" />
Overblog
Seguir este blog Administration + Create my blog
El blog de martinguevara

Elida

23 Diciembre 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Argentina frizzante, #Relax

Andaba más al pedo que cenicero de moto. En realidad estaba moviéndome de un lugar a otro como un mamífero joven que de cachorro no desarrolló las aptitudes para desenvolverse en su medio, y tuvo que hacerlo ya crecidito. O para ser más porteño, “me estaba buscando en mi interior” , pero bueno, en verdad estaba más al pedo que cenicero de moto.

Tenía dos movimientos, a cotidiano un círculo concéntrico en capital Federal, a veces llegaba hasta Plaza Lezica, donde terminaba el subte A, que era el medio de transporten que tenía que tomar cualquiera que anduviese buscando una señal, una pregunta, era mejor que soñado, transportaba a otra época y con buen gusto, porque hay trenes que transportan al pasado por el óxido y la mugre en cada rincón y asientos, pero el A era todo de madera, como un yate que sólo está hecho para navegar a vela, sólo para disfrutar, con pasamanos en forma circular blancos, sostenidos del tubo por una cinta de cuero, marrón a juego con los asientos y las paredes de madera. No era veloz sin embargo parecía que llegaba mucho antes a las estaciones que las demás líneas. Porque era lindo, y porque lo lindo cuesta abandonarlo.

En esa plaza los fines de semana había puestos de discos de rock. La disquería donde compré mi primer casete de fábrica de B. B. King estaba en una de las esquinas.

Otra de mis travesías circulares era al Teatro San Martín, o a la Recoleta y el centro de artes, o el Museo Nacional, o el Palais de Glace, o sólo pasear.

Y luego había otros periplos que hacía aunque lógicamente  con menor periodicidad, salir de Buenos Aires hacia la ruta siete que llegaba a Mendoza, y después a Chile, de ahí en más todo  era improvisación, otra era la costa, Villa Gesell y de ahí en más tres meses que podían terminar en Bariloche, en Necochea o en cana. Otra era ir al norte, y una que me apasionó fue ir a Brasil. Todas estas rondas las hacía en camiones, en lo que era mal llamado “hacer dedo” puesto que no paraba nadie en la carretera. Me habían dado el soplo de ir al Mercado Central, presentarme a camioneros que fusen en la dirección que yo quería ir, mostrarles mi pasaporte más que la cédula, para dar más confianza, porque mi pinta no la daba del todo, y así quedar en el día que saldrían.

El camionero argentino toma mate, y aunque tenían una maquinita para cebarlo en el panel central del camión, siempre era mejor una cebada a mano acompañada de charla. Los camioneros argentinos recorren toda América, si van por Brasil llegan al Norte, si van por Chile llegan a Ecuador, para ellos es bienvenido alguien con quien charlar. La mayoría de las empresas tenían prohibido que llevasen a parientes o amigos, imagino que a alguien que hace dedo también, por eso no quedábamos en el mismo Mercado Central sino en un punto cercano.

La vez de Brasil regresé en camión pero fui en autobús hasta el Chui desde Montevideo, el Chui tiene una calle donde es Uruguay y cruzándola es Brasil, la gente es tan nacionalista allí, que la cerveza Sköll brasileña costaba tres veces menos que la uruguaya pero ningún uruguayo de la zona osaba ir a dejar sus morlacos a Brasil.  En una rodoviaria del estado de Paraná, llamé a una amiga del Yiye, el primo favorito de mi madre, y que me la había presentado en Buenos Aires, la actriz Elida Gay Palmer, que protagonizó películas del cine argentino de oro, previo a los sesenta, ella se había a Brasil, se casó tuvo tres hijas y un hijo y terminó estableciéndose allí, cuando la conocí en Buenos Aires había regresado como nosotros tras la dictadura, para presentar un libro.

Era un treinta de diciembre de mil novecientos noventa, había acabado de subir Collor de Melo, Elida me dijo “Oh Martín, que bueno, ven a casa que pasaremos el año nuevo con mi familia”.  Con el tiempo pensé que ella me había tomado por mi padre, que también se llama Martín. Al día siguiente llegué a Sao Pablo, nunca había estado en Brasil así que me di unos paseos alrededor de la Rodoviaria, me encanta escuchar las lenguas nuevas, las costumbres en otros países, ver que comen en los piringundines, no en los restaurantes. La primera frase que me llamó la atención fue un parroquiano que se dirigió a la barra donde yo saboreaba un exquisito cafecito brasileño y le gritó al barman, “da uma pinga aí” me giré y el tipo también me miró, volví rápido la cabeza no fuse a pensar que estaba dispuesto a darle de la mía. La pinga resultó ser una medida de cachaza.

