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9 marzo 2023 4 09 /03 /marzo /2023 17:07

Cinco cartas de Ernesto Guevara de la Serna a su esposa de entonces, Aleida March, en diferentes etapas desde que abandonó su comodidad en el poder cubano, para concretar sus ideas de lucha por el mundo África, Praga, Bolivia cerca del fin, muestran la pasión del Che por la epístola y el amor a la poesía.

Mi única en el mundo:

(Se lo pedí prestado al viejo Hickmet)

¿Qué milagro has hecho con mi pobre y viejo caparazón, ya no me interesa el abrazo real y sueño con las concavidades en que me acomodabas y en tu olor y en tus caricias toscas y guajiras?

Esto es otra Sierra Maestra pero sin el sabor de la construcción ni, todavía al menos, la satisfacción de sentirlo mío.

Todo transcurre con un ritmo lento, como si la guerra fuera una cosa para pasado mañana. Por ahora, tu temor de que me maten es tan infundado como tus celos.

Mi trabajo se compone de la enseñanza de francés en varias clases al día, aprendizaje de swahili y medicina. Dentro de unos días comenzaré un trabajo serio, pero de entrenamiento. Una especie de Minas del Frío, de la de la guerra; no la que visitamos juntos.

Dale un beso cuidadoso a cada crío (también a Hildita).

Sácate una foto con todos ellos y mándala. No muy grande y otra chiquita. Aprende francés, más que enfermería y quié­reme.

Un largo beso, como de reencuentro.

Te quiere

Tatu

No me chantajees. No puedes venir aquí ahora ni dentro de tres meses. Dentro de un año será otra cosa y veremos. Hay que ana­lizar bien eso. Lo imprescindible es que cuando vengas no seas “la señora” sino la combatiente, y para eso debes prepararte, al menos en francés…

Así ha pasado una buena parte de mi vida; teniendo que refrenar el cariño por otras consideraciones y la gente creyendo que trata con un monstruo mecánico. Ayúdame ahora, Aleida, sé fuerte y no me plantees problemas que no se pueden resol­ver. Cuando nos casamos sabías quién era yo. Cumple tu parte de deber para que el camino sea más llevadero, que es muy largo aún.

Quiéreme, apasionadamente, pero comprensivamente, mi camino está trazado, nada me detendrá sino la muerte. No sien­tas lástima de ti; embiste la vida y véncela, y algunos tramos del camino los haremos juntos. Lo que llevo por dentro no es ninguna despreocupada sed de aventuras y lo que conlleva, yo lo sé; tú debías adivinarlo […].

Educa a los niños. No los malcríes, no los mimes demasiado, sobre todo a Camilo. No pienses en abandonarlos porque no es justo. Son parte nuestra.

Te abraza con un abrazo largo y dulce, tu

Tatu

Mi querida:

Alcancé la otra carta que te mandaba. Todo se precipitó en forma contraria a las esperanzas. El desenlace te lo puede contar Osmany; solo te diré que mi tropa, de la que me sentía orgulloso y seguro los primeros días, se fue diluyendo, o mejor dicho, reblandeciendo como manteca en la sartén y se me escapó de la mano. Volví, por el camino de la derrota, con un ejército de sombras. Ya todo ha pasado y viene la etapa final de mi viaje y la definitiva; solo me acompañarán ahora un puñado de elegidos con estrellas en la frente (las martianas, no las de comandante).

La separación promete ser larga, tenía la esperanza de poder verte en el tránsito de lo que parecía una guerra larga, pero no fue posible. Ahora habrá entre nosotros una cantidad de tierra hostil y hasta las noticias encarecerán. No te puedo ver antes porque hay que evitar toda posibilidad de ser detectado; en el monte me siento seguro, con mi arma en la mano, pero no es mi elemento el deambular clandestino y tengo que extremar las precauciones.

Ahora viene la etapa verdaderamente difícil para todos y hay que prepararse a soportarla; espero que sepas hacerlo. Tie­nes que soportar tu cruz con entusiasmo revolucionario. Si llego a destino, cuando lo sepan, harán todo por ahogar la cosa en germen y las medidas profilácticas de aislamiento se harán más rígidas. Siempre encontraré la manera de hacerte llegar unas líneas, pero si no se puede no pienses lo peor; en el punto de destino seré fuerte otra vez, a pesar de la diferencia de medios que tendré al principio.

Me cuesta escribir; o son los detalles técnicos que no deben interesar, o los recuerdos de toda la vida pasada que tardará en volver. Porque has de saber que soy una mezcla de aventu­rero y burgués, con una apetencia de hogar terrible pero con ansias de realizar lo soñado. Cuando estaba en mi burocrática cueva soñaba con hacer lo que empecé a hacer; y ahora, y en el resto del camino, soñaré contigo y los muchachos que van creciendo inexorablemente. Qué imagen extraña deben hacerse de mí y qué difícil será que algún día me quieran como padre y no como el monstruo lejano y venerado, porque será una obli­gación hacerlo.

Cuando arranque te dejaré unos libros y notas, guárdalos. Me he acostumbrado tanto a leer y estudiar que es una segunda naturaleza y hace más grande el contraste con mi aventure­rismo.

Como siempre, te había hecho un versito y, como siempre, lo rompí. Cada vez soy mejor crítico y no quiero que me pasen accidentes como los de la otra vez.

Ahora, que estoy encarcelado, sin enemigos en las cercanías ni entuertos a la vista, la necesidad de ti se hace virulenta y tam­bién fisiológica y no siempre pueden calmarlas Karl Marx o Vla­dimir Ilich.

Dale el beso especial a la cumpleañera; no le mando nada porque es mejor desaparecer totalmente. Te vi de poses en una tribuna, estás de lo más bien, casi como en los días felices de Santa Clara. Yo también me aproximé a ese ideal, pero ahora vuelvo a ser el insignificante Sansón Pelao.

Educa los niños. Siempre me preocupan los hombres, sobre todo, e insístele al viejo para que los visite. Dale un abrazo a los buenos viejos que tienes por allí y recibe el tuyo, no el último pero con todo el cariño y la desesperación como si lo fuera. Un beso.

Ramón

Me cuesta escribir; o son los detalles técnicos que no deben interesar, o los recuerdos de toda la vida pasada que tardará en volver. Porque has de saber que soy una mezcla de aventu­rero y burgués, con una apetencia de hogar terrible pero con ansias de realizar lo soñado. Cuando estaba en mi burocrática cueva soñaba con hacer lo que empecé a hacer; y ahora, y en el resto del camino, soñaré contigo y los muchachos que van creciendo inexorablemente. Qué imagen extraña deben hacerse de mí y qué difícil será que algún día me quieran como padre y no como el monstruo lejano y venerado, porque será una obli­gación hacerlo.

Cuando arranque te dejaré unos libros y notas, guárdalos. Me he acostumbrado tanto a leer y estudiar que es una segunda naturaleza y hace más grande el contraste con mi aventure­rismo.

Como siempre, te había hecho un versito y, como siempre, lo rompí. Cada vez soy mejor crítico y no quiero que me pasen accidentes como los de la otra vez.

Ahora, que estoy encarcelado, sin enemigos en las cercanías ni entuertos a la vista, la necesidad de ti se hace virulenta y tam­bién fisiológica y no siempre pueden calmarlas Karl Marx o Vla­dimir Ilich.

Dale el beso especial a la cumpleañera; no le mando nada porque es mejor desaparecer totalmente. Te vi de poses en una tribuna, estás de lo más bien, casi como en los días felices de Santa Clara. Yo también me aproximé a ese ideal, pero ahora vuelvo a ser el insignificante Sansón Pelao.

Educa los niños. Siempre me preocupan los hombres, sobre todo, e insístele al viejo para que los visite. Dale un abrazo a los buenos viejos que tienes por allí y recibe el tuyo, no el último pero con todo el cariño y la desesperación como si lo fuera. Un beso.

