Culto a la decencia
España en los últimos cuatro años ha alcanzando niveles de empleo inéditos en veinte años, de ascenso salarial históricos, de concordia entre las sensibilidades nacionales; pero a la basura ultraderechista, tóxica, anti española, anti nacional, “odiadora” de todo y potencialmente asesina (ya lo fueron y con cientos de miles de españoles que pensaban distinto), han logrado, con la inestimable ayuda de una Judicatura muy en entredicho, “enmierdar” a la esposa del Presidente, que a esta altura cabe destacar, uno de los escasísimos políticos honrados de este país tan familiarizado e indulgente con la corrupción. Y tras años de noticias falsas fabricadas en medios poderosos, connivencia de la Justicia y las fuerzas del orden con todo tipo de ataques mediante la conocida lawfare desde murmullos y bulos a interminables ataques físicos en la sede del partido, manifestaciones que con otro signo ideológico serían tomadas por "terroristas" , acusaciones a la esposa, ha decidido que no vale la pena el puesto, ni siquiera por el esfuerzo que ha estado haciendo para dotar la vida de los ciudadanos de la cantidad de derechos y dignidad conseguida.
Si Sánchez dimite, deberíamos tomar cartas en el asunto, no sé como, ni hasta que punto de nuestras fuerzas nacidas en la indignación con semejante gota de atropello que rebasa cualquiera fuese el volumen del vaso, debemos decir basta de esta actitud de corderos, de cobardes, de sometidos y salir a dos cosas: 1) defender nuestros derechos, civismo, concordia, progreso de todo el pueblo. Y 2) Hacer frente con idéntico rigor pero con carácter didáctico en materia de modernismo, europeísmo, y búsqueda de la concordia, a un enemigo cruel, insensible, de procedimientos voraces e implacables, siempre al servicio de un exclusivo sector económico.
Me crié bajo el culto a la personalidad a un dirigente implacable y desarrollé un rechazo visceral, tanto a simpatizar como a seguir políticas personalistas, sin embargo este momento histórico requiere de todo nuestro apoyo no solo a la persona civil, sino a la investidura presidencial por una parte, y al proyecto que entre todos hemos ido acompañando por otra. Defender al presidente hoy no es culto a la personalidad, sino culto a la decencia. Quizás requiera de aquellos que creemos en el progreso, la inclusión y la concordia, que levantemos nuestras asentaderas del sofá y encaremos una participación activa en nuestra propia defensa.
!No al fascismo o a cualquiera de sus formas, de una y de todas las maneras!
¡Baja la cámara!
Estando en el cine viendo la película Civil War, cuando entre la poca audiencia que por suerte me tocó, dos parejas de amigos no paraban de hablar y me giré para sugerirles con mi mejor poco buen humor que hiciesen silencio, me embargó, como el abrazo mullido y sin angustia de una tía, el recuerdo de la frecuente, sana, divertida costumbre de ir con frecuencia al cine en La Habana. De las pocas que se podían disfrutar más allá de encurdarse en bares, malecón, casas o esquinas (costumbre también bastante sana, dadas las circunstancias).
Las grandes películas eran precedidas de larguísimas colas, ya en el Yara, Payret, Trianon, Jigüe, Riviera o 23 y 12. Colas de más de una cuadra, en que casi siempre se podía asistir a broncas a piñazos, patadas y mordidas entre colados y “empingados” con los cueles, que harían enrojecer de envidia a las mejores veladas de UFC.
Una vez dentro empezaba el noticiero del ICAIC de Santiago Álvarez. En una ocasión salí en uno de sus noticieros con mi amigo el Nene, nos sorprendió el entrevistador con su micrófono cuando estábamos en la parte trasera de un camión de basura y le dimos la nota, pero esa es una larga historia para otro post.
Se encendían las luces por segunda vez cuando acababa el documental uno o dos minutos y se volvían a apagar para dar comienzo a la peli o a veces a un corto animado que precedía al filme principal. Extraño esos cortos en lugar de las propagandas y los avances.
Si alguien de cualquier otro país, planeta o galaxia entrase a la sala durante la proyección creería que allí había acontecido un accidente, algún percance de alcance general, dado el bullicio, las charlas, las risas, el gracioso que gritaba "baja la cámara" en una escena semi erótica, o cualquier otro chiste de obligada obviedad a viva voz para solaz del auditorio.