Luego tomé el autobús que me había indicado Elida hacia Mairiporá., en dirección Bello Horizonte, a unos cuantos kilómetros de la terminal. Cuando llegué ya había caído el sol y la fiesta estaba en marcha, era una casa grande rodeada de la vegetación salvaje de un jardín  donde unos perros me recibieron con ladridos de buena onda. En el espacio de un segundo Elida mostró asombro en la mirada, y acto seguido me dijo “entra, entra” salude a las dos hijas que conocía, Flavia y Paola, y y me presentó a parte de la familia que no conocía, Fabiana la mayor, con su novio “el Portugués”, Claudio su hijo con su niño que vivía con ellos, y la madre del niño, Clovis, que estaba de visita, había otras amistades de la familia. Bueno les conté que tenía idea de seguir para arriba del país, y en algún puerto buscar un barco que me llevase a Ámsterdam, a Rotterdam o por ahí cerca. Me miraron como se mira a un bicho de la luz que acaba de entrar, y no se sabe si aplastarlo o disfrutar de su fosforescencia,

Comimos bebimos, no recuerdo si ellos bailaron un poco, los brasileños son muy parecidos a los cubanos, visto desde la perspectiva argentina, bailan apenas beben un poco. Me quedé a dormir en un cuarto grande donde también dormía Claudio, un muy buen tipo que al día siguiente me explicó un montón de cosas de Brasil, de Sao Pablo, de Mairiporá y de los sindicatos, al que él pertenecía y de los otros.El niño de Cludio era muy pequrño pero de una intligencia precoz, por mi habla se dio cuenta que el diptongo "ue" en portugués se traducía por "o", huevo, ovo, nuevo,  novo, un día me pidió un "cuepo", no lo entendí, él creía que como en postugués vaso es copo, en castellano debía sustituirse por la "ue". Era muy chiquitín para hacer essa asociación, y he ahí un caso de un error, que sin embargo constituye un acierto brillante.

Elida era una mujer que ya tenía su edad pero era bella, a veces yo pensaba en el bombón que debía ser de jovencita. A la mañana ella salía al jardín sin segar y les gritaba a sus perros, luego nos quedábamos charlando, yo me daba cuenta de que mi plan de irme en cualquier barco se estaba retrasando sin motivo aparente, pero no me interesaba moverme de allí, también me daba cuenta de que podía ser que molestase, pero trataba de ser amable y de hacer los mandados al pueblo, que quedaba a unos cientos de metros por la carretera, por la cual yo iba cantando una pieza de rock que se me había ocurrido por esos días:

“caballos salvajes, azúcar marrón/ por más que te enojes y despotriques/ sos una chica lista/ los tipos te admiran/ y eso contribuye a tu ego”

Fui quedándome en esa casa sin saber por qué, con que permiso ni bajo que excusa, sólo sabía que no me podía ir,  iba a comprarle al mediodía a Elida algunos enseres y me entretenía hablando con la gente, comiendo las cosas nuevas que mi paladar aprobaba, coxinhas, esfihas, frango, y tomándome algún trago de cachaza Vellho Barreiro si me quedaba plata o alegría, y de Cavalinho, mucho más barata  si estaba más corto o cariacontecido. Una tarde mientras manteníamos nuestra charla vespertina, le dije a Elida que se parecía a Ava Gardner, me dijo-uh, gracias por el elogio- pero no se sintió tan sorprendida, noté que habría crecido sabiendo que era linda. Claudio me enseñó los carnavales de Mairiporá, y me familiaricé tanto con el pueblo que incluso fui a sacarme una muela que me estaba dejando sordo del dolor, con un dentista que me atendió con la bata pincelada de sangre, pero me cobró tan poco como si yo fuese su mejor amigo. También iba a Sao Pablo para conocer la ciudad, y un día,  averiguando por el barrio de moda, Bixiga, encontré un trabajo en un restaurante, O comilao, 120 tipos de pizza, regresé a buscar las cosas, le di las gracias a Elida por la acogida, y me fui a una pensión que había al lado de O comilao.

