Peseteros
Todavía me estoy riendo.
Los rabiosos mal perdedores del madridismo dicen que Mbappé es un "pesetero" que se quedó en su casa, donde nació, donde están sus amigos, sus padres, sus tíos, su idioma, sus comidas, sus esquinas, sus recuerdos, solo por dinero, que no se fue a otro país, donde se habla otra lengua, al club que otrora alardeaba de ser el más rico y por eso se llenaba de galácticos y compraba árbitros y balones de oro a trocha y mocha, porque es un traidor.
¿Perdón? ¿Qué me perdí?
Lo primero, todos, absolutamente todos los deportistas profesionales de elite o el peor pagado de cuarta división, juegan por dinero, y por la mayor cantidad de dinero que puedan conseguir. Absolutamente todos los jugadores extranjeros, incluso de otras provincias, ni siquiera los de otros barrios jugarían en los clubes que conocemos, si fuese gratis, cada uno, el fin de semana, como hacen muchos, jugaría con los amigos en el club que le queda más cerca de la casa.
Pero es más, toda la gente que trabaja lo hace a cambio de una paga, ya sea en forma de salario, comisiones, incentivos.
En toda mi vida, solo he sabido de una persona que dejó su pasar burgués para atender sus utopías, incluso atendió enfermos ad honorem durante toda su vida, a leprosos en Perú, a guajiros y casquitos en Cuba, a nativos en Congo y a campesinos indígenas en Bolivia, además de poder ser un gran profesional henchido de dinero, podía haber tenido la mejor de las vidas como comandante en un régimen en que la erótica del poder que recubre a un comandante, es mucho mayor que la de un gran magnate en las economías de mercado, y dejó todo, para luchar hasta morir pesando la mitad de sus kilogramos, persiguiendo sus afanes, objetivos, sueños, que nada tenían que ver con los beneficios materiales. Otro podría haber sido Jesús, solo que la distancia en el tiempo pueden haber difuminado los límites entre la ficción mística y la realidad.
Todos los demás que he conocido, han sido "peseteros" si ese término se usa en carácter descriptivo para referirse a quien cobra a cambio de los servicios prestados en materia de empleo, pero si se utiliza en tono peyorativo, entonces también todos, absolutamente todos hoy en día, son peseteros, solo que unos pueden ganar más y otros, mordisqueandose las uñas, se quedan a verlas pasar.
Inglaterra Superstar
Hasta que tuvo lugar el Brexit solía ir seguido a las islas del reino unido y a la Irlanda independiente. Digamos sin alardear que son tierras que anduve de punta a cabo de arriba a abajo y de este a oeste.
Es cierto que Inglaterra dominó con mano dura a Gales, Irlanda y Escocia, como Roma a toda Europa, España y Portugal a América o también Inglaterra al popio norte de América. Pero también es cierto que sin los ingleses, galeses, irlandeses y escoceses serían unos exóticos indígenas pelirrojos en polleras o taparrabos resistentes el frío, Déjenme de joder, los irlandeses pudieron emigrar a Estados Unidos por hablar inglés y ser ciudadanos británicos, como los otros dos.
Joyce, Yeats, Wilde y Beckett escribían en inglés y fueron y son admirados y leídos en el mundo entero gracias a todos esos barcos llenos de cañones que dominaron todas esas tierras salvajes del globo, que con razón hoy exigimos que se les pida perdón por el pillaje, pero no conozco a nadie que pida la vuelta a las cuevas y chozas previas. Si hubiesen escrito con carbón en una piedra como los vikingos escribían sus letras rúnicas, en galés, gaélico o esas lenguas primitivas, no los habría conocido ni el tato, los ubicaría a duras penas el O'tatynn o el MacTatuun.
Nadie sabría ni le importaría si el whisky en su modalidad de whiskey se inventó en Irlanda o sale de los ríos marrones de la bella Escocia porque se habría difundido menos que la sopa maorí.
E incluso a nadie le importaría un pepino la vida de William Wallace en su choza gaélica, la de Michael Collins o mi propio antepasado Patrick Lynch and Blake, si no se hubiesen enfrentado a la hegemonía inglesa por esa libertad a medias, patrocinada por el ladrillo a la vista. Quizás el más independiente de los tres sea Gales, sin armar tanto lío, porque realmente son diferentes, tanto en esas casitas de Cardiff o los deportes identitario de levantar piedras y troncos desde la costa de Swansea hasta Pembroke, todo ese verde y esas hortensias que de tan refulgentes, hacen pie ancho en las pupilas.
