Oportunidad para cambio
El PSOE, un partido de casi un siglo y medio que ha sido parte y protagonista de todos los cambios, y todas y cada una de las leyes progresistas y de vanguardia que se han aplicado en territorio español, está en crisis. Es una oportunidad inmejorable para cambiar todo, incorporar nuevas ópticas y soltar lastre y dióxido de carbono.
Pero claro, cada uno piensa que el dióxido y el lastre es el otro, de ahí lo triste en el corto plazo de estas lizas cainitas. Veremos qué idea termina imponiéndose, si la continuista de las líneas rojas, o una serie de prismas que están observando el panorama social español desde la cercanía y con los oculares lustrados.
Pedro Sánchez debe asumir el hecho contundente de perder seis veces seguidas de manera estrepitosa, aunque ese hecho debería afrontarlo todo el PSOE y muy en especial muchos del bando crítico que no sólo han perdido también estrepitosamente sino que doblan a Sánchez en años metiendo la pata.
Más allá de esa responsabilidad del actual secretario general, hay que evaluar que PSOE queremos sus votantes.
En el 2004 cuando ganó JLR Zapatero no sabíamos como sería, prometía quitar las tropas de Irak, algo que se antojaba un órdago difícil de cumplir, toda vez que ni países como Francia o Dinamarca de mucha más tradición soberana y pacifista se atrevían a semejante afrenta a GW Bush. Esa vez yo no voté al PSOE por lo que sabía de Zapatero, lo voté para detener el oprobio y peligro que estaba significando para España la presidencia de JM "Ansar" empecinado en una guerra atroz y su equipo del cual gran parte hoy está siendo procesado por grandes delitos de corrupción. Así fue conmigo y con cada madrileño amigo y conocido del barrio.
Hoy no sabemos que puede hacer Pedro Sánchez pero sabemos que dice a otro gobierno de oprobio, muchos de los que hoy nos compadecemos de él por los ataques poco decorosos de que está siendo objeto, preferíamos mucho antes en las primarias a Chacón o a Madina, a quienes sin embargo hoy les dedicamos una mueca de desaprobación. Incluso Pedro a muchos nos parecía vacío, perfecto para tiempos de bonanza, un tipo de buena presencia, de sonrisa rápida, ágil y enérgico, pero sin mucha materia trascendente.
Sin embargo en estos meses fuimos asistiendo con no poca sorpresa al temple de su carácter en el debate frente a las canalladas del actual gobierno, la manera de llamar a las cosas por su nombre sin tapujos, cuando mirando a la cara de Rajoy le dijo, usted no es decente para dirigir un país.
A su manera soportó el chaparrón de los resultados y el paso por la izquierda de Podemos, que frenó en seco gracias a Pedro Sánchez, no olvidemos lo que ahora todos los medios y los barones del PSOE están olvidando, que la caída en libre del aprecio popular al partido fue en el corto período de tiempo e inanición y connivencia con el PP de Rubalcaba.
Luego le tocó soportar con altivez y sin despeinarse la amenaza nada baladí de Podemos, cuando mientras estaba él reunido con el Jefe de Estado para exponer las estrategias de formación de gobierno, el secretario general de la formación morada hizo un sagaz juego de muñeca, diciendo que apoyaría al PSOE si los socialistas aceptaban una serie de condiciones y de puestos en un hipotético gobierno en que exigía la vicepresidencia y carteras ministeriales muy alejadas de la protección social, que a priori cabría esperar fuesen el objetivo de una organización que basa en el discurso de la protección al humilde sus esperanzas de gobierno.
Sánchez de a poco fue mostrando que cualquier cosa de la que escasease en imaginación la podría suplir con su cuota de determinación.
Es el único dirigente que no cambió sus valoraciones de los demás partidos. Los demás, desde el PP, Ciudadanos a Podemos en diez meses han oscilado repetidas veces por todo el arco de insultos y zalamerías sin el más mínimo rubor.
Sánchez con sus mil y un defecto algo tenía y tiene claro. El PSOE es un partido constitucionalista, español, con vocación de poder, pero claramente la alternativa a la derecha oxidada, poco moderna y en exceso corrompida del panorama nacional. De entrada dijo no a Rajoy, y continúa en esa vía.