Limpiaba platos y por la tarde recorrí ese barrio y el contiguo, donde estaba la Casa de la Cultura, una espléndida construcción moderna, con una variedad de actividades gratuitas que nunca había visto en ningún país, porque además tenía una zona para escuchar música, uno pedía un long play y se lo ponían desde una sala y en unos sofás muy cómodos, se sentaba y enganchaba los auriculares al suelo y escuchaba todo el long play, se podían pedir dos por día. Había una biblioteca con cursos Assimil para aprender idiomas con libros y casetes, entonces me puse al día en portugués, y algo de inglés. Conocí a Pablo, un argentino que había ido a probar suerte con el rock, era de Neuquén, quedamos amigos y unos años más tarde lo visité en su casa. Nos causaba asombro y gracia la cantidad de transexuales que había y como se expresaban sin ninguna inhibición. Él había ido con un amigo de su ciudad que tocaba guitarra, pero era muy bajito para ser “guitar hero”, nunca lo escuché, él dice que tocaba bien, pero al cabo de un tiempo se dieron cuenta que Brasil tenía bandas de heavy metal compitiendo en cada rincón. Brasil es música, hasta clásica componían, Heitor Villalobos, no hay música que le resulte ajena a los brasileros, allí no hay música extranjera.

Los sábados o domingos iba a Mairiporá a lo de Elida a llevar alguna comida para compartir. Más tarde Claudio habló con unos sindicalistas de Rio de Janeiro para que me recibiesen, y ellos organizaron que yo diese una charla sobre andar por Latinoamérica con un pequeño petate. La verdad que yo no tenía nada que enseñar, mi plan no tenía un fin social, ni siquiera había un plan, me daba un poco de vergüenza decir que estaba más al pedo que cenicero de moto, y que, en Uruguay, se me ocurrió subir a un barco holandés, porque me habían dicho que ellos embarcaban gente pidiendo sólo pasaporte. Era verdad, pero tampoco era tan sencillo. Barcos de bandera panameña embarcaban a cualquiera con pasaporte y pagaban bien; holandeses, noruegos y daneses , que tampoco exigían carta de embarque, sin embargo si pedían experiencia. Más tarde estuve unos días en en el puerto de Santos, yendo cotidianamente a los muelles, entraba con el pasaporte, les decía a los guardias que estaba embarcado y no había problemas, subía a los barcos y preguntaba si necesitaban a alguien para trabajar. En varios me dieron algo para comer, pero recuerdo uno en particular, que era en efecto holandés, "Slottergracht" era su nombre, de pequeña eslora y manga, a cuyo capitán le resulté simpático, porque iba pidiendo trabajo con una petaca de cachaza en la cintura, como si fuese una cimitarra, y me dijo que si quería fuese a la cocina y le dijese al cocinero, que era un español, que él me había enviado, y así fue. No sé el porque de esa buena onda, pero en los meses que estuve en el camino con frecuencia encontré samaritanos dispuestos a ser generosos sin pedir nada, es algo de los caminos, lo pude constatar en distintos lugres y culturas. Ese cocinero y marinero español, me contó que él fue a embarcar a Rotterdam, y que ganaba dinero y no lo gastaba, salvo unos pocos días en puerto con chicas y alcohol, pero que ya no era fácil de embarcar o de encontrar buenas tripulaciones, como antes, me dio tanto de comer y de beber cervezas, que, tras agradecerles a todos, no sabía si irme zigzagueando o rodando.

Los sindicalistas me habían dado un lugar donde dormir en un edificio moderno, pero yo estaba nervioso porque no quería mentir en lo del plan de recorrer América como mi tío, cosa que ellos pensaban y yo no. De un momento a otro cambió todo, el trato se hizo distante, me llevaron a comer afuera con el bolso, alguien me lo robó del maletero del coche del "camarada" que me llevó a comer y tomar cervezas, entonces me llevaron a un hotel que era de parejas, para dormir y al día siguiente regresar a Sao Pablo, ya no les interesaba nada el plan de que yo hablase para el público. Yo no sabía que había pasado pero algo había pasado. Después me enteré, hablaron con la embajada de Cuba, e igual que hicieron años más tarde en Madrid cuando yo estaba ayudando con trabajo voluntario a una asociación de amistad, les dijeron que no era revolucionario, que era un lumpen, que me habían botado por borracho y vago.  Eso sucedía sin yo haber todavía hablado nunca en contra de aquella “involución”. Gente fina. Da para imaginar con que ganas y derecho moral, hablé mis verdades, unos años más tarde.

Regresé a lo de Elida, donde estuve unos pocos días más y me fui al norte, nuevamente en lo que se dice “a dedo” o “a carona” pero en realidad, eran pasajes que proveía el PT a los golondrinas que iban buscando trabajo por el país, igual que les daba albergue, y dormí en varios de ellos, aunque de trabajo yo no buscaba nada, ya tenía dinero cobrado de O comilao para un mes, después, en Río, volvería a buscar y a trabajar en el restaurante "Sat's" de Jorge Guerra un personaje, pero esa es otra historia. Al cabo de cinco meses de entrar a Brasil regresé a Argentina desde el norte, ahí sí con un camión argentino, cebando verdaderos mates.

