Río de Janeiro
Jair o gaucho era de familia italiana del sur de Brasil, estaba en Sao Pablo pero ya le picaba el bicho de irse a otro estado con las pertenencias de alguien. Yo le dije:
-Jair ¿por qué no te sacas la nacionalidad italiana y te vas allá a trabajar? Un día te van a agarrar y aquí tú sabes mejor que yo que “malandro morto é bom malandro”
Él no era ladrón, lo hacía por la adrenalina, trabajaba duro pero de vez en cuando necesitaba ese subidón, de todos modos a cualquiera que no haya vivido en aquel Brasil es muy difícil explicarle.
Así se fue a Río, desplumó la taquilla de su compañero de habitación en la pensión donde dormía y se fue de madrugada.
Yo llegué a Río un par de meses más tarde, tras dar un buen rodeo a carona con Joao Bautista Pintos, un fiel parceiro que conocí en un hotel de mala muerte en el puerto de Santos. Joao no quería de ninguna manera llegar a Rio, ni siquiera a las inmediaciones, de hecho, cuando ya agotábamos los pueblos de la carretera Sao Pablo-Río, tras pasar por Guarujá, Parati, Angras do Reis, Ubatuba, llegamos a un pueblo costero de los últimos antes de Río que se llama Mangaratiba y Joao no estaba tranquilo. En un momento que paseábamos por el centro dos tipos nos miraron porque otro nos señaló desde unos cien metros, y Joao me dijo:
-Vámonos de aquí a donde sea, nos marcaron porque no quieren maluqieiros, ni gente extraña que llega de o vaya a Río, nos van a matar.
Claro, escuchando eso de un compañero de carretera con el que habíamos andado cientos de kilómetros y visto de todo, y nunca había perdido la risa, me alarmó y como se suele decir: me cagué.
Fuimos a una iglesia bautista, habíamos acordado que en el camino Joao hablase con los religiosos porque él lo era, y sabía como entrarles, y yo con los encargados de hoteles y restaurantes porque era extranjero y me prestaban más atención. Y dentro de los religiosos, Joao decía , con buen criterio, que los curas católicos conseguían albergue o comida, pero jamás dinero. En cambio los pastores al revés. Estaba tan asustado que ni siquiera quería dormir en un sitio seguro porque de todas formas debíamos salir a comer o buscar como seguir viaje y creía que ya nos tenían marcados para servirnos con papas fritas.
Fue a ver a un pastor, y a la primera, regresó con tabaco y papel, le pregunté ¿te dio tabaco? –no, me dio dinero y fui a comprar tabaco-
Ahí mismo fuimos a la Rodoviaria y tomamos el primer bus a Río de janeiro. Pero Joao todavía menos quería llegar a Río, yo le decía que estuviese tranquilo, que tenía un amigo, Jair o gaúcho, que estaba en un restaurante, Sat’s y nos iba a conseguir trabajo con el dueño, que ya me lo había dicho en una llamada por teléfono que me hizo al restaurante O Comilao de Sao Pablo donde habíamos sido compañeros de trabajo, cuando ya consiguió asentarse en Río.
Así y todo Joao no quería saber nada, me doblaba en edad, era brasilero y había recorrido varias veces el país ¿qué no habrían visto sus ojos? Pero decidí no volver a dejarme influenciar por ese miedo, aunque confiaba plenamente en mi amigo, quería regresar a Río, donde sólo había estado un día infausto, inolvidable, pero sólo un día.
Cundo llegamos llamé a Jair, me dijo que fuésemos al restaurante Sat’s al lado del morro dos Macacos, fuimos, me saludó efusivamente, me dijo que tenia un lugar para que pasásemos la noche, Joao no quería ir a un albergue como hacíamos en el camino, no en Río.
Un hombre nos abrió un portón de un parking, y luego la puerta de una caseta, nos dio unos cartones para tirarnos sobre ellos, y nos explicó que cerraría la puerta con candado para que no pudiese entrar nadie, y que a las siete nos abriría, si queríamos orinar en una esquina había un latón. Al recordar aquellas situaciones ni siquiera entiendo como pude haber estado ahí, hoy ni siquiera consigo dormir si no tengo colchón, topper, edredón, cuatro paredes y un baño en condiciones.
