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18 marzo 2023 6 18 /03 /marzo /2023 18:12

Acaso más que a nada, yo le deba las ganas y la confianza para escribir a Enrique. Claro que primero estuvo Gladys y que todo parte de mi madre que garabateaba sus poemas y esos parientes paternos tan apegados a la literatura, que el que no parecía un escritor frustrado, era un pintor o un dibujante en sempiterna espera. Ningún músico, quizás con un mínimo de oído que me hubiese permitido reproducir Let it be sin que pensasen que estaba tarareando el happy birthday, yo habría sido el primero de la saga.

Una noche en que ya se había ido la mayoría de periodistas de la redacción del diario Nuevo Sur, donde  me desempeñaba como cadete de tráfico, Enrique me propuso escribir cada uno un cuento pequeño de una página y leerlo después, lo escribí a máquina, cosa rara porque mi pasión era garabatear papeles con mi letra de mosquitos aplastados y borrones de corrección, pero me señaló una máquina de escribir, y me dije "bueno, manos a la obra pequeño ruiseñor" , al cabo de un rato cambiamos las hojas, yo me sentía halagado de leer uno de sus historias antes que nadie, antes de que estuviese en una de sus columnas o revistas, pero mi sorpresa fue mayor cuando vino y me dijo "esto es una maravilla, ¿querés escribir en mi revista?".

No importaba que yo supiese que en ese entonces su revista estaba cerrada, que escribía notas para otros como en el caso de Sur, aunque sabía que la abriría en breve, lo importante era lo que le había provocado ese cuento, en el que recuerdo que descansaba cierta intuición, algo de cualidad natural para narrar y parte del acervo recabado durante tantas horas de lectura, de los, sin falsa modestia, mejores libros, y donde bauticé uno de los personajes más queridos, la casi perfecta Elektra. Tan efusivo se mostró que me invitó como siempre a tomar ginebra en el bar de enfrente a la redacción, pero esta vez pagando él.

Ya éramos en cierta forma compinches, y ese sucedáneo de la amistad nació de las aficiones mutuas. Una tarde cuando estaba casi en pedo, le ofrecí un trago de ron que yo fabricaba con el alcohol de 96 grados del botiquín, el té del termo, un poco de agua y una pizca de azúcar. Solía empezar a beberlo desde que llegaba al trabajo en los vasitos de café y té de color beige, así, sobre las doce de la noche hora de salida ya me iba listo para acostarme y dormir sin riesgo de insomnio. En pago a mi generosidad un día Enrique me llamó al baño que estaba a mitad de la redacción y me ofreció un "pelpa" de merca, envuelto en forma de sobrecito en papel glacé, como se usaba entonces en Buenos Aires, me pareció brillante ese intercambio que lo hicimos dos o tres veces más hasta que él advirtió que el ron no era de gran bouquet y me lo hizo saber, así que le conté como lo fabricaba a primera hora, y entonces me dijo:

-Quedate tranquilo, que la merca es un poquito de cocaína con bastante aspirina-  cosa que era de suponer, porque en aquel entonces las veces que yo daba un nariguetazo de merca, era para levantarme de la curda y sus pelpas solo me daban más sueño. Motivo suficiente para echarnos a reír y continuar con el intercambio nocturno, pero sin la magia de la ingenuidad.

Al final ni escribí en Cerdos y Peces ni nos vimos más, tras un día cercano a ser invitado a dejar el diario por la dirección, en que Symns me invitó a una fiesta de Cerdos, tocaban unos jovencísimos "Los Piojos", a donde acudí con mi amigo Marcelo, y cuando estaba sentado en una banqueta de la barra, se acercó la musa de Enrique, Vera Lamb, en medio de la charla le toqué las tetas y cuando empezaba a transmitir la sensación desde la yema de mis dedos a través de los vaso conductores hacia la raíz y el tallo, me soltó una piña en pleno rostro que fui caer de espaldas al suelo del bar, del que me recogió Marcelo invitándome a dar por cerrada aquella noche de rock autóctono. Nunca más vi ni supe de Enrique, más allá de que seguía escribiendo y buceando en el under porteño, imaginé que seguiría cambiando merca trucha por tragos más o menos trucados.

Hoy me entero de que se fue este hidalgo del reviente, que vivió entre gitanos en Andalucía, que dirigía revistas que acogían a todo aquel que deseaba escribir una página como Bukowski, padrino espiritual de los Redonditos de Ricotta, amante de Vera y alter ego de Luca Prodan.

Adiós Enrique, buen shot.

 

Buen viaje Enrique Symns
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Published by martinguevara - en Argentina frizzante Opinion crítica. Relax

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