Hoy en día está muy bien visto dentro del reino unido, realzar características escocesas, irlandesas o galesas, pero es políticamente poco correcto hablar de algo muy inglés como algo positivo, solo se puede enunciar como critica.
Así como fue injusta toda la esclavitud hispana-portuguesa-británica, en su caso desde Liverpool, y como fue injusta la explotación de los primeros proletarios desde Manchester a Birmingham, o las ordenes de represión desde Londres y Canterbury al resto de esclavos y sometidos del mundo, lo es una exagerada condena al indiscutible aporte de ese pequeño país al resto de todo el el orbe, cuando menos en materia de ciencia, arte, arquitectura, navegación, buen gusto, literatura, y por favor: casi todos los deportes.
Casi todos los que lloriquean por las esquinas, no hicieron más que aprovecharse de las conquistas de los muy avaros y bien capaces ingleses.
El Bernesga
Lo que más le gustaba de León es como usan el diminutivo, una bolsita es una “bolsina” y el vuelto de un billete son “las vueltinas”, y cuando lo escuchó por primera vez fue cuando alquiló una casina en un pueblo del Torío. En este diminutivo se basaba para decir que León era mucho antes astur que castellana, aunque los asturianos usan el mismo diminutivo más en masculino y León en femenino. Después fue observando que en el norte de la provincia estaba desapareciendo una lengua autóctona que era muy similar al bable, además del uso de hórreos con pies de madera al estilo asturiano en vez de los de piedra íntegros, típicos de Galicia, que sin embargo sí tienen lugar en la parte noroeste de la provincia de León, en el Bierzo. Pero bueno el Bierzo es mucho Bierzo como para llamarle León, ni siquiera Galicia, ellos son ellos, como cada uno de nosotros lo somos aunque estemos a veces perdidos, mezclados, entrelazados con la influencia de otros que han ejercido influjo más que seducción, pero los bercianos tienen claro que son verdes, caminantes y mineros. Que hacen buen vino y preparan buen café.
Ella llegó desde Melbourne, a donde habían ido a parar sus antepasados ingleses díscolos con las buenas costumbres que pretendía la corona en tierras británicas. Se había casado siendo jovencita con un hombre mayor, que tenía unas hectáreas de tierras en un campo que aunque no llegaba a ser árido, le costaba mucho mantener bajo la línea de flotación de su tierra, los brotes de hierba tiernos, donde intentaba hacer crecer y engordar unas vacas Hereford de cabeza blanca como si estuviese en el Yorkshire.
Primero pasó un tiempo en Gijón, le encantaba el mar, lo había disfrutado de pequeña, pero luego se mudó tierra adentro, cerca de la ciudad de Victoria, y aunque era relativamente cerca de Melbourne, entre una cosa y la otra nunca volvió a ver el mar, hasta que después de divorciarse regresó a su ciudad natal, donde su padre y madre habían dimitido hacerse cargo de su crianza dejándola al cuidado de una tía por parte de madre, dedicándose a tiempo completo al alcohol y, al inicio a las malas compañías, para terminar completamente solos, cada uno por su lado, perdidos en los laberintos a los que lleva la panacea de la curda, la gloria del pedo olímpico. Intrincada y penosa, peor auténtica en cada personal, abismal, desértica, atronadora, tenebrosa, cegadora, ardiente o fría como el metal de la última hora, de la última cortina.
Por eso le gustaba Gijón, y ese diminutivo en masculino, “culín” de sidra, el vecino “Pepín” y sus perrines. Por eso se quedó sin saber bien que buscaba. Ella se había ido del dolor que le ocasionaban una y otra vez los suyos, sin falta, pero no era exactamente una huida, una fugitiva, era más bien una hoja o una rama desprendida, se había colmado de pesares, de hollín, de nidos de pájaros pesados, de frutos indeseados y un día se partió y se soltó del árbol, hasta ese momento fue frágil pero la liviandad la hizo fuerte, bailó con el viento y no paró de moverse. Hasta el día en que se detuvo frente al mar de Gijón y pensó que era hora de retomar un viaje al centro de la tierra, en horizontal, por eso se internó en Asturias, donde unas vacas Hereford se habrían criado comiendo incluso lo que sobresalía de las carreteras y de las bocas de los túneles, del verde que sale hasta debajo de las uñas, siguió caminando con su mochila y su tarjeta de crédito hasta que se perdió de vista entre las nubes, y sólo ella veía sus pies ascendiendo hasta que la ladera de la montaña, ya gris, fría, ya viril, hosca, se aterciopelase nuevamente en un verde gentil del otro lado, en la ladera opuesta.