Todos los demás han dicho "sí" en algún momento de estos diez meses, los nacionalistas en la mesa del Congreso, Ciudadanos en la última votación, Podemos dio lo que en realidad es el apoyo crucial y más substancioso que ha tenido el PP en este ínterin histórico en que nos encontramos, ya que fue decisivo para que no haya un gobierno de cambio con los resultados de la primera votación y votó junto al PP en contra de Pedro Sánchez y el PSOE.
Podemos partía de dos premisas, una que casi nunca se cumple para los pueblos aunque sí para aquellos que los enfilan a sus intereses tras la melodía de Hammelin: "que vuelva a ganar el PP así cuanto más se extremen los antagonismos, cuanto peor esté el pueblo, será mejor será mejor para nosotros" ; y la segunda, que se tragaron los resultados de las encuestas que creyeron que podrían sobrepasar por la izquierda al PSOE.
Ciudadanos nunca escondió para que está, y nunca escatimó la verdad de sus planes.
Muchos, paradójica e irresponsablemente, se alegran hoy porque el partido que más ha vertebrado España, el que ha dotado el cien por ciento de las leyes modernizadoras de la sociedad, también de progreso de las clases medias, está eh horas difíciles. Amén de ser poco responsable facilitar la fagocitación del PSOE por agrupaciones motivadas por posiciones pasionales, sin ningún proyecto de país que dure más que una campaña electoral, o por el Partido de la corrupción y de la destrucción de los derechos obtenidos por la población trabajadora, es un error pensar que quitar a Pedro Sánchez automáticamente dará como resultado un gobierno del Partido Popular con la aceptación y el beneplácito de militantes y votantes del Partido de más solera e historia de conquistas progresistas en España.
Una vez que se facture con éxito la maniobra de destituir a Sánchez, el próximo secretario general no podrá echarse en manos de Mariano Rajoy en los meses más acuciantes, henchidos de juicios por delitos graves a un gran número de representantes de la cúpula del PP, y deberá o bien observar de cerca y escuchar a quienes depositaron su confianza en poner fin a un gobierno enemigo del progreso de las clases medias y bajas, o atenerse a una estampida general, hacia lo que de una u otra forma, ya sea emperifollado en la indumentaria de la depresión y el descreimiento, o en la del viaje hacia posiciones demagogas y extremas, será una experiencia de autofagia rodando por esa ladera tan vertiginosa y a veces enigmática del abismo que precede al caos.
O una oportunidad para re fundar el progresismo.
¿Ave Fénix, Pegasus o Caballo de Troya?
Mediante un acto magistral de prestidigitación, Raúl Castro nos sorprende con una nueva faceta, y se nos presenta como adalid y paladín de la paz en Colombia.
Raúl, actual presidente de Cuba y General de Ejército durante décadas mató más gente que "Matasiete" de la célebre Comedia Silente, bajo su mandato alentó, participó y orquestó una importante cantidad de conflictos armados en América Latina, que dejaron un tendal de dolor en el continente expresado en muertos, presos, desaparecidos, exiliados de todo signo político y sensibilidad ideológica, y que dirigió guerras tremendamente sanguinarias en gran parte del Tercer Mundo y en particular en África. Fue el comandante de las guerras de Mozambique, Etiopía y Angola en dos ocasiones, desde su despacho con la excusa del Internacionalismo Proletario para esconder otras aviesas intenciones menos honrosas, como obtener beneficio del marfil del diamante, incrementar el profesionalismo y el poder de las Fuerzas Armadas.
Todo por orden de su “hermanísimo” quien aspiraba a convertirse en una especie de Mariscal del Tercer Mundo toda vez que aquella ficción de que la pesadilla de la URSS duraría eternamente en su camino del socialismo hacia el comunismo se cumpliese, y mantuviese su incondicional apoyo logístico y estratégico a los hermanos Kastromasov en tales lides.
