" />
Overblog
Seguir este blog Administration + Create my blog
El blog de martinguevara

Amor caprino

10 Febrero 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax, #Cuba flash.

Entre la adolescencia y la juventud, en la escuela al campo hacía escuchado tanto a los guajiros y los compañeros de la escuela hablar de como de rico era templarse una chiva que de a poco fui pasando de verlo como un acto de zoofilia intolerable, a un disparate y de ahí a algo que, bueno, en fin, a falta de pan bien vienen tortas. Encima en aquel año yo tenía una noviecita, nada serio pero muy agradable que estaba en el otro campamento, al que se llegaba caminando a través de los campos de plátanos no recuerdo cuantos kilómetros pero no serían más de cinco ni menos de tres. Las visitas consistían en apretar todo el rato que durara la sombra, a lo sumo una teta podía llegar a los labios y una mano al glande. Quedaba entre costuras.

El nivel de calentura con que volvía a mi albergue hacía que a veces me detuviese a cantarle a la Luna detrás de una mata de plátano embarazándola de un Banana Man, entiéndase, caminar tres kilómetros con aquella tensión añadía una pizca de incomodidad al temor al ahorcado y a los chichiricús mandingas que podrían salir de entre las hojas de los bananos. Los mismos guajiros que recomendaban la chiva, aseguraban que abriendo un hueco cilíndrico en el tronco del platanal su pegajosidad y calor podían auxiliar a la mejor de las manuelas. Aunque jamás a un buen caprino.

Y mira que jodían con eso.

Así que un día me apresté a probar aquella papaya mágica, sólo necesitaba encontrar la chiva adecuada, todos decían que cerca del río al lado de la cerca había un rodeo de chivos, sólo era cuestión de buscar el amor en el rebaño. A un guajiro que le pregunté diciendole que era sólo por curiosidad, como dije cuando probé la marihuana, cuando una puta, cuando el ácido, robar, vender, matar...jaja no, matar no. El guajiro me dijo, es importante que le amarres los pies de adelante para que no se escape, eso me encantó, los pies, humanizar primero a la chiva y luego seducirla con el abrazo de una cuerda.

Tras andar en la soledad de los platanales encontré al pequeño rebaño de chivas, chivos, y tal vez "chives". Llevé una como pude hasta el alambrado de púas como me dijo el guajiro, aunque yo no tenía una soga para amarrarle las patas delanteras, lo que empezarían en breve a ser "los delicados pies de mi Cenicienta", así que la acomodé de frente al alambrado, pensé por última vez lo que estaba haciendo, si me veía alguien y se corría la bola sería el fin para siempre, sólo me restaría convertirme en un bicho de corral.

Me dije- ma, sí- y saqué el nabo a medio izar sintiéndome medio culpable por no hacerle unas caricias a la partenaire para entrar en tema, pero conviene apuntar que la higiene de las cabras deja lo suyo que desear, y tampoco ella me haría una felación, así que dejé la culpabilidad de lado, traté de agarrarle la cadera pero se movía a un lado y a otro, el aparato se "desentusiasmaba" cada vez más y la chiva empezó a pisarme las botas de goma del campo, pateó mis tobillos flacos, plagados de falta de carne, tan flacas como las de mi frustrada amante circunstancial. Desistí sin sentir demasiada frustración, guardé el objeto puntiagudo del poco deseo del caprino y me alegré de no haber tenido ni idea, ni la ruina suficiente como para clavar ahí, ni en la mata de plátano más que la puntita.  Aunque en el mismo día había intentado zoofilia y “biofilia” ¡candela! poseído por el rapto de la inspiración por la clorofila y el flujo vital animal, pro todo quedó en la antesala. La cabra se me miró sin reproche, como decepcionada de mi escasa insistencia, y yo me alejé camino de ningún sitio, no importaban los ahorcados, me había salido del surco y no podía llegar a mi albergue ni al de de mi noviecita, donde todavía habría solo profesores haraganes y los vagos de la cocina.