Podía tocarte el asiento en zona de peste a meado, detrás o delante del típico pajuso que no podía faltar en ningún cine cubano, o al lado de la parejita que estaba casi templando. También podía tocarle al lado tuyo y de tu chuchi, a otro aguantando como apretaban al duro y sin guante, a bragueta y escote suelto.
Pero lo que más habría alucinado al marciano o al foráneo, es un espécimen de cine autóctono, estrictamente habanero: El amigo que ya había visto la peli y te acompañaba para contártela "échate lo que viene ahora, el tipo hace así y le mete un...."
A todo aquel que no fuese habanero le costaría entender dos cosas al respecto: que un tipo fuese a ver otra vez la peli para hacerle spoiler a los amigos, y más que nada, escuchar a los amigos diciéndole:
¿Asere, y ahora que viene?
Devorando caníbales
Cada era de la humanidad estuvo y está marcada por unas problemáticas que se repiten a lo largo de la Historia y otras que son particularidades de la época. Desde las primeras migraciones desde África al resto del planeta hasta nuestra era del desarrollo científico técnico que trajo bienestar pero también armamento de destrucción masiva y contaminación del medio ambiente.
A las peores conflagraciones y catástrofes de orden bélico o incluso natural, suelen sucederles las generaciones más conscientes en la paz, en la solidaridad, con mayor convicción en la reconstrucción mediante una ética que acompaña al desarrollo material, valores cívicos, colectivos.
En las guerras, incluso el bando vencedor dado lo “pírrica” de cualquier victoria marcial, bañada en sangre y destrucción, llega a la conclusión de que un mundo de paz es la única vía de entender el futuro. Generalmente tras una segunda generación se mantiene sana la convicción en la paz, una tercera generación comienza a alejarse y a desconocer el valor de lo obtenido, a lo lejos se recuerda el horror que llevó al “Nunca Más” , a través de monumentos, libros, filmes, testimonios de las pocas personas mayores que van quedando, y en la generación siguiente surge el indomable rasgo característico de la especie humana, la autofagia, el fagocitar la propia obra. En esta instancia se comienzan a hacer frecuentes frases como “con la paz no se come”, “ con la democracia no se vive” y otras por el estilo que si bien no vienen acompañadas de inmediato de una pulsión por el conflicto, sí fertilizan el terreno para que cualquier chispa, por mínima que sea, desencadene nuevamente el punto del círculo vicioso al que tantas personas, libros, llantos y dolor, juraron no regresar jamás.
Ya desde el siglo V a. c. Sun Tzu que fue estratega antes que táctico, decía: “La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo y, en cada caso, el enemigo es vencido por el empleo de la estrategia”.
Para Kant la Naturaleza se vale de la guerra para la evolución y el progreso de la humanidad, pero al mismo tiempo el imperativo de la razón rechaza semejante degradación del hombre: la guerra atenta contra la libertad y dignidad de los hombres.
Tolstoi en Guerra y Paz sobre la invasión francesa napoleónica a Rusia escribió: " La guerra es tan injusta y fea que todos los que la libran deben tratar de ahogar la voz de la conciencia en su interior ." "La guerra, por otra parte, es algo tan terrible que ningún hombre, especialmente un cristiano, tiene derecho a asumir la responsabilidad de iniciarla".
Carl Von Clausewitz define el objeto mismo de la guerra abordando tres partes: imponer la voluntad al enemigo, disponer como medio la máxima fuerza posible, privar al enemigo de su poder. Menciona que la guerra no es un acto aislado, responde a objetivos políticos o económicos, al carácter de las naciones intervinientes.
Ha sido más fácil teorizar o escribir tratados sobre la guerra que sobre la paz. Para la guerra se requiere dar rienda suelta al envión de un impulso convenientemente incentivado, en el terreno de la emoción. Para la construcción de la paz es necesario un arduo trabajo de reconstrucción, de tolerancia, de concordia, pertinente a la razón.
Si bien es cierto que se puede observar a lo largo de la Historia la repetición de este ciclo de manera natural, también es cierto que marcados intereses económicos y de poder, participan de ello. Llama la atención que seamos capaces como especie de erradicar enfermedades y superar toda suerte de males mediante la experiencia, el escarmiento, el conocimiento empírico, la ciencia y el esfuerzo y sin embargo, la reaparición cíclica de la pulsión por el exterminio del oponente como medio de superar los diferendos, permanezca perpetua, incólume, indemne.