Pero aunque en un punto de ascenso, nieve, frío y viento se avistó el descenso como la esperanza de una nueva Victoria y de la repetición de una boda anodina, con mucha comida y hectolitros de alcohol pero pocos invitados interesantes, no volvió a ver las hortensias saliendo de entre unas inmensas hojas verdes henchidas de clorofila a reventar, sino que veía en su bajada montoncitos de pasto pro aquí y otros montículos por allá, donde casi seguro se debían esconder los bichos que la esperarían, aunque sabía que en España no debía temer a víboras ni a escorpiones, lagartos y arañas de mordida venenosa. Y siguió bajando por la ladera de la montaña gris, camino sobre piedra, flanqueada de águilas y milanos, miradas torvas, una economía en la amabilidad que casi era hostil a no ser por las miradas, siempre cordiales de la poca gente que se encuentra en la montaña.
Durmió en algunos albergues y hostales de los pueblos en camino a la ciudad, hasta que las pocas pero seguras luces de León se hicieron presentes iluminando a su señora absoluta, esa catedral gótica comenzada a construir cuando, al cabo de un periplo muy similar al suyo, habían arribado a aquel Páramo sobre el año 900, ya templado tiempo atrás por romanos rudos, ahí, erguida, la Pulchra Leonina, alzada con orgullo pero piadosa, como una abuela.
Entró a una tienda de embutidos y quesos, compró un cacho de salchichón y una barra de pan de verdad, y la dependienta le preguntó ¿bolsina? Sonrió al escuchar el diminutivo, se armó unos bocadillos y se fue a la orilla del Bernesga a comerlos, tras lo cual se metió al agua, la profundidad del río le impediría morir ahogada, pero su temperatura podría matarla de hipotermia antes de repetir la boda, de sacarse las ganas de hacer el amor como se le antojase, encima, de costado, debajo, siendo lamida, lamiendo, besando, gimiendo, fingiendo, gritando o arañando a Baco por no enseñarle también a ella, como a sus padres, el tono preciso en las plegarias para ser atendida por el hada de la displicencia.
El amor volvió a su entrepierna, pero esta vez no le volverían a quitar una sonrisa, ni siquiera le provocarían el escozor que produce el soslayo de una mala mirada. Ella no enfundaría el hierro en la carne tibia una y otra vez con frenesí nunca más. Todo lo que ahora tocase a su puerta debía aprender a desprenderse del tronco, de la rama, de la flor.
Shinkansen
Si Paris es la ciudad de la luz, Tokio es la ciudad del brillo.
No en vano le llamaron a Japón el Imperio del Sol naciente. Los tokiotas, viven iluminados por los carteles publicitarios- pensó Tama, que no vivía precisamente de día- cruzan calles, comen, beben con prisa excepto los sábados, van a las salas de juego donde pueden pasar horas, o de compras de tecnología o ropa de moda exclusivamente japonesa, deslumbrados por los cambiantes colores e intensidades del haz lumínico de los carteles que cuelgan desde todas las alturas de la ciudad.
Tama era hondureño y debía su apodo a la abreviatura de su nombre, Tamarindo, que había sido motivo de chanzas durante toda la escuela primaria y secundaria. El padre amaba el jugo del preciado fruto, mientras la madre quería ponerle Cafetal, ya que decía que Café, le parecía demasiado corto. Ganó Tamarindo, y cafetal se lo tuvieron que poner a la hermana menor. Casi no había día en que Tama no tuviese una discusión áspera a la salida de la escuela, a causa de las burlas por su nombre o por el de su hermana, la que se hacía llamar Cafa.
Tama trabajaba en una empresa que le propuso mudarse dos años a Japón para cubrir una importante plaza, cuyo fin era más aprender que producir o enseñar. Se acostumbró rápido a los cambios de costumbres y horarios, a las sorpresas y los nuevos placeres, estaba haciendo amigos nuevos, al estilo y con los tiempos y distancias que exigían las costumbres tokiotas, no tan tradicionales como temía en un inicio, pero tampoco tan extrovertidas como acostumbraba. Pero la amistad que más atesoraba era la de Akiko cuyo significado es “luz brillante”, una educada y sonriente osakeña, se estaba enamorando pero quería tomarse el mismo tiempo que ella en ir materializando el lazo de amistad con ella, de confianza, de cercanía, lo que según intuía sería la mejor coraza para la conservación del amor. Pero el tema es que ya la estaba deseando casi sin interrupción, en la vigilia con las miradas y los gestos, de noche con sueños cada vez más frecuentes y cada vez más húmedos.