Pasaron los años y tuve que cumplir unos meses de reclusión en una clínica de salud mental, a causa de la curda. Cada poco teníamos sesión de psicología todos juntos y luego uno por uno con la psicóloga. La sesión colectiva era al lado de una piscina que había pertenecido a Al Capone, bajo una glorieta cubierta de enredaderas, un día la psicóloga, en la charla de educación sexual, desarrolló el tema de de la zoofilia, en la medida que iba explicando de que se trataba y con los animales que era más habitual aquella práctica, algunos internos que habían sido campesinos en sus años mozos, comenzaban a compartir risas nerviosas y cómplices. Cuando terminó la charla se  deschavaron, que si la yegua era rica pero peligrosa, si la vaca demasiado difícil, y que la mejor era la chiva. Decían lo mismo que los guajiros del campamento unos pocos años atrás- el bollo de la chiva es de lejos el mejor, es igual o más sabroso que el de la mujer- Uno de los ex guajiros me miraba mientras yo me reía y me preguntó:

-¿Nunca probaste la chiva?

-No-le aseguré- y si vas por Artemisa y ves un cabrito con cejas tupidas y un Banana man detrás suyo, nada que ver conmigo, nunca tuve esa cuerda ni la navaja del amor.

El hijo de la chiva

El hijo de la chiva

Leer más

Moscú no cree en lágrimas

1 Febrero 2020 , Escrito por martinguevara

Los hombres nos hemos acostumbrado a ser quienes hacemos el avance para conquistar una dama, para decirles lo bella que son o que nos parecen, o, en realidad, declarar con otro lenguaje las ganas de albergar al muñeco.

Pero hay excepciones en que la mujer es quien avanza. A veces con miradas más devoradoras que sugerentes, a veces con cruces de piernas hipnóticas, a veces gestos faciales disparadores de la bilirrubina, pero también en ocasiones con un piropo directo y sin escalas. 

En Cuba en los '80 eso era algo dentro de lo normal, digamos que con suerte podía ocurrir con frecuencia. Pero hubo un lugar en que una mujer me largó los galgos de improviso de una manera natural y sin ambages, que me dejó asombrado y en cierto modo alegre, en Moscú, a la salida de un metro muy cerca del Kremlin.

Era hora punta, estaba llena la calle de transeúntes saliendo del trabajo a la casa o a las compras en todas las direcciones, yo estaba detenido observando un edificio en una de las escasísimas ocasiones que no me deleitaba mirando la silueta que dibuja un buen culo, y vi con el rabo del ojo que una mujer se dirigía a mi justo al salir del metro, probablemente de mi edad o inmediaciones, la dama me dijo algo en ruso que no entendí, sus ojos y su sonrisa eran un remanso, sabía que me estaba diciendo algo agradable pero no sabía qué, le pregunté en inglés, y en su ingles rústico más o menos como el mío, me tradujo, que yo le parecía muy lindo.

A esa hora de la tarde, sin tener pensado mojar el churro, en medio de tanta gente, que aquella dama, acaso no la más bella, pero ni de lejos la más fea, me dijese aquello a veinte centímetros de mi cara, de otro idioma, de una cultura muy mal supuesta como gélida, nunca me había ocurrido así, nos dimos un abrazo de calor humano, aproveché para jamonearla todo lo que pudiese permitir la circunstancia, y parecía que podríamos quedarnos así hasta la llegada de las primeras nieves, pero al poco rato separamos los cuerpos ya tibios, le dije que la invitaba a tomar algo, yo tenía un lagarto tieso metido en el bolsillo, y me dijo que seguiría a su casa, no tuve tiempo de pedirle el número de teléfono y me di cuenta que no pasaba por ahí, así que nos dimos un beso, uno de los más deliciosos y alentadores con que se puede fantasear, y salió de mis brazos así como llegó. 

Tras inspeccionar su asentaderas, seguí un rato más mirando el edificio, esperé a que el lagarto volviese a ser lagartija y caminé la ciudad con doble energía y el lindo subido, que duró hasta que llegué a casa de mi amigo Slava Filippov a quien estaba visitando en aquel viaje y a quien las tembas no le hacen la misma gracia que a mi, entre otras razones porque vive rodeado de las modelos más bellas y cada dos por tres pica de ese plato de delicias reservado sólo para elegidos; me dijo en su perfecto español:

-Joder, tú siempre con tus viejas

También es cierto que uno generalmente cuenta las batallitas que ganó.

He aquí otra para que no piensen que me empaqueto y me pongo el moño.

En ese mismo viaje, la fiesta de cumpleaños de Slava en el Four Seasons del centro de la ciudad, y al terminar nos fuimos a su casa con dos amigas suyas, yo había estado flirteando con una y di por hecho que esa noche aligeraba peso.

Al final las dos se fueron a dormir con mi amigo.

Fue una incomparable cura de humildad

Sopa Borsch, roja como Moscú
Sopa Borsch, roja como Moscú

Sopa Borsch, roja como Moscú

Leer más