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El blog de martinguevara

Musas y Panteras.

31 Mayo 2018 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax

 

 

Ronnie vivía también en aquel edificio de veinticinco plantas, el Hotel Habana Libre, en el piso 19, yo vivía en el 21. Mi hermanos, mi madre y yo ocupábamos dos habitaciones desde las cuales se veía el Hotel Nacional, el edificio Foxa y el Someillán, daban al mar, en una tercera que daba a la otra cara de la ciudad, mostrando el barrio de El Vedado noqueado por la Revolución, dormía mi abuela. Ronnie era hijo de Huey Newton, quien fuera cofundador de los Panteras Negras norteamericanos, una agrupación del poder negro de moda por aquellos años convulsos, ellos estaban exiliados como nosotros. En el Hotel había varios cabecillas de organizaciones revolucionarias a nivel mundial cuyos hijos terminaban formando una pandilla, pero ninguno tan perfecto como Ronnie, a excepción de Fernando y por supuesto de mi.

Pasábamos el día incordiando a la mayor cantidad de personas posibles, ya tirándoles grampas con hondas desde el segundo piso a los que se sentaban a disfrutar de la lectura de un plomizo Granma aderezado con el aire acondicionado en el lobby, o lanzándoles limones desde la parte trasera de la piscina a la calle o huevos desde el piso 21 para que se llevasen un buen susto antes de regresar a sus casas a cambiarse la ropa salpicada de yema, también rompíamos la paciencia saltando de balcón en balcón y lanzando lo que fuese que encontrásemos secándose sobre los sillones de paja y cobre, pantalones, camisas, ropa interior o caracoles cobos y aguas vivas como los que atesoraba aquel ruso, que un día me descubrió tras haber lanzado sus preciados moluscos desde el piso 21 al tercero solo para verlos hacerse añicos, formando un lío que alcanzó al Administrador del hotel, a la milicia y a nuestros mayores.

Carlitos Cecilia vivía cerca del parque Aguirre, a más o menos un kilómetro del hotel y muy cerca de la Anexa a la Universidad, la escuela Felipe Poey donde ambos estudiábamos. Éramos compañeros inseparables en el aula y mientras duraban los paseos por la calle, una vez que entraba al Hotel la realidad cambiaba, mudaba hasta el tono de la voz, retornando hacia lo que quedaba ya de argentinidad en aquellas consonantes sostenidas y vocales abiertas. Eran otros los amigos, los juegos también, todo ello había nacido de la perversa orden dada por la administración de que al hotel no podía entrar ningún cubano, ningún niño amigo de la escuela podía subir a las habitaciones, a menos que fuese familiar de un alto dirigente, y aún así precisaban un pase. La administración tenía orden de que los de afuera no pasasen de solamente sospechar los privilegios que disfrutaban los de adentro. Esta ordenanza me ayudó a desarrollar una doble vida, como Mr. Hyde y el doctor Jekyll. Mientras afuera del hotel iba creciendo a pasos ligeros y convirtiéndome en el justiciero de mis amigos y un habanero más, dentro me transformaba en un malcriado muchacho privilegiado. Durante medio año que estuve faltando cada tarde a las clases de séptimo grado en la Felipe Poey, iba primero a casa de Carlitos y nos dedicábamos a cocinar tortillas con lo que hubiese en la alacena, el padre era militar y conseguía latas de alimentos que con la libreta no se conseguían así que contábamos con cierta variedad de ingredientes.

Por supuesto todo aquello era limitado y un día la madre pegó el grito en cielo, entonces Carlitos les tuvo que decir lo que hacíamos aunque se echó la culpa a sí mismo garantizándose un buen castigo, cuando en realidad el instigador de las faltas a clase y las prácticas culinarias era yo. Aquel desliz no trascendió al hotel y pude continuar faltando a clases, tenía pesadillas en que me descubrían, que me enviaban un miliciano de los que me solía detener por hacer gamberradas en el Hotel y averiguaba que no había ido a clases en los últimos meses, se lo contaban a mi padre que estaba preso en Argentina pensando que nos estábamos formando como buenos revolucionarios y le causaba un buen disgusto; me despertaba transpirando como casi día de mi vida después de aquellos años.

