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22 mayo 2023 1 22 /05 /mayo /2023 23:20


El padre de mi madre había sido un soldador de cascos de grandes barcos en los distintos puertos argentinos, se puede decir que clase obrera, la madre era una inmigrante de Burgos que arribó al Río de la Plata para trabajar en el servicio doméstico, o sea, clase trabajadora integral. Ninguno de los dos era peronista. Mamá de a poco fue tomando contacto con los argentinos peronistas de izquierda (si este oxímoron pudiese tener lugar) que estaban exiliados en Cuba, en condiciones sensiblemente mejores que el resto de refugiados gracias a depositar parte del rescate pagado por los hermanos Juan y Jorge Born, alrededor de catorce millones de dólares de los sesenta en efectivo que cobraron. De ahí que las casonas de Miramar fuesen las sedes de la organización, las viviendas de los jefes y militantes, la guardería de los niños hijos de desaparecidos, muertos o presos, y otros privilegios que sacados del contexto pierden todo su sentido, tarjetas de técnicos extranjeros para comprar enseres, alimentos, bebidas, tabaco, diversión, etcetera. Nos mudamos a un departamento de ciento sesenta metros cuadrados con todas las comodidades frente a la playita de 16, además de tener las llaves del departamento de enfrente para cuando metíamos un pastelón con esas titis que se podían recoger alrededor de medianoche en el Vedado, no más tarde, la de las dos a tres de la mañana había que llevarlas a los jardines del Nacional o al Morro, como la del calcetín en el rabo y la blenorragia, pero ese es otro cuento. Demasiado bizarro para meterlo en este recuerdo.

Mi madre hizo buena amistad con varios de ellos, y casi una hermandad con Popi, Juani Bettanin, Susana Croxatto, el Vasco y la Gringa, por quienes también yo experimenté un afecto firme, profundo.
Yo tenía dieciocho años, iba al pre Pablo de la Torriente Brau, era el único que no usaba uniforme, porque no me salía del tubo. Eso sí, todos los días, para no levantar demasiado descontento, iba con una camisa azul celeste y unos pantalones azul oscuro de corderoy bien ajustados, marcando huevos.
Pero algún día, antes de sumergirme en mis botellas de ron, con el sol aun bañando primera avenida yo debía ir a la oficina de los militantes peronistas de izquierda cómodamente exiliados en La Habana no sólo gracias al generoso aporte de los hermanos Born, también a la simpatía que desde joven había profesado Fidel Guarapo Castro hacia Perón, como cuando fue a Bogotá en los días del "Bogotazo" integrando un grupo universitario de apoyo a la juventud peronista. ya se sabe Mussolini, Franco, Perón, Guarapo, un solo corazón.
Al inicio la idea de los amigos de mi madre, era que yo condujese la guagüita que llevaba a los niños de la guardería a sus escuelas u otras actividades, pero cierta cordura de alguno de los "montos" que me conocían mejor, Popi, Miguel, Lito, el Vasco o la Gringa, habría decidido que mejor era apostar a otro chofer, que arriesgarse o esperar a que dejase la tradición de refrescar las tardes con el famoso espirituoso cubano que pone a gozar a los mismísimos Barrabás y Zaratustra. Entonces me invitaron a sumarme al trabajo de introducir en una base de datos los nombres,  edad y grado o cargo, de la mayor cantidad de represores militares, de quienes se tenía conocimiento. Aquella fue la primera computadora que toqué, sistema MsDos, el trabajo era digno y hoy siento alegría de que me hayan conminado a hacer al menos una cosita de provecho, más o menos la única de mi juventud. Y como en toda Cuba, en cada cuadra, en esta oficina que estaba en una casona de la avenida primera y la calle catorce, también se hacía guardia por la noche. Acaso con más razón. Cada mes me quedaba a dormir una noche en el mullidito sofá cama de la entrada, viendo videos Betamax de películas o fútbol. Me querían incluir, argentinizar, peronizar, montonerizar, cosa que yo, mucho antes por una alergia aguda a todo compromiso y desinterés total por cualquier batalla, teque, disciplina, que por convicciones políticas, ni siquiera tenía previsto considerar, no obstante, manifesté una clara disposición a cubrir una guardia cada cierto tiempo. De paso retomaba contacto con el acento del país que tanto tiempo atrás había dejado a mis espaldas y que ya había olvidado extrañarlo.

Una tarde cuando cayó el sol, sonó el timbre de la oficina. Era Lito que subía a la sala donde estaban la computadoras a trabajar. Poco después volvió a sonar el timbre de la puerta y era mi hermano y mi hermana, que traían un tupper con mi ración de cena que, como cada día y cada noche, durante toda la vida, excepto los tres años del Habana Libre, había preparado mi abuela.

-Pasen, chicos- dije

Estaban parado uno al lado del otro, y entonces tomé la pistola Browning de 9 milímetros que tenía a su disposición quien se encargaba de la guardia, le saqué el cargador, y apunté a mi hermano primero, después a mi hermana, ambos dibujaron en la comisuras de sus labios una sonrisa franca, iba a terminar de percutir e gatillo sobre una de las dos cabezas para escuchar el click del gatillazo en vacío, pero un reflejo me llevó a jalar el gatillo apuntando hacia el suelo, a la base de madera de una bandera argentina y el click se convirtió en un estruendoso, brutal sonido de un disparo de una pistola de ese calibre permaneciendo un rato más la reminiscencia del tiro por el eco del enorme salón de entrada y terror que nos invadió de repente a los tres por lo que aún hoy, no sé, gracias a qué no ocurrió.

Mis hermanos se quedaron como congelados, les dije que por favor no dijesen nada, que por supuesto no sabía que había una bala, que no sabía como podía haber pasado eso. La bala había entrado a la base del poste y salido por detrás dejando una marca en el rodapiés y debiendo haber rebotado por la habitación, estaría aplastada, deformada, bajo un sillón.

-No importa, no importa Martín, nos vamos- me dijeron y salieron como alma que se lleva el diablo.

Me aquedé lívido, hierático, tembloroso, esperando que Lito bajase a preguntar que pasó, pero el ruido de aquellos aires acondicionados, la generosa amplitud de la mansión o la concentración en su trabajo evitó que Lito escuchase nada.

Con una mezcla de terror por la realidad paralela que podía haber sucedido, y que en alguna dimensión seguro tuvo lugar, y con el mayor alivio que se pueda tener una idea, pasé la noche sin dormir ni penar en otra cosa.

Nadie preguntó nunca por el ruido, por la bala faltante, por el agujero de la base del asta de la bandera, por la marca en el rodapiés tapado con la bandera ni encontró el plomo espachurrado metido entre los flecos de la una escoba. Pero a cada rato, en medio del silencio generalmente del momento en que cae el sol, como aquel día, y siempre que uso un tupper, mi cuerpo recupera esa sensación de desesperación por lo que pudo y debió acontecer y el profundo consuelo de lo que ocurrió en esa otra dimensión, menos real, de la que a veces pienso que me construí para soportar el peso de la eternidad en las llamas, una vez habiendo repuesto el cargador de la Browning en su sitio, y habiéndome disparado tras ver la cabeza sangrante de uno de mis hermanos en el suelo, al lado del mástil impoluto y la bandera salpicada.