Elida partió a otra dimensión en el año noventa y cinco en Buenos Aires, sólo volví a ver a Fabiana que se fue a vivir a Buenos Aires y publicó un libro sobre las runas vikingas y sus significados. Era un libro curioso, llevaba además una bolsita con runas. Fabiana compartía un lindo departamento con una prima de Ceratti de Soda Stéreo. Cuando fui a Sigtuna, una ciudad sueca rúnica, bella y con enormes pedruscos con inscripciones rúnicas, recordé los significados de algunos símbolos iguales a los de la bolsita del libro que me había regalado. Hace poco fue ella quien se encargó en Buenos Aires de la despedida al Yiye, el primo de mi madre que nos había presentado en mil novecientos ochenta y cuatro.

Hoy quería mediante el recuerdo, rendir homenaje a la calidez, calidad humana y solidaridad de Elida Gay Palmer y de sus hijos, Claudio, Flavia, Paola y Faviana.

Gracias.

Elida
Elida

Elida

Leer más

Jesús de Nazareth

23 Diciembre 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax

Si piensas a celebrar el nacimiento de Jesús, de aquel que cuando nació se supuso sería el Rey de los Judíos, por lo cual Herodes mandó a matar a todos los bebés para que nadie lo destronase en el futuro, y por lo que Cristo debió criarse en Nazareth, te comento que no hay nada más lejos de este consumo loco que, en lugar de celebrar ese hecho, ni siquiera el mito religioso que es fantasioso pero respetuoso, contribuyas al mayor enriquecimiento del Corte Inglés, Carrefour, Harrod's o a Macy's.

La celebración debería ser un período de reflexión y austeridad, de mucha austeridad.

Tú dedícate a comer, a beber y a gastarte todo en dárselo a los más ricos, pero ten en cuenta que eso, es lo más lejano y contrario a mostrar respeto al mensaje que dejó la vida de Jesús Cristo.

Y para quienes no son religosos, como el caso de este servidor, que festejamos el Solsticio de Invierno, importante en muchas culturas, tampoco está contemplado enriquecer a nada que no sea el alma de propios y extraños.

 
 
 
La casa de Nazareth donde presumiblemente se crió Jesús

La casa de Nazareth donde presumiblemente se crió Jesús

Leer más

Pollos y leones

14 Diciembre 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Cuba flash., #Relax

Era ese mismo verano en que habíamos intentado pasar unas vacaciones fabulosas, pagadas y además cobrando un dinerito como Guía en el campamento de pioneros de Tarará, pretensión que a los tres días quedó fulminantemente cegada por una expulsión que caería en nuestros expedientes acumulativos, intentamos limpiarlo o continuar con la diversión buscándonos nuestro primer trabajo en serio.

Entré en el destacado puesto de “chico para todo”, con mi amigo “el Nene”, gracias a la gestión de Orestes, que trabajaba en esa empresa, de producción de todo tipo de utensilios de aluminio para las FAR por segundo año consecutivo durante las vacaciones con un contrato temporal por quince días prorrogable a dos quincenas, para llevarse unos pesos en época estival. Recibiríamos por el desempeño de la tarea 98 pesos cada uno.  Aunque no precisaba el dinero de esa paga, sino que quienes habían empezado a recriminarme que había dejado los estudios, no pudiesen decir que tampoco trabajaba. Había que vivir pendiente de lo que pensasen los demás, ya fuese para complacerlos o para molestar, sólo volviéndose loco  podía uno hacer la suya. Aunque también la idea de conocer el terreno laboral por un lapso, como descanso de tanta haraganería, me subyugó.

Al Nene y a mí nos habían destinado a limpiar los latones de basura, donde descansaban los restos de un enorme banquete con que se habían auto homenajeado a base de pollo y puerco los directivos de la empresa y sus invitados, justo el fin de semana antes de que empezásemos el trabajo. Soldados de avanzadilla  inspeccionando el terreno enemigo antes de que la tropa decidiese atacar.

Acercarse a aquellos latones suponía una inmolación, y se iba poniendo más intenso, en la medida que indolentemente, dejábamos el trabajo para el día siguiente a causa de la peste entre aguda, dulzona, pegajosa e insoportable que fluía de aquellos latones.

Al nene le habían dado la llave de un toro motor, que se utilizaba para levantar pallets, pero para el trabajo de volcar los ocho cubos de basura podrida e inflamada nos era de poca utilidad, ya que cuando intentamos levantar el primero, para trasladarlo al sitio indicado, se nos viró de costado, derramando los pollos con sus lomos y panzas hinchadas y hediondas por encima del borde del latón y liberar ovillos de gusanos color crema que con los rayos sol se engalanaban de verde brillante y con el calor despedían sus más intensos aromas . Después de ese accidente pasamos la semana entera haciendo trabajitos de poca monta, hasta que llegó el viernes y el jefe montó en cólera, y nos amenazó con echarnos el mismo lunes si no acabábamos la tarea.

