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24 junio 2023 6 24 /06 /junio /2023 11:08

Wydma era hermana del loco que hacía unos meses atrás había entrado a una licorería insultando y tirando piedras de tamaño temerario a todos los que estaban dentro, odiaba a los borrachos. No consiguió contusionar a todos pero llenó de moretones a unos cuantos y a dos los dejó bastante jodidos, les metió cantos hasta en el culo. Mientras vaciaba su saco de cambolos pensaba en esos locos estadounidenses que entran con ametralladoras de última generación disparando a todos los rincones llenando el suelo de chocolate, se hizo llamar “Billy the Kid”. Billy  fue preso y Wydma puso rumbo a Escandinavia.

Desde pequeña le había subyugado la idea de vivir en una estepa nevada, en una casita de chocolate con un tejado cubierto de hiedra en verano y de nieve apelmazada, tupida, en invierno, renos alrededor, y no tan lejos como entonces, los lapones. Pero al aficionarse a las series nórdicas grabadas en pueblos costeros y ciudades, también por la proximidad de la materialización de su deseo en la cual intervenía más los datos concretos de precios, supermercados, comidas, restaurantes, tiendas, medios de transporte, y otras comodidades convenientes, sobre todo en el aislado norte, empezó a preferir dentro de sus anhelos, la nieve igual de caída y agrupada en cantidades generosas, pero sobre un emplazamiento más urbano.

Primero fue a Oslo, conocía a un amigo checo que vivía en la ciudad, se alojó dos meses en su apartamento que era de dimensiones aceptables para dos personas, pero como cabría suponer al menos en el terreno de las probabilidades el amigo tenía intenciones de compartir líquidos seminales con ella, cosa a la que Wydma no se opuso en absoluto, en cierto sentido hasta le pareció una prestación extra, pero teniendo claro que era para dejar escapar la tensión en algunos cuantos gemidos, contorneos, mamadas mutuas de genitales, paseo de las lenguas por los aledaños y abrazos, que al fin y al cabo eran protectores.. Wydma era especial, todo lo hacía con sentido, no necesariamente para obtener algo pero sí habiendo sopesado pros y contras, y para ella empezar en una ciudad tan distinta en todo a su idiosincrasia suponía una presión extra que de alguna manera debía liberar. Milenko era una perfecta vía de descarga, un tipo alegre, amable, culto, estaba bueno quizás con el culo un poco flácido pero tenía buen rabo, ella solo tuvo que dar unos retoques en las costumbres higiénicas y la sugerencia de cierta variedad culinaria, por lo demás estaba perfecto, además de contar con refugio hasta que pudiese independizarse. Ella le propuso pagarle la habitación que ocupó, pero Milenko se negó, solo le puso la condición de compartir gastos de comida y el dispendio, tampoco demasiado seguido, de esas energía hierática acumulada en la semana. Wydma era rubia, tenía el pelo lacio, ojos verdosos, piel pálida, pero sus curvas, el culo, las tetas, los muslos y sobre todo la gracia al andar eran marca registrada de allende los mares, Milenko se preguntaba como no se cansaba de caminar y hablar bailando, a veces se le paraba el cohete solo mirándola, “uf es explosiva, blanca y mulata dos en una, y ambas bellas”, pero no la molestaba más que esa emergente vez a la semana en que todo parecía confabularse para sintetizarse en un abrazo ¿qué importancia tenía si con génesis en el deseo lascivo o de protección? Al final era un imperioso anhelo de ambos, el placer y la caución entreverados sin  mezclarse intercambiando virtudes, tras el vidrio climatizado de una ventana empañado por dentro, congelado por fuera.

Ella no estaba ni estaría enamorada de él, pero la pasaba bien, le encantaba calentarlo y después fornicar con desenfreno. Milenko ya le había dicho que le gustaban las braguitas blancas, de algodón, podían presentar algunos estampaditos pero tenues que no irrumpiesen en los dominios del blanco descolocándolo, en todo caso que lo potenciasen, le encantaba la vista de la vulva desde atrás apresada por la braga, las piernas que aparecían desde los pliegues que formaban los glúteos,  y cuando apretaba levemente con sus manos las nalgas cubiertas por esa tela ajustada, suave al tacto, se producía un contacto directo entre los dedos y la zona del cerebro encargada de enviar de inmediato la señal de zafarrancho al rabo. Una tarde Wydma fue a comprar un nuevo juego de bragas del tipo que tanto a ella como a Milenko le gustaban, en la tienda le atendió una empleada que hablaba español, así que se entretuvo charlando un poco más de lo que el decoro y las buenas formas sugieren, la muchacha era uruguaya, había vivido casi la mitad de su vida en Buenos Aires y ya iba por la otra mitad entre Copenague y Gotemburgo, estaba probando hacía pocos meses vivir en Oslo, pero su intención era mudarse a una ciudad pequeña del interior, Wydma le dijo que esa era exactamente su misma intención. En realidad no lo tenía definido del todo pero encontrarse a alguien que pareciese tan cercana, tan ella misma y que tuviese esa decisión tomada cuando había cubierto buena parte de la geografía escandinava viviendo, terminó de ponerle la guinda a su deseo expreso pero todavía bastante difuso.

Wydma

Wydma

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2 junio 2023 5 02 /06 /junio /2023 21:26

Crecí en La Habana escuchando música rock de los casetes grabados con dedicación aunque escasísima tecnología, de los discos llevados de guilletén por algún marino, vice pincho o artista viajero de los escasos que ponían sus pies en tierra de "libettá".Alguno era técnico extranjero como Humberto Salomoni, mitad cubano mitad italiano, que incluso era miembro del club Kiss Army, tenía todos los long plays de Paul Simon, Ace Frehley, Peter Criss y Gene Simmons, Humberto tenía discos de Nazareth, de Pat Travers, de Ted Nugent o de un incipiente Iron Maiden. Otros amigos tenían a Deep Purple, Led Zeppelin y un pibe argentino a Rolling Stones. Alexis tenía casetes grabados con alta fidelidad de los Beatles, a quienes todos adorábamos.

A mediados del año '81 un pibe argentino apareció por Miramar de la nada o desde México, con un montón de casetes grabados de fábrica del rock argentino que yo no había tenido la oportunidad de conocer. Grabé todo lo que tenía, lo que más me gustó era Pappo's Blues. Era lo más parecido a lo que yo escuchaba, después Manal y Pescado Rabioso. A Charly García con Sui Géneris no lo consideraba rock sino una especie de trovador más hedonista que los cubanos, pero en ese orden. Pero había un pibe que escuché un año más tarde, tocaba en la banda de Juan Carlos Baglietto. Este muchacho argentino, tenía aquel disco con "De regreso Mirta", y "la vida es una moneda, ojo que hablo de monedas y no de gruesos billetes" . Al poco de eso regresamos a Argentina, diciembre de 1983, todo era destape, tetas, culos, chupadas de pija, de cochas, minas, chupi, baile, porros, creatividad, y mucha música rock por doquier, en el parque Lezama, en Barrancas de Belgrano de gratarola, y en Velez, Nina Hagen teloneada por Virus, Baglietto y ya separado, el flaco Fito Páez, que ya había sacado el álbum Del '63, canción que yo cantaba diciendo "nací en el '63, con Kennedy a la cabeza, una melodía en la nariz, pienso que hasta el aire estaba raro, empezaba mayo" esto último era lo único en que sentía que me diferenciaba de esa canción y de Giros, y de Tres agujas y de la energía de La rumba del piano.

Me gustaba la música de Fito y me identificaba en cierta forma pero era demasiado contemporáneo como para convertirse en un ídolo del rock o de la música ciudadana, que la verdad es que nunca me entusiasmó demasiado. Por aquel tiempo asistía a ver a Celeste Carballo, a Charly a Virus a los Abuelos en los conciertos gratuitos que daban por doquier. Hasta que volvió Pappo a la Argentina y los disfruté como pocos, lo vi solo, con Riff, con BB King, con el gordo Salinas, con Malosetti con Medina y con Botafogo. Los casetes ya no los grababa de los discos traídos de estrangis, sino que los compraba en Corrientes y Callao en Cesar Pó, en Zival's. en plaza Lezica Primera Junta, pero me iba más por Jimmy Rushing, Whiterspoon, Muddy Waters, BB King y esos monstruos a los que me había llevado Jimi Hendrix, más específicamente el último período de Jimi con su banda de gitanos haciendo temas como Machine Gun o estirando los blues como Red House hasta el día de hoy. Más tarde volví a Cuba, no me acostumbraba del todo a estar lejos de los amigos que la vida me había regalado en la isla.