Ramón

Amor: ha llegado el momento de enviarte un adiós que sabe a campo santo (a hojarasca, a algo lejano y en desuso, cuando menos). Quisiera hacerlo con esas cifras que no llegan al margen y suelen llamarse poesía, pero fracasé; tengo tantas cosas ínti­mas para tu oído que ya la palabra se hace carcelero, cuanto más esos algoritmos esquivos que se solazan en quebrar mi onda. No sirvo para el noble oficio de poeta. No es que no tenga cosas dul­ces. Si supieras las que hay arremolinadas en mi interior. ¡Pero es tan largo, ensortijado y estrecho el caracol que las contiene, que salen cansadas del viaje, malhumoradas, esquivas, y las más dulces son tan frágiles! Quedan trizadas en el trayecto, vibracio­nes dispersas, nada más. […].

Carezco de conductor, tendría que desintegrarme para decír­telo de una vez. Utilicemos las palabras con un sentido cotidiano y fotografiemos el instante.

Así te quiero; mirando los niños como una escalera sin histo­ria (allí te sufro porque no me pertenecen sus avatares), con una punzada de honda en los costados, un quehacer apostrofando al ocio desde el caracol […].

Ahora será un adiós verdadero; el fango me ha envejecido cinco años; solo resta el último salto, el definitivo.

Se acabaron los cantos de sirena y los combates interiores; se levanta la cinta para mi última carrera. La velocidad será tanta que huirá todo grito. Se acabó el pasado; soy un futuro en camino.

No me llames, no te oiría; sólo puedo rumiarte en los días de sol, bajo la renovada caricia de las balas […].

Lanzaré una mirada en espiral, como la postrera vuelta del perro al descansar, y los tocaré con la vista, uno a uno y todos juntos.

Si sientes algún día la violencia impositiva de una mirada, no te vuelvas, no rompas el conjuro, continúa colando mi café y dejáme vivirte para siempre en el perenne instante.

El Che escribiendo

El Che escribiendo

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4 marzo 2023 6 04 /03 /marzo /2023 19:50

Creo que la buenaventura, esa que otros llaman dios o cosas así, me dio más que a Elon Musk. A los treinta y cinco años yo tenía que haber muerto varias veces, y no solo no la espiché, sino que aunque un poco tocado en algunas esquinas, en otras soy un toro. Que digo un toro, un león. Que digo un león un tigre diente de sable..

Lógicamente modifiqué algunos hábitos, hago ejercicios dos horas al día seis días a la semana, no fumo ni tabaco ni porros, no bebo, no meto cocaína ni ácidos, ni otras pastillas que las recetadas para el cuore. Como bien, singo pausado, sin prisa, sin locura, sin arrebato, allegro ma non troppo. Hoy al pasar frente al espejo del vestuario del gimnasio, vi que tenía un pliegue de la nalga demasiado acusado y la bolsa de los huevos cayendo a la misma altura que el glande del rabo, está bien que mi rabo no es el del moreno del whatsapp pero tampoco como para dejarse empatar así, y entonces me dije "coño man ¿qué más quieres? lo importante es que estás aquí!"

La universidad de los límites de la vida no enseña nada que sirva de verdad, excepto una cosa, que nada puede enseñarte lo que te enseña vivir al límite.

Muchos que vivieron como yo, se fueron, los que conocía de esos estarán esperándome unos con los brazos abiertos, otros en guardia. Demasiados quedaron hecho un estropicio que ni siquiera pueden camuflar, agradezco a cualesquiera que sean los vientos  que lleven la suerte y a la depositen en el lado adecuado de la delgadísima línea entre una cosa y la otra, por poder decir, heme aquí, tembonsón y relativamente cómodo con lo que soy.

Pero ¿qué soy, en qué me ha convertido tanto cuidado por no acompañar a mis compinches de huída por el filo?

¿A qué huelen hoy mis blue jeans si ya no están empercudidos del polvo de la pasión y solo le caen pequeñas motas de la buena senda? ¿Qué reemplazó a la sonrisa amenazante, a las puntas desprolijas moviéndose al son de unos versos declamados en pedo o de una versión plenamente libre de un pasaje de Erasmus de Rotterdam, sacado del pequeño libro de papel de arroz, bordes bañados en oro y tapa de cuero fina, que conservaba como única posesión junto a las Adidas Nadi de Dina? ¿A dónde llevarían aquellas plegarias al sol?

¿Tuvieron reemplazo aquellas zapatillas en cuanto el calcañar perforó la suela tras diez años de uso?

Lo esencial se resume en el condimento, el resto solo es gas.

Gas, gas, gas.

 

Viejas Adidas Nadi de Dina

Viejas Adidas Nadi de Dina

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3 marzo 2023 5 03 /03 /marzo /2023 13:51

Isabel Díaz Ayuso, como recomienda su consejero de imagen, espoleó con fuerza a la pinza para que se le vaya al galope, pero muy, muy lejos.

Ya cuando subía al estrado antes de ser presidenta con su camisa verde olivo, decía un agravio detrás de un disparate sin inmutarse, olía a una política audaz con una temeridad limítrofe. Cuando consiguió su primer gobierno a través de lo que hoy ella misma denomina “conspiración para el poder” con Vox y ciudadanos, contra Gabilondo que había ganado claramente las elecciones, abría los ojos como el dos de oro cada vez que se le acercaba una cámara, su avidez de fama había puesto de relieve lo que le decían de pequeñita “ay que mona, que ojazos que tiene” y donó a la antología de “memes” un buen puñado de instantáneas con semblante de gemela de la muñeca Annabelle.

Tras la segunda legislatura en la que ganó con mayoría suficiente, fue aminorando el esfuerzo que requiere semejante apertura de los párpados, y comenzó a centrarse más en sonreír con ternura entre los suyos y los de Vox, pero con una actitud adusta en presencia de la oposición, no tanto la de Madrid, a al cual inteligentemente despreció desde el inicio, sino al gobierno Nacional, y casi con exclusividad obsesiva, a Pedro Sánchez. Si fuese una novela Venezolana escrita por Izaguirre, lo más probable es que adjudicasen esa fijación a un enamoramiento tan excesivo como poco correspondido, que sólo puede manifestarse a través de hostilidades y cualquier freudiano lacaniano advertiría sobre una pasión latente por las políticas revolucionarias expresadas en sus constantes manifestaciones iconoclastas y rebeldes casi adolescentes. Tan fue así que demostró su fuerza y su incorrección cargándose al presidente de su propio partido, y consiguió que todos olviden las razones más acuciantes de ese fratricidio, una seria acusación de Pablo Casado sobre la poco decorosa comisión del hermano de Ayuso por surtir de mascarillas la Comunidad de Madrid en un delicado momento de catástrofe sanitaria nacional.

Ayuso no mide el riesgo, o al menos eso intenta trasladar al votante conservador madrileño que en los últimos años se han convertido en mayoría, en esa identidad esquizofrénica de la capital de España, que fue la primera a nivel mundial en rechazar casi de manera unánime la invasión a Irak de Bush, Aznar y Blair, que a nivel de comicios nacionales suele manifestarse a favor del progresismo, peor que en la dimensión comunitaria elige lo más conservador, sea cual sea el nivel de infracciones o delictivo de sus dirigentes, así pasaron de un Gallardón tolerante y famoso por su concordia y buenos modales, a una Aguirre jefa absolutista y omnipresente en una cúpula famosa por un derroche de corrupción, seguida de Cifuentes, tan liviana en costumbres que robaba cremas en las grandes superficies y falsificaba títulos.

Ayuso supo leer una avidez colectiva por la frivolidad, en la voluntad de los madrileños de elegirla a ella con su escasísima cultura general, haciéndolo público con sonados dislates incluso en los temas más inherentes a la derecha conservadora española como el conocimiento de la dinastías regias asturianas y leonesas, o la génesis de lo que se denomina el mundo occidental, frente a un Gabilondo, leído, culto, cívico, enfundado en la concordia y los buenos modales.

Hoy vuelve a mostrar el más mínimo respeto por los protocolos, las jerarquías, los modales, la política acartonada española, pero también la cultura cívica, en su desplante a Bolaños, en la licencia para que su jefa de protocolo llegue al punto de tomar al ministro por la cintura haciéndole un tackle de rugby para que impedir que este no avanzase hacia la línea del try.