Por fin logramos volcarlos en el patio donde nos indicaron,  hicimos una montaña con todos los pollos podridos, retiramos los latones, les echamos gasolina,  luego un fósforo, y vimos arder aquellas madejas de gusanos durante una tarde entera.

Nos llevó más tiempo del que pensábamos lograr quemar aquellos benditos pollos inflados que olían a mil demonios. Cuando los llevábamos al basurero nos entrevistó el noticiero del ICAIC, nos dijeron a la siguiente semana saldríamos en el noticiero del cine, en todos los cines de La Habana, sobre un camión trabajando de basureros. Al regreso de ese viaje el jefe nos esperaba con la liquidación por quince días de trabajo. No nos soportaba más según sus palabras.

Dejamos de ser basureros temporales, pero mis pantalones vaqueros no por ello volvieron a oler bien. Entre el escaso apego a la ducha que había desarrollado y el hecho de que quien lavaba la ropa en casa era mi abuela, a la que le llevaba una bolsa de ropa sucia para verla limpia, y que el único vaquero Levi’s que tenía prefería no gastarlo demasiado con el jabón y la tabla de lavar, ya que estaba  a punto de romperse, y una cosa era pavonearse como empleado responsable de la basura, que daba cierto halo de explorador en la vida y otra muy diferente  enfundar por obligación aquellos espantosos pantalones chinos, de la tienda para cubanos. Esa sí era una osadía.

Dos o tres semanas  más tarde, salió en las salas del Cine  el documental de los basureros, pusieron un trozo de nosotros con tomas de primeros planos, algunos amigos rieron burlones,  nos decían “leones” como se les conocía a los basureros, por el aroma más que por la fiereza. Tenía su gracia aunque presentó un inconveniente, durante un tiempo mi incipiente y saludable popularidad entre las chicas experimentó un repentino parón. El blue jean gastado y algo necesitado de jabón, me servía de contrapeso, aunque fuese únicamente con las pepillas de livianísimo galope y de nariz muy fogueada en innumerables las batallas.

 

Pollos aromáticos

Pollos aromáticos

Leer más

Inconcluso

9 Diciembre 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax, #Cuba flash.

El preuniversitario Pedro Ortiz lo dejé en grado doce sin terminar, a los dos años de vagancia me permitieron volver a hacerlo en otro pre, el Pablo de la Torriente, lo cursé, llevé todas a extraordinario por no haber casi asistido a clases y no llegué a la puntuación básica de 70 en matemáticas por un detalle, me la había jurado el profesor, y yo mismo, claro.

Entonces por tercera vez lo comencé en la Facultad Obrero Campesina que solía ser de noche, pero había clases por el día, me di cuenta que para quien hace el pre en la FOC es mucho más fácil, y es el mismo título, pero sin aspiraciones universitarias en tal caso. En mitad de ese curso regresé a Argentina, y a menudo, entre las bromas de que soy licenciado en grado doce, a lo largo de los años soñé varias veces que suspendía, que Cepero me esperaba sonriendo para ubicarme en una aula sólo, sin posibilidad ni siquiera de consultar alguna pequeña muleta para alcanzar los 70 puntos, recién hace un años empecé a soñar de una manera muy vívida que apruebo todos los exámenes y soy bachiller, he soñado también que sigo en grado doce porque quería estar seguro de haber aprobado, pero los profesores me decían ¿qué haces aquí, tu ya pasaste a la universidad? Pero había un problema en mis sueños, nunca entré a universidad, no tenía un asidero de recuerdos en la realidad con mi paso por la uni.

No pasar por la universidad no era la cuestión, eso estaba clarísimo, el abuelo, con sus diatribas de que todos los Guevara estudiaban carreras de prestigio desde siempre, me había dejado ese gol para hacerlo de taquito y coronar el pataleo adolescente tardío, sin demasiado esfuerzo, porque encima estábamos en Cuba, donde casi todos los que estaban en el pre pasaban de una forma u otra a la universidad, yo sentía un placer indescriptible al presentar un claro contraste de mi mal desempeño académico y mi acervo cultural, que era este, con diferencia, más profundo y ecléctico que el de mis compañeros con altas calificaciones y mis parientes ya encaminados a profesionales. No, la cuestión no era esa, estaba claro que no entregaría por nada la prestigiosa distinción de ser el único de mi generación sin educación superior, no para ser trabajador como mi padre, ni guerrillero, ni siquiera delincuente, sino para ostentar un sobresaliente en inutilidad.