Hasta que por curda, me castigaron a trabajar en un proyecto precioso en Santiago de Cuba, el Baconao Turquino, me dieron a elegir y escogí ser buzo con Ponce y su tripulación buscando coral negro, hundiendo pecios, sacando un cañón de la última batalla naval entre EEUU y España que se cambió por una montura de Maceo, y satisfaciendo al bravo de Lázaro Ponce en sus veleidades de buscador de oro por la cayería de las Doce leguas, o Los Jardines de la Reina, donde, aunque sin cofre, se puede apreciar una joya en un paraíso bajo el agua.

Antes de ir a Santiago de Cuba, apareció una petisa morocha por la UPEC en la Avenida 23, donde nos reuníamos en la tarde para empezar a cargar ron en la modalidad de chakata, mezclado con té y un toque de limón, vestida de negro corte The Cure, para anunciar una película de Fito Páez, la pasarían en la sala de video de la UNEAC, a pocas cuadras de allí. Ahí estuvimos escuchando la historia previa que esta mujer nos contó de las peripecias y desventuras que atravesaron las cintas del filme una vez lo hubieron terminado, producto de un robo, había costado unos ochenta mil dólares, que si bien siempre es plata, en aquel entonces, y para un Fito que empezaba, y mencionado en una Habana sedienta de un fula aquello nos parecía todo el oro del Nilo, también habló de crimen sin castigo. Dejó de hablar, se apagó la luz y comenzó una maravilla de audiovisual en tonos oscuros, violetas, purpuras, negros, azules, un Fito altisonante con letras reventadas, fuertes, repletas de la energía que había hecho al rock arrollar toda otra revolución, me enganchó la película, la canción Ciudad de Pobres corazones, las baladas, "yo no elegí y no quiero, quiero salir y no puedo", que a menudo me sorprendo tarareando. Y Ámbar violeta.

Una vez que estaba buceando detrás de una picúa con una resaca de laguer de tres pares de timbales, salí del agua y me dijeron hay un argentino rompiéndola toda en La Habana. Cuando volví una semana a casa, mi novia de entonces, Alejandra, me contó que su mejor amiga, Jenia, que entonces era novia de mi primo Camilo, había asistido al mítico concierto de Fito en la Habana invitada por Santiaguito Feliú, a que había sido su novio, el coco de ella años atrás. Cuando terminó el concierto, ella le pidió a Santiaguito que se lo presentara, a Jenia le encantaban las lucecitas de colores, y era lo suficientemente linda como para seducirlas y guardarlas en su bolsillo. Se conocieron y ahí mismo dejó plantado a mi primo, se fugó con Fito una semana de joda y singueta. Camilo no se lo tomó tan mal como cabe esperar en el Caribe, pero gracia, lo que se llama gracia con lo rápido que corren los chismes en La Habana no le hizo ninguna. Raulito, hermano de Jenia le tomó afecto a Fito, y como estudiaba piano se aficionó al rock argentino, a través del rosarino conoció la música de Charly que para ese entonces ya contaba con una producción inmensa, Mi suegra, de la pequeña burguesía chilena que había coqueteado con la izquierda cuando Allende, exiliada primero en Bélgica y después en el doce plantas de Alamar, se mostraba tan envidiosa con ese éxito de un argentino nada acorde a los cánones de la Nueva trova o de los milicianos, como habitualmente se mostraban algunos chilenos con los argentinos, profiriendo acusaciones de mariquita que hoy seguro negaría al menos, recordarlo. Como todos los homofobos, anti rock, odiadores del hippismo y de los movimientos elvisprelianos de entonces. He oído en repetidas ocasiones a Fito decir que él no es un genio musical, quizás en el sentido formal y técnico no, pero sí es un bardo genial e hiperproductivo.

Más tarde el Consejo de estado a cargo de quienes estaba acordaron con mi familia que me echarían de Cuba de una patada en el traste, fui al aeropuerto por segunda vez tras una curda olímpica en que no me permitieron abordar el avión, con mi primo camilo, él iba con un guardaespaldas para cuidarlo y que volviese sano, yo iba con guarda pero para asegurarse que esa vez no bebía nada y me iba pa' casa de la pinga poripayá.

Una vez en Buenos Aires pasamos días muy divertidos con Camilo, él habló en un acto donde también habló Robertico Robaina, qeu era famoso por no reusar del todo de una pose de pepillo, al contrario que Luis Orlando Domínguez, el singao de la UJC que habían tronado antes que él. Robertico se dejaba el pelo largo atrás a lo Mc Cartney, y se hacía un doblez en la manga de la camisa, característica de pepillos rockeros. Yo estaba ahí por la curda y las hembras que sobraban y todas querían un pedacito, una reverberación del rabo del guerrillero heroico prohibido en Argentina hasta hacía muy poco tiempo.

Un par de años más tarde, Victoria, una amiga intima de la novia mía de entonces, se fue con su padre que era director de cine a filmar Sur, al sur argentino. Bajaron con Goyeneche y Fito Páez, Al regresar le contó a Úrsula que se había hecho muy amiga de Fito. después lo vi en la Fundación Banco Patricios, donde a menudo actuaban Norman Brisky, Cecilia Rosetto, y todos los fines de semana Urdapilleta y Tortonesse, quienes bajaban a tomar una Heineken una vez terminada la obra, y nos quedábamos hablando de bueyes perdidos. Yo estaba entre los camareros modernos que atendían el bar vestidos por Gripo, con Chuchi una pintora excelente , Rosario y Fabio cantante y bajista de Suárez, Alejandra pintora su novio Richard, y mi amiga Valeria. Rolando era obsesivo de su torta de frutilla, se podía tocar de todo menos esa torta, yo cometí la ignominia de comerme media torta, era muy buen tipo, me aguantó hasta que entre torta, Heinekens y propinas extras me pidió con gran delicadeza, que volviese cuando quisiese pero de parroquiano,

Una tarde asistieron a la obra Fito, Cecilia Roth y Eusebio Poncela, que acababa de filmar Martín H. Los atendí y charlamos un poco. después lo vi en La Habana en uno de mis viajes , Santiago, Raulito y Alejandro me dijeron que me sumase a los amigos que compartirían una botella de ron con Fito y Cecilia en los jardines del Hotel Nacional, así lo hicimos, mi noche terminó después de cantar "por esa calle pasa el 99 nena, ahora vamos hacia allá" mientras Fito rasgaba la guitarra de Santiago, y Cecilia me decía desde atrás, lo recuerdo como si fuese hoy "Martín, deja de beber" . Desperté con ese frío de la madrugada incluso en el Caribe, con las estrellas de techo , como en cierta forma era habitual, pero al menos estabna sobre la hierba de los jardines del Nacional, nadie me robó nada en esa ocasión.

Después Jorge y Juan Mario, amigos de mi mentora Gladys, le hicieron la escenografía de Circo Beat, y así entre una cosa y la otra al escuchar las canciones de Fito, nacido en el '63, en mi país, con algunos amigos comunes, tiempos comunes, aires comunes, aunque no lo conociese llegué a tomarlo como un colega del camino, por otros niveles pero en la misma dirección y similar destino.