Entonces fue que Carlitos me invitó a la primera fiestecita con música lenta de noche y me presentó a Moraima, que me tenía fichado, a mi me venía bien cualquier cosa para dar mi primer beso, que solamente lo había podido casi saborear en la persona de alguna prima o la hermana de algún amigo del Hotel a hurtadillas, robado en un trance de algún juego. Fue la primera vez que toqué pechos y sus pezones, los sobé los apreté con fruición, difícil olvidar aquella emoción, me entusiasmé bailando con la entrepierna de Moraima, el vaquero fue áspero, por suerte ella tampoco sabía mucho de nada, ya que yo solo había besado mi antebrazo practicando con un morreo prolongado. Carlitos ya había “apretado” alguna vez y hablaba de ello como de algo muy especial, desde aquel día constaté que era mágico, incluso hoy pienso que el placer de ciertos besos en posición de pie, estando vestidos, pudiendo permitirse alguna licencia como acariciar los senos o tocar el sexo por encima de la ropa dejando a la mano explorar entre cinturones, botones, cremalleras y telas pueden ser momentos exquisitamente tensos, para aquellos y otros blue jeans menos acartonados. Después de esa ocasión estuve como dos años sin apretar, pero me servía de aquella experiencia que se enriquecía con el aporte de la imaginación cada vez que la sacaba a pasear en los relatos varoniles, para el simple recuerdo o para las mullidas memorias noctámbulas. Carlitos me había hecho un favor impagable, lo probó el tiempo que debió transcurrir hasta que pude acceder por propios medios al área íntima de otra chica. Los cuatro meses siguientes ya que no podía ir a su casa me iba al zoológico de el Nuevo Vedado y llegué a hacerme amigo de un chimpancé que tendría mi edad, era mi alter ego. Llegué a tener una gran amistad con ese animal, el cuidador me permitía acercarme hasta la jaula y pasábamos horas mirándonos e intercambiando las galletitas para monos que yo le daba y las media naranjas que él me convidaba, se podía hablar con él sin tapujos, desde la una hasta las cinco había muy poco público. Entonces, además de la realidad del hotel, la de la calle y la escuela incorporé una tercera, las rejas del mono estaban también en mi cara. Aquel preso no hacía reproches por conducta poco revolucionaria.

Ronnie tenía dos años menos que nosotros pero nos sacaba media cabeza. Una tarde que me había visitado Carlitos y que había conseguido en la administración que le diesen un pase que no permitía entrar a restaurantes pero sí estar por el Hotel, Ronnie quería jugar a los escondidos en el Salón de los Embajadores, que estaba restaurándose y era inmenso, repleto de recovecos. Yo estaba entre la costumbre de seguir a mis amigos del hotel en los juegos aún infantiles, y el pudor que me daba con Carlitos ya que dados sus hábitos suponía que consideraría aquello un poco ridículo. Pero él mismo se enchufó y se entusiasmó de tal manera que llamamos a otros muchachos.

En una ocasión le tocó a Carlitos buscar, Ronnie y yo habíamos subido por una escalera de cabillas de hierro incrustadas en la pared dentro de un agujero con paredes de cemento. Estaba oscuro en lo alto y al acercarse, Carlitos se persuadió de que arriba había gente y empezó a decir nombres al azar para ver si adivinaba, lo cierto es que si acertaba no había manera de ganarle corriendo hasta la base, así que había que intentar que subiese hasta arriba y saltar del agujero al mismo tiempo que él para tener una chance. Comenzó a subir y de repente dijo el nombre de Ronnie. Y cuando comenzó a bajar, yo vi como caía un líquido sobre él y al girar la cabeza buscando a Ronnie, vi que había pelado la habichuela y estaba orinando a mi amigo en la cabeza, mientras Carlitos decía- -Oye que mal perder tienes, no me eches agua que me estás empapando!. Entonces, agudizó el olfato y el tacto y se dio cuenta de que no era agua, yo reprendí a mi amigo del Hotel que reía a carcajadas y bajé inmediatamente a contener a Carlitos, eso para él era una asunto muy serio, en Cuba cualquier líquido en la cara que no fuese agua o ron podía saldarse con más que una buena pateadura, ¿pero una meada?, por una meada hasta yo habría sido capaz de soltar los puños.