Tal como prometió a las siete abrió el candado y nos trajo dos cafés, un pedazo de pan y un periódico, como si hubiésemos dormido en la suite del Ritz, el diario enseñoreaba una noticia en primera plana, dos cabezas cortadas. Había habido un ajuste de cuentas y les cortaron la cabeza a dos de la otra banda, desde la guillotina de la revolución francesa no se escuchaba hablar de decapitaciones, no eran frecuentes ni siquiera en los campos de la Alemania nazi. Todavía no había hecho su aprición estelar el sumún del hampa mejicano de los carteles que hicieron cotidiana esta práctica. Ahí entendí a Joao, era como una oda a la violencia, como demostrar que no hay límite. Dos cabezas cortadas en una portada del periódico con el exquisito cafezinho brasilero y un pan caliente para empezar la mañana.
Jair me dijo que había trabajo para mi limpiando cacerolas, fui con Joao a una cafetería a comer algo y tomar algo para despedirnos, una mujer hablaba en voz alta de su relación con la que tenía tomada de la cintura, y , según ella, con varias más, decía “eu sou zapatao” de manera orgullosa, recién ahí después de llevar meses en Brasil supe que así llamaban a las lesbianas. Nos dimos un abrazo de los de hasta siempre, me comentó que dormiría en un hotel porque su hermana le había podido enviar por fin algo de dinero, y al día siguiente partiría al exilio a cualquier otra ciudad, yo tenía todos sus datos en una pequeña libreta, mi gran amigazo Joao Bautista Pintos, a veces cuando pienso acerca de que será de su vida, una pelusita me entra en el ojo causando una súbita irritación.
El restaurante era un Rodizio, la típica parrillada brasilera al espeto, muy bueno, enorme, rápido supe en todo lo que estaban metidos los tentáculos del dueño, Jorge Guerra, jogo de bicha, en escolas de samba, y al parecer, en algún asunto aún menos legal. Me dio una cama para dormir arriba del restaurante, donde ya dormía otro empleado que barría el local, pero era un ambiente muy grande hubiésemos cabido sin estrecheces más de dos, me enseñó a trabarlo con una viga de madera. La gente en Río se toma seguridad muy en serio.
El segundo día de limpiar calderos llegó un chaval joven también a lavar vajilla, hablaba mucho y hacía chistes, se le unió el hombre de confianza de José Guerra, terminó el día y en la noche cuando me iba a dormir, empiezo a escuchar gritos, el compañero de morada me llamó para mirar por una ventana, no se veía mucho, pero sí varios hombres rodeando una mesa y le daban con un cinturón a un desgraciado que no paraba de berrear, entonces se escuchó claro que le preguntaban por qué había entrado a robar, que a Guerra no se le hace eso, y otra vez cinturonazos. Yo creí que no lo contaba, los demás eran policías vestidos de paisano, lo soltaron sin ropa, le dijeron ¡corre! y tiraron un tiro al aire, mirando como el tipo corría en calzoncillos casi sin tocar el suelo. Me quedó claro que con Guerra no se jugaba. Al día siguiente me enteré por Jair que era el chaval que había entrado el día anterior, el alcahuete se había juntado al ladronzuelo y cuando este le contó que entraría por la noche, le avisó a Guerra y lo estaban esperando como cosa buena.
A veces iba a la playa Ipanema, por la mañana o por la tarde según cuando me tocase trabajar, Guerra me dijo que si me cortaba el pelo sería su camarero preferido, tenia el pelo largo y desparejo, yo sonreía y le decía que estaba muy bien en la cocina.
Una noche, tarde, sonaron unos disparos justo abajo del cuarto de dormir, dieron en el restaurante. Apenas el automóvil que disparó siguió camino, bajamos los dos a ver que había pasado, toda la entrada de vidrio estaba desmoronada, el compañero de albergue se fue hacia adentro y yo me quedé en la acera cuidando que no entrase nadie, era pasada la medianoche, no había nadie en la calle, hasta que llegó el hermano de Jorge Guerra con algunos policías, me reprendió por quedarme ahí porque si volvían a pasar, con toda probabilidad me tirarían. Ni siquiera había pensado en eso. El asunto es que al día siguiente pusieron los vidrios, y Guerra me llamó a su despacho, me dijo:
-Muchas gracias, nadie hace lo que hiciste, me contó mi hermano que vigilaste el restaurante. Este mes cobras doble y el que viene empiezas en el salón.