Unas décadas más tarde, había terminado de recorrer las superficies donde se apilaban los pallets de la empresa de logística para la cual trabajaba ya en España, y me apresté a aparcar el coche y reservar habitación en el Hotel acostumbrado en la ciudad de Salamanca, cuando veo un cartel "Fiesta universitaria, hoy Fito" seguí de largo en el coche y me quedé pensando que seguro sería Fito y Fitipaldis, un conjunto español que no me interesa en lo más mínimo. Al rato vi otro cartel y puede leer que se trataba de Paéz, en un teatro de Salamanca, y tocaba en un rato. Así que de repente sentí un fuego, un avatar estaba como yo, en la España profunda para cantar su repertorio rioplatense. saqué entrada y esperé. El show fue a capela, solo con guitarra y piano, una maravilla, la última vez que lo había visto Ursula me había invitado como regalo de cumpleaños a un teatro en Plaza Flores, y había un súper show, esta vez era más intimo a priori, hasta que arrancó con Ciudad de pobres corazones elevado sobre su guitarra, una barbaridad. Ahí sentí que a pesar de ser de la misma generación ya podía tomarlo como un ídolo que hizo de su vida lo que yo había derrochado. Así que cuando terminó me quedé esperando en la puerta trasera por donde salían los artistas a que saliese para saludarlo, explicándole un poco fugazmente de que lo conocía, pero eso se parecía mucho al cholulismo que tanto despreciaba, y a la vez quería esperarlo, los minutos pasaban, bajó un amigo suyo rosarino que lo acompaña a todos lados toda la vida, le dije que quería solo saludarlo como argentino contemporáneo y cultor de sus canciones, sobre todo del álbum Ey en ese lugar del mundo. cuando había transcurrido más tiempo del que el decoro me permite admitir, salió un grupo de gente, unas chicas, chicos y en medio él, parecía como si ya supiese que había un pesado esperándolo, y salió del grupo solo un instante para decirme "flaco, no tengo tiempo" y se metió en un coche raudo, duro, desaprensivo y yo me quedé con una cara de boludo que nunca antes había sentido, o mejor dicho sí, la había experimentado, nadie siente lo que no es, pero no estoy seguro todavía, de poder revelar también hoy ese otro episodio, acaso más bochornoso si cabe que el "flaco, rajá de acá" en la parte trasera de un teatro pulgoso de Salamanca.

Podía habérmelo guardado para siempre porque nadie me vio protagonizando semejante ridículo, pero prefiero sacarlo porque cada vez que suena la música de Fito desde entonces siento un desdén, hermanado con el que Camilo experimentó cuando tras hablar Robaina aquella vez en Baires, una de las chicas que nos levantamos, en el coche con que nos condujo a la fiesta, puso de una cara y de otra el casete Ciudad de pobres corazones. 

Y también, en definitiva, años atrás me había tomado su ron. Así que espero que al liberarme de la anécdota, con el rubor compartido, el dar oportunidad a la chanza, me deje también espacio a poder volver a disfrutar "Polaroid de locura ordinaria" sin abochornarme de ese muchacho parado en la noche esperando un saludo de quien, sí, era una estrella pero no para él, sintiendose más boludo que los pollitos y ahora que lo veo dejandose embelesar por los festejos de "El amor después del amor" me pregunto si el boludo puede que sea otro, o que haya dos. Al fin y al cabo, yo había leído a Bukowski mucho antes que Fito supiese que existía.

 

Jardin del Hotel Nacional

Jardin del Hotel Nacional

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26 mayo 2023 5 26 /05 /mayo /2023 19:38

"Fidel es un singao" escuchó decir a un tipo de atrás.

Se giró, miró disimuladamente al sujeto que acababa de proferir esa frase, no vio nada en él que le impresionase, que a priori denotase un carácter temerario en extremo, casi suicida, ni advirtió las más mínimas trazas de rudeza, de la clase de hombría que había que derrochar para expresar en voz alta una frase de tal calibre.

"Fidel es un singao" pensó para sí mirando alrededor, no vaya a ser que algún lengua largona leyese la mente con la misma destreza que escuchaban tras las paredes los punteos de la música rock, la sintonización de la CBS de Miami, los casetes de Álvarez Guedes o la reciente Radio Martí.

-Pues sí- repitió el tipo sin apariencia de haber invertido las horas que se consideraban necesarias en la ingesta de alcohol, ni haberse fumado un petardo para subir el tono de tales aseveraciones- Fidel, Guarapo, Esteban, Maraña, Cara de coco, es un singao, lo digo aquí y donde haga falta y el hermano es cherna.

A esa altura sintió hasta temor de que llegasen los uniformados saltando de su bólido del este de Europa garrote en mano y empezasen a repartir tranca a todo el que estaba en las cercanías, y como aquel día que apareció la pintada en la escalinata de la Universidad, mandaran a todos a Zapata y C para pasarlos por el tamiz de Cuco el gorila bufarrón, o Fefo el caimán sin dientes.

"De pinga el loco este aquí y yo no me puedo ir porque pierdo el turno, no es fácil tres horas de cola para un pedazo de jamonada de vaya a saber que clase de tiñosa para que el tipo este venga a joderlo todo, pero de todas formas deja ver en que termina esto"

-Pinga, el tipo es un singao, lo digo yo con conocimiento de causa, mi primo estuvo en la celda de al lado de Fidel y Raúl en Isla de Pinos. Los únicos con dos o tres más que se salvaron de la tortura y el ñampiti. Lo primero que tiene que saber to' el mundo aquí, es que Raül entregó a Vilma para que le diesen tolete en todo el cuartel, y Fidel a Mirta, que era muy burguesa y aunque le gustaba el trancón no consentía en mostrar el nivel de arrebato de Vilma. Pero caballero, lo que tienen que saber es que las nalgotas que garantizaron la buena salud del gaznate de los hermanos Karamazov, no fueros las de Vilma ni las de Mirta, sino las de Raúl. No es que el hermano menor no quisiese ajonjolí, pero el que lo echó pa’lante fue Maraña, por eso digo que es un singao.

A esa altura el tipo ya estaba retorciendo la musculatura para que los esfínteres no dejasen salir cual disparo de bazuca toda la cagalera a la que el agudo terror al que aboca el sigilio extremo, estaba azuzando.

-Mi primo me contó que eso no se quedó ahí, que como pasaron un año y medio, Fidel que era un tremendo singao, se jamó al hermano varias veces, se lo dio a Ramiro, a Almeida, incluso cuando salieron se lo ofreció a Camilo, y cuando conocieron al Che, al oler su peste a patas, le dijo que si un día andaba tieso de hembra por culpa de la higiene, que no se hiciese problema que Raúl encantado le brindaba su oquedad, que en semejante clase de pájara el conducto era casi vaginal. Dice mi primo que el Che sonrió socarrón, pero por la tarde, cuando todos jugaban dominó, él y Raúl se fueron a comprar arroz, dice mi primo que la tienda debía estar lejísimos dada la demora.

"La candela en la que este tipo nos va a meter a todos, no es nada en comparación con la curiosidad que me han despertado los secretos de su primo"

-Por cierto, el primo contó que Fidel prometió a todos los presos que si un día llegaba a coger el país, iba a despingar toda La Habana, que confiasen en él, que iba a dejar que se derrumbase toda, que se pudriese sobre su esqueleto, no la quería hecha polvo, la quería en ruinas ¿guajirito yo? ya van a ver, que cojones se creían estos habaneros.

La fiana llegó, como no podía ya ser de otra manera, desarmaron la cola, mandaron a todos para casa, y se llevaron al hombrecillo de guayabera blanca y dos plumas al corcel metálico de la monada.

-Vamos caballero, vamos, desarmando esto, para la casa, no quiero ver a nadie aquí, ¡caballero, pinga, to' el mundo pa' su casa! - terminó diciendo el jefe de sector empingado por la persistencia de la gente en mantener el sentido de sus horas de cola sumado al impulso del chisme, y girándose hacia el hombrecillo, le dijo- Ahora vas a repetir lo que dicen que estabas diciendo, pero en la estación.

-Guardia, no sé que le habrán dicho a usted para que venga tan malhumorado, lo que yo estaba haciendo era una loa al comandante, diciendo que él vive en todos los cubanos, que Fidel no tiene casa, él vive sin gao.

El tipo, como todos los demás, se fue a su casa sin jamonada pero con una convicción clara, concisa, inexorable:

"Fidel es un singao y Raúl una cherna"

 

PD: Extracto de un pequeño cuento en respuesta al pedido de una editorial al evaluar mi primer libro, "está bien, pero no queremos un relato intimista sino murmuraciones, habladurías, que el común de la gente no sepa de la cúpula de comandantes cubanos", del que mi amiga encargada de la traducción me dijo: -Ay, no Martín, yo no puedo traducir eso, solo de leerlo me duelen los ojos!

Fidel sin casa
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25 mayo 2023 4 25 /05 /mayo /2023 10:09

La sal se adhiere, hiende sus uñas en lo más pedregoso del ser, sus colmillos perforan la espalda y se aloja entre los labios y la encía. La sal, el horizonte, la nada, son párpados que no deben cerrarse. Luego está el escozor que provoca mirar al fondo azul oscuro que resguarda tantos cientos o miles de metros de sortilegios, corrientes, bichos, fríos, luego está el hambre y al final la sed rodeado de agua. Pero la sal es lo único que nunca se va, no hay champú ni kerosén, ni siquiera alquitrán que la borre, la despegue, la entierre, la olvide.

