El cuello afroamericano
Al ver arder Minneapolis nos preguntamos:
¿qué culpa tiene el coche de otro trabajador? ¿qué responsabilidad le cabe a un edificio, a una oficina, al bien común de la ciudad, incluso a otros policías?
Pero el estallido hay que leerlo en clave sociológica, el asesinato del detenido Floyd ofició de espita para que estalle un cúmulo de resentimiento por agresiones soportadas, ataques digeridos, racismo estructural no combatido por la actual Administración, sino más bien en numeorsas ocasiones promovido, esto unido a la situación actual de encierro, pérdida de trabajos, pobreza creciente y, de 105 mil muertos, el 70% de pieles no blancas anglosajonas protestantes.
Y en segundo y no menos importante lugar, hay que entender que tanto EEUU como Francia, son países con una población históricamente empoderada, que no se conducen como siervos de la gleba sino como contribuyentes, participantes de sus destinos, y no es necesario que les toquen demasiado la nariz para que salten a defender sus derechos. Hechos no deseables, pero nivel de conciencia envidiable.
Dos curiosidades respecto de los desordenes en EEUU a raíz del asesinato de Floyd a manos de la policía.
Quienes están condenando de manera rotunda a los manifestantes, violentos y no violentos, que son la mayoría, son los mismos que justificaban con imprecisiones y trabalenguas a los ultraderechistas white anglo-saxon protestants que irrumpieron armados hasta los dientes en el Capitolio de Michigan para amenazar a la Gobernadora y polítivos presentes, consiguiendo mediante la violencia que no se aplicase la cuarentena. Un acto terrorista en toda línea.
Imaginemos dos escenarios, uno en que a los ultrederechistas armados no se les hubiese satisfecho en sus demandas y encima un grupo de policías afroamericanos hubiese asfixiado a uno de ellos hasta la muerte. Y otro escenario en que los sediciosos del Capitolio, hubiesen estado igual de armados, pero siendo negros que amenazaban a un gobernador Republicano para conseguir su cometido. Y que Biden u Obama los disculpasen.
Quienes condenan rotundamente este derecho de manifestarse contra las injusticias cuando estas rebasan un límite, son también quienes más lo promueven y alientan en Venezuela y lo desean en Cuba, como este seguro servidor, cuando se produce un abuso similar.
Más allá de la calificación de los hechos, de la crítica y la condena consiguiente, es menester reparar en las causas, que seguro no justifican la destrucción de la ciudad, pero que ameritan ser atendidas como una prioridad más temprano que tarde.
El efori de Hendrix en Alamar
Quién me introdujo en Jimi Hendrix y en el primer porro de “efori” que fumé en mi vida, fue un pepilllo casi hippie de mi edificio de Alamar, apellidado Jardines.
Recuerdo que fumamos la "bala" de aquella escasa pero maravillosa planta del Escambray y me puse a barrer las cenizas para que nadie descubriese que era yerba, barrí como tres veces el salón, en aquella época era extremadamente penalizado en Cuba, Jardines rompió a reír a carcajadas y me contagió la risa a mi y a la escoba que dábamos pasos de vals en un suelo ya reluciente entre nota y nota de un expandido punteo bajo los influjos del cannabis más clandestino.
Jardines tenía Long Play no sólo de Hendrix, sino de Deep Purple, Led Zeppelin, Peter Frampton, y otros grandes del rock, era algo muy raro en la isla por aquellos días, empecé escuchando el mejor musicalmente de todos los discos de Jimi, con el último grupo que armó, no con ingleses, sino con músicos negros estadounidenses de funk, "Band of Gypsys" con temas como Machine Gun, Midnight Lightning o The power of soul.
Así que fumé el primer porro escuchando por primera vez el mejor disco del mejor guitarrista de rock. Algo es algo.
Nunca volví a ver a Jardines desde antes de irme de Alamar porque se fue antes que yo, ni lo reencontré en las redes. Hoy hablando de pepillos y de guapos con un grupo de amigos recordé algo que me dijo Jardines, idéntico a una cosa que decía Andrés Alburquerque pero décadas más tarde en un programa de TV en EEUU y en otro sentido.
Jardines era mulato, y se quejaba medio en risa y medio en serio de que aún siendo uno de quienes más entendía de rock, la gente lo invitaba a fiestas de música de guapería afrocubana, y los blancos al principio desconfiaban de su "pepillismo rockero" hasta que al poco, no cabía de que era el mejor.
A mi estimado Andrés, lo escuché muchos años más tarde comentar en un programa de TV que le molestaba esa suposición racista y simplista de la gente, según la cual él debía votar a Obama por ser afrocubano.
La izquierda extrema reprimiendo la libertad, la liberación del individuo y la oda a la estupidez, la negritud, la derecha y el racismo por los siglos de los siglos
Señores: el prejuicio es todo nuestro