A duras penas conseguí llevarme a Carlitos abajo, rogándole que no formase lío ya que encima llevaba las de perder. Lo acompañé hasta su casa y no dejé de escucharlo decir que lo buscaría por todos lados y le metería con un bate de beisbol, con una cabilla, con una chaveta, en fin estaba hecho un basilisco, y aunque Ronnie lo había hecho en broma yo había visto a Carlitos en la escuela fajarse con una pandilla y empatar la bronca.

Provenían de sitios irreconciliables como el Hotel y la Ciudad, pero eran mis amigos.

Cuando regresé al Hotel lo fui a buscar al piso 19 y me dijo que lo sentía mucho, que fue un impulso y que iría a pedirle perdón, le dije que encima si había bronca culparían al cubano, me dijo que no, que él diría lo que pasó, Ronnie era muy noble, puro corazón pero ese día había perdido un tornillo.

A los pocos días, llevé a Carlitos al Hotel nuevamente para que sellaran las paces, pasamos el día charlando y esa tarde hasta fuimos a comer los tres a la cafetería, nadie nos dijo nada, ni la camarera ni el capitán, nadie molestó aquella ocasión.

La semana pasada mi hijo pequeño me preguntó si yo tenía amigos que ya hubiesen muerto, íbamos caminando por la cima de un monte, un viento fresco me dio en la cara y recordé cuando regresé de Argentina a Cuba a los 22 años y fui a buscar a Carlitos a su casa, entonces la madre, el padre y el hermano me dijeron - Si quieres verlo ven con nosotros ya mismo , porque le quedan dos o tres días. Y en el camino al oncológico me contaron que había desarrollado un tumor bestial en los pulmones, y que le habían amputado un pulmón, un brazo, un omoplato, una clavícula y ya habían desistido.

Entré en la sala y lo vi en la cama, me recibió con una sonrisa, no recuerdo lo delgado que estaba ni su estado gravísimo, sino su ánimo, me abrazó al borde de la cama y me dijo: -Martín tú me ves así, pero cuando salga de aquí formamos una fiesta, yo voy a seguir tocando el piano con el brazo que me queda, incluso mejor y tú verás que las muchachitas se van a volver locas con nosotros- Pasé una hora con mi amigo que estaba lleno de vida, los ojos le brillaban y su voz era fuerte, a un paso de la muerte no estaba rendido. Salí de aquel cuarto vacío y en efecto cuando regresé a su casa al cabo de una semana ya había fallecido.

Hace dos años mientras recordaba algún pasaje del Hotel Habana Libre, me dio por buscar a mi amigo Ronnie por enésima vez con la ayuda de internet, cosa con que otrora no contaba. Le había perdido la pista hacia el año 1978 cuando él había regresado a los Estados Unidos, ya que el padre había preferido enfrentar la prisión y que la familia viviese en su tierra. Varias veces había intentado saber que habría sido de su vida, sin éxito una y otra vez.

Tiempo atrás habían matado al padre en extrañas circunstancias y hace muy poco supe que posiblemente Ronnie habría presenciado quien había sido. Y entonces me enteré de que un par de años más tarde, cuando estaba por celebrarse el juicio del presunto asesino de Huey, unas pocas horas antes de declarar su hijo, mi amigo Ronnie, quien desde los diez años hacía cuarenta largos en la piscina del Hotel Habana Libre para poder quedarse hasta más allá de las siete de la tarde jugando con los demás muchachos, como condición que le ponía su viejo, apareció ahogado en la orilla de un lago cercano al lugar del juicio.

Lo supe diecinueve años después de los hechos.

-Sí- le dije a mi pequeño vástago- se llamaban Carlitos Cecilia y Ronnie Newton.

Y entonces recordé el día del juego de los escondidos. Y el Habana Libre, y la fiestecita con Moraima, los chicles norteamericanos y las tortillas de carne rusa y me acordé de aquel chimpancé que cuando nos quedábamos mirándonos durante eternidades, no quedaba claro a cual de los dos aprisionaban más aquellas rejas.

Quien también fue un buen amigo y que ojalá continúe con vida.

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Sánchez vs. Sánchez

26 Mayo 2018 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Europa Aorta

Que Pedro Sánchez se apresure a la moción para gobernar es un golpe al PP pero, ojo, puede representar una victoria pírrica.