Ayuso hizo de esta virtud circunstancial del desparpajo y  la falta de respeto a la institución y  a la cultura, un arma, pero que puede terminar siendo de doble filo, porque si bien hoy es su sello identitario y su mayor reclamo publicitario, incluso mayor que su aspecto ciertamente atractivo con esa fabulosa "cara de cine mudo" como dice el gran Raúl del Pozo, que los Stones y los Sex Pistols no habrían dudado en usar en las portadas de sus vinilos, cualquier día, en esa Madrid esquizofrénica, de dos caras tan marcadamente diferenciadas que emergen en el menos pensado o más urgente de los casos, podría convertirse en el mayor de sus enemigos. Porque allí donde hoy importa más tomarse cañas  en cuarentena que siete mil ancianos muertos, mañana puede invertirse la ecuación y tal como hoy los barrios obreros la votan, pueden pasar a ser los barrios más refinados quienes la denosten. Todo puede cambiar en una tarde según el cariz del mentidero. Una moneda de dos caras, oro y lodo.

Oro y lodo
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25 febrero 2023 6 25 /02 /febrero /2023 17:11

El ocho de Mayo de 1945 mientras Alemania ofrecía su rendición y con ello se declaraba el fin de la Segunda Guerra Mundial, miles de personas morían aún producto de las bombas arrojadas por aviones que ya habían partido con la orden de bombardear, soldados que aún cumplían las órdenes de luchar, nazis que todavía estaban a cargo de infelices moribundos a los que debían asesinar y que no conocían las últimas novedades.

En las guerras anteriores esto ocurría exponencialmente, a veces tardaban días las tropas en conocer la orden del fin de las hostilidades y continuaban lidiando en batallas sangrientas en las cuales morían miles de personas en tiempos que técnicamente, ya eran de paz, incluso hoy con toda la tecnología que nos narcotiza, si se detiene de repente una guerra se le puede avisar en el instante a los aviones, morteros, barcos, batallones, pero las bombas, los misiles o las balas ya disparadas continuarían hasta su destino final de carne, hueso y cal.

Hoy al despertarme apagué primero el ventilador, encendí luego la música de una lista de blues de Spotify y atravesé el pequeño salón de mi reducido pero coqueto apartamento de estudiante lascivo con el fin de hacerme desayunos lavarme cara boca y nudillos ( es que soñé que ganaba en una pelea a muerte de Kung Fu) y de repente me percaté que en el aire continuaba una estela del viento reciclado que el ventilador había estado dispensando toda la noche y los blues, si bien ya desperezaban los acordes de sus doce compases, también era notable la catarata de silencio que los acompañaba de manera predominante, el ruido del silencio convertido en macho alfa rabiando contra el residuo del viento artificial y los punteos iniciales de "Three O'clock in the morning".

Continué mi camino a la cocina asombrado por el fenómeno, abrí la nevera para sacar la leche de avena y el viento despeinó aún más mi cabellera matutina y los punteos ya reñían de manera ostensible con el silencio, casi parecía una pieza sublime por la variación en la sonoridad de las cuerdas, aún cuando conservaban los acordes de la pieza original, el sonido era totalmente distinto, donde habitualmente se escuchaba el tañer del mástil ahora aparecía un ruido apagado, hueco, terminal, ahogado, y allí cuando normalmente se había escuchado una acorde agudo descendía en barrena con un eco bajo, grave, emparedado.

No admití estar asustado pero lo estaba, puse el agua calentar sin mirar atrás, abrí la ventana de la cocina, en el suelo había pequeñas manchas de aceite que habían dejado unos trocitos de cebolla asada la noche anterior, me agaché a limpiarlas con un trapo empapado de agua hervida y pretendí que con esa ocupación doméstica desaparecerían los efectos tardíos del viento del silencio, pero no habían hecho más que comenzar. Salí de la cocina camino al baño sin ocultar ya mi alarma, hice una parada antes para cerciorarme de que el ventilador estaba apagado y de que la aplicación musical funcionaba bien, en efecto, todo eso estaba en orden, pero el viento no cesaba de crecer en su ímpetu y el silencio de ir ocupando espacios, que nunca antes había conquistado, abrí las ventanas y no llegaban sonidos del exterior excepto el esfuerzo de un córvido que estaba logrando atravesar nuevamente la cerca anti pájaros de mi edificio, de regreso al aire libre, pero todos los demás sonidos habituales, casi permanentes, habían dejado lugar a los acordes confusos de un blues irreconocible, aunque aún bello. El soplo cada vez más fuerte del viento carecía de sonido, cerré la ventana para asegurarme que los objetos que comenzaban a perder su equilibrio por la ventolera, permaneciesen flotantes, no enraizados, en casa y me dirigí al baño a duras penas, tuve que lavarme los dientes en medio de un ciclón silencioso, en un caos sedado. 

Con el susto creciendo en el cuerpo abrí la ventana del baño que da a la otra cara del apartamento, entonces escuché ladrar al chihuahua de mi vecina, un golpe de sol barrió el fresco de mi cara, se escuchaba clara la voz y la guitarra de BB King, y para cerciorarme llamé con un silbido a la vecina que de inmediato acudió y sonriendo me preguntó:

-¿A dónde vas con esos pelos?

La saludé pero no hablé demasiado porque tenía la voz entrecortada, le dije que después nos veríamos y volví a cruzar el apartamento coqueto de soltero libidinoso hacia el otro lado, abrí la ventana y ahí estaban todos los sonidos de la calle, ya no había viento, el blues sonaba limpio, y el pájaro había dejado de aletear rindiéndose a su suerte. Regresé a la cocina donde ya no soplaba el viento ni había manchas de aceite y tomé con prisa la escoba, fui a la ventana más cercana a donde estaba el córvido resignado, extendí la escoba y le di unos suaves pero decididos golpecitos con la parte de los pelos de la escoba al trasero del ave atrapada, hasta que entre mi utensilio y su renovado aleteo, no sé si merced de haber percibido la cercanía de la salvación o por terror a mis intenciones envidiosas propias de todo ser no volador, el pájaro, seguramente con su lección bien aprendida, salió despedido hacia el sol creando un contraste extremo entre su negro bruñido y el resplandor de Agosto.

Entonces regresé a la ventana del lado de mi vecina con una brisa cálida en la nuca y los estertores de Three O'clock in the morning y, tras silbar para que se asomase, le dije en respuesta a su pregunta:

-Nada, es que soñé que peleaba Kung fú en el final de una guerra, y desperté de repente para evitar daños innecesarios en este páramo de virtudes, armonía y aire fresco- y me respondió:

 

- Vale, pero péinate que pareces un cuervo loco.

Curvo atrapado y liberado

Curvo atrapado y liberado

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23 febrero 2023 4 23 /02 /febrero /2023 21:25

Ocurrió todo junto.

Ya hace unos pocos años conecté por una red social con un amigo de la infancia de antes de ser arrancado de mi Argentina a la que nunca jamás regresé ni podré regresar, pero que también, en contrapartida, permanece incorruptible, impertérrita en mi interior, que al fin y al cabo, es lo más cercano a lo que aspiramos sea "la realidad".

Todo la ópera bufa posterior, la referencia a ese país de presos, de muertos y torturas, el retorno frustrado, el re-regreso para bucear en lo profundo de la oquedad donde un intersticio señalado, entre las heces de su intestino ofrecía un suspiro hecho senda, a contraluz, como único camino para llegar al fondo de mi esencia en este rarísimo cúmulo de laberintos llamado vida, y al confín del castigo por haber supeditado mi escuela, mis amigos, mi camino, mi timidez, mi playa, mi ciudad, mis chicles y mis chocolates, a anhelos ajenos, de manera tan temprana y abrupta.

Raul, que junto a Juan Martín y Silvina eran mis queridos amigos que me fueron a despedir y a soplar las velitas de la torta de mi décimo cumpleaños en la estación de Retiro, el 3 de Mayo de 1973, cuando abandonamos para siempre mi único nido, mi ultima cueva, montados en un precioso tren de camarotes rumbo a la Cordillera de los Andes, para perdernos tras las bambalinas para ensayar una mediocre tragicomedia hasta que la sala, llena de almas y sombras, diese el visto bueno para irrumpir bajo las luces con una instalación inmóvil, hierática: el musical de la putrefacción.