La característica más asombrosa de estos sátrapas, va más allá del nivel de represión, de mentira, de secuestro de la libertad y la verdad por generaciones, aún admitiendo que son estas descollantes y saldrían airosas en cualquier concurso de vilezas, ni siquiera su voluntad determinada de destruir los valores de una sociedad, las normas de convivencia, la concordia, la prosperidad, aún reconociendo que en ello son campeones galácticos.
Va mucho más allá.
Lo más asombroso de estos adalides, paladines y estandartes pero no de la paz sino del poder a cualquier costa, es la carencia del más mínimo rastro de decoro, de pudor, de vergüenza con que han ido y van atravesando sus cómodas vidas mientras dejan un tendal de sufrimiento en las ajenas. Pero más que ello si cabe, el objeto de estudio de este establishment, será sin duda el arte de lograr que el mundo civilizado, progresista, defensor de derechos del hombre; lejos de condenarlos, los tolere y les permita cualquier desmán o despropósito, sin el más mínimo ejercicio de enmienda, de arrepentimiento, de penitencia tras tantos casos tipificados y consensuados como “crímenes de lesa humanidad”.
La familia real cubana Castro, pasó de ser latifundista a ser jesuita, a ser pro democracia norteamericana, a ser comunistas marxistas leninistas estalinistas cuando colaboraron con el asesino de Trotsky, represores de toda libertad individual, a ser vanguardia de la guerrilla internacional, a ser colaboradores con la dictadura argentina de Videla y de Galtieri, a ser partidario de incentivar la inversión de la gran empresa capitalista internacional en Cuba excepto cubanos, a ser nuevamente jesuita cuando cayó la URSS, a ser más papista, a ser revisionistas del Marxismo Leninismo al enaltecer a Chávez, un alto militar de carrera reconvertido en reformista, con discurso vacío y demagogo que en mi época el PCC lo habría condenado de “reformismo populista y diversionismo ideológico”, muy alejado de cualquier doctrina o filosofía comunistas básicas, a ser pro dólares fáciles suplantando a los rublos rusos o el petróleo venezolano, en el nombre de los EEUU.
Y en la última metamorfosis, reconvertidos nada menos que en pacifistas, con lo cual tras cincuenta y siete años de persistencia en el error de menospreciarlos, es hora de reconocerles que son más vivos que el hambre, y que tras medio siglo nos percatamos de que, en efecto son consecuentes y coherentes marxistas, pero no del atormentado Karl sino del disparatado Groucho cuando decía aquello de:
Tres relatos escatológicos
Dislexia vertical
Me quedé ciertamente impresionado con lo que le ocurrió al hermano de una amiga estando de visita en su casa, es un tanto hipocondríaco y toma unos cuantos medicamentos por prescripción médica permanente, y otros circunstanciales cada vez que se convence de que esa sorpresiva molestia repentina, es el presagio de un final inexorable.
Resulta que le recetaron unos supositorios para destrabar la retaguardia y los confundió con la cápsula matutina que toma para el asma, de modo que la cápsula la introdujo en el innombrable y el supositorio lo envió garganta abajo con un vaso de agua junto a las otras pastillas.
Al cabo de dos horas no podía parar de devolver el desayuno, las pastillas, la cena y lo que había comido durante la semana, y por los bajos, le sobrevino una secuencia de novedosos suspiros y soplidos harto refrescantes, no obstante la innegable naturaleza extravagante de tal hiperventilación.
Su hermana, solícita pero firme como pañuelo de estatua, lo invitó a pernoctar en el garaje por el espacio de tiempo que persistiesen los efectos de tal disléxico desliz.
Moscardó
Ayer introduje el dedo índice en la nariz y ya de entrada, el espacio que existe entre la uña y la piel, esa muesca, esa pequeña hendidura, albergó el contorno de una de esas pequeñas costras, que recién empezaba a formarse, a juzgar por su tacto entre calcáreo y esponjoso, entre rugoso y crocante. El dedo le transmitió al cerebro la sensación de la cercanía de uno de los placeres más plenos a la vez que más flagelados y ocultos: el trayecto de nuestra para-entraña viscosa hacia el exterior del naso, con el fin de atizarle una mordida suave, catapultarla una vez redondeada o bien adherirla en alguna umbría concavidad.