Dientes de perro
Buenos Aires vida cotidiana y alienación, ¿te acordás que fue el primer libro que me recomendaste?
-No era alguno de Bukowski?
-No, cuando te conocí todavía no lo habías leído.
Gabor sentía un enorme placer en esas conversaciones que evocaban el transcurso de cualquier tiempo pasado sentados leyendo, discutiendo sobre películas, libros , fumando marihuana o contándole historias cómicas, sentía que no existía nada que lo pudiese afectar mientras estuviese hablando con Lesa o recordando esas charlas en una nueva conversación, hablabando de tiempos pasados sentados en los mismos sillones, cruzándose las mismas miradas y escuchando el mismo tono de voz. Aunque entre visita y visita su vida cotidiana fuese muy distinta, sin hombros relajados, sin el culo bien apoyado en un sillón y los pies cruzados sobre los tobillos en actitud de “nadie me espere porque de aquí no me pienso mover en mucho rato” .
Gabor tenía solo veinte años cuando conoció a Lena, el doble de su edad, ella le enseñó secretos de Buenos Aires y de su riqueza cultural que él no conocía, y que de no haberla conocido probablemente jamás habría pasado ni cerca. A cambio él le aportaba a ella la desfachatez y ausencia total de melancolía del joven que acababa de despedirse de la adolescencia, estrechaba la mano de la adultez y experimentaba la inmortalidad, el mundo se reducía a una bocanada de aire que podía deglutir y devolver hecho poesía en un suspiro.
Había atravesado cada uno de lo estadios del alcoholismo y más reciente de la adicción a la cocaína, pero ya no tenía otra cosa que contenes y límites, vivía entre consideraciones, balances, reflexiones, reparos y frenazos. Ya nada era como antes, largarse a correr y sentir que las zapatillas se gastaban a un ritmo desenfrenado, gastando la suela hasta casi dejar las plantas de los pies al aire, al asfalto y las piedritas que hacen que uno deje de correr, tan poco habituado a pisar elementos sólidos y puntiagudos, como los negritos cubanos que corrían por el diente de perro en el malecón hasta que llegaban al borde y saltaban al agua, lo que embargaba a Gabor de un barniz familiar de la envidia, peor no era exactamente envidia, era más admiración, quedaba seducido por algo que él jamás podría hacer, ya que las veces que intentó emularlos, apenas se quitó el calzado, que tampoco era cuestión de dejarlo con el pantalón sin vigilancia, ante un más que posible extravío, iba pisando con el costado del pie, dando pequeños respingos cuando el dolor de la piedra erosionada se hincaba en sus plantas delicadas, pero ¡ah! La venganza llegaría rápido, muy de prisa, en solo unos segundos y delante de los propios ofensores, ellos solo eran buenos hasta el borde del diente de perro, una vez que habían saltado al agua no valían mucho, en cambio Gabor nadaba como una tabla de surf, con estilo aprendido de niño en una piscina porteña con profesor de natación, y encima, le gustaba el mar, así que se alejaba de la orilla como solo hacían los pocos que se adentraban con patas de rana careta y escopetas de ligas para pescar algo mejor que un pez mojonero. Se alejaba tranquilo ya que siempre dejaba a un amigo al cuidado de la ropa. Ya nada era como tirarse al agua tras llegar al borde la cueva de los tiburones con una torpeza digna de las mayores burlas, y después llegar casi al primer veril con estilo de Weissmuller.
Arancini
ARANCINI
En Palermo le llaman arancino mientras en Catania arancina, lo cierto es que esas croquetas sicilianas, en masculino o femenino están igual de buenas. Los arancini son unas croquetas de arroz en forma más de pera que de naranja, rellenos en el centro de queso mozzarella o caciocavallo, de ragú de carne, de atún, de lo que se le ocurra a los innovadores gastronómicos, pero lo que tiene que ser perfecta es la forma, el color , la textura exterior y el punto de cocción del arroz.
El flaco Bruno, apenas llegó al aeropuerto de Catania y salió al salón donde esperan los familiares, se fue directo al bar que está frente a la puerta automática, desde más o menos una hora antes de llegar a Sicilia, ya iba pensando en avión en el arancini que se comería, para él la pauta que le decía que ya estaba en la isla, como cuando empieza el día sólo tras tomar el café de la mañana. Y ya que estaba en situación de reencuentros, también se tomó dos cafés ristretto seguidos, tras los cuales, además de llegar a Sicilia, y para dolor de todos los separatist6as, también consideraba que en ese preciso instante, llegó a Italia.