En ese momento me alegré de volver a saber de mi amigo de aquel lejano adiós, mi madre había guardado una foto donde hacíamos un trencito jugando frente a mi casa en la calle Hipólito Yrigoyen. Ayer Raul, puso en las redes una foto de su participación en el maratón de Boston, el mismo en que años atrás fue protagonista de un terrible atentado con bomba contra los corredores. De repente como si volviese de alguna manera a aquella acera a engancharme con las manos en la cadera de uno de mis amigos y sentir a otro detrás para a dar pasos acompasados haciendo sonar un pito de locomotora, me situase en el barrio de Florida, y transformase aquella despedida de la estación Retiro a punto de abordar el tren en solo una ilusión onírica, constituida en capítulos de despertares y pesadillas que nunca tuvieron lugar más que tras esas bambalinas, donde entonces, se ensayó un pelmazo de drama.

Mi amigo Raulito, con mi misma edad corre 42 kilómetros en Boston, fue como un pellizco en la carne blanda del antebrazo, entonces no había soñado, el mundo existe, la gente puede ganar, mis amigos son de carne y de metal como lo eran en aquel trencito, entonces las cosas de la vida no fueron en vano, mi amor a mi Cocosito está en un cajón y el dueño del kiosco al que le robé un manojo de chicles Bazooka sigue corriendo detrás de la esquina.

Un instante, solo un instante me recorrió la existencia, Raul cubriendo la maratón de Boston, me comentó que también estuvo el día del bombazo, en ese ínfima charla por internet sentí que volvía a hablar, a vivir de verdad, que saltaba de los tablones de aquel escenario y regresaba a mi vereda. Unos minutos más tarde leí el artículo de Clarín que el otro día, previo disculparse con genuina modestia, puso en esta red, sobre la empresa de los viejos que claro, cuando creció, pasó a gestionarla él, que construye esas formidables ventanillas, baúles de coches, y otras autopartes con una dedicación y detalle tal, que Toyota puso de ejemplo de perfección austral, dándome de propina un orgullo firme por algo de mi país que fuese más allá del fútbol y la pizza de Güerrin, la literatura, el olor a la boca de subte, el pebete de salame y las latas de galletitas de los almacenes viejos. Sobre el final del artículo leí que también la empresa de Raul produce autopartes para ferrocarril, acaso gracias a un enganche salido de su fábrica, mágico pero tan real como medio siglo, pude subirme nuevamente a ese vagón de camarotes, con las manos ocupadas de regalos, la barriga atestada de torta de chocolate pero no en dirección a la cordillera, sino de vuelta a casa, a la vereda donde enganchan los vagones nuestro trencito. Y toda aquella sal de lágrimas se transformó en una sonrisa, desde adentro, desde el interior, que no es otra cosa que lo que llamamos realidad.

El trencito
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20 febrero 2023 1 20 /02 /febrero /2023 20:35



La cajita de fósforos
Una querida amiga estaba de visita en casa la semana pasada y en un momento que intentábamos entrar en una determinada página web, el sistema me re direccionó a otra página en la que aparecían exuberancias y voluptuosidades poco destacables por su discreción, al instante apresuré el mouse buscando abandonar una situación embarazosa que podía revelar alguno de mis suplementos en más de una medianoche impía, acompañando la prisa con excusas típicas de mal perdedor, ya que no hacia falta explicar nada, todo el pescado estaba vendido, pero aún así es comprensible que el chorro de sangre que sube por las mejillas, exhorte aunque sea a un tímido intento de nobleza exculpatoria.
Luego ingresamos a la página que queríamos entrar en un inicio, mientras nos reímos de como a veces aquellos auxilios binarios al llamado del "mantecado celestial", cobran vida propia y deciden presentarse según sus propios criterios y decisiones.
Más tarde mientras íbamos a un pueblo típico del campo, mi querida y bella amiga empezó a comentarme, advirtiéndome que lo hacía sin acritud, que un amigo gay le contó que cuando quería ver una película porno para encender su cacerola, no veía películas gays, sino heterosexuales, y concluía que todos los que ven películas porno, en lugar de calentarse con la cajita que guarda los fósforos se deleitan, consciente o inconscientemente, con la imagen de los fósforos; o sea que todo aquel que le concede unos minutos al séptimo arte del desenfado, alberga un gay agazapado, perdido en el subconsciente por el batallador embutido de tendones y venas, que todo aquél que se deja llevar por esas imágenes jadeantes, cadenciosas, lujuriosas de hembras insaciables que socorren las fantasías provenientes del nido del marote, en realidad no miran la cajita, sino que miran el fósforo.
No le veía demasiado sentido a tal sentencia aunque tampoco la encontré descabellada del todo, pero en lugar de oponer mi criterio me sentí invitado a contarle como desde hacía relativamente poco, en mi edad, había descubierto una forma de satisfacción gracias a las computadoras y la red que mezclaba la comunicación con partenaires de verdad con fantasías espontáneas guardadas en los tupperware de las babas contenidas, y me di cuenta que por primera vez hablaba de esta práctica, los "pali-pajas", o "paji-palos" como los bauticé al notar que la mitad de ellos aproximadamente, eran auténticos actos sexuales llevados a cabo por una pareja, toda vez que cuando llamamos acto sexual, incluyamos también ese altísimo porcentaje de ojos cerrados, imágenes complementarias recorriendo el iris resguardado por los párpados, ora de la vecina, la suegra o la compañera de trabajo, y la otra mitad compuesta de pura fantasía y autosatisfacción.
La primera vez, como casi todo, empezó por casualidad en uno de esos chats: "te mando un beso, pero mis besos son traviesos y por más que los mande a la mejilla a veces se escapan por el cuello, el escote, o las caderas, en fin, tú discúlpalo" y luego rematando el mensajito con un precavido: "jaja", para recibir a continuación la respuesta: "jajaja"- La cama lista y el champán servido. De ahí pasó a: "como me gustaría hacerte esto por aquí" o "lo otro por allá" y del trote al galope y de ahí al desboque, dando rienda suelta a los "que rico, que sabroso, mima, papi, toma, dame" y la mar en bote.
Fui perfeccionando mis técnicas de captación, y así surgieron como en la vida real, casos en que debí cortar apenas empezados, siendo los menos habituales porque la decisión de lanzarse generalmente es algo consensuado mediante refinadas señales improvisadas pero muy concretas, lo cual no obsta para que de vez en cuando el radar pueda errar una señal o que aun habiendo sido confiable, la jugadora se deje llevar por cierto pudor de última hora, pero en general se sucedieron una retahíla de partidos de este novedoso juego lascivo y creativo a la vez.
No hay reglas, solo una sugerencia planteada por el sentido común, es mejor que los jugadores no se conozcan para permitirse imaginar el olor perfecto, el aliento, la voz, la piel y poder siempre cuadrar los atributos con las preferencias en cuanto a forma, textura y volumen.
Sólo debo decir para quienes puedan sospechar que el ejercicio virtual puede ir en detrimento del presencial, que nada hay más erróneo, no es supletoria ni excluyente, sino complementaria.
Durante la época más álgida de las refriegas virtuales fue también cuando más empujado me sentí a vivir relaciones presenciales esporádicas. Ambas con gran respeto, pero sin inhibiciones ni tupperwares que retornen cerrados a la nevera, disfrutando de ese casi único capital que la edad nos declina: saber lo que nos interesa y lo que no, e ir a por ello sin pruritos.
Llegamos al pueblo con la boca seca y los patitos alborotados.
De modo que si las preferencias de repente se ven invadidas en las fantasías por sujetos y objetos extraños, bienvenidos sean. Lo que no mata, ni engorda, hace cuchi cuchi dentro de la cajita.

 

Cerillas Be bop

Cerillas Be bop

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19 febrero 2023 7 19 /02 /febrero /2023 13:41

La serie de escritos Bizarros, constituye una reacción a esta corriente de desonfianza no solo de los hombres, sino de las mujeres y su libertad a experimentar con soltura todas las posibilidades de la líbido. El erotismo.

Antes de que se consiga crear un mundo donde sea condenado toda mirada o gesto de llamado a los fluidos más naturales y ancestrales de la especie, no solo una condena conceptual que ya es grave, sino sentencias susceptibles de décadas de prisión, debemos analizar cada rincón del problema para allí donde esté reinfectando lo que costó siglos sanar, detenerlo, cada uno con sus rudimentos, en el caso de "Biizarro", es la palabra.