La amenaza de la asfixia por aplastamiento lento, hasta que desprende el tacto y para algunos el sabor, que colma de gozo el acto, que revienta la base de todos los sentidos en la más auténtica soledad, que ya extasiados, rendidos, perdidos de gusto, se toman un receso de la vigilia; la razón se permite un lapsus en forma de siesta.
Y sí, llegué al borde de esa costra divina, estaba dentro del automóvil detenido en un semáforo en rojo, miré hacia un lado y hacia otro y al sentirme en intimidad, comencé a desprenderla de las paredes de la napia con la delectación de Camille Claudel sobre sus obras de mármol, y cuando esperaba poder llevarme el trofeo fuera de aquella oquedad, noté que no era posible, que la mucosidad en todo su volumen se resistía a abandonar la seguridad del hogar, su sitio de confort, y que sólo rompiendo el encanto y tirando con brusquedad, casi salvajemente de su humanidad apegada al interior de mi ser, conseguiría desprenderlo, desarraigarlo de su raíz, de su identidad y sus afectos, entonces acudieron a mi memoria las imágenes de las veces, muchas, decenas, cientos, miles de "moquicidios" perpetrados en parques, caminatas o pupitres, en la más absoluta impunidad y desprecio por la vida. Sentimientos tan cercanos como ajenos.
El semáforo cambió de luz, puse primera y me inundaron los recuerdos de los primeros años de exilio, el cambio de aires, de lenguaje, de escuela, de casa y hasta de familia, pensé en las veces que mandamos a un parque en vuelo elíptico a la gentil criatura nasal, tras haber sido amasada y redondeada, o a la base del pupitre a compartir suerte y desgracia con suelas y chicles escolares, e incluso cuando su destino es el esófago donde las humedades espesas son bienvenidas, reparé en la pena, el drama del desarraigo y la eterna búsqueda de un lugar en su nuevo mundo, hermanado con aquel niño desorientado.
Acaso por ello la crueldad parezca menos mezquina.
Ya no más dedos furtivos, ni siquiera aquellos pañuelos acartonados de cuando era chico, no más esos fuertes y secos soplidos liberadores henchidos de insensibilidad y egoísmo hedonista. Al fin, aunque llegado de otro modo al previsto, se hizo carne en mi el mensaje que mi abuela Elena repetía con insistencia: "Martín ¡la nariz!"
Prendase la luz que se encienda en el semáforo que sea y haya el resfrío que se tercie acumulado en mi naso, manifiesto que: la piedad también nos hará libres ¡Larga vida al Moscardó!
(Más perdió Joachim Löw)
Escatológica Lechuga Be bop
Días atrás un amigo del barrio de mi hijo menor, le obsequió, procedente de un huerto barrial, una lechuga a medio crecer. Se la dio con las raíces al aire, fláccida, condenada a perder todo su verdor en unas pocas horas.
Él llegó a casa la puso en una maceta, le colocó buena tierra, la regó, lo felicité diciéndole que al menos le estaba dando una muerte digna. Al día siguiente la lechuga continuaba verde y al parecer , viva. A los tres días, la propia planta se había encargado de descartar las hojas que no podría volver a levantar, y en su lugar empinaba otros jóvenes brotes hacia el sol, dándonos una lección acerca del poder de la clorofila y la fotosíntesis, o sobre la confianza y la convicción en el cariño y el cuidado, que los adultos hemos ido dejando en el mismo baúl de recuerdos olvidados, en cuyo fondo quizás encontremos al osito Cocó, o al diente de leche por el que ya recibimos la correspondiente indemnización.
La lechuga fue creciendo de tal manera, que en un momento y como visible causa de su agradecimiento por la actitud de mi hijo, comenzó a cantar canciones que contenían la palabra "amigo". De este modo hizo un recorrido por un catálogo de temas populares famosos y otros quizás no tanto para seres del mundo animal. Entre las conocidas cantó: Quiero tener un millón de amigos, de Roberto Carlos; With a Little help from my friends, de los Beatles, cosa que entusiasmó mucho a mi hijo que es un fan declarado del cuarteto de Liverpool.