Bruno era cubano, hijo de un médico italiano nacido en la zona del Abruzzo, en Montesilvano, la zona de playa vecina de Pescara y una periodista cubana que nunca había querido irse de la isla más que el estricto mes que cada cuatro o cinco años empleaban en visitar a la familia del padre de Bruno, que insistía al borde de los ruegos que se decidiesen en ir a experimentar como sería trabajar un año en la península
-No tiene que ser en Pescara, puede ser en Roma, estamos relativamente cerca o donde les guste más, aquí también tenemos un mar maravilloso- pero la madre de Bruno hacía que la mesa la presidiese un silencio tan intenso, que el padre entendía que su única opción era romperlo cambiando rotundamente de tema, usando un tono de voz que sugiriese de manera expeditiva a sus padres que no retomasen el tema en lo que quedaba de vacaciones.
Sin embargo, Bruno sí que una vez que tuvo la oportunidad se fue a vivir a Italia, donde vagó de un lado a otro, primero echando de menos la manera única de emplear el tiempo en Cuba, imposible de reproducir en el resto del mundo, donde generalmente la catalogan de pérdida ¿pérdida de qué? ¿de la oportunidad de alienarse en un trabajo odioso? ¿cómo se puede llamar pérdida al ejercicio de la comunicación en todas las dimensiones posibles, risas, cuentos, canciones, bailes, singueta? Pero al final Bruno entendió que alguien tenía que pagar todo ese perfeccionamiento del alma y los ademanes en la esquina, y si no había estado, debía ser un familiar o alguien que quisiese ejercer el mecenazgo ¿a cambio de qué? ¿a cambio de pinga o de muela? Pensaba Bruno. Yo soy bueno en ambas, pero también puedo probar a trabajar. Y entonces e fue a Francia.
A los amigos les hablaba de Francia en las cartas como si fuese en París donde vivía, pero no, vivía en Lyon, que estaba bien, que era linda y tenía buenos vinos, de la Costa de Rhone, pero hasta ahí nomás. Cada vez que podía se pegaba un salto a Sicilia, a la Puglia o a Brindisi. Él decía que Sicilia era una isla como Cuba y que en cierta forma todos los isleños de islas grandes tiene una melancolía similar, a la Puglia por la comida y a Brindisi y Bari por el mar. Decía que el norte de Italia le parecía muy lindo pero ya Lyon era demasiado norte, además no tenía mar, y él quería ver el mar.
Santos, Villadangos y Carmen.
Acaso por portar este patronímico de origen alavés pero de mayor arraigo entre asados y mates, Guevara, es que desde pequeño convivo con historias que tuvieron lugar tras el golpe de estado a la República Española, y sobre varios de sus sobrevivientes exiliados en Altagracia, provincia de la Córdoba argentina, auxiliados en principio por, entre otros, mis abuelos Ernesto y Celia. Alberti, Manuel de Falla, o los González Aguilar, quienes llegaron hasta mis días como parientes, primos y tíos. Juan González-Aguilar tras un periplo durísimo que incluyó un campo de concentración en Francia, consiguió exiliarse en Argentina, sus hijos crecieron casi como hermanos de mis tíos, Pepe era intimo de Ernesto, Carmen de Celia, Paco de Roberto. Los hermanos de Juan habían formado un cuarteto de laúdes llamado "Cuarteto Aguilar" que en su momento recorrieron Europa y América deleitando oídos con acordes medievales. También tuvieron que dejar España.
Cuarenta años más tarde, llegó la dictadura militar a Argentina, en 1976, y Soledad, una hija de Carmen que militaba en una organización revolucionaria, fue secuestrada, brutalmente torturada y asesinada, mientras su hermano Juan, fue a prisión formando parte de los diez mil presos políticos reconocidos por la Cruz Roja Internacional, entre los cuales estaba también mi padre, el pequeño Juan, en el momento de su caída, contaba con diecisiete años. Carmen volvió a exiliarse, en esa ocasión al país que la vio nacer e irse siendo una niña. Hasta que en 1982, mi tía Celia, Carmen y otros familiares de presos políticos argentinos, decidieron ir a visitar a sus hermanos e hijos, movieron cielo y tierra a nivel internacional y nacional para poder entrar a la Argentina y poder viajar a Rawson en el frío sur argentino, para entrar hasta la sala de visitas, vigiladas por los servicios de inteligencia.
Eran leonas, de ahí el rugido.