Hay que mostrar que la mujer y el hombre luchamos unidos para unas libertades sexuales, de disfrute hedonista, lúdico, fuera de la alienación de la cadena de producción y de los prejuicios monacales atávicos que hoy retornan disfrazados de conquistas, y no son más que anacronismos que vuelven a atentar contra la libertad, el gozo y el goce, en el sentido de satisfacción pulsional lacaniano, o de economía política en la satisfacción de la pulsión freudiana.

Está comprobado a lo largo de la historia que si bien la vida se abre paso en cualquier ámbito, los códigos de comportamiento y conducta aplicados desde el poder represor, pueden generar atrofias, parafilias, perversiones, perturbaciones que duren siglos. Es nuestro deber interceder en nombre de la convivencia, de la concordia, de la libertad, del placer, del progreso y la salud mental para dtener esta aberración.

De ahí que quizás alguien encuentre fuerte un relato bizarro contrastado con la corrección política hierática que hoy nos imponen con camisa de fuerza, pero en estos pasajes lo que refulge es la fuerza del deseo, la virtud del acuerdo, el poder de la decisión conjunta, más allá del vocabulario que se usase, en estas historias hay una narrativa de felicidad conjunta, colectiva, importada quien sabe si de los hippies, de los beatniks, de la gauche divine, de la izquierda caviar francesa, o sencillamente de la constatación del poder transformador y revitalizante de la lascivia empírica, de la ruptura de límites y el respeto del otro, a la hora de satisfacer el deseo. Una libertad que incluya la lectura y comprensión de tratados de un aparente alto contenido en misandría como "Hombres, los odio" de Pauline Harmange, o los cuentos Bizarros, precisamente como antídoto al triunfo de la misoginia o la misandría como rectores de la moral contemporánea.

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12 febrero 2023 7 12 /02 /febrero /2023 18:19

Albertico le ofreció a Toscar el apartamento de un amigo de andanzas que estaba huido por problemas con la ley y le había dejado las llaves para que le cuidase a la cotorra. Toscar se hizo rogar un rato pero al final de la charla le dio un abrazo a su amigo y agarró las llaves con tal fuerza que en un momento pensó que se le clavaría la punta de una en la palma de la mano.

Toscar no dejaba de pensar en alguna venganza contra los estamentos jerárquicos de la empresa, pero sabía que para eso tenía que trabajarlo mucho. Primero mejorar su posición económica, era fundamental, porque aunque empezó a sentir una especie de culto al justiciero de Olot, aquel que se llevó puestos con una escopeta a los hermanos explotadores y estafadores para quienes trabajaba y que le debían cinco meses de sueldo mientras se daban la gran vida, y al director de la oficina bancaria que estaba por quitarle todo, junto a la empleada que cada vez que lo veían entrar lo destrataba de una forma humillante. ¡Pum! y se acabó, no más tensión en todos los músculos, ni toneladas en los hombros, ni dolor punzante bajo las cejas, ni cabeza baja, ni sensación de ahogo en la madrugada, se quitó todo en una tarde, y se entregó a las autoridades con una sonrisa en el semblante que revelaba un alivio tan profundo, que fácilmente podía confundirse con la felicidad.

Pero el justiciero de Olot estaba preso y eso era algo que no le permitía ensoñar el pensamiento en paz, terminarlo con una lazo perfumado. No era justo que cada vez que alguien harto de ser pisoteado decidiese romper el acostumbrado mecanismo de aplastamiento hasta la desintegración, por sí mismo y por el resto de los pisoteados que por las más diversas causas no pueden patear la mesa del pan duro, termine preso o muerto.

Una tarde hablando con Albertico Toscar le dijo que con el tiempo deseaba crear un pueblo donde consiguiese alojar a los personajes más pérfidos dentro de los que abusan del poder, No solo delincuentes sino aquellos cuyo delito consiste en ejercer el poder que tienen sobre una o más personas. Albertico le dijo:

-Y al primero que metemos  ahí es a tus viejos y a los míos.

-Albertico, imagínate a todos esos hijos de puta multimillonarios, abusadores, trabajando con las manos, cargando cubos de cemento, echando mezcla con cuchara de albañil, subidos a andamios a más de treinta metros de altura, sin seguridad, con cascos sucios, con lluvia, nieve, sol que raja las piedras, o viento huracanado, llorando en la noche por las ampollas, preguntándose entre todos ellos en el único bar del pueblo roñoso, pestilente, tomando un café mezcla, al inicio, y con el tiempo bebiendo alcohol barato, vino de tretra brick por el tiempo que duraría tal suplicio, y que habrían hecho para merecerlo, mientras con el paso de las semanas los menos pervertidos por la crueldad que les atenazó el alma a todos en sus burbujas de poder, comenzasen a comprender lo que habían hecho, la asfixia que habían impreso a seres que entonces ni siquiera consideraban humanos, a los que tenían ubicados socialmente por debajo de sus mascotas, incluso de los animales del zoológico, a los que entendían requerían mayores cuidados que sus empleados. Imagínatelos discutiendo entre ellos cuando unos comenzasen a visibilizar el daño ocasionado, mientras los otros tozudos en su incapacidad para distinguir el bien del mal, no solo continuasen sorprendidos con el castigo reformatorio, sino que formasen cédulas con el fin de rebelarse al sistema impuesto, y los que se distanciasen fuesen a informar a la policía que habríamos organizado, con idénticos mecanismos de actuación que la que los protegía a ellos y sus intereses, y entonces entrase a sus apartamentos tirando la puerta abajo y tras un buen ramillete de porrazos, puñetazos y patadas, los subiesen a una patrulla camino a un calabozo donde esperarían unos pocos días en recibir la condena de jueces tan imparciales como los que ellos manejaban a su antojo, recibiendo penas de mínimo veinte años de reclusión en una prisión infecta sin derecho a revisión de pena, por pertenecer a una organización terrorista con fines de atentar contra la autoridad establecida. Sus esposas deberían salir a trabajar de lo que fuese si querían comer. Algunas, las más “buenorras”, que aun después de parir como lazo al patrimonio, y tras las toneladas de potingues de calidad, seguían estando de buen ver, a alquilar servicios sexuales a veinte euros la mamada y a cuarenta el polvo, en la parte trasera de las chatarras de coches que pudiesen permitirse los puteros, sobre tenazas, llaves, cubos de albañil, cal y cemento, con mucho sigilo ya que la prostitución está prohibida en el pueblo para pobres y a la que atrapen puede ir a pasar unas cuantas navidades en la prisión contigua a la de su esposo, dejando los niños en caso de que hubiese al cargo del estado con los recursos de este destinado a ese tipo de criaturas. Mientras las que ya de tanto tomar té con tarta por las tardes y de comer las exquisiteces que sus criadas sudamericanas o africanas les cocinaban al mediodía y por la noche desarrollaron prominentes abdómenes, caderas con más chicha que tendón y muslos fofos, tendrían la bendición de solo poder dedicarse a trabajar en algo de provecho y sobre todo, que tendrían muy visto a lo largo de su vida privilegiada, aunque probablemente no con ánimos de aprender, las habilidades de la servidumbre. Podrían volcar todo lo aprendido, o más bien lo recordado de sus mucamas en las casas a las que fuesen a limpiar, lavar ropa, tender camas y asear inodoros empercudidos, de hogares súper humildes como el de ellas mismas, pero de albañiles o mineros, o deshollinadores, aplicadores de alquitrán en la carretera, destapadores de cloacas, electricistas de postes de alta tensión, empleados en mataderos, peones de campo, y un largo etcétera componente de los trabajos más duros en las clases bajas, que hayan asumido obedientemente el nuevo estado de las cosas y se hayan resignado a ser buenos ciudadanos. Personas de bien y n terroristas o antisociales. Estas mujeres percibirían menos que cuarenta pavos por media hora de fricción corporal, pero nin correrían riesgo de iur presas, de ser goleadas en la noche, abusadas en las furgonetas chatarra, ni de adquirir enfermedades venéreas, aunque no se salvarían de los cientos de enfermedades que esos trabajos, siempre, indefectiblemente, si no es una es otra terminarán aportándoles a su salud: artrosis brutal prematura, neumonía, cúmulo de alergias, mordidas de perros, arañazos de gatos, contusiones por caídas,  escoliosis, dolores de todo el cuerpo por el exceso de horas para cumplir lo pactado, el contrato o la norma. Enfermedades degenerativas que más tarde o más temprano las retirarán del servicio doméstico con una ínfima pensión que les dará para descansar en paz esperando antes a la pelona en el lecho que al terrorista del marido, que en el mejor de los caso llegaría muy cambiado tras veinte años conviviendo con la peor calaña   de la sociedad, su propio nivel pero en otras modalidades. En cambio imagínate a los que aceptasen el modo de vida mismo que ellos ofrecieron a sus subordinados. Al cabo de cuarenta años podríamos convocar una especie de Congreso para compartir experiencias, aprendizajes, conminarlos mediante una suma paupérrima pero motivadora dados sus ínfimos emolumentos, a escribir, a dejar constancia de sus reflexiones, escarmientos, criticas, descargos en su favor, todo lo que se les ocurra, libertad expresiva por un mes para que, con arreglo a la ley y el orden por supuesto, manifiesten lo más granado que el acervo recogió de los cuarenta años de experiencia empática con sus ex antagónicos. Imagínatelos con todos esos dedos enormes, no como los de los albañiles que debieron comenzar a echar mezcla con el padre desde los doce años.  Pero sería un ejército de curas violadores, empresarios inescrupulosos, policías golpeadores de los más débiles, carceleros torturadores, banqueros expoliadores, aristócratas chupasangre, monarcas corruptos, con la carne de las yemas sin huellas dactilares, engrosados por la superposición de callos, bordeando la uña a tal punto que la hunden barnizada de mezcla endurecida por siempre, las palmas de la mano plagadas de relieves y rugosidades callosas que les convierte en un suplicio el simple hecho de poner en hora un reloj de pulsera, las caras deformadas por la ingesta de alcohol de altísima graduación y pésima elaboración, las orejas grandes, las calvas irregulares, el escaso pelo ralo, alambroso, la tez bruñida de mal sol, bronceado diferente al de cuarenta años atrás, tetas caídas de mala alimentación barrigas enormes de fritangas y caldos especiados con chorizo de lata, con los ojos rojos de resaca y el ceño vencido hacia las mejillas. Imagínate los resultados del Congreso, dejaríamos participar también a los terroristas y a las putas desde las prisión, es casi más motivante conocer el crisol o quizás lo monolítico que arrojarían esas conclusiones recogidas en una especie de  “manual para la convivencia”, que el placer supremo de verlos trabajar y percibir el cheque de quinientos morlacos a final de mes que solo les alcanzase para arroz, papas, huevos algún pollo, unos tres bombillos encendidos a la vez n la casa, aguardiente feroz y jabón de lija. Que no te niego Albertico, lo placentero y reparador que sería verlos llorar como plañideras pero todavía más esperanzadora es la ilusión de poder leer sus observaciones al cabo.