Con su manto de sal recorría las calles en busca de un mendrugo, en busca de su paraíso soñado, en parte encontrado en el resguardo de un banco de plaza, de un rincón de la ciudad donde se juntaba con otros de otros pueblos, otras lenguas, otras madres, pero del mismo color de piel. O parecido, porque en la cosa en que los afortunados de pieles más o menos claras se equivocaban, era en igualarlos por el color de sus pieles, que en absoluto eran iguales, algunos negros se diferenciaban de otros casi tanto como de esas pieles que se sentían a salvo. Era negro, sí, igual que el que llegaba a las ocho, puntual tras haber recogido toda la viruta de metal asentada en las superficies más insospechadas, igual que el de los ojos grandes, o el que hacía reir casi sin hablar, pero no se parecían en nada más que su peregrinaje, que en el viento, las miradas y la sal adherida.

-Al menos nosotros llegamos- suele decir Abiola cuando hablan de las vicisitudes de sus vidas- muchos, miles, quedaron en el camino a manos de los soldados, de los ladrones, del sol del desierto, de la incomprensión, del azul oscuro del mar, otros a manos de la policía en la frontera; pero lo peor son esos que terminan su sueño en un infarto o cayendo de un balcón tras correr cargados con sus mantas, henchidas de camisetas con los nombres grabados de negros adorados, privilegiados, multimillonarios que todos los blancos y semi blancos quieren vestir pagando cinco veces menos que en la tienda oficial- y mientras habla piensa "al menos, yo llegué".

-A lo mejor todo este lío con el racismo en el fútbol nos beneficia un poco, quizás nos tendrán más en cuenta como personas, no solo iguales, sino que hemos sufrido infinitamente más que ellos- dijo Addo- con que me sirvan en al bar de la esquina, la diferencia sería notable

-Lo dudo mucho Addo, las leyes contra el racismo entre el reducidísimo grupo de privilegiados multimillonarios existe hace mucho, para igualarlos en todos los privilegios señoriales, pero nunca esto nos ha beneficiado a nosotros, más bien hasta tengo la sensación opuesta, los aficionados menos agresivos condenan que les llamen "negro" a sus ídolos, de las camisetas que vendemos, pero cuando salen del recinto y nos ven vendiendo ropa o música, durmiendo en la calle, en los peores trabajos, no ven a su ídolo, ven a "negro" en su debido sitio. Pertenecen a una clase social tan baja que hasta sienten cierto alivio de constatar que aún hay algo debajo de ellos, se sienten hacendados por unos instantes. Pero encima concurre otro detalle, esta vez todo es ruido para favorecer a un solo jugador, problemático, burlón, que entre otros cinco jugadores de piel oscura, es al único que insultan. Buscaban que le quiten la más que merecida tarjeta roja de la que se libra cada partido cuando profiere todo tipo de ofensas al árbitro, al público, a los oponentes. Aunque es justo que se luche contra ese insulto, habiendo tantos otros términos que se ajustarían con mayor precisión a la descripción del personaje. Y lo consiguieron, ya está, nada más importa, ninguna televisión te va a mencionar a ti, ni a mi ni a los miles que mueren en el mar, en las vallas o en la huida-

-Yo solo quiero que la vecina del bajo no me mire más con esa cara de asco y deje de hacer sus comentarios cargados de odio, quizás para eso sirva-

-Too much monkey business; yo no espero nada, solo hablan de racismo cuando les conviene y hasta que conviene. Cuando salimos de nuestros pueblos desistimos de cambiar nuestra propia sociedad, de donde provenimos y donde no teníamos garantizado llegar vivos ni siquiera al último día de nuestras vidas. Todo lo que buscamos es una salida individual, por eso me parecería un poco hipócrita reclamarle, exigir el nivel de conciencia colectiva a la gente de aquí que nosotros abandonamos allá. Por eso mi ilusión, sueño o lucha es conseguir arribar a metas personales.

-Como Tina-dice Addo- negra en Estados Unidos, lo cual, a diferencia nuestra, significa descendiente de esclavos, de desprecio, de dolor, además mujer, y encima maltratada, abusada por su marido Ike, el jefe de la banda, de la casa y de la palabra, hasta que ella dijo basta, y la palabra, la banda y la casa cambió de jefatura. Hoy falleció, parecía que nunca podía pasar, Tina era lo opuesto de la muerte, era vida, energía, movimiento, voz salida de un pozo de una profundidad mayor que la del azul oscuro del mar, sus labios gruesos, la nariz achatada, las piernas de ébano, enamorando al mundo entero, a los chicos del rock ingleses y norteamericanos, y se convirtió en la Reina del ácido en la película Tommy de los Who, teloneó a los Stones en la gira que concluyó con el fin de la paz en Altamont, fue protagonista en la saga de Mad Max, llevó a Cher, Jagger, Lisa Fisher, Rod Stewart a su escena y los dejó a la altura del betún. Subió y bajó de sus limusinas, yates y aviones, desde Manchester a Jamaica. Cuando me quiero dar manija canto Proud Mary, la de los Creedence que ella popularizó. Sólo una cosa le pidió a Ike, quedarse con su apellido. No sé si por lo elegante de su pronunciación precedida del nombre Tina, si presa de una variante del síndrome de Estocolmo o más bien para recordar cada día de donde había salido, los candados y cadenas que rompió y la puerta tras la que un magnetismo tiraba de ella con insistencia, pero a la cual nunca debería volver siquiera a asomar la ñata.

Principio del formulario

Final del formulario

 

Tina

Tina

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22 mayo 2023 1 22 /05 /mayo /2023 23:20


El padre de mi madre había sido un soldador de cascos de grandes barcos en los distintos puertos argentinos, se puede decir que clase obrera, la madre era una inmigrante de Burgos que arribó al Río de la Plata para trabajar en el servicio doméstico, o sea, clase trabajadora integral. Ninguno de los dos era peronista. Mamá de a poco fue tomando contacto con los argentinos peronistas de izquierda (si este oxímoron pudiese tener lugar) que estaban exiliados en Cuba, en condiciones sensiblemente mejores que el resto de refugiados gracias a depositar parte del rescate pagado por los hermanos Juan y Jorge Born, alrededor de catorce millones de dólares de los sesenta en efectivo que cobraron. De ahí que las casonas de Miramar fuesen las sedes de la organización, las viviendas de los jefes y militantes, la guardería de los niños hijos de desaparecidos, muertos o presos, y otros privilegios que sacados del contexto pierden todo su sentido, tarjetas de técnicos extranjeros para comprar enseres, alimentos, bebidas, tabaco, diversión, etcetera. Nos mudamos a un departamento de ciento sesenta metros cuadrados con todas las comodidades frente a la playita de 16, además de tener las llaves del departamento de enfrente para cuando metíamos un pastelón con esas titis que se podían recoger alrededor de medianoche en el Vedado, no más tarde, la de las dos a tres de la mañana había que llevarlas a los jardines del Nacional o al Morro, como la del calcetín en el rabo y la blenorragia, pero ese es otro cuento. Demasiado bizarro para meterlo en este recuerdo.