Tras ocho años de prisión mi padre tuvo una visita, la de su hermana carnal y su otra medio hermana "gallega", que visitaba a su hijo Juan, que a esa altura, ya no era adolescente, había crecido a guantazos y terror. Victor Hugo decía en Los Miserables, que el penúltimo peldaño en la especie humana era el preso, y un poco más abajo, el último, era el que cuidaba al preso.
Hace unos pocos años fui a Barcelona con mi hijo menor, quería que conociese a Carmen, una parte vital de la Historia contemporánea de España y Argentina, estuvimos charlando mucho y ella seguía diciendo lo que llevaba décadas asegurando, "todavía tenemos a Franco gobernando". Nosotros seguimos camino a Francia, y a los pocos días me informaron de la partida de Carmen González Aguilar a sus noventa años sin ver, según ella, la muerte de Franco.
A partir de este 24 de febrero, una nieta y una biznieta de Santos Francisco Díaz, un represaliado, asesinado y desaparecido, podrían tener la extraña sensación de encontrar al fin los restos de su antepasado antifascista, a más de cuarenta años de establecida la democracia y de reiteradas negativas, silencio, omertá, que tanto las autoridades nacionales, como regionales, iglesia y vecinos, han impuesto para encubrir los más execrables crímenes de la pasada dictadura.
Los huesos de más de ochenta "paseados" por el franquismo, eufemismo para el vil asesinato, se encuentran en una fosa común en el cementerio de Villadangos del Páramo, provincia de León, donde hasta pocos meses, el alcalde con la triste aprobación de la mayoría de sus vecinos, negaron en votación la posibilidad de darles entierro con los homenajes merecidos y el obsequio de una demasiada póstuma lágrima, quizás mezclada con un suspiro de alivio, con una mueca que entrelaza el dolor con la sonrisa final, o inicial.
Una vez que no hubo ninguna justicia para condenar estos crímenes, ni una condena unánime en el Congreso, ni una retirada de medallas a los asesinos que las cometieron.
Hace un tiempo, alquilé una "casina" precisamente en ese pueblo durante casi un año, antes de trasladarme con mi familia desde Madrid a vivir en León. Recuerdo que los vecinos me miraban con gesto hosco cuando el domingo, en vez de caminar hacia la iglesia para asistir a misa, me iba a tirar pelotas al aro de baloncesto. Aunque me causó repulsión, no me sorprendió en absoluto cuando supe sobre la votación de la asociación de vecinos.
Yo también asistiré a la excavación, así llevo a Carmen, a Juan, a Pepe, a mis tíos a mi viejo, y les digo en voz baja, que a lo mejor ya empieza a clarear.
Anagrama
Desde pequeño tengo la costumbre de rascar cosas. Paredes, ladrillos a la vista, sillones de vinyl y un poco menos de cuero, sillones de tela, a veces cuando niño me agachaba a rascar el suelo cuando encontraba una baldosa de una ínfima rugosidad, que le causase a mi cerebro el placer que las uñas le transmitían. Todavía, de vez en cuandoen ocasiones, cuando paseo y el viento me da de frente, cuando me siento con el lindo subido, esos días en que la gente me mira más, entonces es como si por osmósis apareciese la baldosa perfecta bajo mis pies y el mundo se detuviese por el instante en que me agacho a pulir el firmamento.
Es una característica que, junto a mi otra costumbre de oler el aire batiendo una mano delante de la nariz para poder apreciar la fragancia y determinar que se teje en los entresijos de la apariencia, enlazan una hoja con otra de mis distintos yo que fui a lo largo de la vida; no es que me reencuentre a mi , sino que vuelvo a ser yo encontrando al mismo mundo. Siempre olí y siempre rasqué las rugosidades, el placer que me transmite es instantáneo, y no precisa de gasto de dinero ni de energía, ni de pudor o audacia como puede ser la seducción, es un placer íntimo e intransferible, pero tampoco razonado, nunca intenté siquiera asomarme a entender por qué me llena tanto de gozo encontrar la superficie o el filo o ángulo más propicio para ser rascado.
En especial me paso el tiempo rascando mientras leo un libro cuya tapa me brinde ese tacto. Confieso que el clímax lo alcanzo con los libros de Anagrama, cualquier libro de Anagrama amarillo, de los que fueron mi biblioteca favorita , los Auster, Carver, Tabucchi, Ian McEwan, Bret Easton Ellis, Martin Amis, Bukowski, Carrére, Kazio Ishiguro o Karl Ove, que alguien encuentre en una biblioteca con asomos de surcos sobre su contratapa, áspero su lomo, escalonado como una sierra el filo de la tapa, puede apostar a que pasó por mis manos.
