Hace tiempo que Oregón le tomó el relevo al estado de Washington en la expresión estadounidense del progresismo, animalistas, ecologistas, el uso de la bicicleta, comida sana, ejercicio, igualitarismo, diversidades, en lo racial más o menos porque Oregón fue muy reactivo a recibir afro estadounidenses en sus tierras, hasta que el extravagante tejano Lyndon B. Johnson impulsó la agenta antirracista una vez asesinado Kennedy de quien era vicepresidente, por lo cual la población afro es sensiblemente menor en el estado que en otras zonas, aunque sí es muy numerosa la población inmigrante de México. Quizás convendría decir que el relevo a Seattle más que a Washington, lo tomó Portland y sus suburbios más que Oregon. Ciertamente es un placer para las familias, caminantes, sibaritas, pasear por ambas ciudades, por las riveras del Willamette o la bahía de Elliott, acaso en Seattle con espacios más abiertos que en Portland, pero en ambos con la tranquilidad de ver más bicicletas y tranvías eléctricos que coches y que colts en la cintura. El primer Starbucks con los pechos de la sirenita descubiertos cerca del Farmer Market Center de Pike Place donde venden todos esos productos directos de la tierra o el mar a la mesa, o los festivales de la cerveza de Portland, donde además de la bebida del lúpulo en su versión más ecológica, abunda la música de jazz, la buena onda, la charla y el ida y vuelta de su gente a Powell’s Book una de las mejores librerías posibles o cruzando el río, a la Willamette Writers Conference. Eso aparte de compartir evergreens transporte público y una buena porción de agua cayendo insistente en cascadas desde los dominios de los ángeles durante todo el año.
Pero tanto Washington como Oregón cuentan con otras localidades mucho menos cosmopolitas, y también por ende un poco menos espacio o sustrato para el progresismo pero igualmente mucho más tolerantes, abiertas y cordiales con la diversidad, que el resto rural o de espacios interiores del país, descontando áreas de California donde la mente abierta ha sido un sello histórico universal. Portland está al extremo norte del estado, bajando por la interestatal 5 que cubre todo el flanco oeste del país desde Canadá a México, se encuentran las ciudades de Salem famosa por sus brujas, después Eugene, y más abajo en el mapa Medford, cerca de la frontera con California norte.
Medford es una ciudad pequeña, con un centro que no supera las diez manzanas, pero con una cantidad de suburbios con barrios agradables, pensados para vivir tranquilamente en contacto con la naturaleza, relativamente cercana a varias bellezas nacionales, como Klamath Falls, el Crater Lake, un lago dentro del cráter de un volcán que ofrece unos paisajes únicos, o el Mount Shasta una montaña sagrada ya en el estado de California, con toda su extraña belleza y la mística que la rodea, que una vez avistada permanece en un compartimente del hipotálamo con conexión privilegiada con la retina, para que cada vez que se desee o se precise su recuerdo, aparezca al auxilio, nítida, majestuosa. Su gente varía entre aplicados en el trabajo y cómodos, casi displicentes en la estética personal. En Oregón la gente puede ir a la ópera con zapatillas y hasta en bermudas.
Desde hace un poco más de una década llevo visitando la costa oeste de Estados Unidos desde Port Townsend al norte de Washington, hasta San Francisco California, con mayor detenimiento en el área sub urbana de Portland, y de Medford, a raíz de una hermosa amistad que nació a partir de un trabajo conjunto. Fuera de la costa oeste solo conozco Nueva York, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Miami que visité en varias ocasiones donde viven amigos y amores de toda la vida. Y aunque Miami para mi signifique más Cuba que EEUU, por la presencia allí de gran parte de mis amigos de juventud y niñez, por su gastronomía, clima e idioma, en realidad es una muestra de una de las cualidades distintivas del pasado de EEUU, su capacidad de integración de la inmigración y la oferta de oportunidades.
Pues en esta ocasión la mayoría de mi interés en el viaje a Medford y alrededores radicaba en tiempo compartido con mis amigos y en sentir de primera mano el fuerte choque significó la asunción por segunda vez de un personaje tan polémico, que despierta sentimientos tan extremos, la primera vez que el país eligió un “delincuente condenado” para presidir sus destinos, y todas las expectativas en torno a sus promesas extravagantes, a sus ocurrencias disparatadas, ya fuesen de campaña o improvisadas acunadas al calor de las masas. Como de música ligera.
Una vez en casa de mis amigos me empapé de primera mano de todo el acontecer cotidiano y sus repercusiones de lo que yo conocía como noticia de lo que se amsemejaba más a un “allá lejos y hace tiempo”, por mis amigos Ken y Adrianne , por sus conocidos, por las revelaciones de Rachel Maddow, a quien como no, la nueva política de carácter intolerante con la prensa, principio de toda dictadura, quiere suprimir de cualquier manera. Pero aun faltaba mi forma empírica, la más directa para enterarme de la sensación, del sentir de la gente, su ánimo, lo que proyectan: salir a la calle cada mañana a caminar millas, un poco para mantener mi forma y el resto para preguntar a cada persona que por una razón u otra debiese permanecer más de diez segundos delante de mi. Dependientes de cafés, de tiendas, comensales, parroquianos de bares, incluso transeúntes si se detenían en el saludo más de lo estrictamente necesario. Dentro siempre del marco del decoro y las buenas formas, mediante la sonrisa tan característica de esos lares aunque jamás esbozándola con la perfección Colgate de quien nace en aquellas tierras.