Le di las gracias, me sentí bien y de repente mal, con alguien así no convenía tener esa cercanía, cualquier día se podrían convertir en un problema aunque Guerra fuese a la vista, un tipo que se conducía y que valoraba la lealtad, si yo hubiese sido un tipo duro, o del hampa, sí me habría convenido, pero no era lo mío estar tan en el centro de los fierros. Tenía dos restaurantes más, varios negocios y tomaba y repartía "merca" aunque no praecía que eso fuese parte de su negocio, cosa frecuente en Río. Muchas veces su alcahuete me había preguntado si quería, él se daba cada diez minutos para limpiar esos calderos enormes, siempre rechacé la oferta.
Otro detalle que tuvo Guerra fue permitirme estar en el restaurante cuando cerrasen y comer y beber lo que quisiese. Al día siguiente entré a su despacho, estaba la puerta abierta, tenía un enorme pantalla con un proyector de televisión , sofás, un gran escritorio y sobre él un teléfono. El auricular me miraba y me decía ven, úsame. Pasado de cervezas como estaba me puse a llamar a Argentina, a Cuba, a EEUU, a Holanda donde tenía amistades y familia. Por enésima vez volví a perder la cabeza con un teléfono, como en casa de Roberto donde Taco me había dejado dormir, lo cual desembocó en un episodio desagradable, como en el anterior restaurante “O comilao” de Sao Pablo, donde no podría regresar jamás por la factura que le había dejado al portugués, y como en varios lugres más, trabajos, oficinas, casas.
Ya llevaba seis meses, así que de todos modos pensaba irme, pero al día siguiente la determinación fue tajante, al saber de lo que era capaz Guerra si sentía que le habían tocado las nalgas. Mi compañero de albergue me había visto entrar al despacho de él, y desde que llegué yo sabía que prefería tener toda la habitación del segundo piso para él solo, así que convenía cuidarme con él.
Llamé a Jorge Guerra a la mañana, le dije que se había agotado el tiempo de permanencia, me dijo que si estaba con él no había ningún problema, insistí en ir a Argentina, y regresar con otro permiso. Me pagó el doble como prometió y volví a Sao Pablo antes de regresar a Buenos Aires, pero en camión, no iba a gastarme en el regreso el pago a mi riesgo, si no lo había gastado siquiera en mis llamadas internacionales, además sabiendo que los camioneros argentinos, agradecen a un compañero de viaje para cebarles el mate.
Y así terminaron mis días en el país más musical y sorprendente que he conocido.
Satchmo
Louis Armstrong era todo un personaje, quizás el más importante en la cultura popular universal del siglo XX. El siglo XX fue Jazz, en lo referente a la inclusión del ritmo en la música culta ya lo había hecho Debussy y Satie al final del siglo XIX, con la inclusión del gong. Pero Scott Joplin y Jelly Roll Morton dieron melodia sincopada y ritmo acentuado y vivaz al aire con el Ragtime. Y aunque fuesen rollos de rag para piano, ahí se desató por vez primera en el primer mundo una música que incluye el ritmo desenfadado de los bailes tribales, la percusión típica de las teclas del piano dieron paso a un percepctible latido que marcó el tempo de ahí en más, en todas las músicas populares venideras hasta nuestros días.
Todos, desde el blanco disfrazado de negro Al Johnson, Bix Beiderbecke, Oscar Peterson, los blueseros Robert Johnson, Blind Lemon, o Son House quitan el lazo a ese regalo "nuevecito de paquete" pero nadie como Satchmo.
La voz, la trompeta, el compás, pero sobre todo la magia que vuela por encima del nuevo arte negro mezclado con el blanco, una especie de voodoo que llama al espíritu del esclavo John the Conqueror y que somete a toda la audiencia a su embrujo.