Unido al placer que me donaba leer esa narrativa pura, destinada a describir cada paso observación, asociación, obsesión, que tan bien manejaban los escritores escogidos por aquella primera Anagrama creadora legiones de cultores, al mismo tiempo que mi cerebro disfruta del vuelo sinuoso de las letras como un tul que escapa elevado por el viento, es aderezado por mi disfrute más primario, afilar la queratinización de la lúnula con la cera de la portada, sin llegar a dañarla, sólo dejar mi marca como el animal desconocido del que provengo y no figura en los compendios biológicos, sólo por placer, no para escarbar como un perro , un lobo o un zorro cuando, ni como un águila cuando rasguña la corteza de la rama de su árbol preferido, ni siquiera como cuando león se lo hace al tronco.
Acaso no haya mejor síntesis de esta formación estrafalaria que somos los humanos resultado de las veleidades de un conjunto de monos con ínfulas de dioses y demonios, que unir el placer de la lectura al afilado de las pezuñas.
Hada de la muerte
La Argentina donde nací y viví mis primeros años, era uno de los mejores países del mundo para vivir, con la rémora de reiterados golpes de estado y el peronismo proscrito, pero un país plenamente vivible.
Pero el tiempo fue pasando.
Recuerdo cuando Duhalde era gobernador de la provincia de Buenos Aires, desapareció la marihuana de toda la costa aquel verano, lo cual era un problema porque era sumado al alcohol, la hierbita de la risa era el consumo más usado con fines recreativos. A la par proliferó la distribución de cocaína al irrisorio precio de "dumping" de cinco dólares el gramo. Al terminar la temporada de verano la cantidad de adictos a la cocaína multiplicaba por cuatro a la previa al verano y por supuesto su precio experimentó un sensible incremento, pasando a los diez dólares al principio para luego instalarse en los estandarizados veinte dólares por papel. Y este era solo el puntapié inicial de este narco emprendimiento.
La sociedad porteña se "mercanizó" en muy poco tiempo. Los agentes rasos de policía perseguían a los pequeños traficantes o consumidores habituales o casuales para apropiarse del oro blanco, y los comisarios controlaban a los peces más gordos, aún ni cerca de la planta de los pies de los jefes narcos colombianos o mejicanos, pero en ese camino y en franco desarrollo.
Las clases medias, artistas, periodistas, políticos, empezaron a darle a la nariz sin parar, igual hacían las clases bajas con mercancía de peor calidad, en cualquier toilette se podía escuchar una profunda aspiración, una inspiración caudalosa; en cualquier bar nocturno los retretes eran mercados, había que pedir permiso educadamente a los mercaderes y sus clientes "duros" para echar una meadita en un escusado.
Había distintos grados de comercio para diferentes niveles de temeridad, desde acudir a la villa a comprarla lo más barata posible, recuerdo al "Turco", el primer caso de SIDA heterosexual registrado en Argentina, que llegó a dejar en garantía a su hijo menor. Miqui, por una bolsa de cinco gramos en la villa del Bajo Flores, pasando por puestitos fijos por toda la ciudad, hasta el taxi dealer que la llevaba a donde el comprador precisase, con el consiguiente dispendio.
Los robos para pagarse dosis que aminorasen la "manija" tras agotarse el contenido de los atesorados “pelpas”, se hicieron cada vez más comunes. Varios nuevos tipos de delincuentes empezaron a poblar las cárceles y frecuentar los calabozos de las comisarías o zanjas aledañas: punteritos, vendedores, arrebatadores, ladrones de escruche, chorros al voleo, peligrosos asaltantes con arma de fuego totalmente drogados. Se puso de moda el asesinato de taxistas una vez que ya había entregado lo recaudado, y empezaron las pequeñas guerras entre pequeños capos villeros por el dominio de tan lucrativo negocio, que ya compraba comisarios, jueces, políticos y empresarios.
Grupo de rock que se preciase debía tener un rosario de temas dedicados a la "frula", Olmedo, Maradona y Caniggia lo interpretaban para el gran público como una gracia y así fue tomando un cariz inocuo, de juego divertidísimo con una veta temeraria.
En la época de mayor crisis económica argentina la muerte se impuso en los barrios más pobres, en forma de "PACO", una temible mezcla de residuos de la cocina de cocaína con toda suerte de venenos de ratas, productos químicos altamente abrasivos y a la corta, de efecto mortal. Acaso el peor y más perturbador fenómeno de los que la droga dejó en el país desde su establecimiento en aquel fatídico verano.