Browning descargada y asta con bandera argentina
Browning descargada y asta con bandera argentina

Browning descargada y asta con bandera argentina

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2 mayo 2023 2 02 /05 /mayo /2023 22:44

A los 12 años fui como extra a la filmación de una escena de la Matanza de Iquique, de Pedro Chaskel y Fedora Robles junto con Pedrito y Paula sus hijos, en las afueras de La Habana, y en un descanso subimos a una locomotora abandonada, de no sé si era un viejo central o una estación de tren. Cuando vimos que se podía subir al techo subi y me puse a correr por el techo cilíndrico de la vieja locomotora. Resbalé y caí a la hierba crecida cuando apoyé las manos una me quedó sobre un cambolo grande, el resultado fue que me fracturé la muñeca. Así fue mi primer yeso que cubría solo el antebrazo, podía meter una regla para rascarme cuando era insoportable la picazón. Me sentía Tarzán, un brazo roto, "ese seguro es un tigre, un fiera, un aguanta dolor y un salvaje" pensaba que pensaban y me pavoneaba con mi yeso entre niñas que pensarán "que clase de comemierda, sube a una locomotora abandonada, se cae y se rompe el brazo, ahora no puede bañarse en la piscina todo el verano"

Otra vez, al poco tiempo estaba corriendo por el segundo piso del Hotel Habana Libre, con Fernando, Pedrito, Manuel y Ronnie, y me resbalé justo frente a las Cañitas, apoyé los dedos de la misma mano, la izquierda y me fisuré tres dedos: meñique, anular y medio. Nuevamente yeso, ya no me pavoneaba tanto, empezaron las bromas, "el hombre yeso", "la momia" y por ahí, pero aún así era una gloriosa herida de guerra. Cuando por ventura quedase a merced de un grupo de negros guapos, pensarían "cuidado con el múcaro que es un tipo es un hueso, no le tiene miedo a nada sale de una fractura y entra en otra". Clin, caja. ganancia. Ese yeso también llegaba hasta antes de la articulación.

La tercera vez fue en Guanabo, ya vivía en Alamar, y estuve primero apuntado en judo en Cojimar, una belleza tomar el bote de madera a diez centavos, y escuchar el remo en el agua y el ruido de la soga, el sopote y el remo al accionarlo el chalupero. Pero había poca gente, eran más los de esgrima, y dos compañeros de clase iban a Guanabo que era un club deportivo grande, importante, entonces me apunté ahí. Lleno de pibes, un profesor que mandaba a correr varias manzanas, pero era un club de verdad, y Guanabo era también pintoresco, sobre todo tras el puente de madera. Rompí caídas en las ocho modalidades, aprendí varias proyecciones, y en la primera competición en se cogía cinturón de color, en mi caso amarillo, me metieron un estrallón sucio, que solo fue un quinto de punto, llamado koka, o sea faltaban cuatro kokas más para perder, o un wasari y un yuko, o claro, un ipón. Pero no pude seguir el sonido fue estruendoso, y el dolor y la hinchazón no se hicieron esperar. Tuve que levantarme del tatami y salir al policlínico acompañado por el profesor. Un desastre, fisura doble en el codo, hemorragia interna y salida del líquido de la articulación. Me pusieron un yeso en forma de L y el médico me dijo que recordase encarecidamente, que en cuanto me quitasen el yeso, a los 45 días, fuese a fisioterapia y ultrasonido porque aunque la fisura era leve era en un sitio complicado. Estuve 45 días con el yeso, sin saber por donde meter la regla para rascarme, las "manuelas", por suerte, eran con la diestra. Todos firmaban en el yeso, "el hombre momia". Al salir de la escayola no fui a fisioterapia y fui solo a dos sesiones de ultrasonido, resultado: nunca más pude enderezar el brazo completamente. Me quedó el codo medio trabado, por no darle bola al doctor.

Detrás de casa había un jardín cercado, donde sesionaba un circulo infantil y un área botánica de distintos árboles, que más tarde fue un lugar para bailar música de guapería los sábados. Piñazos, patás y mordidas se vieron sin compasión. Me subí con un conocido del barrio Orama, a un árbol de mango, no era época todavía, pero ya había algunos mangos pitones. Lo único es que estaban demasiado alto. Hasta ese día yo trepaba a los árboles que parecía un mono. De verdad, me gustaba pensar que tenía esa habilidad por mi parentesco más cercano que el resto de humanos con los simios, ya que un año en que falté cuatro meses lectivos a la escuela Felipe Poey, me hice amigo de un chimpancé pequeño en el Zoológico de Nuevo Vedado a donde iba cada tarde que no descargábamos en casa de mi amigo Carlitos Cecilia. En fin, el tema es que subí como llevado por Mandinga a las ramas más altas pero también menos gruesas del árbol, le dije a Orama "brother, ahí veo un mango pintón, que está casi maduro". Eran mangos machos, generosos, carnosos, con uno bueno podíamos comer ambos. Comencé a caminar sobre una rama, agarrándome de otra de más arriba y cuando logré coger el mango mis pies sintieron como se partió su apoyo, caí al vacío desde una altura de una cuarta planta pero con la suerte que fui dándome golpes en la caída con ramas cada vez más gruesas que aminoraban la velocidad rumbo al suelo. Entre la muñeca y el codo me partí el cúbito y el radio y se salieron del lugar, empecé a dar vueltas en el suelo y a echar espuma. Cuando me desperté estaba a hombres de mi madre o de la Negra Ángela, que me daba los H. Upmann y los Montecristo que fumaba escondido. Y cuando me volví a despertar estaba en el policlínico de la zona 5. El médico dijo ¡aguanta! y tiró de la mano mientras otro sujetaba el brazo, revolvió los huesos y la carne hasta que encontró, no encajar de manera perfecta, pero al menos sí hueso con hueso. La gente que sabe dice que el tipo hizo un trabajo de locos, porque si tenía que esperar a llegar al Fructuoso Rodríguez en el Vedado, el brazo podría tener que ser operado. Recién entonces me llevaron al Ortopédico, el doctor dijo que estaba perfecta la faena del médico de urgencia, y me enviaron a dormir al neurológico, ahí cerca, por si acaso, para quedar en observación. Probablemente el golpe me recolocó el cerebro dotándome de una inteligencia y refinamiento intuitivo superlativo, o quizás me dejó turulato agilipollado para casi siempre, Nunca se sabrá, como en la película de Peter Sellers "The Gardener". Lo que sí se supo cuando a los 45 días me sacaron el yeso es que la muñeca me quedó rara. Nunca más trepé con esa intrepidez y velocidad ningún árbol. Ni me subo a una montaña rusa, ni a ninguna atracción de feria que especule con las alturas y el movimiento.

Varios años más tarde, habiendo dejado a Patricia en la casa en que paraba de Pepín y de Azucena en Entre Ríos al 400, donde también vivía el histórico Manuel Lamana, yendo a tomar el colectivo que me dejaría en Córdoba y Anchorena donde vivía, se me tiraron encima tres tipos, se agarraron a mi reloj, y no me dieron chance a darles las tres chirolas que llevaba encima y que me exigían dando voces, me tiraban golpes de los que sin otra posibilidad debía defenderme como pude, pasaban muchos automóviles, había una garita con policía en el Congreso de la Nación, frente a donde me estaban friendo y nadie hizo nada. En ese tiempo la merca era muy barata en Buenos Aires y había una importante cantidad de gente enganchada, como incluso yo lo había estado un tiempo antes, pero jamás salí a domar a nadie, los pibes estaban sacados y querían aunque fuese un paase más. Uno fue a pegarme con algo que tenía en la mano en la cabeza, levanté la extremidad para proteger la mollera, y "crack" llegó de visita el ruido familiar de mi brazo izquierdo. De los gritos que di se fueron rajando, corrí hasta donde Entre Ríos se convierte en Callao y tomé un taxi, llegué a casa y me acosté a dormir. Durante la noche el dolor era tremendo así que me puse el pantalón como puede y me fui al Hospital Fernández. Rayos X, fractura del cúbito y yeso por otros 45 días.