También cantó : ."..barquito de papel mi amigo fiel/ llévame a navegar por el ancho mar/ quiero conocer a niños de aquí y de allá...", melodía que yo no escuchaba desde que había vivido en Cuba, y me dejó impresionado con su cultura general.
Mi hijo me dijo: - Papá tengo que hacer algo más por esta lechuga. Si dice que quiere ir al mar la llevaré al mar. Es encantadora.
Y así fue que lo llevé junto a su amigo del barrio a que le diesen un paseo en el yate del príncipe Guillermo antes de que se casase, por el mar Mediterráneo. El mayordomo del príncipe, tan inglés, respondió a mi pedido con un afirmativo: Of course. Y con el torso firme, se llevó a los chicos y su querida hortaliza a un paseo que duraría medio día.
Cuando estaban en una zona profunda mi hijo sacó la lechuga por la borda para enseñarle la transparencia del agua, y un súbito golpe de timón a causa de una ola de babor, hizo que perdiese el equilibrio y la lechuga se cayera por la borda, lanzando primero gritos de auxilio, y luego improperios, acusando a mi hijo y a su amigo de traidores, de haberla alimentado para luego permitir que se ahogase en aquella inmensidad, en aquel desierto de verduras. A mi hijo y a su amigo se les aguaron los ojos, pero intuían que arrojarse al agua habría sido una temeridad.
Una vez que la lechuga llegó al fondo del mar, pensó que no estaba todo acabado al ver las algas, se hizo a la idea de vivir como una de ellas, y hasta le causó emoción el hecho de pensar que sería mecida por las olas y acariciada por los pececillos de colores. Le entristeció el hecho de no poder cantar bajo el agua - Pero no se puede tener todo- se dijo a si misma y de alguna manera se sintió reconfortada.
Después de andar por varias profundidades encontró el Octoposus garden, del que hablaba Ringo Starr en sus canciones, y que la lechuga, de amplísimas nociones musicales, conocía tan bien. Le pidió permiso al pulpo para establecerse, y después de enternecerlo con su historia, no solo logró que el pulpo la aceptase sino que le concediese un privilegiado lugar cerca de Bob esponja.
Mi hijo y su amigo decidieron lanzarse al agua tras evaluar los riesgos y los esfuerzos que habían realizado para ser tenidos en cuenta como niños adorables. Al príncipe Guillermo de Inglaterra le faltaban aún unos días para casarse, pero el mayordomo Perkins debía estar listo, y fue tan tajante como delicado en sus expresiones, les dijo:
- Chicos, puntualidad británica, por favor, si no están aquí mañana en la mañana me veré obligado a zarpar sin vuestra presencia- Y se lanzaron al agua con aqualungs para tres días.
No hizo falta agotar la paciencia del buen sirviente real, ya que a la caída del sol los dos niños encontraron el Octoposus garden, y como mi hijo es un fan irredento de los Beatles, le agarró la botella de aire comprimido a su amigo y le hizo señas para detenerse allí unos instantes. Una vez que entraron y hablaron con el pez administrador, un pez con una nariz puntiaguda como el baterista de la banda, y una vez que se sacaron unas fotos, los dos niños vieron al mismo tiempo, detrás de Bob el esponja, a una lechuga idéntica a la que andaban buscando, pero pensaron que no sería aquella, ya que en el jardín del pulpo solo podía haber algas.
Pidieron permiso para restaurar fuerzas comiendo un poco de la lechuga, y cada uno se zampó una mitad.
Mientras tanto, la lechuga gritaba e imploraba por su vida, por su integridad, cantaba con cierto desespero las mismas canciones que había entonado en mi pequeño jardín trasero, pero ya atravesando el esófago de esos dos malditos traidores, sin demasiadas esperanzas de ser escuchada.
Una vez en casa, el pichón aún seguía sintiendo cierta tristeza. Pero había algo que estos chicos y yo aún desconocíamos.