Será un año de pocas oportunidades para brillar, aún cuando apruebe leyes que todos esperamos no florecerán hasta pasado un año y medio, excepto la derogación de la Ley de protección ciudadana, conocida como ley Mordaza. El primer día hurtas y orgasmos, el segundo día resaca y el tercero estará sólo en medio de un desierto de 360 grados a la redonda sin señales ni alguaciles, y es ahí donde tendrá que decidir el camino a tomar. Porque ojo, a un presidente elegido se lo espera, se lo tolera, pero a uno que sube sin el apoyo de las urnas, máxime cuando es uno que pretende serlo por las urnas, desde el primer día se lo mirará con lupa. Y por supuesto estará rehén, de los caprichos ocurrencias, improvisaciones de sus socios, muy serios todos, pero de demasiadas procedencias diversas, sin contar con que Rajoy con un escasísimo bagaje de pruritos ético morales y una paciencia y desidia que le brindan esa rara capacidad de invernar en medio de la tormentas, ya ha dado cátedra de como ganar batallas aburriendo al enemigo.

También es cierto que el año, bien tomado, no sería para presentar resultados, sino para tener un sitio envidiable desde donde desarrollar la campaña electoral de los próximos comicios.

Por el otro lado el PP contará con un año, que para unas cosas es poco pero para otras es mucho tiempo. El Partido ya está armado, son setecientos mil militantes, muchos son jóvenes brillantes, todo depende de la amplitud de miras de los gerontes y de su generosidad, tendrán tiempo los portavoces de presentarse como víctimas, dejando pasar un poco el eco de las noticias de su podredumbre, y resaltando la usurpación del legítimamente conseguido en las urnas, por partidos que quieren dividir España, moneda que en este país a la derecha le garantiza importantes dividendos.

Pablo Casado ya no podrá fácilmente encabezar los aires de cambio por el asunto muy poco claro de sus carreras universitarias, aunque haya que tener en cuenta que el español, es infinitamente más indulgente con la corrupción de la derecha, también es cierto que puede que, y ojalá, se produzca un hartazgo acerca de esta persistente tolerancia. Por otra parte, aunque Casado sea joven viene muy precedido por su barniz abulense que porta demasiadas reminiscencias de una derecha muy ligada a las cunetas y los fusilamientos, que Ciudadanos está enterrando al menos en sus formas.

En cambio Andrea Levy, puede alzarse con sus méritos y la ayuda de los supervivientes del PP que deseen desatascarse y no enrocarse negando la realidad, es un capital muy valioso y un diamante al que aún le queda bastante por pulir, un cuadro de los de tener en cuenta. Energía no le falta, ostenta la condición de mujer que se aviene con los tiempos, los de izquierda no la denostarán, o al menos la arista machista y misógina tradicionalmente asociada con la derecha quedará suprimida en apariencia, los de centro simpatizarán, y la derecha aunque no le convenza del todo no podrá jamás darle la espalda. Es joven, es fotogénica, tiene un nombre comercial muy fuerte, los mejores y más utilizados vaqueros en el mundo entero llevan su apellido y son más símbolo de la libertad de la llanura sin límites y el rock que de la carcundia propia de su partido. Es catalana y eso no es una cosa menor para los tiempos que corren, uniría autoridad y sensibilidad al aplicar leyes, políticas o determinaciones puntuales, tendría autoridad moral para opinar sobre su territorio, y en España nadie dudaría de su implicación con el país.

Sólo debería pulir su actitud socarrona y algo petulante ante los medios de comunicación y los interlocutores en general, más proveniente de la brega permanente, de la actitud de defensa frente a las numerosas amenazas que una chica debió atravesar para llegar a hacerse notar en cualquier medio, pero más aún en su partido político, acostumbrada a llevar la contra, a saber luchar y no perecer, que a su propio carácter, mucho más jovial y gregario.

 

Por otro lado dejar la partida a Ciudadanos habría sido un riesgo para el PSOE y la izquierda en general, pero podrían haber tenido un exquisito espacio de tiempo para presentarse como la contracara de lo presente, de lo decrépito, guardando las municiones e incluso los estandartes definitivos para cuando les toque hacerse cargo del bastón, y dejar que los hunda cada vez más cualquier paso en falso del PP, que en ese caso y con el año de juicios que viene, podrían ser todos.