O sea, señores, mi brazo izquierdo tras cinco sucesos de rotura, con hasta nueve fracturas, levantando el peso limite en el gimnasio, impulsando el agua en cada brazada descompensado con el derecho, hasta cubrir el kilómetro en natación de piscina o mar, aunque no se note, es, como en la literatura de ciencia ficción o de fantasía, uno de esos muertos vivos, sobrevivientes del volcán de un dios devorador, que en sus huesos astillados catalizó todos esos otros suicidios, en los que no se me ocurrió pensar más de dos horas seguidas.

Hoy haciendo unas planchas en el suelo, cuando sentí los pequeños dolores de todas las fracturas juntas,  pensé que hay gente con mala pata, yo tuve mal brazo, o acaso no, pobrecito, se hizo cargo de todos los porrazos físicos tangibles, y quien sabe de cuantos más de corte espiritual.

 

Koka y Mata de mango
Koka y Mata de mango

Koka y Mata de mango

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2 mayo 2023 2 02 /05 /mayo /2023 16:52

De pequeño un crío extremadamente tímido, solitario, con amigos de a uno, lunático, siempre pensando en castillos en el aire, imaginación al pedo, solo tía Celia lo vio y me incentivó a pintar, a expresar algo, a no sentir vergüenza ni lástima de mi. Después vino Cuba, todo expresión corporal, vocal, rítmica, hedonista, sensual, baile, bongó, atención a los blúmer, hablar de singar a edad de jugar a los escondidos, fumar antes de tener los pulmones terminados, empezar a beber sin barba, con ron, sin hielo, sin vaso, a capela. Recuerdo aquel día regresando al Vedado con Leonor, esa novia un año mayor que yo que me puso la humilde tranca como nunca la había visto, el pantalón parecía una carpa de camping, un tipi, un iglú familiar, cuando llegué a casa después de frotar la lámpara para que apareciesen todos esos duendes que pensaban irían a cazar un óvulo, tuve que restregar con el cepillo y el jabón pantalón calzoncillo y hasta camisa para despegar todo ese yogur enmelcochado. El ron, la imitación, el temor a que en cualquier momento emergiese el panoli, el esfuerzo de integración y no pocos vacilones, me hicieron pensar que era largo, cabrón, pillo, pícaro, jevoso, van van, bárbaro, rolling stone, chistoso, el peor-mejor y al final sí, me hice más o menos transgresor. Pero no exactamente yo sino ese que yo pretendía ser, y que durante un tiempo más largo que el que el mínimo decoro sugiere, logré emular. Cuando mamá, papá, te sueltan la mano hay que aprender a vivir como sea. Perdí el camino de regreso a mi, al bobo, al callado, al tímido. Casi. Excepto en esas noches de dormir abrazado a mi oso Cocó, hablando dormido como un espía sonámbulo revelando su identidad y despertando sudado aterrorizado por la posibilidad de haber sido escuchado "ay, mami mami que estás en los cielos, niño chiquitito, objeto puntiagudo" se oyó gritar tras concluir en el rostro el trayecto de una bota llena de meada o una galleta de los mignight ramblers, en las literas de la escalera armadas provisionalmente por saturación de panolis en la beca de Quivicán. Un bárbaro, un van van, un rolling stone, que se templó a un montón de niñas y tembas, pero no se atrevió a declararle su amor a la princesa de sus sueños en la secundaria por temor a ser rechazado, como sabría que de conocerlo, de verle el fondo seguro lo sería. Ni a mantener el amor de ella, llenando de infidelidades, de faltas de respeto, de situaciones de dolor lo mejor que tuvo y nunca mereció. De ser humillado por la amante eterna, de ser un pata de lana que saltaba por las ventanas de las esposas adúlteras. Acaso el momento más feliz, sea cuando se divisa con claridad el lastre que debe ser liberado por la borda. Hoy solo un puro y diáfano panoli, no hay más clon de van van, ni de largo; hoy corto, tímido, apartado, ocurrente para poco, solo para retornar amor a quienes más me lo dieron y tener las agallas de pedir perdón por tanto miedo, tanta simulación y tiempo perdido. O acaso ganado, para que nunca más, tenga que volver a excusarme con Cocó.

Acuarela de Celia

Acuarela de Celia

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25 abril 2023 2 25 /04 /abril /2023 10:44

Me gusta este recuerdo.

Tenía dos casetes de música jazz, de noventa minutos cada uno. Uno era de Louis Armstrong y el otro de Glenn Miller, me encantaba el swing y el sonido New Orleans, así que cuando me metía unos buches de ron en mi casa de 1ª y 16 y me iba caminando al Sierra Maestra, a darme un baño, comer una hamburguesa, tomar un laguer y ver a amigos y materiales, muchas veces iba tarareando The bucket's got a hole in it o Chattanooga Choo Choo, sabroso por avenida primera, medio en pedo , el sol en la cara, la camisa abierta, el blue jean empercudido y las botas calientes, nada de short y chancletas como se usa hoy; a la playa había que ir como a la fiesta, después habría tiempo de cambiarse.

A veces paraba un ratito en 12 para mirar las jevitas ricas que se arriesgaban a alimentar las fantasías de los rascabucheadores que más de una vez cobraron gruesos tranqueos por pajuzos. Había una niña que me tenía loco, lo que se dice arrebatado, en aquel tiempo no se usaba tanga en Cuba, ella era la precursora, pero eso no sería nada sin su clase de culo y Papa John's, que aunque no tuve el gusto de conocerlo personalmente, se podía intuir sin mucha dificultad donde se hendía la prenda premonitoria. Cada vez que esa chiquita se bañaba seguro habría un mira hueco alrededor, más o menos camuflado. Después pasaba el Karl Marx fijándome siempre de reojo, desde el inconsciente, si alguna vez se les volvía a ocurrir ocultar a toda la población un festival de rockeros y estrellas del pop internacional como aquel que me perdí a finales de los setenta. Pero nada, alguna vez los Son 14, o los Van Van, en tiempos en que los pepillos no escuchábamos música de guapos, un par de años más tarde todo se mezcló y hasta Mayenye comió ajonjolí.

Más adelante el Cristino, donde solo iban familiares de pinchos como podía ser yo pero sin ser mi caso, y chivatones de los de verdad. Donde años más tarde una prima de la planta de mi pie cuando lleva una semana sin agua y jabón, negó la entrada a mi hijo que vivía en 5ª y 10 pero no era hijo de revolucionarios, a un cumpleaños de su hija, que pobrecita no era culpable de las consecuencias de una bola de cebo tan amorfa. Y unos pasos más allá, el drive way del Sierra Maestra, con su vigilante en la entrada, su tienda de productos especiales para técnicos extranjeros donde compraba mi madre, los cartones de cigarrillos Populares, la jamonada, el queso, el ron Legendario, el laguer cubano sin etiqueta, el Polar, el Hatuey y el Pilsen Urquell. también el vino búlgaro Cabernet. Y mucha más comida, tabaco y curda que la que había en la bodega.

Aquello era un abuso que avergonzaba, y por eso en vez de manifestarme mediante la abstención, llevaba amigos y novias a casa a comer todos los días, de esa forma pagaba la culpa de ser participe de ese engaño de la sociedad de la igualdad. Tenía un carnet de técnico extranjero, casi nunca me lo pedían a la entrada del Sierra, pero lo llevaba encima por si había un guardia nuevo, o uno "imperfecto", que de haberlos, haylos.

