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El blog de martinguevara

Reykjavik

16 Noviembre 2017 , Escrito por martinguevara Etiquetado en #Relax

Dos cosas maravillosas de Islandia son su frío con sus paisajes y su gente.

Semejante frío en diferentes tonos del blanco dan la sensación a quien no pertenece a esta temperatura, de que despedir la vida en medio de un paisaje así sería la menos terrible manera de dejarla, tendría algo de gentil, de mullido, de pacífico, de rictus en orgasmo y de semblante eternamente plácido. Para los naturales de este camino entre navajas de hielo esos filos cortantes son precisamente la constancia de la vida, y los significantes están entre la multitud de tonos del blanco que puede aglutinar el horizonte.

La gente como generalmente se muestran los escandinavos, prestos a ayudar pero no invasivos, sonrientes sin exceso, mirones pero no molestos, hieráticos pero colmados se fuego por dentro como el suelo de su tierra plagado de géiseres. Gente de paz que descienden más de granjeros que de guerreros vikingos, paganos, cristianos, luteranos, ateos, libres como el viento de la isla y así mismo condenados a una mirada limpia, directa, estricta, punzante y determinada.

Dos cosas no tan buenas a primera vista, el olor del agua potable y los precios.

Al abrir la ducha por primera vez pensé que me habían dado una habitación con la tubería averiada y conectada con una avería de otra tubería menos higiénica. Olía a mil demonios de los cuales novecientos noventa nueve no se habían duchado en el milenio que hace que Erik el Rojo puso pie en la isla.

Por Tutatis, por Babalú, Meu deus do Ceu...¡Que peste!

Llamé a recepción antes de enjabonarme con mi toalla alrededor del cuello y mi hacha reducida a un ínfimo picahielos a causa de fresquito reykjaviqueño, la chica de recepción, que de haber querido habría tardado medio segundo en devolver el aspecto temible a mi hacha, me hizo una revelación:

¡Lejos de ser un desagüe mi ducha emanaba agua bendita!

Resultó ser que el agua islandesa huele a rayos encendidos, a cáspita, recórcholis y mil centellas, pero a merced de una inmejorable razón, baby, las algas las sales la vida en descomposición en sus moléculas proporcionan un rejuvenecedor natural para la piel, para las afecciones de mucosas de respiración, y por qué no, se me ocurrió pensar pero jamás preguntar a la alentadora recepcionista, también esas algas funcionarían como eficaces herreras del hacha.

Los precios, ah, que maravilla, creía haberlo visto todo en Noruega, creía que jamás, ni siquiera en los confines de la Vía Láctea, más allá de Andromeda donde los soles congelados se dan la mano con las hadas del infierno podría ver semejantes precios. Me faltaba darme un saltito hasta aquí, y después de esto no quiero saber lo que puede ser una Coca Cola en Nuuk, capital de Groenlandia, donde Erik, el mismo Rojo dijo que era Verde Landia para no desanimar a las tripulaciones de vikingos que embarcó a ese intestino del más granado de los recórcholis. Pero a la espera de tocar costa de Nuuk jamás había imaginado semejante maravilla en forma de etiqueta en los productos, desde la más temida colgando de los ponchos de lana de oveja islandesa hasta las más tímidas etiquetas de los zumitos, botellitas de agua mineral que no bajan en supermercados de tres euros, la pequeña. Eso sí, agua agua.

Uno de los secretos que hace tan maravilloso poder volar sobre la explosión de los números jamás seguidos de un punto hasta superadas las cinco cifras inscritos ( e inscritas) en las etiquetas de precios es que proporcionan la misma paz que el hielo eterno, sabes que no sufrirás pagando por ello, el bolsillo del gaucho sureño en tales circunstancias goza de una inmunidad tal que lo dota de un áurea propia de multimillonario.

Pero así como no todo es peste esperando la catarata de la ducha, no todo es ruina y llanto con los precios de Reykjavik, no señor, a llorar a la funeraria. En las afueras de una taberna preciosa dentro de la cual se apreciaban alegres parroquianos derramando billetes y vasos se encontraba un cartel grande, enorme, como anunciando el día de la suerte, quien hubiese ganado la lotería habría preferido pasar por frente al pub en cuya puerta se publicita que se derrama cerveza fría sobre los bienaventurados chopps, a sólo y oiga bien, usted no está borracho aún, ni sordo, a sólo ¡siete euros!

Por Tutatis, me dije por segunda vez en el día, y no quise incomodar también a Babalú Ayé y a Odin, pero pensé en ellos, vaya si pensé. Me dije: de lo que me salvé viniendo a este divino país pasados cinco años de mi condición de "abstemio"

¡Lo que habría sido para las finanzas una tardecita en ese bar con un par de socios sedientos, desmayando una muela, descargando el peso, atesorando una curda de veinte géiseres, cuatro auroras boreales y todos los caballitos de la tundra que quepan en el chopp más barato de la ciudad!

 

 

Reykjavik
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