A los dos días de ser engullida la lechuga regresó al agua, aunque esta vez mediante el W,C., se vio repentinamente liberada de un ámbito cerrado y oscuro que le estaba produciendo una aungustiante claustrofobia. Una vez en las cloacas, tuvo oportunidad de echar de menos las claras aguas del mediterráneo, incluso ese sobrecargado sabor a sal. -Oh que espanto- se dijo- he perdido todo mi verdor-
La lechuga como los demás alimentos que vagaban por aquellas cañerías había mutado y su estado era compacto pero no rígido. Pensó que la única manera de recobrar algo de su identidad era encontrando a un semejante que procediese también de la huerta, para continuar viaje a lo desconocido con él. De modo que comenzó a preguntar a todo transeúnte en la cloaca,
_ Perdón, me puedes decir que eras tú antes?-
_ Yo era dos perritos calientes con mucho chucrut- le dijo el primero.
Y así se fue encontrando con compactos boñigos, conformados unos de pescados, otros de carnes variadas con sus guarniciones, otros por huevos fritos, hasta se encontró una ensalada, pero su decepción fue grande cunado supo que en ella había también zanahoria, todos aquellos carotenos juntos era algo que no podía soportar.
Hasta que, no sin aliento, pero con mucho menos fuelle, le preguntó a otro sorete por su procedencia y este le dijo que había sido una lechuga. Se alegraron tanto de haberse conocido que partieron juntos en ese frenético viaje hacia la desembocadura en algún vertedero.
Por la noche en un merecido descanso, le contó nuestra desmejorada verdura a su nuevo compañero, que otrora fuera una recuperada lechuga, que había sido arrojada al mar, por dos niños de los cuales uno había sido su amigo antes de traicionarla y zampársela luego de darle caza vestido de buzo en el fondo del océano, el otro boñigo no pudo creer lo que oía, y exclamó:
- ¡Mi media naranja!. Yo soy la otra mitad, que quedé atrapada en el estómago del amigo de nuestro salvador asesino.
Entonces se dieron un abrazo tal que quedaron nuevamente fusionadas, lograron recuperar por una vez más la ilusión de la vida, y en esta ocasión se convirtieron en un temible sorete de dimensiones que infundían respeto a su entorno.
Al poco tiempo de andar con su nuevo aspecto, se dio cuenta que si bien frente a un espejo sus opciones de sentir vanidad sufrirían cierta merma, también era cierto que nadie desearía comerla, tocarla, ni se atrevería siquiera a molestarla.
Según Platón, todas las partes del universo se mantienen unidas por amor compasivo, se dijeron uno a otra y viceversa.
Pero una semilla de aquél enérgico vegetal volvió a echar raíces en la misma maceta en que mi hijo la colocó en un inicio; durante el invierno y a la intemperie crecieron nuevas hojas rozagantes.
No cesa en brindarnos sorpresas nuestra adorable lechuga Be Bop.
Adiós a la maceta
Un año después de mi aparición en escena en la ciudad de las hojas y el otoño, se coló en las librerías un título que resultó ser un best seller de sociología, algo novedoso casi hasta en el terreno de la narrativa, mucho antes que Alain Touraine o Eco nos acostumbraran a sus súper ventas. Se convirtió en un hito, tanto por el autor, un verso suelto que no se deja atar a ningún poste, ni resbaladizo ni espinoso, como por el texto ágil, certero, intuitivo; el libro "Buenos Aires vida cotidiana y alienación" y Juan José Sebreli el firmante.
Cuando tuve que desprenderme de esa ciudad siendo niño, todo lo que se quedó aferrado a modo de garantía en la corteza cerebral, y que permanecería intacto hasta el fin de los días, era perenne, no susceptible de cambios por el paso del tiempo, con la excepción quizás de ese cambio climático, los otoños, estación en que nací, hace medio siglo eran más insistentes con el color, el viento, y las hojas de arce dobladas sobre el borde de la vereda como un reloj de Dalí. Pero casi todo lo demás permaneció intacto para la primera vez que regresé. Todo mi pecho era un enorme rejunte de deseos. Mi padre, mis primos, mis amigos de cuando niños y los olores, los sabores, los colores, volver a tierra abierta y no dentro de una maceta.