A la entrada, iluminado con el sol que entraba por los dos flancos, desde el mar y desde el cielo abierto de esa pequeña ensenada que hacía la costa de La Habana en ese punto, el mármol del suelo brillaba y el perfume del salitre empujaba a la cafetería de la entrada, para tomar una Pilsen fría. A esa altura generalmente ya me había encontrado con un amigo, una jevita, un primo, o cualquiera para meter una muela, la que se terciase, la que el estado de ánimo y el humor sugiriesen. Pero nada de política, en Cuba no se hablaba nada de eso, al revés de lo que la gente de afuera de la isla piensa, esa omni y multi presencia de la jerga política, ideológica, adoctrinada y alienante, causaba el efecto opuesto, en cuanto el cubano se despegaba de la muela oficial, del poema obligado, hablaba de todo menos de política.

A veces estaba Fernando, a veces el dominicano loco, a veces Niurka, a veces Natalia bailarina de ballet acuático, a veces Renata, a veces el otro Fernando, el colombiano loco que sacó la cara por mi años atrás en la beca cuando me tenían loco a botazos voladores nocturnos llenos de meado, a veces a Robertón, que era un hacha para todos los deportes, apenas había empezado a jugar voleibol en la canchita de atrás de la piscina y ya era el mejor, igual que al wind surf. No teníamos tablas como las que había en el capitalismo, pero teníamos alguna tabla cicatrizada y su botavara resistente a la obsolescencia, lo cual era un lujo. Pero el que con más frecuencia encontraba antes de entrar, o íbamos desde mi casa porque era cubano y tenía que entrar con un ruso o sucedáneo, era mi amigo desde que llegué a Cuba diez atrás de aquello, Evelio, que era “esponja” como yo pero el doble.

Esa vez lo encontré ya adentro, tomando una cerveza en el muro que daba al mar.

-Que volá yenika, me entró Fernan.

-Qué volaíta brother, hoy traje eso.

Yo también tenía la botella fría en la mano, le dije que fusemos atrás. Tras bañarnos en la piscina grande, en el mar nadando hasta los yakis que habían situado para que las marejadas no arruinasen las fachadas. Una vez me singué a una titi en un yaki, cubanismo que proviene del término “jaks”, con el sol lamiéndome la espalda, y ella de frente al cielo y a la orilla de enfrente a noventa millas, uno de los palos más ricos que se pueden echar en Miramar, porque la estructura del yaki permite acomodarse para mamar bollo, luego subir para ser succionado en el rabo, e invita a distintas posiciones para la singuetta.

Y cuando cayó el sol le dije a Evelio- vamos a jamar algo- nos pusimos en la cola de la cafetería de la piscina, y de repente se me coló una rusa, el Sierra Maestra era más que nada hogar de rusos, que escudaban sus acciones en la isla bajo la denominación de técnicos extranjeros, pero eran militares, maestros de técnicas policiales, algún ingeniero, y mucho chivatón de su compañero que a su vez era vigilante de otro. Porque los que más hacían negocios en mercado negro entonces eran los rusos, compraban lo que no iban a consumir de la tienda de privilegios, y lo revendían en la poca población con que se dignaban a hablar. Había también polacos, húngaros, rumanos, búlgaros, ninguno de estos soportaba a los rusos, y eso que eran todos de partidos comunistas de sus países, si no salía nadie. Yo tuve amigos rusos, alguna noviecita también, aunque la rusa de esa época no se parecía en nada a la que anda ufana llena de rublos hoy por Marbella, esbeltas, “producidísimas”, lacadas, plastificadas, pero lindas. No, aquellas eran como salidas de una dacha, el traje de baño partía hacia abajo casi desde el sobaco, que dicho sea de paso, cada uno de aquellos sobacos sí que eran un arma letal mil veces más poderoso que todo el arsenal estadounidense, se bañaban en la piscina nadando en estilo pecho sin meter la cabeza en el agua, usaban gorros de pelo, y en la parte que hacían pie, siempre había algunas parejas de rusos jugando ajedrez con un tablero flotante, y miraban con ojos de oso con rabia a los niños que salpicaban o saltaban desde el borde en vez de hacerlo en la parte profunda y desde el trampolín. Los demás "técnicos" no se sentían cómodos con los rusos porque estos se creían superiores, bueno, no es que se creyesen, estaban situados en instancias superiores, y a los cubanos, que eran los encargados de construirles el edificio Mazinger, la embajada fortaleza más hostil con la estética de la Historia, ni siquiera les hablaban. Salvedad hecha por las numerosas parejas ruso-cubanas que vivían de manera normal en la isla, generalmente compuestas en la URSS durante un período de trabajo o estudio del cubano/a en la patria superior.

Toqué el hombro de la rusa, y le dije que se me había colado, yo también era "técnico" .

-Mucho poco tiempo Cuba, no habla española- me dijo la muy singá.

Cuando cogía aire para decirle no recuerdo que barbaridad, Evelio me hizo señas de que la dejase por imposible, ¡él! justo él que cada día si querías ver una bronca a la salida del colegio Orlando Pantoja, a las 4 y 20 en la sinagoga lo tenías en el ring. Pero tenía razón, la rusa se empacó, se cuadró como una gendarme y no estaba dispuesta a deponer su derecho a arrebatar a los cubanos, a los aplatanados, o al resto del mundo incluso, su puesto para el helado. Cuando le tocó, la rusa dijo en español acentuado con el tono especiado de la taiga:

-Compañera, bocadita di qiueso-

Y entonces le dije: Tú sí que sabes hablar español y colarte como un cubano-

Cogimos un bocadito cada uno, y ya cayendo el sol, le dije a mi amigo, hoy nada de materiales ni socios, que traigo el Jazz. Se le llamaba ñaña, “efori”, veneno, eran unas hojitas de marihuana seca envueltas en papel de estraza, lo que en aquella Habana de inicio de los ochenta era un porro, al coste de una “monja”, cinco pesos, de los pesos que valían, que traían a Maceo altivo, orgulloso, casi como un ruso en el Sierra Maestra, no como hoy que el pobre está en los billetes alicaído, tumbado, sin machete ni cohete. Fumamos el porro y Evelio me decía -brother no me hace ná- y cada vez que lo repetía demoraba más en terminar la frase, hasta que empezó a reírse, y yo me empecé a deshollejarme a carcajadas. La cantidad era escasa pero era del Escambray, una calidad superior.

En esa época y aún hoy, fumar yerba era un delito muy penado por la ley, por eso me refería a quemar una ñaña, como : " tocar Jazz"; así que para honrar el mote apelativo nos pusimos a cantar los temas de jazz de Armstrong y Miller, a dos voces, dos trompetas, dos baterías, en el fondo de las piscinas del Sierra, frente a las cabañitas, a los yakis, al sol del mar naciente cayendo sobre nuestra nota de ron, laguer y jazz.

No dejamos de reírnos hasta que nos despedimos en la parada de la guagua recordando la recién aprendida frase que marca la superioridad racial de los Urales:

"Compañera, bocadita di quieso"

 

Sierra Maestra Be bop
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9 abril 2023 7 09 /04 /abril /2023 14:23

No se te ocurra tomarte demasiado en serio a cualquier español contemporáneo que te hable de crisis. Es decir, no como si te lo comunicase un finés o un coreano.