Armstrong fue injustamente calificado por los extremistas afroamericanos de Uncle Tom, un insulto como pocos para los negros norteamericanos, muy pocas veces merecido, aunque en alguna ocasión sí. Jamás en el caso de quien más elevó la cutura resultante de la extrapolación del africano obligado a emigrar entre muerte y terror, y su interacción a lo largo de dos siglos con lo mejor de las costumbres de las tierras de sus captores.
Un jugo de mango con fresas, de arándanos y piña.
Y aparte de toda consideración ética o histórica, pongan un disco de Louis en su spotify o sus headphones modernos y verán de que les hablo. El mundo fue Jazz, no sólo en música, la politica se vio atravesada por el ritmo, las costumbres se desataron el corset, la cultura popular universal tomó el poder, desde Mark Twain en carácter retrospectivo hasta los Beatles, los Van Van, los Stones o el rap.
Louis Armstrong disparó un revólver contra su padrastro abusador, le dio a Richard Nixon su maleta en el aeropuerto de Tokio, para que este lo pasase por el pasillo de diplomáticos conteniendo un kilo y medio de marihuana, nunca se mudó de su barrio, abrió el camino para el Swing, el Dixieland caucásico, y el Be bop.
Nos limpió el conducto que va desde el oido hasta la elevación de la alfombra persa, desflecada en un rincón, cada vez que escuchamos su trompeta y voz en alguno de esos blues, que por mandato divino, y por suerte para el resto, no logró como a la mayoría de sus colegas, llevárselo al despeñadero que hay justo detrás del cruce de caminos.
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Cáñamo | Louis Armstrong, el genio que amaba el cannabis
Genial con la trompeta y una voz inconfundible, el estadounidense fue uno de los primeros afro-americanos que cruzaron fronteras. Una leyenda sin parangón. Menos conocida, tal vez, es su faceta de...
https://canamo.net/noticias/mundo/louis-armstrong-el-genio-que-amaba-el-cannabis
Pollo al disco
Se suele tener un concepto sobre los argentinos muy mezquino. El concepto, no los argentinos. Pero la verdad, es que sin esperar nada a cambio, son los que más me han mostrado una solidaridad y calidad humana sin parangón, en medio del camino. Más que cubanos, que galeses, que italianos, que españoles, suecos y tunecinos. Aunque en todo el mundo he tenido siempre la suerte de encontrar a gente mejor que yo.
Una vez en Brasil, un cocinero de un hotelito, Angelo, nos brindó comida y caipirinhas a voluntad a Joao Bautista Pintos, mi parceiro de "estrada" y a mi, y nos dijo que si nos quedábamos allí fuésemos al día siguiente y al otro.
En Henderson, caminando por el campo, yendo a lo de un tal Jaures o Jover, no recuerdo bien cual, un chacarero al cual le pedí agua, me invitó a comer pollo al disco de arar. Era la primera vez que escuchaba hablar de ese modo de hacer un pollo, estaba buenísimo, pero mejor aún estuvo su solidaridad con un foráneo. En Madrid, Valo, Marcos y Mirta, y en León, Alberto, descomunal.
En San Telmo, cuando el mafioso dueño de la fábrica de vaqueros que yo vendía en la Feria de la Moda, me pagó menos de lo acordado, un flaco del barrio, con el que charlaba a menudo en la calle, y que se dedicaba a retirar lo ajeno a punta de bufoso, me ofreció un 38 para llevármelo puesto, al reverendo hijo de su mamá. Ganas no me faltaban, pero huevos sí. Su oferta me conmovió por todos los riesgos que asumía con tal despliegue de gauchaje.