Cada vez que regreso, haya pasado quien haya pasado por la intendencia o el gobierno, yo encuentro mi propio Buenos Aires. En un lugar o en otro lo encuentro. Para mi, como sujeto en maceta, desterrado de la tierra de mis amores, de la única metrópoli posible, del campo argentino, de las playas del Atlántico, debo decir que lo que percibo en la ciudad de los techos dispares, de las baldosas sueltas, de los linyeras letrados nada tiene de vida cotidiana, y desde ya, todo allá puede ser enloquecedor, ensordecedor, irritante, encantador o frustrante, a contramano de cualquier alienación.
Que placer pasar unos días perdido por sus calles, de un café a una librería, de una muestra a una de las buenas galerías, de una parrilla al centro de un corazón, de la cima de un adoquín al olor a boca de subte y a pebete de salame, de oir las bocinas de nueve de Julio o de Libertador a escuchar lo que habla la gente, y como lo habla, el histrionismo natural, el arte de los bueyes perdidos. un taxista, un kiosquero o el gallego del bar. Ver pasar el 60, el 12 y el 86 y participar en el derretido de una, dos, tres Vauquitas.
Y una justa inundación de asados y afecto entre amigos y parientes
Sagas vikingas
En las ensoñaciones que solían ocupar la mayor parte de mi estado de vigilia, ya aparecía yo propinándole su merecido a unos cuantos abusadores de una sola vez delante de la chica del aula que todo chico y toda aula atesoran, en la época en que el bullying no estaba ni siquiera diagnosticado como un drama social, o delante de ella daba un salto de campeonato, hacía un gol de Bochini dejando a todos despatarrados por el camino.
Hablé con mi oso Cocó cosas que no podría repetir, y después de que Cocó se dormía, a veces pensaba en un viaje en barco hasta un lugar donde nadie hablaba mi lengua pero todos eran amables, donde reinaba la paz y las paredes eran de ladrillo a la vista como en los cuentos ingleses que mi tía Celia contaba, o donde había grandes lagos, chicas con trenzas parecidas a la hija de Piro Egui, el capataz de Portela que terminó quedándose con más hectáreas que todas las chacras de alrededor, y que en todo caso las merecía más que nadie.
La hija de Egui tenía nueve años igual que yo, me ganaba a caballo y me trituraba a lindura. Cuando ella se me paraba al lado yo creía que lo mejor era que a mi no me viese nadie, que sólo se la viese a ella, que el sol o el campo me camuflasen y que también escondiesen el brillo de mis ojos, así yo también podría observarla atónito.
Cada cosa se ha ido dando como lo había deseado en los casos en que el deseo fue acompañado de la desnudez de la verdad, del compromiso de una mirada frontal, el ladrillo inglés acalló mi asma y me saludó con lealtad en un hospital de Londres, la gente que debía quedar en mi amor tras el paso por el tamiz son los que finalmente quedaron, al cabo de la eternidad transcurrida en esta suerte de cosmogonía interna, de la flexible interpretación sensorial de la sub categoría tiempo- espacio, distinta a la que miden mis décadas cumplidas que sólo alcanzan a marcar las páginas de vida oficial, a explicar la cronología subrayada en verde fosforescente.
Desde que conocí los países escandinavos fue como si hubiese regresado a una tierra profundamente mía, ayudó ese deseo de vivir en un mundo que respete al hombre, que considere que existir es motivo suficiente para ser feliz. Cuando salí a pasear por Estocolmo y sentía una sonrisa constante en el órgano donde se me había alojado desde pequeño una amenaza permanente de tortura y de muerte, cuando sentí el calor de la piedra rúnica en la palma de mi mano en Sigtuna, o el barrio sueco en Porvoo, Finlandia, o la casa de Andersen en Odense o el B&B más antiguo en Aero, Dinamarca, el barrio Cristiania donde todo es rock y licencias, o los interminables fiordos noruegos, pensé que podría seguir allí después de hacer dormir a Cocó, tras dejar que todos mirasen a la hija de Egui, y luego de hacerme a la mar.
Gracias a todo ese magma indescriptible que siento tan cercano a la vez que tan ajeno, del misterio que Borges adoró en las sagas y la garra de la apacible pasión de las trenzas vikingas, los ojos nevados y una promesa nórdica.