Navidad, año nuevo y reyes magos se convierten en un mes entero incurriendo en gastos ingentes. Comidas, borracheras, compras, miles de millones de euros a lo largo de toda la península y sus ínsulas. Después vienen esos mega puentes en que todos huyen despavoridos de la gran urbe, y en Semana Santa es una cosa de locos, no hay una sola plaza de hotel ni una reserva de restaurante por cubrir en las principales ciudades y menos aún en las aledañas, Ni hablemos de verano. Y es que el español no sale a comer un platito, si puede se come un carnero o un cerdo entero, beben caldos suntuosos de Rioja o Ribera del Duero, el almuerzo y la cena con su debida sobremesa, puede durar horas de risas, voces y bebidas espirituosas. Carpe diem.

Ni se te ocurra entender la palabra crisis recurriendo a su significado original, tienes que entender el término en su variante ibérica, un significante que viene a advertir que tras derrochar enormes cantidades de guano en lastrarse langostas, centollos, percebes, jamones de bellota, vinos exquisitos, sobremesas boreales, garitos, pubs, bares de copas, buenos hoteles, regalos, queda poco resto para pasar los dos o tres escasos meses en que no hay una fecha señalada para tirar la casa por la ventana. Así es desde siempre, pero es probable que se haya acentuado tras la pandemia del covid 19.

Los españoles no paran de gastar, salir a caminar por el campo es una actividad sumamente residual, de vascos, navarros, o paradójicamente, de clases acomodadas, a no ser esas muchedumbres dominicales que te encuentras si tienes la mala fortuna de elegir una senda corta al costado de un pueblo famoso por sus fondas, tabernas, casas de comidas de cocidos, corderitos lechales o paellas. En España salir es morfarse o beberse todo cada día. Incluso los obreros comen menú de dos platos, postre, pan vino y gaseosa, no un sanguchito sentado en una banco de plaza como almuerzan los oficinistas de allende las fronteras.

-Hombre ya ves, por eso estamos como estamos de jodidos.

-Sí, esto ya no se aguanta más. Venga te invito un café ¿pá’ dónde vas ahora?

-Tengo la mujer y los niños esperando que nos vamos a comer un cocido a lo de Manolo.

-Vale, te veo por la tarde en lo de Paco para el partido y unas cañitas. La vida son dos días.

Tras la pérdida de las colonias, e incluso con ellas, los españoles pasaron acuciantes necesidades, en ocasiones incluso hambre de llegar a morir por no comer, no un simple apetito, quedó en el ADN como un recuerdo impreso, de ahí que se gaste mucho más en lo que será descartado en un máximo de dos días por vía rectal, y en borracheras interminables por vía renal, que en por ejemplo, arte. Claro que todo esto tiene sus excepciones y variaciones marcadas por la educación y la clase social.

España vive en la calle, come, bebe, ríe, grita, y aunque tanta historia de inquisición y represión religiosa se metió en la cama provocando que acaso se amarizase menos de lo que sería coherente con las demás estridencias, el español goza y se gasta todo en disfrutar de manera estruendosa, brillante y llamativa como su clima.

Principio del formulario

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7 abril 2023 5 07 /04 /abril /2023 22:51

Están jugando el WTA en Charleston, hace unos meses Adrianne me invitó a conocer Carolina del Sur. Me encantó, no es lo más cool de EEUU, no es turístico internacional, pero es precioso, la comida es muy rica, el clima no me da asma, me gustaron sus pueblos y ciudades, Columbia, Charlotte, Fort Mill, Rock Hill, su gente que me trató con gran amabilidad y hasta me dejaron aparcar gratis en las iglesias, imagino que por ser turista o sugerirlo educadamente. Tiene historia para dar y guardar. Además un detalle, su equipo de football los Gamecoks, no ganan mucho, casi nunca, pero son queridos y respetados, me gustó esa lealtad, y el South Carolina de básquet femenino, por segundo año ganó el NCAA, haciendo historia.

Aprendí unos juegos de cartas, que me enseñó Ken, dejándome ganar la primera mano para cogerme después entusiasmado y darme una paliza olímpica,

Pasé unos días preciosos y Carolina del Sur se quedó en mi corazón.

Pero no comí pizza como la de Güerrín. Solo los que han caminado por la avenida Corrientes alguna o varias veces comieron pizza como esa, y la de las Cuartetas y la de los Inmortales. Los que no caminaron por Corrientes no saben lo que es la mejor pizza ni las librerías más encantadoras, embrujadas de letras en el aire de libreros que no te mandan a la sección amarilla en la W para encontrar un Wittgenstein. Y el teatro San Martín con todas sus plantas, sus obras en cartel, sus ciclos de cine donde una vez muy pocos vieron las catorce horas de Berlin Alexanderplatz, de Fassbinder, y una sala de exposiciones de la mejor fotografía de la historia, cálida en invierno, fresca en verano para un alto en el camino a la nada. Mucho tiempo atrás, en el fondo de una librería que estaba en la segunda planta, un bebé intenta no dormirse en su cochecito, para escuchar a Mario, a Marcos, al conde húngaro que roba discos, a Juan y María. O al Rojas donde se exponen las mejores intenciones, a Liberarte, a Ghandi de Elbio Vitale o en el bajo el Goethe Institut con sus ciclos de foto, pintura y cine, donde el cien por ciento de los aprendices conocieron a Werner Nekes, el maestro del cine minimalista, presentado por Annemarie Heinrich, un lujo germano peronista.

Buenos Aires.

¿Por qué Estocolmo si no hay pizza ni perfect smashed burger?

Porque Albert Nobel antes de dedicarse a las explosiones y a arrepentirse de la mecha corta, inició decenas de emprendimientos, y varios los llevó a cabo en un edificio de ladrillo a la vista al lado de un lago ¿qué no está al lado o bajo un lago en Estocolmo? porque hay una isla de museos, sí, el nórdico, el histórico, pero el mejor es el de un príncipe artista, Eugenio de Suecia, el príncipe pintor. Al lado del museo hay un grupo de patos que observan fijamente a un punto, un café con tartas y una piedra bajo la cual descansa la llave de la insidia.

Estocolmo por Gamla Stam y todo lo que reúne, pero sobre todas las cosas el Parlamento donde el asiento de Olof Palme ya no refulge, los tonos pasteles colonizaron el sedimento del polvo sobre la madera, no obstante vibra entre las vetas y se extiende por toda Escandinavia. Estocolmo por el metro, las miradas, el roce, Millesgarden, los ciervos y el lago de los patos.

 

Prins Eugens Waldemarsudde

Prins Eugens Waldemarsudde

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22 marzo 2023 3 22 /03 /marzo /2023 13:26

El partido de pelota que definió al campeón en la 5ª final del Clásico Mundial de Béisbol, fue lo mejor que he visto en mucho tiempo en deporte junto a la final del otro Mundial reciente, el de fútbol.

Ayer Japón cada vez que iba al bate ponía dos hombres en bases o las llenaba hasta la quinta entrada, cuando el picther estadounidense ponchó a un gran bateador con bases llenas y 3-1 en el marcador. Turner lo volvió a hacer y contra un pitcheo que jamás en mi vida vi algo igual. EEUU se abrochó los pantalones a mitad del partido e impidió más carreras, pero no pudo con el mejor equipo del mundo, del país que son los Reyes en unos jóvenes Clásicos Mundiales de Béisbol, con nada menos que tres preseas.

¿Qué hablar de Shohei Ohtani que no haya dicho él ya en el campo? Es el pelotero más integral, más completo y bestial que mis ojos han contemplado a lo largo de toda esta maravillosa vida.

Como en fútbol, Inglaterra lo inventó pero Brasil es el mayor campeón mundial, en béisbol, lo inventó EEUU pero es Japón el mayor exponente, aunque inmediatamente detrás están los creadores.