Algunos hablaron más, otros menos, pero siempre me respondieron con la cordialidad de Oregón. En la mayoría de los casos encontré dos cosas totalmente diferentes del tiempo previo a las elecciones, cero entusiasmo con Trump y Musk, obviamente quienes lo habían votado, una vez en el río no tienen otra que nadar, pero sin mostrar toda aquella algarabía de antes de las elecciones. Todos sin excepción hicieron mención de los precios, el desmesurado aumento de cada artículo, algunos atribuyéndolo a las desventuras del gobierno anterior, pero admitiendo su desagrado con la principal razón por la que lo votaron, más allá de que les quiten de encima a los inmigrantes. De este tema consideré conveniente no preguntar dado mi evidente acento extranjero con fonética del idioma español, pero me intrigaba saber, si en el caso de ser votantes de Trump y desear que expulsen a todos los inmigrantes que aun no tenían resuelta su situación legal, como tomarían que en el mismo acto les birlasen a quienes les hacían los trabajos de limpieza de las casas, de los coches, de los jardines, y cada cosa que hubiese que adecentar y tuviesen que contratar a un/una estadounidense que les cobrase el doble, trabajase la mitad y les metiese un lawsuit por cualquier nimiedad. Solo lo pregunté a los conocidos o a las visitas en casa de mis amigos. En aquellos que evidentemente eran contrarios al presente gobierno se notaban más ganas de exponer la evidente contradicción de su enfado por los precios con cierta alegría por el hecho de que quedase patente la mentira o ineficacia de las promesas. Solo pude ver dos automóviles evidentemente trumpistas por la exaltación de banderas, águilas, y simbología por el estilo, y un hombre al lado del cual me senté con mi café con leche de avena, que tenía descansando de la aureola de su testa una gorra de MAGA Trump 2024 sobre la mesa, por supuesto Made in China, como todo el merchadising de la Trump Tower. Resultó ser una persona muy simpática de charla ágil, de conversación fluida, al cual no le mostré como a nadie ni mi animadversión al personaje ni mi adhesión a sus soflamas, al final me citó para desayunar juntos y continuar la charla, al día siguiente. Ese momento tuvo su toque de magia porque a mi otro lado dos señoras sostenían una charla animada, a cada rato me miraba una de ellas, hasta que me habló, y se armó una espeice de debate sin dirigirse directamente entre ellos, sino usándome como catalizador, elemento transmisor del mensaje, una de las señoras era de etnia oriental pero hablaba con perfecto acento estadounidense, me comentó que había ido a Salamanca el año pasado y que le encantaba Europa, enfatizando: “por su progresismo”. Sentí que había cosechado un éxito de los notables en mi cometido pero también empecé a temer caerme de un lado u otro en el malabarismo a que me obligó estar en medio de sus respectivas aunque delicadas recriminaciones veladas. Al final me saqué una foto con David el trumpista quien se puso el gorro para la inmortalización, y me llevé de entre todos los entrevistados de forma coloquial, la única versión entusiasta y todavía muy confiada, pero ya admitiendo, acaso como excusa previa, que para poder cristalizar sus propuestas, eran necesarias dos legislaturas.
Mis amigos me recomendaron llevar conmigo el pasaporte ante el temor por los secuestros de extranjeros por efectivos no identificados, con capuchas, como en las dictaduras latinoamericanas. Al inicio les dije que era innecesario, que siempre había sentido una gran seguridad en todo el país, incluso en barrios densos como Harlem, que mi pasaporte era de la Unión Europea, pero terminé haciéndoles caso un poco por cordialidad, y otro al saber que habían metido en un campo de concentración de reciente fundación a tres alemanes capturados en la frontera, dos en el norte y una en el sur y que habían secuestrado a un joven por equivocación y lo enviaron a El Salvador a la cárcel infernal CECOT, tanto que el gobierno estadounidense reconoció el error, pero a la vez dijo no poder hacer nada al respecto. Esa historia me perturbó, de hecho, sería difícil imaginar una trama tan atrevida para una serie de alto terror sicológico.
Pero en realidad mi experiencia como siempre, versa sobre la amabilidad y ese carácter gregario de los norteamericanos, que oscila entre la simple sonrisa y los chistes rompedores de hielo, los policías de un auto en un semáforo me ofrecieron ayuda al verme mirando el mapa fijo de mi teléfono sin datos y los homeless, al cruzarse en las caminatas saludaban con la V de paz, me gustó esa costumbre. En la mañana temprano quienes salimos a caminar y a correr al suponernos parte de un grupo idéntico nos saludamos casi familiarmente, sobre las nueve y media se acaban los transeúntes y los saludos excepto esos de la V con los deambulantes sin casa tan característicos de todo downtown norteamericano, no de los suburbios.