Mi madre hizo buena amistad con varios de ellos, y casi una hermandad con Popi, Juani Bettanin, Susana Croxatto, el Vasco y la Gringa, por quienes también yo experimenté un afecto firme, profundo.
Yo tenía dieciocho años, iba al pre Pablo de la Torriente Brau, era el único que no usaba uniforme, porque no me salía del tubo. Eso sí, todos los días, para no levantar demasiado descontento, iba con una camisa azul celeste y unos pantalones azul oscuro de corderoy bien ajustados, marcando huevos.
Pero algún día, antes de sumergirme en mis botellas de ron, con el sol aun bañando primera avenida yo debía ir a la oficina de los militantes peronistas de izquierda cómodamente exiliados en La Habana no sólo gracias al generoso aporte de los hermanos Born, también a la simpatía que desde joven había profesado Fidel Guarapo Castro hacia Perón, como cuando fue a Bogotá en los días del "Bogotazo" integrando un grupo universitario de apoyo a la juventud peronista. ya se sabe Mussolini, Franco, Perón, Guarapo, un solo corazón.
Al inicio la idea de los amigos de mi madre, era que yo condujese la guagüita que llevaba a los niños de la guardería a sus escuelas u otras actividades, pero cierta cordura de alguno de los "montos" que me conocían mejor, Popi, Miguel, Lito, el Vasco o la Gringa, habría decidido que mejor era apostar a otro chofer, que arriesgarse o esperar a que dejase la tradición de refrescar las tardes con el famoso espirituoso cubano que pone a gozar a los mismísimos Barrabás y Zaratustra. Entonces me invitaron a sumarme al trabajo de introducir en una base de datos los nombres,  edad y grado o cargo, de la mayor cantidad de represores militares, de quienes se tenía conocimiento. Aquella fue la primera computadora que toqué, sistema MsDos, el trabajo era digno y hoy siento alegría de que me hayan conminado a hacer al menos una cosita de provecho, más o menos la única de mi juventud. Y como en toda Cuba, en cada cuadra, en esta oficina que estaba en una casona de la avenida primera y la calle catorce, también se hacía guardia por la noche. Acaso con más razón. Cada mes me quedaba a dormir una noche en el mullidito sofá cama de la entrada, viendo videos Betamax de películas o fútbol. Me querían incluir, argentinizar, peronizar, montonerizar, cosa que yo, mucho antes por una alergia aguda a todo compromiso y desinterés total por cualquier batalla, teque, disciplina, que por convicciones políticas, ni siquiera tenía previsto considerar, no obstante, manifesté una clara disposición a cubrir una guardia cada cierto tiempo. De paso retomaba contacto con el acento del país que tanto tiempo atrás había dejado a mis espaldas y que ya había olvidado extrañarlo.

Una tarde cuando cayó el sol, sonó el timbre de la oficina. Era Lito que subía a la sala donde estaban la computadoras a trabajar. Poco después volvió a sonar el timbre de la puerta y era mi hermano y mi hermana, que traían un tupper con mi ración de cena que, como cada día y cada noche, durante toda la vida, excepto los tres años del Habana Libre, había preparado mi abuela.

-Pasen, chicos- dije

Estaban parado uno al lado del otro, y entonces tomé la pistola Browning de 9 milímetros que tenía a su disposición quien se encargaba de la guardia, le saqué el cargador, y apunté a mi hermano primero, después a mi hermana, ambos dibujaron en la comisuras de sus labios una sonrisa franca, iba a terminar de percutir e gatillo sobre una de las dos cabezas para escuchar el click del gatillazo en vacío, pero un reflejo me llevó a jalar el gatillo apuntando hacia el suelo, a la base de madera de una bandera argentina y el click se convirtió en un estruendoso, brutal sonido de un disparo de una pistola de ese calibre permaneciendo un rato más la reminiscencia del tiro por el eco del enorme salón de entrada y terror que nos invadió de repente a los tres por lo que aún hoy, no sé, gracias a qué no ocurrió.

Mis hermanos se quedaron como congelados, les dije que por favor no dijesen nada, que por supuesto no sabía que había una bala, que no sabía como podía haber pasado eso. La bala había entrado a la base del poste y salido por detrás dejando una marca en el rodapiés y debiendo haber rebotado por la habitación, estaría aplastada, deformada, bajo un sillón.

-No importa, no importa Martín, nos vamos- me dijeron y salieron como alma que se lleva el diablo.

Me aquedé lívido, hierático, tembloroso, esperando que Lito bajase a preguntar que pasó, pero el ruido de aquellos aires acondicionados, la generosa amplitud de la mansión o la concentración en su trabajo evitó que Lito escuchase nada.

Con una mezcla de terror por la realidad paralela que podía haber sucedido, y que en alguna dimensión seguro tuvo lugar, y con el mayor alivio que se pueda tener una idea, pasé la noche sin dormir ni penar en otra cosa.

Nadie preguntó nunca por el ruido, por la bala faltante, por el agujero de la base del asta de la bandera, por la marca en el rodapiés tapado con la bandera ni encontró el plomo espachurrado metido entre los flecos de la una escoba. Pero a cada rato, en medio del silencio generalmente del momento en que cae el sol, como aquel día, y siempre que uso un tupper, mi cuerpo recupera esa sensación de desesperación por lo que pudo y debió acontecer y el profundo consuelo de lo que ocurrió en esa otra dimensión, menos real, de la que a veces pienso que me construí para soportar el peso de la eternidad en las llamas, una vez habiendo repuesto el cargador de la Browning en su sitio, y habiéndome disparado tras ver la cabeza sangrante de uno de mis hermanos en el suelo, al lado del mástil impoluto y la bandera salpicada.

Browning descargada y asta con bandera argentina
Browning descargada y asta con bandera argentina

Browning descargada y asta con bandera argentina

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2 mayo 2023 2 02 /05 /mayo /2023 22:44

A los 12 años fui como extra a la filmación de una escena de la Matanza de Iquique, de Pedro Chaskel y Fedora Robles junto con Pedrito y Paula sus hijos, en las afueras de La Habana, y en un descanso subimos a una locomotora abandonada, de no sé si era un viejo central o una estación de tren. Cuando vimos que se podía subir al techo subi y me puse a correr por el techo cilíndrico de la vieja locomotora. Resbalé y caí a la hierba crecida cuando apoyé las manos una me quedó sobre un cambolo grande, el resultado fue que me fracturé la muñeca. Así fue mi primer yeso que cubría solo el antebrazo, podía meter una regla para rascarme cuando era insoportable la picazón. Me sentía Tarzán, un brazo roto, "ese seguro es un tigre, un fiera, un aguanta dolor y un salvaje" pensaba que pensaban y me pavoneaba con mi yeso entre niñas que pensarán "que clase de comemierda, sube a una locomotora abandonada, se cae y se rompe el brazo, ahora no puede bañarse en la piscina todo el verano"

Otra vez, al poco tiempo estaba corriendo por el segundo piso del Hotel Habana Libre, con Fernando, Pedrito, Manuel y Ronnie, y me resbalé justo frente a las Cañitas, apoyé los dedos de la misma mano, la izquierda y me fisuré tres dedos: meñique, anular y medio. Nuevamente yeso, ya no me pavoneaba tanto, empezaron las bromas, "el hombre yeso", "la momia" y por ahí, pero aún así era una gloriosa herida de guerra. Cuando por ventura quedase a merced de un grupo de negros guapos, pensarían "cuidado con el múcaro que es un tipo es un hueso, no le tiene miedo a nada sale de una fractura y entra en otra". Clin, caja. ganancia. Ese yeso también llegaba hasta antes de la articulación.

La tercera vez fue en Guanabo, ya vivía en Alamar, y estuve primero apuntado en judo en Cojimar, una belleza tomar el bote de madera a diez centavos, y escuchar el remo en el agua y el ruido de la soga, el sopote y el remo al accionarlo el chalupero. Pero había poca gente, eran más los de esgrima, y dos compañeros de clase iban a Guanabo que era un club deportivo grande, importante, entonces me apunté ahí. Lleno de pibes, un profesor que mandaba a correr varias manzanas, pero era un club de verdad, y Guanabo era también pintoresco, sobre todo tras el puente de madera. Rompí caídas en las ocho modalidades, aprendí varias proyecciones, y en la primera competición en se cogía cinturón de color, en mi caso amarillo, me metieron un estrallón sucio, que solo fue un quinto de punto, llamado koka, o sea faltaban cuatro kokas más para perder, o un wasari y un yuko, o claro, un ipón. Pero no pude seguir el sonido fue estruendoso, y el dolor y la hinchazón no se hicieron esperar. Tuve que levantarme del tatami y salir al policlínico acompañado por el profesor. Un desastre, fisura doble en el codo, hemorragia interna y salida del líquido de la articulación. Me pusieron un yeso en forma de L y el médico me dijo que recordase encarecidamente, que en cuanto me quitasen el yeso, a los 45 días, fuese a fisioterapia y ultrasonido porque aunque la fisura era leve era en un sitio complicado. Estuve 45 días con el yeso, sin saber por donde meter la regla para rascarme, las "manuelas", por suerte, eran con la diestra. Todos firmaban en el yeso, "el hombre momia". Al salir de la escayola no fui a fisioterapia y fui solo a dos sesiones de ultrasonido, resultado: nunca más pude enderezar el brazo completamente. Me quedó el codo medio trabado, por no darle bola al doctor.