Me dio mucha pena ver caer a Cuba días atrás, selección con la cual yo iba porque esto es un campeonato de deporte no un congreso de partidos políticos, de hecho no sé ni quiero saber que piensan los peloteros japoneses ni los estadounidenses, ni siquiera mi vecino ni que ninguno de ellos tengan que saber lo que pienso yo. Pero con un 14-2 no cabe lamento, en una derrota así la primera ausencia es la de la dignidad y la vergüenza, porque ningún equipo es tan malo en ningún deporte para caer así en una semifinal. Siempre nos quedará la duda del verdadero nivel de aquellos peloteros del Cuba desde los años '7' de Capiró y Marquetti, hasta los '80 de Pedro Medina, Vinent, Cheíto, Anglada, Urquiola y tantas figuras enormes de este deporte. Era una pelota de altura, pero nunca pudimos verla refrendada contra los profesionales de la MLB, y no había ninguna otra razón que la política, incluso ni eso, la razón era el miedo de Fidel Guarapo castro a ver caer a Cuba contra EEUU, porque la pelota profesional y amateur no presentaba ninguna diferencia como sí ocurría con el boxeo, y las circunstancias que nos impidieron ver un Teófilo Stevenson- Mohamed Alí, encuentro en que había tal interés que fue Don King a hacer los arreglos a Cuba.

Por eso ayer disfruté como un enano, no con la nostalgia amarga que es común cuando el equipo de tus simpatías queda en el camino, sino extasiado de ver después de tanto tiempo a dos titanes beisboleros de semejante calidad frente a frente. Ayer Japón-EEUU y antes de ayer México-Japón, sin desmerecer el EEUU-Venezuela, después de una eternidad, volví a ver béisbol al duro y casi sin guantes.

 

Pelota en la altura
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21 marzo 2023 2 21 /03 /marzo /2023 21:47

Tenía una amiga holandesa, linda y lanzada, una vez me interpeló porque le parecía que yo no tenía un proyecto de vida.

-Las personas, los seres humanos, se caracterizasen por tener un proyecto, ese es el sentido de la vida

Le dije "mira Berg, no sé a que llamas proyecto, pero yo sí tengo uno muy grande, y está omnipresente, es vivir la vida cada minuto, a cada paso, reír todo lo que pueda mientras el eco lo permita, comer lo que más me guste en esos piringundines aceitosos,que no grasientos, pasear, viajar sacando la cabeza por la ventanilla del tren, mirar, leer, escribir, escuchar música, cantar, dormir todo lo que pueda sobre todo una vez que se agoté el sueño necesario, sobar ese sueñecito ora ligero ora profundo que se disfruta como un masaje de tetas. Le expliqué que recibir sus mamadas eran uno de mis mejores proyectos de vida, y tomar alcohol de manera integral, concienzuda, seria, hasta tambalearme, zigzaguear y volcar, nunca entendí a los que beben y después tratan de caminar recto, si la gracia de haberse tomado tanto tiempo y miolestias está en el pedo, en ver doble, en la risa pavota, el paso sinuoso y el desequilibrio abismal, beber e intentar parecer sobrio es como ordenar platos sabrosos en un restaurante y solo olerlos, chupar una bombacha. Bueno según que bombacha sobre que concha.

"Berg, trabajar aliena alejando al soñador de un proyecto irrealizable, que son los que valen la pena y lo somete al rigor de la materia, aspereza de los ángulos, las esquinas y el alcance de las verdaderas posibilidades, la posición apropiada, el imperio de los límites del miedo. La perspectiva del trabajo me espanta”.

Me dijo, que incluso toda la aparente libertad que mostraban sus compatriotas de su generación no era otra cosa que obedecer, como calvinistas al fin y al cabo, el dictado de la época, pero que el orden interior llevaba a construir o destruir en un estricto tiempo lineal, entonces aunque le subyugaba el sinsentido de mi vida, por otro lado le ponía absolutamente histérica.

Lo cierto es que viví mucho tiempo así, no todo era placer, la mayoría era angustioso y agobiante, sofocante y atemorizador, electrizante y placentero, variante e imprevisible. Y tras unos años me detuve y es cuando más me moví, pero con un objetivo, un proyecto al estilo de mi amiga nórdica en los sures, un movimiento constante respecto de lo demás con una quietud pétrea en el interior.

Hoy me acordé de Berg porque me pregunté ¿qué tipo de proyecto me seducirá de ahora en más? La pregunta ¿qué hacer? me llevó al segunda interrogante ¿hay ganas de hacer?

Existen comunidades que han permanecido durante milenios en idénticas condiciones de vida, de caza, de concepción de comunidad, empeñando la transformación en la galaxia interna, al mismo tiempo otras han pasado esos milenios desarrollando todo de la silueta hacia afuera, el medio ambiente, la técnica, la ciencia, y dejando intacta la torpeza del alma.

Llevo una pizca de ambas en el aire que me envuelve, en la nube que me legó el dragón azul.

 

Universo mamerto
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18 marzo 2023 6 18 /03 /marzo /2023 18:12

Acaso más que a nada, yo le deba las ganas y la confianza para escribir a Enrique. Claro que primero estuvo Gladys y que todo parte de mi madre que garabateaba sus poemas y esos parientes paternos tan apegados a la literatura, que el que no parecía un escritor frustrado, era un pintor o un dibujante en sempiterna espera. Ningún músico, quizás con un mínimo de oído que me hubiese permitido reproducir Let it be sin que pensasen que estaba tarareando el happy birthday, yo habría sido el primero de la saga.

Una noche en que ya se había ido la mayoría de periodistas de la redacción del diario Nuevo Sur, donde  me desempeñaba como cadete de tráfico, Enrique me propuso escribir cada uno un cuento pequeño de una página y leerlo después, lo escribí a máquina, cosa rara porque mi pasión era garabatear papeles con mi letra de mosquitos aplastados y borrones de corrección, pero me señaló una máquina de escribir, y me dije "bueno, manos a la obra pequeño ruiseñor" , al cabo de un rato cambiamos las hojas, yo me sentía halagado de leer uno de sus historias antes que nadie, antes de que estuviese en una de sus columnas o revistas, pero mi sorpresa fue mayor cuando vino y me dijo "esto es una maravilla, ¿querés escribir en mi revista?".

No importaba que yo supiese que en ese entonces su revista estaba cerrada, que escribía notas para otros como en el caso de Sur, aunque sabía que la abriría en breve, lo importante era lo que le había provocado ese cuento, en el que recuerdo que descansaba cierta intuición, algo de cualidad natural para narrar y parte del acervo recabado durante tantas horas de lectura, de los, sin falsa modestia, mejores libros, y donde bauticé uno de los personajes más queridos, la casi perfecta Elektra. Tan efusivo se mostró que me invitó como siempre a tomar ginebra en el bar de enfrente a la redacción, pero esta vez pagando él.

Ya éramos en cierta forma compinches, y ese sucedáneo de la amistad nació de las aficiones mutuas. Una tarde cuando estaba casi en pedo, le ofrecí un trago de ron que yo fabricaba con el alcohol de 96 grados del botiquín, el té del termo, un poco de agua y una pizca de azúcar. Solía empezar a beberlo desde que llegaba al trabajo en los vasitos de café y té de color beige, así, sobre las doce de la noche hora de salida ya me iba listo para acostarme y dormir sin riesgo de insomnio. En pago a mi generosidad un día Enrique me llamó al baño que estaba a mitad de la redacción y me ofreció un "pelpa" de merca, envuelto en forma de sobrecito en papel glacé, como se usaba entonces en Buenos Aires, me pareció brillante ese intercambio que lo hicimos dos o tres veces más hasta que él advirtió que el ron no era de gran bouquet y me lo hizo saber, así que le conté como lo fabricaba a primera hora, y entonces me dijo:

-Quedate tranquilo, que la merca es un poquito de cocaína con bastante aspirina-  cosa que era de suponer, porque en aquel entonces las veces que yo daba un nariguetazo de merca, era para levantarme de la curda y sus pelpas solo me daban más sueño. Motivo suficiente para echarnos a reír y continuar con el intercambio nocturno, pero sin la magia de la ingenuidad.