 

Hasta ahora Pedro Sánchez ha atacado mejor desde las cuclillas que desde el equilibrio en pie. 

Pedro y Andrea en sus avatares
Pedro y Andrea en sus avatares

Pedro y Andrea en sus avatares

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La Película

12 Mayo 2018 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax

Una de las mejores y menos realistas pelis que he visto es la vida. 

Se me parece mucho al cine, aunque en lugar de ir pasando por delante de una butaca en la sala penumbrosa, me ha ido transcurriendo por todos lados, lo cual también incluye delante de los ojos y en torno al cuello. Por detrás, por dentro, lo que está por venir que nunca supe si llegará, a que distancia se encuentra y si terminará perteneciéndome.

Se parece a una película pero de mucho misterio y en cuatro dimensiones, aunque también se parece a tantas cosas que si nos ponemos a comparar no terminaríamos nunca. La vida es una película, un cuento, una novela, una ópera, una sinfonía, una obra de teatro, un sainete, una opereta , un cuadro, una canción, un deporte, una guerra, un desastre, una solución, un problema, un amor, mil amores, ningún amor.

Y es mucha soledad barnizada, bañada en chocolate, con trozos de nuez, pintura de acuarelas, y humo, sobre todo es mucho humo sin cenizas ni brasas.

Y así como no hay nada mejor que un día tras otro, a veces no hay nada más terrible que ello, saber que es imposible salir en un abrir y cerrar de ojos de esa pesadilla que empieza cuando nos levantamos. Pero sí, se puede, cuando se cuenta con fuerzas para asomarse al borde y con la suerte de divisar el oasis. También con algún lugar para entrar y con alguna mano enchufada a un corazón.

A cada una de las personas que esté pasando un momento duro me gustaría poder comunicarles como si fuese un noticiero de televisión o una publicidad repetida diez veces en un día, que es posible, que todo lo que se imagina se puede, que lo que se sueña está soñando también con nosotros, que el aliento va y viene y la soga tensa que aprieta en algún momento se remoja en el fondo del mar junto al ancla. Más tensa, pero empapada.

Varias veces temí estar en las proximidades de la demencia, de la pérdida de nexos con la realidad consensuada, no sé cuanto de cerca o lejos estuve en realidad porque del todo nunca enloquecí, pero sí que debí combatir depresiones intensas, impulsos autodestructivos, adicción a substancias que aunque las explicaba con una frase de Bukowski: "cuando las cosas están mal bebo para olvidar los problemas, cuando están bien bebo para celebrar, y cuando no pasa nada bebo para que algo pase", lo cierto es que me substraían de la agobiante amalgama de abulia, miedo, desprecio personal y sobre todo, ese lento, lentísimo tránsito de un día pésimo a otro igual, del inexorable paso de un grito ahogado a un alarido muerto, de lo poco a lo menos, hasta que la lucha, la ilusión, el amor ajeno al mismo tiempo que el propio, empezaron a cambiar los ladridos por lamidas, los sopapos por caricias, la toxicidad propia y ajena por anticuerpos, y llegó un momento que gracias al haber visto esa película en cámara lenta, ya ningún pasaje fue un infierno, los obstáculos comenzaron a parecer regalos, y empezaron a llegar días detrás de otros cada vez menos agobiantes, hasta que llegó el momento en que tiré de las riendas para frenar los instantes, para regresar a lo perdido, para aprovechar cada minuto de paz, empecé a redescubrir aromas agradables, a disfrutar la película despatarrado en la butaca envuelto en la penumbra cómplice, a verla pasar por delante, por detrás, tomado de su lengua, de su entrepierna, hasta la paz de una siesta sin corset.

La Película
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Chips, glotis y flema inglesa

7 Mayo 2018 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax

Me refregaba las manos porque me quedaban un par de capítulos de la segunda temporada de Homeland, que había declinado ver siempre que me lo sugerían, porque cometí el error de hacerle caso a esas sinopsis ultra resumidas que aparecen en internet tras los créditos de las películas y series. Decía que se trataba de espías y de Medio Oriente y como detesto todas las historias de ficción e incluso de no ficción sobre el tema, me tiene refrito, ni siquiera me planteé husmear.

