Terror vs. terremoto
Es asombrosa la sensible diferencia que existe entre la solidaridad mostrada con las víctimas de atentados terroristas islámicos, con cascadas de lágrimas virtuales, sentidas frases concursantes top al premio kitsch, y decididos apoyos para la vendetta, y la escasísima solidaridad mostrada en banderitas, frases, melaza de caña y llantos plañideros en las redes sociales y en los periódicos, en los informativos de tv y radio, a los damnificados italianos por el terremoto de Amatrice donde no hay culpables con turbantes ni posibilidad de usarlo de pretexto para mover una buena millonada en gasto militar.
Por supuesto no digo que guarde relación alguna, se me ocurrió esa asociación como podía haber sido cualquier otra; porque hablando con seriedad ¿qué empresa, compañía o gobierno sería tan abyecto de utilizar el dolor ajeno para arrimar unos cuantos milloncejos de rupias a sus ascuas?
Italia Nostra
Cuando no son las guerras, ni el hambre causado por la avaricia humana, arriba una plaga o una catástrofe natural, para de todos modos destruir a la gente más humilde.
Centro de Italia, gente que derrama bondad. Una vez me senté a comer antipasto, grisines, bruschettas, y algo de pasta en un pequeño restaurante familiar cerca de Teramo, próximo al desastre de ahora y de dos mil nueve. Era domingo, acaso por eso cuando terminé el plato de ravioles, la familia entera se había sentado a comer en la mesa de al lado, charlaban en viva voz y compartían como si fuesen los tanos de mi Argentina tan lejana en tiempo y espacio, había un televisor encendido con las noticias de la tarde que el patriarca comentaba con cierta indignación, yo me puse a mirarlo también y a asentir con la cabeza sus comentarios, entonces el viejo, todo un personaje, se puso a hablar conmigo de la corrupción en la política de su zona y yo le respondí con la de todas las zonas que habitan mi identidad, fue curioso porque la corrupción ofició de bisagra, de traductor, nuestro rechazo a la misma pero ella como elemento permanente en nuestra cultura, nos ubicó en un bando y nos unió, y después de un rato de despotricar y arreglar el mundo con salsa en las comisuras, me invitó a probar los fideos que se estaban devorando él, sus descendientes y su esposa, la que poco antes me había cocinado los ravioles. Entre la pinta que tenían, el buen rato que yo estaba pasando y lo agradable del lugar, se me escapó un sí redondo e integral, y de ahí en más aunque permanecí en mi mesa, casi formé parte de la familia.
Luego de agradecer y de despedirme de todos, terminé pagando la mitad de lo que me hube limado y dejé una propina generosa impropia de mí, a la chica que servía el cafecito ristretto en la barra del bar, igualmente familiar de los hacedores de tallarines.
Miré el reloj y salí pitando en el coche de alquiler, había quedado con mi padre en otra parte bastante escarpada del Abruzzo. Son tan pocas las veces que veo al viejo que cuando esto sucede me lo tomo como un acontecimiento, un obsequio, y a pesar de las muchas diferencias los termino disfrutando de cabo a rabo.
En el año 2009 en L' Aquila un terremoto arrasó con la vida de trescientas personas, hubo un despliegue informativo y un aspaviento plañidero por todos los medios e instituciones a cargo del drama durante los primeros días, luego, de a poco todos los abandonaron, los olvidaron, los dejaron con sus casas y sus almas en ruinas, empezando por el gobierno de Berlusconi.
Hoy la cifra de víctimas puede llegar a superar aquella, el hecho de que este tipo de tragedias sean un desastre natural sin protagonistas de uno u otro signo religioso o político, facilita que la gente en su totalidad vuelque un sentimiento de solidaridad unánime y sin fisuras.
Y cabe decir que en efecto, del terremoto, de las inundaciones, de los tsunamis, no hay culpables, pero de la atención, del cariño, de la ayuda y memoria que una vez pasada la primicia, el rating y las consiguientes ganancias que deja el morbo de la noticia, que se les debe a toda esa gente que te invita a su charla y a comer sus fideos con tuco y parmesano, de eso sí, por supuesto, hay un buen manojo de sempiternos responsables.