Al final ni escribí en Cerdos y Peces ni nos vimos más, tras un día cercano a ser invitado a dejar el diario por la dirección, en que Symns me invitó a una fiesta de Cerdos, tocaban unos jovencísimos "Los Piojos", a donde acudí con mi amigo Marcelo, y cuando estaba sentado en una banqueta de la barra, se acercó la musa de Enrique, Vera Lamb, en medio de la charla le toqué las tetas y cuando empezaba a transmitir la sensación desde la yema de mis dedos a través de los vaso conductores hacia la raíz y el tallo, me soltó una piña en pleno rostro que fui caer de espaldas al suelo del bar, del que me recogió Marcelo invitándome a dar por cerrada aquella noche de rock autóctono. Nunca más vi ni supe de Enrique, más allá de que seguía escribiendo y buceando en el under porteño, imaginé que seguiría cambiando merca trucha por tragos más o menos trucados.

Hoy me entero de que se fue este hidalgo del reviente, que vivió entre gitanos en Andalucía, que dirigía revistas que acogían a todo aquel que deseaba escribir una página como Bukowski, padrino espiritual de los Redonditos de Ricotta, amante de Vera y alter ego de Luca Prodan.

Adiós Enrique, buen shot.

 

Buen viaje Enrique Symns
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18 marzo 2023 6 18 /03 /marzo /2023 12:23

Toscar no dejaba de pensar en alguna venganza contra los estamentos jerárquicos de la empresa, pero sabía que para eso tenía que trabajarlo mucho. Primero mejorar su posición económica, era fundamental, porque aunque empezó a sentir una especie de culto al justiciero de Olot, aquel que se llevó puestos con una escopeta a los hermanos explotadores y estafadores para quienes trabajaba y que le debían cinco meses de sueldo mientras se daban la gran vida, y al director de la oficina bancaria que estaba por quitarle todo, junto a la empleada que cada vez que lo veían entrar lo destrataba de una forma humillante. ¡Pum! y se acabó, no más tensión en cada músculo, ni toneladas en los hombros, ni dolor punzante bajo las cejas, ni cabeza baja, ni sensación de ahogo en la madrugada, se quitó todo en una tarde, y se entregó a las autoridades con una sonrisa en el semblante que revelaba un alivio tan profundo, que fácilmente podía confundirse con la felicidad.

Pero el justiciero de Olot estaba preso y eso era algo que no le permitía ensoñar el pensamiento en paz, terminarlo con una lazo perfumado. No era justo que cada vez que alguien harto de ser pisoteado decidiese romper el acostumbrado mecanismo de aplastamiento hasta la desintegración, por sí mismo y por el resto de los pisoteados que por las más diversas causas no pueden patear la mesa del pan duro, termine preso o muerto.

Una tarde hablando con Albertico Toscar le dijo que con el tiempo deseaba crear un pueblo donde consiguiese alojar a los personajes más pérfidos dentro de los que abusan del poder, No solo delincuentes sino aquellos cuyo delito consistiese en ejercer el poder que tienen sobre una o más personas. Albertico le dijo:

-Y al primero que metemos  ahí es a tus viejos y a los míos.

-Albertico, imagínate a todos esos hijos de puta abusadores, trabajando con las manos, cargando cubos de cemento, echando mezcla con cuchara de albañil, subidos a andamios a más de treinta metros de altura, sin seguridad, con cascos sucios, con lluvia, nieve, sol que raja las piedras, o viento huracanado, llorando en la noche por las ampollas, preguntándose entre todos ellos en el único bar del pueblo roñoso, pestilente, tomando un café mezcla, al inicio, y con el tiempo bebiendo alcohol barato, vino de tretra brik por el tiempo que duraría tal suplicio, y que habrían hecho para merecerlo, mientras con el paso de las semanas los menos pervertidos por la crueldad que les atenazó el alma a todos en sus burbujas de poder, comenzasen a comprender lo que habían hecho, la asfixia que habían impreso a seres que entonces ni siquiera consideraban humanos, a los que tenían ubicados socialmente por debajo de sus mascotas, incluso de los animales del zoológico, de quienes entendían requerían mayores cuidados que sus propios empleados. Y los que no tuviesen aguante para el trabajo, a dormir en las esquinas apestadas de cáscaras de tubérculos baratos y salpicadas de botellas del primer aguardiente de la prensa, recogiendo cabos de cigarrillos, empujados por los buenos obreros cada vez más al margen del pueblo y más cerca del basurero. Les pondremos también como hicieron ellos, unos curas con grandes templos que a cambio de una entrega absoluta les arrojen unos rescoldos de banquetes pasados, aún así se salvarán de que esos prelados se beneficien las postrimerías sus hijitos, detrás en la sacristía. Imagínatelos discutiendo entre ellos cuando unos comenzasen a visibilizar el daño ocasionado, mientras los otros tozudos en su incapacidad para distinguir el bien del mal, no solo continuasen sorprendidos con el castigo reformatorio, sino que formasen cédulas con el fin de rebelarse al sistema impuesto, y los que se distanciasen de los “desafectos” fuesen a informar a la policía que habríamos organizado, con idénticos mecanismos de actuación que la que los protegía a ellos y sus intereses, y entonces entrase a sus apartamentos tirando la puerta abajo y tras un buen ramillete de porrazos, puñetazos y patadas, los subiesen a una patrulla camino a un calabozo donde esperarían unos pocos días en recibir la condena de jueces tan imparciales como los que ellos manejaban a su antojo, recibiendo penas de mínimo veinte años de reclusión en una prisión infecta sin derecho a revisión de pena, por pertenecer a una organización terrorista con fines de atentar contra la autoridad establecida. Sus esposas deberían salir a trabajar de lo que fuese si quisiesen comer. Algunas, las más “buenorras” desde los cánones patriarcales, que aun después de parir como lazo al patrimonio, y tras las toneladas de potingues de calidad, seguían estando de buen ver, acaso preferirían ir a alquilar servicios sexuales en la parte trasera de las chatarras de coches que pudiesen permitirse los puteros, sobre tenazas, llaves, cubos de albañil, cal y cemento, con mucho sigilo ya que la prostitución estaría prohibida en el pueblo para pobres y a la que atrapasen podría ir a pasar unas cuantas navidades en la prisión contigua a la de su esposo, dejando los niños en caso de que hubiese, al cargo del estado con los recursos de este destinado a ese tipo de criaturas. Hoy creo que sería magnánimo, pero llegado ese momento pondría a prueba mi compasión, de que madera estoy hecho, con la suerte de esos niños.  Mientras las que ya de tanto tomar té con tarta por las tardes y de comer las exquisiteces que sus criadas sudamericanas o africanas les cocinaban al mediodía y por la noche hubiesen desarrollado prominentes abdómenes, caderas con más chicha que tendón y muslos fofos, tendrían la bendición de empoderarse, trabajando en el tajo, afianzarían la novísima vuelta de tuerca del feminismo dotando también de deberes la inacabada moneda que solo mostraba la cara de los derechos. O cualquier otro trabajo de provecho, sobre todo los que tendrían muy visto a lo largo de su vida privilegiada en las habilidades de su servidumbre, aunque probablemente no con ánimos de aprender. Podrían volcar todo lo aprendido, o más bien lo recordado de sus mucamas en las casas a las que fuesen a limpiar, lavar ropa, tender camas y asear inodoros empercudidos, de hogares súper humildes como el de ellas mismas, pero de albañiles y albañilas, mineros y mineras, deshollinadores y deshollinadoras, aplicadores y aplicadoras de alquitrán en la carretera, destapadores y destapadoras de cloacas, electricistas de postes de alta tensión, empleados y empleadas en mataderos, peones y peonas de campo, y un largo etcétera componente de los trabajos más duros en las clases bajas, que hayan asumido obedientemente el nuevo estado de las cosas y se hayan resignado a ser buenos ciudadanos y ciudadanas. Personas de bien y no terroristas o antisociales. Estas mujeres percibirían menos que las otras por media hora de fricción corporal, pero ni correrían riesgo de ir presas, de ser goleadas en la noche, abusadas en las furgonetas chatarra, ni de adquirir enfermedades venéreas, aunque no se salvarían de los cientos de enfermedades que esos trabajos, siempre, indefectiblemente, si no es una es otra, terminarán aportándoles a su salud: artrosis brutal prematura, neumonía, cúmulo de alergias, mordidas de perros, arañazos de gatos, contusiones por caídas, escoliosis, dolores de todo el cuerpo por el exceso de horas para cumplir la norma. Enfermedades degenerativas que más tarde o más temprano las retirarán del servicio doméstico con una ínfima pensión que les dará para descansar en paz esperando antes a la pelona en el lecho que al terrorista del marido, que en el mejor de los caso llegaría muy cambiado tras veinte años conviviendo con la peor calaña de la trena. En cambio imagínate a los que aceptasen el modo de vida mismo que ellos ofrecieron a sus subordinados. Al cabo de cuarenta años podríamos convocar una especie de congreso para compartir experiencias, aprendizajes, conminarlos mediante una suma paupérrima pero motivadora dados sus ínfimos emolumentos, a escribir, a dejar constancia de sus reflexiones, escarmientos, criticas, descargos en su favor, todo lo que se les ocurra, libertad expresiva por un mes para que, con arreglo a la ley y el orden por supuesto, manifestasen lo más granado que el acervo recogió de los cuarenta años de experiencia empática con sus ex antagónicos, la experiencia de la inversión de la tortilla. Imagínatelos con todos esos dedos enormes,  como los de los albañiles que debieron comenzar a echar mezcla con el padre desde los doce años, con la carne de las yemas sin huellas dactilares engrosados bordeando la uña a tal punto que la hunden barnizada de mezcla endurecida por siempre, las palmas de la mano plagadas de relieves y rugosidades callosas que les convierte en un suplicio el simple hecho de poner en hora un reloj de pulsera, las caras deformadas por la ingesta de alcohol de altísima graduación y pésima elaboración, las orejas grandes, las calvas irregulares, el escaso pelo ralo, alambroso, la tez bruñida de mal sol, bronceado diferente al de cuarenta años atrás, tetas caídas de mala alimentación barrigas enormes de fritangas y caldos especiados con chorizo de lata, con los ojos rojos de resaca y el ceño vencido hacia las mejillas. Imagínate los resultados del simposium, dejaríamos participar también, por un fin de semana de manera oral, a los terroristas y a las putas desde las prisión, es casi más motivante conocer el crisol o acaso el carácter monolítico que arrojarían esas conclusiones, recogidas en una especie de  “manual para la convivencia”, que el placer supremo de verlos trabajar y percibir el cheque de quinientos morlacos a final de mes que solo les alcanzase para arroz, papas, huevos algún pollo, unos tres bombillos encendidos a la vez en la casa, aguardiente feroz y jabón de lija. Que no te niego Albertico, lo placentero y reparador que sería verlos llorar como plañideras pero todavía más esperanzadora es la ilusión de poder leer sus observaciones al cabo.