Detrás de casa había un jardín cercado, donde sesionaba un circulo infantil y un área botánica de distintos árboles, que más tarde fue un lugar para bailar música de guapería los sábados. Piñazos, patás y mordidas se vieron sin compasión. Me subí con un conocido del barrio Orama, a un árbol de mango, no era época todavía, pero ya había algunos mangos pitones. Lo único es que estaban demasiado alto. Hasta ese día yo trepaba a los árboles que parecía un mono. De verdad, me gustaba pensar que tenía esa habilidad por mi parentesco más cercano que el resto de humanos con los simios, ya que un año en que falté cuatro meses lectivos a la escuela Felipe Poey, me hice amigo de un chimpancé pequeño en el Zoológico de Nuevo Vedado a donde iba cada tarde que no descargábamos en casa de mi amigo Carlitos Cecilia. En fin, el tema es que subí como llevado por Mandinga a las ramas más altas pero también menos gruesas del árbol, le dije a Orama "brother, ahí veo un mango pintón, que está casi maduro". Eran mangos machos, generosos, carnosos, con uno bueno podíamos comer ambos. Comencé a caminar sobre una rama, agarrándome de otra de más arriba y cuando logré coger el mango mis pies sintieron como se partió su apoyo, caí al vacío desde una altura de una cuarta planta pero con la suerte que fui dándome golpes en la caída con ramas cada vez más gruesas que aminoraban la velocidad rumbo al suelo. Entre la muñeca y el codo me partí el cúbito y el radio y se salieron del lugar, empecé a dar vueltas en el suelo y a echar espuma. Cuando me desperté estaba a hombres de mi madre o de la Negra Ángela, que me daba los H. Upmann y los Montecristo que fumaba escondido. Y cuando me volví a despertar estaba en el policlínico de la zona 5. El médico dijo ¡aguanta! y tiró de la mano mientras otro sujetaba el brazo, revolvió los huesos y la carne hasta que encontró, no encajar de manera perfecta, pero al menos sí hueso con hueso. La gente que sabe dice que el tipo hizo un trabajo de locos, porque si tenía que esperar a llegar al Fructuoso Rodríguez en el Vedado, el brazo podría tener que ser operado. Recién entonces me llevaron al Ortopédico, el doctor dijo que estaba perfecta la faena del médico de urgencia, y me enviaron a dormir al neurológico, ahí cerca, por si acaso, para quedar en observación. Probablemente el golpe me recolocó el cerebro dotándome de una inteligencia y refinamiento intuitivo superlativo, o quizás me dejó turulato agilipollado para casi siempre, Nunca se sabrá, como en la película de Peter Sellers "The Gardener". Lo que sí se supo cuando a los 45 días me sacaron el yeso es que la muñeca me quedó rara. Nunca más trepé con esa intrepidez y velocidad ningún árbol. Ni me subo a una montaña rusa, ni a ninguna atracción de feria que especule con las alturas y el movimiento.

Varios años más tarde, habiendo dejado a Patricia en la casa en que paraba de Pepín y de Azucena en Entre Ríos al 400, donde también vivía el histórico Manuel Lamana, yendo a tomar el colectivo que me dejaría en Córdoba y Anchorena donde vivía, se me tiraron encima tres tipos, se agarraron a mi reloj, y no me dieron chance a darles las tres chirolas que llevaba encima y que me exigían dando voces, me tiraban golpes de los que sin otra posibilidad debía defenderme como pude, pasaban muchos automóviles, había una garita con policía en el Congreso de la Nación, frente a donde me estaban friendo y nadie hizo nada. En ese tiempo la merca era muy barata en Buenos Aires y había una importante cantidad de gente enganchada, como incluso yo lo había estado un tiempo antes, pero jamás salí a domar a nadie, los pibes estaban sacados y querían aunque fuese un paase más. Uno fue a pegarme con algo que tenía en la mano en la cabeza, levanté la extremidad para proteger la mollera, y "crack" llegó de visita el ruido familiar de mi brazo izquierdo. De los gritos que di se fueron rajando, corrí hasta donde Entre Ríos se convierte en Callao y tomé un taxi, llegué a casa y me acosté a dormir. Durante la noche el dolor era tremendo así que me puse el pantalón como puede y me fui al Hospital Fernández. Rayos X, fractura del cúbito y yeso por otros 45 días.

O sea, señores, mi brazo izquierdo tras cinco sucesos de rotura, con hasta nueve fracturas, levantando el peso limite en el gimnasio, impulsando el agua en cada brazada descompensado con el derecho, hasta cubrir el kilómetro en natación de piscina o mar, aunque no se note, es, como en la literatura de ciencia ficción o de fantasía, uno de esos muertos vivos, sobrevivientes del volcán de un dios devorador, que en sus huesos astillados catalizó todos esos otros suicidios, en los que no se me ocurrió pensar más de dos horas seguidas.

Hoy haciendo unas planchas en el suelo, cuando sentí los pequeños dolores de todas las fracturas juntas,  pensé que hay gente con mala pata, yo tuve mal brazo, o acaso no, pobrecito, se hizo cargo de todos los porrazos físicos tangibles, y quien sabe de cuantos más de corte espiritual.

 

Koka y Mata de mango
Koka y Mata de mango

Koka y Mata de mango

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2 mayo 2023 2 02 /05 /mayo /2023 16:52

De pequeño un crío extremadamente tímido, solitario, con amigos de a uno, lunático, siempre pensando en castillos en el aire, imaginación al pedo, solo tía Celia lo vio y me incentivó a pintar, a expresar algo, a no sentir vergüenza ni lástima de mi. Después vino Cuba, todo expresión corporal, vocal, rítmica, hedonista, sensual, baile, bongó, atención a los blúmer, hablar de singar a edad de jugar a los escondidos, fumar antes de tener los pulmones terminados, empezar a beber sin barba, con ron, sin hielo, sin vaso, a capela. Recuerdo aquel día regresando al Vedado con Leonor, esa novia un año mayor que yo que me puso la humilde tranca como nunca la había visto, el pantalón parecía una carpa de camping, un tipi, un iglú familiar, cuando llegué a casa después de frotar la lámpara para que apareciesen todos esos duendes que pensaban irían a cazar un óvulo, tuve que restregar con el cepillo y el jabón pantalón calzoncillo y hasta camisa para despegar todo ese yogur enmelcochado. El ron, la imitación, el temor a que en cualquier momento emergiese el panoli, el esfuerzo de integración y no pocos vacilones, me hicieron pensar que era largo, cabrón, pillo, pícaro, jevoso, van van, bárbaro, rolling stone, chistoso, el peor-mejor y al final sí, me hice más o menos transgresor. Pero no exactamente yo sino ese que yo pretendía ser, y que durante un tiempo más largo que el que el mínimo decoro sugiere, logré emular. Cuando mamá, papá, te sueltan la mano hay que aprender a vivir como sea. Perdí el camino de regreso a mi, al bobo, al callado, al tímido. Casi. Excepto en esas noches de dormir abrazado a mi oso Cocó, hablando dormido como un espía sonámbulo revelando su identidad y despertando sudado aterrorizado por la posibilidad de haber sido escuchado "ay, mami mami que estás en los cielos, niño chiquitito, objeto puntiagudo" se oyó gritar tras concluir en el rostro el trayecto de una bota llena de meada o una galleta de los mignight ramblers, en las literas de la escalera armadas provisionalmente por saturación de panolis en la beca de Quivicán. Un bárbaro, un van van, un rolling stone, que se templó a un montón de niñas y tembas, pero no se atrevió a declararle su amor a la princesa de sus sueños en la secundaria por temor a ser rechazado, como sabría que de conocerlo, de verle el fondo seguro lo sería. Ni a mantener el amor de ella, llenando de infidelidades, de faltas de respeto, de situaciones de dolor lo mejor que tuvo y nunca mereció. De ser humillado por la amante eterna, de ser un pata de lana que saltaba por las ventanas de las esposas adúlteras. Acaso el momento más feliz, sea cuando se divisa con claridad el lastre que debe ser liberado por la borda. Hoy solo un puro y diáfano panoli, no hay más clon de van van, ni de largo; hoy corto, tímido, apartado, ocurrente para poco, solo para retornar amor a quienes más me lo dieron y tener las agallas de pedir perdón por tanto miedo, tanta simulación y tiempo perdido. O acaso ganado, para que nunca más, tenga que volver a excusarme con Cocó.

Acuarela de Celia

Acuarela de Celia

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25 abril 2023 2 25 /04 /abril /2023 10:44

Me gusta este recuerdo.