Pero una cosa era que quedase claro que había sido yo quien decidió no estudiar como era casi obligado e inevitable y otra era no tener siquiera el bachillerato, lo cual me dejaba al pie de los caballos frente a toda presentación de currículo, o cualquier trámite que requiriese una mínima seriedad; eso ya no reflejaba la expresión de una estúpida rebeldía juvenil, sino un abanico de suposiciones que podía ir desde la estupidez sin más, pasando por la posibilidad de una infancia plagada de carencias, hasta una escasa capacidad de aprendizaje, las cuales ya no me hacían ni pizca de gracia.

Tan reales y persistentes fueron los sueños, que sin pensarlo llegué a sentirme como si de verdad hubiese terminado aquel truncado preuniversitario que al parecer me había marcado en el subconsciente, en la vida onírica, y probablemente en las acciones de cada día.

Pero ya no tenía que temer, había retomado lo que en su momento abandoné por la fiesta, el sexo y el trago, y lo superé.

Pero ayer, al escribir sobre mis años escolares, como si realmente me despertase de un sueño, me di de bruces con que no he terminado, ni retomado el pre, que acaso en otra realidad lo están haciendo millones de estudiantes pero yo sigo barqueando, gastando todo el tiempo en otros menesteres que reportan escaso provecho aunque bastante anecdotario, y me sentí atado con un enorme soga gruesa, rodeándome todo el cuerpo, y me dieron ganas de gritar, de llamar a la profesora, a mis compañeros, a la trigonometría, a las diferenciales y los logaritmos, pero ninguno acudía, y me habían olvidado para siempre, había pasado mucho tiempo y me estuvieron esperando con paciencia hasta cierto punto.

Entonces no grité, me fijé en la otra cara de ese yo, y me vi sin ataduras, parado entre dos acantilados, flotando sobre el precipicio, logrando mantenerme en el aire sin mayor esfuerzo, comencé a batir los brazos y vi que a cambio de aprobar el pre, solté el lastre que me impedía manotear el aire y elevar todo el peso de mi ligereza

 

Preuniversitario

Preuniversitario

Leer más

La galleta

8 Diciembre 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax, #Cuba flash.

Mi mejor amigo de afuera del hotel era de sangre caliente, si uno quería asistir a una buena pelea, sólo debía esperar hasta las cuatro y veinte que era la hora de salida de la escuela, y entonces o bien a la misma salida del colegio o, para evitar las represalias de la dirección, detrás de la Sinagoga de El Vedado, había espectáculo de bronca. A menudo me pedía que le sostuviese los libros cuando se fajaba así que eso me convertía en espectador privilegiado de primera línea. En Argentina, las peles se iban pactando con el incremento de bravuconería o insultos, eran generalmente a piñas, nunca vi una brinca en el suelo, un vez que uno caía, esperaban que se levante o se acababa la pelea, en Cuba el inicio, el despertar de la bronca era una sonora bofetada, incluso si los ofensores ya no tenían muchas ganas de fajarse, el público de alrededor los animaba para ese primer paso gritando a coro “la galleta, la galleta” , hasta que se desataba la riña tras la sonora “jilda” .

La función de la galleta era mucho más de alarde, de humillación, bien podríase empezar con un piñazo que fuese mucho más eficaz con la finalidad de vencer, pero la galleta además de ser el campanazo que anunciaba oficialmente la pelea, daba un plus de brillo al ejecutor, aún cuando este después perdiese. La “fajazón” cubana va mucho más allá del boxeo, lleva todos los ingredientes, patadas, piñazos, galletas, incluso palos y piedras, pero además proyecciones al suelo, llamadas en Cuba “estrallón” provenientes de la lucha o el judo, pero generalmente aprendidas en la calle, y luego en el suelo se daba el segundo capítulo de la bronca, lograr asfixiar al oponente con una llave al cuello, o simplemente ganarle a golpes en la cara, hasta que se rinda el vencido, o que sea evidente el desenlace. Los abusadores, dan patadas desde arriba , escupen, o incluso orinan al derrotado, pero eso ya pertenece más al terreno carcelario o de inquina guardada durante años. Mi hermano cubano, era un maestro propinando ese galletazo del inicio, ponía la mano medio cóncava y el sonido inundaba al barrio, y luego era muy bueno en el suelo, sus fuertes no eran los piñazos , por eso tras la galleta buscaba el estrallón, en lo cual era mejor aún que en la galleta, y ahí y dependía de la fuerza y pericia de cada gallo en lidia, nunca lo vi dar un golpe más del necesario, ni abusando de gente que no mereciese una buena tunda, ni pelear por algo que no fuese de justicia elemental.

