generalmente lejano, en otras le ofrecen la vida. El argumento de esas pelis está tomado de la realidad, en un país que no recuerdo, desarticularon una banda que organizaba ese tipo de cazas a las personas más desgraciadas de la sociedad. Y que probablemente se replique en otros países con vigilancia nula de la ley, o de la justicia social. Pues mi idea es reproducir esas cazas, pero al rico. Ofrecerles a los afortunados que lograsen alcanzar ciertos límites dentro del territorio que deberíamos tener controlado para la ciudad reformatorio y alrededores, quedasen, de algún modo, libres, aunque jamás podrían regresar a su antiguas vidas, países, ni por supuesto a gozar de aquel poder y comodidades, pero disfrutarían de una vida más frugal, podrían gozar de un trabajo liviano incluso según la edad de una pensión justa que les alcanzase para algún pequeño lujo de vez en cuando. El único tema que debemos pensar para esa caza, es quienes serían los cazadores, que obviamente deberían provenir de los bolsones de seres damnificados por sus presas. Esto nos plantearía varios inconvenientes, el primero que se me ocurre es que si la caza la organizamos pasadas décadas de los abusos cometidos, habrá un problema de edad y acaso, la merma de los ánimos de venganza de la victima. Si lo organizamos apenas sean secuestrados para introducirlos en la ciudad reformatorio, cuando todavía esté fresca y vivaz la bronca de la victima, en caso de conseguir la libertad, el o la castigada no habría aprendido nada de lo que deseamos enseñarle. Luego está el detalle de la confidencialidad en la caza, y tener en cuenta que si bien comenzamos esta actividad lúdica más con el fin de establecer una justicia terrenal, al cabo de cada expedición o bien deberíamos realizar un trabajo minucioso con los cazadores para liberarlos de culpas, o bien deberíamos asumir los mecanismos de la naturaleza humana una vez que se tiene acceso al poder sobre las personas, y una vez que se experimenta el placer del resarcimiento a gran escala, no de la revancha de andar por casa, sobre conocidos, compañeros, vecinos incluso familiares, sino en una dimensión desconocida, a donde solo se llegaba con grandes sublevaciones, revoluciones altisonantes, pero sin necesidad de disfrazar la épica de un fin humanitario, sino de la más pura y auténtica venganza. La posibilidad de la revancha sobre el mayor culpable de los males, utilizando toda la fuerza que la bronca requiera o pueda producir, arribando al acto más liberador imaginable, pero admitiendo que deja un poso de mal, de conocimiento del placer de ocasionar daño, que de alguna manera justifica a cada ser maligno de este mundo previo y posterior al experimento, que atenta contra el propio fin de la ciudad reformatorio, ya que perpetúa la exacerbación de la crueldad siempre que el poder lo permita.
Salvando algunos pequeños detalles, de importancia pero no determinantes, Toscar y Albertico, tenían un proyecto sólido en mente. Faltaba un fuerte giro del universo para que también estuviese entre manos.
-No jodas Toscar, vamos a ver que podemos hacer para juntar unos morlacos y los sueños los dejamos para lo noche, en la soledad en que es menester recibir a Morfeo.