-La verdad es que sí, deberíamos empezar a intentarlo. Pero después de la reunión ¿qué, los soltamos a todos, los invitamos a saltar del acantilado?

-No, ya tengo todo planeado. ¿Nunca viste esas películas en que un grupo de ricos buscan la forma de convencer a un mendigo para asistir a una caza, y cuando llega la hora le comunican que la presa será él? En algunas le ofrecen unos cuantos miles que podrá disfrutar si logra llegar a un punto generalmente lejano, en otras le ofrecen la vida. El argumento de esas pelis está tomado de la realidad, en un país que no recuerdo, desarticularon una banda que organizaba ese tipo de cazas a las personas más desgraciadas de la sociedad. Y que probablemente se replique en otros países con vigilancia nula de la ley, o de la justicia social. Pues mi idea es reproducir esas cazas, pero al rico. Ofrecerles a los afortunados que lograsen alcanzar ciertos límites dentro del territorio que deberíamos tener controlado para la ciudad reformatorio y alrededores,  quedasen, de algún modo, libres, aunque jamás podrían regresar a su antiguas vidas, países, ni por supuesto a gozar de aquel poder y comodidades, pero disfrutarían de una vida más frugal, podrían gozar de un trabajo liviano incluso según la edad de una pensión justa que les alcanzase para algún pequeño lujo de vez en cuando. El único tema que debemos pensar para esa caza, es quienes serían los cazadores, que obviamente deberían provenir de los bolsones de seres damnificados por sus presas. Esto nos plantearía varios inconvenientes, el primero que se me ocurre es que si la caza la organizamos pasadas décadas de los abusos cometidos, habrá un problema de edad y acaso, la merma de los ánimos de venganza de la victima. Si lo organizamos apenas sean secuestrados para introducirlos en la ciudad reformatorio, cuando todavía esté fresca y vivaz la bronca de la victima, en caso de conseguir la libertad, el o la castigada no habría aprendido nada de lo que deseamos enseñarle. Luego está el detalle de la confidencialidad en la caza, y tener en cuenta que si bien comenzamos esta actividad lúdica más con el fin de establecer una justicia terrenal, al cabo de cada expedición o bien deberíamos realizar un trabajo minucioso con los cazadores para liberarlos de culpas, o bien deberíamos asumir los mecanismos de la naturaleza humana una vez que se tiene acceso al poder sobre las personas, y una vez que se experimenta el placer del resarcimiento a gran escala, no de la revancha de andar por casa, sobre conocidos, compañeros, vecinos incluso familiares, sino en una dimensión desconocida, a donde solo se llegaba con grandes sublevaciones, revoluciones altisonantes, pero sin necesidad de disfrazar la épica de un fin humanitario, sino de la más pura y auténtica venganza. La posibilidad de la revancha sobre el mayor culpable de los males, utilizando toda la fuerza que la bronca requiera o pueda producir, arribando al acto más liberador imaginable, pero admitiendo que deja un poso de mal, de conocimiento del placer de ocasionar daño, que de alguna manera justifica a cada ser maligno de este mundo previo y posterior al experimento, que atenta contra el propio fin de la ciudad reformatorio, ya que perpetúa la exacerbación de la crueldad siempre que el poder lo permita.

Salvando algunos pequeños detalles, de importancia pero no determinantes, Toscar y Albertico, tenían un proyecto sólido en mente. Faltaba un fuerte giro del universo para que también estuviese entre manos.

-No jodas Toscar, vamos a ver que podemos hacer para juntar unos morlacos y los sueños los dejamos para lo noche, en la soledad en que es menester recibir a Morfeo.

 

 

Detalle del Jardin de las Delicias "La tabla del infierno", el Bosco

Detalle del Jardin de las Delicias "La tabla del infierno", el Bosco

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