Con los años y la curda, esas broncas se hacían extensivas icluso a la policía, aunque en ese caso, por más sonora que fuese la galleta de inicio, y bueno su estrallón posterior, naturalmente, al final siempre llevaba la de perder, tranqueo grupal y a la Unidad.

En cambio, a mi nunca me gustó fajarme, por miedo a recibir golpes y por a golpear, siento un atractivo por la violencia pero como mero espectador. Así he estado en situaciones realmente peligrosas, pero si no soy objeto directo de las hostilidades me quedo mirando como si los acontecimientos fuesen transmitidos o proyectados en un pantalla.Cuando no quedaba otr slid tenía bunos buenos puños, las pocas veces que me fajé, gané, excepto las dos veces que me metí a defender a animales que estaban siendo abusados. Esas dos veces cobré.

Recuerdo un día después de que tres amigos con sus parejas estables o circunstanciales habíamos pasado la noche en el Hotel Riviera, de El Vedado, curdeando y comiendo bien, una vez que entregué las llaves de mi habitación en carpeta y despedí a mi amiga de aquella noche, decidí quedarme en el hotel bebiendo unos tragos en el bar El Elegante, donde tocaba el piano Felipe Dulzaides, un poco más tarde. Al día siguiente debía regresar con mi familia mi país de nacimiento tras diez años de exilio, las despedidas ya iban llegando a su fin.

Me tomé unos cócteles bellomonte para equilibrar la curda del día anterior, decidí irme a casa y cuando estaba caminando por el lobby hacia la salida, un hombre vestido de guayabera se acercó a mi, y me invitó de manera brusca a que abrochase los botones superiores de mi camisa, le dije que ya me iba y que yo usaba así las camisas, me dijo que ahí no se podía, le dije con buenos modales que no iba a abrochar nada. llamó a otro y me llevaron al sótano, era un pasillo largo tras el cual había una habitación, era una oficina rudimentaria, bajo la tierra, y sentado detrás del buró estaba un tipo que dijo ser el jefe de seguridad del hotel. Me apresuré a quejarme del trato que me habían dado esos dos por no abrocharme la camisa, y para mi sorpresa, dijo que estaba bien lo que hicieron, que tenía que haberlos obedecido. El tipo se puso de pie, le expliqué que al día siguiente debía partir del país que me estaban esperando en casa, me echó en cara que estaba bebiendo en el Elegante, y que había pasado la noche allí bebiendo, que tanta prisa no tendría por llegar a casa.

Me di cuenta que el tipo me había estado cazando la pelea, pero no entendía la finalidad, yo ni había hecho “bisnes”, ni tenía marihuana encima, ni en la habitación, cuando par aflojar la situación saqué a relucir mi parentesco no se sorprendió en absoluto. Me preguntó:

-¿Tú "eres" karate?

-No, ¿por qué?

-Por los nudillos- Es cierto que los tenía callosos porque cuando estaba contrariado golpeaba las paredes con los puños.

-No-le dije - no hago ningún deporte de contacto.

Y entonces no esperó más y me preguntó ¿tú quieres fajarte conmigo? De repente se me fue un poco la curda porque necesitaba salir de ese sótano rápido, y sin problemas, por supuesto mi respuesta inmediata fu "No, no quiero fajarme con nadie, quiero y tengo que ir a mi casa, si hace falta me abrocho la camisa" Insistió una vez más, diciendo que yo estaba acostumbrado a formar líos, a emborracharme, pero después no me quería fajar de hombre a hombre, y yo insistí en que de batirme, nada.

Cada vez que el tipo me invitaba más , más me percataba de que aunque yo fuese guapo y karateca, y le pudiese dar una buena tranca, cosa difícil por mi estado de equilibrio y porque el tipo debía saber donde dar los golpes, entre los otros dos me pondrían calentito, pro lo que era peor, con el tiempo tan apretado podía perder el avión. Nunca supe quien era ese tipo, ni porque tras saber que podía hacer un par de llamadas, insistía en fajarse. Me asistió una flema que sólo parece cuando me doy cuenta que hay problemas, lo dejé hablar, el tipo se calmó, y me dejó irme, no por el lobby, sino por el parking, diciéndome que la próxima vez me abrochase la camisa-

En este caso no haberle dado un galleta, y metido un estrallón, cosa que y era improbable, me permitió llegar a casa con tiempo para hacer las maletas, y no poner nerviosa a mi madre.