Pero una amiga cuyo criterio intelectual me obliga a tenerla en cuenta y con quien intercambio introducciones a ls series, me la recomendó encarecidamente diciéndome "al menos comiénzala, si no te gusta la dejas", en efecto me gustó tanto que vimos cuatro capítulos de un tirón en su casa. La segunda temporada es aún más trepidante. Y me refregaba las manos porque me quedaban unos capítulos para disfrutar y un paquete entero sin abrir de papas fritas con pimienta y limón, una exquisitez que no dura ni medio capítulo, pero que valía la pena abrir.

Puse el play, tiré de las esquinas de la bolsa e hizo "pop". Metí la primera papa a la boca, ese sabor ácido, ese gustito picante, lo bajé al gaznate y apenas tocó el glotis me percaté de que algo no andaría del todo bien. Comencé a carraspear para poder aspirar aire mientras la garganta se me cerraba cada vez más, en pocos segundos no podía respirar, me puse boca abajo, comencé a hacer ejercicios con la garganta, me llevé unos dedos a la campanilla y resultó peor, la pimienta sintetizada o lo que quiera que esa sustancia fuese comenzó a actuar de candado entre mi interior y el mundo de la fotosíntesis en una manera ya preocupante, fui a mi neceser de medicamentos, cogí un antihistaminico que todo asmático atesora en su morada y comencé a hacer ejercicios de calma mental, de control de la situación desde la cabeza, pero tomé conciencia de que o solucionaba el entuerto con premura o debía salir al palier a llamar el ascensor y tratar de llegar lo más lejos posible para pedir auxilio. Abrí ventanas y comencé a ejercer una ligera presión con el dedo a la parte posterior de la lengua hacia abajo, me tranquilicé y de a poco comenzaron a deslizarse hacia los bronquios briznas de aire, permanecí inmóvil y dejé que cada vez entrase un poco más de cantidad de oxígeno, sentía como me descongestionaba por dentro y por fuera, volví a sentir sangre en las manos, riego en toda la entendedora y una sensación entre gloriosa por no precisar salir a escandalizar a la gente con las sirenas de la cura, y aterrorizadora por la evidencia de levedad del bienestar. No soy nuevo en sustos pero este casi me puede.

Regresé a mi serie sabiamente recomendada por mi amiga pero lejos del paquete de sucedáneos papas fritas sabes a pimienta y limón y es que vivir sólo, puede conceder ciertas libertades y dotar de un halo misterioso; pero también supone aprietos que requieren de determinaciones y decisiones acertadas y flema inglesa, de esa que precisamente por ser un enjambre de nervios, atesoro en toneladas en el baúl de las emergencias

Chips, glotis y flema inglesa
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La ola y el tiempo

2 Mayo 2018 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax

Antes de pagar tuve que llenar el espacio de la fecha de nacimiento y de repente me acordé: "En un par de días cumplo años" pero cuando me quedé hierático, congelado fue cuando recordé cuantos años tendré en dos días.

Cincuenta y cinco años, 55, LV, 五十五, cinco décadas y un lustro, un lustro menos que sesenta, un lustro menos que ser viejo de modo inapelable. Hace cinco años estaba casi en el mismo instante que ahora, no sé si ha pasado siquiera un día desde hace cinco años.

No-me dije- con la esperanza de despertarme de esas pesadillas que a menudo me sacudo de encima dando un respingo en la cama, aunque nunca me las quito del todo hasta pasadas unas horas en vigilia. 