Casas de chicas donde dormí, donde me alimenté, me emborraché o me desfogué, gente que me dio casi sus entrañas, en el campo, el mar y la ciudad, en Neuquén mi amigo Pablo Quinteros con quien nos conocimos en Sao Pablo, en Mendoza los panaderos, que me tomaron afecto y la vez siguiente que fui dormí en su casa. En Henderson los Salgado, y por supuesto los Hernández, en Gessell Claudia, los de la Redonda, el tano Aldo y la alemana Mónica, en Capital Federal innumerables, Gladys, Pablo, Valeria, Marcelo, Omar, Juan, Moira, todas las chicas y amigos que me dejaban dormir a pata suelta y lastrar toda la materia masticable de la heladera, el turco, Ingrid la austríaca, la holandesa, Veronique la francesa, Judith Rabin de la guía Michelin, las Lanutti, Cuiqui y Ruchi, chileno y cubana, Silvana, Silvina, Ari Filkenstein, tantos y tantos, que no puedo mencionar. Esos recodos de mi vida en que los encontré, les están siempre agradecidos, y aunque algunos procedían de otros lares, se vieron poseídos por la generosidad argenta.
Los argentinos, tras esa aparente altanería identitaria, tienen un corazón, y un alto sentido del honor que se debe rendir toda la vida a la amistad, al favor, a la gauchada, que contrasta con culturas más conocidas por su pretendida sencillez y humildad, donde no obstante, no es fácil encontrar ese desinterés en el afecto.
Los argentinos encuentran en la nobleza de espíritu, en el concepto de que todos terminaremos en el horno, la mejor forma de calificarse a sí mismos.
Ay país, país.
Trump, el perdedor múltiple.
Ha sonado más fuerte el estruendo de la derrota de Trump, que el jolgorio del triunfo de Biden
La gran mayoría de los estadounidenses estaban aterrorizados de cuatro años más de este constante de hostilidad e intoxicación de todas las relaciones sociales, familiares, laborales, practicando un agrietamiento, que se sabe, sólo conduce a la destrucción de los pilares de convivencia y por ende crecimiento de cualquier país.
Pero esos no eran todos, del otro lado había una inmensa cantidad de personas que consideraban, por diferentes razones, al emergente Trump como una suerte de Fidel Castro. Que los venía a salvar de las garras de unos políticos corruptos, inamovibles en sus cargos, en sus negociados, en sus servidumbres. Sí, aunque parezca sorprendente el paralelismo, tanto en psicología personal, como en fenómeno social más cercano que encuentro, es el de Fidel Guarapo Castro por esa capacidad de abducir o convencer, según quien lo juzgue. Sólo a él antes de a Trump, había escuchado decir, “quienes no estén conmigo están contra ustedes, salgan a aplastarlos”. Lográndolo impecablemente, aunque por razones distintas en apariencia.
Desde Europa comparamos a la ultra derecha estadounidense que consiguió aglutinar Trump, con la de los diferentes países europeos, que aún siendo distintos entre sí mantienen líneas de identidad gemelas, solemos cometer un craso error.
En Europa, es cierto que en los últimos tiempos la influencia estadounidense, ha provocado que se sumen sensibilidades que no provenían del fascismo. Pero generalmente deben su alcurnia a la defensa de las clases más altas, de la monarquía, de la xenofobia, de los nacionalismos excluyentes. En Estados Unidos es mucho más amplio el abanico, de lo que con los parámetros europeos, podemos llamar ultraderecha, por la coincidencia anti comunista.
Los sectores más extremos, aunque de tamaño residual provienen de organizaciones racistas, incluso esclavistas, del siglo XIX. Más adelante descienden de un anticomunismo que más bien afirmaba la identidad nacional toda vez que el comunismo se presentaba una amenaza exterior, no una corriente interna que tuviese la más mínima posibilidad de arribar al poder. A diferencia de Europa.
Una gran parte de grupúsculos de ultraderecha de finales del siglo XX y del actual, defienden un EUU fuerte, la industria nacional, identificados tanto con los conquistadores del oeste como con los aborígenes. Amantes de los ranchos, caballos, animales autóctonos, como el oso, el lobo, el coyoye, el mustang, el águila real y el puma, de las armas, del dinero procedente del trabajo. Y reactivos frente a toda modernidad en las costumbres, las nuevas tendencias en comportamientos, tolerancia, pluralidad.
Religiosos de la antigua Biblia, donde Dios no era un sujeto del Bien o la razón, sino del poder, más proclives al “ojo por ojo”, que a “poner la otra mejilla” de Cristo. Figuras públicas exponentes de la derecha como Chuck Norris o Steven Seagal sienten una fuerte atracción por la cultura más autóctona, los aborígenes estadounidenses, incluso Norris se declara orgulloso de su ascendencia Cherokee. Muy por el contrario de la derecha estructuralmente racista con todas las etnias no blancas, en el continente europeo.