Por doquier hoy nos rodean los conflictos armados de la más diversa índole pero siempre con el mismo común denominador, dolor, sufrimiento extremo, muerte y destrucción para los más humildes.
Junto a la guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, y la invasión rusa de Ucrania, en este momento se viven conflictos armados a gran escala en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria.
Las guerras tienen como origen múltiples causas, entre las que suelen estar el mantenimiento o el cambio de relaciones de poder, dirimir disputas económicas, ideológicas, territoriales (por cuestiones históricas y estratégicas), religiosas, etc. muchas veces una combinación de estas causas.
Aunque el resto de habitantes del planeta vivamos en paz, si somos contemporáneos a guerras que se estiran más allá de lo asumible, es una paz condicionada, sujeta con alfileres, con fronteras duramente vigiladas, paranoicas, que se ven amenazadas en la figura fantasmagórica del círculo vicioso de la venganza.
Pero ¿podemos decir realmente que vivimos en paz mientras miles de seres humanos, idénticos en cromosomas a nosotros, mueren despedazados mientras tomamos nuestro desayuno? Doblemente no.
En primera porque la Tierra es nuestro hogar, no existen fronteras para el aire que respiramos, ni los tomates que nos alimentan tienen pasaporte, cualquier otro ser humano es nosotros mismos, cualquier cuidado que tomamos por el otro es un cuidado hacia nosotros mismos, el dolor de seres inocentes padeciendo y pereciendo es también nuestro dolor. Llegará a nosotros en una forma u otra, vendrá como gratitud o como reproche.
Y en segunda, porque es un engaño que no estemos participando de esos conflictos, todo el esfuerzo del trabajo aportado en impuestos, en plusvalías, se ve involucrado en las cantidades desmesuradas de armas para favorecer uno u otro interés de nuestros gobiernos, u organismos supra gubernamentales manejados por la inmensa industria armamentista, en esas determinadas guerras, con fines nunca del todo declarados ni aclarados.
De ahí nuestro deber de hacer carne la sentencia: “un día vinieron por los negros y como no soy negro no hice nada, otro día vinieron por los indios y como no soy indio no hice nada, otro día vinieron por los judíos y como no soy judío no hice nada, y cuando vinieron por mi, como los demás no son yo, nadie hizo nada” y comenzar precisamente, por mover hacer algo. Tras el siglo XX con sus numerosas y mortíferas guerras que dejaron un inmenso cráter de desolación y una profunda reflexión sobre la construcción del mundo, creíamos imposible la reedición de los más bajos instintos humanos guidados por la avaricia, el poder, el odio y la manipulación de las creencias.
La palabra, el ejemplo, la denuncia, el humanismo, no hay mejor vida que la que depara el ejercicio del bien, ni mejor acción que la que ayuda al prójimo.
¿Hemos alcanzado a nivel mundial en el siglo XXI una calidad de vida universal que haga razonable abandonar los objetivos clásicos de las aspiraciones progresistas? No, en absoluto, aunque es evidente el avance en derechos y la obtención de niveles de vida en una parte de la población mundial, aun queda mucha miseria, hambre y dolor en el mundo como para considerarlo asunto concluido. Quizás lo que hayamos aprendido bien producto de la experiencia, es postergar la violencia como método, toda vez que aprendimos, que a no ser que sea absolutamente necesario en caso de defensa propia, la violencia solo genera violencia, en el corto, medio o largo plazo. Las únicas soluciones que permanecen, son aquellas conseguidas a través del convencimiento, de la ilustración.
El trabajo de concientización sobre la necesidad de la paz como un modo de vida debe darse en todos los terrenos de la educación, no solo en la docencia, sino en la familia, el trabajo, la comunidad. Debemos ser conscientes y hacer ver que cualquiera sea el problema que nos plantea la realidad, resolverlo erradicando al interlocutor, únicamente conseguirá acrecentarlo y dilatarlo en una magnitud mucho mayor.
Fagocitar al caníbal, además de poco decorosa, es la forma menos efectiva de acabar con el canibalismo.