Pero sí, son 55 pirulos. Y no es que en la costumbre de respirar no sienta su paso, su peso, su pisada, o que bajo el cúmulo de ocurrencias, aventuras, desventuras, situaciones, entornos, desengaños, amores, olvidos, tristezas y existencias no sienta justo el arribo de una edad que los pontifique, en ese sentido hasta encuentro muy escaso ese tiempo, no veo como pudo entrar todo en ese bolsillo.
No veo la relación que tengo con lo que incluso hoy entiendo que son cincuenta y cinco años, como pesan, como se reflejan, como se expresan, que aspecto sugieren, que requisitos exigen, a que seriedad comprometen, a que tenor obligan, que pose imponen, que seguridad otorgan, que logros, certezas, firmeza, otredad, charme, rotundidad, permiten alcanzar, y sobre todo a cuanta renuncia de sueños, a cuanta claudicación de carcajadas espontáneas, de utopía matutina, de angustia en la madrugada, de la inocencia y el rubor en las miradas, de la ternura en la caricia a la espera de la retribución, de la pasión por cada cosa, por cada tema, por cada rincón y esquina donde se escondan las ideas, las dudas, los deseos, en cada recóndito resquicio en que se atrinchere el abandono y en cada sonrisa franca que acerque al abismo de la locura mediante el fracaso y la desesperación. 

Hay una forma de ver cincuenta y cinco años, de la silueta hacia afuera, valijas de cuero marrón, bochas peladas, caras acontecidas, sensación de seguridad, todo doblado, todo resuelto, papá de pipa, semi abuelo reposado, pero si yo lo única certeza que tengo es que duermo mejor acostado que de pie

¿De qué aplomo me visto?

 Como cuando iba al colegio: "ese viejo", digo cuando hablo de alguien que tiene un rematado aspecto a mi edad próxima, zapatos de cuero inglés, bastón, miradas babosas de ojos saltones en párpados que inician su declive definitivo; ¡pero que 55 ni ocho cuartos si yo me sigo riendo como si me hiciesen muecas desde afuera del moisés! 

 Aunque existe también una forma de ese tiempo desde adentro, desde las mandíbulas, la lengua, la campanilla que regula cada grito, desde el pulmón espaciado de mucosidad rebosante de asma, que resiste al tedio, al cansancio, pulmón bregado, luchado, experimentado uno, y el otro taimado, pícaro, agazapado, oportuno; hay un modo del estómago y sus pasadizos secretos que conducen a una salida que también atesora su particular forma de entender los 55 pirulos. 

Como la ruta 66, también hay un estilo 55, se manifiesta en las rodillas, en los hombros, en cada vena del falo en cada arteria sensible del escroto, en el disfrute del camino hacia la llegada del semen, hacia el brote de nuevos estrenos frente a las redondeces femeninas, de la respiración en la oreja, de las palabras en el cerebro, de los dedos de los pies. Hay una forma de verlo desde el abdomen definitivamente cambiado, desde el interior de la mirada, donde se cuece la timidez, la osadía, el templo que resguarda la antesala desde la cual saldrá todo lo que jamás ha de regresar, desde donde cada cosa que viaja se disemina y multiplica y nos olvida para siempre jamás, como hijos que se enfrentan a su ola, como olas que nos revuelcan entre nuestras facultades aprendidas, moldeadas, revisitadas una y otra vez y el límite cada vez menos perturbador de aquella oscuridad.

Hay unos cincuenta y cinco que se deberían percibir en los huesos, en cierto modo de cansancio y de sabiduría, pero nunca imaginé llegar sin pasar primero por la abulia, el desdén, la contemplación de las cenizas. 

Soy responsable de ese cúmulo de días que la vida depositó en la bolsa que me fue confiada para limpiarla de cardos pero me identifico más con la caminata que me trajo, y en algún sitio albergo las pizcas, las migas, los destellos, las chispas de todo lo que pasó, y su olor, su dolor, su gozo y su respiración con sibilancias me observan como quien mira su coche viejo o su bólido, su desvencijado asiento de tren o su jet particular. No necesito examinarme, sé que no encuentro en ningún punto cardinal el transcurso del tiempo ordinario porque he atravesado mi pecho con el juego de las pistas, siguiendo huellas con el olfato, la intuición, el deseo, el desespero por la aprobación, buscando un elogio inmerecido, uno merecido y otro asesinado al costado del prepucio.

Sé que no me puedo encontrar de una pieza porque me perdí en algunos recodos mientras en otros me adelanté, pero mi baile con la ilusión y la sorna de la vida aún acaricia los primeros compases, abierto, torpe, entusiasmado, acaso algo taimado pero sin llegar a sabio. Disperso como ante aquella pizarra de la señorita Isabel, recorrida con trazos de tiza, llena de infancia ausencias y perpetuidad.

Transcurso

Transcurso

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