Tenía dos casetes de música jazz, de noventa minutos cada uno. Uno era de Louis Armstrong y el otro de Glenn Miller, me encantaba el swing y el sonido New Orleans, así que cuando me metía unos buches de ron en mi casa de 1ª y 16 y me iba caminando al Sierra Maestra, a darme un baño, comer una hamburguesa, tomar un laguer y ver a amigos y materiales, muchas veces iba tarareando The bucket's got a hole in it o Chattanooga Choo Choo, sabroso por avenida primera, medio en pedo , el sol en la cara, la camisa abierta, el blue jean empercudido y las botas calientes, nada de short y chancletas como se usa hoy; a la playa había que ir como a la fiesta, después habría tiempo de cambiarse.

A veces paraba un ratito en 12 para mirar las jevitas ricas que se arriesgaban a alimentar las fantasías de los rascabucheadores que más de una vez cobraron gruesos tranqueos por pajuzos. Había una niña que me tenía loco, lo que se dice arrebatado, en aquel tiempo no se usaba tanga en Cuba, ella era la precursora, pero eso no sería nada sin su clase de culo y Papa John's, que aunque no tuve el gusto de conocerlo personalmente, se podía intuir sin mucha dificultad donde se hendía la prenda premonitoria. Cada vez que esa chiquita se bañaba seguro habría un mira hueco alrededor, más o menos camuflado. Después pasaba el Karl Marx fijándome siempre de reojo, desde el inconsciente, si alguna vez se les volvía a ocurrir ocultar a toda la población un festival de rockeros y estrellas del pop internacional como aquel que me perdí a finales de los setenta. Pero nada, alguna vez los Son 14, o los Van Van, en tiempos en que los pepillos no escuchábamos música de guapos, un par de años más tarde todo se mezcló y hasta Mayenye comió ajonjolí.

Más adelante el Cristino, donde solo iban familiares de pinchos como podía ser yo pero sin ser mi caso, y chivatones de los de verdad. Donde años más tarde una prima de la planta de mi pie cuando lleva una semana sin agua y jabón, negó la entrada a mi hijo que vivía en 5ª y 10 pero no era hijo de revolucionarios, a un cumpleaños de su hija, que pobrecita no era culpable de las consecuencias de una bola de cebo tan amorfa. Y unos pasos más allá, el drive way del Sierra Maestra, con su vigilante en la entrada, su tienda de productos especiales para técnicos extranjeros donde compraba mi madre, los cartones de cigarrillos Populares, la jamonada, el queso, el ron Legendario, el laguer cubano sin etiqueta, el Polar, el Hatuey y el Pilsen Urquell. también el vino búlgaro Cabernet. Y mucha más comida, tabaco y curda que la que había en la bodega.

Aquello era un abuso que avergonzaba, y por eso en vez de manifestarme mediante la abstención, llevaba amigos y novias a casa a comer todos los días, de esa forma pagaba la culpa de ser participe de ese engaño de la sociedad de la igualdad. Tenía un carnet de técnico extranjero, casi nunca me lo pedían a la entrada del Sierra, pero lo llevaba encima por si había un guardia nuevo, o uno "imperfecto", que de haberlos, haylos.

A la entrada, iluminado con el sol que entraba por los dos flancos, desde el mar y desde el cielo abierto de esa pequeña ensenada que hacía la costa de La Habana en ese punto, el mármol del suelo brillaba y el perfume del salitre empujaba a la cafetería de la entrada, para tomar una Pilsen fría. A esa altura generalmente ya me había encontrado con un amigo, una jevita, un primo, o cualquiera para meter una muela, la que se terciase, la que el estado de ánimo y el humor sugiriesen. Pero nada de política, en Cuba no se hablaba nada de eso, al revés de lo que la gente de afuera de la isla piensa, esa omni y multi presencia de la jerga política, ideológica, adoctrinada y alienante, causaba el efecto opuesto, en cuanto el cubano se despegaba de la muela oficial, del poema obligado, hablaba de todo menos de política.

A veces estaba Fernando, a veces el dominicano loco, a veces Niurka, a veces Natalia bailarina de ballet acuático, a veces Renata, a veces el otro Fernando, el colombiano loco que sacó la cara por mi años atrás en la beca cuando me tenían loco a botazos voladores nocturnos llenos de meado, a veces a Robertón, que era un hacha para todos los deportes, apenas había empezado a jugar voleibol en la canchita de atrás de la piscina y ya era el mejor, igual que al wind surf. No teníamos tablas como las que había en el capitalismo, pero teníamos alguna tabla cicatrizada y su botavara resistente a la obsolescencia, lo cual era un lujo. Pero el que con más frecuencia encontraba antes de entrar, o íbamos desde mi casa porque era cubano y tenía que entrar con un ruso o sucedáneo, era mi amigo desde que llegué a Cuba diez atrás de aquello, Evelio, que era “esponja” como yo pero el doble.

Esa vez lo encontré ya adentro, tomando una cerveza en el muro que daba al mar.

-Que volá yenika, me entró Fernan.

-Qué volaíta brother, hoy traje eso.

Yo también tenía la botella fría en la mano, le dije que fusemos atrás. Tras bañarnos en la piscina grande, en el mar nadando hasta los yakis que habían situado para que las marejadas no arruinasen las fachadas. Una vez me singué a una titi en un yaki, cubanismo que proviene del término “jaks”, con el sol lamiéndome la espalda, y ella de frente al cielo y a la orilla de enfrente a noventa millas, uno de los palos más ricos que se pueden echar en Miramar, porque la estructura del yaki permite acomodarse para mamar bollo, luego subir para ser succionado en el rabo, e invita a distintas posiciones para la singuetta.

Y cuando cayó el sol le dije a Evelio- vamos a jamar algo- nos pusimos en la cola de la cafetería de la piscina, y de repente se me coló una rusa, el Sierra Maestra era más que nada hogar de rusos, que escudaban sus acciones en la isla bajo la denominación de técnicos extranjeros, pero eran militares, maestros de técnicas policiales, algún ingeniero, y mucho chivatón de su compañero que a su vez era vigilante de otro. Porque los que más hacían negocios en mercado negro entonces eran los rusos, compraban lo que no iban a consumir de la tienda de privilegios, y lo revendían en la poca población con que se dignaban a hablar. Había también polacos, húngaros, rumanos, búlgaros, ninguno de estos soportaba a los rusos, y eso que eran todos de partidos comunistas de sus países, si no salía nadie. Yo tuve amigos rusos, alguna noviecita también, aunque la rusa de esa época no se parecía en nada a la que anda ufana llena de rublos hoy por Marbella, esbeltas, “producidísimas”, lacadas, plastificadas, pero lindas. No, aquellas eran como salidas de una dacha, el traje de baño partía hacia abajo casi desde el sobaco, que dicho sea de paso, cada uno de aquellos sobacos sí que eran un arma letal mil veces más poderoso que todo el arsenal estadounidense, se bañaban en la piscina nadando en estilo pecho sin meter la cabeza en el agua, usaban gorros de pelo, y en la parte que hacían pie, siempre había algunas parejas de rusos jugando ajedrez con un tablero flotante, y miraban con ojos de oso con rabia a los niños que salpicaban o saltaban desde el borde en vez de hacerlo en la parte profunda y desde el trampolín. Los demás "técnicos" no se sentían cómodos con los rusos porque estos se creían superiores, bueno, no es que se creyesen, estaban situados en instancias superiores, y a los cubanos, que eran los encargados de construirles el edificio Mazinger, la embajada fortaleza más hostil con la estética de la Historia, ni siquiera les hablaban. Salvedad hecha por las numerosas parejas ruso-cubanas que vivían de manera normal en la isla, generalmente compuestas en la URSS durante un período de trabajo o estudio del cubano/a en la patria superior.

Toqué el hombro de la rusa, y le dije que se me había colado, yo también era "técnico" .

-Mucho poco tiempo Cuba, no habla española- me dijo la muy singá.