Hoy no hay estamento de la sociedad que no esté permeado, contaminado, intoxicado y minado por el poder económico que reporta este flagelo. Tampoco hay barrio, ámbito de toda clase social, que no esté seriamente herido por la colonización de la impoluta Diosa Blanca.
Recuerdo los adoquines de San Telmo escondiendo con celo el brillo de los papelitos usados, confundiendo la búsqueda desesperada y minuciosa, con pestañas abre latas de gaseosas, o el papel plateado de las cajas de cigarrillos arrugadas, arrimadas al contén de la vereda, avergonzadas por confundir a los merqueados que subían hasta Defensa desde el bajo, auditando cada hendija entre adoquín y adoquín, observados por el gato cabezón centinela del Bar Sur, en la esquina de Balcarce y EEUU, donde Pichuco, ilustre pionero de la cocaína en Argentina, tiempo atrás había dejado sus mejores improvisaciones al bandoneón.
Es triste admitir, que los recientes 23 muertos por cocaína adulterada, no son más que victimas prematuras de un veneno que, a la larga, sí o sí, los iba a terminar matando junto a sus decenas de miles de avatares, ya sea de sobredosis, de SIDA, de un balazo, de una puñalada en la cárcel.
O exterminados por la miseria material y moral que ese simple polvito, envuelto en sobrecitos de papel glasé o en bolsitas de plástico, aparecido como un hada con su varita mágica que todo lo convierte en brillo, deja una vez arrasados, quemados enterrados, todos los colores del día.
Whoopi Goldberg
Whoopi Goldberg no carece del todo de razón, al afirmar que el Holocausto fue la crueldad del ser humano contra el ser humano, es indiscutible; pero yerra diciendo que no fue una cuestión de razas.
Existe, de modo subrepticio, una pugna por el relato entre los lobbies judío y afroamericano, por ver quien fue objeto de mayor crueldad e injusticia. Muchos afroamericanos, ante la evidente cuestión de razas que hubo en la esclavitud que envolvía toda suerte de crímenes durante más de 300 años, afirman que los judíos no eran diferentes en color de piel a los alemanes, como sus antepasados africanos lo eran de ingleses, españoles holandeses y portugueses.
Los nazis humillaron, encarcelaron y masacraron a los judíos, porque en realidad no los consideraban inferiores, sino peligrosamente superiores. Ellos ya tenían sobradas evidencias en los más granado de la genialidad teutona, Marx, Freud, Einstein, Zweig, y otros judíos influyentes de menor renombre.
Los nazis inseminaron en el hipotálamo de la población el mensaje de que era una raza inferior, que, contradictoriamente, se quedaba con las riquezas materiales, culturales e identitarias, por medio de ardides tan inteligentes, que ningún alemán superior era capaz de detectar.
Estaban dispuestos a eliminar a todo el pueblo judío.
Durante los largos siglos que les precedieron esto fue una moneda corriente, aunque en menor dimensión. En toda Europa, desde Ucrania hasta España, cada tanto el poder giraba a las masas contra los habitantes de las juderías, a donde acudían henchidos de rabia a pasarlos a cuchillo. Tras estos pogromos, las deudas con los prestamistas quedaban saldadas, Tras estos pogromos, las deudas quedaban saldadas, y la rabia de los siervos calmada, aunque no con la sangre de los culpables de sus males.
Negocio redondo.
Cómo debió haber sido de brutal, que en la preciosa y muy cívica ciudad de León, salir en época de Semana Santa a tomar unas "limonadas" (una especie de sangría, no confundir con jugo de limón) aún hoy en nuestros días, se denomina: "salir a matar judíos".
A los africanos nunca se los consideró superiores en nada que no fuese exclusivamente físico, precisamente lo que se intentaba desvirtuar de los judíos.
Whoopi, sucumbe a esa comparación del pueblo judío con el afroamericano, en América, donde si bien la extrema derecha de hoy y de siempre odia al semita a muerte, no pasaron por las penurias que los esclavos durante más de trescientos años. Pero el problema judío hay que estudiarlo en Europa, donde entonces sí se encuentra, que aunque no fueron esclavos, durante dos mil años padecieron todo tipo de persecusiones y de asesinatos en masa.
Lo cierto es que ambos fenómenos fueron lo más triste y menos edificante de la especie humana. Si nos visitase un poder extraterrestre sopesando la idea de establecerse entre nosotros, miraría estos dos hechos históricos con recelo.
Y no les faltaría razón, porque donde hubo dos suele haber tres.