-La verdad es que sí, deberíamos empezar a intentarlo. Pero después del Congreso ¿qué, los soltamos a todos, los invitamos a saltar del acantilado?

-No, ya tengo todo planeado. ¿Nunca viste esas películas en que un grupo de ricos buscan la forma de convencer a un mendigo para asistir a una caza, y cuando llega la hora le comunican que la presa será él? En algunas le ofrecen unos cuantos miles que podrá disfrutar si logra llegar a un punto generalmente lejano, en otras le ofrecen la vida, y que está tomada de la realidad, en un país del Este de Europa desarticularon una banda que organizaba ese tipo de cazas a las personas más desgraciadas de la sociedad. Y que probablemente se replique en países con vigilancia e la ley muy laxa. Pues mi idea es reproducir esas cazas pero al rico. Ofrecerles a los afortunados que lograsen alcanzar ciertos límites dentro del territorio que deberíamos tener controlado para la ciudad reformatorio y alrededores,  quedasen, de algún modo, libres, aunque jamás podrían regresar a su antiguas vidas, países, ni por supuesto poder y comodidades , pero disfrutarían de una vida más frugal, podrían gozar de un trabajo livianos incluso según la edad de una pensión justa que les alcanzase para algún pequeño lujo de vez en cuando. El único tema que debemos pensar para esa caza, es quienes serían los cazadores, que obviamente deberían provenir de los bolsones de seres damnificados por sus presas. Esto nos plantearía varios inconvenientes, el primero que se me ocurre es que si la caza la organizamos pasadas décadas de los abusos cometidos, habrá un problema de edad y acaso, la merma de los ánimos de venganza de la victima. Si lo organizamos apenas sean secuestrados para introducirlos en la ciudad reformatorio, cuando todavía esté fresca y vivaz la bronca de la victima, en caso de conseguir la libertad, el o la castigada no habría aprendido nada de lo que deseamos enseñarle. Luego está el detalle de la confidencialidad en la caza, y tener en cuenta que si bien comenzamos esta actividad lúdica más con el fin de establecer una justicia terrenal, al cabo de cada expedición o bien deberíamos realizar un trabajo psicológico con los cazadores para extraer culpas, o bien deberíamos asumir los mecanismos de la naturaleza humana una vez que se tiene acceso al poder sobre las personas, y una vez que se experimenta el placer del resarcimiento a gran escala, no de la revancha de andar por casa, sobre conocidos, compañeros, vecinos incluso familiares, sino en una dimensión desconocida, a donde solo se llegaba con grandes sublevaciones, revoluciones altisonantes. La posibilidad de la venganza sobre el mayor culpable de los males, utilizando toda la fuerza que la bronca requiera o pueda producir, arribando al acto más liberador imaginable, pero admitiendo que deja un poso de mal, de conocimiento del placer de ocasionar daño, que de alguna manera justifica a cada ser maligno de este mundo previo y posterior al experimento, que atenta contra el propio fin de la ciudad reformatorio, ya que perpetúa la exacerbación de la crueldad siempre que el poder lo permita.

Salvando algunos pequeños detalles, de importancia pero no determinantes, Toscar y Albertico, tenían un proyecto sólido en mente. Faltaba un universo para que también estuviese entre manos.

Garimpeiros fotografiados por S. Salgado

Garimpeiros fotografiados por S. Salgado

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11 febrero 2023 6 11 /02 /febrero /2023 20:46

Cristian y Sari, padrastro-padre y madre de Milda y Toscar, ya no sentían la misma tensión pasional haciendo el amor que al inicio de su relación, cada vez era más frecuente que los besos cercanos a la eyaculación o los orgasmos fuesen con la cabeza al costado de la mejilla, cada uno con sus ojos cerrados o entornados forzando la aparición furtiva de imágenes de vecinos, compañeras de trabajo, amigos de la familia, cualquier auxilio era bienvenido en tales instantes, y también por supuesto, era de esperar. Llevaban un tiempo ya prolongado y habían sido muy lujuriosos en la cama aunque poco creativos, habían disfrutado como enanos cada centímetro de la carne del otro, los líquidos, las protuberancias y las voluptuosidades curvilíneas, los fetichismos que se les antojaban,  incluso hubo un tiempo de promiscuidad programada, se podría decir que habían disfrutado bien el uno del otro exprimiendo la naranja hasta la cáscara. Estas guardias desde la torre de control de su ventana a la apretadera de su hijastra, a la que Cristian nunca había mirado con picaresca lasciva, pero que resultaba imposible enfriar la temperatura ante aquella metedura de mano, en que ora el culo, oras las tetas, quedaban expuestas bajo prendas a la evidencia del esplendor de su suavidad, de su esponjosidad, de su maniobrabilidad, daban a Cristian un extra de energía y deseo que de repente sorprendía a Sari, que ante tanto ímpetu de vanguardia no encontraba mejor camino que aquella senda poblada de abetos, colibrís y arroyos de agua cristalina para dejar llevar su barca, aunque obviamente ella, en su fuero interno y no demasiado profundo, sabía que el cariz de aquel arrojo, era motivado por algún agente externo de los que ya era imposible prescindir. De algún modo la calentura de Milda y su novio en la apretadera de la esquina, dotaron de cierta alegría y distensión el tiempo compartido en salón, cenas, desayunos y juegos de cartas, que de manera sorpresiva también reencontraron su cauce sobre la mesa del comedor una vez expulsadas las miguitas de pan, las cucharitas y los vasos de la cena.