Cuando cogía aire para decirle no recuerdo que barbaridad, Evelio me hizo señas de que la dejase por imposible, ¡él! justo él que cada día si querías ver una bronca a la salida del colegio Orlando Pantoja, a las 4 y 20 en la sinagoga lo tenías en el ring. Pero tenía razón, la rusa se empacó, se cuadró como una gendarme y no estaba dispuesta a deponer su derecho a arrebatar a los cubanos, a los aplatanados, o al resto del mundo incluso, su puesto para el helado. Cuando le tocó, la rusa dijo en español acentuado con el tono especiado de la taiga:

-Compañera, bocadita di qiueso-

Y entonces le dije: Tú sí que sabes hablar español y colarte como un cubano-

Cogimos un bocadito cada uno, y ya cayendo el sol, le dije a mi amigo, hoy nada de materiales ni socios, que traigo el Jazz. Se le llamaba ñaña, “efori”, veneno, eran unas hojitas de marihuana seca envueltas en papel de estraza, lo que en aquella Habana de inicio de los ochenta era un porro, al coste de una “monja”, cinco pesos, de los pesos que valían, que traían a Maceo altivo, orgulloso, casi como un ruso en el Sierra Maestra, no como hoy que el pobre está en los billetes alicaído, tumbado, sin machete ni cohete. Fumamos el porro y Evelio me decía -brother no me hace ná- y cada vez que lo repetía demoraba más en terminar la frase, hasta que empezó a reírse, y yo me empecé a deshollejarme a carcajadas. La cantidad era escasa pero era del Escambray, una calidad superior.

En esa época y aún hoy, fumar yerba era un delito muy penado por la ley, por eso me refería a quemar una ñaña, como : " tocar Jazz"; así que para honrar el mote apelativo nos pusimos a cantar los temas de jazz de Armstrong y Miller, a dos voces, dos trompetas, dos baterías, en el fondo de las piscinas del Sierra, frente a las cabañitas, a los yakis, al sol del mar naciente cayendo sobre nuestra nota de ron, laguer y jazz.

No dejamos de reírnos hasta que nos despedimos en la parada de la guagua recordando la recién aprendida frase que marca la superioridad racial de los Urales:

"Compañera, bocadita di quieso"

 

Sierra Maestra Be bop
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9 abril 2023 7 09 /04 /abril /2023 14:23

No se te ocurra tomarte demasiado en serio a cualquier español contemporáneo que te hable de crisis. Es decir, no como si te lo comunicase un finés o un coreano.

Navidad, año nuevo y reyes magos se convierten en un mes entero incurriendo en gastos ingentes. Comidas, borracheras, compras, miles de millones de euros a lo largo de toda la península y sus ínsulas. Después vienen esos mega puentes en que todos huyen despavoridos de la gran urbe, y en Semana Santa es una cosa de locos, no hay una sola plaza de hotel ni una reserva de restaurante por cubrir en las principales ciudades y menos aún en las aledañas, Ni hablemos de verano. Y es que el español no sale a comer un platito, si puede se come un carnero o un cerdo entero, beben caldos suntuosos de Rioja o Ribera del Duero, el almuerzo y la cena con su debida sobremesa, puede durar horas de risas, voces y bebidas espirituosas. Carpe diem.

Ni se te ocurra entender la palabra crisis recurriendo a su significado original, tienes que entender el término en su variante ibérica, un significante que viene a advertir que tras derrochar enormes cantidades de guano en lastrarse langostas, centollos, percebes, jamones de bellota, vinos exquisitos, sobremesas boreales, garitos, pubs, bares de copas, buenos hoteles, regalos, queda poco resto para pasar los dos o tres escasos meses en que no hay una fecha señalada para tirar la casa por la ventana. Así es desde siempre, pero es probable que se haya acentuado tras la pandemia del covid 19.

Los españoles no paran de gastar, salir a caminar por el campo es una actividad sumamente residual, de vascos, navarros, o paradójicamente, de clases acomodadas, a no ser esas muchedumbres dominicales que te encuentras si tienes la mala fortuna de elegir una senda corta al costado de un pueblo famoso por sus fondas, tabernas, casas de comidas de cocidos, corderitos lechales o paellas. En España salir es morfarse o beberse todo cada día. Incluso los obreros comen menú de dos platos, postre, pan vino y gaseosa, no un sanguchito sentado en una banco de plaza como almuerzan los oficinistas de allende las fronteras.

-Hombre ya ves, por eso estamos como estamos de jodidos.

-Sí, esto ya no se aguanta más. Venga te invito un café ¿pá’ dónde vas ahora?

-Tengo la mujer y los niños esperando que nos vamos a comer un cocido a lo de Manolo.

-Vale, te veo por la tarde en lo de Paco para el partido y unas cañitas. La vida son dos días.

Tras la pérdida de las colonias, e incluso con ellas, los españoles pasaron acuciantes necesidades, en ocasiones incluso hambre de llegar a morir por no comer, no un simple apetito, quedó en el ADN como un recuerdo impreso, de ahí que se gaste mucho más en lo que será descartado en un máximo de dos días por vía rectal, y en borracheras interminables por vía renal, que en por ejemplo, arte. Claro que todo esto tiene sus excepciones y variaciones marcadas por la educación y la clase social.

España vive en la calle, come, bebe, ríe, grita, y aunque tanta historia de inquisición y represión religiosa se metió en la cama provocando que acaso se amarizase menos de lo que sería coherente con las demás estridencias, el español goza y se gasta todo en disfrutar de manera estruendosa, brillante y llamativa como su clima.

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fiestas

fiestas

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7 abril 2023 5 07 /04 /abril /2023 22:51

Están jugando el WTA en Charleston, hace unos meses Adrianne me invitó a conocer Carolina del Sur. Me encantó, no es lo más cool de EEUU, no es turístico internacional, pero es precioso, la comida es muy rica, el clima no me da asma, me gustaron sus pueblos y ciudades, Columbia, Charlotte, Fort Mill, Rock Hill, su gente que me trató con gran amabilidad y hasta me dejaron aparcar gratis en las iglesias, imagino que por ser turista o sugerirlo educadamente. Tiene historia para dar y guardar. Además un detalle, su equipo de football los Gamecoks, no ganan mucho, casi nunca, pero son queridos y respetados, me gustó esa lealtad, y el South Carolina de básquet femenino, por segundo año ganó el NCAA, haciendo historia.

Aprendí unos juegos de cartas, que me enseñó Ken, dejándome ganar la primera mano para cogerme después entusiasmado y darme una paliza olímpica,

Pasé unos días preciosos y Carolina del Sur se quedó en mi corazón.

Pero no comí pizza como la de Güerrín. Solo los que han caminado por la avenida Corrientes alguna o varias veces comieron pizza como esa, y la de las Cuartetas y la de los Inmortales. Los que no caminaron por Corrientes no saben lo que es la mejor pizza ni las librerías más encantadoras, embrujadas de letras en el aire de libreros que no te mandan a la sección amarilla en la W para encontrar un Wittgenstein. Y el teatro San Martín con todas sus plantas, sus obras en cartel, sus ciclos de cine donde una vez muy pocos vieron las catorce horas de Berlin Alexanderplatz, de Fassbinder, y una sala de exposiciones de la mejor fotografía de la historia, cálida en invierno, fresca en verano para un alto en el camino a la nada. Mucho tiempo atrás, en el fondo de una librería que estaba en la segunda planta, un bebé intenta no dormirse en su cochecito, para escuchar a Mario, a Marcos, al conde húngaro que roba discos, a Juan y María. O al Rojas donde se exponen las mejores intenciones, a Liberarte, a Ghandi de Elbio Vitale o en el bajo el Goethe Institut con sus ciclos de foto, pintura y cine, donde el cien por ciento de los aprendices conocieron a Werner Nekes, el maestro del cine minimalista, presentado por Annemarie Heinrich, un lujo germano peronista.

Buenos Aires.

¿Por qué Estocolmo si no hay pizza ni perfect smashed burger?

Porque Albert Nobel antes de dedicarse a las explosiones y a arrepentirse de la mecha corta, inició decenas de emprendimientos, y varios los llevó a cabo en un edificio de ladrillo a la vista al lado de un lago ¿qué no está al lado o bajo un lago en Estocolmo? porque hay una isla de museos, sí, el nórdico, el histórico, pero el mejor es el de un príncipe artista, Eugenio de Suecia, el príncipe pintor. Al lado del museo hay un grupo de patos que observan fijamente a un punto, un café con tartas y una piedra bajo la cual descansa la llave de la insidia.

Estocolmo por Gamla Stam y todo lo que reúne, pero sobre todas las cosas el Parlamento donde el asiento de Olof Palme ya no refulge, los tonos pasteles colonizaron el sedimento del polvo sobre la madera, no obstante vibra entre las vetas y se extiende por toda Escandinavia. Estocolmo por el metro, las miradas, el roce, Millesgarden, los ciervos y el lago de los patos.

 

Prins Eugens Waldemarsudde

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