En fin, la percepción general, sumando lo leído, lo visto, lo oído y lo escuchado, es que el imperio por primera vez ve amenazada su preponderancia, y lo vea o no, está empezando a caer, de a poco, solo las tejas flojas del techo por ahora, solo los bordes descascarados de la pintura por el momento. Por primera vez veo con mis propios ojos un fenómeno casi calcado a Fidel Guarapo Castro por esa capacidad de abducir voluntades reduciendolas a cenizas una vez utilizadas, un influjo perverso que tanto uno como otro infunde una mezcla de idolatría sacramental con un terror paralizante.
Sobre la reacción orgásmica de la comunidad cubana en Florida, portadora de un gen dependiente del caudillismo y el autoritarismo, frente a este espejo de intolerancia como socorro a la nostalgia de su identidad machadiana, batistiana, fideliana, cederista, escribiré en otro capítulo dada la cantidad de reflexiones que requiere el abordaje de dicho análisis. Aquí sólo diré que tras las medidas desorientadores de la flamante administración Trump, de retirar la protección a 300 mil venezolanos, de retirar el parole humanitario a cubanos, venezolanos, nicaragüenses y haitianos, y la expulsión in crescendo de cubanos en trámites de su residencia legal, los destellos entusiastas del clásico "bombochíe chíe chá" han disminuído drásticamente, dedicandose en los últimos días a justificar lo injustificable.
Cada época tiene su imperio e incluso mucho después de caído queda en parte de su población la misma sensación de quien es amputado, de contar con la extremidad durante un considerable espacio de tiempo después de seccionada, la derecha española por ejemplo no es capitalista, tiene reflejos medievales, feudales, echa de menos su pasado imperial, sabe que lo perdió pero a veces siente el brazo amputado como extensión de su muñón, igual que Italia con Roma, y más recientemente Inglaterra, incluso tras siglos se niegan a perder del todo el recuerdo megalómano, la ilusión de sus dominios, de su poder, de su grandeza, o sea que tardará en caer el imperio norteamericano y más aún tardará en afirmarse esa realidad en el hipotálamo colectivo. Pero precisamente todo este terror al exterior y a expandirse, a lo diferente de adentro y de afuera, siendo la antítesis de lo que hizo grande a EEUU, tanto en su aspecto negativo como positivo, tanto en sus expansiones territoriales y empresariales como en sus cálidas bienvenidas a todas las culturas del mundo en un crisol en que fraguaron las hamburguesas y salchichas alemanas, con el chop suey chino, los burritos mexicanos, el vino francés y el queso inglés, al punto que los exportaron como propio bajo la premisa de comerlo sin cubiertos y beberlo si vasos. Este miedo a todo lo que quede fuera de las altas murallas señoriales, en contraste con la expansión china, con el propio lenguaje de conquista oriental y la firme respuesta ganadora a las medidas arancelarias desesperadas, infructuosas, delirantes de la presente administración, anuncia crepúsculo. En el plano internacional, por primer vez en países de una diáfana tradición pro estadounidense, como Australia, Nueva Zelanda, países europeos, comienza a existir un distanciamiento por los ataques directos a las conquistas de los derechos de las minorías e individuales y de varios otros países a merced de los aranceles suicidas implementados por Trump, instigado por Peter Navarro, disparate que incluso provocó el alejamiento de Musk que amén de todo defecto, es un león de los beneficios económicos.
Todo imperio como condición sine qua non debe presentar un enorme atractivo, una vez que conquista los territorios, los mercados, las voluntades, después se impone por su magnetismo, el Gengis Khan conquistó mucho más territorio que Roma pero ni bien se retiró no permaneció ni una sola costumbre mongola en contraste con toda Europa romanizada y toda América romanizada a través de España y Portugal. Y de a poco el imperio estadounidense está perdiendo el magnetismo que embruja, no aparece más jazz, más blues, más rock, más Hollywood, más cadenas de comidas llamativas, nos siguen gustando a los ya colonizados del pasado, pero no enamora a las nuevas presas, más allá de la posibilidad de ganar buen dinero premisa que también prevalece en Emiratos, Dubai o Catar. Por supuesto le queda mucho carril hasta los estertores, pero la voz de alerta es que el nuevo deterioro que recién se percibe, se produce en los cimientos.
Y por supuesto lo raro sería que no me equivocase, como es habitual en quien se atreve a presagiar. Aunque mi fuerte no sean los vaticinios sino la observación y el análisis, lo cierto es que cuando en un punto confluyen la intuición, la percepción y la razón, se suele estar en presencia de lo más parecido a un acierto. En realidad rezo para que ojalá, esa capacidad norteamericana presente en toda su trayectoria y su literatura, cine, historias de vida, de llegar a lo mejor en lo más alto cuando todo parecía indicar el fin, se produzca una vez más por el bien de quienes amamos a Batman, a Hendrix, a Carver y a Streep a la barbacoa acompañados de salsa ranch.
David, el último de los trumpistas ilusionados