Pero Cristian tenía un gran amigo, Bent, compañero de trabajo en su juventud, al que no tenía reparo en confiarle los sucesos, sentimientos o emociones más intimas, botella de espirituoso mediante. Solían encontrarse en presencia de sus respectivas familias, hijos o esposas, y al cabo de un rato uno le decía a otro de manera espontánea –Oye, vamos a tomar un cafecito a la esquina- y ahí comenzaba la noche de curda. Era el único momento en que Sari creía perderlo como había perdido a cada hombre de su vida empezando por su propio padre, y solo por esta razón odiaba a Bent, ya que era imposible odiar Bent por otra cosa, era tan exquisito visitante como anfitrión, no olvidaba detalle alguno, se movía con una bien labrada educación, nunca daba un paso más allá del que le era concedido con un ademán o una invitación directa. Era sumamente cuidadoso de las relaciones interpersonales y un conversador exquisito, divertía a niños y adultos por igual. Excepto cuando se sumergían ambos amigos en esa catarata irrefrenable, que ambas esposas sabían que de un momento a otro llegaría, pero albergaban la vana esperanza de que un día sus respectivas  presencias fuesen mayor estímulo para sus esposos que el taburete de un bar y las charlas de borrachos en el billar. La esperanza presenta forma de paloma dócil mientras por dentro se pelea con sus compañeras por un trozo de pan y contaminan toda la ciudad, mientras que la dura realidad es un águila que, junto a su compañero o amiga vitalicia, vuela tan alto y tan lejos que es imposible que llegue a molestar a alguien. La esperanza es inofensiva y la realidad temeraria.

A veces en las visitas de dos o tres horas compartiendo una cena, una larga sobremesa, risas, reflexiones, parecía que esa sería la ocasión en que el amor podría más y llegaría a su fin el encuentro, cuando de repente, en voz alta uno de los dos le proponía al otro ir a por su cafecito de rigor. Unas veces para variar usaron, sin acuerdo previo, la excusa de ir a buscar un helado, e incluso llegaron a decir la verdad en cuanto al líquido que irían a homenajear - ¿qué te parece si nos tomamos una birra y volvemos?- Ambos lo hacían sin la mínima mala intención pero al cabo de un rato estaban enredados en ese triángulo en que la botella presidía la pirámide con mano de hierro. Más de una vez Sari estuvo apunto de explotar pero contenía ese impulso violento, no quería volver a trabajar como una burra, desde que estaba con Cristian más del setenta por ciento del sostén de la casa provenía del trabajo de él, por primera vez desde que era niña, había podido volver a tener tiempo para pintar, para leer y ver televisión, no quería arruinar eso solo por unos celos incontrolables, que incluso no alcanzaba a distinguir bien, si eran hacia ese nexo tan imposible de penetrar o romper de su esposo con su amigo o hacia el elixir de la botella, que en todo caso, y por suerte, solo bebía con Bent.

Pues un día Cristian le confesó a Bent la calentura que estaba experimentando observando la apretadera de su hijastra con el novio, no solo le reveló la consecuencia sino que fue a los detalles, a esos dedos de él arrastrando la braguita hacia la profundidad de la hendidura de las nalgas donde cualquier cosa podía ser imaginada, el contorneo de ambos provocado por el aguijoneo del gozo, le confesó como él, juraría que desde lejos podía oír los jadeos, los suspiros, los “ah” los “uf” y los “oh”,  y para ser más leal con su amigo le dijo como se le ponía el rabo y que rico era eso para después singarse a Sari con fiereza, tanta, que a veces debía contenerse y disimular la excitación distribuyéndola en dos polvos, cosa que sorprendía Sari, que no obstante conseguía asumir sin mayores derroches de voluntad.

“Por la cuenta que le trae”

Una tarde fría Bent fue a cuidar la casa de su amigo y su familia a petición de este, se había ido con Sari a pasar un día fuera y los muchachos se quedaban solos -“no hace falta que quedes todo el tiempo solo que veas que llegan a casa bien, por favor y un millón de gracias” – en esa ocasión la agradecida fue Sari. Por una vez toda la simpatía del amigo de su esposo no finalizaría con el broche de una buena curda “ustedes saben que es un placer para mi y un honor a la amistad”. 

Cuando regresaron Toscar y Milda, él les propuso una pizza, los muchachos aceptaron gustosos, pero Milda le dijo que tenía que salir un rato a ver a su novio. “si el maldito celoso de Cristian te lo permite ¿quién soy yo para frenarte?, ve peor no vuelvas muy tarde”

-Bent, cuando sea la hora basta que subas al cuarto de invitados y me pegues un grito como hace Cristian

-Hecho.

Terminaba de salir Milda por la puerta y Bent subió las escaleras estrechas y se metió en el cuarto de invitados con la luz apagada.  Tuvo que esperar un poco porque los novios fueron a tomar algo como de costumbre y Bent no los tenía tan cronometrados como Cristian, pero la espera había valido la pena, al cabo de no demasiado rato ahí estaban en el punto exacto en que le había descrito su amigo, besándose manoseándose, ella iba mucho más allá de lo que Cristian le había contado, tomaba iniciativas muy audaces sobre la bragueta del novio, sacó su glande a través de la cremallera del jean y comenzó a meneársela, hasta que bajo ese tenue pero perceptible haz de luz comenzó a hacer unos movimientos principiantes, inexpertos, hacia arriba y abajo volviendo a besar al novio en la boca. A esa altura con la suma de las fantasías que ya tenía estancadas pero al rojo vivo en su cerebro y lo que acababa de ver y suponer, estaba caliente como una cafetera. Abrió la ventana y gritó ¡Milda, sube! Comieron un par de porciones de pizza de barbacoa, una ignominia que causaría el infarto de cualquier italiano desde el Véneto hasta Trapani, pero por como la devoraron no cabía duda que estaba riquísima. Y entonces Bent le pidió que subiera con él al cuarto para enseñarle lo que se veía desde ahí, cuando llegaron le pidió que mirase por la ventana y se puso detrás de ella, empezó a describirle con voz aterciopelada lo que acababa de presenciar y como lo había puesto, que no era justo que él fuese a llamarla para comer y tuviese que vivir algo semejante, que le había descolocado todas las hormonas y se sacó el rabo para enseñarle que duro lo tenía, Milda comenzó a recular hacia donde podía en la penumbra y el pequeño espacio que le dejaba Bent, primero queriendo simular que nada de eso estaba pasando, después le pidió disculpas, le dijo que no sabía que se veía tanto, Bent le dijo que ella lo hacía para calentar al que mirase a la vez que se calentaba con el novio, y cuando Milda quiso le dio un manotazo para salir de sus brazos, él le dijo quédate quita porque si no le voy a contar a tu madre y tu padrastro que estuviste dando este espectáculo para ponerme así, Milda comenzó a llorar, un repentino terror invadió todo su cuerpo, vio claramente que no tenía otra salida que gritar fuertemente y luchar con uñas y dientes literalmente si quería zafar, pero temía más la amenaza de Bent que lo que quiera fuese lo que tendría que soportar apretando los ojos, apretando los oídos para cerrar la puerta a todo recuerdo, como cuando imaginaba que el padre la había dejado por mala. Los besos babosos en el cuello en las tetas, le dolieron de otro modo pero en su dimensión, casi tanto como la penetración, de hecho supo que sería ese aliento asqueroso y esos jadeos y babas los que nunca iba a poder borrar de su memoria. Bent había olvidado cerrar la puerta del todo, y Toscar al escuchar unos sonidos que si bien no eran en volumen alto conseguían ser suficientemente alarmantes, y aunque el chico no entendió bien lo poco que alcanzaba a ver, sí vio que la hermana no la estaba pasando bien dentro de aquel cuarto, entonces gritó desde afuera

-¿Está todo bien Milda, pasa algo hermana?