El tipo se quedó con las ganas de joderme, y yo, nunca atravesé el lobby correctamente abotonado.

 

Bar el Elegnte, Hotel Riviera.

Bar el Elegnte, Hotel Riviera.

Leer más

Mata de mango

7 Diciembre 2020 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Cuba flash., #Relax

El parque Hanói estaba a unos cien metros, había arboles de mango, aguacate, tamarindo. la temporada de mangos recién comenzaba, así que no había casi fruta madura, pero algunos, bien arriba donde daba más el sol, sí que había.

Yo era un mono trepando árboles, fui con Orama, que también estaba en noveno grado pero no en mi aula. Llegamos cerca de la copa y vi un mango pintón, la mitad roja y la otra verde, pero que y se podía comer, sólo tenía que caminar con cuidado por la rama en que estaba parado agarrándome de la de arriba que corría paralela. Oramas me dijo que no fuese, que comiésemos los verdes con sal, pero esos me daban dolor de estómago, hace poco vi que también en Vietnam es costumbre comerlos así , y yo le dije "no te preocupes que el mango lo compartimos entre los dos". Arriba de los árboles cuenta el más mínimo equilibrio con cualquier parte del cuerpo, yo sabía manejarme, llegué a una parte en que la rama a la que me agarraba, donde colgaba el mango, se volvió tan delgada que cedió ante mi presión para no dejar todo mi peso en la que apoyaba los pies, y al quebrarse perdí el control del equilibrio, caí y conseguí asirme a la rama en que estaba parado, pero también cedió y caí al vacío. Por el camino fui dándome golpes con ramas más o menos gruesas, hasta que el suelo, de tierra y hojas, detuvo mi caída. Del golpe sólo recuerdo el brazo y que empecé a dar vueltas en círculos en el suelo mientras Orama bajaba y me gritaba alarmado.

Lo próximo que recuerdo es estar en los brazos de mi madre y la Negra Cordero, su íntima amiga, me pusieron en un automóvil y volví a tener uso de memoria en el policlínico. Los huesos del antebrazo se me habían partido de tal manera que parecía una zeta, pero no llegaron a atravesar la piel, el médico que me atendió me pidió que aguantara y tiró del brazo mientras otros me sostenían hasta que acomodó cúbito con cúbito y radio con radio, aunque quedaron medio torcidos. Me llevaron de urgencia al Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez, donde ya había estado ya que era la cuarta vez que me fracturaba el mismo brazo, el médico de policlínico de Alamar había acertado tanto que el doctor prefirió no volver a desacomodarlo ya que había empezado a soldar y sólo estaba muy poco torcido, me pusieron el yeso y de ahí al Neurológico, que estaba al lado, esa era la zona de Hospitales, también ahí estaba el Infantil Pedro Borrás, donde estuve ingresado también una vez, y el Oncológico el que por suerte nunca tuve que pisar como paciente.

En el neurológico me hicieron varias pruebas, porque tras dar esas vueltas sobre mi eje al caer, me desmayé y empecé a echar una espuma por la boca, como contaba Oramas, que acto seguido empezó a llamar la atención de los transeúntes y a darles mi dirección mientras se quedó a mi lado esperando, y fue cuando llegó mi madre y Ángela, la Negra, que en efecto me vieron con esa espuma en la boca que nunca supe de que se trató, pero que de vez en cuando la pasta de dientes me hace pensar en ella, como en ese viento que da en la nuca y se va, como el aliento de un muerto convertido en fantasma, o el chasquido de la rama y la sensación de vacío.

Me mantuvieron en observación porque dos desmayos de varios minutos tras un golpe de un caída de la altura de un cuarta planta, aunque me detuviesen ramas en el aire, podían significar varias cosas. Por suerte sólo significaron que acaso desconecté un pelín más los cables ya pelados de mi coco, o, nunca se sabe, quizás conseguí empatarlos. Al día siguiente me dieron el alta, estaba magullado por todos lados, pero en cierta forma contento de haberla sacado barata. La mayoría de los despelotes mentales que tuve, disparates, incongruencias, y más tarde ajustes con el alcohol, las drogas, algunos me lo atribuyeron a ese porrazo, no, lo único que me dejó ese golpe es cierto respeto a las alturas, pero yo, ya era distraído y lunático desde que empecé a caminar. Unos ños más adelante, tuve una novia que se llamaba Hanoi, que también casi me costó la cabeza.

Cuando me dejaron en casa pregunté por Orama, le avisaron y fue a verme, lo primero que le dije fue:

-Brother ¿te jamaste el mango?

 

Matas con mangos verdes y pintones.
Matas con mangos verdes y pintones.

Matas con mangos verdes y pintones.

Leer más