28 octubre 2017
6
28
/10
/octubre
/2017
22:42
Hace un rato recordé que a las tres de la mañana del domingo 29 hay que retrasar los relojes una hora.
Me quedé pensando que hubo un tiempo nada lejano en que la manera de poner en hora el reloj ya fuese automático o de cuerda era girando las agujas corta y larga de la circunferencia insertada en la pulsera de cada casi todas las muñecas izquierdas o derechas del mundo.
Y entonces apareció Casio con su pulsera negra de plástico flexible, sus grandes números digitales, a veces hasta fluorescentes, y en ocasiones hasta con calculadoras incluidas, que también precisaban ser puestos en hora, aunque presionando un pequeño botón.
Hoy vivimos rodeados de relojes o de aparatos que nos dan la hora, desde teléfonos, a tabletas, televisores, video juegos, panel del automóvil, todo tipo de computadoras, de los cuales la gran mayoría se ponen al día por sí mismos.
Pero sorprendentemente, aunque vivamos rodeados de tecnología, de tanta precisión y diversidad que resulta improbable que nos abandonasen todas a una vez, y cuya puntualidad es infinitamente más precisa que el mejor de los mecanismos de los viejos cronómetros, no obstante continuamos poniendo nuestros relojes de muñeca en nuestros antebrazos y seguimos destinando una mesita de luz, un aparador o cualquier mueble cercano a la cama para dejarlo descansar, o un estante en el baño para depositarlo mientras nos duchamos.
Como si pudiésemos disfrutar de toda la tecnología pero no estuviésemos decididos a separarnos del todo de nuestras raíces.
Me pregunto si habrá y cual será o donde estará situado hoy el órgano o el elemento embajador de los viejos tiempos de lealtad, de palabra de honor, de romanticismo que nos acompañe en este páramo de compromisos duraderos, en este paraíso de la futilidad, así como el reloj de nuestra muñeca nos acerca el casi olvidado sonido de los tocadiscos y el verdadero olor del huevo frito.
Published by martinguevara