Y fue ahí que Bent sacó el miembro ya fláccido de dentro de Milda  y le dijo a modo de amenaza -dile que no pasa nada, y no se te ocurra contar esto nunca a nadie, mucho menos a tus padres-  y dejando a Milda sollozar acurrucada en la cama, salió del cuerto acariciando la cabeza de Toscar y diciéndole:

-No le ocurre nada chico, solo la regañé por la malcriadez de besarse con ese don nadie en medio de la calle, debes cuidar a tu hermana para evitarle una amargura a tus padres  ¡vamos, a dormir ya los dos que es tarde!

Toscar corrió adentro a abrazar a la hermana, así estuvieron un largo rato hasta quedar dormidos en el cuarto de invitados, alumbrados por la luz de la luna que penetraba por la maldita ventana.

Milda no le contó lo sucedido al hermano, era demasiado pequeño para introducir semejante perturbación en su cabeza, tampoco les dijo nada al padrastro ni a la madre. Hizo unos intentos de que Sari intuyese algo evidenciando largos silencios, ensayando miradas que si bien sabía que de por sí no podrían clarificar nada, estaba convencida de que eran suficientemente inhabituales como para provocar la curiosidad de la madre. Pero Sari, ya fuese por no escarbar hacia un compartimento demasiado turbio, o porque no lograba captar esos intentos de llamadas de socorro, nunca preguntó. Sin embargo sí se lo contó a su novio, apoyada en su hombro lloró mientras sin levantar la vista sintió como el magnetismo que compartían y que era creciente en la medida que pasaban los días, de repente se interrumpió, fue como un rayo pero al revés, un rayo marcha atrás, lo sintió a kilómetros de distancia y cuando levantó la vista vio que no estaba equivocada, en la mirada de él había más desprecio que sorpresa, y más miedo que desprecio. Si algo necesitaba Milda no era esto. O quizás sí.

Con el paso del tiempo Toscar fue interesándose por aquel episodio confuso, que sin embargo en la medida que iba creciendo y conociendo aspectos de la sexualidad y las perversiones de la vida, cada vez le quedaba menos duda de lo que había presenciado sin lograr entender.  Tanto insistió que Milda, también necesitada de correr el velo sobre aquel episodio y hablarlo con alguien y habida cuenta de ello quién mejor que el hermano, le confesó todo lo ocurrido, le dijo que lo peor es haber perdido la virginidad con aquel hijo de puta, necesitaba hablarlo tal y como lo recordaba, con cada detalle, hasta el punto que Toscar le pidió que parase porque sentía que iba a desmayarse del mareo que le ocasionaba la historia. ¿Bent? Aquel visitante conquistador de cada minuto, dueño de cada anécdota, con razón fue desapareciendo de a poco y nunca más supieron de él. “Por lo menos me quedé abrazado a ti esa noche, algo debí haber presentido”

-Te confieso que en buena medida desde ese día hasta hoy he podido metabolizar aquella pesadilla gracias a ese gesto tuyo, ni siquiera fui al baño a limpiarme, solo necesitaba tu abrazo.

-¿Por eso te hiciste novia de Albertico?

Milda le dijo que no sabía, que cualquier respuesta era posible, porque aunque ella había encontrado rudimentos para bloquear las imágenes y emociones de la violación que le  solían asaltar los pensamientos de manera repentina, en el momento menos pensado, sinceramente no podía precisar cuantas de las consecuencias de sus actos en realidad estuvieron ligadas, de una forma directa o colateral con aquellos minutos posteriores a la pizza de barbacoa, sabor que nunca más volvió a probar.

La pirámide
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10 febrero 2023 5 10 /02 /febrero /2023 22:14

Toscar y Albertico eran del mismo barrio de clase obrera y marginal. Los tiempos en que por lo general todos los vecinos tenían trabajo habían quedado muy atrás, la mayoría de familias eran un burujón de desastres, de gritos, portazos de vetes para el carajo, a tomar por el culo o a la reputa madre que te parió. Ya ni siquiera las viejas estaban pendientes de los chismes porque eran tantos que no daban abasto después a comentarlos en el mercado o la plaza, bueno ese terraplén al que llamaban eufemísticamente “plaza” acaso porque le quedaba unos banquitos de la época en que los viejos jugaban cartas o dominó. Ya solo paraban los chavales día y noche, los de vida más o menos sana paraban por la mañana hasta la hora de comer, a media tarde ya se hacían con el terraplén los que ya se veía que nunca terminarían progresando en un trabajo y por la noche los que ya tenían demasiadas claras las sombras de rejas en la cara. Ni los de la mañana ni los de la tarde ni los de la noche estudiaban ni trabajaban en nada, pero los matutinos al menos estaban bajo la vigilancia todo la atenta que se podía de madres, padres parados tíos y primos mayores. De esos había sido Toscar y Albertico de los de la noche. Toscar quería progresar, sabía que para eso tenía que salir del barrio, con una beca, con buenas notas, o escapando a Dinamarca, tenía esa obsesión, Copenague y después Jutlandia, tenía esa idea fija imaginaba Jutlandia semi vacía, enorme, donde necesitaban de todo por ende seguro que él lo precisarían para algo, ahí sería muy importante en lo que supiese hacer. Su fantasía y anhelo había nacido de unas imágenes campestres, de inmensas praderas de pasto verde claro brillante y florecitas violetas como de brezos pero menos rudas, que formaban la mayor parte de una película danesa que había visto cuando niño, de la cual no entendió nada, pero que le dejaron fijadas en el hipotálamo las fotos fijas, claras y diáfanas que conformarían la base de su sueño motivador. Para ese objetivo Toscar se aplicó en los estudios, pero aparte encontró placer en la lectura y libro tras libro se cultivó de manera bastante solida, llegó a entender bastante de pintura y arquitectura, nociones dispersas, intuición natural, un acervo cultural destacable en el barrio pero que no dejaba de tener solo tres patas.

Albertico al revés, no solo no le importaba ascender en la escala social o cultural sino que no le importaban en absoluto ocupar posiciones consideradas de descenso. Siempre que el menoscabo fuese de cara a los demás y que consigo mismo se sintiese a plenitud, le importaba un pepino en que nivel se encontrase, incluso le hacía cierta gracia y le proporcionaba chispas de orgullo que cierto tipo de persona prefiriese mantenerlo a distancia. Tal vez por esas razón Filda, la hermana de Toscar, se sentía atraída por él. Ella había tenido que ayudar a su madre en todo desde que era adolescente privándose de las salidas de exploración alegre que las chicas de su edad solían practicar, a veces por el estado de extenuación absoluta de la madre, que no paraba de trabajar, y a veces porque prefería no ir con esos vestidos o jeans sin swing que colgaban de las cuatro o cinco perchas que se daba un generoso espacio dentro del placard. Filda leía novelas de amor y de viajes con idéntico interés y escribía con fruición, volcaba todo lo que le pasaba por la cabeza durante el día en diarios que se apilaban en forma de cuadernos y agendas, ella tenía una letra tan indescriptible que ni ella entendía su letra. Cuando más prolíficas fueron las horas de apuntes en sus cuadernos fue cuando la madre comenzó a discutir con demasiada frecuencia con el padre de Toscar, con quien habían convivido en una más que aceptable paz hasta que el niño dejó de tener esos cachetes redondeados y los últimos retazos de la risa de bebé. El primer novio que tuvo Frest, tenía un año más que ella, cada vez que se quedaban besándose en la esquina el padrastro salía a llamarla y cuando se despegaba de sus besos y sus manos que ue agarraban todo lo que sobresalía, se quedaba mirando impresionada un chichón enorme en la bragueta de Frest, que sabía como iba a bajarlo más tarde, casi de la misma manera que ella al poquito rato de entrar a la casa. Pero no fue Frest el primero en acostarse con ella. Su padrastro de tanto asomarse a la ventana para llamarla, empezó a mirarla cada vez más tiempo antes de pegar el grito que la reclamaba para cenar o dormir. Un día se sorprendió tocándose por encima del pantalón mientras miraba como Frest levantaba la parte baja del vestido de la medio hermana de su hijo, metiendo la mano entre las dos nalgas que devoraban los dedos hasta los nudillos, junto a la diminuta ropita interior al compás de sus inquietantes contorneos, mientras sus bocas seguían aplastando unos labios contra otros, saboreándose comisuras, lenguas, mejillas e incluso orejas, sin reparar en un eventual vello o la astilla de un taco de cera.

 

Amor de hermanos
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