Luego se agrega un fenómeno creado por la Guerra Fría, la comunidad cubana en el exilio de Miami, que en esta ocasión, hicieron aún más suyas las declaraciones racistas de Trump contra inmigrantes centroamericanos. Les brindó la oportunidad de sentir superioridad frente a un sector de su propio rango, ambos inmigrantes hispanos. Pero en el caso de los cubanos, con derechos otorgados superiores incluso a los de un ciudadano británico para poder establecerse legalmente en el país. Paradójicamente gracias al enemigo del que escaparon, la revolución cubana. El trumpismo cubano, aún compuesto de mezclas de razas comunes en toda Latinoamérica, presenta el rasgo característico general de un profundo racismo, tan explícito como disparatado.
Además de estos sectores, que han sido los protagonistas de las mayores algaradas en estos años, con mayor presencia en los últimos dos meses, y su clímax en el asalto al Capitolio de Washington, hubo una enorme masa desencantada de la política tradicional. Que ha visto como en su país pasó de ser suficiente un trabajo para sostener un modo de vida de un más que aceptable confort, a no ser posible el mismo nivel ni siquiera con dos empleos. Y tragó los cantos de sirena y los elixires mágicos de un desequilibrado cantamañanas, que sin embargo poseyó el poder de convicción necesario para asegurar que, “aunque yo disparase a la gente en la 5ª Avenida de NYC, no perdería ni un solo votante”. Cosa que hasta justo antes del fracaso electoral quedó patente, e incluso inmediatamente después, sus votos constituyen un récord para un candidato republicano, que no obstante fue superado por la gente asustada de sus locuras.
El esperpento del intento de Golpe de Estado, azuzado por el propio Trump abiertamente antes de producirse, y subrepticiamente tras el abordaje de los extremistas subversivos, no fue más que una continuidad de los exabruptos in crescendo de este personaje. Tan único como tóxico, ha ido tejiendo día tras día, desde su iconoclasta campaña electoral de 2016, insultando a incapacitados físicos, mejicanos o mujeres, pasando por elogiar a los subversivos armados de Michigan. Luego las acusaciones descerebradas de que alguien pudo introducir ocho millones de votos trucados, en la cara de todos los que trabajan en las mesas electorales, consiguiendo que le crea el vulgo. Aunque ni una sola institución, FBI, CIA, policía, ejército, senado, congreso, ni juez alguno, le concedió la mínima credibilidad. Confeccionó una enorme manta hasta explotar en los acontecimientos desaforados de sus seguidores más violentos, en el Capitolio de la capital en pleno debate de investidura.
Recordemos que los primeros en reconocer a Biden fueron Alemania, Reino Unido, Francia y Japón, exponentes del capitalismo occidental y oriental, en cambio quienes se resistieron, apoyando a Trump, fueron AMLO, Putin, Xi Jinping y el Príncipe de Arabia Saudita.
¿Será Biden o Kamala en su caso, lo mejor para EEUU o el mundo? Probablemente no, pero con que devuelva cierto clima de normalidad, de concordia, y llegue a hacer olvidar la megalomanía de un embustero compulsivo, que como su madre imploraba, nunca debió haber ingresado en política, ya sería el mejor regalo que nos podía llegar en este año.
Sea como sea, no será inmediata la extracción de todo el veneno inoculado. Pero el trumpismo no es lo mismo sin el sustento de un púlpito central en el poder, para ejercer precisamente de lo contrario, de víctima. Y sobre todo habiendo perdido estrepitosamente un elemento sine qua non para ser líder dentro de la cultura estadounidense, tras tantas derrotas y tan seguidas: el brillo que reflecta la imagen del ganador.
Sabemos que si disparase a los transeúntes en la 5ª avenida, acaso no perdiese muchos votantes, pero si debe llevar durante cuatro años el cartel de “perdedor múltiple”, lo más posible es que no lo voten ni sus más acérrimos obsecuentes, guatacones, tracatanes, chicharrones, como se dice en buen cubano.